Plinio Corrêa de Oliveira

D. Antonio de Castro Mayer

D. Geraldo de Proença Sigaud

Luis Mendonça de Freitas

 

Socialismo y

Propiedad Rural

 Bookmark and Share



Sección II

OPINIONES SOCIALIZANTES QUE PREPARAN EL AMBIENTE PARA LA “REFORMA AGRARIA SOCIALISTA” 

EXPOSICIÓN Y ANÁLISIS


OBSERVACIONES PRELIMINARES

 

Objetivo de la Sección II

La Sección II de esta Parte tiene por fin considerar, no ya el sistema de ideas socialistas, sino las más importantes de entre las opiniones que preparan el ambiente —aun en círculos que se reputan conservadores y anti-socialistas— para una cierta receptividad en relación a reformas socializantes de nuestra organización social y económica y, por tanto, también para la “Reforma Agraria Socialista”.

El sistema socialista, ya analizado en la Sección anterior, es abordado ahora en plano apenas secundario y a dos títulos diferentes:

1. — Dado que varias de estas opiniones, nacidas en general del laicismo, del sentimentalismo, del filantropismo y del positivismo jurídico, sin ser exclusivas del socialismo, se encuentran también en él, las refutaciones hechas aquí alcanzarán accidentalmente, algunos aspectos del sistema socialista, radical o moderado.

2. — Para refutar algunas de las opiniones impugnadas en esta Sección II, usaremos como argumentos el simple hecho de ser ellas típicamente socialistas. La eficacia del argumento resulta de haberse probado, en el Capítulo anterior [1], la incompatibilidad del socialismo y de la doctrina católica.

 

Confrontación de proposiciones

Al enunciar cada una de estas opiniones, la confrontamos con la proposición opuesta, inspirada en la doctrina católica. Tal confrontación nos parece el medio más eficaz para marcar el contraste entre las convicciones tradicionales y cristianas del pueblo brasileño, y el espíritu socialista o socializante que está soplando sobre él.

No se intenta aquí principalmente aclarar a quienes ya tomaron una posición firme en el asunto, ni proporcionar una noción de éste a quien lo ignore enteramente. El objetivo de la confrontación es dar a muchos lectores que, consciente o subconscientemente, duden aún, la sensación viva de la transformación ideológica que se está operando en ellos, sin que, absorbidos por las mil ocupaciones de la vida cotidiana, lo hayan notado.

 

Comentarios

Añadimos, en general, a las proposiciones, comentarios tan sintéticos cuanto sea posible. Esos comentarios no tratan de toda la materia contenida en las proposiciones, sino solamente de uno u otro punto más sobresaliente.

 

Textos Pontificios

A los comentarios siguen, con frecuencia, textos tomados del inmenso y rico acervo de los documentos Pontificios: Encíclicas, Cartas Apostólicas, Alocuciones, etc.

El deseo de no ampliar excesivamente las dimensiones del trabajo, nos impide publicar mayor número de textos alusivos a las materias aquí tratadas. Escogimos preferentemente aquellos que fundamentan los grandes principios básicos en torno de los cuales gira toda la controversia referente a la “Reforma Agraria Socialista”. También nos esforzamos en documentar con doctrina pontificia, algunos puntos, tal vez no tan capitales, pero en torno de los cuales nos parece existe mucha confusión en la opinión pública.

Presentamos las proposiciones concatenadamente, de suerte que las posteriores son, de algún modo, prejuzgadas, por lo menos en lo que tienen de más esencial, por las soluciones dadas a las anteriores. Es natural, pues, que a medida que las proposiciones se suceden, las citas de los Papas se hacen más escasas. Como el Capítulo IV trata sobre materia algo diferente, lleva textos pontificios especiales, que, por eso, a partir de la Proposición 31 vuelven a ser más numerosos.

Los epígrafes que preceden a los textos tratan de subrayar en ellos algún aspecto, relacionándolo, al mismo tiempo, con el tema tratado en la respectiva proposición o comentario.

 

División y concatenación de las proposiciones

Dividimos las proposiciones en cinco Capítulos.

Capítulo I

El primero versa sobre cuestiones relacionadas más directamente con la legitimidad de la institución de la propiedad privada, de la familia, de las desigualdades sociales y económicas, del salariado, etc., ante la moral y la doctrina social de la Iglesia.

Capítulo II

El segundo Capítulo trata, en sus varias proposiciones, de otro problema. Una estructura agropecuaria puede ser, en sus propios principios constitutivos, contraria a las conveniencias de la producción. Analizados a esta luz, se puede mostrar que los principios constitutivos de nuestra estructura presente son buenos.

Capítulo III

El tercer Capítulo trata de materia afín, pero distinta. Prescinde de los principios constitutivos para considerar solamente hechos concretos. En las proposiciones impugnadas, presenta varias pinceladas del cuadro de nuestra realidad agropecuaria, deformada por los prismas socialistas. En las proposiciones afirmadas, se describe el cuadro objetivo de esa realidad.

Ambos cuadros abren horizontes para la Parte II, pues ambos se ordenan principalmente en función del problema de la producción: en el orden concreto de los hechos, ¿la tierra y la pecuaria están produciendo lo necesario para la prosperidad y el progreso del País? ¿La actual estructura agropecuaria es la gran culpable de la crisis brasileña?

La demostración cabal de que el cuadro descrito en las proposiciones afirmadas es verdadero, y de que el de las proposiciones impugnadas es falso, se encuentra en la Parte II.

Este Capítulo tercero da, pues, el nexo entre los aspectos religiosos y sociales de la “Reforma Agraria Socialista” (Parte I) y sus aspectos económicos (Parte II).

Capítulo IV

En seguida, en el Capítulo IV, se estudia el siguiente problema: ¿debe la opinión católica pronunciarse sobre la “Reforma  Agraria Socialista”?

Los asuntos tratados son ahora un tanto diversos.

Leídos los Capítulos anteriores, el espíritu se vuelve con interés particular hacia el problema, ya rápidamente esbozado en la Introducción, de la congruencia de una intervención de la Iglesia en los asuntos atinentes a la “Reforma Agraria Socialista” [2]. Y paralelamente con este problema, toman importancia las cuestiones relativas a la oportunidad de tal intervención, tanto desde el punto de vista de la Iglesia, como desde el punto de vista del País. Esas cuestiones de oportunidad pueden resumirse así:

1. — ¿Qué consecuencias tendrá sobre la opinión pública el hecho de patentizar, en la actual fase de proselitismo en pro de la “Reforma Agraria Socialista”, la incompatibilidad entre ésta y la doctrina católica?

2. — ¿Cuáles serían las consecuencias que traería la promulgación de la “Reforma Agraria Socialista” para la vida religiosa del Brasil? Aquí se esbozan los primeros trazos de la cuestión de conciencia [3].

Capítulo V

Enunciadas todas estas proposiciones, nos pareció conveniente resumirlas en un cuadro sintético que constituye el Capítulo V.

 

CAPÍTULO I - 1a. parte

¿La actual estructura rural brasileña es contraria en sí misma a los principios de la justicia?

 

INTRODUCCIÓN

IMPUGNADA

AFIRMADA

La “Reforma Agraria Socialista”, que pretende dividir las propiedades grandes y medias, de manera que en el Brasil sólo existan propiedades pequeñas es, intrínsecamente, una admirable medida de justicia.

Efectivamente, la existencia de propiedades agrícolas de tamaño desigual es, en sí misma, injusta porque:

La “Reforma Agraria Socialista”, que pretende dividir las propiedades grandes y medias, de tal forma que en el Brasil sólo existan propiedades pequeñas es gravemente injusta en sí misma.

En efecto, la existencia de propiedades de tamaños desiguales es intrínsecamente justa porque:

 

Proposición 1

IMPUGNADA

AFIRMADA

La razón muestra que todos los hombres son iguales por naturaleza. No es, pues, justo que unos tengan mucha tierra, otros poca, y otros, en fin, ninguna.

Todos los hombres activos y honrados tienen igual derecho a la vida, a la integridad física, a disfrutar condiciones de existencia suficientes, dignas y estables.

Pero es justo que los más capaces, más activos, más económicos tengan, además de este mínimo, lo que produzcan gracias a sus mayores talentos.

De ahí se origina legítimamente la diferenciación de las propiedades en grandes, medias y pequeñas, y, quizás, la existencia de una clase dignamente remunerada, aunque sin tierras.

 COMENTARIO

Negar los principios contenidos en la proposición afirmada, lleva consigo declarar inherente al hombre la condición de esclavo.

En efecto, si el hombre es dueño de su ser, es dueño de su trabajo. Si es dueño de su trabajo, es dueño del fruto adquirido con él. Y como la capacidad de trabajar, tanto desde el punto de vista de la cantidad como de la calidad, varía de hombre a hombre, se origina necesariamente de ahí la desigualdad. Además, como se verá más abajo, esa desigualdad tiene límites.

Si el hombre no es dueño de su ser, es esclavo. Es a esa igualdad de esclavo adonde el socialismo nos conduce.

Lo afirma León XIII: el socialismo lleva a una “dura y odiosa... esclavitud de los ciudadanos [4].

Se podrá objetar que el ideal último de los comunistas no es la igualdad completa, ya que rige en la U.R.S.S. el principio de que se debe exigir a cada uno según su capacidad y dar a cada cual según su necesidad. Y al Estado compete regular soberanamente la aplicación de este principio. Pero esta aplicación ha sido hecha de manera que los jefes tienen un tren de vida distinto de los obreros. Estos no pueden, por ejemplo, abastecerse en los almacenes reservados para los funcionarios del Kremlin, ni sentarse a la mesa de los ingenieros.

Este argumento admite una salvedad preliminar: es muy difícil saber con absoluta certeza lo que pasa en la U.R.S.S. Y aunque se haya demostrado como verídico un determinado hecho en un año cualquiera, no se puede dar como cierto en el año siguiente.

Sin dar, pues, como indiscutibles estos hechos, se puede admitir que, bajo varios aspectos, el régimen existente en la U.R.S.S., no ha realizado la igualdad completa.

Probablemente esto se deba en parte a los abusos de los depositarios del poder, pero, en buena parte, la causa es otra. En efecto, al contrario de lo que se imagina el gran público, el régimen concreto ya existente en la U.R.S.S., no consiste en la aplicación total de los principios marxistas. La U.R.S.S. vive en una etapa de transición para la instauración del marxismo integral. Y, en consecuencia, mucho de lo que acontece allí, debe tenerse como concesión inevitable a una tradición de desigualdad más que milenaria, que sólo por etapas puede ir siendo abolida.

Así, del hecho de subsistir actualmente algunas desigualdades en el régimen vigente en la U.R.S.S., nada se puede concluir contra el carácter estrictamente igualitario del marxismo, considerado éste en sus fines últimos.

Por otra parte, el simple hecho de que aún hoy día, todo cuanto el trabajador intelectual o manual produce se destina a la colectividad, que regula según su criterio la distribución de esta producción, sujeta al hombre a la condición de pieza anónima y sin derechos dentro del mecanismo social. Y donde existe la ausencia de derechos para todos, todos son radicalmente iguales.

*   *   *

La proposición impugnada es unilateral, y por eso conduce a consecuencias falsas.

Por naturaleza, en cierto sentido todos los hombres son iguales, pero en otro sentido son desiguales.

Son iguales porque son criaturas de Dios, dotadas de cuerpo y alma, y redimidas por Jesucristo. Así, en virtud de la dignidad común a todos, tienen igual derecho a todo cuanto es propio de la condición humana: vida, salud, trabajo. Religión, familia, desarrollo intelectual, etc. Una organización económica y social justa y cristiana descansa, así, sobre un trazo fundamental de verdadera igualdad.

Sin embargo, además de esa igualdad esencial hay, entre los hombres, desigualdades accidentales puestas por Dios: de virtud, de inteligencia, de salud, de capacidad de trabajo y muchas otras. Toda estructura económico-social orgánica y viva tiene que estar en armonía con el orden natural de las cosas. Esa desigualdad natural, por tanto, ha de reflejarse en ella. Tal reflejo consiste en que, una vez que todos tengan lo justo y digno, los mejor dotados por la naturaleza puedan, por su trabajo honesto y por su economía, adquirir más.

La igualdad y la desigualdad se compensan y se completan así, desempeñando papeles diversos pero armónicos en la ordenación de una sociedad justa y cristiana.

Por otra parte, esta regla constituye uno de los rasgos más  admirables del orden universal. Todas las criaturas de Dios tienen lo que les compete conforme a su propia naturaleza, y en esto son tratadas por El según la misma norma. Pero además de esto, el Señor otorga muchísimo a unos, mucho a otros, y, a otros, en fin, apenas da lo adecuado. Esas desigualdades forman una inmensa jerarquía en que cada grado es como una nota musical para componer una inmensa sinfonía que canta la gloria divina. Una sociedad y una economía estrictamente igualitarias serían, por tanto, antinaturales.

Vistas a esta luz, las desigualdades representan una condición del buen orden general y redundan, así en beneficio de todo el cuerpo social, esto es, de los grandes como de los pequeños.

Esta escala jerárquica está en los planes de la Providencia como un medio para promover el progreso espiritual y material de la humanidad por el estímulo a los mejores y más capaces. El igualitarismo trae consigo la inercia, el estancamiento y, por tanto, la decadencia, ya que todo cuanto es vivo, si no progresa, se deteriora y muere.

Es así como se explica la parábola de los talentos [5]. A cada cual Dios da en medida diversa y de cada uno exige un rendimiento proporcionado.

 

 TEXTOS PONTIFICIOS

 Carácter socialista de la tesis impugnada

León XIII

Los socialistas “seguramente no cesan de vociferar, como hemos insinuado, que todos los hombres son entre sí por naturaleza iguales [6].

 La igualdad de condiciones es imposible

León XIII

Cualquiera que sean las vicisitudes por que deben pasar las formas de gobierno, habrá siempre aquellas desigualdades de condiciones entre los ciudadanos, sin las cuales no puede existir ni concebirse una sociedad [7].

 La igualdad soñada por los socialistas es antinatural

León XIII

Como primer principio, hay que establecer que se debe respetar la condición humana, es decir, en la sociedad civil no se puede igualar los altos y los bajos. Lo andan intentando, es verdad, los socialistas; pero toda tentativa contra la misma naturaleza resulta inútil. En la naturaleza de los hombres existe la mayor variedad: no todos poseen el mismo ingenio, ni la misma actividad, salud o fuerza; y de diferencias tan necesarias se sigue naturalmente desigualdad de fortuna. Y ello es en beneficio así de los particulares como de la misma sociedad; pues la vida común necesita aptitudes varias y oficios diversos; y es la misma diferencia de fortuna, en cada uno, la que sobre todo impulsa a los hombres a ejercitar tales oficios [8].

 La desigualdad de las personas lleva a la desigualdad de los bienes

León XIII

La Iglesia reconoce mucho más sabia y útilmente que la desigualdad existe entre los hombres, naturalmente desemejantes por las fuerzas del cuerpo y del espíritu, y que esta desigualdad existe también en la posesión de los bienes; por lo cual manda, además, que el derecho de propiedad y de dominio, procedente de la naturaleza misma, se mantenga intacto e inviolado en las manos de quien lo posee [9].

 El universo, la Iglesia y la sociedad civil, reflejan el amor de Dios a una desigualdad orgánica

León XIII

Porque, a la verdad, El que creó y gobierna todas las cosas dispuso, con su próvida sabiduría, que las cosas ínfimas a través de las intermedias y las intermedias a través de las superiores, lleguen todas a sus fines respectivos. Así, pues, como en el mismo reino de los cielos quiso que los coros de los ángeles fuesen distintos, y unos sometidos a otros; así como también en la Iglesia instituyó varios grados de órdenes y diversidad de oficios, para que no todos fuesen apóstoles, no todos doctores, no todos pastores (1 Cor. 12, 27), así también determinó que en la sociedad civil hubiese varios órdenes, diversos en dignidad, derechos y potestad, es a saber, para que los ciudadanos, así como la Iglesia, fueran un solo cuerpo, compuesto de muchos miembros, unos más nobles que otros, pero todos necesarios entre sí y solícitos del bien común [10].

 Nada repugna tanto a la razón como una igualdad matemática

León XIII

Todos los hombres son, ciertamente, iguales; nadie duda de ello, si se consideran bien la comunidad igual de origen y de naturaleza, el fin último que tiene señalado a cada uno, y finalmente, los derechos y deberes que de ellos nacen necesariamente. Pero como no pueden ser iguales las capacidades de los hombres, y distan mucho uno de otro por razón de las fuerzas corporales o del espíritu, y son tantas las diferencias de costumbres, voluntades y temperamentos, nada más repugnante a la razón que el pretender abarcarlo y confundirlo todo, y llevar a las instituciones de la vida civil una igualdad matemática [11].

 La Iglesia condena la igualdad de derechos y deberes

León XIII

León XIII condenó a los que “andan predicando la perfecta igualdad  de todos los hombres en derechos y deberes [12], y calificó de errónea y naturalista la tesis de que “los hombres todos tienen iguales derechos y son de igual condición en todo [13].

Pío XI

Pío XI a su vez, reafirmó el mismo principio: “Yerran vergonzosamente los que pretenden que en la sociedad civil todos los ciudadanos tienen derechos iguales, y niegan que en ella haya jerarquías [14].

Citaremos más adelante textos de Pío XII y Juan XXIII en el mismo sentido [15].

 Igualdad y desigualdad en los planes de la Providencia

León XIII

…según las enseñanzas evangélicas, la igualdad de los hombres consiste en que todos, habiéndoles cabido en suerte la misma naturaleza, son llamados a la misma altísima dignidad de hijos de Dios, y al mismo tiempo, en que, decretado para todos un mismo fin, cada uno ha de ser juzgado según la misma ley para conseguir, conforme a sus méritos, o el castigo o la recompensa. Mas la desigualdad del derecho y del poder se derivan del mismo Autor de la naturaleza, ‘del cual toma su nombre toda la paternidad en el cielo y en la tierra’ (Ef. 3, 15)” [16].

 La Iglesia quiere que en la sociedad haya clases desiguales

León XIII

La igualdad que (la Iglesia) proclama, conserva intacta la distinción de las diversas clases sociales, evidentemente requeridas por la naturaleza [17].

 Donde existe una justa igualdad entre los hombres

León XIII

La vida mortal, aunque tan buena y deseable, no es de por sí el fin último para el que hemos nacido, sino tan sólo el camino e instrumento para perfeccionar la vida espiritual mediante el conocimiento de la verdad y la práctica del bien. El espíritu es el que lleva en sí impresa la imagen y semejanza de Dios, y en él reside aquel señorío, en virtud del cual le fue impuesto al hombre el dominar sobre todas las criaturas inferiores, y el hacer que todas las tierras y mares sirvieran a su utilidad. “Llenad la tierra y sometedla a vosotros, tened señorío sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todos los animales que sobre la tierra se mueven(Gen. 1, 28). En esto todos los hombres son iguales, sin que haya diferencia alguna entre ricos y pobres, amos y criados, príncipes y súbditos; ‘porque Él mismo es el Señor de todos’ (Rom. 10, 12)” [18].

 La Iglesia ama a todas las clases y la armoniosa desigualdad entre ellas

León XIII

…los Pontífices Romanos tuvieron siempre igual empeño en proteger y mejorar la suerte de los humildes, como en proteger y elevar las condiciones de las clases superiores. Ellos son, en efecto, los continuadores de la misión de Jesucristo, no solamente en el orden religioso, sino también en el orden social. Si Jesucristo quiso pasar su vida privada en la obscuridad de una habitación humilde y ser tenido por hijo de un artesano; si en su vida pública se complacía en vivir en medio del pueblo, haciéndole el bien por todos los medios, sin embargo, quiso nacer de sangre real, escogiendo por madre a María y por padre putativo a José, ambos hijos escogidos de la raza de David. Ayer, en la fiesta de sus desposorios, podíamos repetir con la Iglesia las bellas palabras: ‘María se nos manifiesta fulgurante, nacida de estirpe real’.

Por eso, la Iglesia, predicando a los hombres que son todos hijos del mismo padre celestial, reconoce como una condición providencial de la sociedad humana la distinción de las clases; por esta razón Ella enseña que solamente el respeto recíproco de los derechos y de las obligaciones y la caridad mutua darán el secreto del justo equilibrio del bienestar honesto, de la verdadera paz y de la prosperidad de los pueblos.

En cuanto a Nos, deplorando también las agitaciones que perturban a la sociedad civil, más de una vez volvemos nuestras miradas hacia las clases más humildes que son más pérfidamente asediadas por las sectas perversas: y Nos les ofrecemos los desvelos maternales de la Iglesia. Nos, más de una vez lo declaramos: el remedio para esos males no será jamás la igualdad subversiva de los órdenes sociales, sino esta fraternidad que, sin perjudicar en nada a la dignidad de la posición social, une los corazones de todos en los mismos lazos del amor cristiano [19].

 El igualitarismo colectivista es nocivo al operario

León XIII

…la conversión de la propiedad particular en propiedad colectiva, tan preconizada por el socialismo, empeora la condición de los operarios, retirándoles la libre disposición de su salario y robándoles, por eso mismo, toda esperanza y toda posibilidad de engrandecer su patrimonio y mejorar su situación [20].

 Defender la propiedad es amar al pueblo

León XIII

Todas estas razones hacen ver cómo aquel principio socialista, de la comunidad de bienes, debe ser del todo rechazado porque daña aun a aquellos mismos a quienes se querría socorrer; repugna a los derechos por naturaleza privativos de cada hombre y perturba las funciones del Estado y la tranquilidad común. Por lo tanto, cuando se plantea el problema de mejorar la condición de las clases inferiores, se ha de tener como fundamental el principio de que la propiedad privada ha de reputarse inviolable [21].

 La igualdad socialista: igualdad en la miseria y en la abyección

León XIII

Cuando, pues, los socialistas, descuidada la providencia de los padres, introducen en su lugar la del Estado, obran contra la justicia natural, y disuelven la trabazón del hogar doméstico. Además de la injusticia, se ve con demasiada claridad cuál sería el trastorno y perturbación en todos los órdenes de la sociedad, y cuán dura y odiosa sería la consiguiente esclavitud de los ciudadanos, que se seguirían. Abierta estaría ya la puerta para los odios mutuos, para las calumnias y las discordias; quitado todo estímulo al ingenio y diligencia de cada uno, secaríanse necesariamente las fuentes mismas de la riqueza; y la igualdad tan soñada en la fantasía no sería otra cosa que una situación universal de miseria y abyección para todos los hombres sin distinción alguna [22].

 

Proposición 2

IMPUGNADA

AFIRMADA

Este principio de igualdad también es enseñado por el Evangelio, que nos manda amar al prójimo como a nosotros mismos [23].

Quien ama al prójimo como a sí mismo no puede querer más riquezas para sí que para el prójimo.

Esta desigualdad proporcionada y armónica, que a nadie deja en la indigencia sino que permite a los más capaces y laboriosos ocupar una situación mejor, es la aplicación lógica del principio del Evangelio que manda amar al prójimo como a sí mismo.

Este principio obliga a amar a todos los hombres porque son nuestros prójimos. Y además nos manda particular amor para con los más próximos. Ahora bien, para cada hombre, el más próximo es él mismo y su familia.

Así es razonable que, sin rehusar a los otros la justicia ni la caridad, cada uno se beneficie más liberalmente a sí mismo y a los suyos con el producto de su trabajo.

 COMENTARIO

 

1. — Todos los hombres son nuestros prójimos

Todos los hombres son nuestros prójimos, enseña el Evangelio [24]. En efecto, fuimos todos criados a imagen y semejanza de Dios, y redimidos por Jesucristo. Así a todos debemos amor fraterno.

 2. — Hay grados en esta proximidad

La experiencia más elemental nos enseña que, en las relaciones humanas, la proximidad tiene grados. Evidentemente, el ser más próximo para cada hombre es él mismo. Viene luego su familia, que es como la prolongación de su propio ser, la carne de su carne y la sangre de su sangre. Y sucesivamente, como en círculos concéntricos cada vez más amplios, vienen las personas con quien el hombre tiene relaciones de proximidad particulares: los amigos, los alumnos, los empleados, los compatriotas, los compañeros de trabajo, de estudio, etc. Por fin, en la última periferia vienen los que nos son desconocidos, que forman la gran sociedad humana.

 3. — Hay grados en el amor al prójimo

A esa gradación de proximidades corresponde una gradación en el amor al prójimo. Si amamos al prójimo porque está próximo, es claro que debemos amar más a los más próximos, Si debemos a todos el mismo amor, no lo debemos a todos en igual medida [25].

Amando a todos los hombres, debemos desear que todos tengan los bienes de alma y de cuerpo que correspondan a la naturaleza humana [26]. Pero debemos querer esos bienes en abundancia aún mayor para los más próximos, esto es, nosotros, nuestras familias, etc.

Es esta la doctrina unánime de los Papas y de los moralistas católicos.

 4. — Luego, la desigualdad de propiedades es legítima

En resumen, es falsa la proposición impugnada.

Estas consideraciones ponen en evidencia que, en gran parte, la oposición entre catolicismo y socialismo está en que aquél afirma la legitimidad de una gradación en el amor al prójimo y éste la niega.

 5. — La posición orgánica del hombre en la sociedad cristiana

Una sociedad cristiana es como una inmensa red de amor al prójimo que tiene por inmediato objeto la familia y los círculos vecinos, y de ahí se irradia a todo el cuerpo social.

De lo íntimo de los hombres brota la vida de los grupos y de la sociedad. Vida tan intensa que, en cierto modo, de ella más que del Estado, nace la gran fuerza propulsora de un país o de una civilización.

Por otra parte, esta gradación en el amor al prójimo es exactamente lo que corresponde a la natural tendencia del alma humana, la cual no se satisface con un mero amor genérico a la humanidad, sino que pide imperiosamente seres concretos con quienes tener relaciones directas y a quienes dedicarse de manera personal.

Por esto, si se niega que debemos amar más a los más próximos, las relaciones de proximidad pierden todo su alcance y significación, y prácticamente desaparecen. Por esta razón el socialismo y el comunismo conciben el amor al prójimo —en su lenguaje laico o ateo, simple solidaridad humana— igual para todos.

 6. — Situación inorgánica del hombre en las masas socializadas

De ahí la formación de inmensas masas sin contextura interna, el aislamiento trágico y glacial del individuo en la multitud, y la entera ausencia de vida de alma en la sociedad humana, así como también la sujeción de ésta a un organismo con el cual no tiene relaciones vitales, sino meramente mecánicas: es el Estado, ente ajeno a la multitud y dirigido por técnicos sin contacto vivo con la realidad.

 7. — Pueblo y masa

En la sociedad cristiana se constituye un organismo vivo, dividido en órganos jerárquicos y profundamente solidarios entre sí: es el pueblo. En el régimen socialista por el contrario, se forma la “masa”.

La diferencia entre pueblo y masa fue admirablemente descrita por Pío XII, de feliz memoria, en documento citado más adelante [27].

El igualitarismo socialista y la “Reforma Agraria Socialista” sólo son aspectos de la gran ola de socialización que azota el Occidente. El esfuerzo de levantar diques contra esa ola no debe considerarse como un mero trabajo de preservación de élites, meritorio en sí. Esta tarea tiene su sentido pleno en el designio de  asegurar para todo el pueblo, como sociedad —comprendiendo familias y grupos de diversos niveles orgánicos y diferenciados— el carácter de pueblo. Su objetivo es impedir la trágica transformación del pueblo en masa inerte, inorgánica y esclava.

Aludimos de paso al laicismo o ateísmo socialista. El tema merece una palabra de aclaración.

Según la doctrina católica, todos los hombres son hermanos, pues fueron creados por Dios y redimidos por Jesucristo, y la patria no es sino una familia de familias. Se comprende todo el calor de amor fraterno que surge de ahí, en la familia primero, pero gradualmente también en las relaciones humanas, y en toda la humanidad. Es una inmensa efusión de amor, ciertamente que graduado y como jerarquizado, pero que alcanza de hecho a todos los hombres con una plenitud espléndida, toda fundada —es importante advertirlo— en el amor de Dios.

Según la doctrina socialista, no hay Dios, o por lo menos se ignora su existencia, pues se desea construir todo el edificio social y económico al margen de concepciones religiosas: esto es, precisamente como si Dios no existiera. Entonces ¿qué fundamento queda para el amor entre los hombres? Las relaciones humanas pasan a ser un helado e inhóspito consorcio de intereses.

Los adeptos de estas doctrinas no tienen derecho, pues, a utilizar el argumento del amor al prójimo.

[N.R.: Para profundizar sobre estos conceptos remitimos el lector al Cap. III de "Nobleza y élites tradicionales análogas", del mismo autor: Pueblo y masa — Libertad e igualdad en un régimen democrático: conceptos genuinos y conceptos revolucionarios - Las enseñanzas de Pío XII]

 TEXTOS PONTIFICIOS

 El amor al prójimo enseñado por Jesucristo es opuesto a la utopía igualitaria del socialismo

San Pío X

Ciertamente, Jesús nos amó con un amor inmenso, infinito y vino a la tierra para sufrir y a fin de que, reunidos alrededor de Él, en la justicia y el amor, animados de los mismos sentimientos de mutua caridad, todos los hombres vivan en la paz y la felicidad. Pero, para la realización de esta felicidad temporal y eterna Él impuso, con autoridad soberana, la condición de hacerse parte de su rebaño, de aceptar su doctrina, de practicar la virtud y de dejarse enseñar y guiar por Pedro y sus Sucesores. Además, si Jesucristo fue bueno para los extraviados y pecadores, no respetó sus convicciones erróneas, por sinceras que pareciesen; los amó a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si llamó a sí a los afligidos e infelices, fue para consolarlos y no para predicar el ansia de una igualdad quimérica. Si levantó a los humildes, no fue para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón se desbordaba de mansedumbre con las almas de buena voluntad, supo igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios, contra los miserables que escandalizan a los pequeños, contra las autoridades que oprimen al pueblo bajo la carga de pesados fardos, sin aliviarla ni con un dedo. Fue tan fuerte como dulce; reprendió, amenazó, castigó, sabiendo y enseñándonos que, muchas veces, el temor es el comienzo de la sabiduría, que, a veces, conviene cortar un miembro para salvar el cuerpo. En fin, no anunció para la sociedad futura el reino de una felicidad ideal, en donde se suprimiría el sufrimiento; pero con lecciones y ejemplos trazó el camino de la felicidad posible en la tierra y de la felicidad perfecta en el cielo: el camino real de la Santa Cruz. Estas son enseñanzas que sería errado aplicar solamente a la vida individual con miras a la salvación eterna; son doctrinas eminentemente sociales y nos muestran en N. S. Jesucristo, algo más que un humanitarismo sin consistencia y sin autoridad [28].

 Amor al prójimo entre grandes y pequeños

Benedicto XV

Los humildes a su vez se alegren de la prosperidad y confíen en el apoyo de los poderosos, no de otra suerte que el hijo menor de una familia se pone bajo la protección y el amparo del de mayor edad [29].

 El amor a sí mismo y a la familia, está en armonía con el amor a la patria y al género humano

Pío XI

La Iglesia “se aparta tanto de los errores extremos como de las exageraciones de los partidos políticos y de sus teorías y métodos; y se mantiene siempre en el equilibrio de la verdad y de la justicia; equilibrio que reivindica en la teoría, aplica y promueve en la práctica, al conciliar los derechos y los deberes de los unos con los de los otros, como la autoridad con la libertad, la dignidad del individuo con la del Estado, la personalidad humana en el súbdito con la representación divina en el superior y, por lo tanto, la sumisión debida, y el amor ordenado de sí y de la familia y de la patria, con el amor de las demás familias y pueblos, fundado en el amor de Dios, Padre de todos, primer principio y último fin [30].

 La diversidad de clases no obsta a la justicia y al amor entre los hombres

León XIII

…el conjunto de las enseñanzas de la Religión, de que es intérprete y depositaria la Iglesia, puede mucho para componer entre sí y unir a los ricos y a los proletarios, porque a ambos enseña sus mutuos deberes, y en especial los que dimanan de la justicia [31].

 Fraternidad cristiana y jerarquía social

Pío XII

En un pueblo digno de ese nombre, todas las desigualdades que se deriven, no del capricho, sino de la naturaleza misma de las cosas, desigualdades de cultura, de riquezas, de posición social —sin perjuicio, entiéndase bien, de la justicia y de la mutua caridad— no son en realidad obstáculo alguno para que exista y predomine un auténtico espíritu de comunidad y de fraternidad. Más aún, esas desigualdades, lejos de menoscabar en modo alguno la igualdad civil, le confieren su legítimo significado, esto es, que, frente al Estado, cada uno tiene el derecho de vivir  honradamente su propia vida personal, en el lugar y en las condiciones en que los designios y las disposiciones de la Providencia le hayan colocado [32].

 Las desigualdades individuales y sociales, fuente de belleza y armonía

Juan XXIII

La concordia que se procura entre los pueblos debe ser promovida cada vez más entre las clases sociales. Si esto no se verifica, pueden, en consecuencia, resultar odios y disensiones, como ya estamos presenciando; de ahí nacerán perturbaciones, revoluciones, y a veces masacres, así como la disminución progresiva de la riqueza y las crisis que afectan a la economía pública y privada. León XIII, Nuestro Predecesor, ya observaba con exactitud: “Dios quiso una diferencia de clases en la comunidad humana, pero al mismo tiempo cierta ecuanimidad proveniente de la colaboración amistosa” (Carta Permoti Nos). En efecto, “así como en el cuerpo humano los diversos miembros se ajustan entre sí y determinan esas relaciones armoniosas a que llamamos simetría, de la misma manera la naturaleza exige que las clases se integren en la sociedad unas en las otras y por su colaboración mutua realicen un justo equilibrio. Cada una de ellas tiene necesidad de la otra; el capital, no existe sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. Su armonía produce la belleza y el orden” (León XIII, Encíclica Rerum Novarum). Quien se atreve, pues, a negar la diversidad de clases sociales contradice el orden mismo de la naturaleza. Y también los que se oponen a esta colaboración amistosa y necesaria entre las clases procuran, sin duda, perturbar y dividir la sociedad para mayor daño del bien público y privado. Finalmente, he aquí lo que afirma Nuestro Predecesor de inmortal memoria, Pío XII: “En un pueblo digno de ese nombre, todas las desigualdades que se deriven, no del capricho, sino de la naturaleza misma de las cosas, desigualdades de cultura, de riqueza, de posición social —sin perjuicio, entiéndase bien, de la justicia y de la mutua caridad— no son, en realidad obstáculo alguno para que exista y predomine un auténtico espíritu de comunidad y de fraternidad” (Radiomensaje de Navidad de 1944). Es verdad que toda clase y toda categoría de ciudadanos puede defender los propios derechos, desde que lo haga según la ley y sin violencia, en el respeto a los derechos ajenos, tan inviolables como los suyos. Todos son hermanos; es, pues, necesario que todas las cuestiones se resuelvan amigablemente; con caridad fraterna y mutua [33].

 Es en una desigualdad orgánica donde florece la fraternidad cristiana

Pio XII

…es necesario que os sintáis verdaderamente hermanos. No se trata de una simple alegoría: sois verdaderamente hijos de Dios, y por tanto, verdaderos hermanos.

Pues bien, los hermanos no nacen ni permanecen todos iguales: unos son fuertes, otros débiles; unos inteligentes, otros incapaces; tal vez alguno sea anormal, y también puede acontecer que se haga indigno. Es, pues, inevitable una cierta desigualdad material, intelectual, moral, en una mismafamilia. Sin embargo, del mismo modo que nada, ni las contingencias, ni el uso de la libertad, podrá destruir la paternidad y la maternidad, así también debe mantenerse intangible y operante, en los límites de lo justo y posible, la fraternidad entre los hijos de un mismo padre y una misma madre.

Aplicad esto a vuestra parroquia, que Nos desearíamos ver transformada en una verdadera y gran familia. Pretender la igualdad absoluta de todos sería lo mismo que pretender dar idénticas funciones a los diversos miembros del mismo organismo. Esto supuesto, es necesario tornar operante vuestra fraternidad, porque solamente si os amáis los unos a los otros los hombres reconocerán que sois una parroquia cristianamente renovada [34].

 Las desigualdades son condiciones de organicidad social

León XIII

Así como la perfecta constitución del cuerpo humano resulta de la unión y composición de miembros diversos, que, diferentes en forma y funciones, atados y puestos en sus propios lugares, constituyen un organismo hermoso a la vista, vigoroso y apto para bien funcionar, así en la humana sociedad son casi infinitas las diferencias de los individuos que la forman; y si todos fueran iguales y cada uno se rigiera a su arbitrio, nada habría más deforme que semejante sociedad; mientras que si todos, en distinto grado de dignidad, oficios y aptitudes, armoniosamente concurren al bien común, retratarán la imagen de una ciudad bien constituida y según pide la naturaleza [35].

 La sociedad como un organismo vivo, o como máquina sujeta al Estado — Pueblo y Masa

Pío XII

El Estado no contiene en sí mismo y no reúne mecánicamente, en un determinado territorio, una aglomeración amorfa de individuos. En realidad es, y debe ser, la unidad orgánica y organizadora de un verdadero pueblo.

Pueblo y multitud amorfa o, según suele decirse, “masa”, son dos conceptos distintos. El pueblo vive y se mueve por su propia vida, la masa de por sí es inerte, y no puede ser movida sino desde fuera. El pueblo vive de la plenitud de vida de los hombres que lo componen, cada uno de los cuales —en su propio puesto y según su propio modo— es una persona consciente de su propia responsabilidad y de sus propias convicciones. Por el contrario, la masa espera el impulso del exterior, fácil juguete en manos de cualquiera que explote sus instintos o sus impresiones, dispuesta a seguir cambiando sin cesar, hoy ésta, mañana aquella otra bandera. De la exuberancia de vida de un verdadero pueblo se difunde la vida, abundante, rica, por el Estado y por todos sus organismos, infundiéndoles, con un vigor sin cesar renovado, la conciencia de su propia responsabilidad, el verdadero sentimiento del bien común. Es verdad que el Estado puede también servirse de la fuerza elemental de la masa, manejada y aprovechada con habilidad: en las manos ambiciosas de uno solo o de muchos agrupados artificialmente por tendencias egoístas, el mismo Estado puede, con apoyo de la masa, reducida ya a no ser sino una simple máquina, imponer su voluntad a la parte mejor del verdadero pueblo: el interés común queda así gravemente herido por largo tiempo, y la herida muy frecuentemente es difícil de curar [36].

 El amor al prójimo, tema cristiano que el socialismo sabe explotar

Pío XI

Al principio, el comunismo se mostró cual era en toda su perversidad, pero pronto cayó en la cuenta de que con tal proceder alejaba de sí a los pueblos, y por esto ha cambiado de táctica y procura atraerse las muchedumbres con diversos engaños, ocultando sus designios bajo ideas que en sí mismas son buenas y atrayentes.

Así, tomando un ejemplo, ante el deseo general de paz, los jefes del comunismo fingen ser los más celosos fautores y propagandistas del movimiento por la paz mundial; pero al mismo tiempo excitan a una lucha de clases que hace correr ríos de sangre, y sintiendo que no tienen garantías internas de paz, recurren a armamentos ilimitados. Así, bajo diversos nombres y sin alusión alguna al comunismo, fundan asociaciones y periódicos que luego no sirven sino para lograr que sus ideas vayan penetrando en medios que de otro modo no les serían fácilmente accesibles; y pérfidamente procuran infiltrarse hasta en asociaciones abiertamente católicas y religiosas. Así, en otras partes, sin renunciar en lo más mínimo a sus perversos principios, invitan a los católicos a colaborar con ellos en el campo llamado humanitario y caritativo, a veces proponiendo cosas completamente conformes al espíritu cristiano y a la doctrina de la Iglesia. En otras partes llevan su hipocresía hasta hacer creer que el comunismo en los países de mayor fe o de mayor cultura tomará un aspecto más suave, y no impedirá el culto religioso y respetará la libertad de conciencia. Y hasta hay quienes, refiriéndose a ciertos cambios introducidos recientemente en la legislación soviética, deducen que el comunismo está ya para abandonar su programa de lucha contra Dios.

Procurad, Venerables Hermanos, que los fieles no se dejen engañar. El comunismo es intrínsecamente perverso; y no se puede admitir que colaboren con él, en ningún terreno, quienes deseen salvar la civilización cristiana [37].

Estas palabras de Pío XI fueron escritas respecto del comunismo. La experiencia muestra que el socialismo, aunque a su modo, también procede así.

 El celo del católico por el precepto del amor al prójimo no le puede llevar al socialismo

Pío XI

Socialismo religioso, socialismo cristiano son términos contradictorios: nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero [38].

 El católico debe reaccionar contra la socialización

Pío XII

Si las señales de los tiempos no engañan, en la segunda fase de las controversias sociales, en que ya entramos, tienen precedencia (con relación a la cuestión operaria, que dominó la primera fase) otras cuestiones y problemas. Citemos aquí dos de ellos:

La superación de la lucha de clases por una recíproca y orgánica ordenación entre el empleador y el empleado, puesto que la lucha de clases nunca podrá ser un objetivo de la ética social católica. La Iglesia sabe que es siempre responsable por todas las clases y categorías del pueblo.

Además, la protección del individuo y de la familia, frente a la corriente que amenaza arrastrar a una socialización total, en cuyo fin se tornaría pavorosa realidad la imagen terrorífica del Leviatán. La Iglesia trabará esta lucha hasta el extremo, puesto que se trata aquí de valores supremos: la dignidad del hombre y la salvación del alma [39].

 Lamentable desvío de ciertos católicos

Pío XII

Al asignar a todo el pueblo, como oficio propio, aunque parcial, la ordenación de la economía futura, estamos muy lejos de consentir en que tal oficio vaya a parar al Estado como tal. Y, sin embargo, observando las corrientes de algunos Congresos, aun católicos, en materias económicas y sociales, se puede notar cierta tendencia siempre creciente a invocar la intervención del Estado, tanto que a veces se tiene la impresión de que éste es el único expediente imaginable. Ahora bien; según la doctrina social de la Iglesia, el Estado tiene, sin duda, como oficio propio la ordenación de la convivencia social. Para cumplir tal oficio debe incluso ser fuerte y tener autoridad. Pero los que lo invocan continuamente y echan sobre él toda responsabilidad lo llevan a la ruina y hacen con él el juego de potentes grupos interesados. La conclusión es que de este modo se llega a acabar con toda responsabilidad personal en la cosa pública y que cuando alguno habla de deberes o de negligencias del Estado se refiere a deberes y faltas de grupos anónimos entre los cuales, naturalmente, no piensa contarse él mismo [40].

 Carácter laicista del socialismo

Pío XI

…el socialismo, por el contrario, completamente ignorante y descuidado de tan sublime fin del mundo y de la sociedad, pretende que la sociedad humana no tiene otro fin que el puro bienestar material [41].

 Sin Dios, la convivencia humana decae y se degrada

Pío XI

…porque muchos desprecian o rechazan completamente la autoridad suprema y eterna de Dios —que ordena o prohíbe— la conciencia del deber cristiano queda, como consecuencia, enflaquecida, la fe decae en las almas o se extingue completamente; y de ahí resulta que las propias bases de la convivencia humana se dislocan y arruinan miserablemente [42].

 

Proposición 3

IMPUGNADA

AFIRMADA

Además, quien ama seriamente al prójimo debe condolerse con su sufrimiento.

Ahora bien, la existencia de desigualdades hace sufrir legítimamente a los que tienen me-

nos.

Luego los que tienen más deben dividir con ellos lo que poseen, hasta llegar a una igualdad que sea fuente de alegría y concordia general.

Desde el momento que un hombre tenga lo necesario para la subsistencia y para la prosperidad suya y de su familia, y reciba la justa remuneración por su trabajo, no tiene derecho a deplorar que otras personas o familias posean más.

Si lo deplora, peca por orgullo y por envidia.

Por orgullo, no aceptando la voluntad de Dios que creó hombres con capacidad física o intelectual desiguales, dando así origen a la desigualdad de bienes.

Por envidia, al sentirse triste y lleno de rebeldía ante el hecho de que otro posea legítimamente mayores bienes, de cualquier naturaleza que sean.

El amor al prójimo manda a quien tiene menos, que se alegre porque otros tienen más.

Y que acepte sus propias condiciones alegremente, si son justas y dignas.

 

COMENTARIO

Se podría objetar el principio contenido en la proposición afirmada. Si todos tuvieran que contentarse con lo que tienen, siéndoles esto suficiente, nadie tendría derecho a elevarse en el cuerpo social. ¿El Evangelio conduciría entonces a un odioso régimen de castas? ¿O a un vergonzoso estancamiento de los hombres de capacidad relevante, nacidos en condiciones humildes? ¿Quedaría el País privado de aprovechar estos valores? Es fácil responder.

 1. — Legítima elevación individual

Tender a mejorar es inherente a todo cuanto tiene vida, El primer progreso a que cada uno debe tender es el espiritual e intelectual. Así, a medida que el hombre vive, debe ir creciendo en virtud e inteligencia. Al mismo tiempo, nace en él un deseo recto de alcanzar más decoro y bienestar para su existencia. Por el trabajo consigue los medios económicos para ese fin. Y con la elevación de su nivel personal y del ambiente en que vive, su reputación social también crece.

Hay veces en que el hombre, buscando los medios de subsistencia, encuentra abierta la puerta de acceso a la fortuna. Es su situación material la que mejora. Pero él tiene que sentir el deseo de ponerse a la altura de la situación conquistada, elevándose a sí mismo y a los suyos, en virtud y cultura, las cuales les serán una base más preciosa y respetable que el simple hecho material de poseer oro.

Obrando así, no hay envidia, pues no hay pesar por lo que los otros tienen. No hay orgullo, porque el hombre no quiere más que lo que le corresponde. El hombre va mereciendo y en esta medida va teniendo más. O si va teniendo más, va cuidando de ponerse a la altura de lo que tiene.

 2. — Elevación legítima de familias y clases

En la historia, tal movimiento ascensional es lento, profundo y de gran fecundidad. En general se transmite de padres a hijos y así va elevando a las familias.

Este movimiento no anima habitualmente sólo a esta o aquella familia, sino a toda una clase social. Muy legítimamente, las clases —aun las más humildes— pueden, pues, tender a subir.

Puesto que debe haber varias clases en un cuerpo social normalmente constituido [43], esta elevación, se dirá, llevaría consigo la extinción de las inferiores, que a medida que suban se confundirían con las superiores. Tal consecuencia no se ha de temer en una saludable elevación de las clases sociales. La nivelación por arriba, es tan imposible, como la nivelación por abajo.

Este movimiento ascensional de clases enteras consiste, por regla general, en que cada cual en su clase, y cada clase en el país, progrese en un movimiento único que lleve para adelante todas las clases. Así el tenor del valor moral, de la cultura popular de buena ley, del gusto, de la capacidad técnica, debe crecer a lo largo de las generaciones de pequeños propietarios, como ha crecido magníficamente, por ejemplo, en los campesinos europeos, desde las invasiones bárbaras hasta nuestros días. Pero estas calidades, en este movimiento ascensional, se deberán ir intensificando también en las demás clases sociales. La sociedad, como un cuerpo vivo, progresará así proporcionadamente, al impulso de una única fuerza de crecimiento.

 3 — Elevación individual y clases sociales

Entonces, ¿no podrá una persona ascender de clase social? Ciertamente, sí. En todas las clases nacen a veces individuos de un valor que —en mayor o menor medida— supera la media. Estos tienen una justa y sensata noción de su capacidad, noción ésta muy distinta de las ilusiones que algún infatuado tenga de sí mismo. Aquellos están en su derecho, deseando elevarse. No los mueve el orgullo, pues quieren lo que merecen —porque sienten dentro de sí el latir de su propia capacidad— y no lo que no merecen. No los mueve la envidia, puesto que no quieren ofender ni despojar a nadie. La virtud que lleva al hombre a aspirar a los honores en la convivencia social se llama, en sabrosa expresión de Santo Tomás de Aquino, “magnanimidad”, esto es, grandeza de alma [44]. El deseo de elevación social participa de esa virtud.

Estos ascensos sociales que elevarán a algunos a las esferas más próximas, y a otros a las cumbres del cuerpo social, deben encontrar permeables las clases superiores, para las cuales esos elementos nuevos son otras tantas células vivas para sustituir las que se desgastan.

 4. — Depuración de las élites

En efecto, si en cada clase social la estabilidad es un bien, debe haber en ella, además de la puerta por donde se entra, la puerta por donde se sale.

Los individuos o las familias que degeneran merecen caer, y por regla general, caen.

Como el cuerpo humano, que se conserva el mismo a lo largo de la vida, pero adquiere y pierde continuamente partes insignificantes de sus elementos, así también las varias clases del cuerpo social deben ser estables a lo largo del tiempo y de las generaciones, pero siempre asimilando y eliminando paulatinamente algunos de sus elementos.

 5. — Estabilidad y mutabilidad de élites

Cuando esta incorporación o este desgaste se tornan demasiado frecuentes, o demasiado raros, es señal de que hay algo enfermo en el cuerpo social. En efecto, normalmente los hombres de valor relevante existen y deben subir; y si no suben, es porque alguna cosa errada les impide hacerlo. Pero, por otra parte, siendo excepciones, no deben ser demasiados los que suben. Si son muchos, es señal de que está habiendo algo que permite el ascenso de elementos sin méritos.

Recíprocamente, el desgaste paulatino de la élite es un fenómeno inevitable, y si deja de darse completamente hay en esto una anomalía. En efecto, quedan en situación de inmerecido relieve elementos que ya no se encuentran a la altura de su misión. Si por el contrario, de la élite se desprenden en gran número personas o familias, es una señal cierta de irregularidad, pues, o esa decadencia es merecida, o no lo es. Si lo es, el deterioro de la élite asumió proporción excesiva y alarmante. Si no lo es, muchos de sus elementos válidos están siendo injustamente perjudicados y toda la estructura de la clase pierde su solidez de esta manera.

Estos principios se refieren mucho más a las épocas normales de la historia, que a las épocas de cataclismo y convulsiones.

 6. — Conclusiones

Aplicando estos principios al régimen agrario, se puede afirmar que es muy deseable, y no debe ser raro, el acceso del asalariado a la condición de pequeño propietario, y, en alguna medida, el acceso del pequeño propietario a la condición de medio, y del medio a la del gran propietario. En cuanto a la elevación del gran propietario, basta decir que el aumento de la gran propiedad puede prestar servicios considerables en ciertas ocasiones. Pero debe ser excepcional. Como también debe ser posible el acceso de asalariados de real valor a la condición de grandes propietarios: hipótesis que no pertenece al campo de la quimera, pues, más de una vez, el “Rey del Café”, en el Brasil ha sido un antiguo asalariado y en escala menor, se dieron hechos semejantes. Por ejemplo, el de un gran industrial de Campos, que se complacía en declarar que había comenzado su existencia como vendedor de dulces.

*   *   *

En nuestro País ha acontecido no raras veces que propietarios medios y grandes, acumulando rendimientos y haciendo economías, en lugar de adquirir tierras vecinas para aumentar sus propiedades, prefieren aplicar sus disponibilidades en la adquisición de tierras distantes, en zonas incultas y casi inhabitadas.

De esta forma se tornan dueños de grandes áreas, y a veces inmensas. Mientras que las sumas así aplicadas no resulten de una retribución insuficiente de sus trabajadores, nadie puede ver en esto un fenómeno censurable. Muy al contrario, es un índice de legítima pujanza y garantía de progreso, tanto más cuando es conocida la particular eficiencia de la gran propiedad en la tarea de conquista y colonización del “hinterland”

 

TEXTOS PONTIFICIOS

 León XIII describe el deseo intemperante de mejorar la propia condición

León XIII

Lamentamos ...que una llaga verdaderamente profunda haya herido el cuerpo social desde que se comenzó a descuidar los deberes y las virtudes que fueron el ornamento de la vida simple y común... Los operarios se separaron de su propio ministerio, huyen del trabajo, y, descontentos con su suerte, levantan su mirada a metas demasiado altas y aspiran a una inconsiderada repartición de bienes [45].

 El legítimo deseo de elevación y el apego a los bienes de la tierra

Pío XI

…los pobres, a su vez, aunque se esfuercen, según las leyes de la caridad y de la justicia, por proveerse de lo necesario y aun por mejorar de condición, deben también permanecer siempre ‘pobres de espíritu’ (Mt. 5, 3), estimando más los bienes espirituales que los bienes y goces terrenos. Recuerden, además, que nunca se conseguirá hacer desaparecer del mundo las miserias, los dolores, las tribulaciones, a que están sujetos también los que exteriormente aparecen muy felices. Todos, pues, necesitan la paciencia, esa paciencia cristiana con que se eleva el corazón hacia las divinas promesas de una felicidad eterna [46].

 El deseo de mejores condiciones de vida y la felicidad terrena

León XIII

Y por lo que al trabajo corporal toca, ni aun en el estado de la inocencia había de estar el hombre completamente ocioso; mas lo que para esparcimiento del ánimo habría entonces libremente buscado la voluntad, eso mismo después por necesidad, y no sin fatiga, tuvo que hacer en expiación de su pecado. Maldita será la tierra en tu obra; con afanes comerás de ella todos los días de tu vida (Gen. 3, 17). Y del mismo modo no han de tener fin en este mundo las otras penalidades porque los males que al pecado siguieron son ásperos de sufrir, duros y difíciles, y de necesidad han de acompañar al hombre hasta lo último de su vida. Así que sufrir y padecer es la suerte del hombre, y por más experiencias y tentativas que el hombre haga, con ninguna fuerza, con ninguna industria podrá arrancar enteramente de la vida humana estas incomodidades. Los que dicen que lo pueden hacer, los que al desgraciado pueblo prometen una vida exenta de toda fatiga y dolor y regalada con holganza e incesantes placeres, lo inducen a error, lo engañan con fraude de que brotarán algún día males mayores que los presentes [47].

 El trabajador manual no debe avergonzarse de permanecer en su condición

León XIII

Que si se tiene en cuenta la razón natural y la filosofía cristiana, no es vergonzoso para el hombre ni le rebaja el ejercer un oficio por salario, pues le habilita el tal oficio para poder honradamente sustentar su vida [48].

 Describiendo la elevación lenta de los pueblos bajo el influjo de la Iglesia, así se expresa San Pío X

San Pío X

La Iglesia, al predicar a Cristo crucificado, escándalo y locura a los ojos del mundo (I Cor. 1, 23), vino a ser la primera inspiradora y fautora de la civilización, y la difundió doquiera que predicaron sus apóstoles, conservando y perfeccionando los buenos elementos de las antiguas civilizaciones paganas, arrancando a la barbarie y adiestrando para la vida civil a los nuevos pueblos que se guarecían al amparo de su seno maternal, y dando a toda la sociedad, aunque poco a poco, pero con pasos seguros y siempre progresivos, aquel sello tan realzado que se conserva universalmente hasta el día de hoy. La civilización del mundo es civilización cristiana: tanto más verdadera, durable y fecunda en preciosos frutos, cuanto más genuinamente cristiana; tanto más declina, con daño inmenso del bienestar social, cuanto más se sustrae a la idea cristiana. Así que aun por la misma fuerza intrínseca de las cosas, la Iglesia, de hecho, llegó a ser la guardiana y defensora de la civilización cristiana. Tal hecho fue reconocido y admitido en otros siglos de la historia y hasta formó el fundamento inquebrantable de las legislaciones civiles [49].

 

Proposición 4

IMPUGNADA

AFIRMADA

El Evangelio recomienda el desapego de los bienes de la tierra [50]. Así una sociedad verdaderamente cristiana debe condenar el uso de todo cuanto sea superfluo para la subsistencia. Joyas, encajes, sedas y terciopelos carísimos, habitaciones innecesariamente espaciosas y llenas de adornos, comida rebuscada, vinos preciosos, vida social ceremoniosa y complicada, todo esto es opuesto a la simplicidad evangélica. Jesucristo deseó para sus fieles un tenor de existencia simple e igualitario.

A este ideal conduce el régimen de la pequeña propiedad.

Por el contrario, las propiedades media y grande conducen forzosamente a los excesos arriba apuntados.

El Evangelio recomienda el desapego de los bienes de la tierra. Ese desapego no significa que el hombre deba evitar su uso, sino solamente que los debe usar con superioridad y fuerza de alma, así como con templanza cristiana, en lugar de dejarse esclavizar por ellos.

Cuando el hombre no procede así, y hace mal uso de bienes, el mal no está en los bienes sino en él. Así, por ejemplo, el mal del borracho, está en sí mismo y no en el vino precioso con que se embriaga Tanto es así que muchos son los que beben vinos de la mejor calidad y no abusan de ellos. Lo mismo se puede decir de los otros bienes. La música, por ejemplo, ha sufrido muchas deformaciones abominables en las épocas de decadencia. No es el caso, por eso, de renunciar a ella bajo el pretexto de que corrompe. Hay que hacer buena música, y de la mejor, y usarla para el bien.

En el Universo, todo fue admirablemente dispuesto por Dios, y no hay nada que no tenga su razón de ser. Sería inconcebible que el oro, las pedrerías, la materia prima de los tejidos preciosos, etc., fueran excepción a la regla. Existen, por designio de la voluntad divina, para un justo deleite de los sentidos, al mismo título que un hermoso panorama, el aire puro, las flores, etc. Y además de eso, son medios para adornar y elevar la existencia cotidiana de los hombres, afinarlos en la cultura, y hacerles conocer la grandeza, la sabiduría y el amor de Dios.

Fue con este espíritu con que la Iglesia utilizó siempre estos bienes para lo que tiene de más sagrado: el culto divino. Lo que no habría hecho de ningún modo si en esto se transgrediera la voluntad de su Fundador.

Y en todos los tiempos ella estimuló a los individuos, las familias, las instituciones y las naciones, para que, con la misma templanza, siguieran su ejemplo, adornando y dignificando así, para la grandeza espiritual y el bien material de los hombres, los ambientes de la vida doméstica o pública.

Es por esto que le ha sido dado muy justamente el título de benemérita de la cultura, del arte y de la civilización.

Una de las ventajas de una  armoniosa desigualdad de bienes, está precisamente en permitir, en las clases más altas, un florecimiento particularmente espléndido de las artes, de la cultura, de la cortesía, etcétera, que de ellos rebosa después sobre todo el cuerpo social.

 

COMENTARIO

 1. — “Complejo” de “simplismo”

¿Cómo se explica que la proposición impugnada encuentre acogida entre tantas personas respetables por su buen proceder?

Siempre que, en determinada situación, se forma una clase social rica y corrompida, ella usa de la riqueza para satisfacer su depravación. Para el hombre depravado, en efecto, todo es instrumento y ocasión para el mal. El salvaje de ciertas tribus, por ejemplo, mata o roba porque es pobre. Entre los civilizados hay quien roba porque la riqueza le da impunidad.

Nace, pues, de las clases ricas y corrompidas un lujo excesivo y hasta extravagante, en que los productos más quintaesenciados de la naturaleza o de la industria humana son reunidos sin la menor consideración para con los verdaderos bienes del alma, y con el único fin de saciar una sed inagotable de deleites de los potentados del momento: nobles, burgueses de buena estirpe o “parvenus”, demagogos plebeyos que lograron la cumbre de la riqueza o del poder, etc. Este abuso se torna tanto más odioso cuanto coincide a veces con la existencia de una clase reducida a una injusta indigencia. De ahí el hecho de que, para muchos la palabra “lujo” viene siempre conjugada con la idea de depravación y excesiva concentración de fortunas.

Por motivos bien comprensibles, entre los cuales una justa indignación se une no raramente con la envidia y la rebeldía, tan fáciles de germinar en nuestro ambiente igualitario, se forma en sentido contrario una reacción de “complejo” de “simplismo”.

 2. — “Simplismo” y espíritu protestante

Es curioso notar que la tesis impugnada es vieja y tiene resabios de protestantismo.

Reacciones así ya se dieron en otras épocas. Sectas protestantes hubo que, como réplica a la justa pompa de las ceremonias litúrgicas de la Iglesia Católica, y a la vida personal indebidamente regalada de ciertos Prelados, instituyeron un culto sin arte, sin esplendor, ni expresión del alma. Para dar otro ejemplo, las campañas de total abstención del alcohol, de inspiración protestante, proceden de la idea de que el mal está en el alcohol y no en la flaqueza del ebrio. Ahora bien, Jesucristo instituyó el vino como materia de la transubstanciación. La Escritura afirma que, tomado con moderación, el vino “alegra el corazón del justo [51]. Y hay bebidas alcohólicas que fueron inventadas o son elaboradas por Órdenes Religiosas. Lo mismo puede decirse de Otros bienes.

 3. — La Iglesia, protectora de la civilización contra el “simplismo”

¿No habrá cierto optimismo ingenuo en la posición de la Iglesia?

Ella no ignora la flaqueza humana. Pero tampoco la exagera. Y sobre todo, confía en la gracia para tornar al hombre verdaderamente temperante.

Según ella enseña, las magnificencias de la naturaleza y arte, bien utilizadas por el hombre temperante, constituyen medios de elevarlo a Dios. Sin duda fueron utilizadas en este sentido por muchas personas que vivieron en medio de objetos del más exquisito lujo, y hoy están en la gloria de los altares: Papas, Reyes, Cardenales, Príncipes, nobles y otros grandes de la tierra.

Si el hombre debiera alejarse de todo cuanto para un alma equilibrada constituye ocasión remota, y no próxima, de pecado —no sólo los bienes placenteros del arte o de la industria, sino también los bellos panoramas, que remotamente pueden inducir a la disipación, y las regiones cuya hartura es capaz de llevar indirectamente a la pereza— sería la muerte de la cultura y de la civilización.

 4. — Santidad no es “simplismo”

Pero, dirá alguno, ¿la Iglesia no recomienda la penitencia y el renunciamiento de los bienes de la tierra? ¿No fueron muchos los santos que, para santificarse, dejaron todas estas cosas?

Es cierto. La Iglesia tiene recomendado a los hombres la abstención, a título de penitencia, de los bienes de este mundo. La necesidad de penitencia no resulta de cualquier mal existente en esos bienes, sino del desajuste de la naturaleza humana como consecuencia del pecado original y de los pecados actuales. La abstención de los bienes terrenos sirve para dominar las pasiones desordenadas y mantener al hombre en las vías de la templanza. Además de este efecto medicinal, la penitencia tiene también la finalidad de expiar, ante la justicia de Dios, las faltas cometidas por quien la practica, o por el prójimo. Y, en este sentido, es también indispensable para la vida cristiana.

Muchos son los caminos que llevan al Cielo. Algunos son excepcionales e impresionan mucho: el abandono de todas las riquezas, por ejemplo; otros son para la mayoría, e impresionan menos: el buen uso de las riquezas es uno de ellos. Pero tanto los unos como los otros conducen a Dios y fueron trillados por los Santos.

Un ejemplo sacado de otro campo aclarará al asunto. San Pablo afirma la superioridad del celibato sobre el casamiento [52]. La Iglesia favorece y glorifica de todos los modos posibles la castidad perfecta. Para mantenerla, organiza Órdenes y congregaciones de ambos sexos. Ella la exige de sus ministros. En nuestros días, Pío XII escribió una Encíclica especial para declarar una vez más que el celibato es superior al estado matrimonial [53], y en ella alabó a los fieles que, deseosos de consagrarse a la Acción Católica, quisiesen mantenerse célibes para mejor servir a la Iglesia [54]. Dio ejemplo de esto, entre otros, Contardo Ferrini, profesor universitario del siglo pasado, beatificado por Pío XI.

Pero esa es una vía excepcional, para unos pocos. La inmensa mayoría hará la voluntad de Dios por medio del sacramento del Matrimonio, asumiendo los encargos santos y respetables de la vida familiar. De esta forma muchos han llegado a los altares.

Es obvio, en consecuencia, que entre celibato y casamiento no hay contradicción.

Así también, entre el abandono completo de las riquezas, en la vida del claustro, y el uso virtuoso de ellas en el mundo, no hay contradicción. Como tampoco hay contradicción entre la penitencia que todo católico debe practicar, y el progreso de la civilización, que trae consigo el uso de los bienes espirituales y materiales siempre más excelentes y abundantes.

 5. — Lujo proporcionado en todas las clases

Una última observación: es sobre la palabra “lujo”. En nuestro idioma tiene dos matices, uno de los cuales, peyorativo, afín con el concepto de lujuria. Mas la palabra tiene también un sentido honesto, que queremos hacer resaltar.

El lujo recto consiste en la abundancia y en el primor, subordinados a las leyes de la moral y de la estética, de los bienes convenientes a la existencia. El lujo es, por tanto, más que la posesión de lo estrictamente suficiente. Un cuadro maestro, no es necesario, pero sí conveniente para una vida apacible.

¿En qué medida puede el hombre tener, además de lo necesario lo conveniente? En la medida que lo permita su situación patrimonial, y mientras la acumulación de bienes simplemente convenientes en sus manos no coexista con la miseria de otros. Porque en este caso, observando las exigencias del decoro, de la justicia y de la caridad, debe dar con largueza de lo que es suyo.

Y si alguno tiene lujo en la medida de lo que puede, sin faltar a los deberes para con el prójimo, su lujo no puede ser considerado como contrario a los derechos de la sociedad ni de terceros.

Los bienes que hacen la vida apacible y decorosa, y que son considerados de lujo, no deben ser privilegio de una clase social. En este sentido, también debe existir el lujo entre los propietarios medios y pequeños y hasta en el asalariado. Un lujo, entiéndase bien, proporcionado y auténtico. No el de las bagatelas efímeras y costosas con que una persona se permite pasar durante unos días por perteneciente a una clase superior a la propia. Sino el lujo por el cual el hombre manifiesta su propia dignidad y la de su clase, y muestra cuánto se ufana en pertenecer a ésta, por modesta que sea. Es éste uno de los más bellos aspectos del ideal de elevación de las clases trabajadoras rurales. Que esta elevación es posible, lo dice el lujo popular de los campesinos de ciertas regiones de Europa, provistos de muebles labrados, de tejidos de terciopelo, de joyas de oro, todo de delicioso y auténtico gusto campesino.

¿Cómo alcanzar este ideal, en las actuales condiciones económicas, marcadas por la producción en serie de artículos efímeros? Este es un problema que a los especialistas toca resolver. El principio de que debe haber un lujo popular auténtico, corresponde a una necesidad de la naturaleza humana, que conviene recordar aquí, y que de un modo u otro debe ser tomada en consideración.

 6. — Lujo familiar

El lujo recto debe ser una situación propia a toda la familia, y no solamente al individuo. El supone, pues, algo de continuidad familiar a través de las generaciones, y resulta en parte de la transmisión de padre a hijo — según la medida posible en cada clase social — de objetos duraderos y decorosos. Este es uno de los elementos más eficientes para la formación de una tradición familiar, y es necesario no privar a la civilización de las  ventajas estupendas que de ahí provienen.

 7. — Conclusión

La desigualdad de las propiedades rurales proporciona un medio para que los grandes y medianos propietarios dispongan de la holgura necesaria a fin de organizar, para el incremento de la civilización cristiana, dentro del camino de la virtud, de un tenor de vida especialmente decoroso y dignificante.

 8. — Críticas inevitables a la doctrina de la Iglesia

La posición equilibrada de la doctrina católica, igualmente distante de un “simplismo” de sabor protestante, opuesto a la civilización, y de un amoralismo sensual en el uso de los bienes terrenos, ha suscitado en todos los tiempos la risa sarcástica e incomprensiva del anticlericalismo.

Los “simplistas” la acusan de pactar con la sensualidad del mundo, aprobando el lujo, el uso de vinos y manjares costosos.

Los mundanos la acusan de no tolerar las flaquezas de los hombres, y tornar así la vida imposible.

No hay medio de evitar esa doble censura de la impiedad A ese respecto dice Nuestro Señor que vino San Juan Bautista con ayunos y penitencias y dijeron: “tiene el demonio”. El Hijo del Hombre, porque come y bebe, es llamado glotón [55].

*   *   *

Pero, dirá alguno, ¿la parábola de Lázaro y el rico opulento [56] no prueba precisamente que la opulencia lleva a la perdición?

Este texto evangélico es definitivo para probar cómo no todo hombre opulento se condena, sino sólo el que es malo. La Parábola nos muestra al mal rico en el infierno. Lázaro, el pobre bueno, va hacia el seno de Abraham. Ahora bien, ¿quién era Abraham? Según dice la Escritura era un hombre que vivió en la opulencia [57]. El pobre bueno reposando junto al buen rico: he ahí la imagen conmovedora de la paz social.

 

TEXTOS PONTIFICIOS

 El buen y mal uso de los objetos preciosos según la doctrina católica

Pío XII

No sería justo juzgarla (a saber: la profesión de orfebre) en sí misma inútil o nociva, y ver en ella una injuria a la pobreza, casi un desafío lanzado a los que no pueden tener parte en ello. Sin duda, en este campo más que en otros, es fácil el abuso. Frecuentemente, no obstante los límites que la conciencia recta fija para el uso de las riquezas, se ve a algunos hacer alarde de un lujo provocante, sin ningún significado razonable y destinado solamente a la satisfacción de la vanidad que ignora, y por lo mismo insulta, los sufrimientos y las necesidades de los pobres. Por otra parte sería injusto condenar la producción y el uso de los objetos preciosos, siempre que correspondan a un fin honesto y conforme a los preceptos de la ley moral. Todo cuanto contribuye al esplendor de la vida social, todo cuanto pone de relieve los aspectos de alegría y solemnidad, todo cuanto hace resplandecer en las cosas materiales la perennidad y la nobleza del espíritu, merece ser respetado y apreciado [58].

 Trajes ostentativos: un mal. El brillo de los trajes: un bien

Pío XII

“Si por una parte debe condenarse la vana ostentación, de otro se encuentra enteramente normal que el hombre se preocupe de realzar, por brillo exterior de los trajes, las circunstancias extraordinarias de la vida y en demostrar por ese medio sus sentimientos de alegría, de altivez o aun de tristeza” [59].

 También la existencia típicamente popular debe tener vida y esplendor

Pío XII

Aquí es donde el folklore toma su verdadera significación. En una sociedad que ignora las tradiciones más sanas y más fecundas, esfuérzase él por conservar una continuidad viviente, no impuesta del exterior, sino nacida del alma profunda de las generaciones que en él reconocen una como expresión de sus aspiraciones propias, de sus creencias, de sus deseos y de sus pesares, de los recuerdos gloriosos del pasado y de las esperanzas del porvenir. Los recursos íntimos de un pueblo se traducen muy naturalmente en el conjunto de sus costumbres, en narraciones, leyendas, juegos y desfiles, donde se manifiestan el esplendor de los vestidos y la originalidad de los grupos y de las figuras. Las almas que permanecen en contacto permanente con las duras exigencias de la vida, poseen con frecuencia instintivamente un sentido artístico que de una materia sencilla llega a sacar magníficos resultados. En estas fiestas populares en las que el folklore de buena ley tiene el lugar que le corresponde, cada uno goza del patrimonio común y aún se enriquece más si consiente en aportar a él su parte [60].

 El lujo exagerado y corrompido, causa de luchas sociales

Benedicto XV

…lo que Nos vemos en general es que, en cuanto por un lado no se tiene ningún comedimiento en acumular riquezas, por otro lado, falta aquella resignación de otrora en soportar las incomodidades que acostumbran acompañar la pobreza y la miseria; y, mientras entre los proletarios y los ricos ya existen aquellos conflictos de que hablamos, para agudizar más aún la aversión de los indigentes se acrecienta ese lujo inmoderado de muchos, unido a una impudente licencia [61].

 La Iglesia alaba la castidad perfecta hasta para los legos

Pío XII

La castidad perfecta es la materia de uno de los tres votos que constituyen el estado religioso (Cfr. C. I. C., can. 487) y es exigido a los clérigos de la Iglesia latina ordenados in Sacris (Cfr. C. I. C., can. 132, §1) y a los miembros de los Institutos seculares (Cfr. Const. Apost. Provida Mater, art. III, §2; A.A.S., vol. XXXIX, 1947, pág. 121); pero también es practicada por numerosos seglares, hombres y mujeres que, aun viviendo fuera del estado público de perfección, renuncian por completo, o de propósito, o por voto privado, al matrimonio y a los placeres de la carne a fin de poder servir más libremente a su prójimo y unirse a Dios más fácil e íntimamente.

A todos los amadísimos hijos e hijas que de algún modo han consagrado a Dios su cuerpo y su alma, volvemos Nuestro paternal corazón y les exhortamos vivamente a que se afiancen en su santo propósito y lo cumplan con diligencia [62].

 

Proposición 5

IMPUGNADA

AFIRMADA

La “Reforma Agraria Socialista” privará, por cierto, a muchas personas de la vida regalada de que disfrutan. Pero, sujetándolas a condiciones de existencia soportables para todos, ningún perjuicio real traerá para ellas y, por tanto, no será injusta.

La justicia no consiste sólo en que todos tengan condiciones de vida dignas, sino también en que, aseguradas estas condiciones para todos, tengan más los que por su trabajo o por otro camino legítimo, como la herencia, adquieran más.

 

COMENTARIO

 No se puede permitir en términos de doctrina católica, que la desigualdad entre los hombres llegue al punto de estar uno en inmerecida pobreza porque otros, movidos por el afán desordenado de riquezas y sed de lujo, les nieguen lo necesario para mantenerse — así como a sus familias — con su salario, en nivel suficiente y digno. Esta injusticia lleva a una desigualdad desproporcionada, y constituye uno de los cuatro pecados que claman al cielo y piden venganza a Dios.

Este principio es fácil de admitir.

Cuando se da una situación de inmerecida pobreza, ¿cuál es el deber de los que tienen más que lo necesario? Lo dice León XIII:

Nadie, en verdad, es obligado a auxiliar a los demás privándose de lo que para sí necesitare o para los suyos, ni aun a suprimir algo de lo que es conveniente o debido al decoro propio, pues nadie puede dejar de vivir como a su estado convenga (Santo Tomás, Suma Teológica, IIa. IIae., q. 32, a. 6, c.). Pero, una vez satisfecha la necesidad y la conveniencia, es un deber el socorrer a los necesitados con lo superfluo: Lo que sobrare dadlo en limosna (Lc. 11, 41). Exceptuados los casos de verdadera y extrema necesidad, aquí ya no se trata de obligaciones de justicia, sino de caridad cristiana, cuyo cumplimiento no se puede —ciertamente— exigir jurídicamente. Mas, por encima de las leyes y de los juicios de los hombres están la ley y el juicio de Cristo [63].

Es natural que, en los casos en que se trate de un deber de justicia, toca a la ley —observada la prudencia que le debe ser siempre inherente— obligar al cumplimiento de ese deber.

Pero de ahí a pensar que, siempre que una persona tiene una vida sobrada, ningún mal hay en que la ley le quite algo en favor de los que tienen menos —y esto sin distinguir siquiera si los que tienen menos, tienen o no lo necesario— es realmente negar en su raíz el derecho de propiedad, en holocausto al más radical igualitarismo.

Admitido esto, privar a un hombre o a una familia de lo que legítimamente le pertenece, de la situación patrimonial correspondiente a su nivel de educación, y a los hábitos que en consecuencia adquirió, es injusticia gravísima. Y esto aunque la persona así despojada no muera de hambre en su nueva posición.

*   *   *

Además, en ésta como en casi todas las siguientes proposiciones impugnadas, se nota, explícito o implícito, el principio totalitario, común a los nazistas, socialistas y comunistas, de que el Estado puede todo, y por tanto, tiene a su alcance abolir o modificar a su antojo el derecho de propiedad.

Esta posición es condenada por la Iglesia, que considera ciertos derechos —la propiedad, la familia, etc.— como anteriores y superiores al Estado.

 

TEXTOS PONTIFICIOS

 Ultra-ricos y multitud de pobres

Pío XI

Refiriéndose, no a la agricultura en particular, sino a la economía contemporánea en general, Pío XI dijo: “Hoy, sin embargo, observando el enorme contraste entre el pequeño número de los ultra-ricos y la multitud innumerable de los pobres, no hay hombre prudente que no reconozca los gravísimos inconvenientes de la actual repartición de la riqueza [64].

Aprobar que haya clases desiguales, grandes y pequeños, patronos y empleados, fortunas grandes, medias y pequeñas, y, en fin, personas y familias que vivan digna y suficientemente de sus salarios, no es aprobar la coexistencia de “ultra-ricos” e indigentes.

 Ya disminuyeron en algunos lugares las exageradas diferencias de clase

Juan XXIII

Debemos reconocer, y esto es un buen auspicio, que desde hace algún tiempo se asiste, en algunas partes, a una situación menos acerba, menos rígida entre las diversas clases sociales, como ya lo observaba Nuestro mediato Predecesor hablando a los católicos de Alemania: “La tremenda catástrofe de la última guerra que se abatió sobre vosotros ha producido, por lo menos, el beneficio de que en muchos grupos sociales de vuestra nación, libres de prejuicio y del egoísmo de clase, las diferencias de clase se han mitigado algo, engranando mejor los unos con los otros. La desgracia común, es maestra de una amarga pero saludable enseñanza” (Radiomensaje al 73º Congreso de los Católicos Alemanes, 1949).

En realidad hoy se han atenuado las distancias entre las clases, porque no restan solamente las dos clases de capitalistas y trabajadores y habiéndose multiplicado, se ha facilitado a todos el acceso a ellas; y los que se distinguen por su laboriosidad y habilidad pueden ascender en la sociedad civil a grados más elevados.

Por lo que se refiere más directamente al mundo del trabajo, es consolador pensar que esos movimientos surgidos recientemente para humanizar las condiciones en las fábricas y en los demás campos de trabajo hacen que los obreros sean considerados en un plano más elevado y digno que el de lo exclusivamente económico [65].

 Las desigualdades sociales deben ser armónicas

León XIII

León XIII se refiere a los “…derechos y obligaciones, por cuya observancia, las dos clases sociales de ciudadanos, la que dispone del capital y la que dispone del trabajo, deben mantener armonía entre sí [66].

 Los pobres, víctimas principales de la demagogia

Pío XI

Los pobres, en efecto, son los que están más expuestos a las insidias de los agitadores, que explotan su desgraciada condición para encender la envidia contra los ricos y excitarlos a tomar por la fuerza lo que les parece que la fortuna les ha negado injustamente [67].

 Defender a los pobres, sin provocar el odio a las clases superiores

San Pío X

La proposición impugnada destila envidia contra las clases superiores y por esta razón es particularmente censurable:

...Los escritores católicos, al defender la causa de los proletarios y de los pobres, deben abstenerse de palabras y de frases que podrían inspirar al pueblo la aversión por las clases superiores de la sociedad. No se hable, pues, de reivindicación y de justicia cuando se trata de simple caridad, ... Recuerden que Jesucristo quiso reunir a todos los hombres por los lazos de amor mutuo, que es la perfección de la justicia e incluye la obligación de trabajar para el bien recíproco [68].

 

 

Proposición 6

IMPUGNADA

AFIRMADA

El régimen del salariado es en sí mismo injusto y contrario a la dignidad humana. Lo normal es que el hombre, por naturaleza libre e igual a todos los demás hombres, no tenga patronos y se beneficie de todo el fruto de su labor.

Vivir de salario, dependiendo de otros, es vergonzoso. Ceder una parte del producto de su trabajo al dueño de una tierra que Dios hizo para todos, es odioso.

Cada cual debe ser propietario de la tierra que cultiva. Si no se dividen inmediatamente las tierras, aplíquese por lo menos al campo el principio de la participación de los trabajadores en el beneficio, en la gestión y en la propiedad de la empresa.

El régimen del salariado respeta los derechos del propietario legítimo y del trabajador. Es, pues, justo en sí, y se perfecciona, a veces con el régimen de la aparcería agrícola.

No es vergonzoso tener patrono. El hombre humilde acepta, hasta de buen grado, la autoridad de sus superiores. Tal es la voluntad de Dios, y San Pablo mandó que se les prestase obediencia [69].

En cuanto a la participación en los beneficios, en la gestión y en la propiedad, es muy deseable en los casos, más o menos raros o frecuentes, conforme a los tiempos y lugares, en que sea viable. Por esto la ley puede favorecerla, pero nunca imponerla.

 

COMENTARIO

 1. — Derecho del hombre al fruto de su trabajo

Vimos la legitimidad del derecho de propiedad según la doctrina de la Iglesia [70]. El hombre tiene derecho absoluto sobre lo que produce su actividad, y, por lo tanto, sobre lo que gana, economiza y acumula. En este sentido, dice de modo muy expresivo León XIII, el capital no es sino el mismo “salario bajo otra forma [71]. Pero el trabajo no es la única fuente de propiedad. El hombre tiene igualmente el derecho de apropiarse de los bienes muebles e inmuebles que no tienen dueño.

 2. — Dar trabajo es hacer un beneficio

Admitida así la legitimidad de la institución de la propiedad privada que procede de la naturaleza, y, por tanto, de Dios, Autor del universo, es fácil ver que el propietario, cuando acepta a otro para trabajar en su tierra, le presta un beneficio. Y si paga el trabajo justa y debidamente, procede de modo recto.

Los comunistas y socialistas consideran injusto que el empleado no se quede con todo el fruto de su trabajo, esto es, con toda la cosecha. En la lógica de su sistema, que niega la propiedad, tienen razón. Pero como la propiedad privada es legítima, caen por tierra todas sus conclusiones basadas en esta injusticia.

 3. — Legitimidad del régimen del salariado

El régimen del salariado es, pues, justo en sí.

El hecho de ser este régimen justo en tesis, no significa que no pueda haber injusticias concretas en su aplicación. Ya que  todo hombre tiene derecho a constituir una familia y mantenerla con su trabajo, su salario, además de ser proporcional a éste, debe bastarle para aquello. Es el salario familiar y mínimo definido por Pío XI [72].

 4. — La ley no puede imponer el régimen de participación

En cuanto a la participación de los trabajadores rurales en los beneficios, en la gestión y en la propiedad de la empresa, ofrecerá ventajas en algunos casos, y también inconvenientes verdaderos en otros. La ley no puede, por tanto, imponer esta forma. Por otra parte, ¿cómo podría el Estado, sin indemnización, y aún con ella, decretar la participación de terceros en bienes que no le pertenecen? ¿Y cómo podría imponer al propietario una sociedad en la que el obrero participe de los beneficios de la propiedad, pero al mismo tiempo no se puede ni se debe querer que éste —cuya situación económica habitualmente no puede responder a esto— participe de los riesgos y perjuicios? [73].

 

TEXTOS PONTIFICIOS

 La propiedad privada es esencial al bien común

Pío XI

…la propia naturaleza exige la repartición de los bienes en dominios particulares, precisamente a fin de que las cosas creadas sirvan al bien común de modo ordenado y constante [74].

 La propiedad privada resulta de la misma naturaleza

León XIII

Poseer algunos bienes en particular, es, como poco antes hemos visto, derecho natural al hombre; y usar de ese derecho, mayormente cuando se vive en sociedad, no sólo es lícito, sino absolutamente necesario [75].

 El derecho del trabajador al salario da origen a la propiedad privada

León XIII

A la verdad, todos fácilmente entienden que la causa principal de emplear su trabajo los que se ocupan en algún arte lucrativo, y el fin a que próximamente mira el operario son estos: procurarse alguna cosa y poseerla como propia suya con derecho propio y personal. Porque si el obrero presta a otro sus fuerzas y su industria, las presta con el fin de alcanzar lo necesario para vivir y sustentarse; y por esto con el trabajo que de su parte pone, adquiere un derecho verdadero y perfecto, no sólo para exigir su salario, sino para hacer de éste el uso que quisiere. Luego, si gastando poco de ese salario ahorra algo, y para tener más seguro este ahorro, fruto de su parsimonia, lo emplea en una finca, síguese que tal finca no es más que aquel salario bajo otra forma; y, por lo tanto, la finca que el obrero así compró debe ser tan suya propia como lo era el salario que con su trabajo ganó. Ahora bien; en esto precisamente consiste, como fácilmente se deja entender, el dominio de bienes muebles o inmuebles [76].

 El hombre puede tornarse legítimamente propietario de las cosas sin dueño

Pío XI

La ocupación de una cosa sin dueño (res nullius)... son títulos originarios de propiedad. Porque a nadie se hace injuria, aunque neciamente digan algunos lo contrario, cuando se procede a ocupar lo que está a merced de todos o no pertenece a nadie [77].

 El hombre puede legítimamente tornarse propietario de la tierra

León XIII

Lo cual se ve aún más claro si se estudia en sí y más íntimamente la naturaleza del hombre. Este, porque con la inteligencia abarca cosas innumerables y a las presentes junta y enlaza las futuras, y porque además es dueño de sus acciones, por esto, sujeto a la ley eterna y a la potestad de Dios que todo lo gobierna con providencia infinita, él a sí mismo se gobierna con la providencia de que es capaz su razón, y por esto también tiene la libertad de elegir aquellas cosas que juzgue más a propósito para su propio bien, no sólo en el tiempo presente, sino aun en el que está por venir. De donde se sigue que debe el hombre tener dominio, no sólo de los frutos de la tierra, sino además de la tierra misma, porque de la tierra ve que se producen para ponerse a su servicio las cosas que él ha de necesitar en lo porvenir. Dan en cierto modo las necesidades de todo hombre perpetuas vueltas, y así, satisfechas hoy, vuelven mañana a ejercer su imperio. Debe, pues, la naturaleza haber dado al hombre algo estable y que perpetuamente dure, para que de ella perpetuamente pueda esperar el alivio de sus necesidades. Y esta perpetuidad nadie si no la tierra con sus frutos puede darla [78].

Un error: afirmar que todo el fruto del trabajo pertenece al trabajador

Pío XI

Yerran, en efecto, gravemente los que no dudan en propagar el principio corriente de que el trabajo vale tanto y debe remunerarse en tanto cuanto se estima el valor de los frutos producidos por él; y que, en consecuencia, el obrero tiene derecho a reclamar todo cuanto es producto de su trabajo[[79].

 Es justo que el propietario gane más y que los obreros puedan economizar

Pío XII

El propietario de los medios de producción, quienquiera que sea —propietario particular, asociación de obreros o fundación— debe, siempre dentro de los límites del derecho público de la economía, permanecer dueño de sus decisiones económicas. Se comprende que el beneficio que él percibe sea más elevado que el de sus colaboradores. Pero de ello se sigue que la prosperidad material de todos los miembros del pueblo, que es el fin de la economía social, le impone, a él más que a los otros, la Obligación de contribuir por el ahorro al acrecentamiento del capital nacional. Como, por otra parte, es preciso no perder de vista de cuán suma ventaja es para una sana economía social el que este acrecentamiento del capital provenga de fuentes tan numerosas como posible sea, síguese que es muy de desear que los obreros puedan participar también, por su parte, con el fruto de su ahorro en la constitución del capital nacional [80].

 El régimen del salario está conforme con la justicia

Pío XI

…los que condenan el contrato de trabajo como injusto por naturaleza y dicen que, por esa razón, ha de substituirse por el contrato de sociedad, hablan un lenguaje insostenible e injurian gravemente a Nuestro Predecesor, cuya Encíclica no sólo admite el “salariado”, sino aun se extiende largamente explicando las normas de justicia que han de regirlo [81].

 El salario debe bastar para mantener al operario

León XIII

Y así aun admitiendo que el patrono y el obrero formen por un consentimiento mutuo un pacto, y señalen concretamente la cuantía del salario es cierto que siempre entra allí un elemento de justicia natural, anterior y superior a la libre voluntad de los contrayentes, y que exige que la cantidad del salario no ha de ser inferior al mantenimiento del obrero, con tal que sea frugal y de buenas costumbres [82].

 El salario del padre de familia debe bastar para la manutención de la esposa e hijos

Pío XI

…a fin de que la sociedad civil... establezca un régimen económico y social en el que los padres de familia puedan ganar y procurarse lo necesario para alimentarse a sí mismos, a la esposa y a los hijos, según las diversas condiciones sociales y locales [83].

 La justicia no exige la participación de los obreros en los beneficios y en la propiedad de la empresa

Pío XII

Tampoco se estaría en lo cierto si se quisiera afirmar que toda empresa particular es por su naturaleza una sociedad, de suerte que las relaciones entre los participantes estén determinadas en ellas por las normas de la justicia distributiva, de manera que todos indistintamente —propietarios o no de los medios de producción— tuvieran derecho a su parte en la propiedad o por lo menos en los beneficios de la empresa. Semejante concepción parte de la hipótesis de que toda empresa entra, por su naturaleza, en la esfera de derecho público. Hipótesis inexacta: Tanto si la empresa está constituida bajo la forma de fundación o de asociación de todos los obreros cual copropietarios, como si es propiedad privada de un individuo que firma con todos sus obreros un contrato de trabajo, en un caso y en otro, entra en el orden jurídico privado de la vida económica [84].

 La justicia no exige la participación del obrero en la propiedad y en la gestión de la empresa [85]

Pío XII

Por ello se explica la insistencia de la doctrina social católica, precisamente en lo que toca al derecho de la propiedad privada. Es la razón profunda por la que tanto los Papas de las Encíclicas sociales como Nos mismo hemos rehusado el derivar directa o indirectamente de la naturaleza misma del contrato del trabajo el derecho de copropiedad del obrero en el capital de la empresa y, por lo tanto, su derecho de cogestión. Importaba negar este derecho, porque inmediatamente se seguía otro gran problema. El derecho de propiedad, en el individuo y en la familia, se deriva inmediatamente de la naturaleza de la persona, derecho, por lo tanto, unido a la dignidad de la persona humana, que lleva consigo, ciertamente, obligaciones sociales; pero el derecho, en sí, no es solamente una función social [86].

Pío XII

Un peligro similar se presenta igualmente cuando se exige que los asalariados pertenecientes a una empresa tengan en ella el derecho de gestión económica, sobre todo cuando el ejercicio de ese derecho supone, en realidad, de modo directo o indirecto, organizaciones dirigidas al margen de la empresa. Pero ni la naturaleza del contrato de trabajo ni la naturaleza de la empresa llevan por sí mismas un derecho de esta clase [87].

 El socialismo quiere quitar a los propietarios la responsabilidad por la empresa

Pío XII

Hace ya decenas de años que en la mayoría de los países (los viejos países industriales) y con frecuencia bajo el decisivo influjo del movimiento social católico, se ha formado una política social, señalada por una evolución progresiva del derecho del trabajo, y, paralelamente, por el sometimiento del propietario privado, que dispone de los medios de producción, a obligaciones jurídicas en favor del obrero. Quien quiera impulsar más adelante la política social en esta misma dirección choca, sin embargo, con un límite; es decir, allí donde surge el peligro de que la clase obrera siga a su vez los errores del capital, que consistían en sustraer, principalmente en las mayores empresas, la disposición de los medios de producción a la responsabilidad personal del propietario (individuo o sociedad) para transferirla a una responsabilidad de organizaciones anónimas colectivas.

Una mentalidad socialista se acomodaría fácilmente a semejante situación; sin embargo, ésta no dejaría de inquietar a quien conoce la importancia fundamental del derecho a la propiedad privada para favorecer las iniciativas y fijar las responsabilidades en materia de economía [88].

 Cuidado con los errores relativos a la reforma de la estructura de las empresas

Pío XII

La participación de los trabajadores en los beneficios, en la propiedad y en la gestión de la empresa, conduce normalmente a una reforma en la estructura de ésta. Pío XII previene a los fieles contra las tendencias erróneas, frecuentes en esa materia:

Se habla hoy mucho de una reforma en la estructura de la empresa, y quienes la promueven piensan, en primer lugar, en modificaciones jurídicas entre todos cuantos son sus miembros, ya sean empresarios, ya dependientes incorporados a la empresa en virtud del contrato de trabajo.

“No escapan, sin embargo, a Nuestra consideración las varias tendencias que en tales movimientos se infiltran, las cuales no aplican —como conviene— las incontestables normas del derecho natural a las mudables condiciones del tiempo, sino que simplemente las excluyen. Por eso en Nuestros discursos del 7 de mayo de 1949 a la Unión Internacional de las Asociaciones Patronales Católicas y del 3 de junio de 1950 al Congreso Internacional de Estudios Sociales, Nos Nos hemos opuesto a esas tendencias, no ya, en verdad, para favorecer los intereses materiales de un grupo más que los de otro, sino para asegurar la sinceridad y la tranquilidad de conciencia a todos aquellos a quienes atañen estos problemas [89].

 Debe mantenerse la responsabilidad privada en la empresa

Pío XII

Las reformas en la estructura de la empresa pueden conducir a la abolición de la responsabilidad privada: grave error contra el cual Pío XII previene a los fieles:

Ni podríamos ignorar las alteraciones, con las cuales se deformaban las palabras de alta sabiduría de Nuestro glorioso Predecesor Pío XI, dando el peso y la importancia de un programa social de la Iglesia, en nuestro tiempo, a una observación completamente accesoria en torno a las eventuales modificaciones jurídicas en las relaciones entre los trabajadores sujetos del contrato de trabajo, y la otra parte contratante; y pasando, por lo contrario, más o menos en silencio la parte principal de la Encíclica “Quadragesimo Anno” que contiene, en realidad, aquel programa, es decir, la idea del orden corporativo profesional de toda la economía. Quien se dedica a tratar problemas relativos a la reforma de la estructura de la empresa sin tener presente que cada empresa particular está por su fin estrechamente ligada al conjunto de la economía nacional, corre el riesgo de poner premisas erróneas y falsas, con daño del orden económico y social completo. Por eso, en el mismo discurso del 3 de junio de 1950 tuvimos Nos especial cuidado de poner en su justa luz el pensamiento y la doctrina de Nuestro Predecesor, para el cual nada estuvo más ajeno que cualquier incentivo para proseguir el camino que conduce hacia formas de una colectiva responsabilidad anónima [90].

 

Proposición 7

IMPUGNADA

AFIRMADA

A algunos les parece que la supresión de todas las desigualdades sería justa, aunque utópica. A éstos la coherencia les pediría reconozcan que la ley debe tender a este objetivo, como la Medicina tiende a abolir todas las enfermedades, aun cuando sea cierto que nunca lo conseguirá. Pues de las desigualdades se debe decir lo mismo que de las enfermedades: cuantas menos, mejor.

La “Reforma Agraria Socialista”, si no alcanza igualdad completa, debe, por lo menos, abolir en todo el Brasil las grandes propiedades y las medianas, admitiendo solamente las pequeñas.

Particularmente la gran propiedad es un insulto al sentido de igualdad natural de los hombres y, por tanto, constituye un odioso privilegio. Por esto debe ser enérgica e inmediatamente abolida.

Las desigualdades que hacen que a algunos les falten las condiciones normales de existencia, para ventaja de otros a quienes sobran los bienes, jamás serán enteramente abolidas. Pero la ley debe procurar suprimirlas, como la Medicina en relación a las enfermedades.

En cuanto a las desigualdades que existen, sin perjuicio del derecho que todos tienen a condiciones de vida normales, deben ser reconocidas como legítimas, y hasta protegidas por la ley.

Estos principios se aplican, exactamente, no sólo a la propiedad media, sino también a la gran propiedad, que en si misma, dentro de los principios aquí expuestos, nada tiene de injusto.

 

COMENTARIO

 1. — El Estado, mantenedor del equilibrio social

Puede parecer espantoso afirmar que la jerarquía social, mantenida en los debidos límites, debe ser protegida por la ley. ¿Los fuertes, aunque sean habitualmente minoría, no se defienden bien por sí mismos contra los débiles?

Sí. Pero no siempre los más educados, más nobles o más ricos son los más fuertes. Hay situaciones en que la multitud desenfrenada o súper-organizada oprime a las clases dirigentes. El sindicalismo norteamericano inspira recelo, en este sentido, a varios políticos de los Estados Unidos. En tales casos, corresponde al Estado intervenir en defensa de la justicia y del equilibrio orgánico de la sociedad.

En otras situaciones, los más débiles son mayoría. Entonces deberá la ley asumir la defensa de sus derechos. Por otra parte, el fomento de la participación en los beneficios [91] y del acceso del trabajador a la condición de propietario [92] está en esta línea.

En suma, la acción del Estado debe ser orientada, como dijimos, hacia la conservación del equilibrio y de la concordia entre las clases y no hacia la participación en una lucha de exterminio de una contra otra.

 2. — Equilibrio orgánico

Pero, dirá alguno, resulta una ironía hablar de equilibrio en una sociedad en que hay desigualdades. El equilibrio de los platillos de una balanza, ¿no se da solamente cuando ambos están a igual nivel?

La respuesta es simple. El mal del socialismo está, en gran parte, en ser materialista y en considerar los asuntos atinentes a la sociedad humana con los criterios que se emplean para las cosas materiales. El equilibrio entre las clases sociales no es el mismo que puede reinar, por ejemplo, entre dos piedras de igual peso, sino el que debe existir entre los miembros de un organismo vivo. El modelo para la sociedad humana no es la balanza, sino el organismo, constituido de miembros diferentes en forma, función e importancia, pero armónicos entre sí. O mejor todavía, el equilibrio entre las tres potencias del alma, inteligencia, voluntad y sensibilidad. Y éste no es de ningún modo un equilibrio de igualdad y sí de proporcionalidad.

 3. — Fomento de la gran propiedad

En cuanto a la gran propiedad, puede, en determinadas circunstancias, prestar al País —y ya los ha prestado— servicios que están fuera del alcance de la media y de la pequeña. Es esto tan notorio que dispensa de una demostración, la cual no cabría, por otra parte, en los límites estrictos de este trabajo. Por esto, además de justa en sí, la gran propiedad también puede ser útil al interés nacional.

En tesis, pues, se pueden concebir situaciones en que deba ser apoyada y hasta fomentada.

 4. — Acción subsidiaria del Estado

Ya que se habló de intervención del Estado, es necesario formular aquí un principio sin el cual no se puede comprender su posición según la doctrina católica. Es el principio de subsidiariedad, o función supletiva: la familia únicamente hace por el individuo lo que éste no puede hacer por sí solo; el Municipio, a su vez, sólo hace por la familia lo que ésta no puede hacer por sí misma. Y así el Estado [93] en relación al Municipio. Es una escala en que cada grado es subsidiario del otro. En lugar de hacer todo por sus propios medios, el Estado debe respetar cuidadosamente la esfera de acción de la familia, de las asociaciones profesionales y de la Iglesia.

 

TEXTOS PONTIFICIOS

 Normalmente, el Estado debe proteger de modo especial a los pobres

León XIII

Porque la raza de los ricos, como que se puede amurallar con sus recursos propios, necesita menos del amparo de la pública autoridad; el pueblo pobre, como carece de medios propios con que defenderse, tiene que apoyarse grandemente en el patrocinio del Estado. Por esto, a los jornaleros, que forman parte de la multitud indigente, debe con singular cuidado y providencia cobijar el Estado [94].

 Compete al Estado preservar ricos y pobres de las luchas sociales

León XIII

Intervenga, pues, la autoridad del Estado, y poniendo un freno a los agitadores, aleje de los obreros los artificios corruptores de sus costumbres, y de los que legítimamente poseen, el peligro de ser robados [95].

 El igualitarismo alienta la revuelta de la multitud contra los que tienen posesiones

Benedicto XV

Deshecho... o aflojado aquel doble vínculo de cohesión de todo el cuerpo social, a saber, la unión de los miembros entre sí por la caridad mutua, y de los miembros con la cabeza por el acatamiento a la autoridad, ¿quién se admirará con razón, Venerables Hermanos, de que, actualmente la sociedad humana se presenta como dividida en dos grandes facciones que luchan entre sí impiadosamente y sin tregua?

“Enfrentándose con los que la suerte o la actividad propia dotaron de bienes de fortuna, proletarios y obreros están abrasados por el odio, porque participando de la misma naturaleza, no gozan, sin embargo, de la misma condición. Naturalmente, infatuados como están por los embustes de los agitadores, a cuyo influjo acostumbran a someterse enteramente, ¿quién será capaz de persuadirles de que, no por ser iguales en naturaleza, deben los hombres ocupar el mismo puesto en la vida social; sino que, salvo circunstancias adversas, cada uno tendrá el lugar que consiguió por su conducta? Así, pues, los pobres que luchan contra los ricos, como si éstos hubieran usurpado los bienes ajenos, obran, no solamente contra la justicia y la caridad, sino también contra la razón; principalmente teniendo en cuenta que pueden si quisieran, con honrada perseverancia en el trabajo, mejorar la propia fortuna. No es necesario declarar cuáles y cuántos perjuicios acarrea esta rivalidad de clases, tanto a los individuos en particular como a la sociedad en general. Todos estamos viendo y deplorando las frecuentes huelgas, en que acostumbra a quedar repentinamente paralizado el curso de la vida pública y social, hasta en las funciones de más imprescindible necesidad; e igualmente, esas amenazadoras revueltas y tumultos en que, con frecuencia, se llega al empleo de las armas y al derramamiento de sangre [96].

 Interés de los empleados: usar de justicia y caridad para con los patronos

Pío XI

Pero también los trabajadores deben acordarse de sus obligaciones de caridad y de justicia: estén persuadidos de que así pondrán mejor a salvo sus propios intereses [97].

 Ricos y pobres son hijos de Dios

León XIII

…es necesario apartar de la democracia cristiana otra acusación: la de que ella consagra sus cuidados de tal modo a los intereses de las clases inferiores, que parece dejar de lado las clases superiores, las cuales no son menos útiles para la conservación y mejora de la sociedad. Este peligro está prevenido en la ley cristiana de la caridad, de que hablamos arriba. La caridad abre sus brazos para acoger a todos los hombres, cualquiera que sea su condición, como hijos de una sola familia, creados por el mismo Padre benignísimo, rescatados por el mismo Salvador y llamados a la misma herencia eterna [98].

 Principalísimo deber del Estado: defender la propiedad contra el igualitarismo

León XIII

Lo más fundamental es que el gobierno, debe asegurar, mediante prudentes leyes, la propiedad particular. De modo especial, dado el tan grande actual incendio de codicias, preciso es que el pueblo sea contenido en su deber, porque si la justicia les permite por los debidos medios mejorar su suerte, ni la justicia ni el bien público permiten que nadie dañe a su prójimo en aquello que es suyo y, que bajo el color de una pretendida igualdad de todos, se ataque la fortuna ajena [99].

 Elogio del principio de la función supletiva

Pío XI

Como es ilícito quitar a los particulares lo que con su propia iniciativa y propia industria pueden realizar para encomendarlo a una comunidad, así también es injusto, y al mismo tiempo de grave perjuicio y perturbación para el recto orden social, confiar a una sociedad mayor y más elevada lo que pueden hacer y procurar comunidades menores e inferiores. Toda acción de la sociedad debe, por su naturaleza, prestar auxilio a los miembros del cuerpo social, mas nunca absorberlos y destruirlos.

“Conviene que la autoridad pública suprema deje a las asociaciones inferiores tratar por sí mismas los cuidados y negocios de menor importancia, que de otro modo le serían de grandísimo impedimento para cumplir con mayor libertad, firmeza y eficacia cuanto a ella sola corresponde ya que sólo ella puede realizarlo, a saber: dirigir, vigilar, estimular, reprimir, según los casos y la necesidad lo exijan. Por lo tanto, tengan bien entendido esto los que gobiernan: cuanto más vigorosamente reine el orden jerárquico entre las diversas asociaciones, quedando en pie este principio de la función “supletiva” del Estado, tanto más firme será la autoridad y el poder social, y tanto más próspera y feliz la condición del Estado [100].

 Familia, dignidad humana y función supletiva

Juan XXIII

La paz social se basa sólidamente en el mutuo y recíproco respeto a la dignidad personal del hombre. El Hijo de Dios se ha hecho hombre y su Redención no se extiende sólo a la colectividad, sino también a cada uno en particular: “me amó y Se entregó a Sí mismo por mí” (Gal. 2, 20), dice San Pablo a los Gálatas. Y si Dios ha amado al hombre hasta tal punto, es que el hombre le pertenece y debe ser respetada absolutamente la persona humana. Esta es la enseñanza de la Iglesia que en la solución de los problemas sociales, ha tenido siempre fijos los ojos en la persona humana, enseñando que las cosas y las instituciones —los bienes materiales, la economía, el Estado— son ante todo para el hombre y no el hombre para ellas.

Los disturbios que sacuden la paz interna de las naciones tienen, en primer lugar, su origen precisamente en esto: que al hombre se le ha tratado, casi exclusivamente, como instrumento, como mercancía, como miserable rueda de engranaje de una gran máquina, simple unidad productiva. Sólo cuando se tome la dignidad personal del hombre como criterio de valorización del hombre mismo y de su actividad, se dispondrá del medio de aplacar las discordias frecuentemente profundas, entre patronos, por ejemplo, y obreros; sólo así, sobre todo, se le podrán asegurar a la familia aquellas condiciones de vida, de trabajo y de asistencia aptas para el mejor desarrollo de sus funciones como célula de la sociedad y primera comunidad constituida por Dios mismo para el desarrollo de la persona humana [101].

 Función del Estado: absorber, no; proteger, sí

Pío XII

¿Cuál es… la verdadera noción del Estado, sino la de un organismo moral fundado sobre la orden moral del mundo? No es una omnipotencia opresiva de toda autonomía legítima. Su función, su magnífica función, por el contrario, es favorecer, auxiliar, promover la íntima alianza, la cooperación activa en el sentido de una más elevada unidad de miembros que, al mismo tiempo que respetan su subordinación al fin del Estado, promueven del mejor modo el bien de la comunidad, precisamente en la medida en que conservan y desenvuelven su carácter particular y natural. Ni el individuo ni la familia deben ser absorbidos por el Estado. Cada uno conserva y debe conservar la propia libertad de movimientos, mientras no promueva el riesgo de causar perjuicio al bien común. Además, hay ciertos derechos y libertades de los individuos —de cada individuo— o del la familia, que el Estado debe proteger siempre y no puede violar ni sacrificar, a un pretendido bien común. Nos referimos, para no citar más que algunos ejemplos, al derecho a la honra y a la buena reputación, al derecho y a la libertad de venerar al verdadero Dios, al derecho originario de los padres sobre los hijos y sobre su educación [102].

 El Estado no debe atentar contra la propiedad privada

León XIII

Para remedio de este mal (la opresión de los proletarios por un pequeño número de ricos) los Socialistas, después de excitar en los pobres la envidia a los ricos, pretenden que es preciso acabar con la propiedad privada, y substituirla por la colectiva, en la que los bienes de cada uno sean comunes a todos, atendiendo a su conservación y distribución los que rigen el municipio o tienen el gobierno general del Estado. Pasados así los bienes de manos de los particulares a las de la comunidad y repartidos, por igual, los bienes y sus productos, entre todos los ciudadanos, creen ellos que pueden curar radicalmente el mal hoy día existente.

“Pero este su método para resolver la cuestión es tan poco a propósito para ello, que más bien no hace sino dañar a los mismos obreros; y es, además, grandemente injusto, porque hace fuerza a los que legítimamente poseen, pervierten los deberes del Estado e introduce una completa confusión entre los ciudadanos [103]. 

 

Proposición 8

IMPUGNADA

AFIRMADA

En vista de lo expuesto en la proposición anterior, la ley debería fijar un límite de área que ninguna propiedad rural podría exceder.

Ese tope legal sería diverso para cada zona, cada género de cultivo, etc.

Tal vez pudiera concederse a los Municipios el derecho de fijar las áreas máximas de las propiedades rurales en sus respectivos territorios.

O también, ese máximo podría ser fijado por los Estados de la Federación, que por medio de tributos sobre la tierra, muy pesados, y proporcionales a la extensión de la misma, posiblemente conjugados con un fuerte impuesto a la renta, obligarían a la fragmentación de las propiedades hasta el límite deseado.

En las condiciones concretas del Brasil, nada hay que justifique esa limitación de áreas.

En las zonas en que la propiedad grande y media son desaconsejables, van desapareciendo orgánicamente, y no cabría ni sería prudente una intervención del legislador.

Además, siendo la Nación el mayor de los latifundistas sería justo —y también muy conforme al interés público— que sólo obligara a la repartición de tierras particulares en la hipótesis de que la distribución de sus propias tierras no resolviera el problema.

La fijación de un área máxima para cada zona y cada género de cultivo es tarea impracticable en nuestro inmenso territorio y supone, además, un estudio largo y sereno, irrealizable en la atmósfera demagógica en que la “Reforma Agraria Socialista” viene siendo discutida.

Desde el punto de vista económico, una propiedad rural se juzga demasiado grande, no simplemente cuando es muy extensa, sino cuando su extensión perjudica el conjunto de la producción agrícola de una región o de un país. Así, la propiedad inmensa de una zona subpoblada puede no ser excesivamente grande. Por el contrario, una propiedad mucho menor, próxima a la ciudad, puede ser demasiado grande.

Confiar esta fijación de áreas máximas a los poderes municipales sería, en muchos casos, permitir que el politiqueo local, bajo el pretexto de “Reforma Agraria Socialista”, se entregara a los peores abusos.

Conferir a los diversos Estados la posibilidad de imponer el fraccionamiento de las tierras mediante la presión tributaria sobre ellas, agravada por el impuesto a la renta, es darles medios para, con apariencias de legalidad, golpear duramente el derecho natural, base de la propiedad y de todo el orden jurídico.

 

COMENTARIO

 1. — Derechos adquiridos

Todo país civilizado descansa sobre un orden jurídico. Y todo orden jurídico descansa, a su vez, sobre ciertos principios básicos. Uno de estos es el de la intangibilidad de los derechos adquiridos.

Si los propietarios tienen derechos adquiridos, la ley no lo puede suprimir sumariamente. Además, esto es lo que dispone la Constitución Federal [104].

La demarcación de un límite máximo de área para las propiedades rurales, más allá del cual se quita al dueño lo que es suyo, no puede ser medio normal de resolver los problemas en un país civilizado.

 2. — Omnipotencia del Estado

Como vimos [105], la propiedad privada resulta del orden natural de las cosas. En consecuencia, el Estado no la puede abolir. Afirmar lo contrario es aceptar el totalitarismo, tan del gusto de socialistas, comunistas y nazistas.

 3. — El Estado, árbitro de la vida económica y social

Atribuir al poder público el derecho de alterar a su gusto —en función de un principio de igualdad abstracto y falso— las áreas de las propiedades rurales es sujetar toda la economía al Estado.

 4. — El derecho de crear impuestos

Evidentemente, el Estado tiene el derecho de crear impuestos para atender al ejercicio de sus funciones. Pero este derecho no puede transformarse en medio para quitar a unos y dar otros, basándose en el principio de que todas las desigualdades son injustas.

 5. — El medio no importa

Si el Estado pensase hacer una confiscación pura y simple, la ilicitud del hecho sería patente. Pero, hecha esta confiscación en forma de impuestos, parece a muchos que tal ilicitud es menor, o incluso que no existe. Algunos han encarado de esta forma, por ejemplo, el reciente proyecto de revisión agraria del gobierno paulista [106].

 6. — Remediar, mejor que destruir

Como demostramos en la Parte II [107], en la actual situación del País, el bien común no exige absolutamente la abolición de la propiedad grande o media. Además, si éstas no estuviesen cumpliendo con su deber, la función del Estado no consistiría en suprimirlas de inmediato, sino, en tratar primeramente de socorrer al agricultor para que éste eleve su nivel de productividad. Y, si en ciertos casos fuese necesaria la parcelación, el Estado debería favorecer a los propietarios que espontáneamente lo hicieran, en lugar de imponerlo a todos. Tal sería, en una y otra hipótesis, el ejercicio de la función subsidiaria del Estado [108]. Por el contrario, hay claro abuso, por parte del Estado, en atacar el derecho de propiedad sin agotar antes todos los medios para llegar a una solución menos violenta.

 7. — Salvedad

No somos contrarios a que los más ricos paguen impuestos proporcionalmente mayores. Únicamente no concordamos con la idea de transformar el impuesto en medio de expoliación.

 8. — Perjuicios injustos

Si la tributación debe forzar dentro de algunos años, la fragmentación de las grandes propiedades, quizá también de las medias, y las parcelas de ahí resultantes deben ser vendidas a particulares, la simple perspectiva de la afluencia de grandes cantidades de tierras al mercado de inmuebles, determinará una terrible baja de precios, lo cual acarreará a los agricultores graves e injustos daños.

Si estas tierras deben ser vendidas, no a particulares, sino al Estado, para que éste haga donación de ellas o las revenda a largo plazo, ¿cómo pagará él los gastos inmensos que de ahí se seguirán? Es claro que se verá forzado a imponer precios injustamente bajos a los propietarios actuales, o a pagar con títulos necesariamente desvalorizados.

 9. — “Latifundio” — “Feudalismo”

Por fin, un comentario de otro orden. La campaña en favor de la división forzosa de las propiedades rurales utiliza, en sentido demagógico, dos palabras a las que se supo comunicar cierto “magnetismo” propagandístico : “latifundio” y “feudal”. El gran propietario sería un ogro por el simple hecho de ser “latifundista”, señor “feudal”.

El empleo peyorativo de estos términos es un viejo recurso de la propaganda comunista. Refleja, en lo que dice respecto a “feudal”, un estado de espíritu muy frecuente en ciertos ambientes del siglo pasado, según el cual todo cuanto era medieval debía, ipso facto, tenerse como bárbaro, cruel, inhumano. La cultura histórica más reciente deshizo este prejuicio.

En cuanto al “latifundio”, sólo una mentalidad igualitaria podría ligar a este vocablo un sentido intrínsecamente malo: si la única forma de justicia está en la igualdad económica, cuanto mayor el latifundio, tanto mayor la injusticia.

Pero un espíritu de formación cristiana, evidentemente no puede ver las cosas así [109].

 10. — El Estado, máximo latifundista

Los que claman contra el carácter “latifundista” y “feudal” de algunas grandes propiedades rurales se olvidan de decir, en general, que el Estado es más que nadie un grande, un enorme latifundista.

La carretera Belén-Brasilia abre posibilidades inmensas para la utilización de buena parte del área desocupada del territorio nacional. Conviene recordarlo para poner de relieve la actual posibilidad de aprovechamiento de los latifundios estatales.

 

TEXTOS PONTIFICIOS

 No se puede abolir la propiedad particular con impuestos excesivos

León XIII

…que no se abrume la propiedad privada con enormes tributos e impuestos. No es la ley humana, sino la naturaleza la que ha dado a los particulares el derecho de propiedad, y por lo tanto, no puede la autoridad pública abolirlo, sino solamente moderar su ejercicio y combinarlo con el bien común. Obrará, pues, injusta e inhumanamente, si de los bienes de los particulares, extrajera, a título de tributo, más de lo justo [110].

 El impuesto no puede servir de instrumento para el intervencionismo

Pío XII

No hay duda respecto del deber de cada ciudadano en contribuir a los gastos públicos. Pero el Estado, por su parte, en cuanto encargado de proteger y promover el bien común de los ciudadanos, está obligado a repartir entre ellos únicamente los gastos necesarios, proporcionales a sus recursos. Por consiguiente, el impuesto no puede nunca tornarse para los poderes públicos un medio cómodo de saldar el déficit provocado por una administración imprevidente, o de favorecer una industria o un ramo de comercio a costa de otros igualmente útiles [111].

 El totalitarismo invasor, una tentación para el Estado; la obediencia al principio supletivo, un deber

Pío XII

La fidelidad de los gobernantes a este ideal (de proteger la libertad del ciudadano y servir al bien común) será, además, su mejor salvaguarda contra la doble tentación que los acecha, ante la amplitud creciente de su tarea: tentación de flaqueza, que los haría abdicar bajo la presión conjugada de los hombres y de los acontecimientos; tentación inversa de estatismo, por la cual los poderes públicos substituirían indebidamente a las libres iniciativas privadas para regir, de manera inmediata, la economía social y otros ramos de la actividad humana. Ahora bien, si hoy no se puede negar al Estado un derecho que le recusaba el liberalismo, no es menos verdad que su tarea no es, en principio, asumir directamente las funciones económicas, culturales y sociales, que dependen de otras competencias; su cometido, por el contrario, consiste en asegurar la real independencia de su autoridad, de manera que pueda conceder a todo lo que representa un poder efectivo y valioso en el país, una parte justa de responsabilidad, sin peligro para su propia misión, de coordinar y de orientar todos los esfuerzos para un fin común superior [112]:

 Economía normalmente sujeta al Estado: inversión del orden de las cosas

Pío XII

No hay duda que también la Iglesia — dentro de ciertos límites justos — admite la estatización y juzga que se pueden legítimamente reservar a los poderes públicos ciertas categorías de bienes, aquellos que llevan consigo tanta preponderancia económica que no se podría, sin poner en peligro el bien común, dejarlos en manos de los particulares (Encíclica “Quadragesimo Anno” — A.A.S., vol. XXIII, 1931, pág. 214). Pero convertir tal estatización en una regla normal de la organización pública de la economía sería trastornar el orden de las cosas. La misión del derecho público es, en efecto, servir al derecho privado, pero no absorberlo. La economía —por lo demás, como las restantes ramas de la actividad humana— no es por su naturaleza una institución del Estado; por el contrario, es el producto viviente de la libre iniciativa de los individuos y de sus agrupaciones libremente constituidas [113].

 La desigualdad de las propiedades es útil y hasta necesaria

Pío XII

Elogiando la clase de los pequeños propietarios en Italia, Pío XII advirtió que “esto no significa negar la utilidad y, frecuentemente la necesidad, de propiedades agrícolas más vastas [114]. 

 

Proposición 9

IMPUGNADA

AFIRMADA

Siendo un derecho el acceso del trabajador a la propiedad rural, la división obligatoria de las tierras debe aplaudirse.

Esa división traerá, como consecuencia, la supresión del régimen del salariado. Pues todos los trabajadores serán propietarios, y, naturalmente, preferirán labrar sus propias tierras, en vez de labrar las ajenas.

Es justo que, en un régimen social equilibrado, los trabajadores rurales puedan, en buena medida, tornarse propietarios de tierras.

Siendo también indispensables, en un régimen justo y equilibrado, en países como el Brasil, la propiedad grande y media, es necesario que el acceso del trabajador a la condición de propietario no se haga en tal escala que las propiedades de ese tipo —y especialmente las medias— sean raras, o totalmente inexistentes.

Además, es utópico pensar que el acceso del hombre del campo a la situación de propietario se dé generalmente en tales proporciones, que su tierra pueda absorber toda su capacidad de trabajo, y darle a él y a los suyos todo lo que precisa. Muchos pequeños propietarios deberán ser, al mismo tiempo, asalariados, para aprovechar sus horas disponibles y obtener lo necesario para su digna subsistencia.

Por fin, es preciso recordar, que en las condiciones concretas de la vida terrena, no sólo habrá siempre personas que, sin tener ninguna propiedad, se verán obligadas a vivir exclusivamente de su trabajo, sino también otras que precisarán de la caridad para subsistir.

Es una gloria de la civilización cristiana hacer tales situaciones lo menos frecuentes posibles. Y es una gloria de la Iglesia también, afirmar en su doctrina la sublime dignidad de la condición del pobre, resignarlo a su situación, y atraer en favor de los indigentes los tesoros de la caridad cristiana.

 

COMENTARIO

 1. — “En países como el Brasil”

Estas palabras, en la proposición afirmada, traducen una salvedad. Puede haber países en que las situaciones de desequilibrio entre la población y el territorio, la industria y la agricultura, etc., exijan una formulación más matizada de estos principios. No es del caso entrar en el análisis de estos matices en este trabajo, hecho todo con vistas a la realidad brasileña. Basta afirmar el principio que, en esta formulación simple, es válido para las situaciones normales, y aun desde cierto punto de vista supranormales, como las del Brasil, con su superabundancia de tierras.

 2. — “Summum jus, summa injuria”

El hombre, por un impulso natural, justo y legítimo, tiende a la estabilidad y a la abundancia. Y como la condición de propietario es la que le asegura mejor una cosa y otra, es razonable que el trabajador tienda legítimamente a volverse propietario.

Una organización social o económica que impidiese la realización de este deseo sería injusta.

Sin embargo, de ahí no se deducen las consecuencias extremas de la proposición impugnada. La proposición afirmada establece los “conformes” de este principio, que no puede ser alegado contra el bien común ni contra otros derechos, también legítimos; por ejemplo, contra el de los grandes o medios propietarios, que poseen tierras con un justo título, y que no pueden ser despojados de ellas sin más ni más. “Summum jus, summa injuria”, reza el sabio aforismo jurídico: conviene recordarlo con relación a cualquier derecho, inclusive el de los trabajadores.

 3. — Presupuesto erróneo

Además, la proposición impugnada supone que, para dar acceso al trabajador a la propiedad de la tierra, es necesario quitarla a otros. Dada la inmensa extensión de tierras “devolutas” de que dispone el País, este presupuesto es manifiestamente falso.

 4. — Propiedad acumulativa

No es exacto que el acceso del empleado rural a la condición de propietario suponga, en principio y necesariamente, una repartición de tierras particulares, aunque se haga abstracción de la existencia de las “devolutas”.

Hubo un tiempo en que rigió en el Occidente cristiano una forma de propiedad acumulativa de la cual la enfiteusis es un resto. Admitía ésta la existencia conjunta de la grande, media o pequeña propiedad, sobre un mismo inmueble. Excede los límites de este trabajo analizar si tal sistema podría volver a su plena vigencia en las condiciones morales, sociales, económicas y políticas de nuestros días. Sin embargo, recordando dicha forma, cuya licitud moral es indiscutible, probamos que el acceso a la propiedad rural no se hace necesariamente dividiendo tierras.

 5.— Otras formas de acceso a la condición de propietario

Si bien la tendencia más natural del trabajador agrícola consiste en tener acceso a la propiedad de la tierra, puede éste volverse propietario de otros bienes, satisfaciendo así su legítimo deseo de estabilidad y holgura. Por ejemplo, puede acumular economías, comprar inmuebles urbanos mayores o menores, acciones, títulos, etc. Para que esto se dé, será de la mayor conveniencia que la sociedad y el Estado faciliten la aplicación segura y lucrativa de estos ahorros.

Y así no es sólo dividiendo tierras como el trabajador rural puede tornarse propietario.

 6. — No-propietarios e indigentes

En cuanto a la parte final de la proposición afirmada, resta solamente acentuar la diferencia entre el asalariado y el indigente.

El primero debe encontrar en su trabajo los medios para una subsistencia suficiente y decorosa, para sí y para los suyos, y también para ahorrar. Cuando su salario sea justo y bastante para llenar este objetivo, no es injusta la situación del asalariado, aunque no llegue a ser propietario de ningún inmueble. Además, no precisa de caridad. Lo que se debe por su trabajo le basta.

Es indigente el que no tiene trabajo o no saca de éste lo suficiente para vivir, lo cual puede darse tanto por culpa propia (ociosidad, vicios, gastos exagerados, etc.), como sin ella (desempleo, enfermedades, crisis, etc.). Entonces precisa de la caridad.

 

TEXTOS PONTIFICIOS

Es deseable el acceso del trabajador activo a la condición de propietario

León XIII

…Si se fomenta la industria del pueblo con la esperanza de poseer algo de estable, poco a poco se acercará una clase a la otra, desapareciendo la enorme distancia existente entre las inmensas riquezas y la extrema pobreza [115].

 Es justo que el operario forme su peculio

Pío XI

…que los proletarios, trabajando y viviendo con parsimonia, adquieran su modesto peculio [116].

 Es deplorable que la esperanza de acceso a la tierra sea negada a muchísimos trabajadores

Pío XI

Pío XI lamenta la existencia de un “ejército ingente de asalariados del campo, reducidos a las más estrechas condiciones de vida, y privados de toda esperanza de poder jamás adquirir propiedades estables [117].

 La largueza del salario debe favorecer la formación del patrimonio del operario

Pío XI

Es necesario emplear enérgicamente todos los esfuerzos para que, al menos en el futuro, las riquezas granjeadas se acumulen en justa proporción en las manos de los ricos, y, con bastante largueza, se distribuyan a los operarios; no para que éstos se abandonen a la ociosidad —ya que el hombre nació para trabajar como el pájaro para volar— sino para que, viviendo con parsimonia, aumenten sus haberes, y, administrando con prudencia el patrimonio aumentado, puedan más fácil y seguramente proveer a los deberes de su familia; y libre así de una condición precaria e incierta como es la de los proletarios, no sólo puedan hacer frente a todas las eventualidades durante la vida, sino también dejar después de la muerte alguna cosa a los que les sobreviven [118].

León XIII

Si el obrero recibiere un salario suficiente para sustentarse a sí mismo, a su mujer y a sus hijos, fácil le será, por poco prudente que sea, pensar en un razonable ahorro; y secundando el impulso de la misma naturaleza, tratará de emplear lo que le sobrare, después de los gastos necesarios, en formarse poco a poco un pequeño capital. Ya hemos demostrado cómo no hay solución práctica y eficaz de la cuestión operaria, si previamente no se establece antes, como un principio indiscutible, el de respetar el derecho de la propiedad privada. Derecho, al que deben favorecer las leyes; y aun hacer todo lo posible para que, entre las clases del pueblo, haya el mayor número de propietarios [119].


 NOTAS

[4] Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., vol. XXIII, Página 647 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[5] Mt. 25, 14-30.

[6] León XIII, Encíclica “Quod Apostolici Muneris”, de 28 de diciembre de 1878 — A.A.S., vol. XI, pág. 372 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide 1893).

[7] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 657 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890.

[8] Ídem, pág. 648.

[9] León XIII, Encíclica “Quod Apostolici Muneris”, de 28 de diciembre de 1878 — A.A.S., vol. XI, pág. 374 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1893).

[10] Ídem, pág. 372.

[11] León XIII, Encíclica “Humanum Genus”, de 20 de abril de 1884 — A A S, volumen XVI, pág. 427 (Ex Typographia Polyglota S. C, de Propaganda Fide — 1906).

[12] León XIII, Encíclica “Quod Apostolici Muneris”, de 28 de diciembre de 1878 — A.A.S., vol. XI, pág. 370 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1893).

[13] León XIII, Encíclica “Humanum Genus”, de 20 de abril de 1884 — A.A.S., volumen XVI, pág. 425 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide— 1906).

[14] Pío XI, Encíclica “Divini Redemptoris”, de 19 de marzo de 1937 — A.A.S., volumen XXIX, pág. 81.

[15] Cfr. Textos Pontificios de la Proposición 2.

[16] León XIII, Encíclica “Quod Apostolici Muneris”, de 28 de diciembre de 1878 — A.A.S., vol. XI, pág. 372 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1893).

[17] León XIII, Encíclica “Pervenuti”, de 19 de marzo de 1902 — A.A.S., volumen XXXIV, pág. 523 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1901, 1902).

[18] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, págs. 659-660 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[19] León XIII, Alocución de 24 de enero de 1903 al Patriciado y a la Nobleza Romana — “Bonne Presse”, París, tomo VII, págs. 169-170.

[20] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, págs. 642 - 643 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[21] Ídem, pág. 647.

[22] Ídem, pág. 478.

[23] Mc. 12, 31.

[24] Lc. 10, 29-37.

[25] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, IIa. IIae., q. 26.

[26] Cfr. Comentario a la Proposición 1.

[28] San Pío X, Carta Apostólica “Notre Charge Apostolique”, de 25 de agosto de 1910 — A.A.S., vol. II, págs. 629-630.

[29] Benedicto XV, Encíclica “Ad Beatissimi”, de 1º de noviembre de 1914 — A.A.S., vol. VI, pág. 572.

[30] Pío XI, Encíclica “Divini Redemptoris”, de 19 de marzo de 1937 — A.A.S., volumen XXIX, pág. 82.

[31] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 649 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[32] Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1944 — “Discorsi e Radiomessagi”, volumen VI, págs. 239, 240.

[33] Juan XXIII, Encíclica “Ad Petri Cathedram”, de 29 de junio de 1959 — A.A.S., vol. LI, Nº 10, Págs. 505-506.

[34] Pío XII, Discurso de 4 de junio de 1953, a un grupo de fieles de la Parroquia de Marsciano, Perusa — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XV, pág. 195.

[35] León XIII, Encíclica “Humanum Genus”, de 20 de abril de 1884 — A.A.S., volumen XVI, pág. 427 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1906).

[36] Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1944 — “Discorsi e Radiomessaggi”, volumen VI, págs. 238-239.

(N.C.): Sobre esta alocución de Pío XII véase “Nobleza y  élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana”, del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, Capítulo III - Pueblo y masa — Libertad e igualdad en un régimen democrático: conceptos genuinos y conceptos revolucionarios - Las enseñanzas de Pío XII

[37] Pío XI, Encíclica “Divini Redemptoris”, de 19 de marzo de 1937 — A.A.S., volumen XXIX, págs. 95-96.

[38] Pío XI, Encíclica “Quadragesimo Anno”, de 15 de mayo de 1931 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 216.

[39] Pío XII, Radiomensaje al “Katholikentag” de Viena, de 14 de septiembre de 1952 — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XIV, pág. 314.

[40] Pío XII, Discurso de 7 de marzo de 1957, al VII Congreso de la Unión Cristiana de Jefes de Empresas y Dirigentes de Italia — UCID — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XIX, pág. 30.

[41] Pío XI, Encíclica “Quadragesimo Anno”, de 15 de mayo de 1931 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 215.

[42] Pío XI, Encíclica “Ingravescentibus Malis”, de 29 de septiembre de 1937 — A.A.S., vol. XXIX, pág. 374.

[45] León XIII, Encíclica “Laetitiae Sanctae”, de 8 de septiembre de 1893 —A.A.S., volumen XXVI, pág. 194 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1893, 1894).

[46] Pío XI, Encíclica “Divini Redemptoris”, de 19 de marzo de 1937 — A.A.S., volumen XXIX, pág. 88.

[47] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 648 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[48] Ídem, pág. 649.

[49] San Pío X, Encíclica “Il Fermo Proposito”, de 11 de junio de 1905 — A.A.S., volumen XXXVII, pág. 745 (Romae — 1904, 1905).

[50] Cfr. Lc. 14, 33.

[51] Ecli. 31, 36.

[52] I Cor. 7, 25-35.

[53] Encíclica “Sacra Virginitas”.

[55] Mat. 11, 18-19.

[56] Lc. 16, 19-33.

[57] Gen. 13, 2.

[58] Pío XII, Discurso de 9 de noviembre de 1953, al IV Congreso Nacional de la Confederación Italiana de Orfebres, Joyeros y Afines — “Discorsi e Radiomessaggi”, volumen XV, pág. 462.

[59] Pío XII, Discurso de 10 de septiembre de 1954 al VI Congreso Internacional de Maestros Sastres — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XVI, pág. 131.

[60] Pío XII, Discurso a la Reunión do los “Estados Generales del Floklore”, de 19 de julio de 1953 — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XV, pág. 220.

[61] Benedicto XV, Carta Apostólica “Sacra Propediem”, de 6 de enero de 1921 — A.A.S., vol. XIII, págs. 38-39.

[62] Pío XII, Encíclica “Sacra Virginitas”, de 25 de marzo de 1954 — A.A.S., volumen XLVI, Nº 5, pág. 163.

[63] Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., vol. XXIII, página 651 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[64] Pío XI, Encíclica “Quadragesimo Anno”, de 15 de mayo de 1931 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 197.

[65] Juan XXIII, Encíclica “Ad Petri Cathedram”, de 29 de junio de 1959 —A.A.S., volumen LI, Nº 10, págs. 506-507.

[66] León XIII, Encíclica “Graves de Communi”, de 18 de enero de 1901 — A.A.S., volumen XXXIII, pág. 385 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1900, 1901).

[67] Pío XI, Encíclica “Divini Redemptoris”, de 19 de marzo de 1937 — A.A.S., volumen XXIX, pág. 97.

[68] San Pío X, “Motu Propio” sobre la Acción Popular Católica, de 18 de diciembre de 1903 — A.A.S., vol. XXXVI, pág. 344 ( Ex Typographia Polyglota S.C. de Propaganda Fide — 1903, 1904).

[69] Tit. 2, 9.

[71] Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., vol XXIII,  página 642 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[72] Encíclica “Quadragesimo Anno”, de 15 de mayo de 1931 — A.A.S., vol. XXIII, páginas 200 ss.

[73] Sobre la participación de los empleados en los beneficios, en la gestión y en la propiedad de la empresa, el punto de vista católico fue explanado en excelentes artículos por el Prof. José de Azeredo Santos, en la revista mensual de cultura “Catolicismo” (Nº 17, de mayo de 1952; Nº 46, de octubre de 1954; y Nº 47, de noviembre de 1954).

[74] Pío XI, Encíclica “Quadragesimo Anno”, de 15 de mayo de 1931 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 196.

[75] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 651 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[76] Ídem, pág. 642.

[77] Pío XI, Encíclica “Quadragesimo Anno”, de 15 de mayo de 1931 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 194.

[78] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, Págs. 643-644 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[79] Pío XI, Encíclica “Quadragesimo Anno”, de 15 de mayo de 1931 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 199.

[80] Pío XII, Discurso de 7 de mayo de 1949, a la IX Conferencia de la Unión Internacional de las Asociaciones Patronales Católicas — “Discorsi e Radiomessagi” volumen XI, págs. 63-64.

[81] Pío XI, Encíclica “Quadragesimo Anno”, de 15 de mayo de 1931 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 199.

[82] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 662 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[83] Pío XI, Encíclica “Casti Connubii”, de 31 de diciembre de 1930 — A.A.S., volumen XXII, págs. 586-587.

[84] Pío XII, Discurso de 7 de mayo de 1949 a la XI Conferencia de la Unión Internacional de las Asociaciones Patronales Católicas — “Discorsi e Radiomessaggi”, volumen XI, pág. 63.

[85] (Nota de los autores para la edición en castellano). La Encíclica “Mater et Magistra”, según la edición oficial en latín, publicada en el “Acta Apostolicae Sedis”, volumen LIII, Nº 8, págs. 401 a 464, corrobora los textos pontificios que citamos sobre esta materia como, asimismo, sobre las demás. Esta observación parece importante en vista de algunas traducciones imprecisas de la gran Encíclica de Juan XXIII, que circulan en diversos países.

[86] Pío XII, Radiomensaje al “Katholikentag” de Viena, 14 de setiembre de 1952 — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XIV, pág. 314.

[87] Pío XII, Discurso de 3 de junio de 1950, a los miembros del congreso internacional de Estudios Sociales y de la Asociación Internacional Social Cristiana — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XII, pág. 101.

[88] Ídem, págs. 100-101.

[89] Pío XII, Discurso de 31 de enero de 1952 al Consejo Nacional de la Unión Cristiana de los Jefes de Empresa y Dirigentes de Italia — UCID — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XIII, pág. 465.

[90] Ídem, pág. 466.

[93] (N. del T.) El Brasil es una Federación organizada según los moldes de los Estados Unidos de América del Norte. Las unidades federadas no se denominan Provincias, sino “Estados”. Los Estados, en su conjunto, forman la Federación, llamada también “União” (Unión).

[94] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 659 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 189, 1891).

[95] Ídem, pág. 659.

[96] Benedicto XV, Encíclica “Ad Beatissimi”, de 1º de noviembre de 1914 — A.A.S., vol. VI, págs. 571-572.

[97] Pío XI, Encíclica “Divini Redemptoris”, de 19 de marzo de 1937 — A.A.S., Volumen XXIX, pág. 93.

[98] León XIII, Encíclica “Graves de Communi”, de 18 de enero de 1901 — A.A.S., volumen XXXIII, pág. 388 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1900, 1901).

[99] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 659 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[100] Pío XI, Encíclica “Quadragesimo Anno”, de 15 de mayo de 1931 — A.A.S. volumen XXIII, pág. 203.

[101] Juan XXIII, Radiomensaje de Navidad de 1959 — A.A.S., vol. LII, Nº 1, páginas 28-29.

[102] Pío XII, Discurso al Congreso Internacional de Ciencias Administrativas, de 5 de agosto de 1950 — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XII, pág. 160.

[103] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 642 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[104] Art. 141, §3º.

[108] Cfr. Comentario a la Proposición 7.

[110] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 663 ( Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[111] Pío XII, discurso dde 2 de octubre de 1956, a los miembros del X Congreso de la Asociación Fiscal Internacional — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XVIII, páginas 508-509.

[112] Pío XII, Carta de 14 de julio de 1954, a la 41ª Semana Social de Francia — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XVI, págs. 465-466.

[113] Pío XII, Discurso de 7 de mayo de 1949, a la IX Conferencia de la Unión  Internacional de las Asociaciones Patronales Católicas — “Discorsi e Radiomessaggi”, volumen XI, pág. 63.

[114] Pío XII, Discurso de 2 de julio de 1951, al Congreso Internacional sobre los Problemas de la vida rural — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XIII, págs. 199-200.

[115] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 663 ( Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).

[116] Pío XI, Encíclica “Quadragesimo Anno”, de 15 de mayo de 1931 — A.A.S., volumen XXIII, pág. 198.

[117] Ídem, pág. 198.

[118] Ídem, pág. 198.

[119] León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S., volumen XXIII, págs. 662-663 (Ex Typographia Polyglota S. C. de Propaganda Fide — 1890, 1891).