Sección II
OPINIONES SOCIALIZANTES QUE
PREPARAN EL AMBIENTE PARA LA “REFORMA AGRARIA SOCIALISTA”
EXPOSICIÓN Y ANÁLISIS
OBSERVACIONES
PRELIMINARES
Objetivo de la Sección
II
La Sección II de esta
Parte tiene por fin considerar, no ya el sistema de ideas socialistas,
sino las más importantes de entre las opiniones que preparan el
ambiente —aun en círculos que se reputan conservadores y
anti-socialistas— para una cierta receptividad en relación a reformas
socializantes de nuestra organización social y económica y, por tanto,
también para la “Reforma Agraria Socialista”.
El sistema socialista, ya
analizado en la Sección anterior, es abordado ahora en plano apenas
secundario y a dos títulos diferentes:
1. — Dado que varias de
estas opiniones, nacidas en general del laicismo, del sentimentalismo,
del filantropismo y del positivismo jurídico, sin ser exclusivas del
socialismo, se encuentran también en él, las refutaciones hechas aquí
alcanzarán accidentalmente, algunos aspectos del sistema socialista,
radical o moderado.
2. — Para refutar algunas
de las opiniones impugnadas en esta Sección II, usaremos como
argumentos el simple hecho de ser ellas típicamente socialistas. La
eficacia del argumento resulta de haberse probado, en el Capítulo
anterior ,
la incompatibilidad del socialismo y de la doctrina católica.
Confrontación de
proposiciones
Al enunciar cada una de
estas opiniones, la confrontamos con la proposición opuesta, inspirada
en la doctrina católica. Tal confrontación nos parece el medio más
eficaz para marcar el contraste entre las convicciones tradicionales y
cristianas del pueblo brasileño, y el espíritu socialista o
socializante que está soplando sobre él.
No se intenta aquí
principalmente aclarar a quienes ya tomaron una posición firme en el
asunto, ni proporcionar una noción de éste a quien lo ignore
enteramente. El objetivo de la confrontación es dar a muchos lectores
que, consciente o subconscientemente, duden aún, la sensación viva de
la transformación ideológica que se está operando en ellos, sin que,
absorbidos por las mil ocupaciones de la vida cotidiana, lo hayan
notado.
Comentarios
Añadimos, en general, a
las proposiciones, comentarios tan sintéticos cuanto sea posible. Esos
comentarios no tratan de toda la materia contenida en las
proposiciones, sino solamente de uno u otro punto más sobresaliente.
Textos Pontificios
A los comentarios siguen,
con frecuencia, textos tomados del inmenso y rico acervo de los
documentos Pontificios: Encíclicas, Cartas Apostólicas, Alocuciones,
etc.
El deseo de no ampliar
excesivamente las dimensiones del trabajo, nos impide publicar mayor
número de textos alusivos a las materias aquí tratadas. Escogimos
preferentemente aquellos que fundamentan los grandes principios
básicos en torno de los cuales gira toda la controversia referente a
la “Reforma Agraria Socialista”. También nos esforzamos en documentar
con doctrina pontificia, algunos puntos, tal vez no tan capitales,
pero en torno de los cuales nos parece existe mucha confusión en la
opinión pública.
Presentamos las
proposiciones concatenadamente, de suerte que las posteriores son, de
algún modo, prejuzgadas, por lo menos en lo que tienen de más
esencial, por las soluciones dadas a las anteriores. Es natural, pues,
que a medida que las proposiciones se suceden, las citas de los Papas
se hacen más escasas. Como el
Capítulo IV trata sobre materia algo diferente, lleva
textos pontificios especiales, que, por eso, a partir de la
Proposición 31 vuelven a ser más numerosos.
Los epígrafes que
preceden a los textos tratan de subrayar en ellos algún aspecto,
relacionándolo, al mismo tiempo, con el tema tratado en la respectiva
proposición o comentario.
División y concatenación
de las proposiciones
Dividimos las
proposiciones en cinco Capítulos.
El
primero versa sobre cuestiones relacionadas más directamente con la
legitimidad de la institución de la propiedad privada, de la familia,
de las desigualdades sociales y económicas, del salariado, etc., ante
la moral y la doctrina social de la Iglesia.
El
segundo Capítulo trata, en sus varias proposiciones, de otro problema.
Una estructura agropecuaria puede ser, en sus propios principios
constitutivos, contraria a las conveniencias de la producción.
Analizados a esta luz, se puede mostrar que los principios
constitutivos de nuestra estructura presente son buenos.
El
tercer Capítulo trata de materia afín, pero distinta. Prescinde de los
principios constitutivos para considerar solamente hechos concretos.
En las proposiciones impugnadas, presenta varias pinceladas del cuadro
de nuestra realidad agropecuaria, deformada por los prismas
socialistas. En las proposiciones afirmadas, se describe el cuadro
objetivo de esa realidad.
Ambos cuadros abren
horizontes para la
Parte II, pues ambos se ordenan principalmente en función
del problema de la producción: en el orden concreto de los hechos, ¿la
tierra y la pecuaria están produciendo lo necesario para la
prosperidad y el progreso del País? ¿La actual estructura agropecuaria
es la gran culpable de la crisis brasileña?
La demostración cabal de
que el cuadro descrito en las proposiciones afirmadas es verdadero, y
de que el de las proposiciones impugnadas es falso, se encuentra en la
Parte II.
Este Capítulo tercero da,
pues, el nexo entre los aspectos religiosos y sociales de la
“Reforma Agraria Socialista” (Parte I) y sus aspectos
económicos (Parte
II).
En seguida, en el
Capítulo IV, se estudia el siguiente problema: ¿debe la
opinión católica pronunciarse sobre la “Reforma Agraria Socialista”?
Los asuntos tratados son
ahora un tanto diversos.
Leídos los Capítulos
anteriores, el espíritu se vuelve con interés particular hacia el
problema, ya rápidamente esbozado en la
Introducción, de la congruencia de una intervención de la
Iglesia en los asuntos atinentes a la “Reforma Agraria Socialista”
.
Y paralelamente con este problema, toman importancia las cuestiones
relativas a la oportunidad de tal intervención, tanto desde el punto
de vista de la Iglesia, como desde el punto de vista del País. Esas
cuestiones de oportunidad pueden resumirse así:
1. — ¿Qué consecuencias
tendrá sobre la opinión pública el hecho de patentizar, en la actual
fase de proselitismo en pro de la “Reforma Agraria Socialista”, la
incompatibilidad entre ésta y la doctrina católica?
2. — ¿Cuáles serían las
consecuencias que traería la promulgación de la “Reforma Agraria
Socialista” para la vida religiosa del Brasil? Aquí se esbozan los
primeros trazos de la cuestión de conciencia
.
Enunciadas
todas estas proposiciones, nos pareció conveniente resumirlas en un
cuadro sintético que constituye el
Capítulo V.
CAPÍTULO I - 1a. parte
¿La actual estructura rural
brasileña es contraria en sí misma a los principios de la justicia?
INTRODUCCIÓN |
IMPUGNADA |
AFIRMADA |
La “Reforma Agraria
Socialista”, que pretende dividir las propiedades grandes y medias,
de manera que en el Brasil sólo existan propiedades pequeñas es,
intrínsecamente, una admirable medida de justicia.
Efectivamente, la
existencia de propiedades agrícolas de tamaño desigual es, en sí
misma, injusta porque: |
La “Reforma Agraria
Socialista”, que pretende dividir las propiedades grandes y medias,
de tal forma que en el Brasil sólo existan propiedades pequeñas es
gravemente injusta en sí misma.
En efecto, la
existencia de propiedades de tamaños desiguales es intrínsecamente
justa porque:
|
Proposición 1 |
IMPUGNADA |
AFIRMADA |
La razón muestra que
todos los hombres son iguales por naturaleza. No es, pues, justo que
unos tengan mucha tierra, otros poca, y otros, en fin, ninguna. |
Todos los hombres
activos y honrados tienen igual derecho a la vida, a la integridad
física, a disfrutar condiciones de existencia suficientes, dignas y
estables.
Pero es justo que los
más capaces, más activos, más económicos tengan, además de este
mínimo, lo que produzcan gracias a sus mayores talentos.
De ahí se origina
legítimamente la diferenciación de las propiedades en grandes,
medias y pequeñas, y, quizás, la existencia de una clase dignamente
remunerada, aunque sin tierras. |
COMENTARIO
Negar los principios
contenidos en la proposición afirmada, lleva consigo declarar inherente
al hombre la condición de esclavo.
En efecto, si el hombre es
dueño de su ser, es dueño de su trabajo. Si es dueño de su trabajo, es
dueño del fruto adquirido con él. Y como la capacidad de trabajar, tanto
desde el punto de vista de la cantidad como de la calidad, varía de
hombre a hombre, se origina necesariamente de ahí la desigualdad.
Además, como se verá más abajo, esa desigualdad tiene límites.
Si el hombre no es dueño
de su ser, es esclavo. Es a esa igualdad
de esclavo adonde el socialismo nos conduce.
Lo afirma León XIII: el
socialismo lleva a una “dura y odiosa... esclavitud de los ciudadanos”
.
Se podrá objetar que el
ideal último de los comunistas no es la igualdad completa, ya que rige
en la U.R.S.S. el principio de que se debe exigir a cada uno según su
capacidad y dar a cada cual según su necesidad. Y al Estado compete
regular soberanamente la aplicación de este principio. Pero esta
aplicación ha sido hecha de manera que los jefes tienen un tren de vida
distinto de los obreros. Estos no pueden, por ejemplo, abastecerse en
los almacenes reservados para los funcionarios del Kremlin, ni sentarse
a la mesa de los ingenieros.
Este argumento admite una
salvedad preliminar: es muy difícil saber con absoluta certeza lo que
pasa en la U.R.S.S. Y aunque se haya demostrado como verídico un
determinado hecho en un año cualquiera, no se puede dar como cierto en
el año siguiente.
Sin dar, pues, como
indiscutibles estos hechos, se puede admitir que, bajo varios aspectos,
el régimen existente en la U.R.S.S., no ha realizado la igualdad
completa.
Probablemente esto se deba
en parte a los abusos de los depositarios del poder, pero, en buena
parte, la causa es otra. En efecto, al contrario de lo que se imagina el
gran público, el régimen concreto ya existente en la U.R.S.S., no
consiste en la aplicación total de los principios
marxistas. La U.R.S.S. vive en una etapa de transición para la
instauración del marxismo integral. Y, en consecuencia, mucho de lo que
acontece allí, debe tenerse como concesión inevitable a una tradición de
desigualdad más que milenaria, que sólo por etapas puede ir siendo
abolida.
Así, del hecho de subsistir
actualmente algunas desigualdades en el régimen vigente en la U.R.S.S.,
nada se puede concluir contra el carácter estrictamente igualitario del
marxismo, considerado éste en sus fines últimos.
Por otra parte, el simple hecho
de que aún hoy día, todo cuanto el trabajador intelectual o manual
produce se destina a la colectividad, que regula según su criterio la
distribución de esta producción, sujeta al hombre a la condición de
pieza anónima y sin derechos dentro del mecanismo social. Y donde existe
la ausencia de derechos para todos, todos son radicalmente iguales.
* * *
La proposición impugnada es
unilateral, y por eso conduce a consecuencias falsas.
Por naturaleza, en cierto
sentido todos los hombres son iguales, pero en otro sentido son
desiguales.
Son iguales porque son criaturas
de Dios, dotadas de cuerpo y alma, y redimidas por Jesucristo. Así, en
virtud de la dignidad común a todos, tienen igual derecho a todo cuanto
es propio de la condición humana: vida, salud, trabajo. Religión,
familia, desarrollo intelectual, etc. Una organización económica y
social justa y cristiana descansa, así, sobre un trazo fundamental de
verdadera igualdad.
Sin embargo, además de esa
igualdad esencial hay, entre los hombres, desigualdades accidentales
puestas por Dios: de virtud, de inteligencia, de salud, de capacidad de
trabajo y muchas otras. Toda estructura económico-social orgánica y viva
tiene que estar en armonía con el orden natural de las cosas. Esa
desigualdad natural, por tanto, ha de reflejarse en ella. Tal reflejo
consiste en que, una vez que todos tengan lo justo y digno, los mejor
dotados por la naturaleza puedan, por su trabajo honesto y por su
economía, adquirir más.
La igualdad y la desigualdad se
compensan y se completan así, desempeñando papeles diversos pero
armónicos en la ordenación de una sociedad justa y cristiana.
Por otra parte, esta regla
constituye uno de los rasgos más admirables del orden universal. Todas
las criaturas de Dios tienen lo que les compete conforme a su propia
naturaleza, y en esto son tratadas por El según la misma norma. Pero
además de esto, el Señor otorga muchísimo a unos, mucho a otros, y, a
otros, en fin, apenas da lo adecuado. Esas desigualdades forman una
inmensa jerarquía en que cada grado es como una nota musical para
componer una inmensa sinfonía que canta la gloria divina. Una sociedad y
una economía estrictamente igualitarias serían, por tanto,
antinaturales.
Vistas a esta luz, las
desigualdades representan una condición del buen orden general y
redundan, así en beneficio de todo el cuerpo social, esto es, de los
grandes como de los pequeños.
Esta escala jerárquica está en
los planes de la Providencia como un medio para promover el progreso
espiritual y material de la humanidad por el estímulo a los mejores y
más capaces. El igualitarismo trae consigo la inercia, el estancamiento
y, por tanto, la decadencia, ya que todo cuanto es vivo, si no progresa,
se deteriora y muere.
Es así como se explica la
parábola de los talentos .
A cada cual Dios da en medida diversa y de cada uno exige un rendimiento
proporcionado.
TEXTOS PONTIFICIOS
Carácter socialista de la tesis impugnada
Los socialistas “seguramente no
cesan de vociferar, como hemos insinuado, que todos los hombres son
entre sí por naturaleza iguales” .
La
igualdad de condiciones es imposible
“Cualquiera que sean las
vicisitudes por que deben pasar las formas de gobierno, habrá siempre
aquellas desigualdades de condiciones entre los ciudadanos, sin las
cuales no puede existir ni concebirse una sociedad”
.
La
igualdad soñada por los socialistas es antinatural
“Como
primer principio, hay que establecer que se debe respetar la condición
humana, es decir, en la sociedad civil no se puede igualar los altos y
los bajos. Lo andan intentando, es verdad, los socialistas; pero
toda tentativa contra la misma naturaleza resulta inútil. En la
naturaleza de los hombres existe la mayor variedad: no todos poseen el
mismo ingenio, ni la misma actividad, salud o fuerza; y de diferencias
tan necesarias se sigue naturalmente desigualdad de fortuna. Y ello es
en beneficio así de los particulares como de la misma sociedad; pues la
vida común necesita aptitudes varias y oficios diversos; y es la misma
diferencia de fortuna, en cada uno, la que sobre todo impulsa a los
hombres a ejercitar tales oficios” .
La
desigualdad de las personas lleva a la desigualdad de los bienes
“La
Iglesia reconoce mucho más sabia y útilmente que la desigualdad existe
entre los hombres, naturalmente desemejantes por las fuerzas del cuerpo
y del espíritu, y que esta desigualdad existe también en la posesión de
los bienes; por lo cual manda, además, que el derecho de propiedad y de
dominio, procedente de la naturaleza misma, se mantenga intacto e
inviolado en las manos de quien lo posee”
.
El
universo, la Iglesia y la sociedad civil, reflejan el amor de Dios a una
desigualdad orgánica
“Porque,
a la verdad, El que creó y gobierna todas las cosas dispuso, con su
próvida sabiduría, que las cosas ínfimas a través de las intermedias y
las intermedias a través de las superiores, lleguen todas a sus fines
respectivos. Así, pues, como en el mismo reino de los cielos quiso que
los coros de los ángeles fuesen distintos, y unos sometidos a otros; así
como también en la Iglesia instituyó varios grados de órdenes y
diversidad de oficios, para que no todos fuesen apóstoles, no todos
doctores, no todos pastores (1 Cor. 12, 27), así también determinó
que en la sociedad civil hubiese varios órdenes, diversos en dignidad,
derechos y potestad, es a saber, para que los ciudadanos, así como la
Iglesia, fueran un solo cuerpo, compuesto de muchos miembros, unos más
nobles que otros, pero todos necesarios entre sí y solícitos del bien
común” .
Nada repugna tanto a la razón como una igualdad matemática
“Todos
los hombres son, ciertamente, iguales; nadie duda de ello, si se
consideran bien la comunidad igual de origen y de naturaleza, el fin
último que tiene señalado a cada uno, y finalmente, los derechos y
deberes que de ellos nacen necesariamente. Pero como no pueden ser
iguales las capacidades de los hombres, y distan mucho uno de otro por
razón de las fuerzas corporales o del espíritu, y son tantas las
diferencias de costumbres, voluntades y temperamentos, nada más
repugnante a la razón que el pretender abarcarlo y confundirlo todo, y
llevar a las instituciones de la vida civil una igualdad matemática”
.
La
Iglesia condena la igualdad de derechos y deberes
León
XIII condenó a los que “andan predicando la perfecta igualdad de
todos los hombres en derechos y deberes”
,
y calificó de errónea y naturalista la tesis de que “los hombres
todos tienen iguales derechos y son de igual condición en todo”
.
Pío
XI a su vez, reafirmó el mismo principio: “Yerran vergonzosamente los
que pretenden que en la sociedad civil todos los ciudadanos tienen
derechos iguales, y niegan que en ella haya jerarquías”
.
Citaremos más adelante textos de
Pío XII y Juan XXIII en el mismo sentido .
Igualdad y desigualdad en los planes de la Providencia
“…según
las enseñanzas evangélicas, la igualdad de los hombres consiste en que
todos, habiéndoles cabido en suerte la misma naturaleza, son llamados a
la misma altísima dignidad de hijos de Dios, y al mismo tiempo, en que,
decretado para todos un mismo fin, cada uno ha de ser juzgado según la
misma ley para conseguir, conforme a sus méritos, o el castigo o la
recompensa. Mas la desigualdad del derecho y del poder se derivan del
mismo Autor de la naturaleza, ‘del cual toma su nombre toda la
paternidad en el cielo y en la tierra’ (Ef. 3, 15)”
.
La
Iglesia quiere que en la sociedad haya clases desiguales
“La
igualdad que (la Iglesia) proclama, conserva intacta la distinción de
las diversas clases sociales, evidentemente requeridas por la naturaleza”
.
Donde existe una justa igualdad entre los hombres
“La
vida mortal, aunque tan buena y deseable, no es de por sí el fin último
para el que hemos nacido, sino tan sólo el camino e instrumento para
perfeccionar la vida espiritual mediante el conocimiento de la verdad y
la práctica del bien. El espíritu es el que lleva en sí impresa la
imagen y semejanza de Dios, y en él reside aquel señorío, en virtud del
cual le fue impuesto al hombre el dominar sobre todas las criaturas
inferiores, y el hacer que todas las tierras y mares sirvieran a su
utilidad. “Llenad la tierra y sometedla a vosotros, tened señorío
sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todos los
animales que sobre la tierra se mueven” (Gen. 1, 28). En esto
todos los hombres son iguales, sin que haya diferencia alguna entre
ricos y pobres, amos y criados, príncipes y súbditos; ‘porque Él
mismo es el Señor de todos’ (Rom. 10, 12)”
.
La
Iglesia ama a todas las clases y la armoniosa desigualdad entre ellas
“…los
Pontífices Romanos tuvieron siempre igual empeño en proteger y mejorar
la suerte de los humildes, como en proteger y elevar las condiciones de
las clases superiores. Ellos son, en efecto, los continuadores de la
misión de Jesucristo, no solamente en el orden religioso, sino también
en el orden social. Si Jesucristo quiso pasar su vida privada en la
obscuridad de una habitación humilde y ser tenido por hijo de un
artesano; si en su vida pública se complacía en vivir en medio del
pueblo, haciéndole el bien por todos los medios, sin embargo, quiso
nacer de sangre real, escogiendo por madre a María y por padre putativo
a José, ambos hijos escogidos de la raza de David. Ayer, en la fiesta de
sus desposorios, podíamos repetir con la Iglesia las bellas palabras:
‘María se nos manifiesta fulgurante, nacida de estirpe real’.
Por eso, la Iglesia,
predicando a los hombres que son todos hijos del mismo padre celestial,
reconoce como una condición providencial de la sociedad humana la
distinción de las clases; por esta razón Ella enseña que solamente el
respeto recíproco de los derechos y de las obligaciones y la caridad
mutua darán el secreto del justo equilibrio del bienestar honesto, de la
verdadera paz y de la prosperidad de los pueblos.
En cuanto a Nos, deplorando
también las agitaciones que perturban a la sociedad civil, más de una
vez volvemos nuestras miradas hacia las clases más humildes que son más
pérfidamente asediadas por las sectas perversas: y Nos les ofrecemos los
desvelos maternales de la Iglesia. Nos, más de una vez lo declaramos: el
remedio para esos males no será jamás la igualdad subversiva de los
órdenes sociales, sino esta fraternidad que, sin perjudicar en nada a la
dignidad de la posición social, une los corazones de todos en los mismos
lazos del amor cristiano”
.
El
igualitarismo colectivista es nocivo al operario
“…la conversión de la
propiedad particular en propiedad colectiva, tan preconizada por el
socialismo, empeora la condición de los operarios, retirándoles la libre
disposición de su salario y robándoles, por eso mismo, toda esperanza y
toda posibilidad de engrandecer su patrimonio y mejorar su situación”
.
Defender la propiedad es amar al pueblo
“Todas
estas razones hacen ver cómo aquel principio socialista, de la comunidad
de bienes, debe ser del todo rechazado porque daña aun a aquellos mismos
a quienes se querría socorrer; repugna a los derechos por naturaleza
privativos de cada hombre y perturba las funciones del Estado y la
tranquilidad común. Por lo tanto, cuando se plantea el problema de
mejorar la condición de las clases inferiores, se ha de tener como
fundamental el principio de que la propiedad privada ha de reputarse
inviolable” .
La
igualdad socialista: igualdad en la miseria y en la abyección
“Cuando, pues, los socialistas,
descuidada la providencia de los padres, introducen en su lugar la del
Estado, obran contra la justicia natural, y disuelven la trabazón
del hogar doméstico. Además de la injusticia, se ve con demasiada
claridad cuál sería el trastorno y perturbación en todos los órdenes de
la sociedad, y cuán dura y odiosa sería la consiguiente esclavitud de
los ciudadanos, que se seguirían. Abierta estaría ya la puerta para los
odios mutuos, para las calumnias y las discordias; quitado todo estímulo
al ingenio y diligencia de cada uno, secaríanse necesariamente las
fuentes mismas de la riqueza; y la igualdad tan soñada en la fantasía no
sería otra cosa que una situación universal de miseria y abyección para
todos los hombres sin distinción alguna”
.
Proposición 2 |
IMPUGNADA |
AFIRMADA |
Este principio de igualdad
también es enseñado por el Evangelio, que nos manda amar al prójimo
como a nosotros mismos .
Quien ama al prójimo como
a sí mismo no puede querer más riquezas para sí que para el prójimo. |
Esta desigualdad
proporcionada y armónica, que a nadie deja en la indigencia sino que
permite a los más capaces y laboriosos ocupar una situación mejor,
es la aplicación lógica del principio del Evangelio que manda amar
al prójimo como a sí mismo.
Este principio obliga a
amar a todos los hombres porque son nuestros prójimos. Y además nos
manda particular amor para con los más próximos. Ahora bien, para
cada hombre, el más próximo es él mismo y su familia.
Así es razonable que, sin
rehusar a los otros la justicia ni la caridad, cada uno se beneficie
más liberalmente a sí mismo y a los suyos con el producto de su
trabajo. |
COMENTARIO
1.
— Todos los hombres son nuestros prójimos
Todos los hombres son nuestros
prójimos, enseña el Evangelio .
En efecto, fuimos todos criados a imagen y semejanza de Dios, y
redimidos por Jesucristo. Así a todos debemos amor fraterno.
2.
— Hay grados en esta proximidad
La experiencia más elemental nos
enseña que, en las relaciones humanas, la proximidad tiene grados.
Evidentemente, el ser más próximo para cada hombre es él mismo. Viene
luego su familia, que es como la prolongación de su propio ser, la carne
de su carne y la sangre de su sangre. Y sucesivamente, como en círculos
concéntricos cada vez más amplios, vienen las personas con quien el
hombre tiene relaciones de proximidad particulares: los amigos, los
alumnos, los empleados, los compatriotas, los compañeros de trabajo, de
estudio, etc. Por fin, en la última periferia vienen los que nos son
desconocidos, que forman la gran sociedad humana.
3.
— Hay grados en el amor al prójimo
A esa gradación de proximidades
corresponde una gradación en el amor al prójimo. Si amamos al prójimo
porque está próximo, es claro que debemos amar más a los más próximos,
Si debemos a todos el mismo amor, no lo debemos a todos en igual medida
.
Amando a todos los hombres,
debemos desear que todos tengan los bienes de alma y de cuerpo que
correspondan a la naturaleza humana .
Pero debemos querer esos bienes en abundancia aún mayor para los más
próximos, esto es, nosotros, nuestras familias, etc.
Es esta la doctrina unánime de
los Papas y de los moralistas católicos.
4.
— Luego, la desigualdad de propiedades es legítima
En resumen, es falsa la
proposición impugnada.
Estas consideraciones ponen en
evidencia que, en gran parte, la oposición entre catolicismo y
socialismo está en que aquél afirma la legitimidad de una gradación en
el amor al prójimo y éste la niega.
5.
— La posición orgánica del hombre en la sociedad cristiana
Una sociedad cristiana es como
una inmensa red de amor al prójimo que tiene por inmediato objeto la
familia y los círculos vecinos, y de ahí se irradia a todo el cuerpo
social.
De lo íntimo de los hombres
brota la vida de los grupos y de la sociedad. Vida tan intensa que, en
cierto modo, de ella más que del Estado, nace la gran fuerza propulsora
de un país o de una civilización.
Por otra parte, esta gradación
en el amor al prójimo es exactamente lo que corresponde a la natural
tendencia del alma humana, la cual no se satisface con un mero amor
genérico a la humanidad, sino que pide imperiosamente seres concretos
con quienes tener relaciones directas y a quienes dedicarse de manera
personal.
Por esto, si se niega que
debemos amar más a los más próximos, las relaciones de proximidad
pierden todo su alcance y significación, y prácticamente desaparecen.
Por esta razón el socialismo y el comunismo conciben el amor al prójimo
—en su lenguaje laico o ateo, simple solidaridad humana— igual para
todos.
6.
— Situación inorgánica del hombre en las masas socializadas
De ahí la formación de inmensas
masas sin contextura interna, el aislamiento trágico y glacial del
individuo en la multitud, y la entera ausencia de vida de alma en la
sociedad humana, así como también la sujeción de ésta a un organismo con
el cual no tiene relaciones vitales, sino meramente mecánicas: es el
Estado, ente ajeno a la multitud y dirigido por técnicos sin contacto
vivo con la realidad.
7.
— Pueblo y masa
En la sociedad cristiana se
constituye un organismo vivo, dividido en órganos jerárquicos y
profundamente solidarios entre sí: es el pueblo. En el régimen
socialista por el contrario, se forma la “masa”.
La diferencia entre pueblo y
masa fue admirablemente descrita por Pío XII, de feliz memoria, en
documento citado más adelante .
El igualitarismo socialista y la
“Reforma Agraria Socialista” sólo son aspectos de la gran ola de
socialización que azota el Occidente. El esfuerzo de levantar diques
contra esa ola no debe considerarse como un mero trabajo de preservación
de élites, meritorio en sí. Esta tarea tiene su sentido pleno en el
designio de asegurar para todo el pueblo, como sociedad —comprendiendo
familias y grupos de diversos niveles orgánicos y diferenciados— el
carácter de pueblo. Su objetivo es impedir la trágica transformación del
pueblo en masa inerte, inorgánica y esclava.
Aludimos de paso al laicismo o
ateísmo socialista. El tema merece una palabra de aclaración.
Según la doctrina católica,
todos los hombres son hermanos, pues fueron creados por Dios y redimidos
por Jesucristo, y la patria no es sino una familia de familias. Se
comprende todo el calor de amor fraterno que surge de ahí, en la familia
primero, pero gradualmente también en las relaciones humanas, y en toda
la humanidad. Es una inmensa efusión de amor, ciertamente que graduado y
como jerarquizado, pero que alcanza de hecho a todos los hombres con una
plenitud espléndida, toda fundada —es importante advertirlo— en el amor
de Dios.
Según la doctrina socialista, no
hay Dios, o por lo menos se ignora su existencia, pues se desea
construir todo el edificio social y económico al margen de concepciones
religiosas: esto es, precisamente como si Dios no existiera. Entonces
¿qué fundamento queda para el amor entre los hombres? Las relaciones
humanas pasan a ser un helado e inhóspito consorcio de intereses.
Los adeptos de estas doctrinas
no tienen derecho, pues, a utilizar el argumento del amor al prójimo.
[N.R.: Para
profundizar sobre estos conceptos remitimos el lector al Cap. III de "Nobleza
y élites tradicionales análogas", del mismo autor:
Pueblo y masa — Libertad e igualdad en un régimen democrático:
conceptos genuinos y conceptos revolucionarios - Las enseñanzas de Pío
XII]
TEXTOS PONTIFICIOS
El
amor al prójimo enseñado por Jesucristo es opuesto a la utopía
igualitaria del socialismo
“Ciertamente,
Jesús nos amó con un amor inmenso, infinito y vino a la tierra para
sufrir y a fin de que, reunidos alrededor de Él, en la justicia y el
amor, animados de los mismos sentimientos de mutua caridad, todos los
hombres vivan en la paz y la felicidad. Pero, para la realización de
esta felicidad temporal y eterna Él impuso, con autoridad soberana, la
condición de hacerse parte de su rebaño, de aceptar su doctrina, de
practicar la virtud y de dejarse enseñar y guiar por Pedro y sus
Sucesores. Además, si Jesucristo fue bueno para los extraviados y
pecadores, no respetó sus convicciones erróneas, por sinceras que
pareciesen; los amó a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos.
Si llamó a sí a los afligidos e infelices, fue para consolarlos y no
para predicar el ansia de una igualdad quimérica. Si levantó a los
humildes, no fue para inspirarles el sentimiento de una dignidad
independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón se desbordaba
de mansedumbre con las almas de buena voluntad, supo igualmente armarse
de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios,
contra los miserables que escandalizan a los pequeños, contra las
autoridades que oprimen al pueblo bajo la carga de pesados fardos, sin
aliviarla ni con un dedo. Fue tan fuerte como dulce; reprendió, amenazó,
castigó, sabiendo y enseñándonos que, muchas veces, el temor es el
comienzo de la sabiduría, que, a veces, conviene cortar un miembro para
salvar el cuerpo. En fin, no anunció para la sociedad futura el reino de
una felicidad ideal, en donde se suprimiría el sufrimiento; pero con
lecciones y ejemplos trazó el camino de la felicidad posible en la
tierra y de la felicidad perfecta en el cielo: el camino real de la
Santa Cruz. Estas son enseñanzas que sería errado aplicar solamente a la
vida individual con miras a la salvación eterna; son doctrinas
eminentemente sociales y nos muestran en N. S. Jesucristo, algo más que
un humanitarismo sin consistencia y sin autoridad” .
Amor al prójimo entre grandes y pequeños
“Los humildes a su vez se
alegren de la prosperidad y confíen en el apoyo de los poderosos, no de
otra suerte que el hijo menor de una familia se pone bajo la protección
y el amparo del de mayor edad” .
El
amor a sí mismo y a la familia, está en armonía con el amor a la patria
y al género humano
La
Iglesia “se aparta tanto de los errores extremos como de las
exageraciones de los partidos políticos y de sus teorías y métodos; y se
mantiene siempre en el equilibrio de la verdad y de la justicia;
equilibrio que reivindica en la teoría, aplica y promueve en la
práctica, al conciliar los derechos y los deberes de los unos con los de
los otros, como la autoridad con la libertad, la dignidad del individuo
con la del Estado, la personalidad humana en el súbdito con la
representación divina en el superior y, por lo tanto, la sumisión
debida, y el amor ordenado de sí y de la familia y de la patria, con el
amor de las demás familias y pueblos, fundado en el amor de Dios, Padre
de todos, primer principio y último fin”
.
La
diversidad de clases no obsta a la justicia y al amor entre los hombres
“…el
conjunto de las enseñanzas de la Religión, de que es intérprete y
depositaria la Iglesia, puede mucho para componer entre sí y unir a los
ricos y a los proletarios, porque a ambos enseña sus mutuos deberes, y
en especial los que dimanan de la justicia”
.
Fraternidad cristiana y jerarquía social
“En
un pueblo digno de ese nombre, todas las desigualdades que se deriven,
no del capricho, sino de la naturaleza misma de las cosas, desigualdades
de cultura, de riquezas, de posición social —sin perjuicio, entiéndase
bien, de la justicia y de la mutua caridad— no son en realidad obstáculo
alguno para que exista y predomine un auténtico espíritu de comunidad y
de fraternidad. Más aún, esas desigualdades, lejos de menoscabar en modo
alguno la igualdad civil, le confieren su legítimo significado, esto es,
que, frente al Estado, cada uno tiene el derecho de vivir honradamente
su propia vida personal, en el lugar y en las condiciones en que los
designios y las disposiciones de la Providencia le hayan colocado”
.
Las
desigualdades individuales y sociales, fuente de belleza y armonía
“La
concordia que se procura entre los pueblos debe ser promovida cada vez
más entre las clases sociales. Si esto no se verifica, pueden, en
consecuencia, resultar odios y disensiones, como ya estamos
presenciando; de ahí nacerán perturbaciones, revoluciones, y a veces
masacres, así como la disminución progresiva de la riqueza y las crisis
que afectan a la economía pública y privada. León XIII, Nuestro
Predecesor, ya observaba con exactitud: “Dios quiso una diferencia
de clases en la comunidad humana, pero al mismo tiempo cierta
ecuanimidad proveniente de la colaboración amistosa” (Carta Permoti
Nos). En efecto, “así como en el cuerpo humano los diversos miembros se
ajustan entre sí y determinan esas relaciones armoniosas a que llamamos
simetría, de la misma manera la naturaleza exige que las clases se
integren en la sociedad unas en las otras y por su colaboración mutua
realicen un justo equilibrio. Cada una de ellas tiene necesidad de la
otra; el capital, no existe sin el trabajo, ni el trabajo sin el
capital. Su armonía produce la belleza y el orden” (León XIII, Encíclica
Rerum Novarum). Quien se atreve, pues, a negar la diversidad de
clases sociales contradice el orden mismo de la naturaleza. Y también
los que se oponen a esta colaboración amistosa y necesaria entre las
clases procuran, sin duda, perturbar y dividir la sociedad para mayor
daño del bien público y privado. Finalmente, he aquí lo que afirma
Nuestro Predecesor de inmortal memoria, Pío XII: “En un pueblo digno
de ese nombre, todas las desigualdades que se deriven, no del capricho,
sino de la naturaleza misma de las cosas, desigualdades de cultura, de
riqueza, de posición social —sin perjuicio, entiéndase bien, de la
justicia y de la mutua caridad— no son, en realidad obstáculo alguno
para que exista y predomine un auténtico espíritu de comunidad y de
fraternidad” (Radiomensaje de Navidad de 1944). Es verdad que toda
clase y toda categoría de ciudadanos puede defender los propios
derechos, desde que lo haga según la ley y sin violencia, en el respeto
a los derechos ajenos, tan inviolables como los suyos. Todos son
hermanos; es, pues, necesario que todas las cuestiones se resuelvan
amigablemente; con caridad fraterna y mutua”
.
Es
en una desigualdad orgánica donde florece la fraternidad cristiana
“…es
necesario que os sintáis verdaderamente hermanos. No se trata de una
simple alegoría: sois verdaderamente hijos de Dios, y por tanto,
verdaderos hermanos.
Pues bien, los hermanos no
nacen ni permanecen todos iguales: unos son fuertes, otros débiles; unos
inteligentes, otros incapaces; tal vez alguno sea anormal, y también
puede acontecer que se haga indigno. Es, pues, inevitable una cierta
desigualdad material, intelectual, moral, en una mismafamilia. Sin
embargo, del mismo modo que nada, ni las contingencias, ni el uso de la
libertad, podrá destruir la paternidad y la maternidad, así también debe
mantenerse intangible y operante, en los límites de lo justo y posible,
la fraternidad entre los hijos de un mismo padre y una misma madre.
Aplicad esto a vuestra
parroquia, que Nos desearíamos ver transformada en una verdadera y gran
familia. Pretender la igualdad absoluta de todos sería lo mismo que
pretender dar idénticas funciones a los diversos miembros del mismo
organismo. Esto supuesto, es necesario tornar operante vuestra
fraternidad, porque solamente si os amáis los unos a los otros los
hombres reconocerán que sois una parroquia cristianamente renovada”
.
Las
desigualdades son condiciones de organicidad social
“Así
como la perfecta constitución del cuerpo humano resulta de la unión y
composición de miembros diversos, que, diferentes en forma y funciones,
atados y puestos en sus propios lugares, constituyen un organismo
hermoso a la vista, vigoroso y apto para bien funcionar, así en la
humana sociedad son casi infinitas las diferencias de los individuos que
la forman; y si todos fueran iguales y cada uno se rigiera a su
arbitrio, nada habría más deforme que semejante sociedad; mientras que
si todos, en distinto grado de dignidad, oficios y aptitudes,
armoniosamente concurren al bien común, retratarán la imagen de una
ciudad bien constituida y según pide la naturaleza” .
La
sociedad como un organismo vivo, o como máquina sujeta al Estado —
Pueblo y Masa
“El
Estado no contiene en sí mismo y no reúne mecánicamente, en un
determinado territorio, una aglomeración amorfa de individuos. En
realidad es, y debe ser, la unidad orgánica y organizadora de un
verdadero pueblo.
Pueblo y multitud amorfa o,
según suele decirse, “masa”, son dos conceptos distintos. El pueblo vive
y se mueve por su propia vida, la masa de por sí es inerte, y no puede
ser movida sino desde fuera. El pueblo vive de la plenitud de vida de
los hombres que lo componen, cada uno de los cuales —en su propio puesto
y según su propio modo— es una persona consciente de su propia
responsabilidad y de sus propias convicciones. Por el contrario, la masa
espera el impulso del exterior, fácil juguete en manos de cualquiera que
explote sus instintos o sus impresiones, dispuesta a seguir cambiando
sin cesar, hoy ésta, mañana aquella otra bandera. De la exuberancia de
vida de un verdadero pueblo se difunde la vida, abundante, rica, por el
Estado y por todos sus organismos, infundiéndoles, con un vigor sin
cesar renovado, la conciencia de su propia responsabilidad, el verdadero
sentimiento del bien común. Es verdad que el Estado puede también
servirse de la fuerza elemental de la masa, manejada y aprovechada con
habilidad: en las manos ambiciosas de uno solo o de muchos agrupados
artificialmente por tendencias egoístas, el mismo Estado puede, con
apoyo de la masa, reducida ya a no ser sino una simple máquina, imponer
su voluntad a la parte mejor del verdadero pueblo: el interés común
queda así gravemente herido por largo tiempo, y la herida muy
frecuentemente es difícil de curar”
.
El
amor al prójimo, tema cristiano que el socialismo sabe explotar
“Al
principio, el comunismo se mostró cual era en toda su
perversidad, pero pronto cayó en la cuenta de que con tal proceder
alejaba de sí a los pueblos, y por esto ha cambiado de táctica y procura
atraerse las muchedumbres con diversos engaños, ocultando sus designios
bajo ideas que en sí mismas son buenas y atrayentes.
Así, tomando un ejemplo, ante
el deseo general de paz, los jefes del comunismo fingen ser los más
celosos fautores y propagandistas del movimiento por la paz mundial;
pero al mismo tiempo excitan a una lucha de clases que hace correr ríos
de sangre, y sintiendo que no tienen garantías internas de paz, recurren
a armamentos ilimitados. Así, bajo diversos nombres y sin alusión alguna
al comunismo, fundan asociaciones y periódicos que luego no sirven sino
para lograr que sus ideas vayan penetrando en medios que de otro modo no
les serían fácilmente accesibles; y pérfidamente procuran infiltrarse
hasta en asociaciones abiertamente católicas y religiosas. Así, en
otras partes, sin renunciar en lo más mínimo a sus perversos principios,
invitan a los católicos a colaborar con ellos en el campo llamado
humanitario y caritativo, a veces proponiendo cosas completamente
conformes al espíritu cristiano y a la doctrina de la Iglesia. En otras
partes llevan su hipocresía hasta hacer creer que el comunismo en los
países de mayor fe o de mayor cultura tomará un aspecto más suave, y no
impedirá el culto religioso y respetará la libertad de conciencia. Y
hasta hay quienes, refiriéndose a ciertos cambios introducidos
recientemente en la legislación soviética, deducen que el comunismo está
ya para abandonar su programa de lucha contra Dios.
Procurad, Venerables
Hermanos, que los fieles no se dejen engañar. El comunismo es
intrínsecamente perverso; y no se puede admitir que colaboren con él, en
ningún terreno, quienes deseen salvar la civilización cristiana”
.
Estas palabras de Pío XI fueron
escritas respecto del comunismo. La experiencia muestra que el
socialismo, aunque a su modo, también procede así.
El
celo del católico por el precepto del amor al prójimo no le puede llevar
al socialismo
“Socialismo
religioso, socialismo cristiano son términos contradictorios: nadie
puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero”
.
El católico debe reaccionar
contra la socialización
“Si
las señales de los tiempos no engañan, en la segunda fase de las
controversias sociales, en que ya entramos, tienen precedencia (con
relación a la cuestión operaria, que dominó la primera fase) otras
cuestiones y problemas. Citemos aquí dos de ellos:
La superación de la lucha de
clases por una recíproca y orgánica ordenación entre el empleador y el
empleado, puesto que la lucha de clases nunca podrá ser un objetivo de
la ética social católica. La Iglesia sabe que es siempre responsable por
todas las clases y categorías del pueblo.
Además, la protección del
individuo y de la familia, frente a la corriente que amenaza arrastrar a
una socialización total, en cuyo fin se tornaría pavorosa realidad la
imagen terrorífica del Leviatán. La Iglesia trabará esta lucha hasta el
extremo, puesto que se trata aquí de valores supremos: la dignidad del
hombre y la salvación del alma”
.
Lamentable desvío de ciertos católicos
“Al asignar a todo el pueblo,
como oficio propio, aunque parcial, la ordenación de la economía futura,
estamos muy lejos de consentir en que tal oficio vaya a parar al Estado
como tal. Y, sin embargo, observando las corrientes de algunos
Congresos, aun católicos, en materias económicas y sociales, se puede
notar cierta tendencia siempre creciente a invocar la intervención del
Estado, tanto que a veces se tiene la impresión de que éste es el único
expediente imaginable. Ahora bien; según la doctrina social de la
Iglesia, el Estado tiene, sin duda, como oficio propio la ordenación de
la convivencia social. Para cumplir tal oficio debe incluso ser fuerte y
tener autoridad. Pero los que lo invocan continuamente y echan sobre él
toda responsabilidad lo llevan a la ruina y hacen con él el juego de
potentes grupos interesados. La conclusión es que de este modo se llega
a acabar con toda responsabilidad personal en la cosa pública y que
cuando alguno habla de deberes o de negligencias del Estado se refiere a
deberes y faltas de grupos anónimos entre los cuales, naturalmente, no
piensa contarse él mismo” .
Carácter laicista del socialismo
“…el
socialismo, por el contrario, completamente ignorante y descuidado de
tan sublime fin del mundo y de la sociedad, pretende que la sociedad
humana no tiene otro fin que el puro bienestar material”
.
Sin
Dios, la convivencia humana decae y se degrada
“…porque
muchos desprecian o rechazan completamente la autoridad suprema y eterna
de Dios —que ordena o prohíbe— la conciencia del deber cristiano queda,
como consecuencia, enflaquecida, la fe decae en las almas o se extingue
completamente; y de ahí resulta que las propias bases de la convivencia
humana se dislocan y arruinan miserablemente”
.
Proposición 3 |
IMPUGNADA |
AFIRMADA |
Además, quien ama
seriamente al prójimo debe condolerse con su sufrimiento.
Ahora bien, la existencia
de desigualdades hace sufrir legítimamente a los que tienen me-
nos.
Luego los que tienen más
deben dividir con ellos lo que poseen, hasta llegar a una igualdad
que sea fuente de alegría y concordia general. |
Desde el momento que un
hombre tenga lo necesario para la subsistencia y para la prosperidad
suya y de su familia, y reciba la justa remuneración por su trabajo,
no tiene derecho a deplorar que otras personas o familias posean
más.
Si lo deplora, peca por
orgullo y por envidia.
Por orgullo, no aceptando
la voluntad de Dios que creó hombres con capacidad física o
intelectual desiguales, dando así origen a la desigualdad de bienes.
Por envidia, al sentirse
triste y lleno de rebeldía ante el hecho de que otro posea
legítimamente mayores bienes, de cualquier naturaleza que sean.
El amor al prójimo manda a
quien tiene menos, que se alegre porque otros tienen más.
Y que acepte sus propias
condiciones alegremente, si son justas y dignas. |
COMENTARIO
Se podría objetar el principio
contenido en la proposición afirmada. Si todos tuvieran que contentarse
con lo que tienen, siéndoles esto suficiente, nadie tendría derecho a
elevarse en el cuerpo social. ¿El Evangelio conduciría entonces a un
odioso régimen de castas? ¿O a un vergonzoso estancamiento de los
hombres de capacidad relevante, nacidos en condiciones humildes?
¿Quedaría el País privado de aprovechar estos valores? Es fácil
responder.
1.
— Legítima elevación individual
Tender a mejorar es inherente a
todo cuanto tiene vida, El primer progreso a que cada uno debe tender es
el espiritual e intelectual. Así, a medida que el hombre vive, debe ir
creciendo en virtud e inteligencia. Al mismo tiempo, nace en él un deseo
recto de alcanzar más decoro y bienestar para su existencia. Por el
trabajo consigue los medios económicos para ese fin. Y con la elevación
de su nivel personal y del ambiente en que vive, su reputación social
también crece.
Hay veces en que el hombre,
buscando los medios de subsistencia, encuentra abierta la puerta de
acceso a la fortuna. Es su situación material la que mejora. Pero él
tiene que sentir el deseo de ponerse a la altura de la situación
conquistada, elevándose a sí mismo y a los suyos, en virtud y cultura,
las cuales les serán una base más preciosa y respetable que el simple
hecho material de poseer oro.
Obrando así, no hay envidia,
pues no hay pesar por lo que los otros tienen. No hay orgullo, porque el
hombre no quiere más que lo que le corresponde. El hombre va mereciendo
y en esta medida va teniendo más. O si va teniendo más, va cuidando de
ponerse a la altura de lo que tiene.
2.
— Elevación legítima de familias y clases
En la historia, tal movimiento
ascensional es lento, profundo y de gran fecundidad. En general se
transmite de padres a hijos y así va elevando a las familias.
Este movimiento no anima
habitualmente sólo a esta o aquella familia, sino a toda una clase
social. Muy legítimamente, las clases —aun las más humildes— pueden,
pues, tender a subir.
Puesto que debe haber varias
clases en un cuerpo social normalmente constituido
,
esta elevación, se dirá, llevaría consigo la extinción de las
inferiores, que a medida que suban se confundirían con las superiores.
Tal consecuencia no se ha de temer en una saludable elevación de las
clases sociales. La nivelación por arriba, es tan imposible, como la
nivelación por abajo.
Este movimiento ascensional de
clases enteras consiste, por regla general, en que cada cual en su
clase, y cada clase en el país, progrese en un movimiento único que
lleve para adelante todas las clases. Así el tenor del valor moral, de
la cultura popular de buena ley, del gusto, de la capacidad técnica,
debe crecer a lo largo de las generaciones de pequeños propietarios,
como ha crecido magníficamente, por ejemplo, en los campesinos europeos,
desde las invasiones bárbaras hasta nuestros días. Pero estas calidades,
en este movimiento ascensional, se deberán ir intensificando también en
las demás clases sociales. La sociedad, como un cuerpo vivo, progresará
así proporcionadamente, al impulso de una única fuerza de crecimiento.
3 —
Elevación individual y clases sociales
Entonces, ¿no podrá una
persona ascender de clase social? Ciertamente, sí. En todas las clases
nacen a veces individuos de un valor que —en mayor o menor medida—
supera la media. Estos tienen una justa y sensata noción de su
capacidad, noción ésta muy distinta de las ilusiones que algún infatuado
tenga de sí mismo. Aquellos están en su derecho, deseando elevarse. No
los mueve el orgullo, pues quieren lo que merecen —porque sienten dentro
de sí el latir de su propia capacidad— y no lo que no merecen. No los
mueve la envidia, puesto que no quieren ofender ni despojar a nadie. La
virtud que lleva al hombre a aspirar a los honores en la convivencia
social se llama, en sabrosa expresión de Santo Tomás de Aquino,
“magnanimidad”, esto es, grandeza de alma .
El deseo de elevación social participa de esa virtud.
Estos ascensos sociales que
elevarán a algunos a las esferas más próximas, y a otros a las cumbres
del cuerpo social, deben encontrar permeables las clases superiores,
para las cuales esos elementos nuevos son otras tantas células vivas
para sustituir las que se desgastan.
4.
— Depuración de las élites
En efecto, si en cada clase
social la estabilidad es un bien, debe haber en ella, además de la
puerta por donde se entra, la puerta por donde se sale.
Los individuos o las familias
que degeneran merecen caer, y por regla general, caen.
Como el cuerpo humano, que se
conserva el mismo a lo largo de la vida, pero adquiere y pierde
continuamente partes insignificantes de sus elementos, así también las
varias clases del cuerpo social deben ser estables a lo largo del tiempo
y de las generaciones, pero siempre asimilando y eliminando
paulatinamente algunos de sus elementos.
5.
— Estabilidad y mutabilidad de élites
Cuando esta incorporación o este
desgaste se tornan demasiado frecuentes, o demasiado raros, es señal de
que hay algo enfermo en el cuerpo social. En efecto, normalmente los
hombres de valor relevante existen y deben subir; y si no suben, es
porque alguna cosa errada les impide hacerlo. Pero, por otra parte,
siendo excepciones, no deben ser demasiados los que suben. Si son
muchos, es señal de que está habiendo algo que permite el ascenso de
elementos sin méritos.
Recíprocamente, el desgaste
paulatino de la élite es un fenómeno inevitable, y si deja de darse
completamente hay en esto una anomalía. En efecto, quedan en situación
de inmerecido relieve elementos que ya no se encuentran a la altura de
su misión. Si por el contrario, de la élite se desprenden en gran número
personas o familias, es una señal cierta de irregularidad, pues, o esa
decadencia es merecida, o no lo es. Si lo es, el deterioro de la élite
asumió proporción excesiva y alarmante. Si no lo es, muchos de sus
elementos válidos están siendo injustamente perjudicados y toda la
estructura de la clase pierde su solidez de esta manera.
Estos principios se refieren
mucho más a las épocas normales de la historia, que a las épocas de
cataclismo y convulsiones.
6.
— Conclusiones
Aplicando estos principios al
régimen agrario, se puede afirmar que es muy deseable, y no debe ser
raro, el acceso del asalariado a la condición de pequeño propietario, y,
en alguna medida, el acceso del pequeño propietario a la condición de
medio, y del medio a la del gran propietario. En cuanto a la elevación
del gran propietario, basta decir que el aumento de la gran propiedad
puede prestar servicios considerables en ciertas ocasiones. Pero debe
ser excepcional. Como también debe ser posible el acceso de asalariados
de real valor a la condición de grandes propietarios: hipótesis que no
pertenece al campo de la quimera, pues, más de una vez, el “Rey del
Café”, en el Brasil ha sido un antiguo asalariado y en escala menor, se
dieron hechos semejantes. Por ejemplo, el de un gran industrial de
Campos, que se complacía en declarar que había comenzado su existencia
como vendedor de dulces.
* * *
En nuestro País ha acontecido no
raras veces que propietarios medios y grandes, acumulando rendimientos y
haciendo economías, en lugar de adquirir tierras vecinas para aumentar
sus propiedades, prefieren aplicar sus disponibilidades en la
adquisición de tierras distantes, en zonas incultas y casi inhabitadas.
De esta forma se tornan dueños
de grandes áreas, y a veces inmensas. Mientras que las sumas así
aplicadas no resulten de una retribución insuficiente de sus
trabajadores, nadie puede ver en esto un fenómeno censurable. Muy al
contrario, es un índice de legítima pujanza y garantía de progreso,
tanto más cuando es conocida la particular eficiencia de la gran
propiedad en la tarea de conquista y colonización del “hinterland”
TEXTOS PONTIFICIOS
León XIII describe el deseo intemperante de mejorar la propia condición
“Lamentamos
...que una llaga verdaderamente profunda haya herido el cuerpo social
desde que se comenzó a descuidar los deberes y las virtudes que fueron
el ornamento de la vida simple y común... Los operarios se separaron de
su propio ministerio, huyen del trabajo, y, descontentos con su suerte,
levantan su mirada a metas demasiado altas y aspiran a una inconsiderada
repartición de bienes” .
El
legítimo deseo de elevación y el apego a los bienes de la tierra
“…los pobres, a su vez,
aunque se esfuercen, según las leyes de la caridad y de la justicia, por
proveerse de lo necesario y aun por mejorar de condición, deben también
permanecer siempre ‘pobres de espíritu’ (Mt. 5, 3), estimando más
los bienes espirituales que los bienes y goces terrenos. Recuerden,
además, que nunca se conseguirá hacer desaparecer del mundo las
miserias, los dolores, las tribulaciones, a que están sujetos también
los que exteriormente aparecen muy felices. Todos, pues, necesitan la
paciencia, esa paciencia cristiana con que se eleva el corazón hacia las
divinas promesas de una felicidad eterna”
.
El
deseo de mejores condiciones de vida y la felicidad terrena
“Y
por lo que al trabajo corporal toca, ni aun en el estado de la inocencia
había de estar el hombre completamente ocioso; mas lo que para
esparcimiento del ánimo habría entonces libremente buscado la voluntad,
eso mismo después por necesidad, y no sin fatiga, tuvo que hacer en
expiación de su pecado. Maldita será la tierra en tu obra; con
afanes comerás de ella todos los días de tu vida (Gen. 3, 17). Y del
mismo modo no han de tener fin en este mundo las otras penalidades
porque los males que al pecado siguieron son ásperos de sufrir, duros y
difíciles, y de necesidad han de acompañar al hombre hasta lo último de
su vida. Así que sufrir y padecer es la suerte del hombre, y por más
experiencias y tentativas que el hombre haga, con ninguna fuerza, con
ninguna industria podrá arrancar enteramente de la vida humana estas
incomodidades. Los que dicen que lo pueden hacer, los que al desgraciado
pueblo prometen una vida exenta de toda fatiga y dolor y regalada con
holganza e incesantes placeres, lo inducen a error, lo engañan con
fraude de que brotarán algún día males mayores que los presentes”
.
El
trabajador manual no debe avergonzarse de permanecer en su condición
“Que
si se tiene en cuenta la razón natural y la filosofía cristiana, no es
vergonzoso para el hombre ni le rebaja el ejercer un oficio por salario,
pues le habilita el tal oficio para poder honradamente sustentar su vida”
.
Describiendo la elevación lenta de los pueblos bajo el influjo de la
Iglesia, así se expresa San Pío X
“La
Iglesia, al predicar a Cristo crucificado, escándalo y locura a los ojos
del mundo (I Cor. 1, 23), vino a ser la primera inspiradora y
fautora de la civilización, y la difundió doquiera que predicaron sus
apóstoles, conservando y perfeccionando los buenos elementos de las
antiguas civilizaciones paganas, arrancando a la barbarie y adiestrando
para la vida civil a los nuevos pueblos que se guarecían al amparo de su
seno maternal, y dando a toda la sociedad, aunque poco a poco, pero con
pasos seguros y siempre progresivos, aquel sello tan realzado que se
conserva universalmente hasta el día de hoy. La civilización del mundo
es civilización cristiana: tanto más verdadera, durable y fecunda en
preciosos frutos, cuanto más genuinamente cristiana; tanto más declina,
con daño inmenso del bienestar social, cuanto más se sustrae a la idea
cristiana. Así que aun por la misma fuerza intrínseca de las cosas, la
Iglesia, de hecho, llegó a ser la guardiana y defensora de la
civilización cristiana. Tal hecho fue reconocido y admitido en otros
siglos de la historia y hasta formó el fundamento inquebrantable de las
legislaciones civiles” .
Proposición 4 |
IMPUGNADA |
AFIRMADA |
El Evangelio recomienda el
desapego de los bienes de la tierra .
Así una sociedad verdaderamente cristiana debe condenar el uso de
todo cuanto sea superfluo para la subsistencia. Joyas, encajes,
sedas y terciopelos carísimos, habitaciones innecesariamente
espaciosas y llenas de adornos, comida rebuscada, vinos preciosos,
vida social ceremoniosa y complicada, todo esto es opuesto a la
simplicidad evangélica. Jesucristo deseó para sus fieles un tenor de
existencia simple e igualitario.
A este ideal conduce el
régimen de la pequeña propiedad.
Por el contrario, las
propiedades media y grande conducen forzosamente a los excesos
arriba apuntados. |
El Evangelio recomienda el
desapego de los bienes de la tierra. Ese desapego no significa que
el hombre deba evitar su uso, sino solamente que los debe usar con
superioridad y fuerza de alma, así como con templanza cristiana, en
lugar de dejarse esclavizar por ellos.
Cuando el hombre no
procede así, y hace mal uso de bienes, el mal no está en los bienes
sino en él. Así, por ejemplo, el mal del borracho, está en sí mismo
y no en el vino precioso con que se embriaga Tanto es así que muchos
son los que beben vinos de la mejor calidad y no abusan de ellos. Lo
mismo se puede decir de los otros bienes. La música, por ejemplo, ha
sufrido muchas deformaciones abominables en las épocas de
decadencia. No es el caso, por eso, de renunciar a ella bajo el
pretexto de que corrompe. Hay que hacer buena música, y de la mejor,
y usarla para el bien.
En el Universo, todo fue
admirablemente dispuesto por Dios, y no hay nada que no tenga su
razón de ser. Sería inconcebible que el oro, las pedrerías, la
materia prima de los tejidos preciosos, etc., fueran excepción a la
regla. Existen, por designio de la voluntad divina, para un justo
deleite de los sentidos, al mismo título que un hermoso panorama, el
aire puro, las flores, etc. Y además de eso, son medios para adornar
y elevar la existencia cotidiana de los hombres, afinarlos en la
cultura, y hacerles conocer la grandeza, la sabiduría y el amor de
Dios.
Fue con este espíritu con
que la Iglesia utilizó siempre estos bienes para lo que tiene de más
sagrado: el culto divino. Lo que no habría hecho de ningún modo si
en esto se transgrediera la voluntad de su Fundador.
Y en todos los tiempos
ella estimuló a los individuos, las familias, las instituciones y
las naciones, para que, con la misma templanza, siguieran su
ejemplo, adornando y dignificando así, para la grandeza espiritual y
el bien material de los hombres, los ambientes de la vida doméstica
o pública.
Es por esto que le ha sido
dado muy justamente el título de benemérita de la cultura, del arte
y de la civilización.
Una de las ventajas de
una armoniosa desigualdad de bienes, está precisamente en permitir,
en las clases más altas, un florecimiento particularmente espléndido
de las artes, de la cultura, de la cortesía, etcétera, que de ellos
rebosa después sobre todo el cuerpo social. |
COMENTARIO
1.
— “Complejo” de “simplismo”
¿Cómo se explica que la
proposición impugnada encuentre acogida entre tantas personas
respetables por su buen proceder?
Siempre que, en determinada
situación, se forma una clase social rica y corrompida, ella usa de la
riqueza para satisfacer su depravación. Para el hombre depravado, en
efecto, todo es instrumento y ocasión para el mal. El salvaje de ciertas
tribus, por ejemplo, mata o roba porque es pobre. Entre los civilizados
hay quien roba porque la riqueza le da impunidad.
Nace, pues, de las clases ricas
y corrompidas un lujo excesivo y hasta extravagante, en que los
productos más quintaesenciados de la naturaleza o de la industria humana
son reunidos sin la menor consideración para con los verdaderos bienes
del alma, y con el único fin de saciar una sed inagotable de deleites de
los potentados del momento: nobles, burgueses de buena estirpe o
“parvenus”, demagogos plebeyos que lograron la cumbre de la riqueza o
del poder, etc. Este abuso se torna tanto más odioso cuanto coincide a
veces con la existencia de una clase reducida a una injusta indigencia.
De ahí el hecho de que, para muchos la palabra “lujo” viene siempre
conjugada con la idea de depravación y excesiva concentración de
fortunas.
Por motivos bien comprensibles,
entre los cuales una justa indignación se une no raramente con la
envidia y la rebeldía, tan fáciles de germinar en nuestro ambiente
igualitario, se forma en sentido contrario una reacción de “complejo” de
“simplismo”.
2.
— “Simplismo” y espíritu protestante
Es curioso notar que la tesis
impugnada es vieja y tiene resabios de protestantismo.
Reacciones así ya se dieron en
otras épocas. Sectas protestantes hubo que, como réplica a la justa
pompa de las ceremonias litúrgicas de la Iglesia Católica, y a la vida
personal indebidamente regalada de ciertos Prelados, instituyeron un
culto sin arte, sin esplendor, ni expresión del alma. Para dar otro
ejemplo, las campañas de total abstención del alcohol, de inspiración
protestante, proceden de la idea de que el mal está en el alcohol y no
en la flaqueza del ebrio. Ahora bien, Jesucristo instituyó el vino como
materia de la transubstanciación. La Escritura afirma que, tomado con
moderación, el vino “alegra el corazón del justo”
.
Y hay bebidas alcohólicas que fueron inventadas o son elaboradas por
Órdenes Religiosas. Lo mismo puede decirse de Otros bienes.
3. — La Iglesia, protectora
de la civilización contra el “simplismo”
¿No habrá cierto optimismo
ingenuo en la posición de la Iglesia?
Ella no ignora la flaqueza
humana. Pero tampoco la exagera. Y sobre todo, confía en la gracia para
tornar al hombre verdaderamente temperante.
Según ella enseña, las
magnificencias de la naturaleza y arte, bien utilizadas por el hombre
temperante, constituyen medios de elevarlo a Dios. Sin duda fueron
utilizadas en este sentido por muchas personas que vivieron en medio de
objetos del más exquisito lujo, y hoy están en la gloria de los altares:
Papas, Reyes, Cardenales, Príncipes, nobles y otros grandes de la
tierra.
Si el hombre debiera alejarse de
todo cuanto para un alma equilibrada constituye ocasión remota, y no
próxima, de pecado —no sólo los bienes placenteros del arte o de la
industria, sino también los bellos panoramas, que remotamente pueden
inducir a la disipación, y las regiones cuya hartura es capaz de llevar
indirectamente a la pereza— sería la muerte de la cultura y de la
civilización.
4.
— Santidad no es “simplismo”
Pero, dirá alguno, ¿la Iglesia
no recomienda la penitencia y el renunciamiento de los bienes de la
tierra? ¿No fueron muchos los santos que, para santificarse, dejaron
todas estas cosas?
Es cierto. La Iglesia tiene
recomendado a los hombres la abstención, a título de penitencia, de los
bienes de este mundo. La necesidad de penitencia no resulta de cualquier
mal existente en esos bienes, sino del desajuste de la naturaleza humana
como consecuencia del pecado original y de los pecados actuales. La
abstención de los bienes terrenos sirve para dominar las pasiones
desordenadas y mantener al hombre en las vías de la templanza. Además de
este efecto medicinal, la penitencia tiene también la finalidad de
expiar, ante la justicia de Dios, las faltas cometidas por quien la
practica, o por el prójimo. Y, en este sentido, es también indispensable
para la vida cristiana.
Muchos son los caminos que
llevan al Cielo. Algunos son excepcionales e impresionan mucho: el
abandono de todas las riquezas, por ejemplo; otros son para la mayoría,
e impresionan menos: el buen uso de las riquezas es uno de ellos. Pero
tanto los unos como los otros conducen a Dios y fueron trillados por los
Santos.
Un ejemplo sacado de otro campo
aclarará al asunto. San Pablo afirma la superioridad del celibato sobre
el casamiento .
La Iglesia favorece y glorifica de todos los modos posibles la castidad
perfecta. Para mantenerla, organiza Órdenes y congregaciones de ambos
sexos. Ella la exige de sus ministros. En nuestros días, Pío XII
escribió una Encíclica especial para declarar una vez más que el
celibato es superior al estado matrimonial
,
y en ella alabó a los fieles que, deseosos de consagrarse a la Acción
Católica, quisiesen mantenerse célibes para mejor servir a la Iglesia
.
Dio ejemplo de esto, entre otros, Contardo Ferrini, profesor
universitario del siglo pasado, beatificado por Pío XI.
Pero esa es una vía excepcional,
para unos pocos. La inmensa mayoría hará la voluntad de Dios por medio
del sacramento del Matrimonio, asumiendo los encargos santos y
respetables de la vida familiar. De esta forma muchos han llegado a los
altares.
Es obvio, en consecuencia, que
entre celibato y casamiento no hay contradicción.
Así también, entre el abandono
completo de las riquezas, en la vida del claustro, y el uso virtuoso de
ellas en el mundo, no hay contradicción. Como tampoco hay contradicción
entre la penitencia que todo católico debe practicar, y el progreso de
la civilización, que trae consigo el uso de los bienes espirituales y
materiales siempre más excelentes y abundantes.
5.
— Lujo proporcionado en todas las clases
Una última observación: es sobre
la palabra “lujo”. En nuestro idioma tiene dos matices, uno de los
cuales, peyorativo, afín con el concepto de lujuria. Mas la palabra
tiene también un sentido honesto, que queremos hacer resaltar.
El lujo recto consiste en la
abundancia y en el primor, subordinados a las leyes de la moral y de la
estética, de los bienes convenientes a la existencia. El lujo es, por
tanto, más que la posesión de lo estrictamente suficiente. Un cuadro
maestro, no es necesario, pero sí conveniente para una vida apacible.
¿En qué medida puede el hombre
tener, además de lo necesario lo conveniente? En la medida que lo
permita su situación patrimonial, y mientras la acumulación de bienes
simplemente convenientes en sus manos no coexista con la miseria de
otros. Porque en este caso, observando las exigencias del decoro, de la
justicia y de la caridad, debe dar con largueza de lo que es suyo.
Y si alguno tiene lujo en la
medida de lo que puede, sin faltar a los deberes para con el prójimo, su
lujo no puede ser considerado como contrario a los derechos de la
sociedad ni de terceros.
Los bienes que hacen la vida
apacible y decorosa, y que son considerados de lujo, no deben ser
privilegio de una clase social. En este sentido, también debe existir el
lujo entre los propietarios medios y pequeños y hasta en el asalariado.
Un lujo, entiéndase bien, proporcionado y auténtico. No el de las
bagatelas efímeras y costosas con que una persona se permite pasar
durante unos días por perteneciente a una clase superior a la propia.
Sino el lujo por el cual el hombre manifiesta su propia dignidad y la de
su clase, y muestra cuánto se ufana en pertenecer a ésta, por modesta
que sea. Es éste uno de los más bellos aspectos del ideal de elevación
de las clases trabajadoras rurales. Que esta elevación es posible, lo
dice el lujo popular de los campesinos de ciertas regiones de Europa,
provistos de muebles labrados, de tejidos de terciopelo, de joyas de
oro, todo de delicioso y auténtico gusto campesino.
¿Cómo alcanzar este ideal, en
las actuales condiciones económicas, marcadas por la producción en serie
de artículos efímeros? Este es un problema que a los especialistas toca
resolver. El principio de que debe haber un lujo popular auténtico,
corresponde a una necesidad de la naturaleza humana, que conviene
recordar aquí, y que de un modo u otro debe ser tomada en consideración.
6.
— Lujo familiar
El lujo recto debe ser una
situación propia a toda la familia, y no solamente al individuo. El
supone, pues, algo de continuidad familiar a través de las generaciones,
y resulta en parte de la transmisión de padre a hijo — según la medida
posible en cada clase social — de objetos duraderos y decorosos. Este es
uno de los elementos más eficientes para la formación de una tradición
familiar, y es necesario no privar a la civilización de las ventajas
estupendas que de ahí provienen.
7.
— Conclusión
La desigualdad de las
propiedades rurales proporciona un medio para que los grandes y medianos
propietarios dispongan de la holgura necesaria a fin de organizar, para
el incremento de la civilización cristiana, dentro del camino de la
virtud, de un tenor de vida especialmente decoroso y dignificante.
8.
— Críticas inevitables a la doctrina de la Iglesia
La posición equilibrada de la
doctrina católica, igualmente distante de un “simplismo” de sabor
protestante, opuesto a la civilización, y de un amoralismo sensual en el
uso de los bienes terrenos, ha suscitado en todos los tiempos la risa
sarcástica e incomprensiva del anticlericalismo.
Los “simplistas” la acusan de
pactar con la sensualidad del mundo, aprobando el lujo, el uso de vinos
y manjares costosos.
Los mundanos la acusan de no
tolerar las flaquezas de los hombres, y tornar así la vida imposible.
No hay medio de evitar esa doble
censura de la impiedad A ese respecto dice Nuestro Señor que vino San
Juan Bautista con ayunos y penitencias y dijeron: “tiene el demonio”. El
Hijo del Hombre, porque come y bebe, es llamado glotón
.
* * *
Pero, dirá alguno, ¿la parábola
de Lázaro y el rico opulento
no prueba precisamente que la opulencia lleva a la perdición?
Este texto evangélico es
definitivo para probar cómo no todo hombre opulento se condena, sino
sólo el que es malo. La Parábola nos muestra al mal rico en el infierno.
Lázaro, el pobre bueno, va hacia el seno de Abraham. Ahora bien, ¿quién
era Abraham? Según dice la Escritura era un hombre que vivió en la
opulencia .
El pobre bueno reposando junto al buen rico: he ahí la imagen
conmovedora de la paz social.
TEXTOS PONTIFICIOS
El
buen y mal uso de los objetos preciosos según la doctrina católica
“No
sería justo juzgarla (a saber: la profesión de orfebre) en sí misma
inútil o nociva, y ver en ella una injuria a la pobreza, casi un desafío
lanzado a los que no pueden tener parte en ello. Sin duda, en este campo
más que en otros, es fácil el abuso. Frecuentemente, no obstante los
límites que la conciencia recta fija para el uso de las riquezas, se ve
a algunos hacer alarde de un lujo provocante, sin ningún significado
razonable y destinado solamente a la satisfacción de la vanidad que
ignora, y por lo mismo insulta, los sufrimientos y las necesidades de
los pobres. Por otra parte sería injusto condenar la producción y el uso
de los objetos preciosos, siempre que correspondan a un fin honesto y
conforme a los preceptos de la ley moral. Todo cuanto contribuye al
esplendor de la vida social, todo cuanto pone de relieve los aspectos de
alegría y solemnidad, todo cuanto hace resplandecer en las cosas
materiales la perennidad y la nobleza del espíritu, merece ser respetado
y apreciado” .
Trajes ostentativos: un mal. El brillo de los trajes: un bien
“Si por una parte debe condenarse
la vana ostentación, de otro se encuentra enteramente normal que el
hombre se preocupe de realzar, por brillo exterior de los trajes, las
circunstancias extraordinarias de la vida y en demostrar por ese medio
sus sentimientos de alegría, de altivez o aun de tristeza”
.
También la existencia típicamente popular debe tener vida y esplendor
“Aquí es donde el folklore
toma su verdadera significación. En una sociedad que ignora las
tradiciones más sanas y más fecundas, esfuérzase él por conservar una
continuidad viviente, no impuesta del exterior, sino nacida del alma
profunda de las generaciones que en él reconocen una como expresión de
sus aspiraciones propias, de sus creencias, de sus deseos y de sus
pesares, de los recuerdos gloriosos del pasado y de las esperanzas del
porvenir. Los recursos íntimos de un pueblo se traducen muy naturalmente
en el conjunto de sus costumbres, en narraciones, leyendas, juegos y
desfiles, donde se manifiestan el esplendor de los vestidos y la
originalidad de los grupos y de las figuras. Las almas que permanecen en
contacto permanente con las duras exigencias de la vida, poseen con
frecuencia instintivamente un sentido artístico que de una materia
sencilla llega a sacar magníficos resultados. En estas fiestas populares
en las que el folklore de buena ley tiene el lugar que le corresponde,
cada uno goza del patrimonio común y aún se enriquece más si consiente
en aportar a él su parte” .
El
lujo exagerado y corrompido, causa de luchas sociales
“…lo
que Nos vemos en general es que, en cuanto por un lado no se tiene
ningún comedimiento en acumular riquezas, por otro lado, falta aquella
resignación de otrora en soportar las incomodidades que acostumbran
acompañar la pobreza y la miseria; y, mientras entre los proletarios y
los ricos ya existen aquellos conflictos de que hablamos, para
agudizar más aún la aversión de los indigentes se acrecienta ese lujo
inmoderado de muchos, unido a una impudente licencia”
.
La
Iglesia alaba la castidad perfecta hasta para los legos
“La
castidad perfecta es la materia de uno de los tres votos que constituyen
el estado religioso (Cfr. C. I. C., can. 487) y es exigido a los
clérigos de la Iglesia latina ordenados in Sacris (Cfr. C. I.
C., can. 132, §1) y a los miembros de los Institutos seculares
(Cfr. Const. Apost. Provida Mater, art. III, §2; A.A.S., vol. XXXIX,
1947, pág. 121); pero también es practicada por numerosos seglares,
hombres y mujeres que, aun viviendo fuera del estado público de
perfección, renuncian por completo, o de propósito, o por voto privado,
al matrimonio y a los placeres de la carne a fin de poder servir más
libremente a su prójimo y unirse a Dios más fácil e íntimamente.
A todos los amadísimos hijos
e hijas que de algún modo han consagrado a Dios su cuerpo y su alma,
volvemos Nuestro paternal corazón y les exhortamos vivamente a que se
afiancen en su santo propósito y lo cumplan con diligencia”
.
Proposición 5 |
IMPUGNADA |
AFIRMADA |
La “Reforma Agraria
Socialista” privará, por cierto, a muchas personas de la vida
regalada de que disfrutan. Pero, sujetándolas a condiciones de
existencia soportables para todos, ningún perjuicio real traerá para
ellas y, por tanto, no será injusta. |
La justicia no consiste
sólo en que todos tengan condiciones de vida dignas, sino también en
que, aseguradas estas condiciones para todos, tengan más los que por
su trabajo o por otro camino legítimo, como la herencia, adquieran
más. |
COMENTARIO
No se puede permitir en términos
de doctrina católica, que la desigualdad entre los hombres llegue al
punto de estar uno en inmerecida pobreza porque otros, movidos por el
afán desordenado de riquezas y sed de lujo, les nieguen lo necesario
para mantenerse — así como a sus familias — con su salario, en nivel
suficiente y digno. Esta injusticia lleva a una desigualdad
desproporcionada, y constituye uno de los cuatro pecados que claman al
cielo y piden venganza a Dios.
Este principio es fácil de
admitir.
Cuando se da una situación de
inmerecida pobreza, ¿cuál es el deber de los que tienen más que lo
necesario? Lo dice León XIII:
“Nadie, en verdad, es
obligado a auxiliar a los demás privándose de lo que para sí necesitare
o para los suyos, ni aun a suprimir algo de lo que es conveniente o
debido al decoro propio, pues nadie puede dejar de vivir como a su
estado convenga (Santo Tomás, Suma Teológica, IIa. IIae., q. 32, a. 6,
c.). Pero, una vez satisfecha la necesidad y la conveniencia, es un
deber el socorrer a los necesitados con lo superfluo: Lo que sobrare
dadlo en limosna (Lc. 11, 41). Exceptuados los casos de verdadera y
extrema necesidad, aquí ya no se trata de obligaciones de justicia, sino
de caridad cristiana, cuyo cumplimiento no se puede —ciertamente— exigir
jurídicamente. Mas, por encima de las leyes y de los juicios de los
hombres están la ley y el juicio de Cristo”
.
Es natural que, en los casos en
que se trate de un deber de justicia, toca a la ley —observada la
prudencia que le debe ser siempre inherente— obligar al cumplimiento de
ese deber.
Pero de ahí a pensar que,
siempre que una persona tiene una vida sobrada, ningún mal hay en que la
ley le quite algo en favor de los que tienen menos —y esto sin
distinguir siquiera si los que tienen menos, tienen o no lo necesario—
es realmente negar en su raíz el derecho de propiedad, en holocausto al
más radical igualitarismo.
Admitido esto, privar a un
hombre o a una familia de lo que legítimamente le pertenece, de la
situación patrimonial correspondiente a su nivel de educación, y a los
hábitos que en consecuencia adquirió, es injusticia gravísima. Y esto
aunque la persona así despojada no muera de hambre en su nueva posición.
* * *
Además, en ésta como en casi
todas las siguientes proposiciones impugnadas, se nota, explícito o
implícito, el principio totalitario, común a los nazistas, socialistas y
comunistas, de que el Estado puede todo, y por tanto, tiene a su alcance
abolir o modificar a su antojo el derecho de propiedad.
Esta posición es condenada por
la Iglesia, que considera ciertos derechos —la propiedad, la familia,
etc.— como anteriores y superiores al Estado.
TEXTOS
PONTIFICIOS
Ultra-ricos y multitud de pobres
Refiriéndose,
no a la agricultura en particular, sino a la economía contemporánea en
general, Pío XI dijo: “Hoy, sin embargo, observando el enorme
contraste entre el pequeño número de los ultra-ricos y la multitud
innumerable de los pobres, no hay hombre prudente que no reconozca los
gravísimos inconvenientes de la actual repartición de la riqueza”
.
Aprobar que haya clases
desiguales, grandes y pequeños, patronos y empleados, fortunas grandes,
medias y pequeñas, y, en fin, personas y familias que vivan digna y
suficientemente de sus salarios, no es aprobar la coexistencia de
“ultra-ricos” e indigentes.
Ya
disminuyeron en algunos lugares las exageradas diferencias de clase
“Debemos
reconocer, y esto es un buen auspicio, que desde hace algún tiempo se
asiste, en algunas partes, a una situación menos acerba, menos rígida
entre las diversas clases sociales, como ya lo observaba Nuestro mediato
Predecesor hablando a los católicos de Alemania: “La tremenda
catástrofe de la última guerra que se abatió sobre vosotros ha
producido, por lo menos, el beneficio de que en muchos grupos sociales
de vuestra nación, libres de prejuicio y del egoísmo de clase, las
diferencias de clase se han mitigado algo, engranando mejor los unos con
los otros. La desgracia común, es maestra de una amarga pero saludable
enseñanza” (Radiomensaje al 73º Congreso de los Católicos Alemanes,
1949).
En realidad hoy se han
atenuado las distancias entre las clases, porque no restan solamente las
dos clases de capitalistas y trabajadores y habiéndose multiplicado, se
ha facilitado a todos el acceso a ellas; y los que se distinguen por su
laboriosidad y habilidad pueden ascender en la sociedad civil a grados
más elevados.
Por lo que se refiere más
directamente al mundo del trabajo, es consolador pensar que esos
movimientos surgidos recientemente para humanizar las condiciones en las
fábricas y en los demás campos de trabajo hacen que los obreros sean
considerados en un plano más elevado y digno que el de lo exclusivamente
económico”
.
Las
desigualdades sociales deben ser armónicas
León
XIII se refiere a los “…derechos y obligaciones, por cuya
observancia, las dos clases sociales de ciudadanos, la que dispone del
capital y la que dispone del trabajo, deben mantener armonía entre sí”
.
Los
pobres, víctimas principales de la demagogia
“Los
pobres, en efecto, son los que están más expuestos a las insidias de los
agitadores, que explotan su desgraciada condición para encender la
envidia contra los ricos y excitarlos a tomar por la fuerza lo que les
parece que la fortuna les ha negado injustamente”
.
Defender a los pobres, sin provocar el odio a las clases superiores
La
proposición impugnada destila envidia contra las clases superiores y por
esta razón es particularmente censurable:
“...Los escritores católicos,
al defender la causa de los proletarios y de los pobres, deben
abstenerse de palabras y de frases que podrían inspirar al pueblo la
aversión por las clases superiores de la sociedad. No se hable, pues, de
reivindicación y de justicia cuando se trata de simple caridad, ...
Recuerden que Jesucristo quiso reunir a todos los hombres por los lazos
de amor mutuo, que es la perfección de la justicia e incluye la
obligación de trabajar para el bien recíproco”
.
Proposición 6 |
IMPUGNADA |
AFIRMADA |
El régimen del salariado
es en sí mismo injusto y contrario a la dignidad humana. Lo normal
es que el hombre, por naturaleza libre e igual a todos los demás
hombres, no tenga patronos y se beneficie de todo el fruto de su
labor.
Vivir de salario,
dependiendo de otros, es vergonzoso. Ceder una parte del producto de
su trabajo al dueño de una tierra que Dios hizo para todos, es
odioso.
Cada cual debe ser
propietario de la tierra que cultiva. Si no se dividen
inmediatamente las tierras, aplíquese por lo menos al campo el
principio de la participación de los trabajadores en el beneficio,
en la gestión y en la propiedad de la empresa. |
El régimen del salariado
respeta los derechos del propietario legítimo y del trabajador. Es,
pues, justo en sí, y se perfecciona, a veces con el régimen de la
aparcería agrícola.
No es vergonzoso tener
patrono. El hombre humilde acepta, hasta de buen grado, la autoridad
de sus superiores. Tal es la voluntad de Dios, y San Pablo mandó que
se les prestase obediencia .
En cuanto a la
participación en los beneficios, en la gestión y en la propiedad, es
muy deseable en los casos, más o menos raros o frecuentes, conforme
a los tiempos y lugares, en que sea viable. Por esto la ley puede
favorecerla, pero nunca imponerla. |
COMENTARIO
1.
— Derecho del hombre al fruto de su trabajo
Vimos la legitimidad del derecho
de propiedad según la doctrina de la Iglesia
.
El hombre tiene derecho absoluto sobre lo que produce su actividad, y,
por lo tanto, sobre lo que gana, economiza y acumula. En este sentido,
dice de modo muy expresivo León XIII, el capital no es sino el mismo “salario
bajo otra forma” .
Pero el trabajo no es la única fuente de propiedad. El hombre tiene
igualmente el derecho de apropiarse de los bienes muebles e inmuebles
que no tienen dueño.
2.
— Dar trabajo es hacer un beneficio
Admitida así la legitimidad de
la institución de la propiedad privada que procede de la naturaleza, y,
por tanto, de Dios, Autor del universo, es fácil ver que el propietario,
cuando acepta a otro para trabajar en su tierra, le presta un beneficio.
Y si paga el trabajo justa y debidamente, procede de modo recto.
Los comunistas y socialistas
consideran injusto que el empleado no se quede con todo el fruto de su
trabajo, esto es, con toda la cosecha. En la lógica de su sistema, que
niega la propiedad, tienen razón. Pero como la propiedad privada es
legítima, caen por tierra todas sus conclusiones basadas en esta
injusticia.
3.
— Legitimidad del régimen del salariado
El régimen del salariado es,
pues, justo en sí.
El hecho de ser este régimen
justo en tesis, no significa que no pueda haber injusticias concretas en
su aplicación. Ya que todo hombre tiene derecho a constituir una
familia y mantenerla con su trabajo, su salario, además de ser
proporcional a éste, debe bastarle para aquello. Es el salario familiar
y mínimo definido por Pío XI .
4.
— La ley no puede imponer el régimen de participación
En cuanto a la participación de
los trabajadores rurales en los beneficios, en la gestión y en la
propiedad de la empresa, ofrecerá ventajas en algunos casos, y también
inconvenientes verdaderos en otros. La ley no puede, por tanto, imponer
esta forma. Por otra parte, ¿cómo podría el Estado, sin indemnización, y
aún con ella, decretar la participación de terceros en bienes que no le
pertenecen? ¿Y cómo podría imponer al propietario una sociedad en la que
el obrero participe de los beneficios de la propiedad, pero al mismo
tiempo no se puede ni se debe querer que éste —cuya situación económica
habitualmente no puede responder a esto—
participe de los riesgos y perjuicios? .
TEXTOS
PONTIFICIOS
La propiedad privada es
esencial al bien común
“…la
propia naturaleza exige la repartición de los bienes en dominios
particulares, precisamente a fin de que las cosas creadas sirvan al bien
común de modo ordenado y constante” .
La propiedad privada
resulta de la misma naturaleza
“Poseer
algunos bienes en particular, es, como poco antes hemos visto, derecho
natural al hombre; y usar de ese derecho, mayormente cuando se vive en
sociedad, no sólo es lícito, sino absolutamente necesario”
.
El derecho del trabajador
al salario da origen a la propiedad privada
“A
la verdad, todos fácilmente entienden que la causa principal de emplear
su trabajo los que se ocupan en algún arte lucrativo, y el fin a que
próximamente mira el operario son estos: procurarse alguna cosa y
poseerla como propia suya con derecho propio y personal. Porque si el
obrero presta a otro sus fuerzas y su industria, las presta con el fin
de alcanzar lo necesario para vivir y sustentarse; y por esto con el
trabajo que de su parte pone, adquiere un derecho verdadero y perfecto,
no sólo para exigir su salario, sino para hacer de éste el uso que
quisiere. Luego, si gastando poco de ese salario ahorra algo, y para
tener más seguro este ahorro, fruto de su parsimonia, lo emplea en una
finca, síguese que tal finca no es más que aquel salario bajo otra
forma; y, por lo tanto, la finca que el obrero así compró debe ser tan
suya propia como lo era el salario que con su trabajo ganó. Ahora bien;
en esto precisamente consiste, como fácilmente se deja entender, el
dominio de bienes muebles o inmuebles”
.
El hombre puede tornarse
legítimamente propietario de las cosas sin dueño
“La
ocupación de una cosa sin dueño (res nullius)... son títulos originarios
de propiedad. Porque a nadie se hace injuria, aunque neciamente digan
algunos lo contrario, cuando se procede a ocupar lo que está a merced de
todos o no pertenece a nadie” .
El hombre puede
legítimamente tornarse propietario de la tierra
“Lo cual se ve aún más
claro si se estudia en sí y más íntimamente la naturaleza del hombre.
Este, porque con la inteligencia abarca cosas innumerables y a las
presentes junta y enlaza las futuras, y porque además es dueño de sus
acciones, por esto, sujeto a la ley eterna y a la potestad de Dios que
todo lo gobierna con providencia infinita, él a sí mismo se gobierna con
la providencia de que es capaz su razón, y por esto también tiene la
libertad de elegir aquellas cosas que juzgue más a propósito para su
propio bien, no sólo en el tiempo presente, sino aun en el que está por
venir. De donde se sigue que debe el hombre tener dominio, no sólo de
los frutos de la tierra, sino además de la tierra misma, porque de la
tierra ve que se producen para ponerse a su servicio las cosas que él ha
de necesitar en lo porvenir. Dan en cierto modo las necesidades de todo
hombre perpetuas vueltas, y así, satisfechas hoy, vuelven mañana a
ejercer su imperio. Debe, pues, la naturaleza haber dado al hombre algo
estable y que perpetuamente dure, para que de ella perpetuamente pueda
esperar el alivio de sus necesidades. Y esta perpetuidad nadie si no la
tierra con sus frutos puede darla” .
Un error: afirmar que todo
el fruto del trabajo pertenece al trabajador
“Yerran,
en efecto, gravemente los que no dudan en propagar el principio
corriente de que el trabajo vale tanto y debe remunerarse en tanto
cuanto se estima el valor de los frutos producidos por él; y que, en
consecuencia, el obrero tiene derecho a reclamar todo cuanto es producto
de su trabajo”[.
Es justo que el
propietario gane más y que los obreros puedan economizar
“El
propietario de los medios de producción, quienquiera que sea
—propietario particular, asociación de obreros o fundación— debe,
siempre dentro de los límites del derecho público de la economía,
permanecer dueño de sus decisiones económicas. Se comprende que el
beneficio que él percibe sea más elevado que el de sus colaboradores.
Pero de ello se sigue que la prosperidad material de todos los miembros
del pueblo, que es el fin de la economía social, le impone, a él más que
a los otros, la Obligación de contribuir por el ahorro al
acrecentamiento del capital nacional. Como, por otra parte, es preciso
no perder de vista de cuán suma ventaja es para una sana economía social
el que este acrecentamiento del capital provenga de fuentes tan
numerosas como posible sea, síguese que es muy de desear que los obreros
puedan participar también, por su parte, con el fruto de su ahorro en la
constitución del capital nacional” .
El régimen del salario
está conforme con la justicia
“…los
que condenan el contrato de trabajo como injusto por naturaleza y dicen
que, por esa razón, ha de substituirse por el contrato de sociedad,
hablan un lenguaje insostenible e injurian gravemente a Nuestro
Predecesor, cuya Encíclica no sólo admite el “salariado”, sino aun se
extiende largamente explicando las normas de justicia que han de regirlo”
.
El salario debe bastar
para mantener al operario
“Y
así aun admitiendo que el patrono y el obrero formen por un
consentimiento mutuo un pacto, y señalen concretamente la cuantía del
salario es cierto que siempre entra allí un elemento de justicia
natural, anterior y superior a la libre voluntad de los contrayentes, y
que exige que la cantidad del salario no ha de ser inferior al
mantenimiento del obrero, con tal que sea frugal y de buenas costumbres”
.
El salario del padre de
familia debe bastar para la manutención de la esposa e hijos
“…a
fin de que la sociedad civil... establezca un régimen económico y social
en el que los padres de familia puedan ganar y procurarse lo necesario
para alimentarse a sí mismos, a la esposa y a los hijos, según las
diversas condiciones sociales y locales”
.
La justicia no exige la
participación de los obreros en los beneficios y en la propiedad de la
empresa
“Tampoco se estaría en lo
cierto si se quisiera afirmar que toda empresa particular es por su
naturaleza una sociedad, de suerte que las relaciones entre los
participantes estén determinadas en ellas por las normas de la justicia
distributiva, de manera que todos indistintamente —propietarios o no de
los medios de producción— tuvieran derecho a su parte en la propiedad o
por lo menos en los beneficios de la empresa. Semejante concepción parte
de la hipótesis de que toda empresa entra, por su naturaleza, en la
esfera de derecho público. Hipótesis inexacta: Tanto si la empresa está
constituida bajo la forma de fundación o de asociación de todos los
obreros cual copropietarios, como si es propiedad privada de un
individuo que firma con todos sus obreros un contrato de trabajo, en un
caso y en otro, entra en el orden jurídico privado de la vida económica”
.
La justicia no exige la
participación del obrero en la propiedad y en la gestión de la empresa
“Por
ello se explica la insistencia de la doctrina social católica,
precisamente en lo que toca al derecho de la propiedad privada. Es la
razón profunda por la que tanto los Papas de las Encíclicas sociales
como Nos mismo hemos rehusado el derivar directa o indirectamente de la
naturaleza misma del contrato del trabajo el derecho de copropiedad del
obrero en el capital de la empresa y, por lo tanto, su derecho de
cogestión. Importaba negar este derecho, porque inmediatamente se seguía
otro gran problema. El derecho de propiedad, en el individuo y en la
familia, se deriva inmediatamente de la naturaleza de la persona,
derecho, por lo tanto, unido a la dignidad de la persona humana, que
lleva consigo, ciertamente, obligaciones sociales; pero el derecho, en
sí, no es solamente una función social”
.
“Un peligro similar se
presenta igualmente cuando se exige que los asalariados pertenecientes a
una empresa tengan en ella el derecho de gestión económica, sobre todo
cuando el ejercicio de ese derecho supone, en realidad, de modo directo
o indirecto, organizaciones dirigidas al margen de la empresa. Pero ni
la naturaleza del contrato de trabajo ni la naturaleza de la empresa
llevan por sí mismas un derecho de esta clase”
.
El socialismo quiere
quitar a los propietarios la responsabilidad por la empresa
“Hace
ya decenas de años que en la mayoría de los países (los viejos países
industriales) y con frecuencia bajo el decisivo influjo del movimiento
social católico, se ha formado una política social, señalada por una
evolución progresiva del derecho del trabajo, y, paralelamente, por el
sometimiento del propietario privado, que dispone de los medios de
producción, a obligaciones jurídicas en favor del obrero. Quien quiera
impulsar más adelante la política social en esta misma dirección choca,
sin embargo, con un límite; es decir, allí donde surge el peligro de que
la clase obrera siga a su vez los errores del capital, que consistían en
sustraer, principalmente en las mayores empresas, la disposición de los
medios de producción a la responsabilidad personal del propietario
(individuo o sociedad) para transferirla a una responsabilidad de
organizaciones anónimas colectivas.
Una mentalidad
socialista se acomodaría fácilmente a semejante situación; sin embargo,
ésta no dejaría de inquietar a quien conoce la importancia fundamental
del derecho a la propiedad privada para favorecer las iniciativas y
fijar las responsabilidades en materia de economía”
.
Cuidado con los errores
relativos a la reforma de la estructura de las empresas
La
participación de los trabajadores en los beneficios, en la propiedad y
en la gestión de la empresa, conduce normalmente a una reforma en la
estructura de ésta. Pío XII previene a los fieles contra las tendencias
erróneas, frecuentes en esa materia:
“Se habla hoy mucho de
una reforma en la estructura de la empresa, y quienes la promueven
piensan, en primer lugar, en modificaciones jurídicas entre todos
cuantos son sus miembros, ya sean empresarios, ya dependientes
incorporados a la empresa en virtud del contrato de trabajo.
“No escapan, sin
embargo, a Nuestra consideración las varias tendencias que en tales
movimientos se infiltran, las cuales no aplican —como conviene— las
incontestables normas del derecho natural a las mudables condiciones del
tiempo, sino que simplemente las excluyen. Por eso en Nuestros discursos
del 7 de mayo de 1949 a la Unión Internacional de las Asociaciones
Patronales Católicas y del 3 de junio de 1950 al Congreso Internacional
de Estudios Sociales, Nos Nos hemos opuesto a esas tendencias, no ya, en
verdad, para favorecer los intereses materiales de un grupo más que los
de otro, sino para asegurar la sinceridad y la tranquilidad de
conciencia a todos aquellos a quienes atañen estos problemas”
.
Debe mantenerse la
responsabilidad privada en la empresa
Las
reformas en la estructura de la empresa pueden conducir a la abolición
de la responsabilidad privada: grave error contra el cual Pío XII
previene a los fieles:
“Ni podríamos ignorar
las alteraciones, con las cuales se deformaban las palabras de alta
sabiduría de Nuestro glorioso Predecesor Pío XI, dando el peso y la
importancia de un programa social de la Iglesia, en nuestro tiempo, a
una observación completamente accesoria en torno a las eventuales
modificaciones jurídicas en las relaciones entre los trabajadores
sujetos del contrato de trabajo, y la otra parte contratante; y pasando,
por lo contrario, más o menos en silencio la parte principal de la
Encíclica “Quadragesimo Anno” que contiene, en realidad, aquel programa,
es decir, la idea del orden corporativo profesional de toda la economía.
Quien se dedica a tratar problemas relativos a la reforma de la
estructura de la empresa sin tener presente que cada empresa particular
está por su fin estrechamente ligada al conjunto de la economía
nacional, corre el riesgo de poner premisas erróneas y falsas, con daño
del orden económico y social completo. Por eso, en el mismo discurso del
3 de junio de 1950 tuvimos Nos especial cuidado de poner en su justa luz
el pensamiento y la doctrina de Nuestro Predecesor, para el cual nada
estuvo más ajeno que cualquier incentivo para proseguir el camino que
conduce hacia formas de una colectiva responsabilidad anónima”
.
Proposición 7 |
IMPUGNADA |
AFIRMADA |
A algunos les parece que
la supresión de todas las desigualdades sería justa, aunque utópica.
A éstos la coherencia les pediría reconozcan que la ley debe tender
a este objetivo, como la Medicina tiende a abolir todas las
enfermedades, aun cuando sea cierto que nunca lo conseguirá. Pues de
las desigualdades se debe decir lo mismo que de las enfermedades:
cuantas menos, mejor.
La “Reforma Agraria
Socialista”, si no alcanza igualdad completa, debe, por lo menos,
abolir en todo el Brasil las grandes propiedades y las medianas,
admitiendo solamente las pequeñas.
Particularmente la gran
propiedad es un insulto al sentido de igualdad natural de los
hombres y, por tanto, constituye un odioso privilegio. Por esto debe
ser enérgica e inmediatamente abolida. |
Las desigualdades que
hacen que a algunos les falten las condiciones normales de
existencia, para ventaja de otros a quienes sobran los bienes, jamás
serán enteramente abolidas. Pero la ley debe procurar suprimirlas,
como la Medicina en relación a las enfermedades.
En cuanto a las
desigualdades que existen, sin perjuicio del derecho que todos
tienen a condiciones de vida normales, deben ser reconocidas como
legítimas, y hasta protegidas por la ley.
Estos principios se
aplican, exactamente, no sólo a la propiedad media, sino también a
la gran propiedad, que en si misma, dentro de los principios aquí
expuestos, nada tiene de injusto. |
COMENTARIO
1. — El Estado, mantenedor
del equilibrio social
Puede parecer espantoso
afirmar que la jerarquía social, mantenida en los debidos límites, debe
ser protegida por la ley. ¿Los fuertes, aunque sean habitualmente
minoría, no se defienden bien por sí mismos contra los débiles?
Sí. Pero no siempre los más
educados, más nobles o más ricos son los más fuertes. Hay situaciones en
que la multitud desenfrenada o súper-organizada oprime a las clases
dirigentes. El sindicalismo norteamericano inspira recelo, en este
sentido, a varios políticos de los Estados Unidos. En tales casos,
corresponde al Estado intervenir en defensa de la justicia y del
equilibrio orgánico de la sociedad.
En otras situaciones, los
más débiles son mayoría. Entonces deberá la ley asumir la defensa de sus
derechos. Por otra parte, el fomento de la participación en los
beneficios
y del acceso del trabajador a la condición de propietario
está en esta línea.
En suma, la acción del
Estado debe ser orientada, como dijimos, hacia la conservación del
equilibrio y de la concordia entre las clases y no hacia la
participación en una lucha de exterminio de una contra otra.
2. — Equilibrio orgánico
Pero, dirá alguno, resulta
una ironía hablar de equilibrio en una sociedad en que hay
desigualdades. El equilibrio de los platillos de una balanza, ¿no se da
solamente cuando ambos están a igual nivel?
La respuesta es simple. El
mal del socialismo está, en gran parte, en ser materialista y en
considerar los asuntos atinentes a la sociedad humana con los criterios
que se emplean para las cosas materiales. El equilibrio entre las clases
sociales no es el mismo que puede reinar, por ejemplo, entre dos piedras
de igual peso, sino el que debe existir entre los miembros de un
organismo vivo. El modelo para la sociedad humana no es la balanza, sino
el organismo, constituido de miembros diferentes en forma, función e
importancia, pero armónicos entre sí. O mejor todavía, el equilibrio
entre las tres potencias del alma, inteligencia, voluntad y
sensibilidad. Y éste no es de ningún modo un equilibrio de igualdad y sí
de proporcionalidad.
3. — Fomento de la gran
propiedad
En cuanto a la gran
propiedad, puede, en determinadas circunstancias, prestar al País —y ya
los ha prestado— servicios que están fuera del alcance de la media y de
la pequeña. Es esto tan notorio que dispensa de una demostración, la
cual no cabría, por otra parte, en los límites estrictos de este
trabajo. Por esto, además de justa en sí, la gran propiedad también
puede ser útil al interés nacional.
En tesis, pues, se pueden
concebir situaciones en que deba ser apoyada y hasta fomentada.
4. — Acción subsidiaria
del Estado
Ya que se habló de
intervención del Estado, es necesario formular aquí un principio sin el
cual no se puede comprender su posición según la doctrina católica. Es
el principio de subsidiariedad, o función supletiva: la familia
únicamente hace por el individuo lo que éste no puede hacer por sí solo;
el Municipio, a su vez, sólo hace por la familia lo que ésta no puede
hacer por sí misma. Y así el Estado
en relación al Municipio. Es una escala en que cada grado es subsidiario
del otro. En lugar de hacer todo por sus propios medios, el Estado debe
respetar cuidadosamente la esfera de acción de la familia, de las
asociaciones profesionales y de la Iglesia.
TEXTOS PONTIFICIOS
Normalmente, el Estado
debe proteger de modo especial a los pobres
“Porque
la raza de los ricos, como que se puede amurallar con sus recursos
propios, necesita menos del amparo de la pública autoridad; el pueblo
pobre, como carece de medios propios con que defenderse, tiene que
apoyarse grandemente en el patrocinio del Estado. Por esto, a los
jornaleros, que forman parte de la multitud indigente, debe con singular
cuidado y providencia cobijar el Estado”
.
Compete al Estado
preservar ricos y pobres de las luchas sociales
“Intervenga,
pues, la autoridad del Estado, y poniendo un freno a los agitadores,
aleje de los obreros los artificios corruptores de sus costumbres, y de
los que legítimamente poseen, el peligro de ser robados”
.
El igualitarismo alienta
la revuelta de la multitud contra los que tienen posesiones
“Deshecho...
o aflojado aquel doble vínculo de cohesión de todo el cuerpo social, a
saber, la unión de los miembros entre sí por la caridad mutua, y de los
miembros con la cabeza por el acatamiento a la autoridad, ¿quién se
admirará con razón, Venerables Hermanos, de que, actualmente la sociedad
humana se presenta como dividida en dos grandes facciones que luchan
entre sí impiadosamente y sin tregua?
“Enfrentándose con los
que la suerte o la actividad propia dotaron de bienes de fortuna,
proletarios y obreros están abrasados por el odio, porque participando
de la misma naturaleza, no gozan, sin embargo, de la misma condición.
Naturalmente, infatuados como están por los embustes de los agitadores,
a cuyo influjo acostumbran a someterse enteramente, ¿quién será capaz de
persuadirles de que, no por ser iguales en naturaleza, deben los hombres
ocupar el mismo puesto en la vida social; sino que, salvo circunstancias
adversas, cada uno tendrá el lugar que consiguió por su conducta? Así,
pues, los pobres que luchan contra los ricos, como si éstos hubieran
usurpado los bienes ajenos, obran, no solamente contra la justicia y la
caridad, sino también contra la razón; principalmente teniendo en cuenta
que pueden si quisieran, con honrada perseverancia en el trabajo,
mejorar la propia fortuna. No es necesario declarar cuáles y cuántos
perjuicios acarrea esta rivalidad de clases, tanto a los individuos en
particular como a la sociedad en general. Todos estamos viendo y
deplorando las frecuentes huelgas, en que acostumbra a quedar
repentinamente paralizado el curso de la vida pública y social, hasta en
las funciones de más imprescindible necesidad; e igualmente, esas
amenazadoras revueltas y tumultos en que, con frecuencia, se llega al
empleo de las armas y al derramamiento de sangre”
.
Interés de los empleados:
usar de justicia y caridad para con los patronos
“Pero
también los trabajadores deben acordarse de sus obligaciones de caridad
y de justicia: estén persuadidos de que así pondrán mejor a salvo sus
propios intereses” .
Ricos y pobres son hijos
de Dios
“…es
necesario apartar de la democracia cristiana otra acusación: la de que
ella consagra sus cuidados de tal modo a los intereses de las clases
inferiores, que parece dejar de lado las clases superiores, las cuales
no son menos útiles para la conservación y mejora de la sociedad. Este
peligro está prevenido en la ley cristiana de la caridad, de que
hablamos arriba. La caridad abre sus brazos para acoger a todos los
hombres, cualquiera que sea su condición, como hijos de una sola
familia, creados por el mismo Padre benignísimo, rescatados por el mismo
Salvador y llamados a la misma herencia eterna”
.
Principalísimo deber del
Estado: defender la propiedad contra el igualitarismo
“Lo
más fundamental es que el gobierno, debe asegurar, mediante prudentes
leyes, la propiedad particular. De modo especial, dado el tan grande
actual incendio de codicias, preciso es que el pueblo sea contenido en
su deber, porque si la justicia les permite por los debidos medios
mejorar su suerte, ni la justicia ni el bien público permiten que nadie
dañe a su prójimo en aquello que es suyo y, que bajo el color de una
pretendida igualdad de todos, se ataque la fortuna ajena”
.
Elogio del principio de la
función supletiva
“Como
es ilícito quitar a los particulares lo que con su propia iniciativa y
propia industria pueden realizar para encomendarlo a una comunidad, así
también es injusto, y al mismo tiempo de grave perjuicio y perturbación
para el recto orden social, confiar a una sociedad mayor y más elevada
lo que pueden hacer y procurar comunidades menores e inferiores. Toda
acción de la sociedad debe, por su naturaleza, prestar auxilio a los
miembros del cuerpo social, mas nunca absorberlos y destruirlos.
“Conviene que la
autoridad pública suprema deje a las asociaciones inferiores tratar por
sí mismas los cuidados y negocios de menor importancia, que de otro modo
le serían de grandísimo impedimento para cumplir con mayor libertad,
firmeza y eficacia cuanto a ella sola corresponde ya que sólo ella puede
realizarlo, a saber: dirigir, vigilar, estimular, reprimir, según los
casos y la necesidad lo exijan. Por lo tanto, tengan bien entendido esto
los que gobiernan: cuanto más vigorosamente reine el orden jerárquico
entre las diversas asociaciones, quedando en pie este principio de la
función “supletiva”
del Estado, tanto más firme será la autoridad y el poder social, y tanto
más próspera y feliz la condición del Estado”
.
Familia, dignidad humana y
función supletiva
“La
paz social se basa sólidamente en el mutuo y recíproco respeto a la
dignidad personal del hombre. El Hijo de Dios se ha hecho hombre y su
Redención no se extiende sólo a la colectividad, sino también a cada uno
en particular: “me amó y Se entregó a Sí mismo por mí” (Gal. 2, 20),
dice San Pablo a los Gálatas. Y si Dios ha amado al hombre hasta tal
punto, es que el hombre le pertenece y debe ser respetada absolutamente
la persona humana. Esta es la enseñanza de la Iglesia que en la solución
de los problemas sociales, ha tenido siempre fijos los ojos en la
persona humana, enseñando que las cosas y las instituciones —los bienes
materiales, la economía, el Estado— son ante todo para el hombre y no el
hombre para ellas.
“Los disturbios que
sacuden la paz interna de las naciones tienen, en primer lugar, su
origen precisamente en esto: que al hombre se le ha tratado, casi
exclusivamente, como instrumento, como mercancía, como miserable rueda
de engranaje de una gran máquina, simple unidad productiva. Sólo cuando
se tome la dignidad personal del hombre como criterio de valorización
del hombre mismo y de su actividad, se dispondrá del medio de aplacar
las discordias frecuentemente profundas, entre patronos, por ejemplo, y
obreros; sólo así, sobre todo, se le podrán asegurar a la familia
aquellas condiciones de vida, de trabajo y de asistencia aptas para el
mejor desarrollo de sus funciones como célula de la sociedad y primera
comunidad constituida por Dios mismo para el desarrollo de la persona
humana” .
Función del Estado:
absorber, no; proteger, sí
¿Cuál
es… la verdadera noción del Estado, sino la de un organismo moral
fundado sobre la orden moral del mundo? No es una omnipotencia opresiva
de toda autonomía legítima. Su función, su magnífica función, por el
contrario, es favorecer, auxiliar, promover la íntima alianza, la
cooperación activa en el sentido de una más elevada unidad de miembros
que, al mismo tiempo que respetan su subordinación al fin del Estado,
promueven del mejor modo el bien de la comunidad, precisamente en la
medida en que conservan y desenvuelven su carácter particular y natural.
Ni el individuo ni la familia deben ser absorbidos por el Estado. Cada
uno conserva y debe conservar la propia libertad de movimientos,
mientras no promueva el riesgo de causar perjuicio al bien común.
Además, hay ciertos derechos y libertades de los individuos —de cada
individuo— o del la familia, que el Estado debe proteger siempre y no
puede violar ni sacrificar, a un pretendido bien común. Nos referimos,
para no citar más que algunos ejemplos, al derecho a la honra y a la
buena reputación, al derecho y a la libertad de venerar al verdadero
Dios, al derecho originario de los padres sobre los hijos y sobre su
educación” .
El Estado no debe atentar
contra la propiedad privada
“Para remedio de este
mal (la opresión de los proletarios por un pequeño número de ricos) los
Socialistas, después de excitar en los pobres la envidia a los ricos,
pretenden que es preciso acabar con la propiedad privada, y substituirla
por la colectiva, en la que los bienes de cada uno sean comunes a todos,
atendiendo a su conservación y distribución los que rigen el municipio o
tienen el gobierno general del Estado. Pasados así los bienes de manos
de los particulares a las de la comunidad y repartidos, por igual, los
bienes y sus productos, entre todos los ciudadanos, creen ellos que
pueden curar radicalmente el mal hoy día existente.
“Pero este su método
para resolver la cuestión es tan poco a propósito para ello, que más
bien no hace sino dañar a los mismos obreros; y es, además, grandemente
injusto, porque hace fuerza a los que legítimamente poseen, pervierten
los deberes del Estado e introduce una completa confusión entre los
ciudadanos”
.
Proposición 8 |
IMPUGNADA |
AFIRMADA |
En vista de lo expuesto en
la proposición anterior, la ley debería fijar un límite de área que
ninguna propiedad rural podría exceder.
Ese tope legal sería
diverso para cada zona, cada género de cultivo, etc.
Tal vez pudiera concederse
a los Municipios el derecho de fijar las áreas máximas de las
propiedades rurales en sus respectivos territorios.
O también, ese máximo
podría ser fijado por los Estados de la Federación, que por medio de
tributos sobre la tierra, muy pesados, y proporcionales a la
extensión de la misma, posiblemente conjugados con un fuerte
impuesto a la renta, obligarían a la fragmentación de las
propiedades hasta el límite deseado. |
En las condiciones
concretas del Brasil, nada hay que justifique esa limitación de
áreas.
En las zonas en que la
propiedad grande y media son desaconsejables, van desapareciendo
orgánicamente, y no cabría ni sería prudente una intervención del
legislador.
Además, siendo la Nación
el mayor de los latifundistas sería justo —y también muy conforme al
interés público— que sólo obligara a la repartición de tierras
particulares en la hipótesis de que la distribución de sus propias
tierras no resolviera el problema.
La fijación de un área
máxima para cada zona y cada género de cultivo es tarea
impracticable en nuestro inmenso territorio y supone, además, un
estudio largo y sereno, irrealizable en la atmósfera demagógica en
que la “Reforma Agraria Socialista” viene siendo discutida.
Desde el punto de vista
económico, una propiedad rural se juzga demasiado grande, no
simplemente cuando es muy extensa, sino cuando su extensión
perjudica el conjunto de la producción agrícola de una región o de
un país. Así, la propiedad inmensa de una zona subpoblada puede no
ser excesivamente grande. Por el contrario, una propiedad mucho
menor, próxima a la ciudad, puede ser demasiado grande.
Confiar esta fijación de
áreas máximas a los poderes municipales sería, en muchos casos,
permitir que el politiqueo local, bajo el pretexto de “Reforma
Agraria Socialista”, se entregara a los peores abusos.
Conferir a los diversos
Estados la posibilidad de imponer el fraccionamiento de las tierras
mediante la presión tributaria sobre ellas, agravada por el impuesto
a la renta, es darles medios para, con apariencias de legalidad,
golpear duramente el derecho natural, base de la propiedad y de todo
el orden jurídico. |
COMENTARIO
1. — Derechos adquiridos
Todo país civilizado
descansa sobre un orden jurídico. Y todo orden jurídico descansa, a su
vez, sobre ciertos principios básicos. Uno de estos es el de la
intangibilidad de los derechos adquiridos.
Si los propietarios tienen
derechos adquiridos, la ley no lo puede suprimir sumariamente. Además,
esto es lo que dispone la Constitución Federal
.
La demarcación de un límite
máximo de área para las propiedades rurales, más allá del cual se quita
al dueño lo que es suyo, no puede ser medio normal de resolver los
problemas en un país civilizado.
2. — Omnipotencia del
Estado
Como vimos
,
la propiedad privada resulta del orden natural de las cosas. En
consecuencia, el Estado no la puede abolir. Afirmar lo contrario es
aceptar el totalitarismo, tan del gusto de socialistas, comunistas y
nazistas.
3. — El Estado, árbitro
de la vida económica y social
Atribuir al poder público
el derecho de alterar a su gusto —en función de un principio de igualdad
abstracto y falso— las áreas de las propiedades rurales es sujetar toda
la economía al Estado.
4. — El derecho de crear
impuestos
Evidentemente, el Estado
tiene el derecho de crear impuestos para atender al ejercicio de sus
funciones. Pero este derecho no puede transformarse en medio para quitar
a unos y dar otros, basándose en el principio de que todas las
desigualdades son injustas.
5. — El medio no importa
Si el Estado pensase hacer
una confiscación pura y simple, la ilicitud del hecho sería patente.
Pero, hecha esta confiscación en forma de impuestos, parece a muchos que
tal ilicitud es menor, o incluso que no existe. Algunos han encarado de
esta forma, por ejemplo, el reciente proyecto de revisión agraria del
gobierno paulista .
6. — Remediar, mejor que
destruir
Como demostramos en la
Parte II ,
en la actual situación del País, el bien común no exige absolutamente la
abolición de la propiedad grande o media. Además, si éstas no estuviesen
cumpliendo con su deber, la función del Estado no consistiría en
suprimirlas de inmediato, sino, en tratar primeramente de socorrer al
agricultor para que éste eleve su nivel de productividad. Y, si en
ciertos casos fuese necesaria la parcelación, el Estado debería
favorecer a los propietarios que espontáneamente lo hicieran, en lugar
de imponerlo a todos. Tal sería, en una y otra hipótesis, el ejercicio
de la función subsidiaria del Estado .
Por el contrario, hay claro abuso, por parte del Estado, en atacar el
derecho de propiedad sin agotar antes todos los medios para llegar a una
solución menos violenta.
7. — Salvedad
No somos contrarios a que
los más ricos paguen impuestos proporcionalmente mayores. Únicamente no
concordamos con la idea de transformar el impuesto en medio de
expoliación.
8. — Perjuicios injustos
Si la tributación debe
forzar dentro de algunos años, la fragmentación de las grandes
propiedades, quizá también de las medias, y las parcelas de ahí
resultantes deben ser vendidas a particulares, la simple perspectiva de
la afluencia de grandes cantidades de tierras al mercado de inmuebles,
determinará una terrible baja de precios, lo cual acarreará a los
agricultores graves e injustos daños.
Si estas tierras deben ser
vendidas, no a particulares, sino al Estado, para que éste haga donación
de ellas o las revenda a largo plazo, ¿cómo pagará él los gastos
inmensos que de ahí se seguirán? Es claro que se verá forzado a imponer
precios injustamente bajos a los propietarios actuales, o a pagar con
títulos necesariamente desvalorizados.
9. — “Latifundio” —
“Feudalismo”
Por fin, un comentario de
otro orden. La campaña en favor de la división forzosa de las
propiedades rurales utiliza, en sentido demagógico, dos palabras a las
que se supo comunicar cierto “magnetismo” propagandístico : “latifundio”
y “feudal”. El gran propietario sería un ogro por el simple hecho de ser
“latifundista”, señor “feudal”.
El empleo peyorativo de
estos términos es un viejo recurso de la propaganda comunista. Refleja,
en lo que dice respecto a “feudal”, un estado de espíritu muy frecuente
en ciertos ambientes del siglo pasado, según el cual todo cuanto era
medieval debía, ipso facto, tenerse como bárbaro, cruel,
inhumano. La cultura histórica más reciente deshizo este prejuicio.
En cuanto al “latifundio”,
sólo una mentalidad igualitaria podría ligar a este vocablo un sentido
intrínsecamente malo: si la única forma de justicia está en la igualdad
económica, cuanto mayor el latifundio, tanto mayor la injusticia.
Pero un espíritu de
formación cristiana, evidentemente no puede ver las cosas así
.
10. — El Estado, máximo
latifundista
Los que claman contra el
carácter “latifundista” y “feudal” de algunas grandes propiedades
rurales se olvidan de decir, en general, que el Estado es más que nadie
un grande, un enorme latifundista.
La carretera Belén-Brasilia
abre posibilidades inmensas para la utilización de buena parte del área
desocupada del territorio nacional. Conviene recordarlo para poner de
relieve la actual posibilidad de aprovechamiento de los latifundios
estatales.
TEXTOS PONTIFICIOS
No se puede abolir la
propiedad particular con impuestos excesivos
“…que
no se abrume la propiedad privada con enormes tributos e impuestos. No
es la ley humana, sino la naturaleza la que ha dado a los particulares
el derecho de propiedad, y por lo tanto, no puede la autoridad pública
abolirlo, sino solamente moderar su ejercicio y combinarlo con el bien
común. Obrará, pues, injusta e inhumanamente, si de los bienes de los
particulares, extrajera, a título de tributo, más de lo justo”
.
El impuesto no puede
servir de instrumento para el intervencionismo
“No hay duda respecto del
deber de cada ciudadano en contribuir a los gastos públicos. Pero el
Estado, por su parte, en cuanto encargado de proteger y promover el bien
común de los ciudadanos, está obligado a repartir entre ellos únicamente
los gastos necesarios, proporcionales a sus recursos. Por consiguiente,
el impuesto no puede nunca tornarse para los poderes públicos un medio
cómodo de saldar el déficit provocado por una administración
imprevidente, o de favorecer una industria o un ramo de comercio a costa
de otros igualmente útiles” .
El totalitarismo invasor,
una tentación para el Estado; la obediencia al principio supletivo, un
deber
“La
fidelidad de los gobernantes a este ideal (de proteger la libertad del
ciudadano y servir al bien común) será, además, su mejor salvaguarda
contra la doble tentación que los acecha, ante la amplitud creciente de
su tarea: tentación de flaqueza, que los haría abdicar bajo la presión
conjugada de los hombres y de los acontecimientos; tentación inversa de
estatismo, por la cual los poderes públicos substituirían indebidamente
a las libres iniciativas privadas para regir, de manera inmediata, la
economía social y otros ramos de la actividad humana. Ahora bien, si hoy
no se puede negar al Estado un derecho que le recusaba el liberalismo,
no es menos verdad que su tarea no es, en principio, asumir directamente
las funciones económicas, culturales y sociales, que dependen de otras
competencias; su cometido, por el contrario, consiste en asegurar la
real independencia de su autoridad, de manera que pueda conceder a todo
lo que representa un poder efectivo y valioso en el país, una parte
justa de responsabilidad, sin peligro para su propia misión, de
coordinar y de orientar todos los esfuerzos para un fin común superior”
:
Economía normalmente
sujeta al Estado: inversión del orden de las cosas
“No
hay duda que también la Iglesia — dentro de ciertos límites justos —
admite la estatización y juzga que se pueden legítimamente reservar
a los poderes públicos ciertas categorías de bienes, aquellos que llevan
consigo tanta preponderancia económica que no se podría, sin poner en
peligro el bien común, dejarlos en manos de los particulares (Encíclica
“Quadragesimo Anno” — A.A.S., vol. XXIII, 1931, pág. 214). Pero
convertir tal estatización en una regla normal de la organización
pública de la economía sería trastornar el orden de las cosas. La misión
del derecho público es, en efecto, servir al derecho privado, pero no
absorberlo. La economía —por lo demás, como las restantes ramas de la
actividad humana— no es por su naturaleza una institución del Estado;
por el contrario, es el producto viviente de la libre iniciativa de los
individuos y de sus agrupaciones libremente constituidas”
.
La desigualdad de las
propiedades es útil y hasta necesaria
Elogiando
la clase de los pequeños propietarios en Italia, Pío XII advirtió que “esto
no significa negar la utilidad y, frecuentemente la necesidad, de
propiedades agrícolas más vastas” .
Proposición 9 |
IMPUGNADA |
AFIRMADA |
Siendo un derecho el
acceso del trabajador a la propiedad rural, la división obligatoria
de las tierras debe aplaudirse.
Esa división traerá, como
consecuencia, la supresión del régimen del salariado. Pues todos los
trabajadores serán propietarios, y, naturalmente, preferirán labrar
sus propias tierras, en vez de labrar las ajenas. |
Es justo que, en un
régimen social equilibrado, los trabajadores rurales puedan, en
buena medida, tornarse propietarios de tierras.
Siendo también
indispensables, en un régimen justo y equilibrado, en países como el
Brasil, la propiedad grande y media, es necesario que el acceso del
trabajador a la condición de propietario no se haga en tal escala
que las propiedades de ese tipo —y especialmente las medias— sean
raras, o totalmente inexistentes.
Además, es utópico pensar
que el acceso del hombre del campo a la situación de propietario se
dé generalmente en tales proporciones, que su tierra pueda absorber
toda su capacidad de trabajo, y darle a él y a los suyos todo lo que
precisa. Muchos pequeños propietarios deberán ser, al mismo tiempo,
asalariados, para aprovechar sus horas disponibles y obtener lo
necesario para su digna subsistencia.
Por fin, es preciso
recordar, que en las condiciones concretas de la vida terrena, no
sólo habrá siempre personas que, sin tener ninguna propiedad, se
verán obligadas a vivir exclusivamente de su trabajo, sino también
otras que precisarán de la caridad para subsistir.
Es una gloria de la
civilización cristiana hacer tales situaciones lo menos frecuentes
posibles. Y es una gloria de la Iglesia también, afirmar en su
doctrina la sublime dignidad de la condición del pobre, resignarlo a
su situación, y atraer en favor de los indigentes los tesoros de la
caridad cristiana. |
COMENTARIO
1. — “En países como el
Brasil”
Estas palabras, en la
proposición afirmada, traducen una salvedad. Puede haber países en que
las situaciones de desequilibrio entre la población y el territorio, la
industria y la agricultura, etc., exijan una formulación más matizada de
estos principios. No es del caso entrar en el análisis de estos matices
en este trabajo, hecho todo con vistas a la realidad brasileña. Basta
afirmar el principio que, en esta formulación simple, es válido para las
situaciones normales, y aun desde cierto punto de vista supranormales,
como las del Brasil, con su superabundancia de tierras.
2. — “Summum jus, summa
injuria”
El hombre, por un impulso
natural, justo y legítimo, tiende a la estabilidad y a la abundancia. Y
como la condición de propietario es la que le asegura mejor una cosa y
otra, es razonable que el trabajador tienda legítimamente a volverse
propietario.
Una organización social o
económica que impidiese la realización de este deseo sería injusta.
Sin embargo, de ahí no se
deducen las consecuencias extremas de la proposición impugnada. La
proposición afirmada establece los “conformes” de este principio, que no
puede ser alegado contra el bien común ni contra otros derechos, también
legítimos; por ejemplo, contra el de los grandes o medios propietarios,
que poseen tierras con un justo título, y que no pueden ser despojados
de ellas sin más ni más. “Summum jus, summa injuria”, reza el sabio
aforismo jurídico: conviene recordarlo con relación a cualquier derecho,
inclusive el de los trabajadores.
3. — Presupuesto erróneo
Además, la proposición
impugnada supone que, para dar acceso al trabajador a la propiedad de la
tierra, es necesario quitarla a otros. Dada la inmensa extensión de
tierras “devolutas” de que dispone el País, este presupuesto es
manifiestamente falso.
4. — Propiedad acumulativa
No es exacto que el acceso
del empleado rural a la condición de propietario suponga, en principio y
necesariamente, una repartición de tierras particulares, aunque se haga
abstracción de la existencia de las “devolutas”.
Hubo un tiempo en que rigió
en el Occidente cristiano una forma de propiedad acumulativa de la cual
la enfiteusis es un resto. Admitía ésta la existencia conjunta de la
grande, media o pequeña propiedad, sobre un mismo inmueble. Excede los
límites de este trabajo analizar si tal sistema podría volver a su plena
vigencia en las condiciones morales, sociales, económicas y políticas de
nuestros días. Sin embargo, recordando dicha forma, cuya licitud moral
es indiscutible, probamos que el acceso a la propiedad rural no se hace
necesariamente dividiendo tierras.
5.— Otras formas de acceso
a la condición de propietario
Si bien la tendencia más
natural del trabajador agrícola consiste en tener acceso a la propiedad
de la tierra, puede éste volverse propietario de otros bienes,
satisfaciendo así su legítimo deseo de estabilidad y holgura. Por
ejemplo, puede acumular economías, comprar inmuebles urbanos mayores o
menores, acciones, títulos, etc. Para que esto se dé, será de la mayor
conveniencia que la sociedad y el Estado faciliten la aplicación segura
y lucrativa de estos ahorros.
Y así no es sólo dividiendo
tierras como el trabajador rural puede tornarse propietario.
6. — No-propietarios e
indigentes
En cuanto a la parte final
de la proposición afirmada, resta solamente acentuar la diferencia entre
el asalariado y el indigente.
El primero debe encontrar
en su trabajo los medios para una subsistencia suficiente y decorosa,
para sí y para los suyos, y también para ahorrar. Cuando su salario sea
justo y bastante para llenar este objetivo, no es injusta la situación
del asalariado, aunque no llegue a ser propietario de ningún inmueble.
Además, no precisa de caridad. Lo que se debe por su trabajo le basta.
Es indigente el que no
tiene trabajo o no saca de éste lo suficiente para vivir, lo cual puede
darse tanto por culpa propia (ociosidad, vicios, gastos exagerados,
etc.), como sin ella (desempleo, enfermedades, crisis, etc.). Entonces
precisa de la caridad.
TEXTOS PONTIFICIOS
Es deseable el acceso del
trabajador activo a la condición de propietario
“…Si
se fomenta la industria del pueblo con la esperanza de poseer algo de
estable, poco a poco se acercará una clase a la otra, desapareciendo la
enorme distancia existente entre las inmensas riquezas y la extrema
pobreza” .
Es justo que el operario
forme su peculio
“…que
los proletarios, trabajando y viviendo con parsimonia, adquieran su
modesto peculio” .
Es deplorable que la
esperanza de acceso a la tierra sea negada a muchísimos trabajadores
Pío
XI lamenta la existencia de un “ejército ingente de asalariados del
campo, reducidos a las más estrechas condiciones de vida, y privados de
toda esperanza de poder jamás adquirir propiedades estables”
.
La largueza del salario
debe favorecer la formación del patrimonio del operario
“Es
necesario emplear enérgicamente todos los esfuerzos para que, al menos
en el futuro, las riquezas granjeadas se acumulen en justa proporción en
las manos de los ricos, y, con bastante largueza, se distribuyan a los
operarios; no para que éstos se abandonen a la ociosidad —ya que el
hombre nació para trabajar como el pájaro para volar— sino para que,
viviendo con parsimonia, aumenten sus haberes, y, administrando con
prudencia el patrimonio aumentado, puedan más fácil y seguramente
proveer a los deberes de su familia; y libre así de una condición
precaria e incierta como es la de los proletarios, no sólo puedan hacer
frente a todas las eventualidades durante la vida, sino también dejar
después de la muerte alguna cosa a los que les sobreviven”
.
“Si
el obrero recibiere un salario suficiente para sustentarse a sí mismo, a
su mujer y a sus hijos, fácil le será, por poco prudente que sea, pensar
en un razonable ahorro; y secundando el impulso de la misma naturaleza,
tratará de emplear lo que le sobrare, después de los gastos necesarios,
en formarse poco a poco un pequeño capital. Ya hemos demostrado cómo no
hay solución práctica y eficaz de la cuestión operaria, si previamente
no se establece antes, como un principio indiscutible, el de respetar el
derecho de la propiedad privada. Derecho, al que deben favorecer las
leyes; y aun hacer todo lo posible para que, entre las clases del
pueblo, haya el mayor número de propietarios”
.
NOTAS
León XIII, Encíclica “Rerum Novarum”, de 15 de mayo de 1891 — A.A.S.,
volumen XXIII, págs. 642 - 643 (Ex Typographia Polyglota S. C. de
Propaganda Fide — 1890, 1891).
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