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Capítulo 16
Desde 1939 hasta nuestros días: un cambio de posiciones que favoreció a la revolución socialista.
I — “Vosotros sois la sal de la tierra (...) la luz del mundo”
Ante el verdadero genocidio espiritual de España descrito en los capítulos anteriores, el curso lógico de nuestro pensamiento nos lleva a considerar la actitud del Episcopado frente a este proceso. Como católicos, apostólicos, romanos que somos, volvemos nuestra mirada reverente y filial, como también interrogativa y suplicante, hacia la Jerarquía eclesiástica. En sus manos sagradas la Divina Providencia puso los medios naturales y sobrenaturales que pueden impedir que se consume el genocidio espiritual de una nación donde más del 90 por 100 de los que la constituyen se afirman católicos y cuyos Soberanos recibieron en 1496 del Papa Alejandro VI el honorífico título de Reyes Católicos. Nación que desde entonces es conocida como Reino Católico. Habrá quienes objeten que la acción de la Iglesia, al ser de orden espiritual, no tiene ninguna relación con el ámbito temporal. Por eso nos parece necesario recordar brevemente algunas nociones fundamentales sobre el papel del clero en la formación de un orden social cristiano.
1- El ideal cristiano de la perfección socialDe hecho, el ámbito específico de la Iglesia es el espiritual. Sin embargo, ella coloca también los fundamentos de la verdadera cultura y de la verdadera civilización, particularmente a través de los buenos católicos que, al propagar su doctrina y su espíritu, modelan los ambientes, las costumbres y las instituciones. Este es el origen de la civilización cristiana. En efecto, si en una determinada nación la generalidad de los habitantes practica la Ley de Dios, pasa a reinar en ella el verdadero orden, que a su vez es la condición de un auténtico progreso*.
* Así describe San Agustín una sociedad verdaderamente católica: “Dennos un ejército de soldados tales cuales los exige la doctrina de Cristo. Dennos tales gobernantes, cónyuges tales, padres tales, hijos tales, tales señores, tales siervos, tales reyes, tales jueces, tales contribuyentes, tales cobradores de impuesto, como los quiere la doctrina cristiana. ¡Y atrévanse [los paganos] a decir que esa doctrina es enemiga de los intereses del Estado! Por el contrario, deben reconocer sin dudarlo que ella es una gran salvaguarda para el Estado, siempre y cuando sea fielmente observada” (Epist. CXXXVIII, al 5. ad Marcellium, cap. II, n° 15 in Obras de San Agustín, t. XI, p. 140). En otra de sus obras, el Santo Doctor, en sublime alabanza a la Iglesia Católica, exclama: “Conduces e instruyes a los niños con ternura, a los jóvenes con vigor, a los ancianos con calma, como conviene a su edad no sólo de cuerpo sino también de alma. Sometes las esposas a sus maridos por una casta y fiel obediencia, no para saciar la pasión sino para propagar la especie y constituir la sociedad doméstica. Confieres autoridad a los maridos sobre las esposas, no para que abusen de la fragilidad de su sexo, sino para que sigan las leyes de un sincero amor. Subordinas los hijos a sus padres por una tierna autoridad. Unes no sólo en sociedad, sino también como en una fraternidad los ciudadanos a los ciudadanos, las naciones a las naciones, y a los hombres entre sí, por el recuerdo de sus primeros padres. Enseñas a los reyes a vigilar por sus pueblos y prescribes a los pueblos que obedezcan a sus reyes. Enseñas con solicitud a quién se debe la honra, a quién el afecto, a quién el respeto, a quién el temor, a quién el consuelo, a quién la advertencia, a quién el ánimo, a quién la corrección, a quién el castigo; y haces saber cómo, si no todas las cosas a todos se deben, a todos se debe la caridad y a nadie la injusticia” (De Moribus Ecclesiae, cap. XXX, n. 63 in op. cit., t. IV, pp. 290-291). Sobre el Reino de Cristo puede consultarse la Annum Ingressi de León XIII de 19 de marzo de 1902, la Quas Primas de Pío XI de 11 de diciembre de 1925 y la Summi Pontificatus de Pío XII del 20 de octubre de 1939.
2- Un clero virtuoso es el fundamento de la civilización cristianaLos seglares tienen la vocación específica de actuar para que el orden temporal se adecúe a las enseñanzas del Evangelio*. Para que esta acción sea eficaz, deben tener un auténtico amor a Dios.
* “Es preciso, con todo, que los seglares tomen como obligación suya la restauración del orden temporal y que, conducidos en ello por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta; que cooperen unos ciudadanos con otros con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia” (Decreto Apostolicam Actuositatem, 18-11-1965, § 7, in CONCILIO VATICANO II, Constituciones. Decretos. Declaraciones pp. 513-514).
Ahora bien, Nuestro Señor Jesucristo instituyó jerárquicamente a su Iglesia y puso en manos del clero la triple misión de gobernar, enseñar y santificar. Por tanto, el grado de amor a Dios que tengan los fieles depende normalmente y en gran medida de la fidelidad del clero a esta misión. En este sentido se entienden las palabras del Divino Maestro: “Vosotros sois la sal de la tierra (...) la luz del mundo” (Mt. 5, 14). Un pueblo fiel al gobierno santo de sus obispos acabará por conformar leyes y costumbres, artes y cultura, a las enseñanzas de la Santa Iglesia. Así nace como fruto magnífico la civilización cristiana.
3- La civilización cristiana, una tarea difícil...Esta perfección del orden social no es tarea fácil y suscitará siempre oposiciones implacables. El profeta Simeón dijo del Niño Jesús que estaba “destinado para ruina y resurrección de muchos en Israel, para signo de contradicción” (Lc. 2, 34). Ante El la humanidad se divide en dos familias de almas que no hallarán reconciliación, porque así lo estableció el propio Dios cuando dijo a la serpiente: “Yo pondré enemistades entre ti y la mujer; y entre tu raza y la descendencia suya” (Gn. 3, 15). Esta enemistad entre la raza de la Virgen y la raza de la serpiente divide a la humanidad a lo largo de toda la historia. Así la define San Luis María Grignion de Montfort en el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen: “Dios no ha hecho ni formado nunca más que una sola enemistad, mas ésta es irreconciliable, que durará y aumentará hasta el fin, y es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer.” [1] De ahí, las insidias y guerras que los adversarios de Nuestro Señor Jesucristo mueven continuamente para impedir la difusión de la doctrina enseñada por El. De ahí también, la vocación militante de la Iglesia Católica, en lucha permanente por la implantación del Reino de Cristo. “No creáis que vine a traer paz sobre la tierra; no viene a traer paz sino espada” (Mt. 10, 34).
4- ... pero posibleEl proceso de decadencia que desde hace varios siglos vienen padeciendo los países que constituyeron la Cristiandad, hace cada día más difícil la restauración de un orden social cristiano. En efecto, la creciente paganización y libertinaje de las costumbres, la secularización de la vida social y la impiedad alcanzaron en los días que corren límites incalculables. Sin embargo, el noble objetivo de la restauración cristiana sigue siendo posible para los hombres de fe. Así lo expresaba a comienzos de nuestro siglo el santo pontífice Pío X: “No, la civilización no está por inventar, ni la ciudad nueva por construir en las nubes. Ha existido, existe; es la civilización cristiana, es la ciudad católica. No se trata más que de instaurarla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques siempre nuevos de la utopía malsana, de la revolución y de la impiedad.” [2]*
* “La civilización del mundo —afirmó también San Pío X— es civilización cristiana y tanto más verdadera, más durable y más fecunda es en preciosos frutos cuanto es más netamente cristiana. (...) De aquí que, por la fuerza intrínseca de las cosas, la Iglesia se convierta también de hecho en la guardiana y defensora de la civilización cristiana (...) Instaurare omnia in Christo ha sido siempre la divisa de la Iglesia (...) Restaurarlo todo, (...) restaurar en Cristo no sólo lo que pertenece propiamente a la divina misión de la Iglesia, de conducir las almas a Dios, sino también todo aquello que, como hemos explicado, deriva espontáneamente de aquella misión divina, la civilización cristiana en el complejo de todos y cada uno de los elementos que la constituyen” (San Pío X, Il fermo proposito, 28-7-1906, §§ 4, 6).
5- La restauración católica en EspañaEl proceso de decadencia religiosa del mundo occidental se hizo sentir también en España durante los últimos siglos. Sin embargo, una serie de factores —entre los cuales pesaban decisivamente las huellas dejadas en el alma española por los santos de la Contrarreforma y por la resistencia contrarrevolucionaria del siglo XIX— contribuyeron a que nuestro pueblo, considerado en su conjunto, mantuviera aún a principios de este siglo, una gran vitalidad católica. La Iglesia por todo ello, seguía contando en España con circunstancias favorables para llevar a cabo una restauración de la civilización cristiana.
* En nuestros días se generalizó la falsa idea de que la restauración de todo lo bueno es algo irrealizable y por tanto una vana iniciativa. Sin embargo, entre todos los pueblos de la tierra, el español es quien menos razones tiene para pensar así. Si existimos como nación es por causa de la Reconquista, larga y victoriosa restauración llevada a cabo con fe y heroísmo incalculables. Por lo demás, si en España existe Monarquía se debe a que fue restaurada, o instaurada como prefieren algunos. En el mensaje a las Cortes de noviembre de 1975, el propio Don Juan Carlos afirmó que el título de Rey de España le era conferido en primer lugar por “la tradición histórica” (cfr. JUAN CARLOS I, Mensajes de la Corona, vol. IV).
II — 1939-1950: una restauración parcial, que no fue más que un “paréntesis halagador”
1- Las esperanzas de la postguerraComo hemos visto en la Parte II, la Providencia extrajo de los grandes sufrimientos que padecieron los españoles durante la Guerra, la ocasión propicia para una verdadera conversión de nuestra patria. En las trincheras, los héroes del Alzamiento empezaron a concebir como algo posible la restauración de un orden temporal enteramente cristiano. Los terribles padecimientos, las privaciones económicas de la guerra y las que vinieron después, favorecieron el primado de los valores espirituales, muy desgastados antes de la conflagración por el creciente neopaganismo. En el mismo sentido, de la persecución inclemente sufrida por la Iglesia brotaron testimonios admirables de heroísmo y determinación que tuvieron como ápice glorioso el martirio de millares de católicos, sacerdotes, religiosos y seglares de ambos sexos. Su sangre fue para el pueblo español fuente de gracias extraordinarias, pues, como dijo Tertuliano, la sangre de mártires es semilla de cristianos. En consecuencia, un vigor nuevo se apoderó de las congregaciones religiosas, los seminarios se llenaron, y almas de gran virtud edificaron con su ejemplo a un pueblo más sensible a la voz de la gracia. Se organizaron por todas partes misiones populares, con un impresionante número de conversiones, confesiones generales, comuniones y regularización de matrimonios. Los ejercicios espirituales, practicados frecuentemente por las clases más cultas, dieron como fruto un gran número de vocaciones sacerdotales. Se estimularon entre el pueblo los actos de piedad tradicionales, las procesiones y peregrinaciones [3]. Dentro de esta Iglesia purificada aparecía, además, una generación de teólogos, moralistas, canonistas y autores de vida espiritual que dieron un vigoroso empuje a ese movimiento restaurador. Dicho impulso fue bien interpretado por los arzobispos metropolitanos que, en la Conferencia de mayo de 1939, se propusieron restaurar la vida cristiana en nuestra Patria [4]. Es decir, los obispos contaban en la postguerra con una serie de circunstancias excepcionales que favorecían su misión santificadora. El aprovechamiento de estos factores, que no existían en otras naciones católicas, suponía, por parte del clero, una especial preocupación en estimular y orientar a los católicos hacia una plena restauración del orden social cristiano. Los Pastores debían para ello, además de fomentar la piedad de los fieles, alertarles contra el comunismo, el socialismo y sus compañeros de viaje y contra las costumbres permisivas que se difundían rápidamente en Occidente. * * * 2- Una gracia especial fue al encuentro del EpiscopadoPero no hubo sólo circunstancias favorables. Dios quiso en 1943 hacer llegar a los obispos españoles un mensaje a través de Sor Lucía, la única vidente aún viva de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima. Sobre dicho mensaje comenta la religiosa a su superior carmelita: “Por orden de S. Excelencia tuve que manifestar al arzobispo de Valladolid un recado de Nuestro Señor para los obispos de España y para los de Portugal. Dios quiera que todos oigan su voz. Desea que los de España se reúnan en retiro y determinen una reforma en el pueblo, en el clero y en las órdenes religiosas. Porque algunos conventos y muchos miembros de otros... ¿Entiende? (...) Si los señores obispos de España no atienden a sus deseos, ella [Rusia], será una vez más el azote con que Dios los castigue.” [5]
3- La decadencia de la militancia anticomunista
No habían pasado diez años del Alzamiento y por todas partes aparecían síntomas de decadencia moral y religiosa acentuada. Aunque la Jerarquía católica continuaba combatiendo el comunismo, parecía fijar su atención en este último en cuanto enemigo externo, olvidándose muchas veces de la infiltración comunista dentro de la propia Iglesia y de las distintas corrientes en las que la doctrina marxista aparecía con ropajes democráticos y católicos. La pérdida paulatina del fervor inicial de la postguerra —motivada por diversas causas que ya hemos analizado en la Parte II de este trabajo— y la perniciosa influencia psicológica de la política de la mano tendida fueron causas determinantes de la gradual decadencia de la militancia católica anticomunista*.
* Esta política fue condenada por Pío XI en la Divini Redemptoris de 13 de marzo de 1937 (cfr. §§ 58-60). Asimismo Pío XII, por medio de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, promulgó un decreto el día 1 de julio de 1949, en el cual prohibía categóricamente toda colaboración con el comunismo: “I - ¿Es lícito a los católicos dar su nombre y prestar su ayuda a los partidos comunistas? [Respuesta:] No es lícito, el comunismo es materialista y anticristiano; en efecto, los jefes comunistas, incluso cuando dicen por palabras que no combaten la religión, en realidad, tanto por la doctrina como por la acción, se muestran enemigos de Dios, de la verdadera Religión, y de la Iglesia de Cristo. “II - ¿Es lícito editar, difundir o leer libros, revistas, periódicos y folletos que defienden la doctrina o actividades comunistas, o escribir en ellos? [Respuesta:] No es lícito; está prohibido 'ipso jure' (Canon 1399 del Código de Derecho Canónico). “III - ¿Los fieles que consciente y libremente, hayan incurrido en los actos de que tratan los números I y II, pueden ser admitidos a los sacramentos? [Respuesta:] No pueden ser admitidos, en conformidad con el principio general de que se deben negar los sacramentos a aquellos que no están en las debidas disposiciones para recibirlos. “IV - ¿Los fieles que profesan la doctrina materialista y anticristiana de los comunistas y principalmente aquellos que la defienden y divulgan, incurren, 'ipso facto', en la excomunión reservada de modo especial a la Sede Apostólica, como apóstatas de la Fe Católica? [Respuesta:] Sí, incurren” (A.A.S., vol. XLI, 1949, p. 334. Hemos puesto cada respuesta tras la respectiva pregunta para mayor facilidad de comprensión).
En efecto, la política de la mano tendida iniciada por el Partido Comunista francés en 1935 obedeciendo órdenes de Moscú, fue influyendo poco a poco los medios católicos españoles. A los católicos que lamentaban, a justo título, la triste situación de ciertos sectores de la clase obrera, los comunistas les propusieron una alianza para remediarla. Esta unión de comunistas y católicos en defensa de los intereses de la clase obrera traería como corolario que el comunismo dejaría de ser considerado por muchos como el peor enemigo de la Iglesia. El capitalismo, supuestamente responsable de toda la pobreza existente, pasaba a ser el adversario que se debía abatir. Esta colaboración, que se dio en España a lo largo de los años en grados muy diferentes, llevó a algunos sectores, tanto eclesiásticos como seglares, a disminuir las barreras que anteriormente los separaban del comunismo y del socialismo. En algunos casos la colaboración franca y abierta desembocó en la adhesión total al comunismo.
4- Ni reconciliación auténtica, ni combate eficazOtras circunstancias vinieron a agravar la decadencia de la militancia anticomunista. Para restablecer en la medida de lo posible la concordia entre los españoles, era necesario emprender una política de reincorporación a la vida normal del país de los vencidos en la guerra. Nada más normal siempre y cuando se hiciera con la debida prudencia. De hecho, subsistían hábitos y principios cristianos en las bases de la izquierda. Sin embargo, los inocentes útiles del comunismo y los optimistas radicales esperaron que socialistas y comunistas se dejarían conmover con gestos de generosidad. De esa forma, España alcanzaría una reconciliación auténtica*.
* El cardenal Tarancón explica del siguiente modo la vana esperanzo de amplios sectores del Episcopado y del clero en esta política de reconciliación: “Teníamos la ilusión de que, una vez terminada la guerra con el triunfo de los nacionales —para nosotros, con el triunfo de la misma Iglesia—, nos sería fácil conseguir la reconciliación nacional. Estábamos convencidos de que todos los españoles eran sincera y profundamente cristianos. Los que militaban en la otra parte estaban engañados. Volverían al seno de la Iglesia” (“Ya”, 17-12-1984). En otra ocasión, el mismo cardenal manifestó: “Aquel régimen que quería vincularse a toda la tradición española, creíamos todos, o al menos la inmensa mayoría de los católicos, que era lo mejor. Y pensábamos así porque en aquellos tiempos todos, de derechas o de izquierdas, nos considerábamos cristianos, y parecía que un régimen católico que apoyase a la Iglesia era el único capaz de producir la reconciliación de todos los españoles para superar esos enfrentamientos y antagonismos que tantas veces nos habían dividido a lo largo de la Historia” (La Iglesia en la transición política en España in “Proyección”, enero-marzo 1985, p. 4).
En realidad, para que esta reconciliación no significase una inyección de veneno marxista y socialista en las venas del catolicismo español, era imprescindible que el Episcopado se dirigiese a los sectores comunistas y socialistas —sobre todo a las bases— exponiéndoles en su integridad el pensamiento de la Iglesia. Fue, por cierto, lo que pidió Pío XII a los gobernantes y pastores españoles*.
* “Por esto, exhortamos a los Gobernantes y a los Pastores de la católica España, que iluminen la mente de los engañados, mostrándoles con amor las raíces del materialismo y del laicismo de donde han procedido sus errores y desdichas, y de donde podrían retoñar nuevamente” (Pío XII, Discorsi e Radiomessaggi, vol. I, p. 52).
A partir de 1939, nada les impedía hablar, y hablar con toda claridad, mostrando a esas corrientes los errores doctrinales del comunismo y del socialismo y los efectos de su implantación en Rusia y en las naciones satélites: la persecución a la religión, la tiranía política y la miseria económica presentes en estos países. Al mismo tiempo habría que mostrarles el esplendor de la auténtica doctrina social católica, la legitimidad de un orden social armónico y proporcionalmente jerárquico que garantice eficazmente los derechos de todos, pero que ponga especial énfasis en la defensa de los más débiles*.
*León XIII enseñó: “No se puede igualar en la sociedad civil lo alto con lo bajo. Los socialistas lo pretenden, es verdad, pero es vana tentativa contra la naturaleza de las cosas. Y hay por naturaleza entre los hombres muchas y grandes diferencias; no son iguales los talentos de todos, ni la habilidad, ni la salud, ni lo son las fuerzas; y de la inevitable diferencia de estas cosas brota espontáneamente la diferencia de fortuna. Todo eso en correlación perfecta con los usos y necesidades tanto de los particulares cuanto de la comunidad, pues que la vida en común precisa de aptitudes varias, de oficios diversos, al desempeño de los cuales se sienten impelidos los hombres, más que nada, por la diferente posición social de cada uno” (Rerum Novarum, 15-5-1881, § 13). Pío XII confirma: “En un pueblo digno de tal nombre, todas las desigualdades que derivan, no del arbitrio sino de la propia naturaleza de las cosas, desigualdad de cultura, de haberes, de posición social —sin perjuicio, por supuesto, de la justicia y de la caridad mutua— no son absolutamente un obstáculo a la existencia y al predominio de un auténtico espíritu de comunidad y fraternidad” (Radiomensaje de Navidad de 1944 in Discorsi e Radiomessaggi, vol. VI, pp. 239-240).
Finalmente, el Episcopado no podía olvidar el denunciar la falsedad de las promesas de las izquierdas relativas a la justicia social. León XIII advirtió que el socialismo conduce a “una general situación por igual miserable y abyecta” [6] y San Pío X afirmó que “los verdaderos amigos del pueblo no son ni revolucionarios ni innovadores, sino tradicionalistas.” [7] Si la reconciliación era una tarea indispensable, lo era más aún la vigilancia, para que no se repitieran las circunstancias que provocaron la crisis revolucionaria y la contienda civil. Desgraciadamente, el apostolado con los derrotados en la Guerra no se hizo siempre según el espíritu de las directrices de Pío XII y sus resultados fueron módicos. En cambio, muchos entendieron la reconciliación no como la búsqueda de la conversión, sino como la necesidad de tener un comportamiento concesivo en relación a las izquierdas, sin poner coto a la difusión de sus errores.
5- Se olvidan aspectos fundamentales de la doctrina católicaCon el paso de la década de los 40 se fue haciendo silencio en torno a los puntos de la doctrina católica que más se oponían al comunismo, al relativismo y a la inmoralidad, quizá con la esperanza de parecer más simpáticos y atraer así a los sectores del público alejados de la Iglesia*.
* El cardenal Segura fue una excepción a esta conducta, pues mantuvo siempre una actitud militante y vigilante. En 1949 advertía, por ejemplo: “Nuevamente se hace preciso, después de veinte siglos de cristianización, de evangelización del mundo, volver a repetir que hay que evangelizar en la tierra, aun de los cristianos, al Dios prácticamente desconocido; no sólo al Dios desconocido, sino al Dios desairado, al Dios perseguido, al Dios odiado. Y éste será el tema general, no sólo de estas Instrucciones doctrinales (...) sino de las que formarán parte de las Conferencias de señoras y de jóvenes, de las dedicadas a los hombres de ciencia e Institutos culturales, de las Instrucciones para Maestros y Maestras (...) Conocéis ya cuáles son las dos ciudades a que aludo; son aquéllas de que nos habla San Agustín (...): La ciudad de Dios y la ciudad del demonio (...) Estas dos grandes ciudades cobijan a todos los hombres que ha habido, hay y habrá hasta la terminación de los siglos; y entre estas dos ciudades, desde el principio del mundo, se entabló una lucha que ha ido sosteniéndose en los años transcurridos, que se ha ido empeñando cada vez más y constituyéndose en lucha a muerte. Estas dos ciudades continúan hoy una frente a otra. Llámanos poderosamente la atención la gravedad de los momentos presentes, gravedad en todos los órdenes, gravedad en todas las regiones de la tierra, gravedad en las consecuencias que de esta lucha a muerte se derivan. Tiempo es de dar voz de alerta para que vivamos apercibidos y dispuestos a tomar la parte que nos corresponda en la lucha entablada” (Cardenal Segura, Conferencias sobre el Comunismo, pp. 17-19).
En las ocasiones en que se hablaba sobre estos temas, no era habitual considerar todas las consecuencias de orden práctico. Parecía que los candentes problemas de la anterior década habían perdido su calor. El resultado fue que a amplios sectores del público católico les pareció que el peligro comunista estaba definitivamente conjurado. Sin un adversario que combatir, disminuyeron la vigilancia y el ardor. A esto contribuyó la propia estabilidad del Gobierno de Franco, el cual parecía apartar indefinidamente la amenaza socialo-comunista. Los católicos, de modo general, imaginaban que las izquierdas —adversarias terribles en la víspera— eran en el momento inofensivas y por tanto se podía tener con ellas ciertas contemplaciones. Los hechos posteriores se encargarían de mostrar que, en realidad, esa apreciación era fruto de la superficialidad y del optimismo que se habían apoderado del espíritu público. En consecuencia, fue decayendo el ideal de una restauración completa de la España católica, y los españoles comenzaron a entregarse de forma despreocupada y optimista a sus actividades privadas. Al mismo tiempo fueron haciéndose más numerosas actitudes como la del cardenal Vidal i Barraquer, sensibles a los fenómenos laicos del momento*. El clima comenzaba a cambiar...
* “Vidal i Barraquer (...) líder de un catolicismo minoritario (...) venia de tradición liberal y se mostró más sensible hacia los fenómenos laicos del momento” (Joaquín L. Ortega, La Iglesia a la hora del Alzamiento nacional in “Ya”, 5-7-1986). Esta sensibilidad laicista aparece, por ejemplo, en unas notas escritas por el cardenal Vidal i Barraquer antes de una audiencia concedida por Pío XII: “Tal vez, no sea exagerado decir que su religión [la del nacional-catolicismo] consiste principalmente en promover actos aparatosos de catolicismo, peregrinaciones al Pilar, grandes procesiones, entronizaciones del Sagrado Corazón. (...) Se corre el peligro de acabar de hacer odiosa la religión a los indiferentes y partidarios de la situación anterior. (...) Las tan de moda peregrinaciones al Pilar, más que formar al pueblo en la verdadera piedad tienden a hacer ambiente de hispanidad. La tradición de la aparición de la Virgen en carne mortal al apóstol Santiago no resiste al más superficial examen de la sana crítica histórica. Los que se precian de intelectuales no se sentirán muy inclinados a tomar la religión por cosa muy seria. (...) Esto aparte del mal efecto que ha de causar a los millares y millares de elementos de la pasada situación que, si momentáneamente han sido sojuzgados por la fuerza, conservan dentro de sí su antigua ideología” (Notas para la audiencia papal del 18 de diciembre de 1940 apud P. Fernando URBINA y otros, Iglesia y Sociedad en España 1939/1975, p. 18).
6- HOAC, JEC, JOC... la izquierda inicia su restauraciónYa en 1946 aparecieron dentro de las estructuras eclesiásticas y sobre todo dentro de Acción Católica, grupos de jóvenes con algunos sacerdotes a la cabeza, que predicaban claramente la convergencia en el plano social y económico entre el catolicismo y el socialismo. Estaban en este caso la JEC, la JOC y la HOAC*. Estos organismos estudiantiles y obreros hicieron su proselitismo sin grandes problemas y, a medida que crecían, manifestaban su oposición al orden socio-político nacido del Alzamiento. De esos medios salieron Felipe González y buena parte de la plana mayor del PSOE**.
* El sacerdote Fernando Urbina, pese a atribuir una importancia exagerada a los movimientos de base, reconoce que la izquierda católica inició su proselitismo ya en la década de los 40: “El inicio fundamental del cambio se realizará a través de los seglares militantes cristianos obreros de HOAC (1946) y de la JOC (1947). Ellos serán el motor más potente del inicio del cambio epocal de la Iglesia española” (Formas de vida de la Iglesia en España, 1939-1975 in op. cit., p. 46). A su vez, el cardenal Segura denunció en 1949, con expresiones severas pero muy verdaderas, a los católicos que favorecían el comunismo: “El que no está Conmigo, está contra Mi (...) palabra que es necesario recordar en estos momentos en que surge un nuevo monstruo en la Iglesia de Dios, precisamente en el campo católico; se denominan los cristianos progresivos, que quiere decir los cristianos simpatizantes con el comunismo. Esta Secta, que indudablemente viene impulsada por el poder de las tinieblas, por las puertas del infierno, distingue entre comunismo ateo y comunismo no ateo; distinción que no admite la Iglesia. (...) Dicen estos cristianos progresivos, que están en vigor en Francia y están en vigor en Italia, y que tienen sus secuaces en España, dicen que pueden muy bien distinguirse dos casos: (...) Primer caso, los que se alistan en el Partido Comunista; segundo caso, los que sin alistarse en el Partido Comunista cooperan con él. (...) No está con Jesucristo el que traba alianza con el enemigo jurado de Jesucristo que es el comunismo ateo” (La Serpiente Antigua — Conferencia sobre el comunismo, pp. 99 y 100).
** “No hay que olvidar que en la resurrección del PSOE a la vida política española —operada a partir del 'golpe de Estado' interno que en Toulouse desplazara, a comienzos de la década de los 70, al viejo grupo dirigente— ha jugado un papel importante, considerable y de primera fila un amplio grupo de cuadros cristianos, católicos practicantes, aglutinados en torno a la figura de Joaquín Ruiz-Giménez” (“ABC”, 1-9-1983). “Ya durante el segundo año de la carrera —declaró Felipe González— organicé con Pepe Cabrera, hoy senador, una serie de conferencias sobre el derecho de huelga en los sótanos del mismísimo Palacio Arzobispal. Tratábamos, para evitar que la policía nos acusara de subversivos, de dar a nuestras conferencias un tono de moderación universitaria, aunque creo que no engañábamos a nadie” (Declaraciones de Felipe González in José Luis de VILLALONGA, Los sables, la corona y la rosa, p. 166). “El abogado Rafael Escuredo y el 'filósofo' Alfonso Guerra se dedicaron a trabajar las facultades bajo la supervisión del 'histórico' Alfonso Fernández Torres. Felipe entraría mucho más tarde. Por entonces era cristiano progresista” (Fernando BARCIELA, La otra historia del PSOE, p. 89).
Es decir, había habido un cambio, por lo menos temperamental, en la actitud de numerosos eclesiásticos. Incluso algunos de los obispos que firmaron en 1937 la carta pastoral colectiva denunciando al mundo el peligro comunista, observaban ahora con aparente despreocupación y desinterés cómo se enquistaban dentro de los organismos eclesiásticos los gérmenes que iban a destruir por completo la obra iniciada de la reconstrucción católica.
7- Silencio y aislamiento en torno a quienes denunciaban este cambioEsta nueva realidad tenía otra cara. Algunas figuras destacadas del clero y del laicado denunciaron, aún en la década de los cuarenta, la marcha rumbo a la izquierda de ciertos sectores minoritarios de la Iglesia española. Dichas figuras fueron encontrando cada vez menos audiencia, incluso entre sus hermanos del Episcopado y del clero. Se diría que se había levantado a su alrededor una muralla de silencio y de aislamiento. El caso tal vez más característico fue el del cardenal Segura, que se mantuvo admirablemente firme en su soledad*.
* Cuando el cardenal Segura falleció, el 7 de abril de 1957, el “Corriere della Sera” lo describió para el público italiano, familiarizado con la figura de San Pio X, en estos expresivos términos: “Lo llamaban el 'Mindszenty español' (...) fue una especie de Giuseppe Sarto tallado al modo de la vieja Castilla” (9-4-1957).
8- Se cierra el “paréntesis halagador”A finales de la década de los cuarenta eran pocos los que seguían creyendo en la posibilidad de una restauración católica. La apertura hacia el laicismo contemporáneo y el abandono del ideal de Cristiandad no hacían más que crecer y consolidarse. Así lo constataba melancólicamente el futuro cardenal Tarancón, entonces obispo de Solsona: “Va descendiendo cada vez más el nivel moral de nuestras costumbres y de nuestros pueblos, nos dejamos vencer por el pesimismo. (...) El ambiente de cruzada y de reacción contra el laicismo no ha cuajado en nuestro pueblo. El ambiente oficial ha cambiado, pero el ambiente real de nuestro pueblo no. Hubo un paréntesis que parecía halagador. Pareció por un momento que se había producido una reacción real y verdadera, amplia y nacional, de tipo religioso y cristiano. Pero no ha sido así. Se cerró el paréntesis y el ambiente de nuestros pueblos en el orden religioso y moral no ha cambiado. Que ésta es precisamente la razón más poderosa para nuestro pesimismo.” [8]*
* Sobre la ponderable influencia y posterior decadencia de la doctrina católica en las instituciones y leyes del régimen nacido del Alzamiento, ver por ejemplo el elucidativo artículo de Rafael Gambra El Estado que nació de una cruzada, “Iglesia Mundo”, julio de 1986).
III — 1951-1970: estabilidad aparente, decadencia del fervor religioso y articulación de la izquierda
1- Disminuye la militancia contra el comunismo y contra la permisividad moralA partir de la década de los cincuenta la situación en España cambia profundamente. Se inicia un periodo de desarrollo económico, el régimen se estabiliza, se reabren las fronteras y se reanudan las relaciones diplomáticas con los Aliados.
Al mismo tiempo, las modas y estilos de vida cada vez más inmorales y paganizados con los que los turistas nos invadían cada verano empezaron a dejar huella en los hábitos de los españoles. La preocupación predominante por la vida cómoda y fácil, por las actividades económicas cada vez más prometedoras y atrayentes, hizo olvidar aún más los ideales católicos por los que se había luchado. Desgraciadamente, pocas fueron las voces episcopales que se alzaron para denunciar este gravísimo peligro moral. En el terreno de las modas constituyó una de las pocas excepciones el obispo de Canarias, monseñor Antonio Pildaín y Zapiaín, que en febrero de 1964 publicó una carta pastoral contra la inmoralidad que se extendía por las playas*.
* Decía el obispo de Canarias: “Nos vemos obligados a levantar nuestra voz episcopal, so pena de merecer uno de los epítetos más denigrantes que pueden pesar sobre los obispos: el de 'perros mudos'. (...) Nos venimos encontrando con diocesanos nuestros, de las más diversas clases sociales, que se nos muestran alarmadísimos ante el sesgo que va tomando la inmoralidad en nuestra Diócesis, bajo el signo de la condescendencia con el turismo. Y tienen razón para estarlo.” Y, tras una severa orientación a ser observada en los confesionarios, concluye: “No me digáis que soy duro. Pensad que soy vuestro Obispo, que un día ha de presentarse a dar cuentas a Dios de vuestras almas, en frase estremecedora del mismo Dios, en su Biblia” (“Boletín Oficial del Obispado de Canarias”, marzo 1964, pp. 1, 2, 44). Hoy, sin embargo, la revista católico-progresista “Vida Nueva” publica editoriales como éste: “Cada día y cada año que pasan nos damos más cuenta de lo absurdo que es agarrarse a las costumbres como si fueran los pilares básicos de la vida y de la sociedad. Si la vida evoluciona, lógico es que lo hagan también las costumbres. (...) El recuerdo de muchas costumbres de nuestros antepasados (no tan lejanos) son motivo de risa para nosotros. (...) El lugar de veraneo, en concreto la playa en donde se practica el 'topless' (quién lo iba a decir hace tan sólo 20 años) (...) te hace pensar en la fugacidad de ciertas costumbres. (...) Que las formas no nos impidan ser libres” (17/24-8-1985).
Por otra parte, las edificantes y monumentales misiones populares, que con tanto éxito habían combatido el desorden de las costumbres, cesaron —no se sabe bien por qué— durante la década de los cincuenta. En esa época los predicadores continuaban enseñando desde los pulpitos la doctrina moral de la Iglesia, pero parecían olvidar los peligros concretos que el paganismo contemporáneo introducía de forma creciente. Pronto aparecieron los resultados. Al disminuir el espíritu militante en el clero, el laicado fue abandonando su postura anticomunista y antisocialista, dejando también de lado paulatinamente las costumbres y principios de la moral católica.
2- Los “cristianos progresistas”Mientras disminuía el fervor religioso y la militancia anticomunista, la izquierda católica iba echando raíces en los ambientes eclesiásticos, sobre todo en Acción Católica. A lo largo de los años 50 y 60, los activistas de izquierda hicieron en dichos ambientes un impresionante trabajo de proselitismo, articulación y formación de líderes, cuyos frutos el socialismo recogió en abundancia en las décadas de los setenta y de los ochenta*.
*El P. Urbina, de orientación progresista, así describe este cambio: “Todo el periodo 1950-1965 de la vida de la Iglesia se puede definir mediante el concepto básico 'cambio'. (...) En el período anterior de 'restauración', que se entronca con la reacción pastoral del siglo XIX ante el inicio de la modernidad, hay una fundamental reserva y desconfianza ante todo cambio histórico. Ahora es la misma palabra que se acepta como clave de interpretación y entra a formar parte del vocabulario de la Iglesia en sus mismos documentos. (...) Algunos signos de inicio de cambio son anteriores. (...) La primera generación de las pos-guerra salía de los seminarios y casas de formación en los cursos 1948-1949, ya por esas fechas empiezan a entrar en los ambientes de formación del clero otras ideas y métodos de análisis: la Escuela Social de Málaga se funda en 1948, y el Instituto Social ‘León XIII’ en 1951. De ellos saldrán todo un grupo de sacerdotes que iniciarán una nueva mirada, ya no retórica, sino analítica, sobre las realidades sociales del país” (P. Fernando URBINA, Formas de vida de la Iglesia en España: 1939-1975 in Iglesia y Sociedad en España 1939/1975, pp. 42-46). Analizando la influencia izquierdista dentro de las estructuras eclesiásticas de esta época, el P. Javier Domínguez S.J., constata: “La aparición pública de esta nueva oposición tendrá lugar en la década de los sesenta. Los cristianos aparecen principalmente en cuatro campos distintos: el nacionalista (vasco y catalán), el estudiantil, el rural y el obrero. A esto contribuye de manera indudable la pujanza de los movimientos especializados de Acción Católica y los Movimientos Obreros Apostólicos. (...) Dos son a mi juicio los elementos que caracterizan a este joven movimiento obrero: por una parte el sentido de la unidad. (...) Y por otra parte la presencia mayoritaria de dos fuerzas que antes de la guerra apenas habían tenido importancia: estas dos fuerzas son los comunistas y los cristianos. (...) Los cristianos que antes de la guerra, sólo contaban con STV y los sindicatos amarillos campesinos, han gozado de una serie de privilegios otorgados por el régimen de Franco a la Iglesia, fundamentalmente la libertad de opinión, la libertad de asociación y la libertad de comunicación. Los obreros cristianos han podido reunirse y discutir alrededor de las Iglesias en ACO, HOAC, JOC, Movimiento Católico de Empleados, Vanguardias Obreras y han ido tomando conciencia de la necesidad primero del 'compromiso social temporal' y después de la organización sindical. (...) A lo largo de la década [de los cincuenta] va produciéndose una toma de conciencia. (...) Los jóvenes creyentes publican nuevas revistas: El Ciervo, cuyo primer número, como dijimos, destacaba en titulares: 'dos y dos, cinco', Abside, Incunable. El Ciervo es la expresión del cristianismo de la nueva generación catalana, donde tanto trabajó Alfonso Comín, uno de los personajes claves en la fundación de cristianos por el socialismo y el primer creyente que formó parte del Comité Central del Partido Comunista. Ábside era la revista de los teólogos de Oña, vascos y castellanos. (...) Lo que era El Ciervo en el mundo seglar, lo era el Ábside en el mundo de los jóvenes clérigos. Finalmente Incunable, donde colaboraban los jóvenes sacerdotes castellanos, menos radical que las otras dos, pero que influyó substantivamente en la evolución del clero. Comienza en la época el movimiento universitario. Grupos Cristianos radicales fundan el FELIPE, F.L.P., Frente de Liberación Popular” (P. Javier DOMÍNGUEZ S.J., Organizaciones obreras cristianas en la oposición al franquismo (1951-1975), pp. 44, 49, 51).
Sin embargo, la mayoría de los obispos no se mostraban alarmados con esta situación. España tenía entonces las apariencias de tal estabilidad, que la hipótesis de un crecimiento acentuado de los grupos de izquierda parecía exagerada. La realidad era otra. En la aparente calma de los años cincuenta y sesenta muchos de los actuales dirigentes del PSOE militaban en organizaciones católicas o ligadas de alguna manera a la Iglesia. Movidos por crecientes ímpetus igualitarios y libertarios, radicalizaron progresivamente sus reivindicaciones. Consiguientemente, se fueron sintiendo cada vez menos a gusto dentro de los límites de la doctrina social católica y pasaron a buscar aportaciones doctrinales en el comunismo y en el socialismo. Muchos —entre ellos Felipe González y Pablo Castellano— renegaron de la fe, adoptaron el marxismo y se inscribieron en el PSOE. Otros no rompieron formalmente con la Iglesia, pero ingresaron también en el PSOE: Gregorio Peces-Barba, por ejemplo. Así, a la venerable sombra de las mitras y de los báculos, la izquierda católica preparaba, con toda tranquilidad, una buena parte de los dirigentes que el PSOE iba a necesitar para llevar a cabo su programa revolucionario*.
* Sobre la influencia en el PSOE de los dirigentes formados en organizaciones católicas, cfr. Abel HERNÁNDEZ, Crónica de la Cruz y de la Rosa, pp. 80 a 104. En este libro, Abel Hernández escribe: “En 1965, concluidos sus estudios derecho, Felipe (ya socialista) acepta una beca para cursar Economía en la Universidad Católica de Lovaina. El que le ofrece la beca es Francisco Guerrero, de la JOC, y el que paga esta beca de Felipe González es el Episcopado alemán. (...) Su compromiso socialista cristaliza en el despacho laboralista de Sevilla, que abre por consejo del cristiano-marxista Alfonso Carlos Comín. (...) Y este destartalado y activísimo despacho de la calle Cabeza del Rey Don Pedro no habría tenido la proyección y la virtualidad que alcanzó, sin el respaldo de la JOC, sin la página laboral de 'El Correo de Andalucía', el periódico de la Iglesia, y sin la protectora capa pluvial del Cardenal de Sevilla. (...) La escuela sevillana del PSOE, encabezada por Felipe González, que consigue primero el poder en Andalucía y después el Gobierno de la nación, fue, en gran parte, posible porque contó en los años 60 y a principios de los 70 con el respaldo de la Iglesia en Sevilla. El propio Cardenal Bueno Monreal amparó e impulsó el acercamiento de la Iglesia a los movimientos obreros y el compromiso temporal de los militantes de las organizaciones católicas. Prácticamente todo el equipo inicial de Felipe González procede de estos movimientos católicos comprometidos, incluido él mismo” (ib., pp. 91, 99, 100). Sobre el papel de organizaciones católicas, como HOAC, JOC y JEC, o de la revista de tintes demócrata-cristianos “Cuadernos para el Diálogo”, en la preparación de futuros dirigentes del PSOE se puede consultar también La otra historia del PSOE, de Fernando Bárdela, pp. 57-61 y el artículo del P. José María González Ruiz, Réquiem por un cardenal bueno, “Diario 16”, 22-8-1987. Respecto a la influencia de movimientos católicos en la formación de líderes sindicales y en la fundación de la USO, DRT y CC.OO. ver El compromiso cristiano. La Iglesia de los pobres, de Luis González-Carvajal Santabárbara, in Joaquín Ruiz-Giménez, Iglesia, Estado y Sociedad en España, pp. 301-310.
3- Un ejemplo: el papel de monseñor Maximino Romero de LemaSe destaca en este periodo la actuación, poco conocida del público, de monseñor Maximino Romero de Lema.
“Desde 1949 —recuerda “Vida Nueva”— dirigió el centro de estudios históricos de Roma, donde se formaron los principales historiadores actuales y el Instituto español bíblico y arqueológico de Jerusalén”. Fundó además el colegio de San Carlos, el de Nuestra Señora de Guadalupe y la parroquia del Espíritu Santo, que fue punto de encuentro para universitarios. Estos centros “pronto se convirtieron en faro de los intelectuales españoles”, dice “Vida Nueva”. El marxista Puente Ojea, ex embajador español ante la Santa Sede, elogió la actuación de monseñor Romero de Lema por ser “figura central en la historia política, cultural y religiosa de España en los últimos cuarenta años (…) uno de los protagonistas fundamentales” de “la historia profunda” de España. El diplomático afirmó también que el papel de monseñor Maximino fue “fundamental en la preparación de los jóvenes de la década de los 60.” [9] En el campo socio-político, monseñor Romero de Lema dio decisivo apoyo a las conocidas actividades de Joaquín Ruiz-Giménez y al grupo inicial de “Cuadernos para el Diálogo”, dominado por un pensamiento demócrata-cristiano de izquierdas y que cobijaba a varios de los futuros dirigentes del PSOE. Monseñor Romero de Lema, tras su actuación en Roma, se vio súbitamente elevado a la dignidad episcopal. Por razones todavía desconocidas, el activo sacerdote impresionó favorablemente al nuncio de entonces, monseñor Riberi, y al secretario de la Nunciatura, el futuro cardenal Benelli, que propusieron en 1963 su nombramiento episcopal. Fue designado obispo de Ávila y tanto por su acción al frente de esta diócesis como por su anterior labor a favor del progresismo, mereció que el manifiesto fundacional de Cristianos para el socialismo, publicado en Barcelona, se titulase Ávila [10]. “En la espléndida cabeza del obispo Maximino Romero de Lema —comenta su panegirista, Abel Hernández— estaba diseñado en la década de los 50 no sólo el futuro de la Iglesia española, sino también del nuevo Estado, plural, democrático y progresista.” [11] Esta “espléndida cabeza” no contribuyó tan sólo para la nueva España plural y progresista. Cuando los antiguos dirigentes cristianos progresistas —para cuya formación tanto contribuyó monseñor Romero de Lema— se incorporaron al PSOE, el público pasó a ver con menos temor al socialismo, creciendo notablemente sus posibilidades electorales*.
* “A finales de los 50, Maximino Romero de Lema se percató de que su puesto estaba en Madrid. Había que preparar el futuro de la Iglesia española y el futuro de España, y él tenía un proyecto en la cabeza. Fue nombrado rector de la iglesia del Consejo de Investigaciones Científicas. Conectó enseguida con Joaquín Ruiz Giménez. (...) El ambicioso proyecto se puso en marcha. (...) Romero de Lema acudió un día a Valencia, acompañado de Alfredo Rubio. Allí se celebró una importante reunión con una destacada personalidad española, quien aconsejó expresivamente: 'Más a la izquierda, más a la izquierda’. El hombre sobre el que debía pivotar esta operación política era, según lodos los indicios, Joaquín Ruiz Giménez. El nacimiento de 'Cuadernos para el Diálogo’ y su trayectoria (...) pueden explicar gráficamente el proyecto de Maximino. No se trataba de reproducir el modelo italiano de la Democracia Cristiana, sino algo distinto, más cercano al socialismo moderno. (...) En su larga trayectoria 'Cuadernos para el Diálogo' fue diluyendo paulatinamente su fuerte impregnación cristiana original y en su última etapa, es decir, durante la transición, se observa en sus páginas una fuerte impregnación socialista, coincidente con la conversión al socialismo de muchos de sus promotores, que habían sido originalmente democristianos. (...) Es indudable que 'Cuadernos' fue una buena plataforma política, especialmente para el Partido Socialista” (Abel HERNÁNDEZ, Crónica de la Cruz y de la Rosa, pp. 81-82 y 103-104).
De este modo, al concluir la década de los sesenta, el ideal de Cristiandad —es decir el ideal de un orden socio-político íntegramente cristiano— se había desvanecido del alma de la gran mayoría de los españoles. El paréntesis halagador abierto en las trincheras del Alzamiento estaba definitivamente cerrado.
IV — 1971-1982: la Jerarquía abandona el ideal de Cristiandad y abre las puertas al socialismo
1- El soplo del Concilio Vaticano IIEn el ambiente general que acabamos de describir, el llamado espíritu del Concilio irrumpió en la Iglesia española. Hemos hablado ya de los efectos de este magno evento en la Parte II del presente estudio. La propaganda presentaba al Concilio como un esfuerzo de la Iglesia para adaptarse al mundo moderno, al cual abriría puertas y ventanas*. * Henri Fesquet atribuye esta figura a Juan XXIII: “Recibiendo hace poco un visitante que le preguntaba qué esperaba de este Concilio, Juan XXIII le mostró la ventana diciendo: 'Una corriente de aire fresco en la Iglesia' “ (Henri Fesquet, Le journal du Concile, p. 44).
El Episcopado español en su gran mayoría no estuvo entre los principales difusores de este espíritu nuevo; al contrario, quizás haya sido de los más refractarios a las nuevas tendencias. El P. José María Martín Patino S.J., provicario de la Archidiócesis de Madrid en tiempos del cardenal Tarancón, en su estudio La Iglesia en la sociedad española, subrayó “la actitud defensiva y perpleja de la mayoría numérica del Episcopado”, agregando que “los aires de renovación conciliar no podían menos de convertirse al llegar a España en huracán político.” [12]*
* En 1968 y 1969 la Conferencia Episcopal aún condenaba el Estado pluralista y laico y defendía el orden temporal cristiano: “No cabe, pues, opción moral entre aceptar o rechazar la religión revelada. Tal interpretación de la libertad, según fue di fundida por el liberalismo religioso y filosófico del siglo XIX, ha sido reprobada por la Iglesia (...) Queda excluido, en consecuencia, el concepto de Estado arreligioso o indiferente” (Sobre libertad religiosa, 22-1-1968 in CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Documentos, 1965-1983, pp. 122-123). “En numerosas ocasiones, el Episcopado español ha exhortado a una progresiva restauración cristiana del orden social como una de las más urgentes obligaciones de cada uno y de toda la comunidad patria” (Comisión Permanente, Cincuentenario de la Consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús, 25-5-1969 in ib., p. 155).
Era comprensible incluso en el plano táctico. Nuestro Episcopado estaba a la cabeza de un pueblo católico que había luchado victoriosamente contra la tentativa comunista de subyugarlo. El Concilio había invitado a estar presentes en sus sesiones, en condición de observadores, a representantes de la Iglesia cismática rusa, cuyos altos dignatarios son conocidos títeres del gobierno soviético. Esta invitación constituyó en la práctica una desautorización implícita de la línea de conducta seguida por nuestro Episcopado y por los obispos anticomunistas en general*.
* El historiador Ramón Garriga describe el desconcierto de los obispos españoles de la siguiente manera: “Los obispos españoles que acudieron a Roma no esperaban ni estaban prepara dos para comprender lo que iba a suceder en Roma (...) La sorpresa de los [obispos] españoles no tuvo límites, pues de un clima de cruzada pasaban a uno de libertad religiosa que por sus excesos tenía que escandalizarlos (...) Fue natural que casi todo el grupo pasara a integrar la minoría conservadora que se formó en Roma (…) Los prelados hispanos no sólo se sorprendieron por el acercamiento al protestantismo que se iniciaba en el Concilio, sino también por la política de coexistencia que se inauguraba con el bloque comunista, ya que Juan XXIII había tenido el gesto de invitar a observadores ortodoxos rusos para que asistieran a la asamblea ecuménica” (Ramón GARRIGA, El Cardenal Segura y el Nacional-Catolicismo, pp. 333-334). Sobre el pensamiento prosocialista y prosoviético de los representantes oficiales de la iglesia cismática rusa en el Concilio, ver pp. 147 ss. de Moscou et le Vatican del P. Ulisse Floridi S.J. Respecto a las presiones ejercidas por los representantes rusos, dice el P. Floridi en su libro: “En distintas ocasiones, los prelados rusos hicieron comprender que el silencio sobre esta cuestión [el comunismo] era una condición sine qua non para que ellos permanecieran en Roma” (op. cit., pp. 147-148). Respecto del Concilio ver también en este libro cap. 4, ítem VI, 2 y 3.
Poco después, 213 Padres Conciliares dirigieron una petición a Pablo VI para que fuese incluido un esquema especial en el cual se explicase con toda claridad la doctrina social católica y fuesen refutados los errores del marxismo, del socialismo y del comunismo en los campos filosófico, sociológico y económico. Esta petición fue entregada al cardenal Cicognani por monseñor Geraldo de Proença Sigaud, arzobispo de Diamantina, Brasil, el 3 de diciembre de 1963. Sin embargo, no fue tomada en consideración. En efecto, los esquemas sobre el ateísmo —que comenzaron a ser discutidos el 21 de octubre de 1964 y cuya versión revisada llegó al Concilio el 14 de septiembre de 1965— no se referían al comunismo, pese a los reiterados pedidos hechos durante las sesiones por los Padres Conciliares. El hecho dio origen a una carta firmada por 450 obispos, con fecha de 29 de septiembre de 1965, en la cual se resumía la petición anterior sobre la condena al comunismo. Varios obispos y peritos conciliares trabaron en las páginas de la prensa ásperas disputas. El reglamento del Concilio había sido violado, pues, aunque la carta fue entregada dentro del plazo reglamentario, el 9 de octubre de ese año el informe oficial preparado por la Comisión revisora del texto sobre la Iglesia en el Mundo Moderno no mencionaba la petición ni tampoco el comunismo. Monseñor Carli, en ese entonces obispo de Segni, envió una carta de protesta a la Presidencia del Concilio en la que señalaba que había habido una violación del reglamento calificándola de ilegal. No faltaron las manifestaciones de alegría de las izquierdas del mundo entero y, por supuesto, las de la Iglesia cismática rusa, que levantó las reservas que hasta entonces tenía sobre el Concilio [13].*
* En el libro del P. Ralph M. Wiltgen S. V.D., The Rhine Flows into the Tiber, a History of Vatican II, pp. 272-278, pueden encontrarse interesantes pormenores sobre estos hechos. * * * Sobre el silencio del Concilio Vaticano II respecto al comunismo, afirmó el profesor Plinio Corrêa de Oliveira en su ensayo Revolución y Contra-Revolución: “Dentro de la perspectiva de 'Revolución y Contra-Revolución', el éxito de los éxitos alcanzado por el comunismo poststalinista sonriente fue el silencio enigmático, desconcertante y asombroso, apocalípticamente trágico, del Concilio Vaticano II respecto al comunismo. “Este Concilio se quiso pastoral y no dogmático. Alcance dogmático realmente no lo tuvo. Además de esto, su omisión sobre el comunismo puede hacerlo pasar a la Historia como el Concilio a-pastoral. “Explicaremos el sentido específico de esta afirmación. “Imagínese el lector un inmenso rebaño languideciendo en campos pobres y áridos, atacado por todas partes por enjambres de abejas, avispas y aves de rapiña. “Los pastores se ponen a regar las praderas y a alejar los enjambres. ¿Esta actividad puede ser calificada de pastoral? En tesis, ciertamente. Pero en la hipótesis de que, al mismo tiempo, el rebaño fuese atacado por manadas de lobos voraces, muchos de ellos con piel de oveja, y los pastores omitiesen completamente el desenmascarar o ahuyentar a los lobos mientras luchan contra insectos y aves, ¿podría su obra ser considerada pastoral, es decir, propia de buenos y fieles pastores? “En otros términos, ¿actuaron como verdaderos Pastores aquellos que, en el Concilio Vaticano II, quisieron espantar a los adversarios 'minores' y dejaron libre curso —por el silencio— al adversario 'maior'?” (Plinio CORRÊA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, pp. 147-148).
No extraña, por lo tanto, que nuestro Episcopado manifestara en aquella ocasión una actitud “defensiva y perpleja” frente al llamado espíritu del Concilio. Además, de los documentos emanados de la alta asamblea vaticana no todos constituyeron una barrera a la expansión de los errores contemporáneos. Por el contrario, el carácter ambiguo de una gran parte de esos textos —constatado por figuras de relieve de las más diversas corrientes— permitió interpretaciones distintas y hasta contradictorias*.
* El historiador francés P. René Laurentin, en su libro Bilan du Concile, publicado con licencia eclesiástica, afirma: “Tocamos aquí en otro límite del Vaticano II. En ciertos casos difíciles, las soluciones quedaron a medio camino, o menos todavía. Se calcularon hábilmente ciertas fórmulas para salvar las opiniones contrarias. Y de ello resultó una cierta ambigüedad [“flottement” en el original] (...) La ambigüedad fue cultivada para escapar a oposiciones inextricables” (René LAURENTIN, Bilan du Concile, p. 357). Desde otro ángulo, el historiador eclesiástico Roger Aubert hace la misma constatación: “La preocupación muy viva de las dos partes, y más aún del Papa, de reducir la separación entre las dos tendencias, para llegar a una casi-unanimidad, fue la causa de un cierto número de ambigüedades, tanto en los textos como en el procedimiento” (Nouvelle Histoire de l’Eglise — 5, p. 680). El teólogo progresista P. Kart Rahner, vista la ambigüedad de muchos de los textos, pudo afirmar: “Lo importante en este Concilio no son las letras de los decretos que fueron promulgados. (...) Su espíritu, sus últimas tendencias son lo más importante. Las semillas de una nueva sembradura fueron sembradas en el campo de la Iglesia” (apud Anton HOLZER, Vatikanum II: Reformkonzil oder Konstituante einer neuen Kirche?, p. 324). El P. Joan Busquéts i Damau, profesor de Historia Eclesiástica en el Seminario de Gerona, de orientación progresista y biógrafo de Lutero, va más lejos: “En el Concilio Vaticano II se ha dado respuesta positiva a muchas peticiones de Lutero: primacía de la Escritura, Iglesia como pueblo de Dios, sacerdocio universal de los fieles, la misa en lengua vulgar. Con el Concilio, que fue una especie de victoria póstuma de Lutero, se ha acabado la Contrarreforma” (“Ecclesia”, 12-7-1986, p. 8).
Fue ciertamente a estas interpretaciones progresistas del Concilio, que desgraciadamente se adueñaron de muchos ambientes eclesiásticos, a las que se refirió el cardenal Ratzinger cuando dijo recientemente que tras el Concilio hubo “una apertura indiscriminada en relación al mundo contemporáneo y a su cultura”, que dio lugar a un “proceso progresivo de decadencia” de los valores de la Religión. “Se esperaba —afirmó también— una nueva unidad católica, pero, al contrario, se fue al encuentro de un desacuerdo que —para usar las palabras del papa Montini— parecía pasar de la autocrítica a la auto-destrucción.” [14]
2- La Asamblea Conjunta de Obispos y Presbíteros proclama la ruptura oficial con la orientación anterior
a) Parte del Episcopado y del clero español empiezan a simpatizar con el socialismo.— Hasta mediados de 1971 la Conferencia Episcopal estuvo dirigida por un grupo de obispos, con monseñor Casimiro Morcillo y monseñor Guerra Campos a la cabeza, que procuraron meritoriamente frenar las devastaciones de esta autodestrucción, especialmente en lo referente a la colaboración con el socialismo y al avance de la permisividad moral.
Era notorio que esa situación no iba a mantenerse por mucho tiempo. Pues la formación de los nuevos sacerdotes en los seminarios y la orientación progresista del entonces nuncio, monseñor Luigi Dadaglio, reflejada en la elección de los nuevos obispos españoles, iba cambiando rápidamente la orientación eclesiástica dominante*. * “El hecho de que en el Concilio se decretase el retiro de los obispos titulares a los 75 años ha sido un elemento acelerante de la renovación personal del episcopado. Entre el 65 y el 72 han sido 20 los obispos dimisionarios, más algún otro que si no ha dimitido le han nombrado a su lado un coadjutor 'sede plena'. Esto ha permitido el que fueran consagrados en 11 años (1964-1974) 53 nuevos obispos. (...) Ha sido sobre todo monseñor Dadaglio el que, sorteando con habilidad las dificultades, ha conseguido sacar un mayor número de obispos en menos tiempo: 42 en siete años” (Antonio Duato, Los obispos en el proceso de cambio de la Iglesia en España in URBINA y otros, Iglesia y Sociedad en España, p. 131). “[Monseñor Dadaglio] fue nuncio en Madrid de 1967 a 1980 (...) haciendo un 'tándem' perfecto con el cardenal Tarancón. La Historia no olvidará (...) la profunda renovación del Episcopado español, que pasó por sus manos, con un número de nombramientos que ningún otro nuncio alcanzó en este siglo. Buena parte de la puesta al día de nuestra Conferencia Episcopal fue obra suya” (P. J. L. Martin Descalzo in “ABC”, 10-4-1984). “La mayoría de los obispos había vuelto de Roma sin haber asimilado del todo lo que allí había pasado; pero pronto la clara postura de Pablo VI y la renovación del Episcopado que tuvo lugar al retirarse en muy poco tiempo los 22 obispos que tenían más de 75 años, dieron sus frutos. (...) ¡Qué lúcido pareció de repente a todos el Cardenal Vidal i Barraquer!” (Luis González-Carvajal Santabárbara, El compromiso cristiano. La Iglesia de los pobres, in RUIZ-GIMENEZ, Iglesia, Estado y Sociedad en España, p. 305).
La nueva orientación triunfó oficialmente en septiembre de 1971, en la Asamblea Conjunta de Obispos-Sacerdotes realizada en Madrid. La encuesta oficial dada a conocer en ese encuentro puso en evidencia un cambio asombroso: 24,8 por 100 del total del clero se manifestaba simpático al socialismo, porcentaje que subía al 47,2 por 100 si se contaban solamente los sacerdotes con menos de 30 años. Sólo el 21,7 por 100 se declaraba favorable a la Monarquía, porcentaje que bajaba al 3,6 por 100 entre los que tenían menos de 30 años [15].*
* Esta simpatía por el socialismo fue el caldo de cultivo adecuado para el surgimiento y expansión de la Teología de la Liberación en toda España. Sobre la gravedad del fenómeno puede consultarse el libro Jesuitas, Iglesia y Marxismo. 1965-1985 — La teología de la liberación desenmascarada, del historiador Ricardo de la Cierva y el estudio “La 'Teología de la Liberación' en España” publicado por “Iglesia Mundo” en octubre de 1985.
b) Pedido de perdón por la actitud anticomunista de la Iglesia.— En esta misma Asamblea, una propuesta de pedido de perdón por la actitud anticomunista de la Iglesia durante el Alzamiento obtuvo, en la primera votación, 137 votos favorables y 78 en contra. En la segunda votación, realizada inmediatamente después, se contaron 123 votos favorables y 113 contrarios a la siguiente proposición: “Reconocemos humildemente y pedimos perdón porque no siempre supimos ser verdaderos 'ministros de reconciliación' en el seno de nuestro pueblo, dividido por una guerra entre hermanos”. El hecho de no alcanzar el quórum reglamentario de dos tercios evitó que el pedido de perdón fuese oficial. Dicha propuesta, ampliamente divulgada no sólo en España sino en el mundo entero, omitía un aspecto fundamental de la cuestión. Existe una oposición ideológica total entre la Iglesia y el comunismo. Éste último movió contra aquélla sangrientas y terribles persecuciones a las que los católicos respondieron en legítima defensa, muchas veces con admirables actos de heroísmo. Estamos, pues, en presencia de un enfrentamiento que no puede ser visto como la disputa de dos niños por un motivo irrelevante y que se pueden reconciliar con palabras amables de un buen amigo... Si frente al mayor adversario que ha tenido en la Historia, la Iglesia no mantuviera una actitud militante, estaría renunciando a su misión divina. Una política de reconciliación —que llega al extremo de pedir perdón al comunismo, olvidando su designio exterminador de la Religión— es una declaración de paz unilateral. Paz que, en última instancia, significa entregarse en manos del enemigo. Al mismo tiempo, triunfaba en esta Asamblea la tendencia miserabilista, tan del agrado del socialismo, al vencer la proposición que exigía de la Iglesia la “renuncia a toda realidad o apariencia de riqueza” por 201 votos contra 36; mientras la consiguiente “renuncia a la construcción de templos suntuosos”, vista como “honradez evangélica”, vencía por 206 contra 35 [16].*
* ¿En qué situación quedan los Santos que a lo largo de los siglos, en la paz de sus conciencias, promovieron la pompa eclesiástica en los edificios y en el culto divino? ¿Se habrán equivocado? ¿O será que no tenían esa singular “honradez evangélica”? ¿Estaba equivocado San Pío X cuando se cercaba del esplendor vaticano? ¿Estaba equivocado San Juan Bosco, incansable constructor de templos fastuosos? ¿Estaba equivocado San Fernando Rey, cuando hizo levantar las joyas góticas de Burgos y de Toledo? ¿Estaba equivocado San Antonio María Claret, que renovó con todo su esplendor el culto en el Real Monasterio de El Escorial? ¿Estará equivocada la misma Iglesia por canonizar a estos santos?
3- “Reconciliación”, la palabra talismánica de los nuevos tiempos
a) La reconciliación “debe anteponerse a todo”.— En la nueva orientación episcopal, la reconciliación entre los españoles de ideologías opuestas pasó a ser el tema prioritario. En su conjunto, los obispos dejaron de apoyar el anticomunismo para no romper la concordia entre las llamadas dos Españas. La nueva conducta venía refrendada por el ya mencionado pedido de perdón. ¿Qué dirían hoy los artífices de esta reconciliación si hubieran sabido que el resultado de la misma iba a ser una sucesión de leyes contrarias a la Moral y a la Doctrina Católica, así como un torrente de blasfemias y sacrilegios? Mientras tanto, el PSOE volvía a la escena política, proclamando oficialmente que asumía todo su pasado*.
* “Así, pues, el Partido Socialista Obrero Español no comienza hoy la lucha por el socialismo. Antes al contrario, la continúa cargado de una rica y plural experiencia. Cien años después de la fundación del PSOE, los socialistas asumimos el Programa Máximo así como la historia de nuestro Partido” (PSOE, Resolución Política del Congreso Extraordinario, p. 2).
Desde 1971, cuando el cardenal Tarancón decía que los obispos deberían ser “entonces, ahora y siempre” un “principio de reconciliación” [17] hasta los días presentes, en los que monseñor Jaume Camprodón afirma que la “tarea de reconciliación debe anteponerse a todo” [18], ha sido siempre ésta una directriz invariable y prioritaria del Episcopado*, confirmada explícitamente en 1984 por la autorizada voz del P. José María Martín Patino S.J., cuando dijo que la reconciliación seguía siendo “el objetivo prioritario del quehacer de la Iglesia española.” [19]
* “Para la Conferencia Episcopal Española la pacificación y la reconciliación interna de España ha sido, desde sus inicios, un tema prioritario” (Monseñor Díaz-Merchán in “ABC”, 29-10-1983).
Este afán reconciliador con las izquierdas llegó a tal punto que diversos obispos, entre quienes se destacó el arzobispo de Zaragoza, monseñor Elías Yanes, manifestaron su desagrado por la beatificación de las tres carmelitas de Guadalajara asesinadas por los milicianos en 1936. ¿Por qué? Porque podrían perjudicar la atmósfera de reconciliación de la cual, como hemos visto, las fuerzas socialistas no cesan de sacar provecho en favor de su asombrosa y tranquila revolución*.
* A monseñor Elías Yanes —lo ha dicho él mismo— le preocupa la oportunidad de las beatificaciones anunciadas por la Santa Sede. “El anuncio de estas beatificaciones —ha dicho— puede reabrir heridas” (“La Verdad”, 25-10-1983). “La tarea de conciliación debe anteponerse a todo y es superior a la glorificación de las personas, aunque se trate de personas que dieron el testimonio máximo de la fe. (...) Jesucristo vino a derribar los muros que nos separan” (Monseñor Jaume Camprodón in “Vida Nueva”, 8-3-1986). b) La reconciliación, ¿exigencia de justicia, o compañerismo de viaje?— Algunos pueden pensar equivocadamente que la política episcopal de reconciliación derivaba de la necesidad de reparar las injusticias que el lado vencedor cometió contra comunistas y socialistas. Ahora bien, la reparación de eventuales injusticias —no cabe aquí entrar en detalles— nunca debe redundar, como ocurrió, en ayuda a los enemigos de la civilización cristiana*.
* Los marxistas deseaban esta reconciliación desde hace muchos años. Ya en 1956 decían: “El Partido Comunista Español declara solemnemente estar dispuesto a contribuir sin reservas a la reconciliación nacional de los españoles” (Ignacio GALLEGO, Desarrollo del partido comunista, p. 224). Continúa Ignacio Gallego: “Las fuerzas político-sociales a las que iba dirigido el llamamiento han tardado en reaccionar. (...) ¿Y la Iglesia? En su interior se movían corrientes renovadoras. Nosotros las hemos seguido con interés y simpatía. (...) En la vida todo cambia. Y, afortunadamente, los hechos muestran que la Iglesia no escapa a esta ley” (ib., pp. 225-226). Gallego, además, muestra hacia dónde iba la simpatía interesada de los comunistas: “Afortunadamente, en la Iglesia han surgido corrientes progresistas importantes. (...) Nos referimos a las corrientes católicas que han asimilado el espíritu del Vaticano II” (ib., p. 189).
Al dejar caer en el olvido los crímenes practicados por las izquierdas en España, y al no denunciar con la frecuencia y el rigor necesarios los errores doctrinales que motivaron tales crímenes, la nueva actitud eclesiástica contribuyó decisivamente a facilitar la operación político-publicitaria del PSOE, con la imagen moderada, democrática y ecuménica que tanto le ha favorecido. Al proclamar indiscriminadamente que en los dos bandos de la Guerra hubo méritos y culpas y que los dos sostenían verdades y errores, se acabó dando a entender que la lucha no tenía sentido, contribuyendo así a crear entre los católicos anticomunistas una duda corrosiva y paralizante sobre la nobleza de sus ideales; una especie de complejo de culpa que favoreció a las izquierdas. Cabe destacar también que, en el plano de lo concreto, la política de reconciliación del Episcopado contribuyó decisivamente a que socialistas y comunistas volviesen al pleno ejercicio de las libertades políticas, en condiciones muy favorables y sin las cautelas que la situación exigía*.
* En su ansia de completar la reconciliación ya en los primeros días del reinado de Juan Carlos I, los obispos reiteraban, en un documento conjunto, su petición “de que obtengan pronto la libertad los detenidos por delitos puramente políticos, de que puedan volver a la Patria quienes se encuentran fuera de ella por razones políticas y de que se revisen las leyes restrictivas del ejercicio de las libertades cívicas. Ello allanará los caminos hacia la necesaria reconciliación entre todos los españoles” (Comunicado de la 23a Asamblea Plenaria de 19-12-1975 in CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Documentos 1965-1983, p. 375). Recientemente monseñor Damián Iguacén, obispo de Tenerife, compuso una desconcertante oración dedicada a Santa María del Buen Amor, que fue divulgada para ser rezada por sus fieles, en la cual les invita a “relativizar” su conducta como medio de promover la reconciliación. Entre otros trechos podemos leer: “Quiero distender, relativizar, desdramatizar (...) No tomaré muy en serio a los protagonistas de los conflictos (...) los problemas y conflictos y las situaciones difíciles se pueden humanizar, distender y aun resolver a base de buen humor (...) La benevolencia en el juicio, el espíritu de reconciliación, el diálogo son armas eficaces de toda lucha y conflicto (...) Gracias, Señor porque he caído en la cuenta que el humor es la mejor manera de tomarte en serio” (“El Día”, Tenerife, 24-12-1987). A su vez, monseñor Alberto Iniesta, obispo auxiliar de Madrid y presidente de la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, en su afán de barrer las diferencias entre los dos bandos de la guerra civil, llega a comparar las tres monjas mártires de Guadalajara con García Lorca de quien dice que es “a su modo profeta”: “Confieso que me entusiasman, literalmente hablando, los grandes hombres en general y los santos cristianos en especial (...) Con ocasión de la beatificación de cinco españoles, tres de ellos asesinados en [sic] el bando republicano por ser monjas, hay que recordar que ha habido también digamos santos y mártires de la sociedad (...) hombres admirables (...) como García Lorca, Antonio Machado y Miguel Hernández, para citar solamente tres grandes figuras a las que admiro como hombres (...) y a su modo, profetas (...) Deberíamos ser más bien parcos respecto a las beatificaciones que tengan su origen en la guerra civil” (Beatificación y reconciliación, “El País”, 10-4-1987).
c) Los sorprendentes límites del pluralismo y las restrictivas condiciones de la tolerancia.— La reconciliación predicada por el Episcopado condujo a un régimen democrático, pluralista y presuntamente tolerante con las corrientes más diversas. Sorprendentemente, ya en 1972 la Conferencia Episcopal ponía límites a ese pluralismo, publicando un comunicado en el que afirmaba que los cristianos no podían escoger “bajo el pretexto de pluralismo”, sistemas político-sociales que se opusiesen a la “creciente igualdad económica y social entre los ciudadanos”. Nótese que el documento no coloca límites a la “creciente igualdad entre los ciudadanos”, cuyo término lógico es la igualdad completa. ¿Es éste el pensamiento de la Conferencia Episcopal? Nos cuesta creerlo, pero es evidente que esta declaración no podría ser más útil a los objetivos de la propaganda socialista*.
* “Sin embargo, bajo el pretexto de pluralismo, ningún cristiano puede pretender hacer compatible con su fe, con el carácter eterno y trascendente del hombre y con la convivencia social que de él se deriva, un sistema político-social que en virtud de su misma estructura orgánica se oponga a la libertad, a la creciente igualdad económica y social entre los ciudadanos” (17a Asamblea Plenaria, Orientaciones Pastorales sobre Apostolado Seglar, 27-11-1972 in CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Documentos 1965-1983, pp. 233-234). El documento de la Conferencia Episcopal afirma basarse en el párrafo 36 de la Lumen Gentium, pese a que éste, a nuestro parecer, no lo fundamenta. Tal vez haya sido un error de los redactores. En el mismo sentido monseñor Fernando Sebastián, secretario de la Conferencia Episcopal, envió un telegrama al 31 Congreso del PSOE en el cual afirmaba que “desde el punto de vista de la Iglesia será bienvenido cuanto se haga por la igualdad y la solidaridad de todos sin ninguna discriminación de tipo político, ideológico o religioso” (“Ecclesia”, 30-1-1988).
Era precisamente esa creciente igualdad lo que el socialismo deseaba*.
* “La construcción de una sociedad socialista autogestionaria es una tarea difícil, difícil y tal vez larga. (...) La sociedad socialista autogestionaria por la que lucha el PSOE y todos los verdaderos socialistas sólo la podrán conquistar los esfuerzos tenaces y sostenidos de las clases trabajadoras y de todo el pueblo alcanzando cada vez mayores niveles de libertad (...), mayores niveles de igualdad” (Felipe GONZÁLEZ y Alfonso Guerra, Partido Socialista Obrero Español, p. 19).
Alegando como fundamento la Octogésima Adveniens de Pablo VI, la Conferencia Episcopal defendió además un extraño concepto de tolerancia según el cual “la doble aspiración hacia la igualdad y la participación (...) deben configurar la acción de los cristianos en orden a una transformación de las actuales estructuras sociales y políticas. Nadie tiene derecho a ampararse en el pluralismo para negarlo ni a invocar la tolerancia para proteger su propia intolerancia.” [20] La intolerancia episcopal hacia quienes se opongan a esa “creciente igualdad económica y social”, recuerda inevitablemente uno de los contradictorios eslóganes surgidos durante la Revolución Francesa: No hay libertad para los enemigos de ¡a libertad, con el cual se justificaron todos los crímenes del periodo del Terror. La propaganda igualitaria por parte de la CEE no terminó ahí. En 1978, la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe publicó un documento a favor de “un reparto (...) cada vez más igualitario de los bienes materiales”, presentándolo como “testimonio” y “signo de credibilidad de la Iglesia”. Una vez más, no se establecían los límites en que debería detenerse esta intención de repartir, dejando así vía libre para que se llegase al igualitarismo económico integral, objetivo socialo-comunista*.
* “La comunicación de bienes como testimonio y signo de credibilidad de la Iglesia. Al tratar de la comunión eclesial, sería preciso decir una palabra sobre (...) la comunicación de los bienes temporales. (...) La realidad profunda de esta práctica de la caridad tiene un valor universal y perenne, pero su realización varía con las circunstancias de los diversos tiempos. De acuerdo con estos factores de evolución histórica, en los momentos que vivimos, la comunicación de bienes no puede reducirse únicamente a remediar la indigencia (...); ha de entrar por las vías institucionales (...) por el empeño constante de introducir en las estructuras sociales aquellas correcciones que permitan un reparto (...) cada vez más igualitario de los bienes materiales. (...) Es necesario que actuemos decididamente en este terreno” (Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, La comunión eclesial, 15-2-1978 in CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Documentos 1965-1983, pp. 472-473).
d) Reconciliación y concepción evolutiva de la sociedad.— La reconciliación presuponía, para la generalidad de los españoles, la instauración de un régimen político que los dos bandos contendientes en la guerra pudieran admitir, con las características clásicas del liberalismo: régimen representativo, sufragio universal, libertad de opinión, alternancia en el poder; todo ello apoyado en garantías jurídicas efectivas y estables. Sin embargo, los documentos de la Conferencia Episcopal iban más lejos. Su concepción de pluralismo y de orden jurídico no era estable, como parecía a los españoles, sino que suponía una concepción evolutiva de la sociedad. La “transformación de las actuales estructuras sociales y políticas” debía estar constantemente impulsada por la “aspiración hacia la igualdad” [21], o sea, hacia un “reparto justo, solidario y cada vez más igualitario de los bienes materiales”. Esta concepción estaba determinada por la “evolución histórica, en los momentos que vivimos.” [22] La reconciliación venía condicionada por tales realidades y, por tanto, el pluralismo excluiría de su amplio espectro a todos aquellos que negasen dicha marcha evolutiva. Una concepción evolutiva de la sociedad, ¿no supone una concepción evolutiva del hombre?* Aunque no sea el momento de dar respuesta a esta pregunta, cabe señalar que ciertos catecismos de la Conferencia Episcopal sostienen doctrinas evolucionistas, las cuales sirven de apoyo a los objetivos de la revolución socialista.
* La teoría de la evolución es una controvertida hipótesis científica refutada por importantes investigadores, aunque todavía se presenta como verdad indiscutible en la mayoría de los manuales escolares. Esta teoría sirve para justificar frente a la opinión pública la idea de que todo evoluciona, incluso el hombre y la moral. Causa extrañeza, pues, que en los catecismos escolares editados por la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, la doctrina de la evolución sea presentada como un verdadero dogma. Así por ejemplo, el Libro del profesor titulado Las huellas de Dios, para 6o EGB, explica de manera sorprendentemente tendenciosa la teoría de la evolución. Como se sabe, ésta es inherente al pensamiento marxista y está en la base del relativismo contemporáneo. “A la historia del hombre y al dinamismo de la vida —dice el texto— precede la génesis — la evolución del cosmos (...). La evolución es una de las grandes concepciones científicas que ha contribuido a la formación de una nueva visión del mundo: una visión dinámica (...) un hombre tiene una fe dinámica cuando es capaz de vivir como hombre libre (...) cuando busca una liberación, una igualdad, un avance científico para todos” (COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, Libro del profesor — 6o EGB, pp. 14-15). En esta misma peligrosa dirección están las afirmaciones contenidas en el catecismo escolar para alumnos de 6° EGB: “La ciencia nos dice [¡sic!] que antes de que el hombre apareciera sobre la tierra hubo un periodo mucho más largo: el de la evolución de la vida hacia formas cada vez más perfectas (...) El mundo entero está en continuo cambio y evolución (...) Ciertos animales dejarán de ser 'algo' y comenzarán a ser 'alguien', a ser personas humanas (...) Este proceso de 'hominización' es fundamental en la historia de la humanidad” (COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, Catecismo Escolar — 6o EGB, p. 21). Para reforzar el nuevo dogma de la evolución, el citado Libro del profesor no tiene reparos en falsear torpemente una cita de San Pablo. En efecto, aduce como prueba de la evolución que “el mundo ha llegado a ser por Dios y está en proceso de evolución: 'de él, por él y para él ha sido creado todo, y está todo en formación' (Rom. 11, 35). El mundo viene de Dios y evoluciona hacia Dios. El hombre es el que lleva adelante este proceso de evolución” (op. cit., p. 15). La Biblia utilizada como fuente por la Comisión Episcopal de Enseñanza es la Biblia para la iniciación cristiana, editada por el Secretariado Nacional de Catequesis, y en ella se lee: “Él es el origen, guía y meta del Universo. A Él la gloria por los siglos. Amén” (Rom. 11, 35-36). La primera parte de la cita paulina aún se parece al original; pero, en la segunda parte, se le ha añadido lisa y llanamente la frase “y está todo en formación”, que no consta en la carta de San Pablo. Es sorprendente esta cirugía totalmente arbitraria de un texto bíblico en una edición patrocinada por una comisión episcopal.
Tal vez sea ésta la explicación de la distancia mantenida por muchos obispos respecto a las posiciones conservadoras*.
* “La jerarquía ha recibido sugerencias de líderes políticos para que se pronuncie en contra de los partidos marxistas. Recientemente, Manuel Fraga, secretario general de Alianza Popular (AP), en conversación privada con un obispo expuso la necesidad de que la jerarquía hablara en contra del marxismo, lo que fue rechazado de plano. (...) Fraga se ha encontrado con la horma de su zapato. El cardenal Tarancón se ha referido la pasada semana al abuso del calificativo 'popular' en lo político. 'Y nadie sabe lo que se oculta detrás de esa palabra', escribió el Arzobispo de Madrid” (“Cambio 16”, 22-5-1977).
4- Se abren las puertas al socialismo
a) Los socialistas pueden pertenecer a Acción Católica.— A comienzos del año de 1974, la recién nombrada presidenta de Acción Católica Española, Pilar Díaz-Peñalver, hizo unas controvertidas declaraciones admitiendo la posibilidad de que los socialistas ingresaran en Acción Católica. Con ese motivo, la Junta Directiva de Covadonga decidió dirigir una carta abierta con fecha 13 de marzo al entonces cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, don Vicente Enrique Tarancón. Dicha carta pedía respetuosamente al purpurado que diese a conocer cuáles son “los límites doctrinales entre un socialismo aceptable por los católicos y otro inaceptable. Esto especialmente en los puntos de más flagrante actualidad, como son el evolucionismo y la propiedad privada.” [23] Respondiendo cinco días después a esta carta, el cardenal Tarancón decía: “En más de una ocasión he hecho yo públicamente la declaración que ustedes piden y la mente de la Iglesia —y de la Jerarquía Española— es clara”, añadiendo que comprendía que las mencionadas declaraciones de la presidenta de Acción Católica pudieran “ser motivo de confusión para algunos.” [24] Tras buscar con diligencia, pero sin resultados, algún pronunciamiento del cardenal que respondiera a las cuestiones que le habían sido planteadas, los directivos de Covadonga se vieron en la triste obligación de dirigirle una segunda carta abierta. Pese al tono respetuoso de la misma y a la perplejidad en ella manifestada por fieles que asistían a la peligrosa y creciente colaboración de sectores influyentes de la Jerarquía con el socialismo, no recibimos contestación... Covadonga envió entonces una tercera carta, acompañada de amplia documentación, a cada uno de los miembros del Episcopado participantes de la XX Asamblea Plenaria de la CEE, realizada en Madrid en mayo de 1974. En ella se pedía a cada uno de los obispos que “para el bien de las almas, levante estas cuestiones en el plenario.” [25] Ante el inexplicable silencio que se siguió, Covadonga dirigió aún una última misiva a monseñor Elías Yanes, secretario general de la CEE, el 1 de julio de 1974: “El esfuerzo propagandístico que se hace en España con el fin de inducir a los católicos a dar su adhesión al socialismo es simplemente gigantesco. Por medio de la palabra hablada y escrita, y desgraciadamente incluso desde el pulpito y desde la cátedra de Facultad, se predica el ingreso de los católicos en las filas socialistas. Es indispensable, gravemente indispensable, ayudar a los católicos a discernir las modalidades criptocomunistas o comunistas del socialismo.” [26] Una vez más, la respuesta fue el silencio.
b) Monseñor Elías Yanes y monseñor Díaz Merchán declaran que un católico puede ser socialista.— Con el tiempo, la ambigüedad episcopal se fue haciendo cada vez menos ambigua en boca de algunos prelados. En 1976, monseñor Elías Yanes declaraba: “A mi entender, es separable el proyecto socialista en materia económica y social de ideologías materialistas y ateas. En este caso, un católico puede ser socialista.” [27] Monseñor Díaz Merchán, en 1981, afirmaba que “hay muchos cristianos que son socialistas y la Iglesia no les ha prohibido serlo, solamente les advierte que no pueden mantener una concepción materialista de la vida”. Y agregaba: “Si realmente se supera el dogmatismo, puede darse el caso de que un cristiano admita muchas cosas del partido comunista.” [28]*
* Veamos las declaraciones de otros prelados en el mismo sentido: Monseñor Javier Osés, obispo de Huesca, declara: “Es cierto que la Iglesia ha defendido tradicionalmente la propiedad privada (...) Creo que la intención básica de la Iglesia fue la defensa de la dignidad de la persona, de su señorío ante los bienes de la creación. (...) Son los valores que hoy también hay que defender. (...) la cuestión, por tanto, estaría en discernir cómo se logra, en nuestra sociedad industrializada, la consecución de esos valores: si con la propiedad privada o con la socialización de los medios de producción. En mi opinión, creo que se logra mejor con la socialización de los medios de producción. (...) La existencia de clases sociales es contraria a los planes de Dios. (...) En esta perspectiva, la opción de clase es apostar decididamente por la lucha para conseguir la superación de las clases sociales” (Clase obrera y evangelización, pp. 48 a 51). “Los cristianos —dice monseñor Iniesta— debemos buscar (...) una sociedad en la cual no haya clases (...) No creo que haya una racionalización y legitimación del derecho de propiedad en el pensamiento de la Iglesia hasta Santo Tomás, el cual toma sus argumentos, no de la Escritura ni de los Padres, sino de Aristóteles. (...) ¿No debe la Iglesia revisar su concepción, su doctrina y su práctica sobre el derecho de propiedad?” (Reflexiones sobre el paro y sobre la Iglesia en el futuro de España, pp. 20, 46, 47). “Espero (...) una Iglesia que se replantee su actitud teológica ante el derecho de propiedad, ese mito que se descubrirá pronto que aun en el pensamiento cristiano tiene los pies de barro” (Papeles Prohibidos, p. 150). Poco antes de las elecciones generales de octubre de 1982, el P. José María Martín Patino S.J., provicario general de la Archidiócesis de Madrid, decía: “La Iglesia rechaza del marxismo algunos dogmatismos, como el materialismo dialéctico; pero reconoce sus valores cristianos, como la defensa de la igualdad. (...) La opción socialista, una vez apartada del dogmatismo marxista, puede ser votada por un cristiano” (“Iglesia-Mundo”, n° 241, octubre de 1982).
Las puertas estaban abiertas para que los católicos apoyasen en la práctica al socialismo, con tal que éste tomase el cuidado de no aparecer con rasgos estalinistas. Un eventual Gobierno socialista podía, dentro de ese clima, promover el ateísmo, siempre y cuando no creara el Ministerio del Ateísmo; podía favorecer la colectivización; podía apoyar el divorcio e imponer el aborto dentro de un clima consensual y de libertad; podía empujar la educación hacia un sistema único, estatal y laico pero no expulsar a los educadores católicos; podía destruir las barreras contra la inmoralidad, afirmando atender a los impulsos vanguardistas y libertarios que se manifiestan espontáneamente en el clima antirrepresivo creado por la propia sociedad; podía, en fin, hacer todo lo que juzgase conveniente para llevar adelante su neorrevolución, siempre y cuando mantuviese una apariencia alegre y democrática. La aproximación con el socialismo lógicamente distanció a una gran parte del Episcopado de las corrientes que, en el clero y en el laicado, permanecían fieles a las enseñanzas tradicionales de la Iglesia. Ante esta realidad, la Hermandad Sacerdotal San Antonio María Claret se vio obligada, en junio de 1974, a dirigir una carta al cardenal Tarancón pidiendo “la legítima libertad de las Hermandades y Asociaciones sacerdotales, hoy oprimidas por presiones y campañas difamatorias”*.
* La carta, aprobada en la reunión celebrada en Montserrat el 17 de junio de 1974 y firmada por el benemérito P. José Bachs Cortina, entonces presidente de la Hermandad Sacerdotal, decía: “Esta es la Iglesia que preside V.E., lastimosamente más derrotada que en ninguna otra situación histórica de nuestra Patria, incluso en las más grandes persecuciones, ya que entonces los mártires se contaban a millares, mientras que ahora lo son las apostasías. (...) Sólo Dios puede saber la suerte que cabrá en la eternidad, a los prelados que, por acción u omisión, permiten este cataclismo espiritual”. Refiriéndose a las causas de esta crisis señalaba la “proliferación de documentos, incluso episcopales, revistas llamadas católicas, homilías, escritos de diverso género, que demuestran una total ignorancia de la doctrina social católica, en oposición a las enseñanzas del Magisterio pontificio, incluso del de Paulo VI, y profesándose ilusamente socialistas. Nadie desconoce que el aparato marxista tiene hoy, dentro de la Iglesia española, ideólogos y activistas que dominan en medios de comunicación social, manipulan las raquíticas organizaciones que todavía restan de la que fue Acción Católica, Congregaciones Marianas y otras Asociaciones piadosas y apostólicas. Es significativo el silencio de la Conferencia Episcopal ante este fenómeno, a pesar de las reiteradas y legítimas reclamaciones que se levantan pidiendo aclaraciones. (...) El silencio jerárquico ante todos estos acontecimientos es verdaderamente pavoroso. Sólo así se entiende que Paulo VI haya podido hablar de la 'autodemolición' de la Iglesia y del 'humo de Satanás' en el interior de la misma” (apud “Fuerza Nueva”, 31-8-1974, pp. 21-22).
5- Se aceptan la “modernización” y la “secularización”En resumen, la nueva orientación episcopal —en esa época representada por la figura simbólica y aglutinadora del cardenal Tarancón— se fue haciendo cada vez más definida. La gran mayoría de los obispos españoles renunciaba a luchar por un orden social cristiano en el que los principios del Magisterio Eclesiástico se proyectasen en las leyes, en las instituciones y en las costumbres, y se conformaba con que la religión católica pasara a ser un componente entre otros de la sociedad secularizada* .
* Monseñor Guerra Campos describió de este modo el cambio de orientación de la Conferencia Episcopal: “La composición de la Conferencia Episcopal había cambiado, con miembros complacientes hacia esas fuerzas e inclinados a tomar partido imponiendo lo que llaman ‘línea pastoral’ en materias discutibles (...) una nueva 'línea' mantenida durante años y muy pregonada por el Cardenal Tarancón, orientada a 'establecer una gran plataforma de convivencia, superadora de tantos enfrentamientos históricos'. Esa 'línea' comprende tres elementos: a) Apoyo a una Constitución sin referencia a valores cristianos, con un pluralismo moralmente indeterminado. b) Dentro de ese pluralismo, a la Iglesia le basta la libertad común, desde la cual influirá sobre la sociedad predicando. c) Como aportación especial a la convivencia, la Iglesia evitará la polarización y las luchas por razones religiosas, impidiendo que los católicos se agrupen como tales, prefiriendo que se inserten en cualesquiera organizaciones. Lo que hicieron prácticamente sin límites: en efecto, en los partidos socialistas y comunistas no serán pocos los clérigos y militantes de la Acción Católica” (Monseñor José Guerra Campos, La Iglesia en España (1936-1975) Síntesis Histórica, pp. 74-75).
En consecuencia, el Episcopado pasaba a apoyar un proyecto político y social de transición que no se hacía en nombre de los principios católicos y de los valores de la civilización cristiana, sino en nombre del consenso en torno a una visión evolutiva e igualitaria del hombre y de la sociedad. ¡Qué lejanos estaban los días en que Pío XII exhortaba a los pastores y gobernantes de España a realizar el “esfuerzo de organizar la vida de la Nación en perfecta consonancia con su nobilísima historia de fe, piedad y civilización católicas”! [29]*
*Dice el P. José María Javierre respecto al cambio eclesiástico: “Me gustaría tener espacio para contar a la gente joven cuánto han cambiado en treinta años nuestros obispos. (...) Quizá sea el estamento social español que ha dado la voltereta más sensacional y mire que aquí han cambiado hasta las chaquetas. Existe un método científico para medir ese cambio: confrontar las posiciones y el tono de los obispos actuales con sus colegas de antes del Concilio Vaticano II. (...) Vi llegar nuestros obispos al Concilio 'desnorteados', porque vivíamos anclados en la teología y en la sensibilidad del Vaticano I (...) Han cambiado creo que en casi todo” (“Ya”, 23-4-1986). El historiador José María García Escudero opinó en el mismo sentido durante una conferencia que dio en la Semana de Teología organizada por la Asociación Católica de Propagandistas: “La Iglesia española ha realizado el cambio más importante de su historia y uno de los más espectaculares en la historia de la Iglesia universal” (“ABC”, 7-4-1984).
6- Renuncia a una influencia decisivaDe todas formas, se podía esperar que en el nuevo periodo que se abría en España la Jerarquía utilizase su inmensa influencia —pulpitos, editoriales, universidades, revistas y periódicos, asociaciones religiosas— para defender, dentro de las reglas del juego democrático-liberal, por lo menos los principios católicos fundamentales y los valores básicos de la civilización cristiana. Evidentemente, la movilización de todo este potencial católico levantaría polémicas, discusiones y divisiones ideológicas. Nada más coherente, por otra parte, con un régimen de efectiva libertad de expresión y debates francos de ideas. Actuando así, el Episcopado utilizaría derechos que son reconocidos a todos, defendería la estabilidad del orden jurídico e impediría su eventual instrumentalización y posterior destrucción. Sin embargo, los obispos querían evitar este debate a cualquier precio, pues la reconciliación debía anteponerse a todo. El resultado fue que a cada avance socialista, la casi totalidad del Episcopado no opuso resistencias, o las opuso tan débiles, que no representaron obstáculos de monta para la tranquila revolución del PSOE.
7- Estímulo a una Constitución laica y ambiguaEn 1977 había llegado el momento de dar consistencia jurídica a la transición mediante una nueva Carta Magna. Como vimos en la Parte II, la Constitución resultante fue laica, ambigua e incluso contradictoria. A pesar de todo, el Episcopado en general prefirió no denunciar el peligro y dejar libertad a los católicos para dar el sí la Constitución en el referéndum de 1978*. Los nueve prelados que lo denunciaron fueron presentados por los grandes medios informativos como ovejas negras del consenso ecuménico [30].
* La Conferencia Episcopal Española publicó, en noviembre de 1977, un desconcertante comunicado en el que propugnaba precisamente que la Constitución se hiciese en base al consenso y que contuviese “un programa básico para empujar al país hacia formas de convivencia más participativas y comunitarias”. El documento afirma que “es de suma importancia que la Constitución sea reflejo del más amplio consenso comunitario. (...) Por último, una Constitución que aspire a perdurar, no como texto paralizante, sino como instrumento dinamizador del desarrollo social, habrá de poner las bases que hagan viable, sin traumas ni colapsos, el avance progresivo en la construcción más justa de la sociedad. La Constitución ha de contener también un programa básico para empujar el país hacia formas de convivencia más participativas y comunitarias” (27a Asamblea Plenaria, Los valores morales y religiosos ante la Constitución, 26-11-1977 in CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Documentos 1965-1983, pp. 440 a 442). Véase en los números 17 y 18 de este mismo documento (pp. 444-445) cómo los obispos estaban también de acuerdo en que la Constitución tuviese un carácter laico y no consagrase privilegios para la Iglesia.
8- Una lucha consensual contra el divorcioLa Constitución, poco después de aprobada, fue utilizada para arremeter contra uno de los pilares del orden social cristiano: la indisolubilidad del vínculo conyugal. Los obispos, naturalmente, censuraron la ley de divorcio, aunque la actitud del conjunto del Episcopado más bien pareció de una resignada protesta. Se evitó crear un ambiente de cruzada contra la ley para no provocar una polémica que pudiera romper el consenso [31].*
* Cardenal Tarancón: “El cristiano (...) tiene que aceptar la indisolubilidad del sacramento del matrimonio, pero no es necesario que acepte que éste lo defienda también la ley civil” (“La Vanguardia Española”, 13-11-1974). “La Iglesia sólo legisla sobre el matrimonio cristiano y sobre los católicos. La cuestión del matrimonio civil es competencia del Estado y en eso allá ellos. Pero, en fin, de todas maneras, no creo que haya dificultades insuperables” (“La Gaceta Ilustrada”, 17-7-1977). Monseñor Alberto Iniesta, obispo auxiliar de Madrid: “Soy partidario de que los ciudadanos puedan casarse por lo civil, si así lo desean, y de que se divorcien si han fracasado en su unión; siempre que los católicos puedan seguir el camino que su fe indica” (“El País Semanal”, 1-5-1977). “Creo que el legislador debe legislar de acuerdo con el bien común, y el bien común de un país pluralista hoy autoriza al menos al legislador a que si en su juego político cree que debe, y yo creo que lo cree, legislar el divorcio civil, yo no tengo ningún inconveniente como cristiano” (“Aragón Exprés” 25-4-1977). Monseñor Ramón Buxarrais, obispo de Málaga: “Creo que la Iglesia no debería presentar batalla frente a una campaña de divorcio civil” (“Ecclesia”, 5-2-1977). Monseñor Javier Osés, obispo de Huesca: “La batalla [contra el divorcio civil] no debemos intentar ganarla en las Cortes, en el nivel de la legislación” (“Las Provincias”, 15-8-1976). Monseñor Josep Pont i Gol, entonces arzobispo de Tarragona: “Yo personalmente opino que la Iglesia no tendría que entrar como una fuerza política más en el caso de una posible campaña y lucha entre partidos sobre un proyecto de ley civil de divorcio. Los creyentes veremos, en este caso, que opción tomamos, entre las legítimas, sobre una ley permisiva de un mal menor en ciertos casos. Aquello que uno cree profundamente puede no querer imponerlo por medio de una ley civil. También creo que es necesario revisar el actual estatuto civil sobre el matrimonio” (“Pastoral Misionera”, mayo de 1977, p. 80 y “El País”, 17-4-1977). Por otra parte, algunas declaraciones episcopales recientes sobre el matrimonio afirman que su fin primario ya no es la procreación y la educación de los hijos, lo cual permite pensar que se ha producido un cambio doctrinal profundo. En este sentido, dice el cardenal Tarancón: “En cuanto al matrimonio, la Iglesia considera que el amor es lo fundamental. (...) Queda trasnochado considerar como fin prioritario la procreación” (“Las Provincias”, 30-5-1984). En la misma dirección, la Conferencia Episcopal afirma: “La concepción cristiana del matrimonio y la familia se nutre de la Revelación de la Palabra de Dios sobre el amor cristiano. Esta revelación afirma la primacía del amor sobre cualquier otro imperativo” (31a Asamblea Plenaria, Matrimonio y Familia, 6-7-1979 in CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Documentos 1965-1983, p. 528). El P. Miguel Aísa, magistrado del Tribunal de la Rota, fue más lejos: “A raíz del Concilio Vaticano II se va poniendo de relieve que lo fundamental en el matrimonio es el propio bien de los cónyuges (...). Se pone de relieve en el momento actual que no sólo las psicosis, sino también las neurosis, las psicopatías o los desórdenes de personalidad pueden no sólo hacer difícil, sino imposible la convivencia matrimonial y la integración de sus personalidades. Si se prueba dicha incapacidad, el matrimonio puede ser declarado nulo” (“Ya”, 19-12-1986). Estas declaraciones están en desacuerdo con las enseñanzas tradicionales de la Iglesia, reafirmadas por Pío XII: “La verdad es que el matrimonio, como institución natural, en virtud de la voluntad del Creador, no tiene como fin primario e íntimo el perfeccionamiento personal de los esposos, sino la procreación y la educación de la nueva vida. Los otros fines, aunque también los haga la naturaleza, no se encuentran en el mismo grado del primero, y mucho menos le son superiores, sino que le están esencialmente subordinados. (...) No puede admitirse la sentencia de ciertos autores recientes que niegan que el fin primario del matrimonio es la procreación y la educación de la prole, o enseñan que los fines secundarios no están esencialmente subordinados al fin primario, sino que son equivalentes e independientes de él” (Discurso a las comadronas italianas, 29-10-1951 apud Luis-Alonso MUÑOYERRO, Moral médica en los Sacramentos de la Iglesia, pp. 382-383). ¡Y cuan olvidado está el decreto del Concilio de Trento, recordado en la Casti Conubii de Pío XI!: “Si alguno dijere que el vínculo matrimonial puede disolverse por (...) molesta cohabitación o afectada ausencia, sea anatema” (§ 92).
En un país de abrumadora mayoría católica como España, en el que la Jerarquía tiene una influencia decisiva, reconocida hasta por sus adversarios, el divorcio nunca hubiera sido aprobado si el Episcopado hubiese luchado hasta el fin usando todos sus recursos. Cualquier observador político lo sabe. Bastaría que los obispos recordaran a los católicos que no pueden votar a diputados divorcistas... ¡Cuántos recogerían velas!
La actitud de la Conferencia Episcopal frente al problema del divorcio se repitió en la posterior defensa de las instituciones del orden social cristiano que fueron siendo puestas en tela de juicio: exposición fría —en tono casi indiferente— de argumentos, ausencia de medidas prácticas realmente eficaces y preservación a cualquier precio del clima de diálogo ecumenista y consensual. Desde entonces las derrotas se sucedieron...*
* Monseñor Eugenio Sales, cardenal arzobispo de Rio de Janeiro, declaró a propósito de la aprobación del divorcio en Brasil, donde la influencia de la Iglesia es mucho menor que en España:”Si la Iglesia en Brasil hubiese luchado como el cardenal Carlos Carmelo de Vasconcellos Motta [antiguo arzobispo de São Paulo], el divorcio no hubiera sido aprobado” (“O Globo”, Río de Janeiro, 21-9-1982).
9- Cardenal Tarancón: “Si el PSOE llegara al poder, en la Iglesia española no pasaría nada”Al tener libre el camino del Poder, el PSOE empezó a entablar desde 1977 una serie de conversaciones con las fuerzas más representativas de la España actual, para ajustar los puntos de su programa que podrían crear conflictos. Entre esas fuerzas estuvo naturalmente el Episcopado, con el cual el PSOE trató sobre su futura política educativa. El propio nuncio, monseñor Dadaglio, estimuló a los obispos a realizar esos encuentros [32]. Los resultados —descritos en el capítulo 12 de este libro— son conocidos por todos. Posiblemente a la vista de estos encuentros, el entonces presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Tarancón, declaró en agosto de 1981 que “si el PSOE llegara al poder, en la Iglesia española no pasaría nada”, y que “con gobiernos menos católicos la Iglesia vive mejor”. Y como si quisiera insistir en la convergencia de rumbos, añadió: “yo diría que la Iglesia española era, después del Concilio y en los últimos años del régimen anterior, de izquierdas.” [33] El 23 de septiembre de 1982, en plena campaña electoral, la Comisión Permanente de la CEE publicó una nota que indicaba sumariamente algunos de los puntos fundamentales que un católico debe tener en cuenta al analizar los programas de los diversos partidos. El documento no ayudaba a valorar de forma concreta cada programa, sino que dejaba a los fieles un amplio y ambiguo margen de elección entre los partidos políticos que condujesen “con mayor eficacia hacia el bien común de la sociedad”. Una vez más se dejaban abiertas las puertas para que los católicos votasen al PSOE. La nota contenía, además, frases que se podían interpretar fácilmente como saludos amistosos al socialismo: “Subsisten las injustas diferencias”; “Va progresando notablemente (...) el afán de moderación en los partidos”; “Ningún programa político agota las exigencias del Evangelio”; “No pocas veces no habrá otra salida que la del bien posible, la del mal menor.” [34]*
* En un documento ampliamente divulgado por TFP-Covadonga poco antes de las elecciones generales de 1982 se lee: “La responsabilidad por la selección del programa preferible, desde el punto de vista católico, la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal la deja a cargo de cada fiel, en cuyo criterio confía. “Y esto sorprende. Pues la costumbre de la Santa Iglesia no consiste solamente en enseñar verdades y denunciar errores en un plano meramente doctrinal, sino también en indicar las sentencias, las obras, los autores y las corrientes ideológicas (religiosas, políticas u otras) responsables por tales errores. “El resultado inmediato de esta actitud esquiva de la Comisión Permanente fue muy confortable para ella. Pues le granjeó el aplauso general de las más diferentes corrientes políticas. Cada una trató de entender la nota de la Comisión Permanente según el ángulo de las respectivas doctrinas y conveniencias. Y no causa asombro el que mientras el diario de derechas 'El Alcázar' (24-9-82) llegó a afirmar que 'a la vista del comunicado (...) los católicos no pueden votar al socialismo ni al comunismo', por el contrario, 'El País', bien conocido por su propensión hacia el PSOE, se frota las manos de alegría al concluir, tras un análisis de la nota de la Comisión Permanente: 'En definitiva, la declaración merece un elogio desde los sectores de la sociedad civil que pudieran temer un intervencionismo inapropiado de la jerarquía católica en el proceso electoral. El documento se mueve en una prudente ambigüedad respecto a las opciones concretas y una definida posición de apoyo a las libertades democráticas' (24-9-82). “Ahora bien, la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal no puede ignorar el hecho, a que hicimos referencia en el comienzo, de que un considerable número de católicos está votando desde hace tiempo a candidatos del Partido Socialista. Y, dada la incompatibilidad tanto del pensamiento profundo como de la línea de acción concreta de ese partido con la doctrina tradicional de la Iglesia, todo muestra que el acto de confianza hecho por la Comisión Permanente (envuelta en la 'prudente ambigüedad' a que se refiere 'El País') solamente podrá conducir al statu quo electoral” (“Covadonga Informa”, n° 62, octubre de 1982).
El PSOE, al que las encuestas daban como probable vencedor, no quería otra cosa. Evidentemente, no podía esperar que los obispos salieran en los mítines con la rosa en el puño y dando eslóganes revolucionarios; pero les bastaba con que no recordaran la tradicional orientación que impedía a los católicos dar su apoyo a toda y cualquier corriente de inspiración marxista. El resultado concreto fue que el 28 de octubre de 1982 los socialistas subían al Poder con amplia mayoría parlamentaria. “Se da pues la paradoja —observa fríamente Abel Hernández— de que en España gobiernen los no-católicos gracias precisamente al voto católico.” [35]*
* Para evaluar las posibilidades de actuación de nuestro Episcopado, baste recordar que en 1982 más del 90 por 100 de los españoles se declaraban católicos (cfr., por ejemplo, “Vida Nueva”, 16-7-1983). Una encuesta reveló que, en 1977, 87 por 100 del electorado del PSOE y 55 por 100 de los que votaron al PCE se consideraba católico (cfr. José A. Gimbernat, La Iglesia Española en la transición in “Leviatán”, nº 8, 1982, p. 57). Martin Prieto, subdirector de “El País” notó que el propio “PSOE es consciente de que sólo aproximadamente un 14 por 100 de sus volantes son socialistas” (“Vida Nueva”, 31-12-1982). El periódico “Ya”, de orientación católica, también reconoció el hecho en un editorial: “Los millones de electores católicos que dieron su sí al socialismo (...) han permitido a éste alcanzar la anormal mayoría hegemónica de que hoy dispone” (30-1-1983). Entre los propios afiliados al PSOE — alrededor de 200.000— el porcentaje de los que se declaran católicos es del 34,7 por 100 (“ABC”, 13-12-1984).
V — 1982-1987: los socialistas en el Poder
Llegados por fin al Poder, los socialistas dan inicio a la mayor revolución que se ha conocido en la Historia de España. ¿Qué dicen de ella los obispos? Hubo algunos prelados que tomaron actitudes aisladas contra el programa socialista, muchas ya relatadas en capítulos anteriores. La Conferencia Episcopal se manifestó contra el aborto, aunque graduando su oposición para evitar, según las ya citadas palabras de monseñor Díaz Merchán, que “la discrepancia en esta materia no se extrapole a otras áreas de la convivencia”*.
* La asociación “Cristianos por el Socialismo”, que junto con otras fuerzas de izquierda trabajó para el triunfo del socialismo en España, ve con complacencia la actual línea de conducta del Episcopado. Oigamos al profesor Manuel Maceiras: “[Cristianos por el Socialismo] valora la actitud positiva del episcopado, como colectivo, al no haber desatado ‘ninguna guerra de religión, ni siquiera con motivo del proyecto socialista de despenalización del aborto’ (Boletín de Coordinación y Comunicación de los grupos CPS en el Estado español). Por ello 'si continuara en esta actitud la Jerarquía, limitándose a hacer oír su voz a las conciencias y reclamando sus justos derechos, sin provocar guerras de religión contra el Gobierno, habría que felicitarse' (Ibid.)” (Manuel Maceiras, “Cristianos por el Socialismo” in Francisco AZCONA y otros, Catolicismo en España. Análisis Sociológico, p. 285).
Hubo otros obispos, en cambio, que después de la victoria socialista llamaron a los católicos a colaborar con el PSOE, entre ellos el de Málaga, monseñor Buxarrais, el de Canarias, monseñor Echarren, y el de Huesca, monseñor Osés*.
* “Todos los católicos malagueños —dijo monseñor Buxarrais en una carta pastoral—, tanto los que han votado al partido mayoritario en las cámaras como los que dieron su voto a otros partidos, debemos aceptar y respetar a aquellos españoles que forman parte del nuevo engranaje legislativo y administrativo de la nación. Es necesario colaborar con ellos” (“Heraldo de Aragón”, 26-11-1982). Monseñor Ramón Echarren, obispo de Canarias, afirma que “los programas que ha presentado el PSOE son un intento muy serio para afrontar los problemas más graves que tiene la sociedad española. (...) Ha afirmado que está convencido deque ‘el Partido Socialista Obrero Español no es un partido anticlerical y, por lo tanto, la Iglesia debe hacer una llamada a todos los españoles para que colaboren seriamente con los que han ganado las elecciones’ “ (“Ya”, 3-12-1982). Con palabras más prudentes, monseñor Osés se pronuncia en el mismo sentido: “El pueblo tiene un gran instinto y (...) se da cuenta de una serie de injusticias, está reclamando reformas importantes y ha intuido por dónde le pueden venir las soluciones. La Iglesia, incluidos los obispos, no está alarmada por la llegada del socialismo. (...) A mí personalmente me gustaría que este Gobierno defendiera un socialismo 'socializante'. (...) Entre todos [los obispos] tenemos la obligación de servir de la mejor manera posible a ese pueblo soberano” (Monseñor Javier Osés in “Vida Nueva”, 31-12-192).
1- Cardenal Tarancón: entre el Gobierno y la Iglesia “existen deseos de colaboración”Tras un ano de socialismo en el Poder, el cardenal Tarancón evaluaba las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno socialista, afirmando que no eran ni mejores ni peores que las que se tenían con el anterior: “No me atrevo a decir que sean cordiales pero creo que en una y otra parte existen deseos de colaboración, con un fondo de sinceridad.” Sin mostrar la menor preocupación por la revolución socialista desatada en España durante ese año, agregó, en clara referencia al capitalismo, que el “pecado principal de la sociedad española [es] el haberse convertido en una sociedad de consumo”. Le preocupaba, sobretodo, “el enfrentamiento” que puede surgir entre los españoles “para llegar —no diré a una guerra civil, eso es absurdo— pero sí a las dos Españas. Esto sería tremendo en estos momentos de la historia. Y éste es mi gran temor.” [36]
2- Monseñor Yanes recuerda complacido: somos también responsables de la victoria socialistaSin haber dado lugar, según nos consta, a ninguna protesta ni desmentido por parte de la Jerarquía, monseñor Elías Yanes, arzobispo de Zaragoza y entonces presidente de la Comisión Episcopal de Enseñanza, reconoció que la victoria socialista era en parte fruto de la predicación de la nueva “doctrina social”: “Remontándonos un poco a la historia habría que analizar lo que ha supuesto la doctrina social, sobre todo a partir de Juan XXIII. La prueba de que esa doctrina social está ahí es que su mensaje ha influido de tal forma que una gran parte del electorado, sobre todo de la gente sencilla, ha votado al Partido Socialista.” [37] “Hay decisiones políticas con una vertiente moral —observó también el arzobispo de Zaragoza— sobre las que la Iglesia tiene una influencia ineludible entre el electorado”. Y concluyó: “que duda cabe, que ha influido en que los católicos hayan votado al socialismo.” [38]. Cuando monseñor Elías Yanes hizo tales declaraciones, ¿tenía en cuenta los pésimos principios y el programa disgregador y descristianizador del PSOE? ¿Conocía el plan revolucionario denunciado metódicamente en este libro? Es más reverente pensar que no.
3- Monseñor Díaz Merchán dio a entender que el aumentar las filas de la izquierda fue un “hecho positivo”Asimismo, monseñor Díaz Merchán, entonces presidente de la Conferencia Episcopal, destacó como “un hecho positivo” el que miles de militantes de organizaciones católicas fueran “a engrosar las filas de los sindicatos y de los partidos legalizados”. Es por todos conocido que dichos partidos y sindicatos eran en su gran mayoría de izquierdas... Resulta sorprendente que el prelado considere esta realidad como “un hecho positivo” cuando reconoce que no todos esos militantes fueron “suficientemente coherentes con sus creencias católicas”*.
* Son éstas las palabras de monseñor Díaz Merchán en la apertura de la 45ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal: “La evolución de la A.C. desde el Estatuto de 1939 (...) ha sido muy profunda hasta llegar al Estatuto de 1959, que ofrece grandes innovaciones (movimientos especializados inspirados en la JOC, método de revisión de vida, apostolado testimonial, etc.). Ha sido un largo camino que muchos militantes y algunos movimientos de A.C. General no han podido asimilar. Muchos obispos tampoco habían podido comprender ni aceptar plenamente este cambio. (...) La evolución de la A.C. ha llevado a estas organizaciones apostólicas (especialmente ligadas a la jerarquía) a realizar iniciativas de mayor autonomía, a tomar postura ante la situación social y política del país, que chocan con las autoridades y con los grupos sociales inmovilistas. (...) Los años transcurridos desde 1975 a 1982 hicieron más visible la profundidad y la extensión de la crisis de nuestros movimientos apostólicos. Miles de militantes de nuestras organizaciones se marcharon a engrosar las filas de los sindicatos y de los partidos legalizados. (...) Algunos lamentan este hecho. (...) Soy del parecer de que esta respuesta significativa de nuestros militantes significa un hecho muy positivo; puesto que en una sociedad donde ninguna otra institución hacía gran cosa para preparar a los ciudadanos para las responsabilidades cívicas, las organizaciones de la Iglesia prepararon personas y educaron ciudadanos responsables y comprometidos en el cambio de nuestra sociedad (...)No quiero decir que todos los militantes cristianos hayan sido suficientemente coherentes con sus creencias católicas” (“Vida Nueva”, 22-11-1986).
Es también síntoma de este deslizamiento eclesiástico rumbo a la izquierda el gran número de sacerdotes secularizados o apóstatas presentes en las listas electorales del PSOE [39].
4- Pequeñas rectificaciones dentro de un mismo rumboEs verdad que últimamente la Conferencia Episcopal ha dado algunas muestras de distanciamiento en relación al Gobierno socialista. Desde 1983 hasta hoy se han hecho declaraciones censurando ésta o aquella medida del Gobierno, o lamentándose por algunos aspectos de la nueva situación creada por el socialismo. Pero estas declaraciones no han modificado substancialmente el rumbo seguido por la gran mayoría de los obispos. Un ejemplo. La nota del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal, publicada con ocasión de las elecciones del 22 de junio de 1986, es un poco más restrictiva con respecto al socialismo que la de 1982, pero mantiene la característica central de esta última, o sea, la ambigüedad*.
* “La vaguedad de la nota episcopal impide atribuir a la jerarquía eclesiástica un papel determinante en la orientación del voto católico en los comicios del 22 de junio (...). Esta vez el tono crítico hacia el comportamiento socialista es más potente” (Abel Hernández in “Diario 16”, 17-5-1986). “Tanto la instrucción pastoral de la Comisión Permanente Episcopal, como el extracto de ella que para estas elecciones ha realizado el Comité Ejecutivo del episcopado son tan equívocos que cualquiera puede sentirse autorizado a votar en favor de cualquier opción política” (Eulogio Ramírez in “Siempre p'alante”, 1-6-1986). La referida instrucción del Episcopado se puede encontrar en “Vida Nueva”, 3-5-1986.
Es también verdad que el ascenso del cardenal don Ángel Suquía, arzobispo de Madrid, a la presidencia de la Conferencia Episcopal en febrero de 1987, tendría como consecuencia normal, teniendo en cuenta su conocida moderación, una actitud menos complaciente por parte del órgano episcopal respecto a la revolución socialista. Pero hasta el momento nada hace pensar en un cambio substancial de rumbos. En suma, los hechos demuestran el continuo avance del socialismo y la pérdida de influencia de la Iglesia sobre la sociedad, que corre el peligro de ver extinguirse la Fe en la otrora nación católica por excelencia*.
* “Entre 1965 y 1982 el porcentaje de población total española que se autodefine como 'católico practicante' registra un acusado descenso (pasando del 83% al 50%). (...) Dicho descenso es aún más pronunciado dentro del exclusivo sector de la juventud (...). En 1960 el 91% de los jóvenes españoles se consideraban 'católicos practicantes' y en 1982 tan sólo un tercio de los jóvenes entre 15 y 20 años se autodefine como 'católico practicante' “ (FUNDACIÓNSANTA MARIA, Informe Sociológico sobre la juventud española 1960/1982, p. 121). En el mismo sentido, dice el P. Martín Descalzo en “ABC”: “El estudio estadístico de Gallup (...) permite ver la evolución de la vida religiosa de los españoles en los diez años últimos. (...) Un altísimo porcentaje de los que hace diez años se confesaban 'algo practicantes' o 'poco practicantes’ son hoy simplemente 'católicos no practicantes’. (...) Esa proporción (...) se ha situado en los últimos años en torno al 30 por 100. (...) Débil era ya la fe de los 'poco' o 'algo' practicantes de 1976 para que los cambios sociales y políticos acabaran de llevarse la poca vida religiosa que les quedaba (...) Ese 30 por 100, si la Iglesia Católica no reacciona, se confesará agnóstico dentro de diez años” (“ABC”, 30-12-1986). No faltan eclesiásticos que ven con alegría esta pérdida de influencia de la Iglesia: “Estos cristianos minoritarios que somos nosotros, no hemos sido preparados para esta situación de Iglesia en diáspora. Algunos la viven como una desgracia. (...) Releamos la Biblia. (...) El Pueblo Elegido se describe a si mismo como germen, primicia, y 'pequeño resto'. (...) La teología, sobre todo después del Vaticano II, avanza en este sentido. (...) Una Iglesia minoritaria es, quizá, uno de estos signos de los tiempos. (...) Desaparece la religión del temor y de la culpabilidad. ¿Quién se lamentará de ello? Desaparece un modelo de cristiano y otro está ya en camino. (...) Entonces aceptaremos tranquilamente que la situación normal de la Iglesia es la de ser minoritaria. (...) Ser minoritaria es para la Iglesia una gracia” (Xavier Nicolás S.J., Una Iglesia minoritaria in “Catalunya Cristiana”, 9/15-11-1986). * * * La gravísima y desconcertante situación que acabamos de describir y las perspectivas dramáticas que presenta, nos llevan a dirigir a nuestros obispos un llamamiento filial y reverente, expresando la angustia de todos los socios, cooperadores y corresponsales de TFP-Covadonga y de los innumerables católicos españoles perplejos y aprensivos con la actual situación. Es lo que haremos en el próximo capítulo.
NOTAS
[1] San Luis María Grignon de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, 52. [2] SAN PIO X, Notre Charge Apostolique, 25-8-1910, 11. [3] Cfr. P. Fernando URBINA, Formas de vida de la Iglesia en España: 1939-1975 in Iglesia y Sociedad en España, pp. 12-17. [4] Cfr. monseñor José GUERRA CAMPOS, La Iglesia en España, p. 27. [5] Cfr. P. Antonio María MARTINS S.J., Documentos de Fátima, pp. 445-446; Antonio Augusto BORELLI MACHADO, Las apariciones y el mensaje de Fátima según los manuscritos de la Hermana Lucía, p. 114. [6] Rerum Novarum, 15-5-1981, 11. [7] Notre Charge Apostolique, 25-8-1910, 44. [8] Apud Fernando URBINA, Iglesia y Sociedad en España, pp. 60-61. [9] "Vida Nueva", 9-5-1987. [10] Respecto a las actividades de monseñor Romero de Lema, cfr. HERNÁNDEZ, Crónica de la Cruz y de la Rosa, pp. 77-83; "Vida Nueva", 9-5-1987, p. 44. [11] HERNÁNDEZ, op. cit., p. 128, leyenda de la fotografía. [12] in LINZ y otros, España: un presente para el futuro, vol. 1, pp. 156-157. [13] Cfr. Ulisse FLORIDI S.J., Moscou et le Vatican, p. 148. [14] Cfr. "Jesus", 6-11-1984, pp. 70-72; Joseph RATZINGERT, Rapporto sulla Fede, pp. 26-28. [15] SECRETARIADO NACIONAL DEL CLERO, Asamblea conjunta de obispos- sacerdotes, p. 109. [16] Ib. pp. 170, 171, 174. [17] "El Noticiero", 21-11-1971. [18] "Vida Nueva", 8-3-1986. [19] P. José María Martín Patino S.J., La Iglesia en la sociedad española in LINZ, España: un presente para el futuro, vol. 1, p. 212. [20] 17a Asamblea Plenaria, 27-11-1972, Orientaciones Pastorales Sobre Apostolado Seglar, in CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Documentos 1965-1983, p. 234. [21] Ibídem. [22] Comisión Episcopal para la doctrina de la Fe, La comunión eclesial, 15-2-1978 in CONFERENCIA EPISCOPAL ESPA ÑOLA, Documentos 1965-1983, pp. 472-473. [23] Cfr. TRADICIÓN, FAMILIA, PROPIEDAD, Medio siglo de epopeya anticomunista, pp. 65-66. La referida carta abierta fue publicada íntegramente por la revista "Fuerza Nueva" de Madrid (16-3-1974) y por el diario "Región" de Oviedo (19-3-1974). Fueron publicados resúmenes en los siguientes periódicos y revistas: "Arriba", Madrid 19-3-1974; "Amanecer", Zaragoza 19-3-1974; "Odiel", Huelva, 13-9-1974; "Voluntad", Gijón 19-3-1974; "El Noticiero", Zaragoza 27-3-1974; "¿Qué Pasa?", Madrid, 30-3-1974; "Aragón Exprés", Zaragoza 1-4-1974. [24] Ibídem. [25] Cfr. ib., pp. 66-67. Esta segunda carta abierta fue publicada íntegramente por los siguientes periódicos: "Libertad", Valladolid, 23-4-1974; "¿Qué Pasa?", Madrid, 27-4-1974; "Fuerza Nueva", Madrid, 27-4-1974. Resúmenes fueron publicados en: "El Pensamiento Navarro", Pamplona, 5-4-1974; "Pueblo", Madrid, 16-4-1974; "Informaciones", Madrid, 17-4-1974; "Arriba", Madrid, 17-4-1974; "Amanecer", Zaragoza, 17/18-4-1974; "Patria", Granada, 18-4-1974; "La Gaceta Regional", Salamanca, 18-4-1974; "La Mañana", Lérida, 18-4-1974; "Aragón Exprés", Zaragoza, 18-4-1974; "Voluntad", Gijón, 18-4-1974. [26] Ib., p. 67-68. "Pueblo", Madrid, 21-6-1974; "Diario de Barcelona", 21-6-1974; "La Voz de Asturias", Oviedo, 21-6-1974; "Ideal", Granada, 21-6-1974; "Hoy", Badajoz, 21-6-1974; "El Correo de Andalucía", Sevilla, 21-6-1974; "El Noticiero", Zaragoza, 21-6-1974; "El Diario Montañés", Santander, 21-6-1974; "Diario de Navarra", Pamplona, 21-6-1974; "Pueblo", Madrid, 11-7-1974; "El Alcázar", Madrid, 11-7-1974; "Aragón Exprés", Zaragoza, 11-7-1974; "Amanecer", Zaragoza, 11-7-1974; "ABC", Madrid, 12-7-1974; "Región", Oviedo, 12-7-1974; "La Gaceta del Norte", Bilbao, 12-7-1974; "Hierro", Bilbao, 13-7-1974. [27] "Vida Nueva", 3-4-1976. [28] "El País", 26-2-1981. [29] PIO XII, Discorsi e Radiomessagi, vol. I, p. 52. [30] Cfr. Medio siglo de epopeya anticomunista, pp. 100-102; “ABC”, 14-12-1978. Ver también cap. II, III, a. [31] Cfr. los documentos: La estabilidad del matrimonio, 7-5-1977; Matrimonio y Familia, 6-7-1979; Instrucción sobre el divorcio civil, 23-11-1979; Sobre la regulación del matrimonio en el Código Civil, 3-2-1981, in CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Documentos, pp. 408-421, 552, 555, 563-566, 609-614. [32] Cfr. Abel HERNÁNDEZ, Crónica de la Cruz y de la Rosa, pp. 26, 29-34. [33] "Ya", 22-8-1981. [34] 91a Comisión Permanente, La Conciencia cristiana ante las próximas elecciones, 23-9-1982 in CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Documentos 1965-1983, pp. 702-705. [35] "Ya", 23-4-1986. [36] "Ideal", 1-12-1983. [37] "Diario 16", 25-10-1983. [38] "Ideal", 25-10-1983. [39] Cfr. Abel HERNÁNDEZ, Crónica de la Cruz y de la Rosa, pp. 65-66.
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