Juan Gonzalo Larrain Campbell

 

 

Plinio Corrêa de Oliveira:

 

Previsiones y Denuncias

en defensa de la Iglesia y de la civilización cristiana

Segunda Parte [1]

 

Hacia el Reino de María,

después de los castigos purificadores

de la Justicia Divina

 

Hemos visto en las páginas precedentes numerosos ejemplos de advertencias del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a la opinión católica, acerca de las aberraciones y fermentos revolucionarios que a lo largo de las décadas fueron penetrando en los más variados ambientes de la Santa Iglesia. Esas advertencias mostraban los frutos funestos que tendrían las contemporizaciones con ese proceso y con ellas el insigne líder católico procuraba alertar a los lectores.

Hoy, los hechos dan plena razón a esas advertencias. Las devastadoras consecuencias que preveía se vienen realizando en amplia medida. Al punto que muchas de las más graves de esas aprensiones se han concretado y los agentes revolucionarios llegan al extremo de exigir que la enseñanza moral de la Iglesia en temas esenciales sea relativizada y aun olvidada. Esto para que la Iglesia no muestre discrepancia alguna con los principios errados que prevalecen en el mundo. Incluso a veces importantes prelados muestran concordar con esa absurda exigencia, llegando a contestar la autoridad pontificia y la doctrina católica tradicional.

Tal panorama indica que, de un lado, crece la animadversión contra la Iglesia, mientras se reduce la cohesión del mundo católico, sea por las numerosas y frecuentes deserciones, sea por la expansión agresiva de las doctrinas heterodoxas, sea en fin por la verdadera tempestad de degradación moral promovida por los gobiernos y corrientes laicistas y anti-cristianas. Todo lo cual confluye en un movimiento que generará a breve plazo una brutal persecución religiosa de la cual, por lo demás, ya se dan numerosos síntomas.

 

A – El castigo divino

 

“Todo ese sufrimiento es en el fondo, un fruto de la Divina

Misericordia. Por la amargura del remedio que experimentamos,

podemos medir la extensión de la gravedad de nuestro mal”.

 

El abandono voluntario, procesivo y pertinaz de la civilización cristiana practicado por la humanidad desde hace siglos, rumbo a la implantación del anti-orden neopagano, caracteriza, a nuestro juicio, la mayor ofensa colectiva hecha a Dios después del deicidio, máxime porque se radicaliza sin cesar y proclama el rechazo a los principios católicos más elementales en materia moral, social y teológica.

Hace seis siglos la humanidad viene cometiendo ese enorme pecado contra las leyes de Dios, de la Iglesia y del propio orden natural, al adherir progresivamente a la Revolución gnóstica e igualitaria, en sus manifestaciones cada vez más osadamente anticristianas. A eso se suma el compromiso creciente de amplios sectores del clero y de las jerarquías temporales con la misma Revolución, también con una jactancia creciente.

Esto hizo que los juicios de Plinio Corrêa de Oliveira acerca del mundo contemporáneo fuesen necesariamente severos y lo llevasen a anunciar la fuerza y amplitud del castigo con que Dios fustigaría a la humanidad, si no se enmendaba de sus pecados.[2]

Obviamente, muchos promotores y participantes del proceso que Paulo VI calificara de “auto-demolición” de la Iglesia, niegan enfáticamente que Dios castigue a la humanidad. Algunos incluso llegan a negar que lo haga en la vida eterna, de un lado, porque en general están satisfechos con el rumbo de la vida contemporánea y de otro porque en muchos casos su religiosidad no es muy diferente de un mero deísmo. Así, no parece probable que entiendan el error en que cayeron ni que estén dispuestos a abandonarlo, mostrándose totalmente insensibles a los acontecimientos que pudieren significar una intervención divina de esa índole. En consecuencia, no nos ocuparemos de ellos.

En amplios sectores de la opinión católica se observa, por el contrario, un creciente descontento con el proceso revolucionario y un ansia de revitalización de la Iglesia y de expansión de su influencia, lo cual se manifiesta en el aumento del fervor religioso, el desagrado con la depravación moral presente, y el rechazo al abandono de la tradición cristiana.

Esos católicos saben que, si Dios a menudo castiga a los hombres individualmente con infortunios, enfermedades, accidentes y tragedias, en especial para reconducirlos a la moral y a la Fe y obtener su salvación, otro tanto puede hacer —y con cierta frecuencia lo hace— con las naciones y civilizaciones, pues no sería conforme a la perfección divina contemplar en la inercia indefinidamente cómo se degradan enormes multitudes, con grave riesgo de perdición eterna para incontables almas.

Esas intervenciones de Dios, si bien pueden demorar a veces mucho en producirse, una vez que ocurren, detonan hechos que pasan a la Historia, tanto por las circunstancias en que se producen como por el nuevo clima radicalmente diverso que generan, en virtud de una intensa y palpable acción sobrenatural que las acompaña. Véase por ejemplo, la caída del Imperio Romano y la formación de la Edad Media.

Siendo así, las numerosas previsiones que hizo Plinio Corrêa de Oliveira sobre una eventual punición divina sobresalen por su equilibrio. Él no fue un anunciador unilateral de desgracias implacables que fatalmente se producirán. Más allá del castigo, y más importante que éste, siempre expresó la certeza de que, a lo largo de él se producirán numerosísimas conversiones y que, después de la tormenta, será implantado en el mundo el Reino de María.

En el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira se debe ver, pues, también un varón de esperanza, que nunca dejó de comunicar en sus escritos, conversaciones y conferencias.

El cumplimiento de los pronósticos expuestos en la Primera Parte de este libro debe servir de apoyo para fortalecernos en la certeza de que se realizarán también las que él consideraba las dos grandes profecías de su vida: de un lado, una intervención divina al mismo tiempo punitiva, misericordiosa y pedagógica sobre el conjunto de la humanidad y, de otro, el Reino de María.

En esta Segunda Parte transcribimos, algunos textos por él publicados en los que formula ambas previsiones, la de una intervención purificadora de Dios y la relativa a la era marial que le seguirá.

Cabe resaltar que el notable discernimiento profético que poseía desde joven lo llevó a anunciar tales acontecimientos mucho antes de conocer las revelaciones que sobre ellos Nuestra Señora hizo en Fátima[3], pero coincidiendo con ellas de modo notable.

 

La Segunda Guerra mundial: un prefacio del castigo rumbo al Reino de María

En 1929, cuando contaba sólo 20 años de edad, Plinio Corrêa de Oliveira escribía a un amigo:“Cada vez más se acentúa en mi la impresión de que estamos en el vestíbulo de una época llena de sufrimientos y de luchas. Por todas partes, el sufrimiento de la Iglesia se torna más intenso, y la lucha se aproxima más. Tengo la impresión de que las nubes del horizonte político están bajando. No tarda la tempestad, que deberá tener una guerra mundial como simple prefacio.

Pero esta guerra esparcirá por el mundo entero una tal confusión, que las revoluciones surgirán en todos los lugares, y la putrefacción del triste ‘siglo XX’ llegará a su auge. Ahí, entonces, surgirán las fuerzas del mal que, como los gusanos, solamente aparecen en los momentos en que la putrefacción culmina. Todo el ‘bas fond’ de la sociedad subirá a la superficie, y la Iglesia será perseguida por todas partes. Pero … ‘et ego dico tibi quia tu es Petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam, et portae inferi non praevalebunt adversus Eam’. Como consecuencia, o tendremos ‘un nouveau Moyen Age’ o tendremos el fin del mundo”[4].

 

Lances dolorosos nos separan del desenlace fatal

En 1931 en el mismo sentido pronosticaba un futuro trágico para el género humano, precedido por hechos dolorosos.

“Mucho se habla de nuestro progreso. El siglo XX, que fue en su primera década una comedia, se transformó bruscamente en tragedia larga y sangrienta, que está lejos de haber llegado a su fin.

“Aún una larga serie de lances dolorosos nos separan del desenlace fatal de la lucha de tantos elementos que se chocan hoy en día”[5].

 

O el mundo se vuelve totalmente hacia la Iglesia

o no habrá medios de evitar las inmensas catástrofes

En enero de 1939, al comentar un discurso del Presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, después de destacar su sabor liberal y protestante, afirmó: “Para la sociedad contemporánea, sin embargo, no basta una religión cualquiera, o la libertad de religiones, en la cual el liberalismo tanto se complace. O el mundo contemporáneo regresa a la verdad plena, que sólo en la Iglesia se encuentra, o no habrá medios de evitar las inmensas catástrofes de que está amenazado”[6].

 

La Justicia de Dios y el Sagrado Corazón de Jesús

Un año y medio después, por ocasión de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, Plinio Corrêa de Oliveira insistió sobre las amenazas que pendían sobre la humanidad y mostró, con un lenguaje conmovedor, que las puertas de la misericordia de Dios en aquella época (1940) aún estaban abiertas:

 

Catástrofes que la impiedad obstinada

de esta generación acumula sobre sí

“La vista de tantos crímenes sugiere naturalmente la idea de la venganza divina, y cuando miramos para este mundo pecador, gimiendo en las torturas de mil crisis y de mil angustias, y que a pesar de eso no se penitencia; cuando consideramos los progresos asustadores del neopaganismo, que está en las vísperas de ascender al gobierno de la humanidad entera; cuando vemos, por fin, la pusilanimidad, la imprevisión, la desunión de aquellos que aún no se pasaron para el mal, nuestro espíritu se llena de pavor en la previsión de las catástrofes que acumula sobre sí misma la impiedad obstinada de esta generación.

 

¿Qué esperar para la humanidad en este ocaso ignominioso?

“Hay algo de liberal o de luterano, en imaginar que tantos crímenes no merecen castigo, y que una tal apostasía de las masas se realizó por un mero error intelectual, sin grave pecado para la humanidad. La realidad no es ésta. Dios no abandona a sus criaturas, y si éstas se encuentran lejos de Él, la culpa sólo a ellas puede caber, y no a Dios.

“El cuadro contemporáneo no es sino éste: de un lado una civilización inicua y pecadora, y de otro lado el Creador empuñando el látigo de los castigos divinos.

“¿No habrá, entonces, para la humanidad, otro desenlace en los días de hoy, sino desaparecer en un diluvio de lodo y de fuego? ¿No se podrá esperar para ella otro futuro en este siglo, sino un ocaso ignominioso, en que la impenitencia final será castigada por los flagelos supremos, preanunciados por la Escritura como indicios del fin del mundo?

 

No se cerró aún para nosotros la puerta de la salvación

“Si Dios dejase actuar exclusivamente su justicia, sin duda. Y ni sabemos si en tal caso el mundo habría llegado hasta el XX siglo de nuestra era. Pero, como Dios no es solamente justo, sino también misericordioso, no se cerró aún para nosotros la puerta de la salvación. Una humanidad perseverante en su impiedad todo tiene a esperar de los rigores de Dios. Pero Dios, que es infinitamente misericordioso, no quiere la muerte de esta humanidad pecadora, pero ‘que ella se convierta y viva’. Y, por esto, su gracia procura insistentemente a todos los hombres, para que abandonen sus pésimos caminos y vuelvan para el aprisco del Buen Pastor.

“Si no hay catástrofe que no deba temer una humanidad impenitente, no hay misericordias que no pueda esperar una humanidad arrepentida. Y para tanto no es necesario que el arrepentimiento haya consumado su obra restauradora. Basta que el pecador, aunque esté en el fondo del abismo, se vuelva hacia Dios con un simple comienzo de arrepentimiento eficaz, serio y profundo, que él encontrará inmediatamente el socorro de Dios, que nunca se olvidó de él.

Lo dice el Espíritu Santo en la Sagrada Escritura: ‘aunque tu padre y tu madre te abandonasen, yo no me olvidaría de ti’. Incluso en los casos extremos en que el paroxismo del mal llega a agotar la propia indulgencia materna, Dios no se cansa. Porque la misericordia de Dios beneficia al pecador incluso cuando la justicia divina lo hiere de mil desgracias en el camino de la iniquidad.

 

Las hecatombes de nuestros días [1940] ya hablan claramente de la justicia de Dios

“Estas dos imágenes esenciales de la justicia y de la misericordia divina deben ser constantemente puestas delante de los ojos del hombre contemporáneo. De la justicia, para que él no suponga temerariamente salvarse sin méritos. De la misericordia, para que no desespere de su salvación, desde que desee enmendarse. Y, si las hecatombes de nuestros días ya hablan tan claramente de la justicia de Dios, ¿qué mejor visión para completar este cuadro, que el sol de la misericordia, que es el Sagrado Corazón de Jesús?” […].[7]-[8]

Si en aquella ocasión los hombres se hubieren convertido, quizás podrían haber evitado el castigo. Pasaron 68 años y la humanidad no hizo sino acentuar pavorosamente el rumbo de impenitencia y de apostasía, lo que conduce a temer que el castigo divino se vaya haciendo cada vez más inevitable.

 

Probación que caerá sobre la Iglesia

En julio de 1940, comentando aspectos de la situación delicada en que se encontraba Pio XII, como consecuencia de la Segunda Guerra en curso, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira prevé las dificultades por las cuales la Iglesia vendría a pasar, como también la derrota de sus enemigos:

“La intención de los adversarios de la Iglesia es hoy muy clara. Para alcanzar con mayor seguridad su finalidad que es de aplastar el catolicismo, ellos tienen como objetivo, con implacable obstinación, la previa destrucción de todos los factores humanos en los cuales el catolicismo pudiera encontrar un punto de apoyo, y, evidentemente este objetivo está próximo a ser realizado […] No sabemos qué probación la Providencia permitirá que caiga entonces sobre la Iglesia universal, pero una cosa es incontestable: en ese día habrá sonado la última hora de los vencedores ante los cuales misteriosamente se doblegan hoy el orgullo, la fortuna y el poderío de las más importantes naciones”.[9] […]

 

Certeza de una intervención milagrosa y victoriosa de Dios

En 1943, cuando publicó su libro Em Defesa da Ação Católica, en el cual denunciaba la trama progresista, mostraba que el dinamismo de las tendencias y de los errores incubados en la Acción Católica era tan pujante que, en caso de que no hubiese una renuncia radical a ellos, era necesaria una fuerte intervención divina para impedir que esos errores venciesen y los secuaces que los servían consumasen sus designios:

“En estos días nebulosos y tristones de 1943, confiemos pues. Pero confiemos, no en esta o en aquella potencia, no en este o en aquel hombre, no en esta o en aquella corriente ideológica, para operar la reintegración de todas las cosas en el Reino de Cristo, sino en la Providencia Divina que obligará nuevamente a los mares a que se abran de par en par, moverá montañas y hará estremecer la tierra entera, si eso fuese necesario para el cumplimiento de la divina promesa: ‘las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella’”.[10] […]

Al leer estas líneas hoy, cuando el cáncer progresista avanzó espantosamente en los medios católicos, estimulado no pocas veces por pastores autodemoledores, ¿quién osaría negar que las metástasis por él producidas intentan desmentir el non praevalebunt?

Antes que esto ocurra se cumplirá el vaticinio arriba transcrito.

 

Si se abstrae de Dios, se irá hacia un nuevo colapso

Ya más cerca del fin de la Segunda Guerra Mundial, al comentar los planes de las potencias vencedoras para la post-guerra a través de la creación de grandes federaciones, Plinio Corrêa de Oliveira probó con sólidas razones que la aplicación de estos planes laicos y materialistas no traería la paz. Y que, si no se trabajase por una reforma del hombre en el terreno moral, la justicia de Dios caería sobre el género humano:

“Por más sabia, pues, que sea la argumentación económica alegada en beneficio del plan que ahora se delinea, no hay duda de que él no producirá la paz. Porque, donde no hay orden en los espíritus no puede haber paz, y la posible abundancia de los bienes materiales, lejos de ser un factor de concordia, excitará al auge los apetitos, las ambiciones, las discordias, terminando por generar un nuevo colapso.

“Ahora bien, imagínese un mundo dividido en tres o cuatro grandes federaciones, o sea, en tres o cuatro grandes potencias, que envían cada cual su representante a una conferencia internacional, digamos a una liga mundial de las federaciones soberanas o autónomas. En el caso que estos potentados quieran entenderse, los pueblos de la tierra encontrarán tranquilidad, al menos, en el sentido material de la palabra. En el caso, sin embargo, que el espíritu de rivalidad, de competencia, de envidia se apodere de estos potentados ¿qué sucederá? Una guerra entre ellos, evidentemente. Pero, esta vez, una guerra terriblemente universal que arrastrará necesariamente a todos los pueblos, ya que todos están federados y pues, obligados a luchar. Nuestros mayores llamaron mundial la guerra 1914-1918 y nosotros sonreímos de esta afirmación, porque estamos en condiciones, en estos días, de probar que la guerra actual merece mucho más, exactamente este triste epíteto. Y cuando el mundo esté ‘federado’ sonreirán de nosotros: ahí es que veremos lo que puede ser una guerra verdaderamente mundial. […]

“Tocamos ahí en el núcleo de la cuestión. De lo que se necesita es de una reforma del mundo. Pero la reforma del mundo supone la reforma del hombre. Mientras el hombre contemporáneo sea lo que es, cuanto mayores fueren sus obras, mayores serán las ruinas que acumulará en torno de sí. Su poder será el agente de su propia destrucción: enfermizo, incrédulo, egoísta, sin moral ni principios de ninguna especie, nada durable podrá organizar. Él contagia con su molestia todas sus obras. La argamasa con que unimos las piedras de nuestros edificios contiene dinamita. Las vigas sobre las que apuntalamos nuestras casas tienen termitas. Mañana vendrá sobre nosotros la justicia de Dios, y entonces se verá que todo será ruina”[11].

 

Besar la mano que nos castiga, agradecer el castigo que

nos salva y salvarnos por el castigo que nos es enviado

Al comentar un pensamiento de Pio XII, (cfr. Alocución de Pio XII al Patriciado y a la Nobleza Romana el 19 de enero de 1944), el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira destacó el hecho de que Dios es misericordioso incluso cuando castiga:

“No es otro el pensamiento del Soberano Pontífice cuando él afirma que ‘actualmente estamos siendo testigos de uno de los mayores incendios de la Historia’. ¿Incendio material? El Santo Padre deshace cualquier equívoco agregando inmediatamente: ‘estamos viviendo una de las épocas más llenas de disturbios políticos y sociales jamás registrados en los anales del mundo’. Ése es el incendio. Incendio ideológico que abrasa antes las ideas que las doctrinas, y sólo consiguió arrasar hogares, ciudades, provincias enteras, porque había puesto previamente en delirio y en combustión el pensamiento alucinado del hombre contemporáneo.

“¿De dónde viene tamaña desgracia? ¿Por acaso no somos hijos de Dios? ¿Cómo entonces nuestro Padre Omnipotente asiste de brazos cruzados a esa inmensa catástrofe? ¿Duerme la Divina Providencia?

“Nunca. Dios es misericordioso incluso cuando castiga. En cierto sentido, se podría decir que la misericordia de Dios trasparece más claramente sobre todo cuando castiga. ¡Ay de aquellos sobre quien tarda en venir el castigo de Dios! ¡Ay del pecador impenitente que vive feliz y despreocupado! ¡Ay del hombre inicuo, a quien rodean todas las venturas de la vida temporal! El hombre que continúa feliz en el crimen es el mayor de los desgraciados. Si no fuese tan grande su degradación, tal vez Dios lo visitase por medio de sufrimientos y le abriese los ojos para su iniquidad. Pero llegó a caer tan bajo que ni esa desgracia amarga, pero saludable, le es concedida. Rodará inconsciente de abismo en abismo hasta que finalmente caiga sobre él el brazo de Dios. Dios nunca falta con su gracia ni al impío, ni al pecador. Pero ¡cómo crecen, se acumulan, se multiplican los castigos que Dios tarda en enviar!

“Todo ese sufrimiento es, pues, en el fondo, un fruto de la Divina Misericordia. Por la amargura del remedio que experimentamos, podemos medir la extensión de la gravedad de nuestro mal. Nada de esto habría sucedido ‘si cada uno hubiese cumplido su deber de acuerdo con la Divina Providencia’, dice el Pontífice. Pero ahora, lo que nos queda es besar la mano que nos castiga, agradecer el castigo que nos salva, y salvarnos por medio del castigo que nos es enviado”[12].

Que estas líneas, escritas hace más de 60 años, nos sirvan de aliento para atravesar las crisis de todo orden por las cuales pasa el mundo contemporáneo. Crisis éstas que prenuncian que ya está bien próximo el auge del castigo.


 

[1] Esta segunda parte es inédita.

[2] De hecho, en 2009, ya estamos sufriendo en parte el castigo previsto por Plinio Corrêa de Oliveira en las páginas que siguen, pues al menos a partir de la década del 60, afirmó que, debido al caos que había penetrado en el orden espiritual y en el temporal, el referido castigo ya nos afectaba en parte. Y, que, por causa de la gravedad de los pecados que la Revolución seguiría acumulando sobre la humanidad, aumentaría la severidad divina, conforme lo anunciado por Nuestra Señora en Fátima.

[3] Las revelaciones de Fátima adquirieron una proyección mundial en el inicio de la década de 40, cuando fueron redactados los manuscritos más pormenorizados de la hermana Lucía (Memorias III y IV). Hasta entonces, las apariciones parecían tener un alcance más bien local.

[4] O cruzado do século XX, Plinio Corrêa de Oliveira, Roberto de Mattei, Editora Civilização, Porto, Portugal, pág. 110.

[5] Legionário no. 87, 27-9-1931 – “Catolicismo e Civilização”.

[6] Legionário no. 330, 8-1-1939 – Sete dias em Revista.

[7] Legionário no. 410, 21-7-1940 – Nossa Senhora do Sagrado Coração.

[8] Los subtítulos de este artículo son nuestros.

[9] Legionário no. 411, 28-7-1940 – Um silêncio clamoroso.

[10] Legionário no. 559, 25-4-1943 – Pascoa.

[11] Legionário no. 561, 9-5-1943 – Reformemos o homem.

[12] Legionário no. 598, 23-1-1944 – Sete dias em Revista.


 

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