Plinio Corrêa de Oliveira

Nobleza

y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana - Vol. II

Revolución y Contra-Revolución

en las tres Américas

Editorial Fernando III, el Santo

Lagasca, 127 - 1º dcha.

28006 — Madrid

Tel. y Fax: 562 67 45

 

 

Primera edición, abril de 1995

© Todos los derechos reservados.

 

 

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NOTAS

● El Apéndice V de la presente obra ha sido realizado, bajo la dirección del profesor Plinio Corrêa de Oliveira, por una comisión inter-TFPs de Estudios Iberoamericanos.

● El Apéndice VI fue elaborado, también bajo la dirección del profesor Plinio Corrêa de Oliveira, en 1993, por una comisión de Estudios de la TFP norteamericana.

Algunas partes de los documentos citados han sido destacadas en negrita por el autor.

La abreviatura PNR seguida del número de año y página corresponde a la edición de las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana publicadas por la Tipografía Políglota Vaticana en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pió XII cuyo texto íntegro se transcribe en Documentos I del primer volumen.

El presente trabajo ha sido obtenido por escanner a partir de la primera edición, abril de 1995. Se agradece la indicación de errores de revisión. 


Nobleza

y

élites tradicionales análogas

en América Española:

origen, desarrollo, situación presente

Detalle de la recepción de Colón en Barcelona, en 1493, por García Ibáñez - Museo del Ejército - Madrid

 

Introducción

 

El objeto de este trabajo es ilustrar, en lo que concierne a Hispanoamérica, la exposición histórico-doctrinal del profesor Plinio Corrêa de Oliveira sobre Nobleza y élites tradicionales análogas.

Para ello se esbozará una descripción somera de cómo surgieron las élites hispanoamericanas, y hasta qué punto llegaron a constituir una nobleza; cuáles fueron las principales circunstancias de tiempo y lugar que condicionaron su desarrollo y ulteriores transformaciones; en qué medida dichas élites zozobraron, o lograron afirmarse y perdurar frente a las adversidades históricas; y por fin, cuál es su situación presente y qué perspectivas se les abren para el desempeño de su misión en nuestros días, al aproximarse el tercer milenio de la era cristiana.

1. Necesidad y utilidad del presente trabajo

A esa finalidad ilustrativa se asocia otro propósito, que no vacilamos en denominar apostólico, relacionado con la peculiar situación que hoy viven las élites hispanoamericanas.

En efecto, las “objeciones antinobiliarias, inspiradas en el espíritu igualitario de la Revolución Francesa” a que se refiere el profesor Corrêa de Oliveira fueron en nuestro siglo exacerbadas hasta el delirio por los herederos de dicha Revolución —el espíritu hollywoodiano, el nazi-fascismo, el social-comunismo, las corrientes eclesiásticas progresistas, etc.— hasta llegar a la revolución cultural anarquizante de nuestros días, cuyo lance pionero fue el mayo francés de 1968.

La propagación de esas objeciones revolucionarias fue generando en Hispanoamérica una difusa incomprensión, cuando no una definida hostilidad, hacia sus beneméritas élites tradicionales. Y permitió que el “democratismo neopagano” [1] en sus diferentes versiones —liberalismo, socialismo, populismo, aprismo, justicialismo y tantos otros “ismos”— dominase el escenario político y sociocultural hispanoamericano durante gran parte del siglo XX.

Ello trajo aparejadas, para las élites del Continente, una prueba y una tentación similares a las sufridas en nuestro siglo por las clases altas europeas [2]. Por otro lado, en no pocos elementos de esas élites la capacidad de resistencia a la multiforme ofensiva del igualitarismo fue siendo erosionada por filtraciones de ese mismo espíritu nivelador.

Y bajo la acción conjugada de ambos factores —la ofensiva externa y la erosión interna— fue paulatinamente declinando la influencia de las clases tradicionales en la vida pública, social, cultural, económica, etc.; hasta llegar a la situación en que viven hoy, cada vez más parecida a la de “guías ausentes” [3].

Así desplazadas, cuando no auto relegadas, a un plano secundario, el lugar de las élites análogas a la nobleza en Hispanoamérica fue siendo ocupado por los poderes artificiales de la sociedad de masas: medios de difusión, parvenus que —no se sabe cómo— de la noche a la mañana se transforman en súper-cresos de la banca y la industria, demagogos de toda laya surgidos de las sombras, dictadores sindicales, etc. Y su papel de modelos sociales también fue suplantado por una farándula de advenedizos: desde luminarias de la jet set hasta cracks deportivos, pasando por cantantes de moda, estrellas de cine o “artistas plásticos” de una alucinada vanguardia, todos ellos emulándose en extravagancias, inmoralidades y escándalos...

Cuanto más se avanza en el actual proceso de degradación revolucionaria, más se siente el vacío dejado por la ausencia de verdaderas élites en Hispanoamérica, pero también mayor resonancia podrá tener un llamamiento a que éstas reasuman su papel. En las actuales circunstancias históricas, esa convocación es una tarea imprescindible.

Ya lo decía Pío XII: Hoy más que nunca estáis llamados a ser una élite, no solamente de sangre y de espíritu, sino aun más de obras y de sacrificios, de realizaciones creadoras en el servicio de toda la comunidad social” [4].

Así, no puede haber, en los días actuales, apostolado más urgente ni más eficaz para el bien general de la sociedad en la católica Hispanoamérica, que ese llamamiento para que de sus clases tradicionales surjan elementos capaces de reasumir —bajo nuevos aspectos adaptados a las circunstancias contemporáneas— su tradicional papel orientador [5].

2. La esencia de la condición nobiliaria: nobleza de estado y dedicación al bien común

La comprensión de cuál ha sido, cuál es, y cuál podrá ser en un futuro previsible el papel de las élites tradicionales como determinantes del rumbo de las naciones hispanoamericanas, será tanto más clara y fácil cuanto más se considere esta temática a la luz del presupuesto fundamental ordenativo de todos sus aspectos: la esencia de la condición nobiliaria, tal como se deduce del magistral análisis que el profesor Plinio Corrêa de Oliveira hace de la doctrina de Pío XII.

A la luz de las enseñanzas de aquel gran Pontífice, el pensamiento del autor puede enunciarse así:

La dedicación al bien común es el fundamento de la nobleza: dedicación no apenas episódica, que aflora en lances aislados de la vida de un individuo, sino continua, porque es inherente a la misma condición nobiliaria. Así como el religioso se sacrifica por el bien común de la Iglesia, de las almas, etc., por deber de estado y no sólo esporádicamente, así también el noble se sacrifica por estado para el bien común espiritual y temporal de la nación [6].

Tal como se dio históricamente en Occidente, esa dedicación al bien general entrañaba la defensa simultánea de la ortodoxia de la fe y la integridad de territorios soberanos. O sea, se trataba de un doble bien supremo, realizado mediante el uso de la espada en defensa de la Religión contra agresiones de herejes o infieles, y en defensa del Estado contra adversarios internos o externos.

Ahora bien, consagrar la vida a hacer efectivas ambas garantías constituye, en cualquier época, una forma de sacrificio que representa el más alto grado de dedicación al bien público. Y consecuentemente, quienes por estado practican esa dedicación suprema son por excelencia nobles.

Es cierto, además, que así como de toda persona verdaderamente abnegada, desinteresada, emana una cierta nota de excelencia peculiar, algo que se podría llamar el perfume de la virtud, así también de una clase primordialmente caracterizada por el espíritu de sacrificio nacen todas las excelencias, distinciones y elegancias: elegancias de maneras, de trajes, pero sobre todo la elegancia de espíritu, la elegancia de actitudes de alma. Todo ello tiene como punto de partida la abnegación. Y cuanto más alto es el ideal en cuyo beneficio la persona se sacrifica, tanto más la nobleza intrínseca de ese ideal penetra en quien por él lucha [7].

De manera que esa nobleza de estado es la misma esencia de la nobleza. Su máxima expresión histórica fue la clase nobiliaria tal como nació —favorecida por insignes gracias sobrenaturales— en el Medioevo. Dotada de los poderes militar y territorial, dicha clase garantizaba además, en el orden económico, la prosperidad pública, ya que la riqueza agraria fue durante largo tiempo, en la Edad Media, la riqueza por excelencia.

Las funciones de menor dedicación en favor de la iglesia y de la Cristiandad participan de la nobleza, en grados sucesivamente más próximos cuanto mayor es esa dedicación y más marcada es la hereditariedad de dichas funciones. Por ejemplo, la noblesse de robe (togada) de Francia, las Academias de “amplia y bien merecida fama” a que alude Pío XII, o el ejercicio de otras actividades de élite: universitarias, diplomáticas, militares, y hasta de propulsión económica [8].

Se comprende, pues, que esas élites tengan un papel, al que corresponden dignidades, categorías, estilos propios; pero en resumidas cuentas son analogados, participaciones en grados, formas y aspectos menores de la nobleza: les falta el tributo de la sangre, la nota de holocausto que constituye la esencia de la condición noble.

3. Tres preguntas capitales

Tomando lo anterior como premisa capital se puede entonces indagar cuáles fueron en Hispanoamérica las ventajas o carencias recibidas de la Metrópoli española para la formación de sus élites. Tal indagación, a su vez, comporta tres preguntas fundamentales:

• Primero, qué es lo que España dio a sus territorios ultramarinos de su nobleza militar y rural.

• En segundo lugar, hasta qué punto esa nobleza peninsular trasladada a América fue apoyada y sostenida por la Metrópoli, y contribuyó al desarrollo de una nobleza local.

• Y por fin, de qué modo las varias unidades políticas de América retribuyeron a la Metrópoli el don inapreciable de haber recibido de ella ese fermento activo y bueno de sus respectivas clases dirigentes, la nobleza de estado española.

Las respuestas a estas preguntas son fundamentales para hacer la historia —la historia real y profunda, y no la desabrida y hueca historia oficial— de cada país hispanoamericano.

En función de ellas puede asimismo indagarse cómo se fueron constituyendo en dichos países sus clases nobles y élites tradicionales análogas: cuáles fueron, por ejemplo, las modalidades de nobleza togada, de las noblezas universitarias y de cargos públicos, militares, y hasta mercantiles, surgidas en el Nuevo Mundo español. Es lo que en breves trazos se expondrá en la visión de conjunto de la “Nobleza de Indias”, y sus derivados históricos, que sigue a continuación; la cual, por tratarse de una descripción panorámica, de ninguna manera pretende agotar tan vasto, rico y poco estudiado asunto.

2 de febrero de 1995                            

Comisión inter-TFPs de Estudios Iberoamericanos


NOTAS

[1] Cfr. Cfr. Plinio Corrêa de Oliveira, Revolución y Contra-Revolución, Cap. I, §3.

[2] Cfr. Ibídem. Cap. I, § 4.

[3] Cfr. Ibídem. Cap. VI, § 3, a.

[4] Cfr. Ibídem. Cap. V, § 7.

[5] El Profesor Plinio Corrêa de Oliveira sintetiza el alcance y el mérito de ese llamamiento, en el siguiente pasaje de su ensayo Revolución y Contra-Revolución:

“Estamos en un período en el que ese extraño fenómeno de destrucción [la multisecular Revolución anticristiana] aún no se completó, es decir, en una situación híbrida en que aquello a lo que casi llamaríamos restos mortales de la civilización cristiana, sumado al perfume y a la acción remota de muchas tradiciones —sólo recientemente abolidas, pero que tienen algo de vivo en la memoria de los hombres— coexiste con muchas instituciones y costumbres revolucionarias.

“Frente a esa lucha entre una espléndida tradición cristiana en la cual aún palpita la vida, y una acción revolucionaria inspirada por la manía de novedades a la que se refería León XIII en las palabras iniciales de la Encíclica “Rerum Novarum”, es natural que el verdadero contra-revolucionario sea el defensor nato de las buenas tradiciones, porque ellas son los valores del pasado cristiano todavía existentes y que se trata de salvar. En este sentido, el contra-revolucionario actúa como Nuestro Señor, que no vino a apagar la mecha que aún humea ni a romper el arbusto partido (Cfr. Mt. 12, 20). Debe, por tanto, procurar salvar amorosamente todas esas tradiciones cristianas”.

Esa acción regeneradora es primordialmente una tarea de élites: “Un estudio exacto de la Historia nos muestra, en efecto, que no fueron las masas las que hicieron la Revolución. Ellas se movieron en un sentido revolucionario porque tuvieron por detrás élites revolucionarias. Si hubieran tenido detrás de sí élites de orientación opuesta, probablemente se habrían movido en sentido contrario. El factor masa, según nuestra visión objetiva de la Historia, es secundario; lo principal es la formación de las élites”. (Plinio CORREA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, Editorial Apóstol Santiago, Santiago, 2a. ed., 1992, Parte II, Cap. III, 1., B, y Cap. V, 4)

[6] Puesto que la noción de bien común ha sido bastante desvirtuada en nuestro siglo por cierta prédica sentimental y revolucionaria, conviene fijarla en los estrictos límites que le da el Autor, remitiéndose a Santo Tomás:

En su sentido más amplio y elevado el bien común consiste en “la estructuración de todas las relaciones humanas, de todas las instituciones humanas y del propio Estado, según la doctrina de la Iglesia”. Se trata entonces, ante todo, de un bien moral, que tiene al Estado por instrumento y a Dios por fin último: “Realmente, el fin de la sociedad y del Estado es la vida virtuosa en común. Ahora bien, las virtudes que el hombre está llamado a practicar son las virtudes cristianas, y de éstas la primera es el amor a Dios. La sociedad y el Estado tienen, pues, un fin sacral” (Cfr. Santo Tomás, De regimine Principum, I, 14-15). “Por cierto, es a la Iglesia a quien pertenecen los medios propios para promover la salvación de las almas. Pero la sociedad y el Estado tienen medios instrumentales para el mismo fin, es decir, medios que, movidos por un agente más alto, producen un efecto superior a sí mismos,” (Plinio CORRÊA DE OLIVEIRA, Revolución y Contra-Revolución, Parte I, Cap. VII, 2., B. C.)

[7] Cfr. “Nobleza y élites tradicionales análogas”, Vol. I, Cap. VII, § 7, 8.

[8] Cfr. Ibídem, Cap. I, § 2.