Sección I
LA
OFENSIVA DEL SOCIALISMO CONTRA LA PROPIEDAD RURAL
Popularidad del “fazendeiro”
en la tradición brasileña
Hasta
hace poco tiempo, el “fazendeiro” era objeto de consideración y de
estima indiscutida por parte de todas las clases sociales del País. Su
figura, como se delineó en las primeras décadas de este siglo, es bien
conocida por todos.
a) Como legítimo propietario
b) Como vigoroso hombre de
acción
c) Que de sus tierras daba
trabajo y sustento a los empleados |
Señor
de tierras adquiridas por medio del trabajo arduo y honrado o por una
legítima sucesión hereditaria, no se contentaba con sacar de ellas,
perezosamente, lo estrictamente necesario para su subsistencia y la de
los suyos. Por el contrario, movido por una noble ansia de creciente
bienestar y elevación cultural, aspiraba él al pleno aprovechamiento de
la fuente de riqueza que tenía en sus manos. Para esto franqueaba sus
tierras liberalmente a familias de trabajadores manuales que, llegados
de todos los extremos del Brasil y de las más variadas regiones del
mundo, buscaban en el campo las condiciones de una existencia honesta y
segura. Dedicado de sol a sol a la dirección de la faena rural, el
propietario, asociado así a los trabajadores manuales en la tarea de
sacar del suelo recursos de que uno y otros vivirían, era verdaderamente
el “pater”, el “patrón”, de cuyos bienes y de cuya actuación todos
recibían alimento, techo, ropa y medios de ahorro, en la medida de la
situación y de la cooperación de cada uno.
d) ... de los cuales era el
aliado natural |
Como las relaciones de
trabajo, cuando son bien entendidas, no se restringen a su esfera, sino
que naturalmente generan comprensión, estima y mutuo apoyo en las
diversas necesidades de la vida, la armonía entre el “fazendeiro” y el
colono creaba, frecuentemente, el hábito de aconsejarse éste con aquél,
recibiendo protección y amparo en las más variables situaciones; como
también engendraba en el trabajador una fidelidad, a veces heroica a su
patrón. Este es uno de los más típicos y luminosos elementos de nuestra
tradición en materia de relaciones de trabajo.
La
nítida conciencia, en la opinión pública, de esta íntima y profunda
conjugación de esfuerzos y de intereses, se mantuvo en nuestro País por
mucho tiempo y, gracias a Dios, todavía existe en gran medida. Era, y es,
uno de los mejores títulos del “fazendeiro” a la estima general.
e) Como hombre de élite en
constante progreso cultural |
La
historia de nuestras viejas estirpes de propietarios rurales es muy
anterior a la época cuyo cuadro acabamos de trazar. Es la historia de un
progresivo ascenso. Nacida espontáneamente de las profundidades del
orden natural de las cosas, la propiedad agrícola dio origen entre
nosotros a una élite social que fue, desde el comienzo, compuesta de
pioneros valientes y dinámicos, a quienes sucedieron generaciones de
agricultores fijados en sus tierras y en lucha constante con la
naturaleza bravía de la selva. Poco a poco, la rudeza de la tierra se
fue atenuando; una tradición agrícola cada vez más completa fue
estableciendo los métodos de trabajo, los sistemas de cultivo, y la
práctica juiciosa y eficiente de las actividades rurales. El agricultor
iba, con esto, quedando menos absorbido por sus funciones. Al mismo
tiempo, las ciudades se iban multiplicando y las comunicaciones con el
Viejo Mundo se iban tornando más seguras y rápidas. Firme ya en la base
económica que su trabajo y el de sus mayores le habían formado, el
“fazendeiro” sentía en sí la conciencia de que la simple posesión de un
patrimonio no basta para crear una élite digna de tal nombre. De la
tradición luso-brasileña, profundamente marcada por la influencia
cristiana, había heredado valores de alma inestimables que importaba
pulir y acrecentar en la convivencia con los centros urbanos del Brasil
y del exterior.
f) ... pero siempre ligado a
la tierra |
De
de ahí la aparición del agricultor ya con cierto espíritu y modales de
quien vive en la ciudad. Pasaba ya con de cierto buen grado, en ésta,
cierta parte del año, y solía frecuentar la Corte y viajar a Europa.
Pero dedicaba con gusto, la otra parte del año a la vida rural, en el
contacto efectivo y natural con los hombres y las cosas del campo.
g) Como figura de élite que
contribuía al progreso de los centros urbanos del País
h) Dando siempre, al mismo
tiempo, creciente impulso a la agricultura |
Sin
perder sus raíces en la tierra, esa élite crecía gradualmente en
instrucción, cultura y distinción de modales. Así se capacitaba para —aunque
fiel a su cuño agrícola— suministrar a la Nación gran número de
intelectuales, de comerciantes, de industriales, de estadistas, de
prohombres y damas de sociedad, que tanto valor y tanto realce dieron a
nuestra vida política, cultural y social.
Mientras
el “fazendeiro”, así transformado, ampliaba su radio de acción en
beneficio del País, por el hecho mismo que no dejaba de ser “fazendeiro”
seguía contribuyendo a nuestro progreso agrícola. El área plantada, el
número de familias que vivían del trabajo de la tierra, el volumen de la
producción y de la exportación, iban creciendo. Y gracias a las riquezas
así acumuladas, se afirmaba nuestro crédito en el exterior, y las
importaciones, sin perturbar nuestra balanza comercial, iban, pari
passu, aumentando. De este modo, el Brasil, en otro tiempo atrasado
y sin recursos, se iba equipando y adornando con todos los bienes del
mundo civilizado.
i) El cultivo de la tierra,
base de la prosperidad nacional |
El
cultivo de la tierra era, así, la base de la prosperidad nacional. El
impulso que ella dio al País se hizo notorio en el mundo entero. De ahí
vino la reputación de “tierra de abundancia” que el Brasil comenzó a
tener ya desde fines del siglo XIX. Éramos, con los Estados Unidos y
Argentina, la Canaán hacia la cual afluían, llenas de esperanza y
dinamismo, las muchedumbres de Europa, del Oriente Próximo y del Extremo
Oriente.
El principio básico de la
popularidad del “fazendeiro” era una natural afinidad de intereses
a) Entre el propietario y el
trabajador
b) Entre el propietario y el
País |
En
la consideración general que entonces rodeaba al agricultor —y con él al
criador, que bajo todos los aspectos le era igual— no se veía
principalmente al magnate que, señor de una fortuna estable y honrada,
podía dispensar favores. Veíase en él, sobre todo, al propietario
legítimo y benemérito que, al promover su propio bienestar, favorecía
conscientemente, por un profundo y natural encaje de intereses, el
bienestar de los trabajadores, promovía el progreso del principal factor
de desarrollo de los demás sectores económicos del País y contribuía a
la elevación de nuestro nivel general de cultura y civilización.
Desgaste y renovación de
cuadros
Este
vivo ligamento entre el interés del patrono y del trabajador, entre el
progreso de la iniciativa privada y el de la Nación toda, era
especialmente palpable por el proceso de conservación y renovación de la
élite. Ponía ésta todo su empeño en mantenerse y progresar. No podía
impedir, sin embargo, que ciertos elementos en sus filas, que se
desgastaban y corrompían, decayesen, desapareciendo rápida o
paulatinamente, en un merecido anonimato, ni que elementos nuevos y
rebosantes de vitalidad saliesen de las filas del asalariado para tener
acceso a la condición de propietarios, pequeños, medios o grandes.
Trabajadores ascendiendo a
la condición de propietarios |
Con
esto se les abría camino para su promoción cultural y social, más o
menos acentuada, que, con la ayuda del tiempo, de ahí resultaría
normalmente. Esta posibilidad de acceso del trabajador rural,
emprendedor y económico, a la condición de propietario, contribuyó en
buena medida a preparar dos hechos muy salientes de nuestra historia
económica reciente: la parcelación de zonas nuevas, hecha tantas veces
por grandes propietarios conquistadores de la selva virgen y,
paralelamente, el fraccionamiento orgánico y espontáneo de grandes
propiedades en zonas ya antiguas y densamente pobladas, donde las
conveniencias del tipo de cultivo inducían a esta transformación.
Tradición y progreso
Nuestra élite rural tradicional reveló, también en este punto, un
sentido profundo de las realidades, y prestó auténtico servicio al País.
No aceptó la falsa antítesis tradición-progreso. No quiso constituirse
como una casta herméticamente cerrada y ligada sólo al pasado. No
obstante, tampoco quiso renunciar a su propia continuidad, a su espíritu
y a sus tradiciones.
Y así,
si bien nuestra mejor élite de plantadores y criadores fue, de modo
general, la continuación histórica de las élites del pasado, un proceso
natural, legítimo, venía produciendo una decantación, dejando
desaparecer lo que perecía, y substituyendo por otros los elementos
muertos. Estos traían en sí las condiciones de vitalidad necesarias para
dar origen a nuevas familias, deseosas de incorporarse a la élite
existente y constituyendo así, nuevas fuentes de tradición fecunda y
dinámica.
Cuño esencialmente familiar
y hereditario
Mencionamos la familia; la familia cristiana, evidentemente, oriunda del
Sacramento del Matrimonio, bendecida por Dios y reconocida por el
Estado. Ella era el pilar de todo este orden de cosas, el cuadro en que
el hombre vivía, prosperaba y acumulaba riquezas espirituales y
materiales y en el cual, por fin, exhalaba el último suspiro implorando
la misericordia de Dios. Constituía así la familia un verdadero
relicario en que el agricultor, al morir, dejaba sus bienes espirituales
y materiales para la posteridad.
Familia y herencia:
continuidad y dinamismo |
La
institución de la familia funde en sí, armónicamente, la tradición y le
progreso
.
Puesto que en ella el legado del pasado no se marchita, sino que es
recogido por las generaciones nuevas que lo perpetúan y lo enriquecen
con su propia contribución. Fue el cuño familiar de esa élite el que le
aseguró su característica, al propio tiempo tradicional y dinámica.
Influencia vivificadora
y organizadora del pensamiento cristiano
Subyacente a este orden de cosas estaba una verdadera “filosofía”
cristiana, vivificada por toda una tradición católica diez veces
secular, heredada de la tierra lusitana. De esta tradición sólo
esbozamos aquí algunos grandiosos y armónicos lineamientos:
1. —
Legitimidad de la propiedad privada. Dignidad natural y sobrenatural del
trabajador. Armonía fundamental entre los intereses de éste y del
propietario rural.
2. —
Armonía fundamental entre los intereses del propietario rural y del
País.
3. —
Propiedad hereditaria que no debe existir sólo con su titular, sino que
debe sobrevivir en la familia legítima, célula del organismo social
dentro de la cual y para la cual vive el hombre.
4. —
Preponderancia del factor familia en la estructura social y,
consecuentemente, armonía entre tradición y progreso.
5.
— Juntamente con la continuidad de la estructura familiar a través de
las generaciones, existencia de un doble proceso de decantación de los
elementos desgastados y de asimilación paulatina de elementos nuevos,
aptos para injertarse en los cuadros de la élite, y para asimilar su
espíritu.
Los presupuestos de esta
concepción |
En
otros términos, esta tradición encierra como presupuestos:
* la
legitimidad de una diferencia de clases en el plano económico y social;
* la
posibilidad de tener cada uno una existencia digna y plenamente humana,
en las condiciones que le son propias;
* la
necesidad, para el bien del País, de que de esta diferenciación comedida
y armónica se siga una cooperación íntima.
En
una palabra, es en esto donde se funda la paz social. Y fue en esta paz
social donde el Brasil alcanzó, como ya dijimos, la merecida reputación
de ser uno de los países de mayor abundancia en el mundo.
Claro
está que la descripción hecha en el capítulo anterior corresponde
solamente a las líneas generales de lo que por mucho tiempo fue, y en
gran medida todavía es, nuestra estructura agraria. En el transcurso de
los años, y condicionada por circunstancias locales numerosas, conoció
esa estructura muchas variaciones. Lo que no impide —y éste es el punto
importante— que en sus grandes líneas y sobre todo en su espíritu, ella
se haya constituido así.
Aspectos generales
armónicos. Pormenores contradictorios
No
sería necesario, quizás, añadir que cuando se describe una estructura en
su espíritu y en sus líneas generales existe el peligro de omitir o
subestimar lo que en ella está en contradicción con ese espíritu o esas
líneas.
Como ya vimos en la
introducción
,
no entra en el encuadre de este trabajo dar una visión panorámica total
de nuestro pasado agrícola, o de nuestra situación presente, sino
mencionar tan sólo lo necesario al estudio del problema muy circunscrito
de que tratamos. Es, pues, a título de mero ejemplo, que recordamos cómo,
en varios lugares y en medida mayor o menor, la realidad se alejó de los
principios.
a) En lo tocante a la
situación del trabajador rural |
En
ciertas regiones, la protección del trabajador rural contra el
alcoholismo, el juego, la prostitución, la práctica de las uniones
ilegítimas, fue insuficiente o nula, y con esto quedaron debilitadas su
fibra moral, su vida familiar, su capacidad de trabajo y su espíritu de
economía. A veces podrían haberse concedido al hombre del campo salarios
más elevados, habitaciones más confortables y sanas, instrucción
adecuada y condiciones de vida más convenientes. La propaganda del
espiritismo y de las supersticiones de toda clase, nociva bajo todo
punto de vista, podría haber sido impedida o por lo menos
contrabalanceada. En muchos lugares, una mejor asistencia médica por
parte de los poderes públicos y de la iniciativa privada podría haber
favorecido la salud del trabajador rural. Son, como dejamos dicho, meros
ejemplos, que tanto podrían ser sacados del pasado como del presente.
Otros podrían aducirse.
b) Causas de esta situación,
en el propio trabajador rural
c) Causas de esta situación,
en el ambiente general del País |
La decadencia de la vida
religiosa en el campo produjo devastaciones morales sensibles en el
mundo de los trabajadores rurales. No pocas veces, por ejemplo, podrían
éstos haber atenuado o remediado su pobreza evitando la indolencia, el
gasto exagerado con la adquisición de objetos superfluos, con los vicios
del alcohol y del juego, que absorbían buena parte de su ya pequeño
salario.
Tales
efectos resultaron, en gran parte, de todo un estado de espíritu del
cual el agricultor con mucha frecuencia participó, aun cuando no fuera
él mismo, el foco. Ese estado de espíritu estaba arraigado tan
profundamente en todo el cuerpo social, que de él participaban, por
regla general, las autoridades públicas y los propios trabajadores
rurales.
Era
ésta una consecuencia del liberalismo, que dejaba al hombre entregado a
sí mismo. Ni el Estado ni el patrono debían traspasar el círculo de
hierro de sus funciones específicas. Que cada cual viviese como le
agradase. Y así, si por la indolencia, por la inapetencia de la
comodidad o instrucción, alguno no quería progresar... pues que se
estancase. A nadie sería lícito intervenir en sus derechos de
micro-soberano de su esfera privada para darle órdenes o ni siquiera
consejos. De ahí, a veces, en los propios beneficiarios, cierta reacción
de honor ofendido ante iniciativas que tendían a favorecerlos en nombre
de la justicia o de la caridad.
d) Causas de esta situación,
en el propietario:
Sed de placeres, gastos
excesivos
Obligaciones mal cumplidas
Deseo inmoderado de acumular
riquezas |
La
sed de placeres, característica del neo-paganismo, no perdonó ninguna
clase social. Así penetró también entre los agricultores, creando en
ellos, frecuentemente, la propensión a hacer gastos suntuarios en el
transcurso de sus viajes al exterior, a mantener una representación
social por demás onerosa en los grandes centros, a construir mansiones
rurales excesivamente lujosas, a comprar numerosos automóviles, etc.
Todo eso, acompañado a veces de gastos mayores aún con el juego y con
negocios temerarios.
De
la misma raíz nace naturalmente la avaricia en lo esencial, esto es, en
los gastos para conservar las tierras, remunerar dignamente a los
trabajadores y promover de una manera activa y diligente la elevación
espiritual y material de sus condiciones de vida.
Los
extremos se tocan. Con alguna frecuencia, estos mismos resultados
nocivos son consecuencia, no de los gastos excesivos sino del deseo
exagerado de acumular riqueza. Este deseo se originó, a veces, por la
infiltración de la mentalidad capitalista en el campo — tomando aquí en
su mal sentido una palabra que también puede tenerlo bueno.
Absteniéndose de considerar todos los demás aspectos de la vida, el
“fazendeiro capitalista” sólo veía como fin de ésta, su trabajo y su
propio enriquecimiento considerando al empleado como una máquina de la
cual debía sacar el máximo, dándole el mínimo. Hubo casos en que su
ansia de sacar pronto el mayor lucro posible, lo llevó a comprometer el
futuro de su propiedad, rehusando a la tierra el trato debido.
Insuficiente espíritu de
asociación |
Una
cierta incapacidad de los agricultores para organizarse e imponer a los
poderes públicos el respeto de sus derechos, puede también ser
considerada un defecto sensible de nuestro medio agrícola de entonces.
Este defecto tiende, además, a disminuir frente a las circunstancias,
aunque menos rápidamente de lo que sería de desear.
Las sombras del cuadro y
sus causas permanecen en la realidad presente
En la
medida en que aún existe nuestra vieja y benemérita estructura rural,
con ella sobreviven las sombras del cuadro, así como sus causas. Se
agravaron ellas por el hecho de que algunos fenómenos nocivos, aunque
muy incipientes, o quizás inexistentes en el comienzo del siglo, tomaron
de allí en adelante, una inquietante proporción. Mencionemos algunos.
Mentalidad "desruralizada" |
Uno
de ellos —del cual, a pesar de su importancia, poco se habla— es la
“desruralización” de los propietarios agrícolas. Muchos de ellos, aunque
vivan en el campo, toman allí la mentalidad, las actitudes y los hábitos
de ciudadanos exiliados. Su convivencia con los trabajadores es la menor
posible. El matrimonio y los hijos viven pendientes de la ciudad
próxima, donde encuentran las diversiones de que más gustan y
comprenden.
Hay
agricultores que viven en las capitales, yendo a la “fazenda” con sus
familias solamente a pasar las vacaciones, las cuales dejan transcurrir
en el trato exclusivo de los amigos que llevan consigo, sin tomar un
contacto vivo y personal con los trabajadores rurales. Otros, en fin,
pasan años sin hacer sino rapidísimas permanencias en su propiedad, el
tiempo indispensable para tomar algunas providencias y dar ciertas
directivas.
Pensarán, quizás, varios de esos agricultores que, dando con generosidad
asistencia material a sus colonos, cumplen cabalmente su deber. Su
generosidad debe alabarse. Sin embargo, no basta. Su posición de
“fazendeiros” pide que den algo más valioso a sus empleados, esto es,
hagan el don de sí, de su presencia, de su afabilidad, de su convivencia.
No
queremos decir —insistimos— que sea ésta la regla general. En todo caso,
los hechos que dejamos descritos son bastante numerosos como para que
sea justo e indispensable analizarlos aquí.
La
ausencia del campo proviene de un estado de espíritu que lleva al hombre
a vivir sólo para las diversiones, considerando monótona e insoportable
la existencia tranquila, digna, sin placeres excitantes que allí se
lleva.
Esta
vida, dedicada a la agricultura, y tan propicia a la práctica de la
virtud, la favorece la Iglesia con empeño.
Pío
XII, por ejemplo, la elogia con estas palabras:
“En
el presente como en el pasado, el campo tiene algo que dar que no está
meramente limitado a los bienes materiales: el campo es todavía una de
las más preciosas reservas de energías físicas y espirituales. De ahí la
estima y el interés con que la Iglesia ha mirado siempre a la
agricultura ‘omnium artium... innocentissima’, como la llama San
Agustín (De haeresibus, 46; P.L. 42, 37); y de ahí el vivo interés con
que especialmente hoy vuelve sus ojos a la población rural, que ya por
el contacto más directo con el misterio de la naturaleza, ya por el
mayor aislamiento que su mismo trabajo le impone, ha conservado
generalmente más vivo el sentimiento religioso, y de este modo ‘ha
seguido siendo hasta hoy como la mantenedora de la genuina tradición
cristiana’” (Discurso a los cultivadores directos, 11-IV-1956)
.
Y el
Santo Padre Juan XXIII, hablando sobre el mismo asunto, exclama:
“¡Amad
la tierra, madre fecunda y austera, que encierra en su seno los tesoros
de la Providencia! Amadla porque, especialmente en nuestros días, en que
se difunde una peligrosa mentalidad que arma celadas a los valores más
sagrados del hombre, encontraréis en ella el cuadro sereno donde se
desenvolverá vuestra personalidad perfecta. Amadla porque, en contacto
con ella y por vuestro noble trabajo, el alma podrá perfeccionarse más
fácilmente y elevarse a Dios”
.
Cada
vez más, el propietario va siendo, en el campo el gran ausente. Así va
perdiendo la conciencia de su misión de líder natural en sus tierras,
olvidando que le corresponde velar por sus trabajadores, promoviendo
entre ellos mejores condiciones de existencia. ¿Cómo evitar que, en
estas circunstancias, parezca a los trabajadores que el “fazendeiro” es
un elemento superfluo en la marcha de los trabajos agrícolas y, por
tanto, puede y debe ser visto únicamente como un parásito que hay que
extirpar? Será ésta una apreciación unilateral, y por tanto injusta,
pero cuyo lado erróneo es difícil que lleguen a comprender.
Además,
si el agricultor no concurre, con su presencia, para establecer con sus
empleados contactos vivos, de alma a alma, aunque condicionados a las
conveniencias de la jerarquía social, ¿cómo va a querer que éstos le
tengan estima y dedicación? Ahora bien, no hay vínculo de subordinación
que se mantenga durable, sin engendrar amargor y hasta espíritu de
rebeldía, si se fija únicamente en términos puramente funcionales y
económicos.
Como
se ve, hay en esta ausencia sistemática de tantos propietarios, una
ocasión para graves omisiones del deber y para la creación, a largo
plazo, de un clima pre-revolucionario entre los trabajadores.
En la
Revolución Francesa, los hombres del campo se levantaron contra los
señores que no vivían con ellos. Si por el contrario, los de la heroica
Vendée lucharon por sus señores contra la Revolución, es porque éstos
residían en sus tierras. ¿No habrá ahí una lección de la historia?
No
queremos decir con esto, que no existan diversas circunstancias que
tornen legítimo y hasta necesario para ciertos propietarios no morar en
su “fazenda”. Tampoco decimos que todos tengan que permanecer en ella
todo el año. Pero que, por regla general, estén allí por lo menos el
tiempo necesario para tener con el trabajador un contacto vivo y
auténtico, esto nos parece indispensable, si queremos evitar que entre
una y otra clase se establezca un “vacío” grandemente propicio para la
causa de la revolución social.
Carencia de un ambiente
familiar en las relaciones de trabajo |
Tal
vez se comprenda mejor la utilidad de esta convivencia si se considera
que, según la doctrina de la Iglesia, el patrón —y con él su esposa e
hijos— tiene una responsabilidad frente a sus trabajadores. En efecto,
los empleados domésticos son, en el lugar que les es propio, un
complemento del hogar: forman la llamada sociedad heril. Los
trabajadores agrícolas, aunque menos ligados a hogar del patrón, deben
beneficiarse de esa atmósfera de familia inherente a una concepción
cristiana de la propiedad.
Es
necesario que los patrones conozcan sus necesidades, las atiendan en la
medida en que sean justas y aun completen la acción de la justicia con
las larguezas de la caridad. Ahora bien, nada de esto puede ser hecho
debidamente si el “fazendeiro” y su familia está siempre ausentes del
campo.
El
trato afable de grandes con pequeños, aunque conservándose cada uno en
su posición, constituye una preciosa tradición de las verdaderas élites
en el Occidente cristiano.
Pío
XII describe este trato eximio en los términos siguientes:
“… las relaciones entre
clases y categorías desiguales deben permanecer regidas por una honesta
e imparcial justicia y ser a un tiempo animadas por el respeto y el
afecto mutuo que, aunque sin suprimir la disparidad, disminuya las
distancias y atempere los contrastes. Entre las familias verdaderamente
cristianas ¿acaso no vemos los mayores patricios y patricias vigilantes
y solícitos en conservar, para sus empleados y para todos que los rodean,
una conducta adecuada por cierto con su posición, pero exenta de
presunción, propensa a la cortesía y benevolencia en las palabras y
modos que demuestran la nobleza de sus corazones? Patricios y patricias
que ven en ellos hombres, hermanos, cristianos como ellos y a ellos
unidos en Cristo con los vínculos de la caridad, de aquella caridad que
aun en los antiguos palacios conforta, sostiene, ameniza y dulcifica la
vida entre los grandes y los humildes, máxime en las horas de dolor y
tristeza que nunca faltan aquí”
.
Negligencia en cuanto a la
misión de la Religión en la vida del campo |
Y
más que las necesidades materiales, deben atender los patrones a las
espirituales, valiéndose de su legítima influencia para, con el ejemplo
y la palabra inculcar el amor de Dios y la práctica de la virtud.
Así,
evitar a los trabajadores las ocasiones de contraer vicios, de practicar
acciones malas, favorecer y hasta promover entre ellos actos de piedad,
facilitar la acción del Clero, aconsejando a todos a que se casen
religiosamente, frecuenten los Sacramentos, hagan bautizar sus hijos y
los instruyan en la Religión, he ahí deberes que son específicos del
patrono católico.
En
cuanto a esta acción del “fazendeiro” en favor de la formación religiosa
de los colonos, no negamos que muchos se comportaron así en el pasado y
así proceden en el presente. De ahí les venía —y les viene— buena par de
su popularidad. Sin embargo, ¿cómo no lamentaremos que otros procedan de
distinto modo? Si los agricultores que atienden cumplidamente a esos
deberes son raros, y los que los pasan enteramente por alto, también lo
son, grande es el número de los que sólo en parte los cumplen. Y esa
negligencia parcial contribuye para que, poco a poco, Jesucristo vaya
saliendo de la vid del campo.
Consecuencia: un clima
pre-revolucionario |
De
donde sale Cristo, con El sale el orden. Y de donde sale el orden, allí
entra la Revolución.
Sabiamente lo dice Pío XI:
“… una de las principales causas de la confusión en que vivimos
proviene del hecho de haberse visto muy disminuida la autoridad del
derecho y el respeto al poder público — como consecuencia de no ver en
Dios, Creador y Gobernador del mundo, la fuente del derecho y de la
autoridad. También la paz cristiana pondrá remedio a este mal, porque se
identifica con la paz divina, y por lo mismo prescribe que se respeten
el orden, la ley y la autoridad”
.
Consideración equilibrada de
las fallas y problemas de nuestra vida rural
Hasta
hace muy poco, el consenso general del País Reconocía que estas y otras
tachas, merecedoras sin duda de remedios, algunos enérgicos y urgentes, no
implicaban negar la excelencia de los servicios prestados por la clase de
los agricultores y la institución de la propiedad rural, ni justificarían
una medida como la reforma drástica de la estructura agraria mediante la
supresión de las propiedades grandes y medias, con la consiguiente
transferencia de las respectivas tierras a los trabajadores.
Para corregir la vida
doméstica, matar a la familia
Lo que significa abolir o
restringir arbitrariamente la propiedad privada
Así lo entendióla opinión
brasileña, incluso en el auge de nuestras mayores crisis |
Esta
solución parecería, y con razón, tan inadecuada e injusta como la de quien,
viendo las graves y frecuentes fallas que existen actualmente en la vida
familiar, resolviera no reformar a los hombres y sus abusos, sino abolir
la institución de la familia, o cuando menos debilitarla.
Los
principios fundamentales de la propiedad privada, como los de la familia,
derivan de la propia naturaleza de las cosas, y por tanto de Dios, Autor
de la naturaleza
.
Construir una sociedad menospreciando estos principios es lo mismo que
construir un edificio sin tener en cuenta las leyes de la Física.
Por
esto mismo, no obstante los diferentes infortunios que tuvo que sufrir
—por ejemplo, en la época de la grave crisis del café en 1929— el
agricultor infeliz, oprimido, casi diríamos perseguido, continuó rodeado
de la estima y consideración general. A nadie se le ocurría ver en él la
causa de la crisis por la cual el País pasaba, sino más bien su víctima.
Es que, más o menos explícitas, las verdades que hace poco enunciamos y en
las cuales se basaba el prestigio del agricultor, eran aceptadas sin
contradicción.
El falseamiento del problema
Esta
visión quedó clara mientras los principios en que se funda nuestra
estructura agrícola tradicional, estaban presentes y vivos en el espíritu
de todos los brasileños.
La
decadencia religiosa de que ya hablamos, y que afectó a ciudades y campos,
dejó extinguirse gradualmente aquellos principios. Entre nosotros, son
pocos, hoy, los que los niegan. Pero, a fuerza no oír hablar de ellos, van
olvidándose, ahora de un principio, después de otro, y la firme estructura
ideológica antigua se va reduciendo así a la categoría de algunas
convicciones dispersas, algunos hábitos mentales, algunas antiguas
simpatías. Quedó, de este modo, abierta la puerta a los espíritus para
aceptar sin prevención, principios que contienen en sí mismos, implícita o
explícitamente, la idea de que el interés público se opone al interés
particular, y de que, consiguientemente, el propietario rural no es un
elemento social útil, sino un parásito. Describiremos más adelante el
sutil proceso de esta transformación.
Partiendo de una visión así transformada, no es difícil que el brasileño
medio venga a tomar una actitud de antipatía en relación a nuestra actual
estructura agraria. Puede parecerle muy plausible que toda la crisis
actual proceda de esa estructura. Queda configurado de este modo un
problema rural que no existe.
Para ese
problema inexistente, parece enteramente natural una solución falsa: la
reforma igualitaria de la estructura rural, esto es la “Reforma Agraria
Socialista”.
Esta
solución merece la calificación de falsa bajo dos puntos de vista. En
primer lugar, como es obvio, porque imaginar en determinada situación
concreta un problema inexistente es imponer una solución falsa, la cual, a
su vez, creará problemas auténticos. En segundo lugar, calificamos de
falsa esta solución porque es contraria, como veremos, a los principios
inmutables de todo orden humano.
NOTAS
El verdadero significado de la tradición y su importancia en una
concepción cristiana de la vida, los puso de relieve Pío XII con estas
palabras dirigidas la
Nobleza y al
Patriciado Romano, en 19 de enero de 1944.
Las citamos por su oportunidad en una época en que el papel de la
tradición es tan poco comprendido:
“La tradición es
cosa muy diferente del simple apego a un pasado desaparecido; es
justamente lo contrario de una reacción que desconfíe de todo sano
progreso. El propio término, etimológicamente, es sinónimo de camino y
marcha hacia adelante; sinonimia y no identidad. En efecto, mientras
el progreso significa solamente el hecho de caminar hacia adelante,
paso a paso, procurando con la mirada un incierto porvenir, la
tradición indica, también, un camino hacia adelante, pero un camino
continuo, que se desenvuelve al mismo tiempo tranquilo y vivaz, de
acuerdo con las leyes de la vida, escapando a la angustiosa
alternativa ‘si jeuness savait, si vieillesse pouvait’.
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