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Antecedentes HISTORICOS
Parte II
Capítulo 4 - 1er. parte
¿Cómo se ha inoculado en España la narcosis ecuménica?
En sus trazos esenciales hemos descrito en los capítulos anteriores los factores psicodoctrinales que deterioraron las mentalidades y la vida ideológica nacional y que deben tenerse en cuenta en cualquier análisis serio de la España de hoy. Nos queda por ver en este capítulo, antes de pasar a tratar de la peculiar revolución promovida desde el Gobierno por el PSOE —objetivo básico de este libro— cómo se pasó históricamente de la España del Alzamiento a la España narcotizada por el ecumenismo, entendido éste en el sentido específico que le hemos dado.
I — De la indolencia acomodada al Alzamiento del 36
Las diversas etapas de la evolución psicológica de los pueblos se parecen a las de los individuos. Con la diferencia de que un hombre recorre en pocos años lo que un pueblo puede tardar cien o más en recorrer. Esta analogía entre la vida de los individuos y el comportamiento colectivo de los grupos sociales, de las regiones o de los países, puede ser una clave para la interpretación histórica, que permita destilar lo que hay de esencial en la evolución de una sociedad, sin perderse en las mil facetas transitorias y contingentes que los hechos presentan. De cualquier modo, el tener presente esta analogía en el caso que estudiamos, posibilita ofrecer al lector un cuadro suficientemente amplio, accesible y, sobre todo, sintético. Somos conscientes de las limitaciones inevitables que comporta el estudio del panorama general de un periodo histórico. Pero es la contribución que nos cabe hacer en este momento, para ofrecer una explicación-piloto de la desconcertante actualidad española.
1- Una metáfora explicativa: el héroe y la venalidad de la edad maduraLa España católica del 36 —aún cuando dividida en diversas corrientes— podría compararse a un hombre animado un día por un idealismo robusto y combativo en el que lo espiritual primaba sobre lo material, lo eterno sobre lo pasajero, lo absoluto sobre lo relativo, lo celestial sobre lo terreno; y que se encontraba dispuesto, en la aurora de su vocación, a realizar cualquier forma de heroísmo para hacer prevalecer en su vida cotidiana la luz de la fe que iluminaba tan vivamente su espíritu. Así, amó mucho más la nobleza que el lujo, los placeres sobrios de la vida de familia y el trato con personas de grandes horizontes, que las diversiones y comodidades. Las dificultades de la vida no lo doblegaban. Consideraba de frente el dolor, la lucha y la misma muerte. Veía en ello un medio puesto por Dios para hacer florecer las mejores cualidades del alma humana en este valle de lágrimas y alcanzar la recompensa eterna. Por eso afrontaba con naturalidad el peligro, con fuerza la adversidad, con serenidad el sufrimiento, de un modo que desconcertaba a los espíritus menos elevados y pusilánimes. Pero al llegar a lo que alguien llamó la venalidad de la edad madura, nuestro hombre, sin ceder del todo, pactó con ella. No se corrompió como muchos lo hacen, pero dejó que la duda, el escepticismo y la tibieza se introdujeran en su alma, dividiéndola y debilitándola. Pasó, entonces, a considerar el ideal católico que iluminó su adolescencia, como algo muy difícil de realizar, casi un sueño, que tropezaba con toda clase de dificultades, maledicencias o persecuciones. Sus ideales y proyectos grandiosos los fue abandonando y sin llegar aún a la degradación moral, aceptó con indolencia la decadencia suave y acomodaticia. A estas alturas le sobrevino bruscamente una tragedia, obligándole a luchar. En el fragor de la contienda revivió el héroe adormecido y renacieron las esperanzas de su primer idealismo.
2- El estado de España en los años que antecedieron al 36Esto fue lo que sucedió con la España católica cuando se desató sobre ella la saña de la persecución religiosa de la república socialo-comunista. Su fidelidad a la tradición y su tendencia a la perfección se encontraban muy comprometidas por el clima de laicismo liberal que desde hacía más de un siglo dominaba en Europa; por las corrientes positivistas y materialistas que afectaban la cultura y por el ansia creciente de dinero y de placer que se extendió por Occidente con nueva intensidad después de la I Guerra Mundial. La difusión del cine como espectáculo al alcance de un número cada vez mayor de personas, contribuyó a dar prestigio a los nuevos estilos de vida informales, opuestos al noble decoro, a la vez serio y ameno, de las antiguas costumbres. El deterioro social estaba más avanzado en el resto de Europa, pero no dejaba de sentirse en la España de los años 20, más en las élites, un tanto cosmopolitas, que en la mayoría de la población*.
* La decadencia del espíritu categórico y polémico que vamos a analizar en este capítulo se dio, a su modo, dentro de cada una de las corrientes en las que estaba dividida la España católica del 36. No corresponde a la finalidad de nuestro trabajo estudiar las diversas formas de decadencia en cada una de ellas. Sólo deseamos ofrecer a los lectores algunos elementos de análisis que les puedan ayudar a contribuir para dar un nuevo rumbo ideológico al país.
3- España entra en la luchaSin embargo, ante el impacto brutal de la revolución marxista anticristiana, la España católica, animada por la fuerza y el dinamismo de un pueblo batallador, movida por sus viejos ideales, sacudió la acomodación indolente, las dudas, y entró en la lucha.
II — En el terrible fragor de la contienda renace el ideal de una restauración católica
Evidentemente, del lado de las armas nacionales no todos tenían en su integridad el ideal de una España con instituciones temporales modeladas por la doctrina de la Iglesia. Algunos, por ejemplo, se levantaron para defender la paz social y la libertad, que corrían el riesgo de ser sepultadas para siempre por la anticivilización marxista. Pero incluso los de formación laica, entraron en la lucha gracias a la huella dejada en su espíritu por una multisecular tradición de militancia católica. Es también innegable que en el lado nacional hubo excesos incompatibles con las exigencias de la moral cristiana. Pero tales excesos fueron esporádicos y practicados en el fragor de una guerra en la que socialistas, comunistas y anarquistas, además de violar omnímodamente las leyes natural y divina, dieron rienda suelta a su odio anticristiano con manifestaciones de crueldad inmensamente mayores y verdaderamente satánicas.
1- Un soplo de conversión recorre los campos de batallaLo esencial, es que el magnífico vigor de la reacción popular anticomunista y las manifestaciones de heroísmo fueron adquiriendo un sentido predominantemente religioso, que influyó en las diversas corrientes de las filas nacionales. Desde los requetés de Navarra, que marchaban al asalto de las trincheras rojas cantando himnos a la Virgen y a su Rey, hasta los gloriosos defensores del Alcázar de Toledo o del Santuario de Santa María de la Cabeza, pasando por militantes de Acción Católica y civiles sin filiación política que se ofrecían como voluntarios, todos realizaron proezas que tuvieron el carácter de actos heroicos de afirmación de la Fe. Por su parte, los eclesiásticos, que no podían empuñar las armas, dieron testimonio de su fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia, con un número impresionante de mártires, víctimas de la impiedad revolucionaria. Cayeron asesinados por los marxistas: 13 obispos, 4.184 sacerdotes seculares, 2.365 religiosos y 283 religiosas (13 por 100 del clero secular y 23 por 100 del regular) [1]. Por todo ello, el cardenal Goma pudo escribir en sus informes a la Santa Sede que la Jerarquía española consideraba el Alzamiento como una verdadera cruzada*.
* Así se expresa el cardenal: “la opinión pública ha considerado esta guerra como una verdadera cruzada”. “La Jerarquía se ha adherido entusiasta (...) al movimiento, que ha considerado como una verdadera cruzada en pro de la religión” (apud monseñor José GUERRA CAMPOS, La Iglesia en España (1936-1975), p. 21). El cardenal Plá y Deniel escribió el 30 de septiembre de 1936 que la lucha “reviste la forma externa de una guerra civil, pero en realidad es una cruzada” (ib., pp. 21-22). Quien quiera venerar la memoria de los héroes de la Fe y conocer los edificantes episodios de este verdadero martirologio español, así como recordar el odio de que son capaces los enemigos de la Iglesia y de la Cristiandad, puede recurrir a la clásica Historia de la Persecución Religiosa en España 1936-1939 de monseñor Antonio MONTERO MORENO. En presencia de los hechos narrados y rigurosamente documentados en su obra, el autor concluye con toda justicia que “en toda la historia de la universal Iglesia no hay un solo precedente, ni siquiera en las persecuciones romanas”, del martirio de un tal número de eclesiásticos en el corto periodo de seis meses. “Se trata de un hecho eclesial de primera magnitud que sería miope querer reducir a los estrechos límites de la historia de España” (op. cit., pp. XIII y XIV).
2- Las esperanzas de la restauraciónEn los campos de batalla renació para muchos la esperanza de una vida católica marcada por el fervor y el deseo de perfección plena, concretándose en costumbres e instituciones temporales en que resplandeciera la doctrina de la Iglesia, conforme a nuestras mejores tradiciones*.
* Los obispos comprendieron esta transformación que se manifestaba por todas partes, y en la conferencia de metropolitanos del 2 y 3 de mayo de 1939 propusieron restaurar la vida cristiana teniendo en vista “la buena disposición en que ahora están las autoridades y los pueblos en general” (acta en Hispania Sacra 34, apud “Boletín oficial del obispado de Cuenca”, n° 5, mayo 1986, p. 27).
Desde lo alto de la cátedra de San Pedro, Pío XII vino al encuentro de tal esperanza en significativo radiomensaje dirigido a nuestra nación el 16 de abril de 1939, pocos días después de la victoria de las armas nacionales: “Los designios de la Providencia, amadísimos hijos, se han vuelto a manifestar una vez más sobre la heroica España. La Nación elegida por Dios como principal instrumento de evangelización del Nuevo Mundo y como baluarte inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo están los valores eternos de la religión y del espíritu. (...) Este primordial significado de vuestra victoria Nos hace concebir las más halagüeñas esperanzas, de que Dios en su misericordia se dignará conducir a España por el seguro camino de su tradicional y católica grandeza; la cual ha de ser el norte que oriente a todos los españoles, amantes de su Religión y de su Patria, en el esfuerzo de organizar la vida de la Nación en perfecta consonancia con su nobilísima historia de fe, piedad y civilización católicas.” [2]
3- Una disposición de espíritu que para ser completamente eficaz debía llegar a su plenitudSin embargo, para que esta esperanza se transformase en realidad era necesario que las tendencias hacia una restauración católica, despertadas por la terrible prueba de la guerra, hubiesen llegado a su plenitud. Sólo así podría pensarse en un drenaje eficaz de las zonas pantanosas del alma de nuestra patria, donde se nutrían los gérmenes del materialismo y del relativismo ideológico y moral. Sólo así podría surgir del conflicto una España católica capaz de ser también heroica y vigilante en la paz.
III — Factores que constituyeron una prueba decisiva para lo más dinámico del ímpetu restaurador
No obstante —y aquí es donde comienza de nuevo el drama de España— la guerra tuvo tal violencia que sorprendió incluso a los más heroicos combatientes del lado nacional. La radicalidad de los crímenes con los que el bando socialo-comunista desafió al pueblo católico, aun a sabiendas de la reacción que habría de provocar, fue más allá de lo imaginable. Y la contienda, con todos sus atroces y prolongados sufrimientos, tardó demasiado en resolverse.
1- Un impacto psicológico profundo cuyo alcance pocos comprendieron: el “nunca más”...La España católica que había vivido años de indolencia tuvo, sin embargo, intransigencia y fervor suficientes para enfrentar la agresión: su estado de acomodación anterior la había hecho relegar los ideales heroicos y caballerescos al terreno de los recuerdos nostálgicos, aunque no a abandonarlos del todo. Cuando se le exigieron actos de suprema bravura, que ya no esperaba tener que realizar, los practicó en abundancia, pero al final estaba exhausta. Todo ello tuvo un impacto psicológico profundo —poco comentado por los analistas e historiadores — y cuyos efectos se volverían patentes con el transcurso del tiempo: incluso entre los más heroicos luchadores del Alzamiento fueron muchos los que — ante un sufrimiento mayor y más prolongado del que esperaban — tuvieron este desahogo: “Hemos cumplido con nuestro deber, pero otra como ésta ¡nunca más!...”. Esta reacción fue más acentuada, naturalmente, en aquéllos en que el idealismo estaba más apagado cuando les cogió la guerra. Muchos terminaron, pues, el conflicto extenuados por el esfuerzo realizado, con una náusea inconfesada de heroísmo, y alimentando confusamente la quimera de un mundo futuro del que estuvieran ausentes el sufrimiento y la lucha.
2 — Las complejidades del día siguiente: condiciones provisionales y precarias del nuevo régimenEl triunfo de la España católica era un hecho incontestable. Sin embargo, el día siguiente — el de la restauración católica — presentaba complejidades para los nuevos gobernantes. Complejidades que naturalmente no habían sido previstas por el valiente soldado de trinchera, que imaginaba ver restauradas pronta e íntegramente las gloriosas tradiciones hispánicas en un nuevo futuro de grandeza.
En el mismo año en que acabó nuestra contienda comenzaba la guerra mundial. La suerte del régimen provisional que inauguraba el Generalísimo quedaba en gran medida supeditada al desenlace de la II Guerra. Las potencias del Eje lo habían apoyado, mientras que los Aliados no escondían su simpatía por el bando republicano derrotado. Por eso no le fue fácil al Jefe de Estado mantenernos al margen del nuevo conflicto. Cuando éste terminó, la hostilidad político-diplomática de los Aliados se hizo sentir de modo apremiante. Por otra parte, las organizaciones que constituían la base de sustentación política del nuevo régimen no formaban un conjunto homogéneo. En efecto, si las aspiraciones del pueblo católico español coincidían en retomar cuanto antes “con nuevo vigor a las antiguas tradiciones cristianas”, para usar las palabras de Pío XII [3], era cierto también que Franco, por la naturaleza de su cargo y funciones, aparecía como un punto de encuentro entre las distintas organizaciones, que aspiraban a expresar los ideales del Alzamiento de modos diversos y hasta divergentes. Las unía en torno al Caudillo la tarea de defender España contra el enemigo común: el marxismo internacional. A la difícil situación política y diplomática se sumaba el hecho de que el país estaba saliendo del conflicto interno con su economía destrozada, lo que le acarreaba una situación de extrema penuria. La contienda mundial no haría sino agravar tal situación, prolongando sus consecuencias por largos años. Todo ello hacía difícil que las aspiraciones de un ideal contrarrevolucionario católico, depuradas e intensificadas durante el Alzamiento, pudieran desarrollarse normalmente, asumiendo una forma precisa y definitiva que impregnase las costumbres y las instituciones. Sin que los nuevos gobernantes lo declarasen, la situación provisional que surgió en el 39 se iba prolongando: la supremacía de cualquier tendencia, todo movimiento de afirmación inhábil o prematuro podían poner en entredicho el equilibrio inestable. Era necesario, ante todo, cerrar filas para contener nuevos asaltos del comunismo. El ideal de una restauración católica de la nación quedaba postergado para un momento más propicio. Esto tuvo una consecuencia quizás difícil de evaluar en ese delicado periodo: la prolongada espera de una definición acabó por enfriar el ánimo restaurador que había llevado a los más fervorosos a desear, en el entusiasmo del frente, la completa realización del ideal contrarrevolucionario. Este enfriamiento tuvo efectos profundos, aunque difíciles de medir, en el ablandamiento paulatino de la fibra anticomunista de sectores de la opinión católica.
IV — El pacifismo utópico en Yalta anuncia la mentalidad “ecumenista”. El aislamiento de España
1- El trauma provocado por los horrores de la II GuerraEl impacto profundo que los sufrimientos de nuestra contienda produjeron entre nosotros se repitió, a escala mundial, a raíz de los horrores y matanzas de la II Guerra. En efecto, el temor a las armas atómicas y la extenuación en que quedó la humanidad la llevaron a rechazar las discusiones de carácter doctrinal, particularmente aquéllas que pudiesen deteriorar las relaciones entre los Estados Unidos y Rusia conduciendo nuevamente a la guerra. Desde el fondo de los espíritus —incluso de los más combativos— afloró instintivamente un propósito: “¡nunca más!”. Los delirios hitlerianos, las crueldades de los campos de concentración y de exterminio, los millones de muertos, las ciudades arrasadas por los bombardeos, la agricultura destrozada, la economía en ruinas, el hambre, la confusión y los falsos dilemas planteados dejaron huellas profundas en una sociedad que en los años previos a la catástrofe ya se encontraba enervada por el placer. El resultado fue que, al volverse contra las funestas caricaturas nazifascistas del heroísmo y de la intransigencia doctrinal, la opinión pública acabó rechazando con hastío el propio heroísmo y la fe en valores absolutos. El pavor de un nuevo conflicto mundial pasó a ser, en manos del pacifismo relativista, un instrumento de propaganda permanente en favor de un mundo sin principios definidos ni barreras ideológicas. 2- Yalta: una nueva mentalidad en el escenario occidental. Su hombre símbolo
a) La personalidad de Roosevelt.— Precisamente entre los aliados vencedores surgía un hombre símbolo del pacifismo y verdadero precursor del ecumenismo: el presidente de la gran potencia vencedora en el conflicto mundial, Franklin Delano Roosevelt.
Europa estaba abrumada. Muchos la consideraban un mundo envejecido, envuelto en los esplendores de un pasado que el hombre moderno comprendía cada vez menos, dividida por rivalidades nacionales caducas y amenazando a todo momento suscitar guerras catastróficas. En sentido contrario, Roosevelt con su permanente sonrisa optimista se presentaba con el prestigio de un mundo nuevo, democrático, abierto e igualitario, pletórico de dinamismo, riquezas y sentido práctico. Su personalidad irradiaba la idea de que un mundo de pesadilla quedaba atrás, y otro nuevo se abría a los hombres exhaustos. Un mundo con estilos de vida simples y sin protocolos, en el que todo se conseguiría con facilidad, sin enfrentamientos, precisamente porque la seriedad, el heroísmo, la primacía de las cuestiones religiosas, morales e ideológicas estaban siendo reemplazadas por una posición pragmática y positiva que creía en la fundamental bondad de todos los hombres. Esta nueva mentalidad tuvo su estreno político mundial en la conferencia de Yalta, la ciudad de Crimea donde el sanguinario Stalin solía pasar sus vacaciones. En la célebre conferencia internacional, frente a un mundo comunista todavía sin fuerzas, la política rooseveltiana se aplicó hasta sus últimas consecuencias: en lugar de usar al poderío norteamericano para neutralizar la amenaza del imperialismo ideológico comunista que comenzaba a expandirse por el mundo, se prefirió una actitud abierta, confiada y generosa hacia el amo del Kremlin.
b) Su filosofía. — El hombre —según este pacifismo— es naturalmente bueno. Sólo practica agresiones, violencias o crímenes, cuando no se le trata con bondad, concesiones y muestras ilimitadas de confianza. La polémica es siempre contraproducente y debe ser reemplazada por el diálogo. De ahí que en la Conferencia de Yalta se propugnase el diálogo con Rusia, y como muestra de buena voluntad y confianza se le otorgasen amplias concesiones políticas que dieron origen posteriormente a una torrencial ayuda económica. Ahora bien, este modo de ver al hombre es lo opuesto de lo que enseña la doctrina católica sobre el pecado original y la acción del demonio en la tierra. En esta vida los hombres están en estado de prueba y sujetos a las tentaciones del demonio. El pecado original los debilitó en su capacidad de escoger el bien y rechazar el mal. Debilidad que fue aumentando con los pecados cometidos a lo largo de la Historia. Por eso, los conflictos, las guerras, las revoluciones son provocados mucho más por la maldad de los hombres que por el trato inhábil que se les dé. Esto es particularmente verdadero en relación al comunismo. Por mucho que Occidente trate con cordialidad a los regímenes comunistas, nunca podrá suprimir el antagonismo radical que lo separa de ellos. Antagonismo que es un reflejo de la oposición existente entre el bien y el mal, la verdad y el error, la belleza y la fealdad. En consecuencia, este pacifismo que comenzó a modelarse en las negociaciones de Yalta engendró una concepción quimérica — contraria a la doctrina católica y a la realidad más evidente — capaz de formar agradables espejismos en un mundo cansado de la guerra, en un mundo ávido de paz y que quiso creer que las relaciones cordiales entre los hombres extinguirían para siempre las fuentes de las disputas y conflictos.
c) Las consecuencias.— El resultado fue que en una semana los vencedores entregaron media Europa a la voracidad soviética, escribiéndose así una de las páginas más negras de la historia contemporánea*.
* En febrero de 1945, cuando aún no había terminado la guerra, Churchill, Roosevelt y Stalin se reunieron para establecer los fundamentos de la paz venidera. Pese a la presencia de los ejércitos rusos en el Este europeo, Roosevelt creyó posible establecer regímenes democráticos en dicha región. Se determinó la instalación de gobiernos provisionales con participación comunista en Polonia y Yugoslavia, con el compromiso de convocar elecciones libres garantizadas por Moscú... De manera análoga las potencias vencedoras pactaron la división de Alemania, lo cual trajo como consecuencia el dominio ruso sobre una gran parte de ella. Tales resoluciones y la subsecuente política internacional conducida bajo esa orientación acarrearon, poco después, la caída de toda Europa oriental en las garras soviéticas. La política rooseveltiana de la postguerra forzó también la retirada de Inglaterra y de las demás potencias occidentales de sus respectivas colonias. A medida que el proceso descolonizador se fue operando, el imperialismo comunista fue llenando el vacío dejado y esclavizando, sin protestas de las naciones democráticas, gran parte de las antiguas colonias.
3- El pacifismo quimérico se vuelve contra la España del AlzamientoBajo la influencia del espíritu rooseveltiano, la España nacida del Alzamiento, a pesar de haberse mantenido neutral durante la guerra, pasó a ser considerada con antipatía, como un foco de anticomunismo ideológico y militante que debía ser circunscrito o extinguido para no perjudicar la distensión total para cuyo logro Roosevelt había hecho y exigido tan inmensos sacrificios a sus aliados. En la conferencia de Potsdam, que reunió a los aliados ya vencedores, el régimen de Franco era condenado; el 9 de febrero de 1946 la ONU ratificaba dicha condena; el 1 de marzo de ese mismo año era cerrada la frontera franco-española y publicada una declaración anglo-americana contra el régimen. Y el 13 de diciembre la ONU recomendaba a los países miembros la retirada de los embajadores de Madrid. Muchos lo hicieron efectivamente, y al bloqueo diplomático se siguió el económico*.
* En estricta coherencia, la política de diálogo que Roosevelt y su sucesor, Trumman, adoptaron con Rusia debieron también haberla practicado con España. No fue lo que ocurrió. En efecto, el pacifismo quimérico consideró a Rusia desde una óptica en la cual el pecado original, la maldad actual y la acción del demonio no se tenían en cuenta. Por el contrario, ese mismo pacifismo consideraba a España como un foco de influencia maligna y culpable, que se trataba de eliminar por medio de la hostilidad político-diplomática y del boicot económico. En realidad, el pacifismo — que se afirmaba liberal— no soportaba —como todos los liberalismos — a quienes fuesen contrarios a su permisividad relativista...
NOTAS
[1] MONTERO MORENO, Historia de la Persecución Religiosa en España 1936-1939, pp. 761-763. [2] PIO XII, Discorsi e Radiomessaggi, vol. I, pp. 51-52. [3] Cfr. Plinio CORRÊA DE OLIVEIRA, O triunfo da Hespanha cathólica in "Legionário", São Paulo, Brasil, n° 343, 9-4-1939.
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