Transfiguración del Señor (6/8): en las peores horas, recordemos las mejores, para poder confiar en el mañana

“Santo del Día”, 6 de agosto de 1965

A D V E R T E N C I A

Este texto es trascripción y adaptación de cinta magnetofónica con conferencias del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigidas a los socios y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.
Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

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Hoy es la fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo. El Papa Calixto III ordenó que esta fiesta se celebrara solemnemente en toda la cristiandad en acción de gracias por la derrota de los turcos en Belgrado, debida especialmente a San Juan de Capistrano en el siglo XV. Hoy comienza la novena de Nuestra Señora de la Asunción.

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Transfiguración (Beato Angélico, Museo de San Marcos, Florencia)

Todos Uds. conocen el episodio narrado por el Evangelio: Nuestro Señor asciende con dos discípulos a la cima del monte Tabor y en un determinado momento se manifiesta en toda su gloria. Con Moisés a un lado y Elías, nuestro padre espiritual (puesto que Elías Profeta es el padre espiritual de la Orden del Carmen, de la que el Prof. Plinio y muchos de sus seguidores eran miembros de la orden tercera, n.d.c.), al otro lado. Los discípulos se dejan llevar tanto por su gloria que expresan el deseo de permanecer allí. Poco a poco esta gloria externa, extrínseca, disminuye, los discípulos empiezan a ver las cosas más o menos como eran antes de la Transfiguración y luego caen por completo en la normalidad; algún tiempo más y Nuestro Señor baja del monte Tabor. La majestad que reveló fue tan grande que la gente gritaba de miedo ante Él, tan majestuoso era.

Estos hechos nos llevan a algunas consideraciones: ¿cómo es la majestad de Nuestro Señor Jesucristo? Los pintores que suelen presentar la Transfiguración no dan este aspecto, sino que lo presentan con una fisonomía muy plácida y serena, los dos Apóstoles mirándolo en una gran actitud de admiración. Es verdad que Nuestro Señor está rodeado de gran gloria, pero Él es la placidez misma, la serenidad misma, la afabilidad misma. Esto estaba ciertamente presente en la aparición de Cristo transfigurado, y este modo de representación no es en absoluto falso.

Pero Nuestro Señor —en la infinita riqueza de su santidad y de su Persona— tenía los actos de todas las virtudes al mismo tiempo, llevados hasta el último extremo. La perfección más sublime se combinaba, al mismo tiempo, con toda esta afabilidad, con tal majestad y tal superioridad que no guardaba proporción con ningún concepto humano. Precisamente por eso, y porque la superioridad infunde legítimamente al mismo tiempo respeto, afecto y miedo, que es el temor del Señor.

Así pues, por todas estas razones juntas, Nuestro Señor representaba también allí un rostro de una sublimidad, de una nobleza regia, de un poder, de una seriedad, de una gravedad y de una fuerza que dejaba atónitos y temblorosos de miedo a quienes lo veían.

Ojalá hubiera pintores que pudieran pintar también ese aspecto de la Transfiguración de Nuestro Señor, para: 1) comprender el hecho tal como fue y 2) borrar la idea de un Jesucristo que no hizo otra cosa durante su vida que tener actitudes benévolas; para comprender que esas actitudes benévolas son adorables, maravillosas, deben llenar el alma, siempre que se comprenda que también importavan lo contrario, porque las virtudes extremas y contrarias constituyen la perfección de la santidad.

No creo que pueda haber un pintor con el talento suficiente para retratar los dos aspectos de la Transfiguración al mismo tiempo. Pues hace falta una mente que no sé cómo, y un talento que no sé cómo, para poder pintar ambos simultáneamente, de tal manera que estos dos aspectos aparezcan juntos. Entonces tendríamos una visión de lo que fue aquel hermoso episodio.

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El monte Tabor, donde tuvo lugar la Transfiguración

Otra observación: los discípulos a los que Nuestro Señor llamó al Tabor eran los que Él quiso más cerca de Sí en el Huerto de los Olivos. Y esto porque precisamente los que más habían presenciado Su gloria debían también compartir más íntimamente Su dolor, debían tener más fe en Su divinidad en el momento en que ella parecía ser flagrantemente negada por las humillaciones en las que tuvo que entrar.

A este propósito hay que hacer una consideración: cuántas veces y con qué frecuencia veo cosas verdaderamente maravillosas que la Virgen obra en nuestro apostolado y que llenan de alegría a las almas. A veces me dan ganas de decir a ciertas personas: ¡Caro amigo, estás tan alegre, alegrate aún más! Pero pide como compensación la gracia de ser fiel en los momentos de dolor.

Porque puede llegar un momento en que todas estas glorias parezcan anuladas. Puede haber un tiempo en que todas las humillaciones caigan sobre nosotros. Puede haber un tiempo en que todas nuestras esperanzas parezcan pisoteadas. Tú que ves ahora el “dedo” de Nuestra Señora en un episodio así, date cuenta de que Ella nunca pone su “dedo” de Reina y Sede de la Sabiduría sobre una cosa en vano, sin que tenga una continuación. Y en los peores momentos, recuerdate de los mejores, para que puedas confiar en el mañana.

Es una consideración que viene muy a propósito en la fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo.

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