A D V E R T E N C I A
Este texto es excerta de una trascripción de cinta grabada con la conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a corresponsales y esclarecedores de la TFP. Traducción y adaptación por este sitio. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.
Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia con relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.
“Santo del Día” — 26 de marzo de 1965
San Policarpo (Siglo II) y San Juan Crisóstomo (Siglo VI) fueron dos obispos combativos que atacaron reciamente los errores de su tiempo, y por ello fueron perseguidos * Pidamos a la Virgen que se apiade de la Santa Iglesia y suscite obispos que enseñen a los fieles el espíritu de lucha.
San Policarpo, obispo y mártir, discípulo de San Juan y obispo de Esmirna. Combatió a los herejes que enseñaban que la Encarnación del Verbo era solo aparente. Siglo II [N.C.: en el calendario actual se celebra el día 23 de febrero].
Mañana es la fiesta de San Juan Crisóstomo, obispo, confesor y doctor de la Iglesia [N.C.: en el calendario actual se celebra el día 13 de septiembre]; su valor para extirpar los vicios, reprendiéndolos una y otra vez, le valió el exilio y toda clase de malos tratos. Siglo VI.
Hoy tenemos que comentar dos santos, uno del siglo II y otro del siglo VI. Separados, por tanto, por doscientos años, lo que nos parece, desde una perspectiva histórica, muy poco tiempo cuando pensamos en siglos tan remotos, pero es más o menos la misma diferencia, exactamente la misma diferencia que hay entre 1956 y el año 1756 y, por tanto, la mitad del reinado de Luis XV.
Como vemos, se trata de dos obispos separados por mucho tiempo el uno del otro y, por supuesto, San Juan Crisóstomo consideraba a San Policarpo como una figura remota, pasada, ya de los viejos anales de la historia, etc., etc. Sin embargo, observamos una constante en ambos: uno es discípulo de San Juan; es, por tanto, discípulo de quien es considerado por excelencia el Apóstol del amor y de la caridad, el Apóstol de la unidad entre los católicos; discípulo de San Juan, recibió, pues, su formación directamente del apóstol, y en el ejercicio de sus funciones como Obispo de Esmirna fue un luchador contra la herejía.
Se trataba de los herejes que afirmaban que la Encarnación del Verbo era solo aparente. Es decir, que Nuestro Señor Jesucristo no era un hombre verdadero. Era Dios verdadero. Pero la carne humana de la que estaba revestido era un fantasma, era una apariencia, era Dios que aparecía usando un fantasma de carne humana, no era verdadero hombre. Ustedes saben que esto es herejía, porque la Doctrina Católica enseña que Nuestro Señor Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre al mismo tiempo.
A este obispo batallador le volvió a practicar sus estudios otro obispo que es San Juan Crisóstomo, Obispo, Confesor y Doctor de la Iglesia, de un alcance enormemente mayor, porque es Doctor de la Iglesia, —uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia—, es decir, puesto para enseñar a la Iglesia universal, en todos los siglos hasta el fin del mundo. Se le llamó Crisóstomo porque tenía la “Boca de Oro” de un gran [predicador], y sus palabras eran tan excelentes no solo en la forma, sino sobre todo en el contenido, que lo que decía era de oro. [Se hizo famoso sobre todo por sus homilías contra los arrianos y por sus predicaciones sobre las fiestas litúrgicas y los mártires].
Pues bien, lo que decía este hombre eran cosas que pretendían estigmatizar los vicios de la época y, por ello, fue perseguido por los malvados.
Dos obispos batalladores, dos obispos perseguidos, dos obispos llevados a los altares. Desde luego, el contraste es tan grande con lo que vemos —la idea de que un obispo debe ser un luchador, la idea de que debe perseguir [el error], la idea de que es natural que un cristiano también sea perseguido y la idea de que en eso consiste la verdadera santidad episcopal— son ideas tan alejadas del siglo XX que creo que solo podemos pedir a la Virgen que se apiade de la Iglesia y que dé a la Iglesia buenos obispos; obispos que entiendan esto. Y que recen, que consigan para los fieles ese espíritu de batalla, de lucha, tan lejano hoy.
Creo que cuando rezamos a los santos, debemos imaginar cómo les gustaría, si estuvieran en la tierra, nuestras peticiones. Y entonces darnos cuenta de lo gratos que son esas peticiones para ellos en el cielo.
¿Han imaginado Uds. cómo se sentiría cualquiera de los dos santos si estuviera en la tierra y presenciara el espectáculo de desolación que vemos hoy? Imaginen lo mucho que ellos trabajarían para conseguir el [nombramiento] de un solo obispo verdaderamente según el Corazón Inmaculado de María. ¿Uds. se dan cuenta de lo grata que puede serles la oración para que unan su intercesión a la de Nuestra Señora, a fin de que Ella, a su vez, consiga obispos esforzados y combativos para la Santa Iglesia Católica?
Hay una oración muy hermosa en la liturgia que dice así —por supuesto que no la conozco palabra por palabra, pero el significado es este—: “Oh Dios, dadnos la gracia de pedir lo que queréis darnos, para que podamos obtener lo que pedimos”.
Eso es algo de que estamos seguros de que la Virgen nos lo quiere dar: ¡buenos obispos! Por eso debemos estar seguros de que, insistiendo mucho, antes o después de esta gran crisis, la Iglesia será consolada y reconfortada con un obispo acorde con su misión. Dejemos, pues, esta petición en la fiesta de hoy y en la vigilia de la fiesta de mañana.