“Santo del Día” – 27 de agosto de 1969
ADVERTENCIA
El presente texto es una adaptación de la transcripción de la grabación de una conferencia dada por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a los miembros y cooperadores de la TFP, manteniendo, por lo tanto, el estilo verbal, y no ha sido revisado por el autor.
Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, seguramente pediría que se colocase una mención explícita de su voluntad filial de rectificar cualquier discrepancia con el Magisterio de la Iglesia. Es lo que hacemos aquí, con sus propias palabras, como homenaje a tan bello y constante estado de ánimo:
“Católico Apostólico Romano, el autor de este texto se somete con ardor filial a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Sin embargo, si por error se diera en él algo que no estuviera conforme con esa enseñanza, lo rechaza categóricamente”.
Las palabras “Revolución” y “Contrarrevolución” se utilizan aquí en el sentido que les da el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contrarrevolución“, cuya primera edición se publicó en el n.º 100 de “Catolicismo“, en abril de 1959.
San Agustín – Diego Calderón – Siglo XVII
Museo Nacional del Virreinato – Tepotzotlán, Estado de México, México
Vamos a comentar un texto de san Agustín, cuya fiesta es mañana, 28. “Tarde te he amado…” estas son las expresiones de san Agustín.
38. ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abraséme en tu paz.
40. Toda mi esperanza no estriba sino en tu muy grande misericordia. Da lo que mandas y manda lo que quieras. Nos mandas que seamos continentes. Y como yo supiese —dice uno— que ninguno puede ser continente si Dios no se lo da, entendí que también esto mismo era parte de la sabiduría, conocer de quién es este don.
Por la continencia, en efecto, somos juntados y reducidos a la unidad, de la que nos habíamos apartado, derramándonos en muchas cosas. Porque menos te ama quien ama algo contigo y no lo ama por ti.
¡Oh amor que siempre ardes y nunca te extingues! Caridad, Dios mío, enciéndeme. ¿Mandas la continencia? Da lo que mandas y manda lo que quieras (*).
Es tan elevado, tan noble, quizá un poco arduo a primera vista, que casi no sé cómo comentarlo, ya que el Santo del Día tiene que ser muy rápido por causa de los ejercicios que vais a hacer. En una palabra, debo decir que San Agustín hace juegos con las palabras que los antiguos apreciaban mucho y que me parecen hermosas.
No estoy seguro de cómo suenan, ni de qué sabor tienen para el paladar espiritual de las generaciones que me han sucedido. Pero son, en mi opinión, de toda la belleza posible.
San Agustín, como sabéis, se convirtió tarde y después de toda una vida de pecados. Así que se dirige a Dios en el siguiente primer conjunto de palabras:
«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!».
Dios es antiguo, pues es eterno y existió antes de todos los siglos. Pero es una belleza siempre nueva, porque en Dios, al ser infinito, siempre hay algo nuevo que considerar. Por eso Él es siempre nuevo a nuestros ojos, aunque sea infinito.
Y así el hombre, al que, por una parte, le gusta lo antiguo, pero por otra lo nuevo, encuentra la plenitud en Dios, porque Su nuevo es perpetuo y antiguo; Su antiguo es siempre nuevo. De ahí el juego de palabras que lo expresa: una forma de perfección que reúne dones antitéticos, que el espíritu humano no sabe reunir. Esa es la belleza del juego de palabras. No estoy seguro de no haber desdorado el juego de palabras al traducirlo a nuestro idioma.
Buscar la felicidad en la Gracia de Dios y no en las criaturas
«Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba».
San Agustín era bautizado y, por la acción de la gracia, que Dios concede a todo hombre, a todo bautizado, aunque sea pecador en estado de pecado mortal, le está continuamente buscando, continuamente buscando… [y], por esta acción, Dios estaba en él. Y él, como un loco, buscaba a Dios fuera, en las cosas. ¿Cómo buscaba? Buscando una felicidad que las cosas no dan, mientras la verdadera felicidad está dentro de nosotros. Así que es otro juego: dentro y fuera; en lo más profundo de mí tengo lo que tengo la locura de buscar fuera.
Luego continúa:
«… y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo».
Es decir, Dios está siempre dentro de mí, pero yo no estaba con Dios, lo cual es otra antítesis, sin ser una contradicción. Y así sigue y sigue, sin que yo sepa muy bien qué significado y qué sabor tiene todo esto para mi querida generación nueva.
Dios nos da lo que Él manda
En algún momento dice algo hermoso: que Dios nos da lo que Él manda («Da lo que mandas y manda lo que quieras»).
¿Qué quiere decir eso? Que cuando Dios nos manda hacer algo, primero nos da la posibilidad de hacerlo. De modo que antes de mandarnos ser castos, nos da la gracia de serlo. De modo que es un buen padre que, cuando manda que hagamos algo, nos da aquello porque nos manda.
Es un hermoso pensamiento y es diferente de la forma de gobernar de los hombres. Cuando los hombres ordenan algo, no dan nada. Suelen dar o latigazos o soborno. Hasta porque si no es a latigazos o sobornos, no se hace caminar a los hombres, excepto por la gracia de Dios. Es lo que siempre digo: con el hijo de las tinieblas, o es revuelta, o es un plato de lentejas; no hay otro camino. La lógica y los argumentos no funcionan, ¿verdad? Pues Dios no. Dios es un Padre misericordioso y cuando nos manda algo, nos lo da antes.
San Agustín y la castidad: amar solo a Dios y no amar nada más que por amor de Dios
Luego viene esta justificación de la castidad y es una hermosa justificación que no había visto aún.
El bien de todo ser es la unidad, como el bien del orden del universo es también la unidad. El hombre puro es el que ama solo a Dios y no ama nada más que por amor de Dios, de tal manera que ama a Dios en todo. Este es el hombre casto que se vuelve enteramente hacia Dios.
En cambio, el hombre impuro corre detrás de mil criaturas y, en esta especie de pluralidad, se aleja de la unidad originaria, primitiva, que es también su fin, y se aleja así del orden del universo.
Es una especie de repulsa verdaderamente maravillosa de la poligamia y del divorcio que, en mi opinión, vale mucho más que cualquier repulsa sociológica, aunque se puedan hacer refutaciones sociológicas contra el divorcio igual de buenas. Peros lo metafísico es mucho más convincente para el espíritu humano que lo técnico, aunque este sea de orden medio psicológico, como lo es dentro del orden sociológico. Este argumento de la unidad, para mí, es un argumento que en cualquier momento de mi vida me arrastraría más que cualquier otro.
Así queda hecho un breve comentario al respecto.
NOTAS
(*) El texto en español fue retirado de:
Obras de San Agustín – LAS CONFESIONES
Texto Bilingüe — Edición crítica y anotada por el Padre Ángel Custodio Vega, O. S. A. de la Real Academia De La Historia, del instituto de España y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas — Séptima Edición — (8ª del autor) — BAC – Biblioteca de Autores Cristianos — Madrid — MCMLXXIX
Libro X; Cap.: 27, 29 — págs.: 424, 426
Obras de San Agustín Tomo II : San Agustín : Free Download, Borrow, and Streaming : Internet Archive