Cristiandad auténtica o revolución comuno-tribalista – La gran alternativa de nuestro tiempo

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Prefacio

Quando en mi remota infancia oía hablar de indios, la versión que me llegaba de ellos era ambivalente. De un lado, se los mencionada como una raza digna de simpatia por el hecho de hader sido los prime­ros ocupantes del suelo brasileño. Eran, si se quiere, mis más antiguos compatriotas, hacia quienes debíamos tener un sentimiento de solidari­dad nacional y desde ese punto de vista debía vérselos con una espe­cial benevolencia.

Pero, por otro lado, si se examinaba la vida de los indígenas que erraban en su estado primitivo en nuestras selvas y en nuestros cam­pos, así como sus costumbres, su moral, el producto que obtenían más bien de su inacción que de su trabajo ya que tenían aversión a toda ac­tividad metódica, la generalidad de las opiniones les era rotundamente desfavorable.

Ese cuadro contrastada rudamente con otro, incondicionalmente elo­gioso, que ciertas máquinas de fabricar opinión presentaban acerca del progreso moderno. Este último era el gran mito dominante en la época ho­llywoodiana que despuntaba en mi niñez, cuando el mundo occidental­ —especialmente Europa y norteamérica— era mostrado de la numera más favorable y optimista posible, como generador de un estado de ascensión continua, que habría de mejorar indefinidamente la vida de tos hombres.

Y la mejoraría de tal manera, vaticinaban algunos (¡hasta allí llegó ese optimismo!), que con los progresos de la medicina, antes del fin del siglo XX, o entonces en el transcurso del siglo XXI, apareceria un me­dio de restituir la “salud” a los hombres que hubieran muerto. En efec­to, el materialismo hollywoodiano entendía la muerte, no como una se­paración del alma del cuerpo, sino como un estado archimorboso del cuerpo humano, que lo llevada a descomponerse a temperaturas nor­males; y se consideró entonces que guardándose los cadáveres en frigo­ríficos, éstos conservarían un cierto estado vital y así, habría de llegar un día en que podrían ser tratados por la medicina como cuerpos enfer­mos y, por lo tanto, ser “resucitados”.

Aparecieron así —sobre todo en los Estados Unidos— varios ca­sos de millonarios o personas que llevaban vida fácil y agradable, quie­nes al morir dejaron legados especiales para gastos con su eventual “re­surrección”, incluyendo un conjunto de cláusulas estrictas sobre cómo debían ser guardados sus cuerpos en cámaras frigoríficas por empresas constituídas ad hoc desde los años 60, para que estuviesen en condicio­nes de ser “resucitaddos”.

Ese ejemplo extremo ilustra hasta dónde llegaron la euforia del pro­greso y el deseo de vivir indefinidamente esta vida que, hollywoodia­namente hablando, era una vida deliciosa.

En esa óptica, la situación de los indios —como también de las tri­bus primitivas de Africa, Asia u Oceanía que permanecían en estado salvaje— represantada el grado cero de progreso, y la situación de los hombres que vivían según Hollywood era, digamos, el grado mil. Esto inducía a que incontables personas se entusiasmaran por el progreso y se esforzaran cada vez más para llevar adelante el sueño de un creci­miento científico y tecnológico indefinido.

Así, durante varias décadas se hablaba de vez en cuando de masa­cres perpetradas por indios, de canibalismo, de asesinatos, de cómo era peligrosa su vida errática en nuestras selvas, del riesgo de encontrarse con ellos, etc.

En cierto momento, sin embargo, el tema indígena comenzó a salir de la atención general, y gradualmente se hablaba cada vez menos de ellos.

Más tarde, al cabo de un intervalo tal vez de quince o veinte años en que permaneció sumergido en un mar de silencio y de olvido, el asunto comenzó a resurgir, pero entonces bajo un prisma completamen­te diferente. A las mismas fuerzas que, para demoler la civilización cristiana, les interesó en su momento promover el mito neopagano de Hollywood, pasó a interesarles más tarde la demolición de dicho mito y de la civilización edificada con base en éste, a fin de dar un salto adelante en el proceso revolucionario, rumbo a la anarquía neotribal. Era preciso, entonces, para este nuevo objetivo, presentar las condicio­nes de vida de los indios de otro modo, lo más favorable posible.

De esto yo fuí testigo: comenzaron a aparecer referencias a tal au­tor, que aseveraba ser exagerada la versión de que todos los indios eran caníbales, o a tal otro que sostenía que nunca hubo canibalismo entre ellos, y que al contrario poseían tales y tales cualidades. Los elogios al arte, a la cultura y a la civilización de los indios se hicieron cada vez más frecuentes y se encaminaban hacia lo hiperbólico.

De hecho, puede hablarse francamente de un arte y de una civiliza­ción indígenas, si se toman en cuenta los incas y los aztecas, los cuales tuvieron imperios organizados, verdadero arte y elementos culturales dignos de mención. Sobre todo, es verdad que en toda América los in­dios, después de convertidos a la verdadera Fe, revelaron un talento que los capacitó para producir cosas buenas y hasta relevantes. Era una capacidad natural latente, que se transformó en una cualidad pa­tente, como fruto del bautismo y de la civilización, es decir, como resultado del contacto con los eclesiásticos y con el elemento civil de Portugal y España.

Pero hablar de arte indio precolombino fuera de los aztecas y de los incas, y de alguna otra eventual excepción, es, desde el punto de vista histórico, extremamente cuestionable.

Esa vuelta del tema indígena en tiempos más recientes culmina ahora en la virtual glorificación del indio y de sus condiciones de vida milenarias, promovida por todas las izquierdas. La ECO 92, realizada en Rio de Janeiro, fue una manifestación muy curiosa, muy aguda y muy sintomática de esa glorificación, que el movimiento contrario a las celebraciones de los 500 años del Descubrimiento de América ha llevado hasta su paroxismo.

Era de una necesidad imperiosa, pues, derribar esa propaganda co­muno-tribalista por una exposición seria y documentada de lo que eran las costumbres de los indios precolombinos, incluso aquellos que en comparación con los más salvajes podrían considerarse civilizados; porque si bien las civilizaciones que ellos crearon fueron en cierto sen­tido un tanto desarrolladas, en otro sentido, estuvieron impregnadas de manifestaciones de barbarie categóricas y extremas.

Dicha exposición debería al mismo tiempo deshacer todas las ca­lumnias que esa misma corriente comuno-indigenista lanza contra la colosal obra misionera y civilizadora emprendida en el Nuevo Mundo por la Iglesia Católica y por los tronos de Portugaly España.

Tuve la allegria de ver que ese trabajo, que yo juzgaba tan nece­sario y tan benemérito fue emprendido por una comisión ad hoc de cultos e inteligentes estudiosos, cada uno de ellos perteneciente a alguna TFP ibérica o iberoamericana, coordenados meritoriamente por mi amigo, D. Alejandro Ezcurra Naón, a quienes felicito por la documentación excelente, la vivacidad del texto y el lenguaje impecable, que arrasa con ese nuevo mito izquierdista, justamente cuan­do éste va levantando vuelo.

Junto con mis felicitaciones a sus autores, auguro a esta obra tan oportu­na y de tan auténtico apostolado, la más amplia difusión, para el bien de la Iglesia, de la civilización cristiana, y de los propios indios, tan perjudicados por la propaganda deletérea que aqui se denuncia.

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Presidente del Consejo Nacional de la Sociedad Brasileña

de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad

 

Cristiandad auténtica o revolución comuno-tribalista – La gran alternativa de nuestro tiempo (libro completo)

Comisión inter-TFPs de Estudios Hispanoamericanos

Coordinador: Alejandro Ezcurra Naón

Colaboradores: Fernando Gonzalo Elizondo, Carlos Moya Ramírez, Carlos Ibarguren, Fernando Larraín Bustamante, José de la Riva-Agüero, Alvaro Mejía Londoño

Edita: Sociedad Española de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad. TFP-Covadonga

C/ Cinca, 17 – 28002 – MADRID

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