PARA EVITAR LAS PRESCRIPCIONES DE LA HISTORIA
Elói de Magalhães Taveiro
Artículo publicado en el periódico “Catolicismo”, n.º 150, junio de 1963.
Cada etapa de la vida nos ofrece sus placeres. Cuando era estudiante, me interesaba especialmente buscar libros raros en las numerosas tiendas —entonces llamadas prosaicamente “sebo”— que los vendían de segunda mano.
En el curso de esas búsquedas, a menudo caían en mis manos volúmenes dedicados por el autor a tal o cual amigo, con expresiones que reflejaban bien una amistad tierna o ampulosa, bien un sentimiento de superioridad mal disimulado o, por último, el deseo de ganarse para la obra recién nacida el buen favor de algún intelectual ilustre o de algún crítico peligroso. Nunca me sentí inclinado a coleccionar autógrafos. Por eso solía devolver el libro a la estantería cuando no me interesaba. Pero me preguntaba: ¿qué dirá el autor si viene aquí a comprar libros y ve que su amigo ha vendido no solo la obra, sino también la dedicatoria, no solo la dedicatoria, sino también, a fin de cuentas, la amistad, por unos míseros cruzeiros (mil reales, se decía entonces)?
Y entonces, con una sobresalto, me venía otra idea. Si alguna vez escribo un libro y encuentro un ejemplar con dedicatoria, a la venta en una librería de segunda mano, ¿qué haré? Me pareció que la mejor solución para evitar una eventualidad tan humillante era la que llegué a adoptar: no publicar ningún libro…
Recordé estas aprensiones juveniles cuando coordinaba las ideas para este artículo. Y me decía que se trata de una decepción de la que el autor de “En defensa de la Acción Católica” sale bien librado.
En efecto, agotada desde hacía tiempo la edición de su obra, que era grande para la época (2.500 ejemplares), e incapaz de atender las continuas solicitudes de personas interesadas, el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira organizó, a través de algunos amigos, entre los que me encontraba, una búsqueda en los “sebos” de São Paulo y de otras ciudades, con la esperanza de volver a adquirir algunos volúmenes. La búsqueda resultó totalmente infructuosa. El autor llegó entonces al extremo de pedir, a través de un anuncio en la prensa, que alguien tuviera la amabilidad de venderle un ejemplar de segunda mano de “En defensa de la Acción Católica”.
Así pues, no hay nada más improbable que el autor se encuentre con un volumen de su obra en una librería de segunda mano.
¿Explosión de bomba o música armoniosa?
“Habent sua fata libelli”. No es el único aspecto curioso de la historia de este libro único.
Por ejemplo, si bien es cierto que “En defensa de la Acción Católica” tuvo una amplia repercusión en su momento, lo cierto es que no llegó a lo que propiamente se llama el gran público, sino que quedó confinado a ese ambiente especial, vasto, pero al mismo tiempo algo cerrado, que suele llamarse “círculos católicos”. Y me consta que, paradójicamente, ni el propio autor quiso que su obra traspasara esas fronteras, porque consideraba que, al tratar de problemas específicos del movimiento católico, solo a esos círculos podía interesar y hacerles el bien.
Por otra parte, si es cierto que tuvo un gran impacto en estos círculos, fue con el estallido de una bomba, no con la suavidad de una canción. Una bomba saludada por muchos como un disparo oportuno y certero contra los ingentes peligros que se vislumbraban en el horizonte, y recibida por otros como un motivo de disensión y escándalo, una deplorable afirmación de un espíritu estrecho y retrógrado, apegado a doctrinas erróneas y propenso a imaginar problemas inexistentes.
Veinte años después, puedo ver las reacciones, tanto favorables como en contra. Todavía recuerdo el entusiasmo con que leí en el “Legionario“ las cartas de apoyo de D. Helvecio Gomes de Oliveira, arzobispo de Mariana, D. Atico Eusebio da Rocha, arzobispo de Curitiba, D. João Becker, Arzobispo de Porto Alegre, D. Joaquim Domingues de Oliveira, Arzobispo de Florianópolis, D. Antonio Augusto de Assis, Arzobispo-Obispo de Jaboticabal, D. Otaviano Pereira de Albuquerque, Arzobispo-Obispo de Campos, D. Alberto José Gonçalves, Arzobispo-Obispo de Ribeirão Preto, D. José Maurício da Rocha, Obispo de Bragança, D. Henrique Cesar Fernandes Mourão, Obispo de Cafelândia, D. Antonio dos Santos, Obispo de Assis, D. Fray Luis de Santana, Obispo de Botucatu, D. Manuel da Silveira D’Elboux, Auxiliar de Ribeirão Preto (actual Arzobispo de Curitiba), D. Ernesto de Paula, Obispo de Jacarezinho (actual Obispo Titular de Gerocesarea), D. Otavio Chagas de Miranda, Obispo de Pouso Alegre, D. Fray Daniel Hostin, Obispo de Lajes, D. Juvencio de Brito, Obispo de Caetité, D. Francisco de Assis Pires, Obispo de Crato, D. Florencio Sisinio Vieira, Obispo de Amargosa, D. Severino Vieira, Obispo de Piauí, D. Germano Vega Campón, Obispo Prelado de Jataí. Más que todo, recuerdo la profunda impresión que me causó, como a todo el medio católico, leer el honroso prefacio con que D. Bento Aloisi Masella, aquel Prelado a quien Brasil veneraba como el perfecto Nuncio, y a quien el Papa Pío XII quiso revestir con los esplendores de la púrpura romana, presentó el libro a nuestro público. Recuerdo también la reacción contraria, de la que es demasiado pronto —incluso veinte años después— para hablar más profundamente. No es, de otro modo, sin sacrificio que seré breve al respecto, pues me complacería especialmente dejar discurrir mi memoria, rellenando cualquier laguna con piezas del rico y bien organizado archivo del Dr. Plinio Corrêa de Oliveira. Sueños, sin embargo, sobre los que es superfluo divagar, pues sé que en las actuales circunstancias el autor de “En defensa de la Acción Católica” no me proporcionaría la tan deseada documentación…
En cualquier caso, retomando el hilo de mi relato, si miro hacia el pasado, allí está esa reacción opuesta, ante la cual la objetividad histórica no puede cerrar los ojos, y no es demás una breve palabra al respecto.
Las tres fases de una reacción
Esta reacción tuvo tres fases. Fracasó en la primera y volvió a fracasar en la segunda. Pero alcanzó el éxito total en la tercera.
La primera etapa fueron las amenazas. Aún recuerdo que, a mi regreso de un viaje a Minas Gerais, mi entonces joven amigo José de Azeredo Santos —que más tarde sería tan conocido como polemista de indomable coherencia— nos informó de forma jocosa y divertida: “Estuve con Fray BC, que me dijo que se había creado una comisión de teólogos para refutar el libro de Plinio. Se arrepentirá de haberlo publicado, dice el P. BC”. Los que apoyábamos los principios de “En defensa de la Acción Católica” estábamos tranquilos, porque sabíamos que la obra había sido analizada y escudriñada de antemano por dos teólogos ya famosos en Brasil, D. Mayer y el Padre Sigaud. Decidimos esperar la refutación. Hasta mayo de 1963 no ha llegado. Mientras escribo estas líneas, pienso también en una tarjeta de una persona muy ilustre y respetable. El remitente decía que agradecía al Dr. Plinio Corrêa de Oliveira el ofrecimiento del libro y que pronto denunciaría públicamente los errores que contenía. Han pasado veinte años… y no se ha publicado nada. ¡Cuánto queda por contar!
Fracasadas las amenazas de refutación, llegó la fase del rumoreo. El libro contenía errores. Numerosos errores, incluso. No se decía cuáles eran. Pero había errores. Ya no se hablaba de refutación. Era sólo una insistente reafirmación de la misma acusación inexacta: hay errores, hay errores, hay errores, se machacaba por todo Brasil. Esta forma de ataque no carecía de cierta elocuencia: Napoleón decía que la mejor forma de retórica es la repetición. A pesar de ello, “En defensa de la Acción Católica” siguió agotándose rápidamente en las librerías.
Finalmente, el libro se agotó. Durante este tiempo, había cumplido su difícil misión, de la que hablaré más adelante. Por tanto, una reedición no parecía apropiada. El rumoreo también disminuyó. Parecía que, por el propio orden natural de las cosas, se hacía el silencio sobre todo el “asunto”. Era la tercera etapa que comenzaba, plácida, envolvente, dominadora.
Pero en 1949, el silencio se interrumpió inopinadamente. Desde lo alto del Vaticano se oyó una voz que disiparía todas las dudas y colocaría al libro en una posición invulnerable, tanto por su doctrina como por su oportunidad. Era la carta de elogio de monseñor Montini, entonces sustituto de la Secretaría de Estado, escrita al profesor Plinio Corrêa de Oliveira en nombre del inolvidable Pío XII.
A decir verdad, a pesar de esto, el silencio sobre el libro ha continuado. Que yo sepa, es la única obra brasileña escrita íntegra y específicamente sobre AC que ha sido objeto de una carta de elogio del Vicario de Cristo. Sin embargo, no sé si suele citarse en las obras y bibliografías que entre nosotros aparecen de vez en cuando sobre Acción Católica.
Y así continuó el silencio. Silencio que, solo para evitar las prescripciones con que la Historia castiga la inercia excesiva, hoy solo se interrumpe unos instantes en las páginas de “Catolicismo”. Pero que después continuará.
El singular destino de un libro
En definitiva, todo esto explica que “En defensa de la Acción Católica” no se encuentre en los “sebos”. Algunos lo guardan en sus estanterías con cariño, como si contuviera un elixir precioso. Otros lo encierran en sus cajones con pánico, como si fuera un frasco de arsénico. Y así, la historia de este libro tuvo un desenlace que ni yo, que asistí entusiasmado a su presentación, ni sus apologistas o detractores, podíamos imaginar en aquellos remotos días de junio de 1943.
Movimiento litúrgico, Acción Católica, acción social
A partir de 1935, aproximadamente, comenzaron a llegar a Brasil, llenos de vitalidad, los grandes movimientos que caracterizaron el auge religioso europeo de la primera posguerra. Se trataba, sobre todo, del movimiento litúrgico del que el gran D. Guéranger ya había sentado las bases en Solesmes en el siglo anterior ([1]), abriendo los ojos de los fieles al valor sobrenatural, a la riqueza doctrinal y a la belleza incomparable de la Sagrada Liturgia. Este movimiento de renovación espiritual alcanzó la plenitud de su irradiación precisamente en el período 1918-1939, al mismo tiempo que se generalizaba en todo el orbe católico un gran brote apostólico, dirigido por la mano firme de Pío XI. La Acción Católica, que como organización apostólica se remontaba de algún modo a los gloriosos días de Pío IX, había asumido la plenitud de sus rasgos característicos bajo Pío XI. Era la movilización de todos los laicos para formar un ejército único de elementos variados para llevar a cabo una obra también esencialmente una y multiforme: infundir totalmente el espíritu de Jesucristo en la atormentada sociedad de aquellos días. Junto a este empeño, y como armónico complemento de este, se produjo un admirable florecimiento de obras sociales, inspiradas principalmente en las Encíclicas “Rerum Novarum” y “Quadragesimo Anno” y encaminadas específicamente a presentar y poner en práctica una solución cristiana a la cuestión social. Era la acción social.
Naturalmente, estos tres grandes elementos se complementaban mutuamente y, por tanto, se entrelazaban. Y la flor y nata de la juventud católica, primero en Europa y luego, por repercusión, en Brasil, acudió a ellos con gran entusiasmo.
Nubes en el horizonte
Siempre que la Providencia hace surgir un buen movimiento, el espíritu de las tinieblas intenta colarse en él y desvirtuarlo. Así ha sucedido desde los primeros tiempos de la Iglesia, cuando las herejías irrumpían en las catacumbas, tratando de arrastrar hacia el mal al rebaño de Jesucristo, ya diezmado por las persecuciones. Así sucede hoy. Y así intentará actuar el demonio hasta el fin de los tiempos.
El espíritu de nuestro siglo, nacido de la Revolución Francesa, se ha infiltrado así en ciertas filas del movimiento litúrgico, de la Acción Católica y de la acción social. Y ha intentado, con el pretexto de sobrevalorarlas, presentarlas de forma deformada según las máximas de la Revolución.
Libertad, igualdad, fraternidad
Sería demasiado largo mencionar todo que hay en las páginas de “En defensa de la Acción Católica” sobre estas infiltraciones y los múltiples aspectos que presentaban. Pero una enumeración esquemática de los principales rasgos del fenómeno es suficientemente ilustrativa por sí misma.
El espíritu de la Revolución Francesa era esencialmente laico y naturalista. El lema según el cual la Revolución pretendía reformar la sociedad era “libertad, igualdad y fraternidad”. La influencia de este espíritu o lema puede encontrarse en cada uno de los muchos errores refutados en el libro de Plinio Corrêa de Oliveira.
- Igualitarismo. Como sabemos, Nuestro Señor Jesucristo instituyó la Iglesia como una sociedad jerárquica, en la que, según la enseñanza de San Pío X, unos han de enseñar, gobernar y santificar, y otros han de ser gobernados, enseñados y santificados (cf. Encíclica “Vehementer Nos” de 11 de febrero de 1906).
Naturalmente, esta distinción de la Iglesia en dos clases no puede ser del agrado del ambiente moderno configurado por la Revolución. No es de extrañar, pues, que en materia de Acción Católica apareciera una teoría que, en última instancia, tendía a igualar el clero a los fieles. Pío XI había definido la Acción Católica como la participación de los laicos en el apostolado jerárquico de la Iglesia. Dado que el que participa tiene una parte, se argumentaba, los laicos inscritos en la AC tienen una parte en la misión y la tarea de la Jerarquía. A diferencia de los fieles inscritos en otras asociaciones, los de Acción Católica son, por tanto, jerarcas en miniatura. Ya no son meros súbditos de la Jerarquía, pero casi diríamos una franja de ella.
- Liberalismo. En las filas de la Acción Católica, si bien se ha introducido un legítimo interés y celo por la Sagrada Liturgia, también se han colado diversas exageraciones del llamado “liturgicismo”.
La profesión de estos errores —como es inherente al espíritu liberal— supuso una franca independencia de crítica y comportamiento respecto a la doctrina enseñada por la Santa Sede y a las prácticas que esta aprobaba, alababa y fomentaba.
Así, la minusvaloración de la piedad privada y un cierto exclusivismo a favor de los actos litúrgicos, una actitud reticente hacia la devoción a la Virgen y a los Santos, como incompatibles con una formación “Cristocéntrica”, un cierto desprecio por el Rosario, el Vía Crucis, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, como prácticas obsoletas, todo ello evidenciaba una singular independencia respecto a los numerosos documentos pontificios para los cuales no hay palabras suficientes de recomendación para tales devociones y prácticas.
Tal vez más significativa aún resultaba la influencia del liberalismo en la opinión sustentada en ciertos círculos, de que la Acción Católica no debía prescribir normas especiales sobre la modestia en el vestir de sus miembros, ni debía tener reglamentos que les impusiesen deberes especiales y sanciones por el incumplimiento de estos deberes.
La misma influencia se manifestó también en la idea, en los mismos círculos, de que no era necesario el rigor en la selección de los miembros de la Acción Católica, aunque paradójicamente se mantuviera que la Acción Católica era una organización de élite.
- Fraternidad. La fraternidad revolucionaria implica la negación de todo lo que legítimamente separa o distingue a los hombres: las fronteras entre pueblos, como entre religiones o corrientes filosóficas, políticas, etc.
En el hermano separado, el verdadero católico ve tanto al hermano como a la separación. En cambio, el católico influido por la fraternidad de 1789 ve al hermano y se niega a ver la separación.
Por eso aparecieron una serie de actitudes y tendencias interconfesionales en ciertos círculos de la Acción Católica. No se trataba tanto de promover una cortés clarificación con los cristianos separados, en los casos en que la prudencia y el celo lo recomendaban, como de entrar en una política de silencio e incluso de concesiones que, en definitiva, en lugar de clarificar y convertir, solo servían para confundir y desedificar.
En el campo específico de la AC, la consecuencia de esos principios fue la llamada “táctica del terreno común” y los excesos del apostolado llamado de “infiltración”, que el libro de Plinio Corrêa de Oliveira analiza y refuta en detalle.
En el campo de la acción social, tan importante y en el que el apostolado clara y específicamente católico venía consiguiendo tantos frutos, la fraternidad revolucionaria influyó en muchas mentes a favor de los sindicatos neutrales. Este es otro punto que el libro trata extensamente.
Las repercusiones de las doctrinas innovadoras
En la edición del 18 de septiembre de 1938 del “Legionário”, se ve una fotografía de Plínio Corrêa de Oliveira junto al dominico francés, Pe. Garrigou-Lagrange
Llegados a este punto del artículo, ¡miro con mucha nostalgia hacia los tiempos plácidos y gloriosos, activos y, dentro de su noble serenidad, también combativos, que precedieron a las dolorosas sacudidas que sumariamente voy historiando! En total unidad de pensamiento y acción, una elite de sacerdotes y laicos de ambos sexos se reunía en Río en torno a la figura desbordante de vida, actividad y alegría del Cardenal Leme, y en São Paulo en torno a la figura hierática y venerable de D. Duarte Leopoldo e Silva, algunos de los cuales ya eran, y otros en el futuro llegarían a ser, de diversas maneras, elementos exponenciales de la vida brasileña. La cooperación era total. La comprensión mutua era profunda. El célebre padre Garrigou-Lagrange, que visitó Brasil hacia 1937, me dijo que esa fue la nota que más le impresionó de la vida religiosa del país.
Pero al mismo tiempo que tanto bien venía de Europa, llegaban también los gérmenes del espíritu de 1789, incubados en ciertos libros sobre la Sagrada Liturgia, la Acción Católica y la acción social. Subrepticiamente, un fermento se generalizó. Como acabamos de recordar, excelentes prácticas de piedad empezaron a ser criticadas por obsoletas. La comunión “extra Missam” fue criticada como gravemente incorrecta desde el punto de vista doctrinal. Un famoso manual de piedad, el Goffiné [Pe. Leonard Goffiné: “Manual do Christão], cargado de bendiciones y aprobaciones eclesiásticas, fue señalado como el símbolo mismo de una época plagada de sentimentalismo, individualismo e ignorancia teológica, que había que superar. Las Congregaciones Marianas y otras asociaciones fueron señaladas como formas anacrónicas de organización y actividad apostólica que estaban condenadas a perecer rápidamente, en beneficio de la AC, que era la única que debía sobrevivir.
Naturalmente, allí donde estas ideas se difundían, se producía una cierta reacción. En realidad, sin embargo, las reacciones fueron a menudo esporádicas y momentáneas. El espíritu del brasileño, tan confiado, tan pacífico, tan inclinado a aceptar lo que viene de ciertas naciones de Europa, como Francia, Alemania y Bélgica, no es susceptible del tipo de reacción que las circunstancias exigían. Era necesario hacer una lista de los errores, descubrir el vínculo entre todos ellos, luego deletrear el sustrato ideológico común a todos, refutar cada error para llegar a sus raíces envenenadas, y así advertir a las mentes contra el insidioso ataque.
En círculos bien informados se sabía que el Nuncio Apostólico, D. Bento Aloisi Masella, y varios Prelados estaban preocupados por la situación, pero en su sabiduría no creían llegado el momento de una intervención oficial de la Autoridad. Entonces supe que el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira pensó que lo mejor sería que un laico asumiera el papel de pararrayos. Que, a través de un libro dedicado a la exposición concatenada y a la refutación de esos errores, se podría provocar un trueno capaz de alertar a las almas bienintencionadas, pero demasiado desprevenidas, para que la propagación del mal fuese, si no detenida, al menos circunscrita. Pues no sería posible impedir que el error se apoderara de aquellos cuyas mentes ya estaban profundamente preparadas para adherirse a él.
Y así, honrado con un prefacio del Embajador del Papa, y con el “imprimatur” dado “ex commissione” por el Arzobispo D. José Gaspar, el libro salió a la luz…
De un estallido y de lo que se le siguió
Ya he hablado del estallido que produjo. Pobre “En defensa de la Acción Católica”: se ha dicho de todo sobre él. Se afirmó que era la obra de un zapatero al margen de su trabajo: libro de un laico, que suponía conocimientos de teología y de derecho canónico. Ahora bien, para combatir mejor el libro, se afirmó que un laico jamás habría sido capaz de escribir semejante obra. Y entonces se hizo el honor de atribuirle como autor, a veces a D. Mayer, a veces al Padre Sigaud. Gran honor, por cierto, pero en contradicción con la verdad histórica, ya que el libro había sido dictado por el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira a lo largo de un mes de trabajo, en Santos, al entonces joven Secretario Arquidiocesano de la JEC [N.T.: Juventud Estudiantil Católica, órgano de Acción Católica para los estudiantes] de São Paulo, José Carlos Castilho de Andrade —hoy gran pilar de las actividades editoriales de “Catolicismo”—, que amablemente se había prestado a ello.
¿Consiguió el trabajo el resultado deseado? Gracias a Dios, sí. Y ello no solo por la movilización en torno a los principios de “En defensa de la Acción Católica” de una brillante y prestigiosa pléyade de buenos luchadores, sino también —y quizá, sobre todo— por la actitud de un enorme número de lectores… a los que no les gustó el libro. Lo encontraron demasiado categórico. Pensaban que era inapropiado. No estaban en desacuerdo con sus doctrinas, pero consideraban que el mal contra el que estaba escrito era inexistente o insignificante. Pero finalmente despertaron y supieron mantener una actitud de prudencia y distanciamiento hacia los innovadores y las innovaciones. A partir de ese momento, el error siguió propagándose, pero desenmascarado, y conquistando solo a quienes simpatizaban con su verdadero rostro.
Obtenido este resultado, el autor de “En defensa de la Acción Católica” se retiró, como es bien sabido, al silencio, limitándose a registrar los testimonios de apoyo en las páginas del “Legionario” y recibiendo los ataques con paciente mutismo.
Veamos la triste historia de estos últimos. No fue corta. Pero estuvo salpicada de grandes motivos de alegría para el autor.
De hecho, una serie de documentos pontificios comenzaron a ocuparse de estos errores, de los que se decía que se habían propagado insignificantemente, o incluso que habían sido fraguados por la imaginación del Presidente de la Junta Arquidiocesana de Acción Católica de São Paulo. Como si el Papa Pío XII, por una extraña e inexplicable coincidencia, hubiera forjado como existentes en varios países los mismos errores que el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira había imaginado previamente que existían en Brasil.
“En defensa de la Acción Católica” se publicó en junio de 1943. La Encíclica “Mystici Corporis” apareció el 29 del mismo mes. La Encíclica “Mediator Dei” data de 1947. La Constitución Apostólica “Bis Saeculari Die” se publicó en 1948. En conjunto, estos tres documentos exponen, refutan y condenan los principales errores sobre los cuales versaba el libro.
Un gran literato también se ocupó de estos errores: Antero de Figueiredo escribió la hermosa novela “Pessoas de Bem” [Gente de Bien] sobre los mismos errores existentes en su patria.
Pero, se dirá, ¿quién sabe si esos errores que existían en Europa no existían en Brasil? ¿Qué error, de cualquier importancia y de cualquier naturaleza, ha existido en Europa sin pasar inmediatamente a Brasil? En todo caso, la carta de la Sagrada Congregación para los Seminarios al Venerable Episcopado Brasileño, fechada el 7 de marzo de 1950, muestra la especial preocupación de la Santa Sede por tales errores en nuestro país. Y, por último, si “En defensa de la Acción Católica” no se basase más que en una serie de invenciones, ¿cómo se explicaría que, en la carta escrita al autor en nombre del Papa Pío XII por el entonces Substituto de la Secretaría de Estado, D. Montini, se afirmase que de la difusión del libro se podría esperar mucho bien?
Pero la existencia de estos errores entre nosotros puede ser confirmada por importantes testimonios eclesiásticos brasileños.
En primer lugar, es justo recordar el nostálgico nombre de D. Sales Brasil, el victorioso contendiente de Monteiro Lobato, de Bahía. En su libro “Os Grandes Louvores” (Las Grandes Alabanzas), publicado en 1943, con los ojos evidentemente puestos en la realidad nacional, aborda algunos de los problemas tratados por “En defensa de la Acción Católica”. Junto a este nombre, cabe mencionar otro de fama internacional: el del gran teólogo P. Teixeira-Leite Penido, que en su libro de 1944 “O Corpo Místico” (El Cuerpo Místico) también menciona y refuta algunos de los errores señalados por “En defensa de la Acción Católica”.
Es más. Documentos de venerandas figuras del Episcopado Nacional son de inigualable valor en este asunto. En agosto de 1942, la Provincia Eclesiástica de São Paulo envió una circular al Clero alertándolo contra los excesos del liturgicismo. El añorado D. Rosalvo Costa Rego, Vicario Capitular de Río de Janeiro durante la vacante de D. Sebastião Leme, publicó una Instrucción sobre errores similares en mayo de 1943. Años más tarde, en 1953, una voz poderosa, como aquellas de las que habla el Apocalipsis, se alzó en las filas de la Jerarquía. Fue la de D. Antonio de Castro Mayer, quien en su memorable Carta Pastoral sobre Problemas del Apostolado Moderno asestó un golpe contra estos errores siempre vivos que pasará a la historia. Numerosas y expresivas manifestaciones de apoyo al ilustre Prelado llegaron de todo el país, y fueron publicadas por la Editora Boa Imprensa en un precioso opúsculo intitulado “Repercussões” (Repercusiones). Al mismo tiempo, su obra trascendía las fronteras de Brasil. Publicada en España, Francia, Italia y Argentina, y elogiada por periódicos católicos de casi todas partes, su propio éxito era la prueba de que el peligro que pretendía prevenir era real y estaba muy extendido.
En resumen, la existencia y la gravedad de los problemas abordados por “En defensa de la Acción Católica” se hicieron evidentes.
El león de tres patas
¿Y cuál fue el resultado del libro? ¿Eliminó los errores contra los que se escribió?
Quizá no sea el momento de responder con precisión a esta pregunta. Para no dejarla, sin embargo, al menos sin una respuesta de algún tipo, y recordar solo lo que es notorio, dolorosamente notorio, puedo mencionar —para documentar la creciente influencia de los principios de la Revolución Francesa, incluso en católicos que se reclaman como tales— la tendencia de varias figuras de nuestros círculos católicos hacia el socialismo, e incluso su simpatía por el comunismo. Esto es lo que deploran hoy, no solo los católicos que piensan como este periódico, sino también otros que están muy alejados, desde diversos puntos de vista, de las posiciones de “Catolicismo”.
En cuanto al liberalismo moral, para no dar demasiada respuesta, creo que bastaría con mencionar la aceptación y el aplauso que desde hace años reciben en diversos ambientes católicos dos libros positivamente inmorales, que prefiero no mencionar por respeto a su autor…
Entonces, cabría preguntarse, ¿para qué ha servido publicar “En defensa de la Acción Católica”?
Eso significaría también preguntarse de qué sirvió publicar todos los libros y documentos eclesiásticos que acabo de mencionar.
De hecho, sirvió mucho. A esos libros y documentos debemos el hecho de que, si tales errores existen, son objeto de reacción y tristeza en muchísimos círculos, que escapan así a su influencia nociva.
También les debemos el hecho de que, aunque el error sigue progresando, ya no se muestra gárrulo ni orgulloso de sí mismo. Su reacción a “En defensa de la Acción Católica” fue un alboroto y luego el silencio. Cuando “Bis Saeculari Die” llegó a Brasil, hubo cierto alboroto y mucho silencio. Algunos años después, contra la Pastoral del gran D. Mayer, hubo silencio y ningún alboroto. Y un error que no está muy orgulloso de sí mismo es como un león de tres patas… Siempre es algo cortarle la pata a un león… ([2])
La tarea específica de “En defensa de la Acción Católica” fue, en un momento en que los errores avanzaban a paso rápido y triunfante, haber lanzado un grito de alarma que resonó en todo Brasil, cerró numerosos ambientes del norte al sur del país y, así, preparó definitivamente el terreno para una comprensión más fácil de los documentos del Magisterio eclesiástico que ya existían o que vendrían a lo largo de los años.
¿Para qué hacer historia?
¿Para qué tanta narración? Respondo a esta pregunta con otra: ¿para qué sirve hacer Historia? Y si hay que hacer Historia, ¿por qué no contar algunos fragmentos de verdad al cabo de veinte años, esa verdad histórica que, incluso —o, sobre todo— cuando es plena e integral, solo puede ser beneficiosa para la Iglesia?
Todos saben que el gesto de León XIII de abrir los archivos vaticanos a los estudiosos suscitó temor en muchos católicos. Pero el inmortal Pontífice observó que la verdadera Iglesia no podía temer a la verdadera Historia.
¿Por qué no narrar al cabo de veinte años —con la intención de volver de nuevo al silencio—, un poco de esta verdad histórica de la que la Iglesia solo puede sacar provecho?
* * * * *
Dirijo mi mirada a Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, Reina de Brasil, al cerrar estas líneas. En primer lugar, para agradecerle, genuflexo, todo el bien que ha hecho el libro de Plinio Corrêa de Oliveira. Y, en segundo lugar, para implorarle que nos reúna a todos en la unidad de la verdad y de la caridad, para el bien de la Santa Iglesia y la grandeza cristiana de nuestro Brasil.
Elói de Magalhães Taveiro
Notas:
[1] Sobre el papel de D. Guéranger en el movimiento litúrgico universal, es memorable el artículo escrito en el “Legionario” (13-2-1942) por el llorado Arzobispo de la Congregación Benedictina Brasileña, D. Lourenço Zeller, Obispo titular de Dorilea.
[2] Por el texto de este documento queda claro que él no se refiere al león heráldico del estandarte rojo de la TFP. De hecho, este estandarte solo comenzó a utilizarse en 1963.