“Santo del Día”, miércoles 24 de mayo de 1995
A D V E R T E N C I A
Este texto es trascripción y adaptación de cinta grabada con las conferencias del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a los socios y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.
Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.
Video de la conferencia del Prof. Plinio (en portugués)
Hoy la Santa Iglesia celebra la fiesta de María Auxiliadora de los Cristianos. Este auditorio fue instituido, construido y proyectado bajo la advocación de María Auxiliadora de los Cristianos. Es más que comprensible que en este día rindamos homenaje a nuestra Reina de una manera muy especial, lo que se realizó de dos modos:
En primer lugar, mediante el juego de la iluminación. El auditorio estaba tenuemente iluminado, lo que me resultó incluso un poco extraño cuando entré. Pensé: “¿Será que el sistema de iluminación eléctrica funciona mal, para que en un día de fiesta estemos tan mal iluminados?” En un momento dado me di cuenta de que cuando la imagen [de Nuestra Señora] adentraba en nuestro auditorio, precisamente en ese momento se encendían las luces.
Entonces se explicó lo que significaba el símbolo: todo es oscuridad, todo es una luz apagada, acabada, marchitada, mientras la Virgen no está presente. La Virgen está presente, todo es luz, todo es alegría.
¿Qué significa esto exactamente? ¿Cuál es la relación entre esta alegría y esta luz? ¿Qué relación hay entre la invocación de María Auxiliadora de los Cristianos y la alegría que desbordó de todos los corazones en cuanto terminé de aludir a esta relación entre luz y auxiliadora?
Evidentemente se deduce de lo siguiente: la idea de auxilio evoca la idea de necesidad. Sólo el que está necesitado pide ayuda; el hombre que no está necesitado no requiere ayuda.
* Nuestra Señora Auxiliadora: una bondad que no se cansa de dar y perdonar
Sólo es auxiliadora Aquella que tiene como función normal, como misión propia, como rasgo característico de su personalidad el ser auxiliadora. Para ser auxiliadora por excelencia, Aquella que ayuda a todos de todas las maneras, en todas las circunstancias y en todos los lugares, debe ser de una riqueza sencillamente fabulosa. Debe ser de una bondad aún más extraordinaria que su propia riqueza. De modo que, no cansándose nunca de dar, no cansándose nunca de perdonar, y el perdón es uno de sus dones tan inmensamente preciosos —iba a decir “tan inmensamente deliciosos”—, después de haber dado mucho, después de haber perdonado mucho, Ella sigue teniendo para el que [la] ha ofendido una sonrisa de piedad cuando éste [la] invoca y pide misericordia.
Aun cuando [el pecador] no la invoca, Ella le ayuda. Ella ve la condición miserable de tal o cual alma y pide a Dios y a Nuestro Señor Jesucristo por esa alma. Ella acude en ayuda del alma que no pide, auxilia al alma que no ve, auxilia al alma que no quiere, y auxilia a esa alma, como que a sus espaldas, o concediéndole alguna gracia por la que se siente tocada de amor, de reverencia y gratitud. Siendo así comienza a venerar a Nuestra Señora Auxiliadora y se entabla cierta relación entre auxiliadora y necesitada.
* La Virgen siempre auxilia más, y siempre invita y da fuerzas al alma para pedir más auxilio
Entonces [el alma] está comprometida de por vida con una relación con Nuestra Señora, porque Nuestra Señora siempre auxilia más, y siempre que Ella auxilia más, invita el alma, le da fuerzas para pedirle más auxilio. Es una especie de polea que lleva al Cielo.
O esa alma ya está abundantemente auxiliada, y entonces sucede lo contrario. A fuerza de ver tanto auxilio, el alma recibe por medio de Ella la gracia de comprender el valor, la utilidad, la importancia y la áurea bondad de esta ayuda; y cuanto más recibe, más comprende; cuanto más comprende, más quiere; cuanto más quiere, más pide; y cuanto más pide, tanto más recibe lo que le ha pedido a Ella.
Se da en ambas direcciones una especie de polea, a través de la cual, como por una misteriosa cuerda, la Virgen tira de la persona hacia el Cielo, siempre que la persona quiera simplemente agarrarse a la cuerda que se le ha lanzado.
* La madre es la quintaesencia de la familia, porque es la quintaesencia del amor, del afecto y, en estas condiciones, la quintaesencia de la bondad y de la misericordia
Esto lo hace la Virgen de mil maneras. A veces es haciendo que un alma que se ha criado al calor de su bondad en un ambiente familiar piadoso, en el que todo el calor de la familia era de naturaleza sobrenatural, goteando gracias sobrenaturales, de modo que cuando el niño pequeño tiene su primer contacto con la vida familiar y la compara con lo que no es la vida familiar, afirma: “No hay nada como ella”.
Este “no hay nada como ella” —es decir, no hay como la familia para querer bien o encariñar— se resume, entonces, en una palabra, porque la palabra familia indica una pluralidad de personas. Pero hay una palabra que significa una sola persona, una palabra que significa madre. La madre es la quintaesencia de la familia, porque es la quintaesencia del amor, la quintaesencia del afecto y, en estas condiciones, la quintaesencia de la bondad y de la misericordia.
De este modo, el alma en contacto con la madre comienza a comprender qué es la bondad que no se cansa, qué es la gracia, el favor, el amor que no se agota, qué es esa forma de afecto materno que hace que a la madre nunca la parezca aburrido estar con su hijo, nunca piense que es monótono estar con su hijo. Tener a tu hijo en brazos, jugar con él, soltarlo en el suelo, verlo correr de un lado a otro, ser importunada por él “N” veces durante el día con preguntitas, con juguetitos, etc., para una buena madre esto es la alegría de la vida.
* Alguien, que al entrar en esta vida se da cuenta de lo que es una buena madre, comprende que la vida puede ser difícil, pero conservando el recuerdo de su madre, conservará el recuerdo paradisíaco de su infancia
Alguien que al entrar en esta vida se da cuenta de lo que es la alegría de [tener] una buena madre, comprende que la vida en la tierra puede ser muy difícil, pero que mientras conserve el recuerdo de su madre, conservará el recuerdo paradisíaco de su infancia.
Conservando este recuerdo conserva la esperanza del Paraíso celestial, donde la buena madre nos recibirá, y por medio de eso comprendemos todo lo que Nuestra Señora Auxiliadora es para nosotros. Entonces nos habituamos a la siguiente postura:
El amor de Nuestra Señora es un amor que Ella nos tiene ante todo por amor a Nuestro Señor Jesucristo. Nuestra Señora nos ama tanto y tan completamente, en primer lugar, porque Ella amó a Nuestro Señor Jesucristo, y lo ama eternamente, con uno de esos amores completos, inefables, absolutos, invariables, incondicionales, totales. Uno de esos amores que, cuando se llevan muy lejos, recuerdan de cerca el amor a Nuestro Señor Jesucristo. [Y el amor] a Nuestro Señor Jesucristo es la adoración.
A un hijo malo una madre puede decirle: “Hijo mío, tu madre te adora. Sin embargo, mira bien lo que la haces”. Aun así, recuerda el amor materno, —sin dar a la palabra “adoración” el sentido teológico estricto del amor que sólo se debe a Dios, dando a esta palabra la elasticidad que le da el vocabulario actual. Cuando decimos, por ejemplo, en Brasil en el himno [nacional] “tierra adorada”, no practicamos un acto de idolatría. Del mismo modo, una madre que llama a su hijo “hijo adorado” no practica un acto de idolatría, sólo torna elástica una palabra del más dulce significado, para dar a su hijo, y a veces a un mal hijo, — una idea de lo que es el amor materno.
* ¿Qué hombre hay que no necesite ayuda en esta vida?
En la vida, a todo instante, necesitamos ayuda. ¿Quién en esta vida no necesita ayuda? Aún si es feliz necesita ayuda, para no abusar de esta felicidad, porque nada es más fácil para un hombre que abusar de la felicidad.
Doy aquí a la palabra “feliz” el sentido ordinario —y, además, no plausible— del estado de alma del hombre que hace todo lo que le agrada, que no está obligado a hacer nada que le desagrade, al que no le sucede nada que le disguste, al que le sucede todo lo que le hace feliz, y que está en la vida sólo para disfrutarla.
Este hombre no existe, pero si un hombre viviera así, estaría en una situación de gran peligro, porque estaría en esa situación de hartarse de todo, de pensar que todo es aburrido, de querer otra cosa, luego otra cosa. Y entonces decir:
“Todo es nada. Lo tenía todo, todas las cosas pasaban por mi mano, y sentía que mi alma quería otra cosa. ¿Qué es eso que mi alma quería? No lo sé, porque nada ha llenado el vacío de mi alma, y me quedo con esta decepción. Otros tienen el anhelo de, trabajando duro, sacrificándose mucho, lograr cierta cosa que creen que les dará toda la felicidad. Yo era el hombre por cuya mano pasaba todo, lo tenía todo, y todo lo que imaginaba que podía darme la felicidad abundaba en mis manos, era constante en mi poder, y acabé viendo que todo era nada”. ¿Qué hacer entonces?
* Christina Onassis: el ejemplo de quien por sus manos pasó todo y vio que todo era nada
Recuerdo haber comentado en varias ocasiones, hace ya algún tiempo, un hecho significativo a este respecto.
Por aquel entonces se hablaba mucho de un armador griego —armador equivale más o menos a constructor naval—, un famoso Onassis que se decía tener la mayor fortuna del mundo y este hombre sólo tenía una hija. Estaba separado, en fin, no tenía mujer, ni otros hijos, vivía de los negocios y también de los placeres. Naturalmente los placeres de un hombre no son constantemente los placeres de su hija, son placeres diferentes, las formas de ser son diferentes.
Onassis llevaba su vida, su hija llevaba la suya, pero él pensaba que podía sustituir el vacío de su presencia con ella —quería disfrutar de la vida dejándola de lado y llevar la vida que él quería— dándole todo el dinero que quisiera. Y ella podía gastar tanto como quisiera porque su padre tenía una fortuna ilimitada.
El resultado: frecuentaba los hoteles más grandes; tenía las conexiones sociales más altas; aparecía en las revistas de moda más elegantes; cumplía los sueños más extravagantes: mandar construir una casa de una determinada manera y vivir en esa casa. Una vez construida la casa, uno o dos años después, la vendía porque quería comprarse un palacio. Luego renunció al palacio y se hizo comprar una casa de campo que era una auténtica delicia y era un verdadero joyero, tan rico que en su interior todo eran rubíes, brillantes y zafiros.
Pero todo esto no la satisfacía, y después de esta vida así, cuando había llevado una vida que era el sueño de muchos que se creían infelices porque no tenían ni la sombra de lo que ella tenía, después de esto, un día, estando en Buenos Aires en un gran hotel, se suicidó. Es decir, todo no fue nada, nada fue nada.
* A la única que no recurriría Christina Onassis era a la que necesitaría: Nuestra Señora Auxiliadora
Imaginemos en aquel gran hotel de Buenos Aires a la señorita Onassis viviendo los últimos momentos de su vida. Su padre era griego, ella sería probablemente “I.O.” [de la iglesia cismática “ortodoxa”, n.d.c.]. Pero todo deja entrever que no tenía ninguna religión seria, ni I.O. ni no I.O. Me gustaría imaginar en la suite más lujosa de aquel hotel de Buenos Aires a la señorita Onassis, rodeada de todo lo que podía darle placer, y ella aburrida, nada más le daba placer. ¿Qué necesitaba esa mujer?
Lo único a que no recurría era a lo único que necesitaba: ¡Nuestra Señora Auxiliadora!
Si fuese una mendiga, viviese en un tugurio, pero tuviese allí una imagen a la que, mirándola, sintiese todo lo que nuestra esperanza de católicos, apostólicos, romanos, siente cuando miramos a una pequeña imagen como ésta, tan poco pretenciosa, tan modesta, que parece sonreírnos, parece vivir para nosotros, parece prometernos dones del alma, dones de bienestar, de conforto, de esperanza, [dones] que la señorita Onassis había verificado que no existen, pero que Ella da. Si tuviera esta imagen ante sí…
Si en el lujo de su piso hubiese pasado un pobre recaudador de dinero para alguna obra de caridad y le hubiese dicho:
— Señorita, le doy una imagen que es una belleza. Mire”.
— Ella ni siquiera la mira.
— Pero, señorita, ¡mírela un poco!
— A ella no se le ocurre mirar la imagen, ni la había mirado, pero le mira a él y ve en los ojos de aquel hombre una alegría, un afecto cuando él mira la imagen. Ella nota que algo se transmitía de la imagen a ese hombre y ese hombre, venerando esa imagen, queriéndola bien así, ese hombre recibía algo que ella en todo su lujo no recibía, que el millonario era él y la mendiga era ella.
* Nuestra Señora junto a la millonaria hubiera sido verdaderamente auxiliadora, no dándola un bien de la tierra, sino un bien del cielo
En ese momento, ella recibiría una gracia especial de Nuestra Señora.
La gracia de una devoción sensible, pero de una devoción rica en significado, rica en contenido, —que podía recibir el análisis cuidadoso de un razonamiento implacable,— que le mostraría cada vez más que, cuanto más ella examinase el efecto que esa imagen tenía sobre sí, tanto más se daría cuenta de lo que la imagen tenía que la limpiaba, de lo que la imagen tenía que le quitaba del alma kilos de hastío, kilos de cansancio, kilos de aburrimiento, kilos de decepción, que haría florecer un sol dentro de su alma, que era la Fe. Y con la Fe, la certeza de que, de un modo u otro, incluso con las peores enfermedades, con las peores decepciones, un día ella emprendería el vuelo supremo para llegar al Cielo, y que allí lo recibiría todo. En aquel instante, de manos de aquel mendigo, aquella Señora, recibiendo la imagen, hubiera recibido el Cielo.
Era Nuestra Señora Auxiliadora quien encaminara allí a aquel mendigo, a aquel recaudador de donativos para una institución de caridad. Era Ella, Nuestra Señora, quien le había infundido aquella especial devoción cuando miraba a la señorita Onassis, y así había hecho penetrar en ella el tesoro de la gracia sensible y de la Fe, la gracia que cree aun sin sensibilidad alguna. En aquel momento, la Virgen había sido una verdadera auxiliadora, no dándola un bien en la tierra, sino un bien del cielo.
¿Cuál era este bien celestial?
Una mirada llena de pureza, llena de castidad, llena de compasión, llena de perdón, llena de afecto, y que hubiera significado para ella sólo estas dos palabras: “Hija mía”, o estas tres palabras: “Mi pobre hija”.
Esto hubiera alejado de las manos de la joven el revólver suicida; hubiera alejado de ella la muerte criminal y pecadora; hubiera alejado de ella las llamas del infierno.
Es la imagen de la Auxiliadora haciendo las bondades más extremas a las personas que imaginamos más independientes de su bondad.
La Virgen lo hace a menudo con personas que se encuentran en condiciones diferentes. Ella recorre las zonas pobres de una ciudad —o los otros estratos medios de una ciudad, o los estratos supremos— y desde la extrema pobreza hasta la extrema riqueza, mientras recorre esas zonas, hace sentir a las almas, a esta alma, a aquella, a aquella otra, las hace sentir por qué esa alma, sin saber por qué sufre, sin saber por qué está necesitada, quiere algo. Algo la duele, algo le es necesario, y en lo que necesita precisa de un auxilio.
* La historia del joven para quien toda carencia era ocasión de tormento
Recuerdo a un joven intelectual —no quiero decir quién era— que vivía entre São Paulo y Rio de Janeiro, su vida transcurría en el avión entre las dos ciudades. Era un orador muy bueno, era un hombre que exponía bien lo que quería, y muy apreciado porque era moderno y halagaba el sentido de la modernidad, es decir, el sentido de la Revolución (*) en todas las almas a las que se dirigía.
Desde muy joven empezó a ser un orador festejado, y orador festejado en la primera plana de la juventud de su tiempo. Con esto hizo una carrera muy rápida, y antes de llegar a los treinta años era una de las personas más prominentes de São Paulo y Río de Janeiro.
Llevaba una vida muy ajetreada e hizo imprimir un papel de carta que tenía un cisne flotando en el agua y debajo estas palabras en latín: “Quod deest me torquet” – Lo que me falta me atormenta. No sé cómo había llegado a la conclusión de que al cisne le faltaba algo y de que eso le atormentaba.
Y él era así: lo que le faltaba le atormentaba, “Quod deest me torquet”. Es decir: “No puedo sufrir la falta de nada, porque me atormenta. Por tanto, debo estar continuamente en busca de todo, porque siempre quiero más, siempre quiero lo mejor, lo más delicioso, lo más completo y lo más brillante. Mientras no haya alcanzado lo inimaginable, no tendré nada”.
¿Qué es esa vida?
* Por primera vez en la vida de aquel hombre le entró algo que no sabía lo que era: el sufrimiento
Un día este hombre se sintió indispuesto. Fue a ver a un médico, tal vez pensando que era una de esas pequeñas dolencias a que el médico le da un poco de medicina, se le pasa y se acabó. El médico le examinó y le dijo que creía que tenía que hacerse una radiografía de tal o cual órgano del cuerpo. No recuerdo qué órgano era.
El radiólogo tomó las radiografías y se las envió al médico, no se las envió al paciente, porque la enfermedad diagnosticada era tremenda: era cáncer.
Así que en un momento dado el joven llegó a la consulta del médico con la consiguiente alegría optimista:
– Oh, doctor, ¿cómo está, se encuentra bien? A ver qué me cuenta, deme ahora sus buenas noticias.
El médico intentó rebajar un poco las expectativas del cliente para prepararle a recibir la noticia bomba, y le dijo palabras más o menos así:
— Sí, buenas noticias, pero no tan buenas como a las que usted está acostumbrado. Usted está acostumbrado a las mejores noticias a respecto de todo. Ésta requerirá que usted, mi querido amigo, prepare su maleta para un pequeño viaje.
— ¡Oh oh oh! Me gusta mucho viajar. Dígame qué tipo de viaje es y haré mi plan.
— Mire, es para lejos, ¡eh!
— Ah, no me importa, me gusta ir lejos.
— Bueno, se lo voy a decir, prepárese. Usted tiene cáncer.
— Ah…
Por primera vez, quizás, en la vida de aquel hombre entró algo que no sabía lo que era: el sufrimiento. Nunca había contado con ello. ¿Cáncer, él? Pero si él estaba entre los felices de esta vida, aquellos a los que no les pasan exactamente estas cosas. ¿Cómo podía pasarle algo así a él?
* Ahora el cisne, en el profundo y seco estanque, comienza a caminar donde hay orugas y gusanos
— Pero, doctor, ¿no se equivoca? ¿Realmente soy yo? Mire la radiografía para ver si el nombre es el mío.
— Mi caro amigo, usted sabe que somos amigos desde hace mucho tiempo. Cuando vi llegar la placa radiológica me interesé por ver qué era. Le hice examinar porque sospechaba —ni siquiera se le había pasado por la cabeza— y fui a ver qué era. Veo su nombre en la parte superior: “No, es él. Vamos a ver qué es”. Lo pongo a contraluz, el análisis es positivo: “Tiene cáncer”. Tendrá que operarse.
— ¡Oh-oh-oh! ¿Una operación? Podemos hacer eso.
— No, así no. Una operación que probablemente sea mortal. Si no es mortal, le permitirá sobrevivir un poco, pero de eso no puede usted salir.
Uds. pueden imaginarlo, empezó a faltarle de todo. Era el cisne en el estanque seco, donde hay orugas, gusanos, el feo fondo del estanque donde tenía que empezar a caminar y no la hermosa agua sobre la que nadaba. Era el feo fondo de la vida: la enfermedad, el dolor, la medicina, la soledad, los amigos que huyen porque no les gusta oír que otros están enfermos, porque tienen miedo del contagio, de esto, de aquello y de lo otro, y que de todos modos se alejan.
* Si los ojos han permanecido criminalmente incrédulos durante mucho tiempo, necesitan una especie de reeducación para volver a creer
Luego el gran desconocido, el terrible desconocido:
¿Cuál será la hora en que seré llamado? ¿Cuál será la hora en que tendré que presentarme ante Dios? Pero Dios… ¿creo en Dios? ¿Qué sé yo si creo en Dios? Digamos que Él existe y yo no creo. O Él existe y yo creo, entonces mientras esté en estado de gracia llegaré al Cielo; o Él existe y yo no creo: estoy expuesto al infierno. ¿Qué es exactamente ese infierno? Tengo que pensar…
Dentro de poco continuaremos en este pensamiento y llegaremos a las conclusiones necesarias.
“¿Qué es exactamente este infierno? Lo recuerdo vagamente, no es un lugar agradable, en absoluto, pero al fin y al cabo es un lugar al que, si Dios quiere, debo ir. Bueno, ¿pero no vale la pena entonces empezar a creer de inmediato?”.
La fe no viene así, la fe no es como un mozo de hotel o de restaurante al que llamamos y viene a preguntarnos qué queremos. La fe llega cuando la pedimos, cuando la imploramos, cuando nuestros ojos se abren por fin para creer. Pero si nuestros ojos han permanecido criminalmente incrédulos durante mucho tiempo, necesitan ser reeducados para creer.
Entonces, ¿qué hay que hacer?
* Le falta todo y todo le atormenta; todo ha cambiado, está liquidado — “rompu, brisé, anéanti”
El hombre se siente completamente liquidado:
— Pero, doctor, ¿cuánto tiempo cree que puedo vivir?
— Mi caro hombre, depende. Podrían ser meses, podría ser un año, podría ser más. Pero debo advertirle: [esa dolencia] tiene sorpresas y de repente tengo que decirle que tiene una metástasis. ¿Sabe Ud. lo que es una metástasis?
— ¡¿Metástasis?! Nunca lo he oído.
— Pues bien, esta enfermedad suya salta de una parte del cuerpo a otra, sin dejar la primera. Así, ahora tendrá Ud. un tumor, digamos, en la parte posterior de la espalda. Ud. se siente incómodo y en un momento dado empieza a notar que también le molesta el codo; o que le molesta el pie. Va Ud. a ver lo que es y es un tumor parecido al que tiene en las espaldas. ¿Podrá ser la misma enfermedad? Es una metástasis. Esta enfermedad suele saltar de una parte del cuerpo a otra, y a veces cubre todo un cuerpo antes de que la persona muera.
— Pero ¿eso es todo?
— No, hay otras posibilidades. Hay, por ejemplo, el cáncer de huesos, en el que los huesos de la persona se vuelven tan quebradizos que, en la cama al girar de un lado a otro, si no se gira con cuidado, puede romperse un brazo. Para levantar una almohada un poco pesada, puede romperse dos o tres dedos. Y así la persona se va rompiendo dentro de su propia cama como una galleta blanda. Y cada gesto que hace, o ese gesto lo hace con un cuidado exquisito, o si no sabe que se está reduciendo a trozos dentro de la misma piel. Y así, en cada momento en que se mueve en la cama, para ahuyentar un mosquito que se le ha posado en la cara y que quiere sacudir con vivacidad, mueve el cuerpo y se rompe un trozo de columna. Y así recorre los caminos del dolor.
El doctor lo sabe. ¿Advirtió o no a nuestro conocido, nuestro cisne, que “Quod deest me torquet”, lo que me falta me atormenta?
Le falta todo y todo le atormenta, porque puede faltarle todo de un momento a otro. Todo ha cambiado, está liquidado. “Rompu, brisé, anéanti”, dice Bossuet. Roto, quebrado y aniquilado, así esta él.
* Siguió en su farándula sin decir lo único que debería: “Auxilium Christianorum, ora pro nobis”
¿Qué resolvió hacer este hombre?
Entendió lo siguiente: “Puedo sufrir un infarto repentino como consecuencia de esta enfermedad, es una de las posibles salidas. Voy a seguir viviendo sin cuidar de mi salud, porque no tiene sentido cuidar de una salud que se rompe cada dos por tres, no voy a hacerlo. Así que, por el contrario, voy a disfrutar de la vida en todas las formas en que pueda disfrutarla. Cuando llegue el momento de partir no habré hecho la maleta, la muerte me lleva”.
Siguió en su farándula, siguió llevando su vida sin hacer, como la señorita Onassis, lo único que ella o él deberían hacer, decir: “¡Auxilium Christianorum, ora pro nobis!“.
“Atended, Señora, soy vuestro hijo. ¿Qué calidad de mal hijo soy? Vos lo sabéis mejor que yo, por desgracia, pues he pecado tanto contra Vos que ni siquiera puedo decir cuál es la cantidad de pecados con los que Vos he ofendido.
“Pero sé una cosa. Mi madre, la única persona de la que guardo un recuerdo cariñoso, mi madre que a veces me daba algo que se llamaba una caricia, que animaba mi alma, y que luego murió, dejándome suelto en medio de inútiles ráfagas de dinero, mi madre solía decirme: ‘Hijo mío, ya ves lo buena que soy contigo. Recuerda que la Virgen es incomparablemente mejor y, siempre que la necesites, le dices: Auxilium Christianorum, ora pro nobis. Ella te conseguirá ayuda, así que nunca te sientas desesperado o desamparado, Ella te lo conseguirá todo.’”
* ¡Cuánta gente tiene miedo a la muerte! La muerte aterroriza a todos
Esta madre legó a su hijo este aparente harapo de religiosidad, una de las muchas, una de las más bellas invocaciones contenidas en la Letanía Lauretana: “Auxilium Christianorum, ora pro nobis”. Con la confianza de que lo propio de la Virgen es ver la necesidad y responder a ella; ver la necesidad y despertar una oración en el alma; una oración que pueda llegar a obtener incluso consuelo para el alma y la fuerza para afrontar los sacrificios, para afrontar los dolores de esta vida. Y así, ser nuestro auxilio de un modo u otro, ya sea dándonos una buena vida, ya sea dándonos una buena muerte; ya sea dándonos una vida santa, ya sea dándonos una muerte santa.
¡Cuánta gente tiene miedo a la muerte! La muerte aterroriza a todos.
Hubo un santo, si no me equivoco era San Juan de Dios, un pasionista, que tenía terror a la muerte y no podía pensar en la muerte. Era un religioso, un religioso santo, pero la idea de morir, de percibir la ruptura entre su alma y su cuerpo, y con esta ruptura la laceración que esto debe dar…
Una vez en el Colegio San Luís [*] una persona preguntó a un sacerdote si era tan cierto que el alma al dejar el cuerpo lo hacía sufrir tanto.
El sacerdote respondió, con espíritu, lo siguiente: “Imagínese que una persona viene aquí ahora y quiere arrancarle una de sus uñas con una navaja. Te horrorizaría la idea, ¿y por qué? Porque es una separación en tu organismo. En tu organismo hay una unión íntima entre la uña y la carne, y por eso la separación produce dolor, produce desgarro. Es algo parecido a la muerte. La muerte no es más que la culminación de la separación. Separar una uña de la carne es poca cosa, pero separar el alma del cuerpo es todo el ser que se rompe en sus dos elementos constitutivos. ¡Qué dolor debe causar! Entonces se desprende, comparece ante Dios y comienza el juicio”.
¡Oh! qué cosa tan terrible, pero es así, sabemos que es así.
* Una buena mañana, los que pasaban por delante de su residencia lo vieron tendido en el suelo, anquilosado…
Este joven del que os hablo cerró los ojos a todo esto, siguió en la vida del placer. Una buena mañana los que pasaban por delante de su residencia lo vieron tendido en el suelo, con la mirada perdida. Viendo que era una persona rica que no necesitaba ayuda, con la brutalidad del hombre contemporáneo, nadie le ayudó. Cuando por fin llegó la hora de que los criados abrieran la casa y ésta empezara a vivir también, al abrir la puerta que daba a la calle se encontraron con el cadáver, todo enredado de dolor y tendido allí con las llaves de casa en las manos.
Es decir, había intentado entrar, pero fue tan fulminante el ataque [de corazón] que terminó muerto.
¿Qué le pasó a este hombre?
No supo gritar: “Auxilium Christianorum, ora pro nobis”; no supo decir: “Madre mía, perdonadme, tened piedad de mí, auxiliadme, ayudadme”.
Si supo cómo hacerlo, incluso en el último momento recibió una gracia. Si tuvo una gracia en el último momento, en vez de dar el último gemido, dio la última oración: “Madre mía, ayudadme”. Ella podrá haberle dicho: “Hijo mío, te salvo”; y le habrá concedido una de esas gracias fulminantes que hicieron que San Pablo se convirtiera en el camino de Damasco.
En uno o dos minutos un precito, o un futuro precito, se transformó en un alma de luz que fue al purgatorio. Habrá permanecido allí más o menos tiempo, pero cuando las llamas del purgatorio le hacían muy penosa la penitencia que cumplía, él, desde el purgatorio decía: “Auxilium Christianorum, ora pro me”.
* Los que rehusaron la ayuda de la Virgen obtuvieron lo que prefirieron: el infierno por toda la eternidad
Ahora bien, la Iglesia nos enseña que mientras el alma que está en el infierno no puede recibir ninguna gracia de Dios, esa alma no pide ninguna gracia a Dios. Y no puede recibirla porque entre Dios y ella hay un muro infranqueable que nadie puede cruzar jamás, que Dios no quiere ni permite ni permitirá jamás que se cruce. De un lado, rebosante de felicidad, rebosante de gloria, de santidad, de toda clase de perfecciones, está Dios Nuestro Señor, y debajo de Él todos los ángeles buenos (los ángeles malos están en otra parte…), todos los santos, todos los que al menos en la última hora dijeron todavía con espíritu de sincera contrición: “Auxilium Christianorum, ora pro nobis”, y la Virgen atendió.
Todos éstos están en el Cielo, algunos están en el purgatorio. En el infierno están los que desconocieron el “Auxilio de los cristianos”; los que dijeron: “No quiero vuestra ayuda, no necesito vuestra ayuda, me basto, me disgustáis y no quiero de Vos el Cielo, prefiero el infierno…”. Tuvieron lo que prefirieron, están en el infierno, y están en el infierno por toda la eternidad.
Ya ven Uds. qué magníficos premios tienen los que saben decir “Auxilium Christianorum” y, por otra parte, qué magníficas lecciones para nosotros el horrible destino de los que no supieron decir “Auxilium Christianorum”.
* Todo huele a muerte, todo sugiere que algo se está descomponiendo en el organismo terrenal
Me tomo mi tiempo con estas consideraciones que son algo parecidas a las que hice el domingo pasado para los Corresponsales Esclarecedores [**] sobre el tema del Cielo, el infierno, etc. Es porque me parece que, en la locura del mundo caótico de hoy, en el que los pecados se multiplican fabulosamente como cantidad, como gravedad, como horror y malicia; en el que sentimos cada vez más a nuestro alrededor que la “Bagarre” [***] está viniendo, que está llegando, hay olor a muerte en el caos [que se esparce] por todas partes. Leemos este hecho, aquel hecho, otro hecho; todo huele a muerte; todo sugiere que algo se está descomponiendo de tal manera por toda la Tierra, que es una especie de lepra de la muerte que se ha extendido por todo el organismo terrestre.
Uds. habrán oído hablar recientemente de una enfermedad llamada ébola, o como se llame en África, que mata a una persona en no recuerdo exactamente cuánto tiempo —parece que en un día, dos días, tres días la persona se muere— y una de las cosas que puede ocurrir antes de que la persona muera es que se le salgan los dos ojos del rostro.
* El error de los que no supieron decir: “Auxilium Christianorum, ora pro nobis”
Se imaginen Uds. diciendo “no” y ¡puf! se les caen los dos ojos. Ya no ven nada a su alrededor. Uds. dicen “encender la luz”, se enciende, no ven nada. Entonces lo entienden: los ojos se les han caído. La primera noche ha comenzado, es la noche en la tierra antes de que venga la noche en el infierno. Si esa alma no se arrepiente, eso es lo que ocurre.
Pues bien, en todo esto hay que ver siempre el error de los que no supieron recordar y no supieron decir: “Auxilium Christianorum, ora pro nobis”. Porque si alguien dice “Auxilium Christianorum, ora pro nobis”, ciertamente Ella atiende en algo, y después de haber atendido en algo, da algo más, y las puertas del Cielo desde lejos nos abren una grieta como diciendo: “Repite, repite, repite, que o caminas hacia estas puertas o, maravillosamente, se te abrirán y como que te aspirarán al Cielo con tanta bondad”. Una metáfora que necesitaría más explicaciones para ser bien entendida, pero no tenemos tiempo suficiente para ello.
Por último, quiero decir que o se es devoto de María Auxiliadora o no se es nada.
* Así comenzó una vida que la Providencia divina ha alargado hoy hasta los ochenta y seis años
Lo digo aquí a Uds.— ya lo saben y no voy a atormentarles con el milésimo relato de un suceso ocurrido en mi vida infantil— que si pasé de un mal estado de alma a uno bueno en mi niñez, se lo debo a que en cierto momento en que estaba mirando la imagen de Nuestra Señora Auxiliadora en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús [en São Paulo], me fijé en la imagen casi por casualidad mientras rezaba una «Dios te salve, Reina y Madre de misericordia», y tuve la impresión de que, sin que ocurriera ningún milagro, la imagen, sin embargo, me miró y sin ningún milagro me dijo algo. Lo que me dijo fue lo siguiente: “Hijo mío, a pesar de todo, te quiero. A pesar de todo, pídeme ayuda que te la daré”.
Así comenzó una vida que la Divina Providencia ha alargado hasta los ochenta y seis años. ¿Hasta cuándo será? No lo sé, pero yo digo Auxilium Christianorum.
El “Auxilium Christianorum” que digo, mis caros amigos, no es sólo en vista de las necesidades de esta vida, sino y muy principalmente en vista de las necesidades de la otra vida.
* Continuamente oigo decir en nuestro alrededor que viene la “Bagarre”
Que Nuestra Señora prepare mi alma para recibir la llamada a la otra vida en el momento en que mi alma más le complazca, y que Ella tenga ocasión de ser más especialmente mi auxilio en la hora suprema. Que en la hora en que me adelante para ser juzgado, —pero un poco antes de la muerte, un poco antes de la hora de ser juzgado— Ella me dé en un minuto todo lo que pude haber rechazado durante mi vida, de modo a cumplir el ideal de mi vida. Ser en la hora en que comparezca ante Ella todo lo que Ella quiso que fuera cuando fui creado.
Si hubiera conseguido esto, “Quod deest me torquet” no es línea, no es principio. Lo que no he logrado ser por mi propia culpa, eso me falta, y nada en la vida me falta, excepto constatar que no soy, en este punto o en aquel, lo que debería ser enteramente. Entonces digo “Quod deest me torquet”.
Uds. y yo vivimos una vida de “Bagarre”. Continuamente oigo decir a nuestro alrededor que la “Bagarre” se acerca. Las circunstancias actuales refuerzan esta idea, y con razón. En Brasil, en particular, se ven huelgas, se ven movimientos de descontento, se ven necesidades tremendas. Por todos lados se ve que Brasil da la impresión de una tela vieja que se está rompiendo, que se está desgastando, que está siendo tironeada y rasgada por todos lados.
* Si Brasil supiera ir a la casa de [Nuestra Señora] Aparecida, llegar allí y decirle a Nuestra Señora: “Auxilium Christianorum, ora pro nobis”…
Si todo Brasil supiera esto, solo esto, pero con una frecuencia mucho mayor que la frecuencia considerable que existe en Aparecida… Ir a la casa de [Nuestra Señora] Aparecida en Brasil, llegar allí y decirle a Nuestra Señora: “Auxilium Christianorum, ora pro nobis”. Rogad por mí, por mi alma. Rogad para que yo persevere. Rogad para que pueda ser aquello a lo que me habéis llamado. Rogad por aquellos a quienes quiero. Rogad por aquellos a quien habéis llamado a través de mí, que el timbre de mi voz llegó a sus oídos, y a través de él la gracia habló a su alma. Rogad, pues, por aquellos a quien estoy especialmente encargado de trabajar para que lleguen al Cielo. Rezad, en fin, por todos aquellos a quien el demonio quiere apartar del buen camino, quiere arrebatar del buen camino. Por todo lo que queda de Civilización Cristiana: rogad para que se mantenga lo que se pueda mantener. Hasta el momento en que vuestra justicia intervenga y derribe este mundo pecador; este mundo que se va entregando al más descarado pecado contra la naturaleza.
* En las penas y en cada día, tener la confianza de decir: “O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria; Auxilium Christianorum, ora pro nobis”.
¿Cuántas penas les tocan sufrir en este tránsito? ¿Cuántos sufrimientos me toca a mí padecer?
No temo estos dolores, con tal que tenga la confianza de decir siempre “Auxilium Christianorum”. Porque mientras me agarre a esa cuerda de la que os he hablado, estoy seguro de que la Virgen me conducirá al alto.
Precisamente el otro día leía un episodio de la vida de San Bernardo. Estaba rezando en la catedral de Colonia y rezaba la Salve Regina. Su oración llegó hasta “ora pro nobis, Sancta Dei Genitrix. Ut digni efficiamur promissionibus Christi”. Terminó la Salve Regina, pero en un impulso que le dio la gracia, añadió esta ardentísima exclamación de amor a Nuestra Señora. Dijo, en voz baja: “O Clemens, o Pia, o Dulcis Virgo Maria” – Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
En la catedral de Speyer (Alemania), está marcado el lugar donde San Bernardo de Claraval, ante todo el clero, exclamó “O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria”, siendo estas palabras incorporadas desde entonces a la “Salve Regina”
En estas tres palabras, la noción de la clemencia de Nuestra Señora, que tiene piedad y obtiene el perdón de los pecados, obtiene la conmutación de las penas en cantidad inmensa. “O pia” significa Aquella que es misericordiosa, que se apiada. En el “dulce Virgen María” San Bernardo se transformó de tal manera que voló por los aires, la oración la terminó en el cielo ante el pueblo encantado y entusiasmado.
Pues bien, que en todos los días de nuestra vida sepamos decir: “O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria. Ora pro nobis, Sancta Dei Genitrix. Auxilium Christianorum. O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria”. Esta es la gran reflexión, el gran consuelo, la gran esperanza que tenemos ante nosotros. Pidamos a Nuestra Señora que la guarde en lo más profundo de nuestras almas.
* Es posible, mis caros, que las grandes separaciones estén sonando
Es comprensible que, en las horas de las grandes separaciones —porque es posible, mis caros, que estén sonando las grandes separaciones—, Nuestra Señora se lleve al Cielo a algunos que Ella desea más especialmente tener allí, para que sean nuestros intercesores, para que sean, bajo Su dirección y guía, también nuestros auxilios. Porque los hermanos de las filas de la TFP que han muerto en estado de gracia y que están en el Cielo, son también para nosotros auxilium christianorum, y constituyen una pequeña corte que se va engrosando en torno a la Virgen, que le dice: “Reza especialmente por ese, protege con tus gracias especiales a ese otro”, dándonos así ayudas complementarias bajo su guía; de modo que el cuerpo de todas las protecciones de que nos rodea la Providencia, este cuerpo se cierra en torno a nosotros como una defensa, casi diría una defensa militar.
Este cuerpo es, en primer lugar, Nuestra Señora; muy infinitamente por encima de Ella, Nuestro Señor Jesucristo; después Nuestra Señora; después todos los Ángeles y Santos del Cielo, y entre los del Cielo, los que fueron nuestros compañeros de filas en la tierra.
NOTAS
[*] Colegio San Luís: En febrero de 1919, a los diez años de edad, Plinio Corrêa de Oliveira inició sus estudios en el Colegio San Luis de la Compañía de Jesús, donde se formaba la clase dirigente tradicional de São Paulo. Entre la educación materna y la del colegio hubo, como conviene, continuidad y desarrollo. En las enseñanzas de los jesuitas Plinio reencontró el amor por la vida metódica, y sobre todo aquella concepción militante de la vida espiritual a la que su alma aspiraba profundamente. En el colegio tuvo su primer choque con el mundo, y su primer campo de batalla. Allí el joven Plinio encontró las “dos ciudades” agustinianas, confundidas como el grano y la cizaña, el trigo y la paja, de que habla el Evangelio, y comprendió cómo la vida del hombre sobre la tierra es una dura lucha en la que “no será coronado quien no hubiera combatido” (cfr. “El Cruzado del siglo XX – Plinio Corrêa de Oliveira”, Roberto de Mattei. Edita: “Tradición y Acción por un Perú Mayor”, Cap. I, nº 9. Se puede consultar online pinchando aquí)
[**] Sobre el papel de los Corresponsales Esclarecedores en la vida de la TFP ver aquí.
[***] “Bagarre” – Un gran triunfo de la Iglesia y de la Civilización Cristiana, después de una crisis, metafóricamente definido en el lenguaje cotidiano de la TFP con esta palabra francesa – cfr. “El Cruzado del siglo XX – Plinio Corrêa de Oliveira”, Roberto de Mattei. Edita: “Tradición y Acción por un Perú Mayor”, Cap. VII, n. 10. Se puede consultar online pinchando aquí].