“Modus Moriendi” – Alerta a los perpetuos soñadores de utópicos acuerdos con el comunismo

Cristiandad”, Barcelona, N.º 471, Mayo de 1970 (*)

Por Plinio Corrêa de Oliveira

Para la formación de los candidatos al sacerdocio nacidos en Roma, existen naturalmente, en la Ciudad Eterna, diversos seminarios. Al par de éstos hay, entretanto, también otros establecimientos de formación eclesiástica destinados a los jóvenes de las más diversas naciones. Y es explicable. En efecto, Roma, sede del Papado, es por definición el centro de la ortodoxia. Es, pues, natural, que los Obispos del mundo entero deseen enviar allí el mayor número de seminaristas, con la intención de obtener, de este modo, nuevos sacerdotes profundamente imbuidos del espíritu de la Iglesia.

Es muy de ver que esta costumbre, de suyo excelente, produce una preciosa consecuencia. Es que los Papas disponen, así, de los medios para modelar directamente a numerosos jóvenes de todas las naciones, que por su propia formación moral e intelectual podrán, en el futuro, ocupar cargos de relieve en las actividades católicas de los respectivos países.

Las grandes universidades eclesiásticas romanas siempre rebosaron, pues, de alumnos de todos los continentes. Paralelamente a ellas existen las casas destinadas a residencia de los seminaristas. Estas casas llamadas habitualmente colegios agrupan generalmente a los jóvenes por naciones. Así tenemos el Colegio Brasileño, como el Francés, el Germánico, etc.

En su conjunto, insisto, este sistema constituye un valiosísimo instrumento para que el Papado ejerza a fondo su misión providencial en la Iglesia.

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Como bien se puede imaginar, el celo de los Papas, a partir de 1917, se volvió especialmente hacia los Colegios de las naciones subyugadas por el comunismo. Los aspirantes de tales Colegios son, habitualmente, jóvenes nacidos en familias que, no resignándose al yugo comunista, consiguieron refugiarse en el mundo libre. O jóvenes de detrás del telón de acero que, enfrentando obstáculos y riesgos fáciles de imaginar, consiguieron llegar a Roma.

De tales jóvenes, la Iglesia espera los más valiosos servicios: el incremento de la fe entre los refugiados, la infiltración por detrás del telón de acero, etc. Por esto mismo, también, los regímenes totalitarios siempre intentaron infiltrar espías y agentes en tales establecimientos. Sin ir más lejos, la semana pasada, las agencias telegráficas se refirieron a documentos recientemente publicados, los cuales revelan, por un lado, la infiltración del nazismo en los seminarios romanos, durante la última guerra, y, por otro la infiltración de agentes de Stalin en el Vaticano.

Nada más explicable, pues, que la Santa Sede procure, con extremada solicitud, proteger contra tales infiltraciones especialmente los colegios de las naciones bolchevizadas.

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Obispos católicos de Hungría firman un acuerdo de sumisión al gobierno comunista en 1964, pero la realidad a posteriori mostró que la persecución religiosa no dejó de existir (ICI, May 15, 1965)

Es en el contexto de estos hechos donde se debe evaluar el verdadero alcance de la noticia publicada por un órgano de la prensa de São Paulo, la semana pasada: el nuevo director del Instituto Magiar de Roma, monseñor Fabrian Arpad, fue designado por la Santa Sede mediante previo “agreement” del Gobierno de Budapest —pues de aquí en adelante los rectores de colegios de naciones comunistas ya no serán nombrados sin el “placet” de los respectivos gobiernos.

Para que alguien obtenga este “placet” —ponderamos— deberá evidentemente contar con la simpatía de los comunistas de su patria. Y para tener esta simpatía, es necesario no serle incómodo al comunismo… Ahora bien, siendo la filosofía y el régimen económico-social comunistas exactamente lo contrario de la religión y de la civilización católicas, es fácil de ver qué larga secuela de efectos temibles se siguen del nombramiento de los rectores de aquellos colegios según el nuevo sistema.

 Tan funestos son estos resultados, que a primera vista nos sentiríamos propensos a dudar de la noticia. Pero, desgraciadamente, en los días revueltos y confusos que corren, esta duda no puede ser tan consistente como en otro tiempo. Incluso se puede conjeturar toda una serie de presiones y amenazas, las cuales, para evitar un mal mayor, puedan haber inclinado al Vaticano a la aceptación de tal riesgo. Pero estas consideraciones están al margen de mi tema. Mi intención, en este caso, no es de estudiar la actitud de la Santa Sede, sino la del Gobierno comunista húngaro.

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De mil modos y maneras propagandísticas, el comunismo intenta hacer creer que está preparado para un “deshielo” con relación a la Iglesia. Y propenso, como consecuencia, a darle una cierta libertad de acción más allá del lúgubre telón. Un “modus vivendi” con la Santa Sede podría regular esta libertad. Basta con que la Iglesia no incomode al comunismo… Así piensan los ingenuos…

En vista de esto, pregunto cómo se puede creer en la sinceridad de estos propósitos, si hasta en Roma la “longa manus” del comunismo procura coartar la libertad de la Iglesia… en materia tan inmensamente delicada. Si esto ocurre, por ejemplo, en el Colegio Húngaro de Roma, que está tan distante de Budapest, ¿cómo dudar que esto, o algo peor aún, ocurrirá continuamente en cada sacristía y en cada convento de la Hungría actual?

Con estas intenciones por parte de los comunistas, ¿qué podrá ser un “modus vivendi” con la Iglesia? ¿Qué es —pregunto— un contrato en que una de las partes, la Iglesia, entra dispuesta a cumplir todas sus obligaciones, y la otra entra con el deseo de embrollar y poner mala intención en la ejecución de cada cláusula? Un “modus vivendi”, no. Un “modus moriendi”, esto sí. Lo digo para alertar a los perpetuos soñadores de utópicos acuerdos con el comunismo…

(*) Artículo originalmente publicado en la “Folha de S. Paulo” de 18 de enero de 1970. Traducción y adaptación al español por “Cristiandad“.

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