La visión de San Juan Bosco del Paraíso

“Santo del Día” – 24 de octubre de 1966


A D V E R T E N C I A

Este texto es una transcripción de grabación magnetofónica de conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a socios y cooperadores de la TFP  y no pasó por ninguna revisión del autor.

Si el profesor Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación con el Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución”, “Contra-Revolución” y R-CR, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

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Hoy es la fiesta de San Rafael Arcángel [N.C.: en el calendario actual, 29 de septiembre], uno de los siete ángeles que asisten ante el trono de Dios y tienen la misión de ayudar a los hombres a presentar sus oraciones al Cielo.

Me han pedido que comente una famosa visión de San Juan Bosco, tomada de la biografía de San Juan Bosco de la BAC, un documento salesiano totalmente oficial. Como se sabe, estos sueños eran relatados por Don Bosco y anotados por las personas que los escuchaban y después fueron incorporados al material que se ha publicado sobre él. Así que voy a leer apenas un extracto de la visión, porque si no duraría unos dos o tres días. Es una visión que tiene más de diez páginas… nueve páginas, así que tengo que comentarla en dos o tres días.

Dice San Juan Bosco:

«Soñé cosas que pueden pareceros muy extrañas, pero sabéis que con mis hijos no tengo secretos. Les abro todo mi corazón. Pensad de ello lo que queráis. Como decía San Pablo, ‘quod bonum esse tenete’ (1 Tes 5, 19-21): si encontráis en ello algo beneficioso para vuestra alma, sabed aprovecharlo. Quien no quiera creerme, no me crea, pero que nadie ridiculice las cosas que voy a decir».

«También me gustaría que no lo contéis a nadie, ni lo comuniquéis por escrito a nadie fuera de casa. A los sueños se les puede dar la importancia que merecen y quienes no conocen nuestra intimidad podrían formarse juicios erróneos, llamando a las cosas por otro nombre del que tienen en realidad. No saben que sois mis hijos y que siempre os digo todo lo que sé y a veces hasta lo que no sé».

Era quizás una alusión a cosas que él había adivinado.

«Pero lo que un padre muestra a sus hijos, por el bien de ellos, debe permanecer entre el padre y los hijos y no salir de ahí. Y por otra razón, en general, cuando estas cosas se cuentan fuera, o se desfiguran los hechos, o solo se cuenta una parte y esa parte se malinterpreta, de donde surge el daño, porque el mundo despreciaría lo que no debe ser despreciado. Deberíais saber que los sueños se suelen tener mientras se duerme».

«Pues bien, la noche del 6 de diciembre, mientras estaba en mi habitación, no recuerdo bien si leyendo o paseando por ella, o si ya me había acostado, empecé a soñar».

Esto significa que admite la posibilidad de que fuera una visión, un éxtasis y no un verdadero sueño. Él mismo no podía recordarlo. A seguir dijo:

«Me pareció encontrarme de repente en una elevación que daba paso a una inmensa llanura, cuyos confines se perdían en la visión de la inmensidad. Era tan cerúlea como el mar en calma —esa llanura, es decir, tenía el color del azul del cielo como el mar en calma—, aunque lo que veía no era agua, parecía un cristal puro y brillante.»

Se ve en esta visión el papel de las piedras preciosas. Todo se parece a las piedras preciosas, así que se tiene la impresión de que la mejor reproducción, el mejor símbolo del Paraíso Celestial, de la materia en el Paraíso Celestial, son las piedras preciosas y los cristales.

«Bajo mis pies, detrás y a los lados, vi una región semejante a una costa o a la orilla de un océano; anchos y gigantescos paseos dividían la llanura en vastos jardines de indecible belleza, todo ello dividido en pequeñas arboledas, prados y parterres de diversas formas y colores.»

Es interesante que este jardín del Paraíso —porque es el Paraíso lo que está viendo— esté concebido a la manera de la sociedad orgánica. Es decir, no es un jardín único, enorme y simétrico, sino un mundo de pequeños jardines, todos ellos variegados, con bosques, con otros pequeños jardines, etc.  Cada jardín, por tanto, tiene una pequeña pluralidad y este mismo jardín no es más que una unidad dentro de una pluralidad mucho mayor de jardines también, que cubren esta inmensa llanura parecida a una piedra reluciente, que es lo que él vio del Paraíso Celestial.

«Ninguna de nuestras plantas puede darnos una idea de aquellas, aunque tengan cierta semejanza».

En otras palabras, la naturaleza de la tierra tiene alguna semejanza con la naturaleza del Cielo, pero no da ninguna idea de la naturaleza del Cielo.

«Las hierbas, los árboles, las flores y los frutos eran extremadamente bellos y variados en apariencia».

Hay que señalar que en el Paraíso Celestial no hay árboles, flores o frutos como tales, porque nada que sea pasible de  putrefacción y pueda morir cabe en el Paraíso Celestial. Por eso Santo Tomás de Aquino dice que cuando llegue el fin del mundo habrá un incendio en la tierra, y todos los animales y plantas serán destruidos, porque están sujetos a la muerte y a la putrefacción. Y una vez terminada la historia del hombre, no es bueno que las cosas putrefactas sigan existiendo. Por eso, dice, «las hojas serán de oro». Se ve, pues, que no son verdaderas plantas.

«Los troncos y las ramas de diamantes, el resto correspondiente a esa riqueza».

En otras palabras, el resto es rico del mismo modo. Se vuelve a ver que son piedras y material, verdaderas joyas, cosas que existen en el Paraíso. Pero también, por supuesto, oro que bien puede no ser oro y piedras que bien pueden no ser piedras, de que las piedras y el oro de aquí abajo son una especie de imagen.

«Era imposible contar las diferentes especies, y cada especie y cada flor brillaban con una luz especial».

Así, pues, la variedad es una de las notas más características del Paraíso, frente a la estúpida homogeneidad que caracteriza al arte moderno. En otras palabras, la belleza no reside en la monotonía de la repetición: reside precisamente en lo agradable de una variedad ordenada y bien aarmonizada. Esta es la verdadera belleza.

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«En medio de aquellos jardines y por toda la llanura, contemplé numerosos edificios de tan extraordinario orden, belleza, armonía y magnificencia que parecía que todos los tesoros de la tierra no bastarían para construir uno solo de ellos. Pensé para mis adentros: si mis hijos tuvieran una sola de estas casas, cómo les encantaría, qué felices serían y con qué gusto vivirían aquí. Pensaba esto cuando solo podía ver este palacio por fuera. ¡Qué magnífico debe de ser por dentro!»

Naturalmente, también, todo induce a creer que son como casas, que no son casas de verdad, sino que son cosas de las que nuestras casas de aquí dan una cierta idea; y son, en definitiva, formas, masas, colores, que atestiguan el esplendor de la materia paradisíaca y de algún modo revelan la gloria de Dios, y de que los palacios de aquí son una especie de prefiguración. Así que ya se ve lo mal que va el “fiambrerismo” pseudodemocrático: mientras se opone a todos los palacios, elimina un aspecto del Cielo en la tierra.

«Mientras contemplaba extasiado las estupendas maravillas que adornaban aquellos jardines, llegaba a mis oídos la música más dulce, de una armonía tan agradable que no puedo darle una idea adecuada de ella. En comparación, no tiene nada que ver con las de D. y …».

Que eran, por supuesto, las del coro de los Salesianos.

«Había cien mil instrumentos, cada uno produciendo un sonido diferente…» 

Una vez más subraya la idea de variedad.

«… esparciendo todos los sonidos posibles a través del aire en ondas sonoras». 

Así que ya se ve qué belleza: es una emisión conjunta de todos los sonidos posibles y, por tanto, una especie de música de músicas, una música de alta gama, de alto nivel, al lado de la cual nuestras pequeñas músicas, berimbaus [N.C.: instrumento primitivo de origen africano que se usa para músicas rítmicas de origen afro en Brasil], etc. no son nada… pequeños violines, no son nada comparados con este torrente de todas estas armonías posibles que se irradian por el cielo. Eso es vivir lo que se dice vivir. ¿Qué es eso aquí en esta tierra comparado con eso?

Y sigue:

«Se les unieron los coros de los cantores».

Así que también es el canto de todos los ángeles y santos reunidos.

«Entonces vi una multitud de gente de pie en aquellos jardines, regocijándose alegre y gozosamente. Quien tocaba, quien cantaba. Cada voz, cada nota, tenía el efecto de mil instrumentos reunidos…».

En otras palabras, las personas que paseaban por el jardín eran las que cantaban o tocaban.

«… todos distintos entre sí».

Una vez más, la diversidad.

«Simultáneamente, se oían los diferentes grados de la escala armónica, desde el más grave hasta el más agudo imaginable, pero todos en perfecto acorde». 

Aquí se ve, pues, la jerarquía musical, siendo la música la jerarquía de todas las cosas en este universo de desigualdades y diferencias.

«Ah, para describir esta jerarquía no bastan las comparaciones humanas. Se percibía en los rostros de aquellos felices habitantes del jardín que los cantores no solo sentían un placer extraordinario al cantar, sino que al mismo tiempo sentían una inmensa alegría al oír cantar a los demás.»

Una actitud poco terrenal. La persona que canta no siempre disfruta oyendo cantar a los demás. He oído decir —no sé si es verdad— que uno de los problemas para ajustar bien cualquier coro es que todos dejen cantar a todos. Ahí no: hay un placer enorme en cantar y oír cantar a los demás.

«Cuanto más cantaban, más querían cantar, y cuanto más escuchaban, más querían escuchar. Esa era su canción».

Describe lo que cantaban. Hay que considerar todo el espectáculo: esa llanura inmensa, azulada, con árboles de oro, diamantes, con jardines con plantas de todas clases, con palacios maravillosos y, en medio de los jardines, gente muy pura, diáfana, muy feliz, paseando y cantando, mientras una música que expresa todos los sonidos posibles encanta la atmósfera.blank

Uno puede imaginar el paseo de esa gente, que sería casi un paseo bailado, un andar rítmico de la alegría de aquel canto, y entonces nos haremos la idea de una felicidad que no existe aquí en la tierra. Estas son las descripciones que hacen con que uno quiera ir al cielo.  Se observa la diferencia entre esta descripción del Cielo y lo que de ordinario se ve en las pinturas: una masa de nubes y luego un azul… un azul que parece un abismo de azul que nos va a tragar, sin sentido.

Porque donde solo hay azul y añil absoluto, el añil absoluto es una especie de vacío absoluto, como el rojo absoluto. ¡Solo un color, solo una cosa monótona! ¡Imagínese un cielo todo rubro! ¡Es una cosa…! Por mucho que recuerde nuestro estandarte rojo (N.C.: el estandarte de la TFP), sería enloquecedor. Uno huiría de ese cielo. Bueno, hay una nubecita que lo compensa. Pero es una nubecita que es una nubecita, o es una mega nube, extendida en el centro, inventada por el pintor, pero eso tampoco tiene sentido.

Aquí no: el cielo al que se invita al hombre está lleno de cosas parecidas con las terrenales. ¿Por qué? Porque corresponde al hombre darse cuenta de que las cosas del cielo son más acordes con su naturaleza que las de la tierra. Mientras que el añil tan absoluto no se ajusta a nuestra naturaleza, esta descripción es sumamente agradable. Y es con descripciones como esta, de revelaciones de santos, que los predicadores deberían alimentar nuestra esperanza de ir al cielo, nuestro deseo de ir al cielo.

¿Por qué casi nadie quiere ir al cielo? Una persona está sufriendo, y se le dice: «Espera que en el Cielo tendrás una recompensa». La persona dice: “Ah, sí”. Pero un “ah, sí” como quien dice: «Oh, oh, oh. No lo dudo, pero qué cosa tan lejana, extrínseca a mí, heterogénea conmigo, que debe ser maravillosa, pero que no comprendo. Querer que ahora me vuelva radiante con esto, ¡oh carga, oh pesado consuelo!».  ¡Claro! Se le pinta un Cielo tan fuera de la vida y tan fuera de la realidad… porque no se trata de pintar un cielo atractivo. Si el cielo atractivo no fuera real, no tendría sentido, porque sería una broma, pero es una realidad. Pero ¡qué diferente es esta realidad de la realidad que vemos comúnmente!

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Fran Angelico – Glorificación de Jesucristo resurgido en el cielo – Retablo de la iglesia de San Domingo – Fiesole – Italia 

Fíjense, por ejemplo, en el Beato Angélico: cuando pintaba sus ángeles, pintaba el Cielo; era un fondo dorado, que él no pretendía que fuera el Cielo. Era una especie de fondo, un color óptimo, y luego el ángel. Pero no era el famoso añil insinuando que te vas a hundir en él. Imagínese esta vida aquí, luego uno se muere, se despierta y está revolcándose en medio del índigo, dando vueltas alrededor de una nube. No es una impresión atractiva, ¿verdad?  Es el cielo de la fantasía renacentista, que no es directamente objetable, pero que es objetable en la medida en que quita, por la monomanía de repetirlo, el deseo de conocer el verdadero cielo.

Entonces, ¿cuál era el canto? El canto era:

«Salus, honor, gloria Deo Patri Omnipotente…, Auctor saeculi, qui erat, qui est, qui venturis est judicare vivos et mortuos, in saecula saeculorum».

[Salve, honor y gloria a Dios Padre omnipotente, autor del siglo, que era, que es y que vendrá a juzgar a vivos y muertos por los siglos de los siglos]

Eso es lo que cantaban todos. Se advierte que este es solo uno de los títulos con que se glorifica a Dios. ¿Cuántos otros cantos habría y cuántas otras melodías apropiadas a las variedades de títulos con que se proclama la gloria de Dios? Y así podremos darnos cuenta plenamente de la riqueza inagotable de las fiestas del cielo.

«Mientras escuchaba admirado estas armonías celestiales, vi aparecer una multitud de jóvenes, muchos de los cuales habían estado en el Oratorio y en otros colegios. Yo conocía a muchos de ellos, pero la mayoría me eran desconocidos. Aquella multitud interminable venía hacia mí. Delante venía Domingo Savio y detrás Don Alasonati, Don Quiala, Don Giulito y muchos otros, muchos sacerdotes y clérigos, cada uno al frente de una sección de chicos».

Es el Cielo de un gran educador: viene todo su colegio; todos los que se salvaron vinieron a su encuentro. Es correcto. Es perfectamente bueno, perfectamente santo.

«Me pregunté: ¿estoy dormido o despierto? Y aplaudía y me tocaba el pecho para asegurarme de que lo que veía era real. Cuando toda la multitud llegó frente a mí, se detuvo a una distancia de ocho o diez pasos. Entonces brilló un destello de luz más brillante. Cesó la música y siguió un profundo silencio». 

Es muy hermoso. Son los silencios solemnes entre una pieza musical y otra, cuando todo se detiene y vuelve a empezar otra cosa. El cielo se detiene y nace una nueva armonía. Se produce algo totalmente nuevo, que impregna las almas, que da un nuevo color a la materia, que acabará por florecer en una nueva canción.

«Aquellos jóvenes estaban llenos de una gran alegría, que se reflejaba en sus ojos, y en sus rostros se podía ver la paz de una felicidad perfecta».

Eran los que ya habían muerto y estaban en el cielo.

«Me miraban con una dulce sonrisa en los labios y parecía como si quisieran hablar, pero no lo hicieron. Domingo Savio se acercó solo y se puso a mi lado».

Hoy está canonizado por la Iglesia, ¿no? [N.R.] Su canonización tuvo lugar el 12 de junio de 1954, por el Papa Pío XII.

«Se quedó callado y me miró sonriendo. ¡Qué hermoso estaba! Su vestido era realmente único. Una túnica candidísima, salpicada de diamantes y tejida enteramente en oro, le caía hasta los pies».

Se advierte que es un vestido de corte, y no tiene nada, nada, nada de miserabilismo, vulgar o proletario en él. Es la vestimenta de un gran señor de la corte celestial.

«Alrededor de su cintura llevaba un ancho fajín encarnado, recamado de tantas piedras preciosas que se tocaban unas con otras y se entrelazaban en un diseño tan maravilloso, ofreciendo tal belleza de color que, cuando lo vi, me sentí desconcertado por la admiración».

Fíjense siempre en el papel de las piedras preciosas: la túnica es de oro, pero está llena de piedras. Y lo mejor de lo mejor, el cinturón, ¡no tiene más que piedras! ¡Inclusive el oro desaparece! Y es un diseño tan bello que queda encantado de admiración, ¡está fuera de sí de admiración!

Vean cómo es el alma de un santo, capaz de apreciar un hermoso cinturón. Si alguien meditara sobre el Cielo y dijera: ¡Qué hermosos cinturones tendremos! No faltaría quien dijera: ¡Qué frivolidad! ¿Un cinturón? ¡Nada! En el Cielo, desnudo; todos desnudos. Bueno, está claro que en el Cielo tampoco podemos hablar de ropa ni de cinturones, y que esto tiene un sentido simbólico. Pero es un sentido simbólico de una cierta realidad y de una cierta realidad en que no hay ninguna dificultad en admitir que los hombres utilicen la materia paradisíaca para adornarse. No es así en absoluto, y un santo que se enfrentara a ello se sentiría fuera de sí de admiración.

«Alrededor de su cuello colgaba un collar de flores peregrinas. Parecía como si las hojas estuvieran hechas de diamantes».

Una vez más, nuestras piedras preciosas.

«Unidas entre sí por tallos de oro. Y así todo lo demás. Estas flores resplandecían con una luz sobrenatural, más brillante que el sol, que en aquel momento brillaba con todo el esplendor de una mañana de primavera, reflejando sus rayos en aquel rostro cándido, indescriptiblemente sonrojado».

En otras palabras, los hombres van a brillar más que el sol; van a refulgir con un brillo mayor que el del sol. De modo que, en lugar de ser como esos miserables guijarros que ponemos cerca de la luz para que brillen, es todo lo contrario: el sol es una lámpara apagada comparada con el resplandor que emanará de los bienaventurados.  Es el resplandor de la gracia de Dios, el resplandor de las virtudes, etc.

«Era tan brillante que ni siquiera se podían distinguir sus distintos rasgos. Llevaba en la cabeza una corona de rosas». Y no un gorro frigio. «Sus hermosos cabellos caían sobre sus hombros en ondulados rizos, dándole un aire tan bello, tan afectuoso, tan encantador, que parecía un serafín. No menos resplandecientes de luz eran los que le acompañaban. Todos iban vestidos de distintas maneras…».

Así que, una vez más, diferencias, trajes diferentes.

«… pero siempre hermosos, unos más, otros menos. Algunos de una manera, otros de otra. En uno dominaba un color, en otro, otro…»

Es la luz primordial.

«… y cada una de esas prendas tenía un significado que nadie podía comprender».

Exacto: es el significado del alma, es la expresión del alma, es una especie de proyección de la fisonomía.

«Pero todos tenían la misma faja encarnada alrededor de la cintura, cubierta de piedras. Me quedé mirando, absorto, pensando: ¿Qué significa esto? ¿Cómo he acabado aquí? Y no sabía dónde estaba. Fuera de mí, temeroso de la reverencia que me inspiraba, no me atrevía a decir una palabra, y los demás también callaban. Finalmente, Santo Domingo Savio habló».

Bueno, podemos terminar aquí. Veremos el diálogo mañana. Tenemos aquí, pues, una descripción del Cielo hecha en la materia, en los vestidos y en los rostros de los bienaventurados. Tenemos ahí una verdadera maravilla. Aunque, como he dicho, a muchas de estas cosas hay que darlas un sentido simbólico, pero no puramente metafórico de la cual el tema esté disociado. Esto no.

Y con esto concluye nuestra reunión.

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