La Sagrada Faz (*) de Nuestro Señor Jesucristo en la Sábana Santa: seriedad total, verdad absoluta y majestad

“Santo del Día” — 7 de febrero 1967


A D V E R T E N C I A

Este texto es una transcripción de grabación magnetofónica de conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a socios y cooperadores de la TFP  y no pasó por ninguna revisión del autor.

Si el profesor Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación con el Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución”, “Contra-Revolución” y R-CR, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

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Comentario sobre la Sagrada Faz (*) de Nuestro Señor Jesucristo basado en la Sábana Santa * El rostro de la seriedad total, de la verdad absoluta y de la majestad más sencilla * No sabía que se podía llevar la varonilidad, la objetividad, la compenetración, la adhesión y la identificación con el propio pensamiento hasta el punto de que lo expresa este rostro * Hermoso pasaje de Isaías que profetiza los dolores de Nuestro Señor.

 

Busqué tan cuidadosamente como pude en mis libros, pero desafortunadamente no pude encontrar este pasaje y la Santa Faz. Así que lo que tengo que decir sobre la Santa Faz es muy poco. Es tan poco que casi dudo en decirlo, porque lo bonito de la presentación que iba a hacer eran las citas de pasajes de la Escritura que se aplican maravillosamente al estudio de la Santa Faz.

Pertenecemos a un grupo en el que se da el hecho de que la perspicacia es uno de los tesoros que la Virgen ha puesto en este grupo.

Hace poco, unos amigos nuestros tuvieron la oportunidad de ver a gente más o menos ultramontana de México, que les preguntaban muy insistentemente cómo evitábamos el espionaje y si teníamos un sistema de contraespionaje para poder perseguir a los nuestros y ver quién era espía. No sé si Uds. se dan cuenta de la vida que podría producir algo así. ¡Un infierno!

No hacemos contraespionaje porque la Virgen nos ayuda y, por la forma de ser de la persona [la evaluamos] y podemos decir que, más o menos,  el Grupo, colectivamente, tiene cierta Gracia en este sentido.

Cuántas veces veo a un individuo que empieza a ‘ensabugar’ (N.C.: de ‘sabugo’, en Brasil, la espiga de maíz sin granos, o sea, alguien que no da frutos en su vida espiritual) y el grupo capta inmediatamente que él está ‘ensabugando’. Empiezo a oír comentarios por todas partes: Dr. Plinio, ¿ese no  está ‘ensabugando’? Este, aquel, está languideciendo de verdad.

O alguien empieza a ir mal [en su vida espiritual] y noto que hay un cierto vacío a su alrededor, sin que yo haya dicho una sola palabra. ¿Y eso por qué? Por la perspicacia del Grupo, la sensibilidad del Grupo. Incluso existe el peligro de ser demasiado perspicaz y ver estrellas a mediodía: a veces creyendo que alguien está  ‘ensabugándose’ y no lo está, o a veces haciendo el vacío alrededor de alguien que no lo merece. Así que he visto desconfianza infundada. No he visto confianza infundada. Y es mucho mejor tener desconfianza infundada que confianza infundada. Porque desconfiar de alguien que no lo merece acaba perjudicándole. Confiar en alguien que no lo merece acaba perjudicando a toda la Causa. Entre el daño individual y el daño colectivo, evidentemente hay que preterir el daño individual sobre el daño colectivo. El bien común está por encima del bien privado, nos dicen continuamente los progresistas…

Debe haber una oportunidad para que este  principio verdadero [de la perspicacia] se aplique de veras. Y aquí tenemos una oportunidad para aplicar este principio.

Ante todo debemos tener en cuenta el principio de que el rostro de un individuo es el símbolo de su alma, es la manifestación de su temperamento, es la expresión de sus ideas, es la transformación misma, en signos sensibles, de todo lo que le caracteriza.

Así, en el estudio de la Santa Faz, en la devoción a la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, esta devoción se hace considerando la Santa Faz y buscando aquellas cosas en la Santa Faz que nos hacen comprender algo de la santidad de Nuestro Señor, algo de la sublimidad de Nuestro Señor, algo de ese abismo de todas las perfecciones que existen en Él: y que así como los ojos son el espejo del alma, así como la faz es el espejo del alma —y esta es una verdad de sentido común citada incluso en la Sagrada Escritura—, así, en el más perfecto de todos los hombres, en el Hombre-Dios, esta regla tendría que tener un cumplimiento maravilloso, una ejecución perfecta. Y era normal, era natural, era obligado a que el Santo Rostro de Nuestro Señor Jesucristo fuera incomparablemente más expresivo de lo que pasaba dentro de su alma, de lo que es en nuestros pobres rostros lo que va dentro de nosotros.

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El “Beau Dieu d’Amiens”

Así, por ejemplo, podemos hacer un estudio de la Sábana Santa de Turín, podemos hacer un estudio de las mejores imágenes de Nuestro Señor que han aparecido —esa famosa imagen del Beau Dieu de Amiens, el Bello Dios de Amiens, que es una magnífica estatua de Nuestro Señor Jesucristo como rey, y forma parte del conjunto escultórico del portal del Salvador o del Juicio Final, de la catedral de Amiens—, podemos hacer un estudio de todas esas imágenes y podemos, por un proceso psicológico deductivo, tomar un contacto con el alma santísima de Nuestro Señor Jesucristo. Y tenemos algo que no es, en absoluto, la visión beatífica, porque no vemos a Dios cara a cara, sino que vemos a Dios en el Hombre-Dios, pero es algo parecido a la visión beatífica, porque no es solo una pura construcción cerebral, una pura construcción intelectual, sino que es ver. Y con ese algo inefable del ver. Vi a Fulano y vi su bondad. O, vi a alguien y vi su maldad. Entonces, ver directamente en la Faz sacratísima de Nuestro Señor Jesucristo. Ver su santidad divina en ese Rostro es, creo, el ejercicio psicológico más noble, más elevado, más respetuoso que se puede hacer. Pero es un ejercicio que realmente pueden hacer los que tienen aptitudes psicológicas, o quien participa del Grupo, todo el iluminado de dones para percibir lo que son los demás.

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Representación del «Buen Pastor» en las catacumbas de san Calixto.

En la Faz de Nuestro Señor Jesucristo, debemos considerar primero algo que es maravilloso. Cuando nos fijamos en los bajorrelieves y pinturas que existen en las catacumbas, nos damos cuenta de que presentan a Nuestro Señor con un rostro que no es el de la iconografía actual. Por ejemplo, hay imágenes en las catacumbas que representan a Nuestro Señor como el Buen Pastor. Y se trata de una persona con la figura de un griego, con esa nariz que sale de frente y con todo el modelado fisonómico de un griego. Así es como vemos a Nuestro Señor. Otras veces, vemos otras fisonomías que le fueron atribuidas cerca de la época en que vivió y cuando había personas que lo conocían y que, por lo tanto, podían tener una idea de cómo era. Vemos imágenes antiguas de Nuestro Señor que, sin embargo, no expresan su rostro tal como lo veneramos hoy en todas las iglesias del mundo.

Así que podríamos preguntarnos cuál es la autenticidad de este rostro que conocemos como la Faz de Nuestro Señor Jesucristo. Tengo la impresión de que es una pregunta que merece  la pena plantearse más por la belleza de la respuesta que por la pregunta en sí, porque en sí misma es una pregunta tonta. Basta con que este rostro actualmente conocido haya sido venerado en todas las iglesias de la cristiandad en una época determinada como el verdadero rostro de Él, basta con que este rostro, por otra parte, haya provocado y suscitado la ternura, el entusiasmo y la piedad de innumerables fieles,  para que nos demos cuenta de que existe una relación entre ese rostro y la idea que la Iglesia tiene de Él. Y que ese rostro debe ser, por tanto, su rostro.

Pero la belleza de la respuesta reside sobre todo en lo siguiente: durante siglos no tuvimos ninguna documentación fiable sobre el rostro de Nuestro Señor, hasta que en el siglo pasado, la fotografía tomada en Turín de la Sábana Santa reveló la Faz de Nuestro Señor, y todos ustedes conocen la Sábana Santa, no creo que sea necesario volver sobre ello aquí.

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La Santa Faz de la Sábana Santa de Turín en positivo (izquierda) y negativo (derecha)

A partir de ese momento, se comprendió que, esencialmente, el rostro de la Sábana Santa es el rostro que corresponde en todas partes a la misma persona que veneramos en todas las iglesias católicas del mundo. Y que hubo, por tanto, una especie de sensus ecclesiae, una especie de consenso universal muy exacto de que, sin haber existido una imagen que hubiera servido de patrón para que esta corriente se constituyera, se constituyó tal vez por una especie —no he hecho suficientes estudios sobre el caso para poder evaluar la hipótesis— de recomposición piadosa basada en el Evangelio y en la doctrina católica del rostro que, de hecho, era el verdadero rostro de Nuestro Señor según lo demuestra la Sábana Santa de Turín.

[La beata] Catalina Emmerich es anterior [al descubrimiento] de la Sábana Santa, pero nos habla de Nuestro Señor muerto. Y nos habla del rostro de Nuestro Señor en la Sábana Santa. La Sábana Santa no había sido fotografiada, etc., pero ella dice que debido a los sufrimientos extremos por los que pasó, sus mandíbulas bajaron y quedó impreso en la Sábana Santa un rostro que era ciertamente el suyo, pero con algo de … la persona que tiene desarrollada esta parte un poco hacia adelante, que nos da la impresión de su extremo dolor, pero que le quita algo de la maravillosa belleza de su rostro, y de la incomparable expresión fisonómica que tenía su rostro antes e incluso durante la Pasión.

Y realmente, la primera vez que vi una fotografía que representaba la Sábana Santa de Turín, la impresión que tuve fue, hasta cierto punto, de espanto. De hecho, Nuestro Señor a menudo asustaba a la gente. Y asustaba porque está ahí tendido y vemos a una persona de tal seriedad, que padeció un sufrimiento tan serio y sometió ese sufrimiento tan serio a consideraciones tan serias, porque toda su alma era tan admirablemente seria que la primera sensación que tuve al ver la Santa Faz, la fotografía de la Santa Faz, fue esta: no sabía que se podía ser tan serio. No me había dado cuenta de que se podía llevar la varonilidad, la objetividad, la compostura, la adhesión al propio pensamiento y la identificación con el propio pensamiento, hasta el punto de que lo expresa aquí este rostro.

He visto cuadros de todas las épocas. Ayer mismo estuve mirando el rostro de un ahorcado danés de hace dos mil años en «Historia» o «Miroir de l’Histoire» [N.C.: dos revistas de historia francesas]. Y eso no basta. ¡Cuántos otros rostros hemos visto! Nunca he visto nada que se parezca ni remotamente a [esta] seriedad divina. Lo que explica que haya podido decir en un momento dado: “Yo soy la verdad, el camino y la vida”. Ante todo, Yo soy la verdad. En otras palabras, en Mí no hay más que verdad. Pero no se trata solamente de decir que en Mí no hay más que verdad, sino que otras cosas podrían ser verdaderas, Yo no soy verdadero, Yo soy la verdad. La verdad habita en Mí en su propia sede, porque en Mi humanidad, en Mi divinidad, diría Nuestro Señor, Yo soy la verdad, y en Mi humanidad soy la sede donde la verdad habita por entero, con una unión sustancial. Soy el símbolo perfecto de la verdad. Ese rostro es el rostro de la seriedad total, de la verdad absoluta.

¿Hay algo más que se junte con eso? Sí. Es una majestad simplicísima. Es una elevación de la mirada, una elevación del pensamiento que es algo maravilloso. Uno se da cuenta de que una mirada suya, de esos ojos que están cerrados, pero miran, una mirada suya podría derribar a una persona. Así que comprendemos  de qué, en el momento en que fue arrestado, cuando le preguntaron: «¿Eres Jesús de Nazaret?», y  dijo «Yo soy», todos cayeran literalmente de bruces. ¿Por qué? Porque era tal su majestuosidad, una majestuosidad hecha de la participación del hombre con Dios y la presencia allí, verdadera y plena de Dios, que hacía que todo viniera de tan alto y tan elevado, tan sacrosanto, que podríamos decir que aquel hombre, a no considerarlo otra cosa que un hombre, era un tabernáculo, aquella mente era un tabernáculo. Y ese tabernáculo tenía verdaderamente en su interior la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo.

Por otra parte, también causaron una profunda impresión en aquel Rostro sagrado, la censura y el rechazo. Se siente que sus verdugos están juzgados. Aunque sus párpados están bajados, sus ojos siguen mirando fijamente a los verdugos y sentimos una especie de alejamiento de ellos. «No tengo nada en común con ellos. Soy completamente diferente a ellos. Hay un abismo entre ellos y yo. Y yo lleno ese abismo con mi rechazo y mi execración. Los he medido, los he pesado, los he contado y los encuentro totalmente detestables. Y durante toda la acción que llevaron a cabo contra Mí, llevé dentro de mí la certeza y la firmeza de un rechazo total a lo que estaban haciendo.»

Hay una protesta, una protesta de víctima. Una víctima que rechaza y acusa. Hay una especie de acusación en ese rostro, que es una acusación admirable. Nunca he visto labios más acusadores que los labios rectos de Nuestro Señor. Es como quien tiene un rechazo completo, como quien tiene una execración entera. Nunca he visto nada igual.

Pero al mismo tiempo, ¡qué calma! ¡Qué serenidad! Es la serenidad de la muerte. Uno no siente en absoluto ese torbellino de pasiones desordenadas. Todo está en orden. Todo dominado por la razón. Todo ajustado a lo que debe ser. De tal manera que se podrían tomar las palabras del profeta Isaías y escribir bajo ese rostro: “Ecce in pace amaritudo mea amarissima ”  (Isaías 38:17): he aquí que está en paz mi amargura muy amarga. Es una amargura completa. Amaritudo amarissima significa superamargura, la amargura de la amargura. Por tanto: «Tengo esta amargura, pero aquí está completamente en paz».

Detrás de esto está la manifestación del sentido moral de Nuestro Señor. Porque un rechazo así solo puede experimentarlo quien tiene un sentido moral muy elevado. No es el rechazo de un hombre que está enojado porque le han herido o golpeado. Es un hombre que, mucho más que estar enojado por el daño físico que le hicieron, está enojado por el crimen que se cometió y la ofensa que se le hizo a Él, al Padre Eterno, a la Santísima Trinidad con ese crimen. Un reproche moral. Hay una execración del mal, como decía antes, que es la execración por excelencia. Nunca he visto tal execración.

Sus ojos lo expresan. Sus ojos están cerrados. Pero Ana Catalina Emmerich nos dice algo sobre su mirada, que ya tuve ocasión de comentar aquí una vez, y que me pareció asombroso. Es una de esas cosas que demuestran que su libro es inspirado. Dice que los verdugos de Nuestro Señor, cuando se lo llevaban para azotarlo, no podían soportar su mirada. Su mirada era tal que no pudieron soportarla y por eso le vendaron los ojos a Nuestro Señor. No se habrían atrevido a azotarle soportando su mirada. Esa mirada no se conservó, vemos los ojos bajos. Y los ojos bajos, en ciertas fisonomías, también hablan.

Pero su mirada real, esa mirada, no la vimos. Una mirada admirable que bastó para que San Pedro se arrepintiera, llorara amargamente y cambiara de vida. Una mirada que cambió a tanta gente, que animó a tanta gente, a tanta gente… Esa mirada, por desgracia, no estaba reservada para nosotros. Esa mirada está en el cielo, reservada para un coloquio perpetuo de miradas con la Virgen y con alguna que otra alma que haya sido llevada al cielo para contemplar esa mirada. Los ángeles miran esa mirada. Dios mira esa mirada. Pero nadie más tiene esa mirada. Mas si es verdad que el rostro es la parte más expresiva del cuerpo, y si es verdad que los ojos son la parte más expresiva del rostro, y que, por tanto, la mirada da la plenitud de la expresión del alma, si el rostro es tan admirable, ¿se puede imaginar cómo pudo ser la mirada de Nuestro Señor? Su primera mirada a la Virgen. Su primera mirada a los Magos. Su primera mirada cuando entró en el templo de Jerusalén, cuando vio de lejos el templo de Jerusalén. Su mirada a los fariseos. Su mirada a San Juan Evangelista y a cada uno de los Apóstoles que se acercaban y con los que formaba el Colegio Apostólico. El primer momento en que miró a cada uno de ellos …

Por ejemplo, Él, que tenía tanto horror al mal, no podía dejar de tener un inmenso amor al bien. ¿Cómo debió de mirar a San Bartolomé cuando se acercó a él y le habló de algo que hacía San Bartolomé bajo la higuera, y le dijo: eres un verdadero israelita en el que no hay fraude? ¿Se puede imaginar la estima, la comprensión, no hesito ante la palabra, el respeto, el amor que vertió en esa simple mirada que dirigió a San Bartolomé?

Y de ahí en adelante, todas sus miradas durante su vida. ¿Qué habrán sido? Nosotros, por el rostro, podemos conjeturar la mirada. Y podemos alimentar nuestra esperanza de que tendremos la dicha infinita de un buen día, en la eternidad, ver cara a cara la mirada de Nuestro Señor Jesucristo. No hay nada que pueda expresar la felicidad de nosotros mirando esa mirada, sintiendo esa mirada en nuestros ojos, y sintiendo que Él nos ama, y que nos ama porque nos considera parecidos a Él, nos considera congéneres a Él, y nos ama, por tanto, como el buen pastor ama a sus ovejas: como el modelo ama a la copia hecha según el modelo. Como el semejante ama al semejante. Son amores metafísicos, elevadísimos. ¿Quién puede darnos una idea de esto?

Estas consideraciones se aplican a la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo tal como se presenta en la famosa Sábana Santa de Turín. Podría comentar otras imágenes sagradas, pero ahora pasaré a otro orden de ideas.

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Imagen del Sagrado Corazón de Jesús venerada por el Prof. Plinio desde su infancia.

Se trata de las llamadas imágenes sulpicianas (N.C.: el estilo “sulpiciano” debe su nombre a la parroquia de san Sulpicio, en París, construida durante los siglos XVII-XVIII, y ejerció desde entonces fuerte influencia sobre el catolicismo francés del siglo pasado). Las imágenes que corresponden al gran movimiento de expansión de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que se generalizó en todo el mundo en el siglo pasado y que llevó a colocar en las iglesias una serie de imágenes, todas ellas expresando más o menos lo mismo: la ternura de Nuestro Señor, la bondad de Nuestro Señor, su ternura, porque la palabra que cabe es su ternura para con los hombres.

Las imágenes sulpicianas no tienen ningún valor artístico. Son defectuosas incluso como concepción espiritual. Bien, pero sigue siendo cierto que en la iconografía de las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús del siglo pasado se ha filtrado —al menos en la mayoría de las imágenes— algo verdaderamente digno de Nuestro Señor. Y es otro aspecto que el sudario de Turín no reproduce —porque el sudario representa a la víctima divina—, exactamente el aspecto afable de Nuestro Señor, el aspecto gentil de Nuestro Señor, el aspecto accesible, el aspecto en el que uno se siente atraído hacia Él y no se queda tan deslumbrado que casi no se atreve a acercarse a Él.

Consideremos estas imágenes, y una por las otras se descubre una mirada, un estado de ánimo que, en el fondo, es un auténtico estado de ánimo, y es un estado de ánimo que completa para nosotros esa imagen del Sacro Volto en Turín. Y con eso se entiende en qué consiste la devoción a la imagen de Nuestro Señor, al rostro de Nuestro Señor. Esta devoción se hace mirando el Rostro, amándolo como símbolo y manifestación de su santidad y de su naturaleza humana y divina; tratando de entender la psicología de ese Rostro, y en esa psicología perderse literalmente de entusiasmo, de respeto y de amor.

Pero forma parte de nuestra vida espiritual, gracias a Dios —se lo debemos precisamente a la dulzura del Corazón de Jesús—, forma parte de ella que no podamos concebir nada sino a través de María, con María y en María. Por eso, cuando meditamos así sobre el Rostro divino, debemos pedir primero a la Virgen que nos ayude y nos conceda la gracia de sentir, cara a cara con Él, lo que Ella sintió. Y que Ella nos dé sus ojos, su corazón, su mente, para comprender e interpretar verdaderamente ese rostro. Cuando Nuestra Señora estuvo con Él, ciertamente trató de ver su alma todo el tiempo. Y al ver su alma, ciertamente vio cosas indecibles en la consideración de su rostro.

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¡La primera mirada! – Natividad – Giotto

La primera gran devota de la Santa Faz fue, naturalmente, Nuestra Señora. Desde el primer momento de la existencia del Niño Jesús, cuando Nuestra Señora, presumiblemente saliendo de un gran éxtasis, vio que había dado a luz al Niño y que el Niño estaba en sus brazos, lo miró. Y el Evangelio dice que cuando Nuestro Señor se encontró con el buen joven, «intuitus eum dilexit eum» (Mc 10, 21): habiéndolo mirado, lo amó.

En otras palabras, la mirada precedió al acto de amor. Y lo que vio fue una de las razones del amor. También la Virgen: «intuitus eum dilexit eum»: mirando al Niño, lo amó.

En aquellos primeros movimientos de mirar aquel rostro y amarlo, ella  vio todo. Y después, toda su vida, repitiendo el examen de ese rostro divino, hasta llegar al abismo del conocimiento sobre Él, del que solo tenemos una vaga idea, una idea tibia e indecisa; por eso pidamos a la Virgen que sea nuestra guía en el estudio de la Sagrada Faz.

Y que Ella le pida a Nuestro Señor Jesucristo que esta sagrada Faz nos diga todo lo que debe decirnos para nuestra santificación. Que de esos ojos que no pueden ver recibamos una mirada que salve; que de esa frente que, por así decirlo, ha ocultado los más altos pensamientos, salgan luces que iluminen nuestras pobres frentes tan llenas de banalidades, tan llenas de trivialidades, a veces tan llenas de concesiones a la Revolución. Que salgan palabras de esos labios que ya no hablan, palabras que nos toquen el alma hasta la médula. Y así, por la devoción a la Santa Faz, que nos unamos verdaderamente a Nuestro Señor.

blankSanta Teresa del Niño Jesús era Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Ella creía, me dijo Dr. Caio, que su devoción por excelencia y su nombre por excelencia no era Teresa del Niño Jesús: era Teresa de la Santa Faz. ¿Qué le habrá dicho el Santo Rostro a Santa Teresa? Decir, de ese decir mudo, sin revelación, sin manifestación extraordinaria. Pero decir, de hecho, a través de la voz de la gracia. Nosotros, tan numerosos aquí en el auditorio, que seguimos el camino de Santa Teresa y buscamos su intercesión para el éxito de nuestra vida espiritual, pidámosle esto: que nos dé, nos obtenga la gracia de que la Santa Faz nos diga algo —pero no solo algo, porque a su manera hay que ser audaz—, todo lo que le dijo a ella. No solamente todo, sino que, si esa es la voluntad de Dios, nos diga aún más de lo que le dijo a ella. Esas son las audacias de la infancia espiritual.

 

(Se trae la imagen de la Santa Faz para su análisis).

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La Santa Faz de la Sábana Santa de Turín en positivo (izquierda) y negativo (derecha)

Se puede observar que las rayas corresponden a defectos del paño. La impresión de la Santa Faz en el paño ha sido dañada por pliegues, por infiltraciones de agua, otras cosas, de modo que es un paño lleno de manchas e irregularidades. Y el Rostro de Nuestro Señor tiene esta línea que está realmente construida de tal manera que, si se presta atención, se percibe que esta parte de la barbilla está un poco adelantada y un poco aumentada en relación con la armonía que debería tener el conjunto. Esto dio al rostro una impresión de dureza que, por supuesto, no tenía.

Ahora bien, a pesar de todo, podemos ver los rasgos y, sobre todo, lo que más nos llama la atención es esto: todos habréis visto muertos, todos habréis visto un muerto. Y la impresión que da el muerto, en general, es sonriente. Porque con la muerte, todos los músculos están distendidos y la posición de la persona es totalmente normal, totalmente distendida. Y los ojos parecen no ver nada, o parecen seguir una leve sonrisa.

Lo que me sorprende de esta mirada es que los ojos están cerrados de tal modo, y los músculos de la cara están colocados de tal manera que se tiene la impresión de una persona que se ha cerrado completamente, para no ver lo que ocurre fuera de ella, en una actitud de distanciamiento y de ignorancia total de lo que ocurre fuera de ella, profundamente instalada en sí misma. Es una mirada de observación interior, de recogimiento interior y de juicio de todas las cosas, solo según el propio rasero interior, como si dijera: de todo lo que está fuera de mí, tengo execración. Yo, en mí mismo, encuentro la fuente de todo derecho, de toda verdad y de todo bien. Me repliego en mis esplendores interiores y estos esplendores interiores anulan todo lo demás, porque la norma y la medida de todas las cosas soy yo. No es esa vil turba que está fuera de mí, ni nadie que no sea yo.

Así que hay una especie de profunda mirada hacia dentro. Y el resto del rostro acompaña esta actitud. Uds. pueden ver esa línea lejana, que indica un espíritu serio, un espíritu santamente tenaz, un espíritu capaz de toda coherencia y resolución. Aquí se ve la línea de la boca, que es una línea firme, no una de esas bocas blandas, llenas de vueltas y volteretas.

Pero es una boca que es lo que es, con un corte definido. Y se puede ver la forma en que —es algo que casi no se puede expresar— la simetría con la que la nariz está en relación con el inicio del cuero cabelludo y al medio de la frente. La simetría con la que la nariz está en relación con la boca y la extraordinaria cercanía de la nariz a la boca, que indica algo cerrado y algo fuerte. En cambio, los personajes en los que esta distancia es demasiado grande indican bocas y caracteres blandos. Nunca me he analizado, de manera que esté denunciándome… Pero esta parte aquí, esto, y luego esto, cuando es muy grande, la boca suave, que habla y los labios se mueven de lado a lado, pastoso. Y este tipo de personas (si hay alguno así, lo siento; el cielo está abierto para todos) hablan con voz cantante y voz suave, con inflexiones, etc., e incluso inclinan un poco el cuello para mirarnos a un lado o a otro. Es una expresión de mollicia. Nada de eso encaja aquí. Se ve que no hay movimiento, ni suavidad, ni indecisión, ni debilidad, pero tampoco nada brutal ni a la Tarzán. Al contrario, es la fuerza del equilibrio perfecto, de la contención total y de la armonía perfecta de todas las cosas.

Por otra parte, se nota que los pómulos parecen… No sé si un cadáver puede retener la inflamación —lo dirán los médicos—, porque a mí me parecen inflamados. Así como en algunas partes de la nariz, se ven los hematomas. A pesar de eso, nos damos cuenta de que, a pesar de la inflamación —aquí se ve incluso algo así como un corte, una cicatriz, no sé si se ve—, a pesar de eso, se ve la belleza de la faz en su conjunto. Está todo inflamado, está todo magullado y deformado, y, sin embargo, se puede decir de él, o se puede decir [inaudible]… superior. Tiene tal forma de encanto, gracia y majestad, mayor que la de cualquier estatua antigua, que no hay hombre que haya tenido jamás un rostro igual. Tomen Uds. cualquier rostro que conozcan: tomen cualquier rostro del pasado que hayan visto y traten de analizarlo. No encontrarán ninguno con una fisonomía que se parezca en algo a este. Es tan propio, es tan inconfundible, que no tiene comparación con nada.

Por otro lado, miren qué interesante: Él está en este profundo rechazo de sus torturadores… No es una forma de belleza que haga feo a nadie. No es una excelencia en ningún sentido que aplaste o destroce a los demás. Al contrario, diríamos que todos los que le rodean parecen más virtuosos de lo que son. Porque hay en Él una especie de resplandor que se comunica a los demás y que mejora a los demás en lugar de, por contraste, aplastarlos. Estas son, en mi opinión, las circunstancias insondablemente admirables que caracterizan al Santo Rostro de Turín.

¿Vemos ahora el libro de Isaías?

(Observación en el auditorio)

Dr. Caio me está dando un material que, si me hubiera recordado que existía, habría dado la conferencia a su respecto. No se alarmen, no voy a dar otra conferencia …

Hay dos tesoros: uno es una carta de Santa Teresita a Celina (18 de julio de 1890), sobre la Santa Faz, y luego un pasaje de la Sagrada Escritura sobre el Rostro de Nuestro Señor Jesucristo.

«Querida Celina, si supieras lo que tu carta dice a mi alma, la alegría inundaría mi corazón, o, mejor dicho, ha inundado mi corazón como un inmenso océano. Celina, todo lo que tengo que decirte, lo sabes porque tú eres yo».

Hermosa expresión, que indica la unión de almas que puede existir en Nuestro Señor Jesucristo.

«Te envío una hoja, que viene después de la carta, que te habla largamente de mi alma: me parece que la tuya también se sumergirá en ella».

Es exactamente la parte sobre la Sagrada Escritura.

«Celina, ha pasado tanto tiempo y ya el alma del profeta Isaías se sumergía, como la nuestra, en las bellezas ocultas de Jesús».

[Las palabras «bellezas ocultas» son subrayadas tres veces por el Prof. Plinio].

«Sí, porque las bellezas de Jesús, las bellezas más grandes, son precisamente aquellas que indagamos a través de la meditación, que encontramos no a través de una consideración superficial, sino escondidas en lo más profundo de Él. Ah, Celina, cuando leo estas cosas me pregunto qué es el tiempo. El tiempo no es más que una ilusión, no es más que un sueño. Pero Dios nos ve en su gloria y disfruta de nuestra actitud eterna».

Es algo hermoso, pero Dios, sabiendo que iremos al cielo, ya se complace en vernos en el cielo.

«Oh, ¡cuánto bien le hace a mi alma ese pensamiento! Me doy cuenta, entonces, de por qué Dios no es mercader con nosotros. Siente que le comprendemos y nos trata como a sus amigas, como a sus esposas más queridas. Celina, porque Jesús fue el único a estrujar el vino»

Es una imagen del viñador que baja a una cuba llena de vino y la aplasta con los pies, que es una forma antigua de sacar el jugo: pero indica al hombre rociado de sangre, lleno de sangre, el único que tuvo el valor de llenarse de sangre.

«Y que nos dé de beber, por nuestra parte, no rehusaremos llevar vestidos teñidos de sangre».

Ella, que fue víctima expiatoria, murió con el alma en un vestido teñido de sangre.

«Por Jesús, estrujemos vino nuevo, que apague su sed, que le dé amor por amor. Ah, no desperdiciemos ni una sola gota del vino que podamos darle. Entonces, mirando a su alrededor, verá que hemos venido a ayudarle».

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La Santa Faz de Tours. Estampa que Santa Teresita venerava.

Es decir, Nuestro Señor tuvo quienes le ayudaron a llevar la cruz, tuvo quienes le ayudaron a llenarse de sangre. Estas fueron, por ejemplo, sus esposas carmelitas.

«Su rostro estaba como que oculto —es una expresión del Cantar de los Cantares— por este horror de dolores que desfiguraban su belleza. Celina, su rostro sigue oculto hoy. ¿Quién puede comprender las lágrimas de Jesús?»

Se puede ver cómo ella ya tenía una noción de la crisis de la Iglesia en aquella época. Pocos comprendían las lágrimas de Jesús en aquel tiempo.

«Celina, querida, hagamos de nuestros corazones un pequeño tabernáculo en el que Jesús pueda refugiarse. Así se consolará y olvidará lo que nosotras no podemos olvidar: la ingratitud de las almas que le abandonan en un tabernáculo desierto».

¡Cómo eso nos hace mal a veces! Salimos a pasear, salimos a la calle, pasamos por delante de iglesias; iglesias que están completamente desiertas. Cuando entramos en una iglesia, ese vacío nos da la impresión de que Nuestro Señor, desde el primer paso que damos en la iglesia, nos saluda con alegría, como una persona que no tiene compañía y ve que alguien viene a hablarle.

«Ábreme, hermana mía, esposa mía, que mi rostro está lleno de rocío y mis cabellos llenos de las gotas de la noche (Cant 5, 2)».

Es el Cantar de los Cantares. Una persona abandonada.

«Esto es lo que nos dice Jesús cuando está abandonado y olvidado. Celina, me parece que el olvido es lo que más hace sufrir a nuestro Señor».

El olvido de los que le aman [tan a menudo…]. Pasamos un día entero y no nos acordamos de Él. Pasamos por delante de una iglesia donde Él está realmente presente y no tenemos un pensamiento para el tabernáculo donde Él está solo.

«Papá y Celina, no puedo deciros todo lo que pienso; sería demasiado largo. ¿Y cómo decir las cosas que el pensamiento mismo solo puede traducir desde las profundidades que yacen en los abismos más recónditos del alma?».

Su padre se había ofrecido como víctima expiatoria y por eso se había vuelto demente.

«Jesús nos envió la cruz más selecta que pudo inventar en su inmenso amor. ¿Cómo podemos quejarnos cuando él mismo fue considerado como un hombre herido por Dios y humillado?».

También es de Isaías.

«El encanto divino encanta mi alma…»

Es un poema que Celina compuso, llamado El encanto divino.

«… y la consuela maravillosamente a cada momento del día. ¡Ah, las lágrimas de Jesús!, ¡qué sonrisas! Besa a todos de mi parte».

Y siguen pequeños mensajes familiares.

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Pasamos inmediatamente al pasaje de la Biblia. Son las palabras del profeta Isaías: hay que recordar que Nuestro Señor era muy sano, muy equilibrado, muy hermoso, antes de que empezara la pasión, para que podamos entender bien lo que viene ahora.

Isaías, profetizando lo que le iba a suceder a Nuestro Señor, y, por tanto, describiendo los cambios que la pasión provocaría en él, tenía estas palabras:

[Torres Amat; Is 53, 1-5]

«[1]Mas ¡ay! ¿Quiénha creído, o creerá a nuestro anuncio? ¿Y a quién ha sido revelado ese Mesías, brazo o virtud del Señor?

«[2] Porque él crecerá a los ojos del pueblo como una humilde planta, y brotará como una raíz en tierra árida; no es de aspecto bello, ni es esplendoroso…

En otras palabras, una planta sin gracia, una planta de traspatio. No tiene belleza ni esplendor.

«…nosotros lo hemos visto, dicen, y nada hay que atraiga nuestros ojos, ni llame nuestra atención hacia él».

Es decir, Jesucristo que pasa, ya azotado, ya lleno de escupiduras, ya con trozos de barba arrancados, ya completamente tambaleante, perdiendo la grandeza de su andar, entonces pasa como un arbusto que nació en tierra seca, raquítico, sin belleza. Pásase a su lado y no se le reconoce. ¡Él, que era tan admirable! Y todo por amor a nosotros.

[3] Lo vimos después despreciado, y el desecho de los hombres, varón de dolores, y que sabe lo que es padecer; …

Esta frase me parece simplemente admirable. Porque, según el espíritu de los paganos, el hombre que sufre es un hombre despreciable y el gran hombre es el hombre que nunca sufre. Ahora bien, allí se le ve como un hombre despreciado por todos, un fracasado. Quiso convertir a un pueblo y no lo consiguió. Quiso restaurar el reino de Judea y no pudo. Ahora es arrastrado a la cruz entre las risas de todos. Es objeto del desprecio de todos. Un hombre que sufre, que sabe lo que es el dolor, y del que hacemos poco caso, mientras que toda nuestra admiración se dirige al banquero rico, que ha triunfado en los negocios; o al artista de cine, o a cualquier otra categoría de “fassur” [N.C.: neologismo para referirse a un tipo pésimo]; al político de éxito. Porque esos son los felices, y el pagano solo admira la felicidad. Hace falta un alma cristiana para admirar de veras el sufrimiento.

Su rostro estaba oculto. Parecía despreciable y no le reconocimos. Asumió nuestros sufrimientos.

«…y su rostro como cubierto de vergüenza y afrentado; por lo que no hicimos ningún caso de él.

«[4] Es verdad que él mismo tomó sobre sí nuestras dolencias y cargó con nuestras penalidades; pero nosotros lo reputamos entonces como un leproso, y como un hombre herido de la mano de Dios y humillado,»

En otras palabras, el dolor del mundo entero está sobre Él. Cargó con nuestros sufrimientos. Pensamos en él como un leproso, como un hombre al que Dios castigó y humilló. Era horrible, estaba cubierto de lepra. Y era como alguien a quien Dios castigaba. De hecho, allí estaba siendo castigado por Dios. Él, que era inocente, cargó con mis pecados. Que soy culpable. Y sufrió todo esto para que el cielo se abriera para mí. Eso es lo que sucedió.

«[5] siendo así, que por causa de nuestras iniquidades fue Él llagado, y despedazado por nuestras maldades; el castigo de que debía nacer nuestra paz con Dios, descargó sobre Él, y con sus moretones fuimos nosotros curados.»

¡Qué cierto es eso!

Es decir, los castigos que yo merecía, que merezco y que mereceré, cayeron sobre Él. Lo sufrió todo por mí. Y las heridas no se han abierto en mí, o las heridas que se han abierto se han curado. Porque sus heridas me lo merecieron. Así que las heridas de Cristo son realmente mi cura y la esperanza de mi vida.

[Torres Amat; Is 63, 1-3]

[1] ¿Quién es ese que viene de Edom o Idumea, y de Bosra con las vestiduras teñidas de sangre? ¿Ese tan gallardo en su vestir, y en cuyo majestuoso andar se descubre su gran fortaleza…?».

Ahora es al revés: ver a Nuestro Señor triunfante en la cruz y que lleva la cruz. Entonces sigue adelante y es, a pesar de todo, un vencedor.

«… Yo soy, responderá [Nuestro Señor], el que predicó la justicia, y soy el protector que doy la salud a los hombres».

Fíjense en esta expresión: «el que predicó la justicia, y soy el protector que doy la salud a los hombres».

«[2] Pues, ¿por qué está rojo tu vestido, y está tu ropa como la de aquellos que pisan la vendimia en el lagar?»

«[3] El lagar lo he pisado yo solo, sin que nadie de entre las gentes haya estado conmigo. Pisé a los enemigos con mi furor, y los golpeé con mi ira, y su sangre salpicó mi vestido, y manché toda mi ropa».

Viene otro pasaje de la Escritura, pero este tiene menos que ver con nuestro tema. Así termina nuestra reunión.

Una vez más lo digo: estas meditaciones ante el Rostro ensangrentado de Cristo deberían recordarnos la hora de nuestros pecados. Porque, de hecho, es el colmo de la insensatez que hayamos pecado y que Él haya soportado el castigo. No tiene sentido. Nosotros merecíamos el castigo, Él no. Fue Él quien lo soportó y nosotros fuimos liberados del castigo. Eso, según las leyes de la justicia, está completamente fuera de… término, y solo puede ser explicado por las leyes de la misericordia.

Él quiso soportar su sufrimiento. Para que mi alma recibiera las gracias ordinarias y extraordinarias por las que se va arrastrando hacia el cielo, Él quiso sufrir todo esto. Y así, debo tener un sentimiento de contrición y de vergüenza al mismo tiempo, por la desproporción, por lo que he hecho. Porque algunas de las heridas de su rostro se las hice yo en el momento de cometer mis pecados. Fui socio de sus verdugos. Y yo tengo la culpa de esas heridas. Yo no había nacido, pero ya se había hecho por mí.

Pero, por otra parte, debe darme una confianza sin nombre en la hora de mis tentaciones y en la hora posterior a mis pecados. Porque comprendo que un cordero que quiso sufrir todo esto mansamente por mí, un cordero que, siendo inocente, aceptó esta humillación para que mi alma pudiera salvarse, este cordero tendrá toda la paciencia, todas las indulgencias y todas las misericordias obtenidas a través de las oraciones de su Madre por mí.

Imagínese a una madre cuyo hijo es asesinado en su presencia. Esa madre tiene todos los sentimientos posibles, tentaciones de sentimientos de resentimiento. La madre de Santa María Goretti perdonó al asesino de su hija. Este asesino se convirtió en la cárcel y, al salir de ella, fue a ser hermano laico en una orden religiosa. Cuando salió de la cárcel, le pidió permiso para hablar con ella y pedirle perdón. Ella le dijo que le perdonaba de todo corazón, pero que era demasiado fuerte para su naturaleza de madre hablar con él. Mientras tanto, le propuso una cosa: que comulgaran uno al lado del otro y que no se hablaran.

En Nuestro Señor Jesucristo se dio el perdón. Es una grandeza que no se puede negar. Es una glorificación de la Sagrada Eucaristía, de acuerdo, [pero con] Nuestra Señora no. Yo fui uno de los que colaboró en el asesinato, pero Ella no me hace eso. Ella estuvo al pie de la cruz y con paciencia y misericordia, recibió a San Pedro; habría recibido a Judas; recibió a los apóstoles. Rezó para que el buen ladrón se convirtiera. Rezó para que se convirtiera también el centurión que atormentaba a Nuestro Señor y lo atravesó con una lanza. Fue incomparablemente más allá que la madre de María Goretti. Amó con toda su alma a los que hicieron el peor de los males a aquel a quien Ella amaba con toda su alma.

Así que démonos cuenta de con qué confianza debemos dirigirnos a la Virgen y con cuántas disposiciones de contrición, pero al mismo tiempo con cuántas disposiciones de paz, debemos terminar nuestra velada de hoy.

Con esto terminamos y podemos concluir.

 


NOTAS

(*) La festividad de la Sagrada Faz de nuestro Señor Jesucristo fue instituida por S.S. Pío XII en 1958 y fijada el martes anterior al Miércoles de Ceniza. Es un verdadero acto de reparación a Jesucristo por los ultrajes que recibe día a día.

La Santa Sede concedió a Brasil en el siglo pasado la facultad de celebrar más solemnemente la fiesta de la Santa Faz, por ser ese país el epicentro de los festejos paganos de Carnaval, que tanto agravian a Dios. Esta es la Misa votiva propia para el rito ordinario, que se puede celebrar cada martes no impedido, y especialmente el del último día de Carnaval.

Esta fiesta re refiere a la imagen de Santo Rostro impreso en el velo de la Verónica. En este artículo el Prof. Plinio comenta el Santro Rostro como se le ve en la Sábana Santa de Turín.

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