“Santo del Día” — 10 de diciembre de 1976
A D V E R T E N C I A
Este texto es adaptación de extracto de transcripción de cinta grabada con la conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a jóvenes cooperadores de la TFP . Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.
Si el profesor Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación con el Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.
“Predica el Santo al Rey de Bvngo contra los engaños de sus Bonsos y hace gran fruto en todo el Reyno” – Anónimo – Convento del Carmen de San José – Santiago – Chile
[El Prof. Plinio inicia la lectura de la ficha con excerpta de la biografía de San Francisco Javier de J. M. S. Daurignac, relatando la llegada de San Fco. Javier al reino de Bungo, Japón, y su recibimiento por el rey.]
* * *
“El apóstol se dirigió al palacio del soberano, el rey de Bungo, acompañado por treinta portugueses vestidos con ricos tejidos, cuyos bordados de oro estaban ornados de piedras preciosas; todos llevaban cadenas de oro; sus gorras estaban adornadas con bordados de oro y con penachos flotantes sujetos por grapas de piedras preciosas. Sus esclavos, ricamente vestidos, llenaban una de las lanchas; varios instrumentos tocaban una sinfonía en cada embarcación».
No sé si a Uds. les parece, pero a mí me parece delicioso imaginar a nuestros portugueses bajando así en Japón. Pero para que se pueda captar lo pintoresco de la escena, es necesario ponerse en la mentalidad, que es especial, de los portugueses, así como de los japoneses de aquella época, de lo común de la gente de aquel tiempo.
Son pueblos que no tienen, como nosotros, en América del Sur, tanta inmigración. Nosotros, en Sudamérica, tenemos mucha inmigración. Así que nosotros, los brasileños, por ejemplo, para hablar de nosotros mismos, estamos acostumbrados a servir, a adaptarnos un poco a la mentalidad de los japoneses, sirios, alemanes, etc., que vienen aquí, y en cierta medida servimos de denominador común entre ellos, amortiguando las fricciones que puedan existir entre ellos.
Pero estos pueblos que no tienen inmigración, sobre todo en aquellos tiempos en que los medios para viajar eran muy escasos, y dentro de cada pueblo era una minoría muy pequeña la que realizaba grandes viajes internacionales, cada uno de estos pueblos se acostumbró a la idea de que la única forma normal de ser era la suya y que la forma de ser de los demás era una forma de ser muy extraña.
Se puede imaginar, por tanto, a los portugueses llegando a la isla, con esa confianza portuguesa y esa forma de pisar y caminar, como si fuera lo más natural que el mundo es portugués. El primer principio sobre el mundo es que el mundo es portugués.
Y se puede ver que bajaron a la portuguesa, todos [bien] vestidos, hombrones fornidos, la mayoría de las veces no muy altos, la mayoría de las veces con pelo negro, ojos negros, cejas negras, gordos, —pero gordos con músculo, no gordos con grasa—, una barba tupida, a veces crecida, a veces no crecida, y mirando las cosas a su manera.
Podemos imaginar una ciudad japonesa de la época, con todas las características de gusto, hábito y sistema que se conocen en las ciudades japonesas.
Los espectadores del arce — Esta pintura representa a la gente disfrutando de la vista del follaje del arce al lado del río Kiyotaki de Takao , al norte de la ciudad de Kyoto — Kanō Hideyori – 1557 — Museo Nacional de Tókio
Se notarían dos características, entre otras, —que chocarían con los portugueses o con que los portugueses chocarían enseguida—: la discreción y la delicadeza. Ahora, uno imagina un barco lleno de portugueses tocando una sinfonía, una música que los japoneses no entienden, porque no son esos tamborcitos, esas flautitas de bambú, sino que es un bombo, … algo categórico, y que llega con los portugueses a bordo. Y entonces bajan. Y uno les imagina desfilando por una calle japonesa en esa época, y yendo al palacio del rey. San Francisco Javier al mando, porque era el jefe de la misión —es lo bonito. Así que un hombre de Dios, con una mirada sobrenatural, con una actitud sobrenatural, con el cielo reflejado en sus ojos, una altanería española, encabezándolo todo. Detrás de él, treinta de nuestros antepasados vestidos con ricos paños, gruesos, y formando los vistosos ropajes de la época, cuyos bordados en oro se ornaban de piedras preciosas.
«Todos llevaban cadenas de oro».
Las cadenas de oro no son esas pequeñas cadenas que vemos hoy. Son cadenas gruesas.
«Sus gorras estaban adornadas con bordados de oro y con penachos flotantes sujetos por grapas de piedras preciosas. Sus esclavos, ricamente vestidos, llenaban una de las lanchas; varios instrumentos tocaban una sinfonía en cada embarcación.
«Los habitantes de Fucheo —curiosos por ver al famoso bonzo que tenía fama de someter a su voluntad el cielo y la tierra, los mares y las enfermedades, y la propia muerte— acudieron en masa a la calle donde iba a tener lugar la procesión».
O sea, el santo ya tenía fama de milagrero. Así que la gente, deseosa de ver al santo milagroso, llenó la calle para ver pasar la procesión.
«Quansandono, al frente de los canafamas (Guarda real o guarda de honor del rey), esperaba al gran Javier en el embarcadero. Y adelantó una litera real para transportarlo a palacio».
La litera debería ser delicada, más bien de bambú. Se puede imaginar a San Francisco Javier sentado allí, fuerte y decidido.
«Javier se negó, quiso ir a pie. Los canafamas formaron dos alas y dejaron pasar la procesión por el medio. El capitán, Don Eduardo da Gama, marchaba al frente, portando un bastón de mando en la mano derecha y, en la izquierda, su gorra brillantemente decorada, cuyo penacho superaba en grandeza y belleza al de los demás oficiales. Tras él marchaban cinco oficiales, uno tras otro, el primero de los cuales portaba el Evangeliario, cubierto por un velo de satén blanco…»
¡Vean qué hermoso acto de fe! La pregunta que se plantearían los residentes al verlos pasar: ¿qué es este libro que tanto aprecian que incluso está cubierto por este velo de satén blanco? Por la forma, sabrían que era un libro, pero, ¿qué era? La introducción al tema del Evangelio, es decir, lo que hoy llamaríamos propaganda. En aquella época era una puesta en escena muy bien pensada.
«…el segundo, un bastón adornado de oro…»
Era el signo de mando.
«…el tercero, unas zapatillas de terciopelo negro. El cuarto, un cuadro representando la Santísima Virgen, cubierto con un echarpe de damasco violeta. El quinto, finalmente, llevaba el magnífico parasol conservado en la Casa de Jesús en Roma».
Sin duda, el parasol estaba destinado a cubrir la imagen de Nuestra Señora. En otras palabras, toda la procesión estaba organizada en torno a la imagen de Nuestra Señora.
«El Padre Javier venia enseguida. Se había puesto una sotana de camaleón nueva, una sobrepelliz magnífica y una estola de terciopelo verde ribeteada con brocado de oro».
Yo imaginaría al santo vestido comúnmente [como] un jesuita, pero se puso un suntuoso atuendo litúrgico para subrayar la gala de la llegada portuguesa.
¿Qué hay detrás de eso? Es que para evangelizar hay que saber darse importancia. No basta con parecer mohoso, incorrecto, “herejía blanca”, sino que hay que saber utilizar estos medios naturales para subrayar y dar importancia al apostolado que se realiza.
«La música militar en frente y las sinfonías se alternaban en la retaguardia. En la plaza del palacio, 600 guardias con sables esperaban, inmóviles, al gran bonzo de Chemachicogin…»
Ese era el nombre con el que se conocía allí al santo.
«…y lanzaron entusiásticos gritos de aclamación en cuanto le percibieron. Avanzaron hacia él en buen orden, bajo el mando de su jefe, Fingeindono, y luego, abriendo filas, formaron alas a ambos lados de su paso. En la puerta, el capitán Don Eduardo da Gama y los cinco oficiales que presidían a nuestro santo, se volvieron hacia él y le hicieron una profunda reverencia, uno le ofreció su bastón, y el que llevaba el cuadro se colocó a su derecha, y el que llevaba el libro se colocó a su izquierda.»
¡Qué hermoso! ¡De primer orden…! Pero se ve que se ha cuidado toda la puesta en escena, toda la escenificación. Y qué bonito poner en destaque al misionero al final, para impresionar a los japoneses a quienes querían evangelizar.
«Todos estos movimientos fueron ejecutados con el mejor orden y perfecta armonía. Atravesaron una larga galería que conducía a una enorme sala donde los principales señores de la corte estaban reunidos con sus mejores galas».
Gentilhombres, en efecto, porque Japón era entonces una monarquía aristocrática e incluso feudal. Por lo tanto, eran verdaderos gentilhombres los que llenaban el palacio del rey.
«Allí, un chiquillo, al que un anciano conducía de la mano a la presencia de Javier, se inclinó profundamente y le dijo: «Gran bonzo, que tu entrada en la morada de Civandono, mi señor, te sea tan agradable como el agua del cielo al labrador en tiempo de sequía».
¡Muy bonito! Es el sentido poético oriental.
«Los malvados te miran con pena…
Es el niño quien sigue adelante.
«… tu presencia oscurece su vista y les produce la oscuridad de la noche, pero los buenos te han dado el amor de sus corazones, y tu presencia les causa alegría, ilumina sus rostros como el sol de la mañana».
Es toda esa poesía oriental en la que se expresa un hermoso principio: por muy santo que fuera, por muy extraordinario que fuera, provocaría odio contra sí mismo; no solo atraería la buena voluntad hacia sí, sino que también provocaría odio.
«Nuestros bonzos, lejos de vivir en la pobreza como lo haces para agradar a vuestro Dios, aman las riquezas y dicen que los pobres y las mujeres no pueden salvarse.
«Javier respondió al niño, al que parecía escuchar con suave y tierno interés:
«—Aplazca a la infinita voluntad de Dios iluminar a esos pobres ciegos con los rayos de su doctrina celestial; reconocerían entonces sus errores sobre este punto y sobre los demás.
«De esta sala nuestro santo [fue] llevado de la mano del muchacho que acababa de saludarle a otra donde había muchos nobles magníficamente vestidos. En cuanto le vieron entrar, se postraron ante él a la manera y según el uso de los japoneses, tocando la tierra con la frente tres veces seguidas, testimonio de sumisión que llaman ‘gromenare’ y que slo dan al soberano».
En otras palabras, trataban a San Francisco Javier como a un rey, debido al gran prestigio de que gozaba.
«Uno de ellos, adelantándose, dijo a San Francisco Javier: ‘Padre bonzo santo, que tu llegada sea tan grata a nuestro Rey Civandono como la primera sonrisa de un niño es grata a su madre. Todo, incluso estos muros, exulta de alegría ante tu presencia; todo nos lleva a regocijarnos y a celebrar con honor tu llegada a estos lugares. Juramos por los cabellos de nuestras cabezas que el rey Civandono, nuestro soberano, se considera feliz por tu visita a su palacio, donde darás a conocer al Dios del que dijiste cosas tan grandes y admirables en Amanguchi’.
«Tras este discurso, una puerta se abrió a la terraza bordeada de naranjos, y el santo sacerdote bonzo fue conducido a través de ella a una sala aún más grande que las anteriores, donde le esperaba el príncipe Farachandono, hermano del rey, rodeado de su brillante séquito»
Hay varias salas para llegar hasta el rey, y varias recepciones, a cada cual más solemne. Primero hay un niño que trae todos los encantos de la inocencia; luego están los gentilhombres que dan un saludo muy grave, lleno de sustancia. Uno tiene la impresión de que después de la terraza de los naranjos — ¡qué bonito tener una terraza llena de naranjos! — es el turno del rey. Pero no, se encuentra con un cortesano: es el hermano del rey. Ellos también se afirman. Así es la vida. Los portugueses hicieron valer a San Francisco Javier, pero ellos están mostrando que el emperador es algo grande y que no se puede llegar a él así como así.
«El hermano del rey dijo: ilustre bonzo cristiano, este día es fiesta, ¡la más solemne del año!, para la corte de Bungo. El rey Civandono, mi señor, se considera más rico por tu presencia en su palacio que si poseyera los treinta y dos tesoros de China».
¿Cuáles serán esos legendarios treinta y dos tesoros de China? ¿Una pila de marfil tallado? ¿Qué podría ser? ¿Qué mitos magníficos existen en eso?
«‘Te deseo, gran bonzo cristiano, una gloria cada vez mayor y más brillante. Que el Dios que adoras te conceda todo lo que deseas. ¡Que se cumplan los deseos que formaste cuando llegaste aquí desde los confines de la tierra!’ Entonces el príncipe se inclinó reverente ante el gran bonzo, cuya mano el muchacho colocó en la mano de Farachandono».
En otras palabras, el muchacho tomó la mano de San Francisco Javier y la colocó en la mano del hermano del rey.
«Y cruzaron la antecámara del rey entre dos alas de cortesanos, para entrar finalmente en la sala de audiencias».
Nótese que el hermano del rey se inclinó hasta el suelo ante el santo, al igual que los demás. Hay grados para todo. Es el hermano del rey… y es el hermano del rey. Le da la mano… Esto está bien, todo esto está bien.
«El rey se puso en pie, dio unos pasos hacia el ilustre cristiano, se inclinó, él, el rey, tres veces hasta tocar el suelo, ante la gran admiración de los cortesanos, porque era inaudito que el rey japonés se bajase hasta ese punto. Y Javier, según la costumbre del país, se postró ante él y estaba a punto de tocarle los pies, cuando el rey lo levantó porque se consideraba indigno de recibir aquel testimonio de sumisión de un bonzo tan poderoso.»
La idea es muy hermosa. Como desde el punto de vista sobrenatural, San Francisco Javier es más poderoso que cualquier hombre de la tierra, el rey le rinde el debido honor. Son grandes escenas para mostrar grandes pensamientos, en representantes de grandes pueblos que se encuentran en una época que todavía tiene grandeza.
«Le cogió de la mano y le hizo sentar a su lado en el trono, mientras su hermano, el príncipe, ocupaba un lugar en un escalón inferior».
En otras palabras, la posición del príncipe sigue subrayando el honor hecho a San Francisco Javier. En otras palabras, el hermano del rey es menos que San Francisco, el igual del rey, que, como otro rey lejano, se sienta junto al rey.
«Los portugueses y los cortesanos del rey se mantuvieron en pie delante del trono».
Y eso es todo. Cuando se acaba la lectura, se percibe el encanto que, sin uno darse cuenta, ha producido, no el comentario, sino esta narración. El desarrollo de la escena, su significado, etc. Y ahora, de repente, no sé si no ha parecido un poco brusco cómo ha terminado. No lo calculé. Ese es el final de la ficha que tengo en manos. Yo no haría un sensacionalismo tan barato. No es que la ficha sea barata, pero es que como sensacionalismo sería muy barato.
Y terminada la narración, es imposible no tener un movimiento de este tipo: ¿pero tengo que volver a esta realidad de aquí, al mundo de hoy con su prosaísmo, su trivialidad? ¿Tengo que dejar de repente este sueño vivo para caer en esta realidad horrenda?
Este fue el modo como esta gente recibió a San Francisco Javier. ¿Cómo sería recibido San Francisco Javier hoy? En primer lugar, imaginémoslo llegando a una de nuestras ciudades, esta por ejemplo [N.R.: São Paulo]. ¿Vendría el cardenal de São Paulo a darle la bienvenida? ¿Le honraría el clero?
Es entonces cuando uno se da cuenta de lo profundo de la cuadra histórica en que estamos, y se percibe lo que es un pueblo católico…
NOTAS
(*) Excerpta del libro: S. Francisco Xavier, apóstolo das Índias – J. M. S. Daurignac
Los nombres propios utilizados en esta traducción fueron retirados de la edición original en francés, abajo citada.
Fuentes:
– en portugués:
(https://alexandriacatolica.blogspot.com/search?q=daurignac)
– en francés: