ADVERTENCIA
El presente texto es una adaptación de la transcripción de la grabación de una conferencia dada por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a los miembros y cooperadores de la TFP, manteniendo, por lo tanto, el estilo verbal, y no ha sido revisado por el autor.
Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, seguramente pediría que se colocase una mención explícita de su voluntad filial de rectificar cualquier discrepancia con el Magisterio de la Iglesia. Es lo que hacemos aquí, con sus propias palabras, como homenaje a tan bello y constante estado de ánimo:
“Católico Apostólico Romano, el autor de este texto se somete con ardor filial a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Sin embargo, si por error se diera en él algo que no estuviera conforme con esa enseñanza, lo rechaza categóricamente”.
Las palabras “Revolución” y “Contrarrevolución” se utilizan aquí en el sentido que les da el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contrarrevolución“, cuya primera edición se publicó en el n.º 100 de “Catolicismo“, en abril de 1959.
Anunciación – Fra Angélico – Museo del Prado – Madrid
“Santo del Día” – 25 de marzo de 1965
El Evangelio que se refiere a este acontecimiento es el siguiente de San Lucas:
“Y [estando Elizabeth] al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazareth, a una Virgen desposada con un varón, que se llamaba Joseph, de la casa de David, y el nombre de la Virgen era María.
“Y habiendo entrado el ángel, a donde estaba, dijo: Dios te salve, llena de gracia: El Señor es contigo: Bendita tú entre las mujeres.
“Y cuando ella esto oyó, se turbó con las palabras de él, y pensaba, qué salutación fuese esta. Y el ángel le dijo: no temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: He aquí, concebirás en tu seno, y alumbrarás un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David su padre: y reinará en la casa de Jacob por siempre. Y no tendrá fin su reino.
“Y dijo Maria al ángel: ¿Cómo será esto, porque no conozco varón?
“Y respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y te hará sombra la virtud del Altísimo. Y por eso lo Santo que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios. Y he aquí Elisabeth tu parienta, también ella ha concebido un hijo en su vejez: y este es el sexto mes á ella, que es llamada la estéril: Porque no hay cosa alguna imposible para Dios.
“Y dijo Maria: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y se retiró el ángel de Ella”. (Lc., I, 26-38) (*)
Este Evangelio está lleno de matices que me parecen interesantes. En primer lugar, como se ve, el anonimato en que vivía la Sagrada Familia, el anonimato de la ciudad y de todo. El plan es así: Dios, desde el Cielo, llegada la plenitud de los tiempos, envía al Arcángel Gabriel a la tierra. Pero lo envía a un lugar tan desconocido para todos que nos llama la atención: lo envía a un pueblo de Galilea llamado Nazaret. Se entiende que era una aldea. A una Virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David. Un pueblo desconocido, una Virgen desconocida casada con un hombre desconocido. Lo único ilustre que de él se puede decir es que es de la Casa de David. La Virgen se llamaba María. Y entrando el Ángel donde Ella estaba, dijo: “Dios te salve, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres”.
Este “entrando el Ángel donde Ella estaba” da la impresión de que era un lugar recogido, aislado; la acción de entrar insinúa mucho la idea de recogimiento, de encierro, de algo que se viola.
Es decir, la Virgen estaba en un lugar completamente sola. Es el colmo de lo que el mundo aborrece: una persona sola, aislada, desconocida, decadente y —lo que es aún peor— en su aislamiento, rezando. A esa persona va dirigido este mensaje. Uds. pueden imaginar al Ángel, eminente desde lo más alto del cielo, encargado de una enorme misión, y que va hasta el punto menos imaginable: una aldea, un matrimoniocito, una Mujer recogida en su habitación, y allí lleva el mensaje más importante de la Historia. Todo esto está insinuado en el lenguaje del texto, y es muy hermoso ver cómo el lenguaje introduce todo esto.
Tras el saludo del Ángel, la reacción. Uno espera la reacción [según el mundo]: “han comprendido el valor que tengo y, por fin, me hacen justicia…”. O uno se imagina al Ángel de tal manera que desciende enteramente tranquilizador, enteramente afable, pacífico.
Es curioso: en todas las visiones de la Virgen que he leído se repite esta escena. Hay algo terrible en la aparición de la visión que infunde miedo. Viene la idea de afabilidad, de bondad, etc., pero la idea que queda es la del miedo. Los niños de Fátima tuvieron miedo, los niños de La Salette tuvieron miedo; también Santa Bernadette Soubirous. Es la desproporción de dos naturalezas diferentes y de algo tan fabulosamente majestuoso, que Ella sintió miedo.
Y el Evangelio dice: “Y cuando Ella esto oyó, se turbó con las palabras de él, y pensaba, qué salutación fuese esta“. Uds. pueden ver que se trata de una maravillosa manifestación de distancia psíquica: “Se turbó con las palabras” significa: Ella estaba lo suficientemente atenta como para comprender el contenido de lo que se decía, y esto la turbó. “y pensaba, qué salutación fuese esta”: que bonita expresión para indicar el análisis punto por punto. Pensativa, Ella analizó el mensaje, preguntándose qué era ese saludo.
En definitiva, ¿qué es eso? Fíjense bien en lo que es el espíritu de Nuestra Señora: ante algo, incluso algo tan sublime y con todas las características de algo que viene de Dios, un análisis, y un análisis racional del contenido, palabra por palabra, de lo que se le decía.
Nosotros también debemos ser así. No perder la cabeza ni siquiera ante lo más asombroso, lo más inesperado, lo más maravilloso, sino discurrir reflexivamente sobre aquello.
En otro episodio, después del nacimiento de Nuestro Señor, el Evangelio nos dice que “Mas María guardaba todas estas cosas, confiriéndolas en su corazón” (Lc. II, 19). Eminentemente analítica, reflexiva, lo que no concuerda con las expresiones de las imágenes sentimentales, que nos representan a [la Virgen como] una persona poco reflexiva, abobada y con cara de muñeca.
Y aquí está el ejemplo para nosotros. Ser una persona de discernimiento. Incluso lo que viene de Dios analizarlo, no con suspicacia sino reflexivamente. Sé que aquí se puede hacer otro comentario sobre la humildad; pero este comentario es ya tan conocido que Uds. me van a permitir que haga un comentario que no se suele hacer del Evangelio.
El Ángel, que sabía por permisión de Dios, lo que estaba sucediéndose en Ella —fíjense que Ella no hizo ninguna pregunta al Ángel, como si estuviera estudiando qué pregunta hacer, y no hubiera formulado todavía su pregunta—, cuando intervino el Ángel: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios”. Es decir, no tienes nada que temer, porque Dios tiene sobre Ti una benevolencia plena. Ciertamente, estas palabras del Ángel iban acompañadas de una gracia de paz; la paz surgió en su interior, y una paz enorme.
Fájense en un aspecto curioso: el respeto de Dios por la criatura que tiene discernimiento y que piensa, que analiza. La Virgen se perturbó, con razón, [con la salutación], y el Ángel le aclaró, como aprobando el hecho de que quisiera saber cuál era ese saludo. Y la razón que da el Ángel explica su duda. El Ángel le dice, con la autoridad de quien puede hablar, que Ella sí había encontrado gracia ante Dios. Ella es tan santa, tan virtuosa, Dios le ha dado tantas gracias, que ese saludo era merecido. Y entonces se tranquilizó.
Una vez preparado el terreno psicológico en Ella, y preparada su humildad para recibirlo, llega la explicación: “He aquí, concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David su padre: y reinará en la casa de Jacob por siempre y no tendrá fin su reino”.
El pueblo judío estaba lleno de esperanzas en un rey que subiría al trono y reinaría sobre toda la tierra. La promesa que a Ella se le hizo era tal que justificaba una esperanza terrenal de esa naturaleza: se trataba del Mesías, que se sabía que nacería de David, y nacería de Ella, y sería el Rey, el esperado de las naciones. Pero esto del trono de David, es lo que todos esperaban, una realeza terrenal, material. Después sabemos cómo resultaron las cosas.
A menudo Dios habla en el interior de las almas y enciende misteriosamente una esperanza. El alma comprende de una manera lo que Dios le hizo esperar y se lo concede de una manera completamente distinta de lo que el alma esperaba. Por ejemplo, dice: “serás grande”. Realmente lo será: después de la muerte será canonizado y se le colocará en lo alto de la Basílica de San Pedro… pero en vida será un basurero. Dios dice: “Hijo mío, te he elegido para exaltar tu nombre entre todas las naciones; serás recordado hasta el fin de los tiempos como un ejemplo memorable, etc., y pueblos de oriente y occidente, del sur y del norte, se postrarán ante ti…”. Es cierto. En la Basílica de San Pedro, en el día de la canonización, están X, Y, Z y la promesa se cumple de un modo distinto de lo que la persona entendió el día en que se hizo.
En nuestra vocación, cuántas veces ocurre algo parecido. Dios hace la promesa de una manera, el individuo la entiende de otra. Y así es como Dios trata a sus seres más queridos; así es como lleva adelante sus planes más maravillosos. Por eso preparémonos, porque la misma Anunciación contenía una formulación que el pueblo judío entendía de otra manera. Son los caminos de Dios que nos importa conocer.
Fíjense que después de algo tan estupendo, viene una objeción, y una objeción de carácter moral. Ella podía intuir: al fin y al cabo, Dios lo resuelve todo, no necesito preguntar. Pero viene una objeción. Nótese la firmeza de la personalidad, que recuerda a los Ejercicios de San Ignacio de Loyola, bien predicados y sin edulcorar. María dijo al Ángel: ¿Cómo será esto, porque no conozco varón? “Y respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y te hará sombra la virtud del Altísimo. Y por eso lo Santo que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios”.
Y aquí viene, como premio a su pregunta, aprobando que haya sido tan exigente, la realidad del mensaje que se está desarrollando. Es como si Dios quisiera que Ella preguntara, para que el mensaje pudiera desarrollarse. Ahí se completa la maravilla del mensaje: primero es la maternidad divina, luego la maternidad virginal y por eso que El será Hijo de Dios. Esta es toda la explicación de la maravilla que se va a realizar.
Y luego viene una especie de ratificación apologética. Como todo es posible para Dios y para explicar el plan, el Ángel dice: “He aquí Elisabeth tu parienta, también ella ha concebido un hijo en su vejez: y este es el sexto mes á ella, que es llamada la estéril: porque no hay cosa alguna imposible para Dios”. Es como que una indicación de que, después de todo, allí Ella vería con hechos externos la confirmación completa del hecho interno que se estaba operando en Ella.
Todo esto explicado —no porque hubiera duda, sino porque el hombre actúa racionalmente— viene la aceptación de Nuestra Señora. Entonces María dijo: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Aquí hay una actitud totalmente consecuente. Su comentario fue el de quien ha comprendido la lección en su esencia: si Dios me ha comunicado esto, es porque quiere mi adhesión. Así que doy lo que Dios me ha pedido que dé.
Se percibe una profundidad, una lógica, una fuerza del alma que nunca he visto destacar a ningún predicador.
Dejo los comentarios ordinarios y vuelvo a esas consideraciones que nos hacen ver el alma insondablemente santa de Nuestra Señora. Y luego comprender ese espíritu lógico, lleno de fe, de obediencia, pero coherente, y que quiere ver las cosas claras, no por duda o desconfianza, sino porque la lógica es la verdad.
El Ángel se apartó de ella. Según los mejores teólogos, la concepción tuvo lugar inmediatamente. Una operación insondable del Divino Espíritu Santo obró en la Virgen; el Ángel se retiró, pero la profecía se cumplió inmediatamente. Es un misterio que sólo conoceremos en la eternidad. Ese vago aspecto que queda después, y en el que todo puede conjeturarse, sólo nos deja una idea: el hecho es tan grande que, haya sucedido lo que haya sucedido, supera todo intelecto humano. Hay una pausa llena de vacío. Del resto no se habla. Es el silencio absoluto que el Evangelio deja pasar sobre las cosas, y que es la atmósfera propia del recogimiento, de la meditación, propia de las cosas sagradas y litúrgicas.
Por eso, en algunos ritos de Oriente, a la hora de la Consagración durante la Santa Misa, se corría un velo alrededor del sacerdote, tan sagrada y misteriosa era la acción.
Vemos, pues, por este hecho, que el sentido religioso exige un cierto sentido del misterio y que las cosas de Dios dicen mucho y callan a la vez. Y no se sabe por cual dicen más: si por lo que hablan o por lo que callan. Se comprende, pues, que hacerlo todo de manera sencillita, explicadita, acompañadita, correctita, es distinto de las alturas de estas misiones sublimes.
Hagamos de esto una reserva para nuestra alma, para poder amar esas inmensas grandezas dentro de una lógica inflexible. Este es el verdadero sentido de la dignidad de las cosas de Dios.
Pidamos a la Virgen que nos cubra con el manto de su espíritu en esta línea y en estos términos: espíritu virginal, claridad y coherencia de espíritu. La castidad es una gran coherencia y la coherencia una gran castidad. Pidamos esta noche este don.
(*) Citas de la Sagrada Escritura tomadas de:
La Santa Biblia/traducida al español de la Vulgata latina y anotada conforme al sentido de los santos padres y epistolarios católicos por Felipe Scío de San Miguel, 1738-1796.
Reproducción digital de la edición de Madrid, Gaspar y Roig, 1852. Biblioteca de la Universidad de Alicante (Biblioteca ilustrada de Gaspar y Roig). http://sirio.ua.es/libros/BEducacion/santa_biblia_05/index.htm)
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