Exaltación de la Santa Cruz: la cruz, de símbolo de tormento y abominación, se transformó en un emblema de redención y gloria a través de la crucifixión de Jesucristo.

A D V E R T E N C I A

Este texto es excerta de una trascripción de cinta grabada con la conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a corresponsales y esclarecedores de la TFP. Traducción y adaptación por este sitio. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.

Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia con relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

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“Santo del Día” – 13 de septiembre de 1971

 

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Exaltación de la Santa Cruz –  Juan de Valdés Leal – Hospital de la Caridad – Sevilla

 

 

Exaltación de la Santa Cruz * La cruz era símbolo de tormento y abominación. La intención no era solo matar a Nuestro Señor Jesucristo, sino matarlo de forma ignominiosa e infame, para arruinar su reputación y su gloria * La Iglesia siempre ha querido glorificar la cruz para ofrecer expiación y reparación por el deicidio cometido en la cima del monte Calvario.

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Mañana es la fiesta de la Exaltación de la Santísima Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz es una fiesta que se inscribe en un contexto doctrinal muy bello, y no podemos medir realmente la belleza de la fiesta sin tener este contexto doctrinal.

El primer principio que debemos recordar sobre esta fiesta es que la cruz era antiguamente una forma ignominiosa y extremadamente dolorosa de ejecutar a los criminales. Así que la palabra «cruz» era análoga a la palabra «infamia». Igual que hoy, por ejemplo, la imagen de unas esposas nos trae la idea de encarcelamiento, de condena y de un preso enfadado, insubordinado, difícil. Del mismo modo, en aquella época, la palabra «cruz» traía consigo la idea de un criminal terrible, de un criminal horrible, al que se ejecutaba con exceso de dolor, porque era un hombre que había cometido un tal crimen, que solo así ese crimen quedaría debidamente expiado.

Era, por tanto, un símbolo de tormento y abominación. Cuando nuestro Señor Jesucristo fue clavado en la cruz, la intención de los que lo condenaron a muerte no era solo matarlo, sino matarlo de un modo ignominioso, de un modo infame, de tal modo que se destruyera Su reputación y Su gloria.

He aquí lo que había detrás: Nuestro Señor, en su vida pública, tuvo a muchos que le admiraban y que simpatizaban con Él. Prueba de ello es la acogida triunfal que tuvo en Jerusalén. Sus adversarios, hijos del diablo, querían naturalmente aniquilar esta influencia que Él ejercía, porque era una influencia sacrosanta, era una influencia que conducía a las personas hacia el bien. Y ellos eran hijos del mal, por eso querían destruir esta influencia.

Pero tenían cierto temor de que, simplemente matando a Nuestro Señor, aún quedaría el recuerdo de su influencia y algo quedaría después. Así que querían matar, pero querían matar en un proceso regular, en el que las autoridades civiles —Poncio Pilatos—, las autoridades eclesiásticas —el Sanedrín que dirigía la Sinagoga, prefiguración de la Iglesia Católica— se unieran para declarar la infamia de aquel hombre. Y con todo el prestigio de la Iglesia y del Estado a los ojos de la opinión pública, destruir a Nuestro Señor Jesucristo.

Querían algo más: que Nuestro Señor Jesucristo, en sus manos, sólidamente asido, no pudiera hacer ningún milagro, que no hubiera manera de que pudiera hacer ningún truco, ninguna artimaña, para dar la impresión de un milagro. De tal modo que se arrojase una sombra de duda sobre todos los milagros anteriores que había realizado. Ellos mismos gritaban a Nuestro Señor al pie de la cruz: si haces milagros, baja de la cruz y sálvate.

Querían convencer a aquellas gentes de que Nuestro Señor Jesucristo era un criminal, un charlatán, un usurpador que quería ser rey de Israel, cuando la realeza de Israel ya no pertenecía a la casa de David a la que pertenecía Nuestro Señor. Por otra parte, querían demostrar que no había realizado ningún milagro real, porque no había sido capaz de liberarse de la cruz donde estaba atado con clavos. No había conseguido evitar ser arrestado, ni evitar los tormentos, ni había podido evitar ser clavado.

Por eso querían que su reputación desapareciera por completo. Y el Sanedrín, sobre todo el Sanedrín, tenía tanto miedo de la reputación de Nuestro Señor que después pidieron a Poncio Pilato que enviara guardias —el Evangelio nos dice esto— a la tumba, diciendo que tenían miedo de que los apóstoles robaran el cuerpo de Nuestro Señor y dijeran que había resucitado, añadiendo: si esto sucede, será peor que si no lo hubieran matado. Le dará tal reputación, que será peor que si no lo hubieran matado.

Así pues, en el centro de toda la idea de la destrucción de la obra de Nuestro Señor, de la destrucción de la reputación y la influencia que había adquirido entre los hombres, está la cruz. La cruz es un instrumento para matar, para difamar como charlatán, para demostrar que no había hecho milagros de ningún tipo. La cruz fue, por tanto, el instrumento material con el que decidieron llevar a cabo esta obra de demolición de una persona y de la obra de una persona. En estas condiciones, tenemos, pues, nuestra atención muy centrada en la cruz.

Por otra parte, hay que considerar el pecado que cometieron. El pecado que cometieron nunca ha sido aceptado por la Iglesia como un hecho consumado, algo que sucedió,produjo sus efectos para todo siempre, por el que los hombres que cometieron ese crimen deben pedir perdón, y un hecho con el que los hombres que vinieron después no tuvieron nada a ver.

Tengo la impresión de que esto sucede muy a menudo hoy en día. La gente que lee los relatos evangélicos se compadece de Nuestro Señor y dice: bueno, aquellos tipos lo hicieron, fue una verdadera vergüenza, fue una infamia lo que hicieran. Lo hicieron ellos, no yo. Así que no tengo por qué pedir perdón por su crucifixión. ¡Yo no lo maté! Si fuera por mí, no lo habría matado. Tal vez incluso me interesaría un poco por Su causa. Y haría un poco por Él y, en las horas de orgullo, daría mi sangre. Así que no tengo nada que ver, porque ¿cómo puedo ser responsable de eso? No pido perdón. Puedo venerar la cruz, es un recuerdo de Él, pero no pedir perdón.

Eso es totalmente falso. Porque Nuestro Señor murió en la Cruz por nuestros pecados. Cada uno de los que estamos en esta sala, desgraciadamente, hemos cometido pecados. Nuestro Señor quiso expiar esos pecados con el sacrificio de la Cruz, con su muerte. Así que todos los pecados que hubo en el mundo, antes de nuestro Señor, en su vida, o después de su vida, fueron la causa de su crucifixión.

¿En qué sentido? En el sentido que Él no habría aceptado ser crucificado si no hubiera sido por Su intención de redimirnos. Y no habría necesitado redimirnos si no hubiera habido pecado original y después no hubiéramos cometido los pecados actuales. Así que somos corresponsables por nuestros pecados de su muerte y de todos los sufrimientos que padeció a lo largo de la pasión. Sufrimientos que, unidos a Su muerte, tienen un valor redentor.

La redención misma está en Su muerte. Pero toda la sangre que derramó, todos los sufrimientos que padeció en la pasión se suman al sacrificio de la cruz, para constituir el precio con el que compró nuestras almas. Por eso, cuando una persona peca, debe considerar que llevó el dolor a Nuestro Señor en la cruz y que fue una de las causas de la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo.

Por lo tanto, la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo debe ser vista de una manera, por un lado, como un hecho que sucedió históricamente, concretamente, como se cuenta en los Evangelios. Pero, por otro lado, como un hecho extra temporal. Todos los hechos que vinieron después, así como los hechos que vinieron antes, contribuyeron a que ese hecho sucediera. Por eso debemos mirar la cruz con compasión, considerándonos corresponsables de ese pecado en el sentido de que Él murió por nosotros y fuimos, en cierto modo, autores de su muerte, porque le indujimos a consentir en ella.

Él lo dejó muy claro justo al comienzo de la Pasión, cuando se entregó y tuvo una palabra, dos palabras que lo dejaron muy claro. Le preguntaron: ¿Eres Jesús el Nazareno? Él respondió: «Yo soy». Lo dijo con tal majestuosidad que todos aquellos canallas se cayeron de bruces. Lo más sencillo del mundo es marcharse. Dejó muy claro que seguía dejándose arrestar porque quería. También con los Apóstoles. Dijo: «Dejad que estos se vayan en paz. Yo me entrego, pero que estos se vayan en paz». Todo el mundo obedeció. Aunque se entregó, tenía poder real sobre esos canallas. Y solo no usó ese poder porque quería entregarse. Él mismo dijo, también, que si quisiera, el Padre eterno le enviaría legiones de ángeles para liberarlo. Esto era evidente. En una ocasión le quisieron lapidar, salió en medio de los apedreadores, los que le iban a tirar piedras, salió en medio de ellos y nadie se atrevió a hacer nada. Solo murió porque quiso dejarse matar. No quiso que lo mataran, pero sí, quiso permitir que se llevara a cabo el deicidio contra Él.

Así que debemos considerar que todos los pecados del mundo son corresponsables de la cruz.

También debemos considerar que la cruz no es solo un instrumento de infamia, sino que, a causa de la pasión de Nuestro Señor, su redención, su muerte y su redención, se ha convertido en un instrumento de salvación. Y que el género humano fue redimido en la cruz. Todos los pecados fueron perdonados en la cruz, por intermedio de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, cuando dijo: «Consumatus est». El Padre Eterno aceptó su sacrificio como víctima y abrió el cielo a todas las almas que estaban en el limbo e hizo posible después que las almas en la de gracia de Dios ascendieran al cielo. Sin esto, sin que Nuestro Señor hubiera muerto, ningún alma habría ido al cielo, porque sin la pasión de Nuestro Señor los hombres no podrían ir al cielo a causa del pecado original. Incluso los que habían vivido y muerto en paz con Dios.

Tanto es así que lo primero que hizo, al morir, fue que su alma santísima, separada del cuerpo, siempre hipostáticamente unida a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, se fuera al limbo y se llevara consigo, con indecible alegría, a San José y a todos los justos que esperaban la hora de ver a Dios cara a cara… Subió al cielo, llevándose consigo a todas esas almas. Así, pues, la cruz se convirtió en el instrumento mismo de la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, en el instrumento de la salvación de la humanidad y en la forma en que el diablo fue derrotado.

El diablo quiso inventar este medio horrendo de derrotar a Nuestro Señor por medio de la cruz, y la cruz derrotó al diablo. Así que el instrumento de la aparente victoria del diablo fue el instrumento del aplastamiento del diablo. Fue derrotado gracias a la cruz.

De ahí que los católicos de todos los tiempos tengan una enorme veneración por la cruz, el Santo Leño, del que se conservan partes auténticas en Roma, en Santa María Maggiore, y del que tenemos la felicidad de tener dos fragmentos, conservados en la capilla de la Sede de la Rua Maranhão (**). Y una enorme veneración, un enorme amor por cualquier figura de la cruz: la señal de la cruz, etc.

¿Por qué? Porque la cruz quedó unida a una virtud exorcizante, una virtud salvífica. La forma de la cruz se convirtió en el medio para ahuyentar al demonio, se convirtió en el camino, en el esquema para construir innumerables iglesias. Habréis notado que la mayoría de las iglesias se construyen en forma de cruz. Se ha convertido en el símbolo de Nuestro Señor Jesucristo y en el símbolo de la victoria sobre el demonio.

Todos los exorcismos que la Iglesia hace, los hace con la cruz. Siempre que quiere consagrar a alguien, utiliza la señal de la cruz. Es por medio de la cruz que se confieren los sacramentos. El mismo sacerdote, cuando ofrece las especies eucarísticas, las bendice con una cruz. Todas las bendiciones son por medio de una cruz. Al fin y al cabo, la gloria de la cruz fue algo inmenso; se podría decir que fue el símbolo de la gloria de Cristo y el símbolo de la gloria del mundo.

La Iglesia siempre ha querido glorificar así la cruz. Ofrecer expiación y reparación por el deicidio cometido en lo alto del monte Calvario. Y es curioso que cuanto más enfatizamos la cruz, pero me refiero a la cruz material, y cuanto más glorificamos la cruz material, más aliviamos los sufrimientos que padeció Nuestro Señor. Tomemos la cruz de una iglesia. Imaginemos que mañana construimos una iglesia: levantamos un campanario, una torre, y en lo alto hay una cruz. Esa cruz, colocada en lo alto, por encima de muchas otras cosas, expresa nuestra convicción de que la cruz debe estar por encima de todo. Nuestro Señor, desde lo alto de la cruz, sabía y veía esto y esto [aliviaba] sus dolores en lo alto de la cruz. De modo que yo, [en esta meditación] ahora disminuyo el dolor que Él sufrió una vez, de tal manera el sacrificio de la cruz se coloca como fuera y por encima del tiempo. Y toda la glorificación de la cruz atenúa el sufrimiento de Nuestro Señor Jesucristo, aunque ese sufrimiento en el tiempo ya haya tenido lugar.

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Corona Real española

Por eso también, en la Iglesia, en la civilización cristiana, la cruz se tomó como signo de honor para todas las cosas. En las salas donde se celebran funciones honorables, crucifijos. En la corona de los reyes, un crucifijo. En la parte superior de una carta escrita a alguien, la señal de la cruz. En todas partes donde se haga algo, antiguamente en las escrituras notariales, la señal de la cruz en la parte superior. Dondequiera que se haga algo serio, noble, honorable, digno de consideración, la señal de la cruz en lo alto.

Después de la infamia [de la crucifixión], hubo un sinfín de alabanzas a la cruz, que se han repetido a lo largo de los tiempos y continuarán hasta el fin de los siglos. Los últimos católicos que mueran seguirán muriendo amando y alabando la cruz. Parece que los últimos católicos no morirán, que serán llevados en carne y hueso al cielo. Irán al cielo alabando y venerando la cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

Por eso también la Iglesia, en la liturgia, rodea la cruz de una veneración excepcional. El Viernes Santo, el beso de la cruz, que en la antigua liturgia era tan hermoso, venía el obispo con una cola enorme, luego venían todos los canónigos con sus colas, el obispo descalzo daba el ósculo a la Santa Cruz, luego todo el clero, todo el pueblo fiel, daba el ósculo a la Santa Cruz. Todos estos perdones por causa del sacrificio de la cruz, por la infamia cometida en la cruz.

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Invención de la Santa Cruz por Santa Elena Pinacoteca Civica di Palazzo Volpi, Como, Italia

De ello se desprende que es muy razonable celebrar la Santa Cruz. Sería inconcebible que no hubiera una fiesta en la que no se celebrara la Santa Cruz. Recordemos también que la cruz fue encontrada en Jerusalén, en el monte Calvario, de forma milagrosa por Santa Elena, madre del emperador Constantino. La cruz fue luego retirada, fue glorificada, y de ahí surgió exactamente la fiesta litúrgica del hallazgo de la cruz y de la glorificación de la cruz. La cruz tuvo una especie de resurrección. También ella fue enterrada, también ella salió de esa especie de tumba después de mucho tiempo y hoy es glorificada por todo el universo.

Creo que una de las cosas que la Bagarre (*) respetará será el Madero Santo. Y creo que, después de la Bagarre, seguiremos conociendo el Madero Santo y que habrá fragmentos del Madero Santo entre los hombres mientras el mundo siga siendo mundo. ¿Qué pasará con el Madero Santo después del Juicio Final? ¿Se reunirán todos los pedazos de la cruz para que la Santa Cruz pueda ser verdaderamente reconstituida, para estar junto a la Santísima Trinidad en los brazos de Nuestra Señora, para ser venerada eternamente por todos los ángeles y todos los santos? ¿O sería más glorioso que los fragmentos del Madero Santo, esparcidos por la tierra por orden de los pontífices, sean sostenidos por toda la eternidad, con amor y veneración, por las almas salvadas por la Cruz que poseyeron devotamente en sus manos fragmentos del Santo Madero? Ambas cosas serían tan gloriosas y bellas que no tenemos datos para elegir entre las dos hipótesis.

Tal vez podamos imaginar, como cosa supremamente bella, el coro de todos los papas que se hayan salvado, reunidos en el cielo por toda la eternidad, en torno al fragmento más grande de la Santa Cruz que haya quedado en manos de la Iglesia Católica y, después, enormes fragmentos del Madero Santo esparcidos por todo el mundo y venerados por quienes fueron sus portadores.

Para que podamos rendir homenaje a la Santa Cruz, debemos imaginar la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, besada por Nuestra Señora. ¡Con qué veneración, con qué adoración, con qué ternura, Nuestra Señora habrá dado innumerables veces a la Santa Cruz su ósculo!

Cada uno de nosotros debería decir lo siguiente:

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Relicario de altar con Reliquia de la Santa Cruz atribuido a Girolamo Menazzi (1759-1735) – Iglesia de San Antonio de los Portugueses – Roma

“De tal manera la Cruz debe ser venerada, que no sea con el débil amor que yo le tengo; yo quisiera tener el amor de Nuestra Señora, el respeto de Nuestra Señora para venerar la Cruz.

“Así que debo pedir a Nuestra Señora que bese el Madero Santo por mí, y que Ella cubra la insuficiencia de mi amor con Su amor, y haga que Nuestro Señor reciba este ósculo del Madero Santo, dado por Sus labios, como si fuera mi propio ósculo.

“De ese modo habré pasado la fiesta perfecta de la Santa Cruz. Porque no habré hecho nada más elevado y digno de aprobación que dar el ósculo al Madero Santo por los labios de María”.

Mañana, 14 de septiembre, es la fiesta de la Santa Cruz. Voy a exponer la reliquia de la Santa Cruz en la capilla de la sede de la Rua Maranhão (**) durante todo el día. Quienes deseen venerar allí la Santa Cruz tendrán la oportunidad de hacerlo. Voy a ver en qué ostensorio, cómo se puede hacer esto armoniosamente y con dignidad.

Recomiendo a todos que, cuando se arrodillen ante la reliquia de la Santa Cruz, le presten homenaje en nombre de María, con María, en María y por María. De tal manera que nuestra veneración le llegue perfectamente, limpia de todos nuestros defectos, limpia de todas nuestras tibiezas.

¿Y qué pediremos a la Santa Cruz? ¿Qué gracia pediremos a la Santa Cruz por María, en nombre de María? Me gustaría que fuera la siguiente gracia.

Por la Santa Cruz, Nuestro Señor Jesucristo reveló la siguiente perfección: una visión enteramente clara de cuál era su misiónmorir por los hombres—, una deliberación enteramente firme para cumplir esta misión y el cumplimiento efectivo y perfecto de esta misión.

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Nuestra Señora de los Dolores – Felipe Gil – 1792 Parroquia de San Julián – Toro (Zamora) – España

Vivió para esto. En su vida no hizo otra cosa que preparar su santísima humanidad para esto y preparar a los hombres para esto. Preparó para ello a todas las almas, pero especialmente al alma de las almas, en comparación con la cual todas las demás son menos que un grano de arena y que es el alma indeciblemente santa de Nuestra Señora. Todo el tiempo estuvo preparando el alma de Nuestra Señora para aquella hora en que dijo su «consumatum est». Entonces el gladio del dolor se clavó de lleno en su Corazón Inmaculado y Ella dijo: Acepto, estoy de acuerdo. El dolor es tremendo, pero se lo ofrezco a Él. Y pronunció su «consumatum est».

Que seamos como Él, que veamos de frente nuestra misión. Nuestra misión es luchar ahora por la instauración del Reino de María (***) [defendiendo el pleno cumplimiento de los pedidos de la Virgen en Fátima y advertir a la gente de los castigos con que Ella amenazó en caso de que  no se culmplieran sus pedidos]. Que podamos, pues, ver plenamente esto, querer plenamente esto y solo esto todo el tiempo. Y hagámoslo con la ayuda de Nuestra Señora, cueste lo que cueste. Esta es la gracia que me gustaría que tuviéramos. Un espíritu nuevo, un espíritu recto, un espíritu principal, a través del cual hagamos esto realmente.

Queda así recomendado que se pida esto a la Virgen mañana, delante de la Santa Cruz, ya que mañana es su fiesta.

(Pregunta: Hay una expresión que se usa a menudo, que es: adorar la Santa Cruz. San Luis Grignion dice incluso en su libro que Dios quiso tanto que la cruz fuera exaltada que quiso que fuera adorada, cosa que ni siquiera quiso para la Virgen. ¿Qué significa que la cruz debe ser adorada?)

La cruz como tal —hay incluso la ceremonia litúrgica de la adoración de la Santa Cruz— no puede ser adorada. Porque a la palabra adoración se le da el significado de culto que sólo se da a Dios. Por lo tanto, como tal, no puede ser adorada.

Pero la Iglesia, los predicadores en el pasado, usaban la palabra adoración también para [un culto de] adoración que no era la adoración de Dios. Uds. saben que existe el culto de latría que se da sólo a Dios, de dulía que se da a los santos, de hiperdulía a la Virgen porque es la Reina de los ángeles y de los santos.

Así que la cruz no se hace el culto de la latría, se hace el culto de la dulía. Pero la cruz es un objeto tan excelente que, aunque la Iglesia ha ido restringiendo el uso de la palabra adoración en el vocabulario de los santos sólo al culto de la latría, la ha conservado sin embargo para la Cruz. No para dar a la cruz el culto de latría, sino para indicar que estaba tan unida a Nuestro Señor Jesucristo que era como si lo estuviera. En este sentido se emplea la palabra.

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NOTAS

(*) «Bagarre» es una palabra francesa que indica una situación de confusión debida a una disputa o enemistad. Plinio Corrêa de Oliveira la utiliza como metáfora para describir el castigo que espera a la humanidad si no se convierte, como advirtió Nuestra Señora en Fátima.

(**) Sede da Rua Maranhão: se trata de la sede central de la entonces TFP, actual sede del Instituto Plinio Corrêa de Oliveira, en la Calle Maranhão, ciudad de São Paulo, llamada en el lenguaje interno de los miembros de la TFP de “Sede del Reino de María”, expresando así su aspiración a que se cumplan lo cuanto antes las promesas de la Virgen en las Apariciones de Fátima: “Por fin, mi inmaculado corazón triunfará”.

(***) Reino de María: Sobre el concepto de “Reino de María” del Prof. Plinio, ver, por ej.:

O Cruzado do Século XX, Plinio Corrêa de Oliveira – Cap 7, tópico 5. O Reino de Maria na perspectiva montfortina

 

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