Catolicismo, N. 482, Febrero 1991, págs. 7-8
Plinio Corrêa de Oliveira
La sangre de los héroes se derramó en Vilna el 13 de enero de 1991: el sacrificio de los patriotas aplastados por los tanques soviéticos durante la toma del edificio de la televisión lituana por los paracaidistas rusos reforzó la resistencia anticomunista en todo el país.
Cuando las tensiones existentes entre la Unión Soviética y Lituania, en marzo del año pasado, se agravaron a tal punto que desembocaron en una situación claramente conflictiva, se podría preguntar cual era el alcance de la agresión soviética, llevada entonces a cabo. Y la respuesta sería: ninguna. Porque ya anteriormente había habido serios conflictos en otras regiones de la URSS, como, por ejemplo, en el Azerbayán, y en Georgia, las cuales sufrieron brutales represiones por parte del Kremlin.
Son naciones pequeñas que, como toda étnia, tienen de si, un natural derecho a la propia independencia. Deseaban escapar de la colonización y también de las fauces de un régimen que les era impuesto de fuera hacia dentro, sin raíces en el pensamiento, en la historia y en las tradiciones nacionales. Régimen, además, causante de la espantosa miseria que a todas afligía.
Nada más simpático, por tanto, que la causa de independencia de esas pequeñas naciones. Y el mundo presenció con desagrado la intervención soviética en todas aquellas regiones. A pesar de eso, no obstante, la represión se consumó y la bota soviética continúa hasta hoy ejerciendo sobre tales naciones su presión humillante.
Cuando se dió la intervención soviética en Lituania, tal vez se pensase que iba a ocurrir lo mismo que en aquellas otras regiones, por ser análogas las circunstancias.
Sin embargo, se está dando un hecho diametralmente opuesto: el mundo entero se interesa por la situación creada en aquella nación báltica, a pesar de que los mass media no hayan hecho ningún esfuerzo especial en levantar contra el gobierno soviético la opinión pública mundial.
Pero las TFPs y las Oficinas de Representación TFP, existentes en 20 naciones, supieron sentir la indignación espontánea, natural, auténtica, de la opinión pública mundial, no suscitada por los mass media, ni por nadie.
Eso las TFPs lo captaron a tal punto, que osaron dar un paso enorme: la promoción de una recogida de firmas, que, si alcanzase un resultado pequeño, sería nocivo a la propia Lituania.
De ahí resultó un efecto colosal. ¿Por qué razón el caso lituano levantó mucho más los ánimos que los otros casos análogos? Respuesta: porque se dió en un momento en que su clamor se sumaba a otro clamor —tan enmudecido que parecía muerto, pero que vivía en la memoria de todos— esto es, el clamor de las naciones anteriormente aplastadas.
¿Ahora una más? Después dos más? ¡Tres naciones más! Naciones a las cuales nos vinculan lazos como el de pertenecer a la civilización occidental, que reconoce el derecho de cada pueblo a vivir su pro-pia vida. ¿Cómo no indignarse viendo ahora tales naciones trucidadas por la brutal agresión soviética!
De todo eso se desprendió el deseo de decir un ‘basta’ a Moscú. Deseo que merecidamente ganó mucho en fuerza de impacto, cuando la admirable resistencia lituana se fue desarrollando en actos de fe y de valentía, que han dejado asombrado al mundo vil y utilitario de nuestros días. Deseo ese que desembocó en la realización de la monumental recogida de firmas promovida por las TFPs, y que alcanzó los 5,2 millones en 26 países.
Todo el mundo sintió que se trataba de un mensaje que venia a decirle al Kremlin: “De esta vez, sepa que hay en occidente quien grite: ¡Pare! ¡Pare porque esto no estamos dispuestos a presenciarlo con los brazos cruzados!” Esto es lo que explica la solidaridad de todos los que firmaron en apoyo de Lituania.
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En el caso de Brasil y de muchas de las otras naciones en que la recogida de firmas se realizó, tal solidaridad es acentuada por el hecho de Lituania ser una nación católica.
Lituania se constituyó, por primera vez, en reino cristiano, en los remotos tiempos de 1250, cuando el rey Mindaugas abrazó la Fe y recibió la corona real del Papa Inocencio IV.
En 1322, el rey Gediminas apovó inténsamente las actividades misioneras de los franciscanos en aquella nación. En 1386, el Gran Duque Jogaila se casó con la heredera del trono de la católica Polonia, Edwiges, haciéndose, en el año siguiente, rey de un todo politico constituído por dos naciones, lo que, a su vez, favoreció aún más la cristianización de Lituania.
El apogeo politico de Lituania se dió en el gobierno del Gran Duque Vytautas (1392-1430), el cual detuvo a las hordas tártaras que amenazaban invadir Europa, y extendió las fronteras de su patria desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro.
Vytautas, el Grande, fue elegido, en el Concilio de Constanza, Jefe de todos los ejércitos cristianos contra la invasión turca (1415).
Así, el catolicismo, a pesar de haberse introducido tardiamente, se consolidaba. Para ello contribuyó el largo periodo de paz durante el reinado de Casimiro IV, Gran Duque de Lituania (1440-1492). Su hijo Casimiro (fallecido en Vilna, en 1484) fue inscrito por la Iglesia en el catálogo de los Santos, como Patrono de Lituania.
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En esas condiciones, la recogida de firmas de las TFPs es un aviso para los soviéticos y para Gorbachov: “No esperéis engañarnos aún más con vuestros manejos realizados por la exibición de falsas tendencias moderadas, cuando algunos pueblos ya están postrados en tierra, como el Azerbaván y Georgia. Y ahora, otros tres comienzan a sangrar y a morir en vuestras manos. Se acabó, ¡estamos descontentos! Sabed Gorbachov, sabed soviéticos: ¡un descontento universal hace eco a la voz de las TFPs y os dice: ¡basta!”
Y también ese “¡basta!” para los Gobiernos, cuyas cancillerías ignoran tantas y tantas veces la opinión pública en materia de política internacional. Sepan tales Gobiernos que entre los motivos de popularidad e impopularidad figura, con destaque, este: lo que se haga ante el caso lituano. Y las TFPs se proponen seguir el desarrollo de este asunto, e ir informando en los países en los que la recogida de firmas se realizó (y, eventualmente en otras naciones) como se va desenvolviendo la agresión soviética.
Y esto, de tal manera que, si Lituania —así como Letonia y Estonia— llegase a perder efectivamente su independencia, hubiese un clamor universal mucho mayor aún, que causase al comunismo un perjuicio mucho más considerable que el beneficio, tan relativo, que Gorbachov espera alcanzar con el sacrificio de esas tres víctimas inocentes.