La doctrina que refutamos
En la Encíclica en la que condenaba la asociación juvenil católica llamada “Le Sillon”, después de exponer el carácter igualitario y liberal de sus doctrinas, el Santo Padre Pío X mostraba las repercusiones de esta tendencia en las diversas esferas de actividad de dicha asociación. Al tratar de los métodos de formación intelectual empleados por “Le Sillon” para la formación de sus miembros, Pío X mostró su sentido nivelador, inspirado en la doctrina del sufragio universal, con las siguientes palabras:
“De hecho, en Le Sillon no hay jerarquías. La élite que lo dirige se ha desprendido de las masas mediante la selección, es decir, imponiéndose por su autoridad moral y sus virtudes. Se entra libremente y se sale con la misma libertad. Los estudios se realizan sin profesor y, como mucho, con un consejero. Los círculos de estudio son verdaderas cooperativas intelectuales, donde cada uno es a la vez maestro y alumno. La camaradería más absoluta reina entre sus miembros y pone en contacto sus almas. De ahí el alma común del Sillón. El mismo Sacerdote, cuando entra, rebaja la eminente dignidad de su Sacerdocio y, por la más extraña inversión de papeles, se convierte en alumno, se pone al nivel de sus jóvenes amigos, y no es más que un camarada” ([1]).
Habiendo leído atentamente este texto pontificio, vemos que el Santo Padre condena los siguientes errores en este proceso didáctico:
I — La supresión del cargo de maestro, que se consideraba antiigualitaria;
II — En consecuencia, la enseñanza pierde su carácter tradicional y se convierte en una búsqueda de la verdad cuyos resultados son sancionados, no por la autoridad y el prestigio del maestro, sino, de forma democrática, por el sufragio y el consenso de los alumnos autodidactas. En otras palabras, una anarquía pedagógica radical.
En este asunto, debemos distinguir dos errores, a saber, el espíritu de independencia que sugirió esta subversión de los métodos, y la radical insuficiencia de tales métodos para una formación intelectual sólida y vigorosa.
A través de todo lo que hemos dicho, ha sido fácil ver que un pronunciado trasfondo de liberalismo es la causa más profunda de los errores que hemos estado analizando. Conscientemente o no, el resultado de tales errores es siempre una reducción de la autoridad. No podían, por lo tanto, los elementos dominados por tal mentalidad dejar de caer, de modo más o menos completo, en el error de ‘Le Sillon’, y por esto ya oímos, con gran frecuencia, la afirmación de que clases, cursos, etc., representan métodos anticuados de formación moral e intelectual, por lo que la A. C. no debe utilizarlos de modo asiduo, ni debe hacer de ellos el proceso principal del ejercicio de su función instructiva. Por el contrario, solo una o dos veces al año deberían o podrían celebrarse “semanas” de tales conferencias. Los círculos de estudio son el sustituto joven, interesante, democrático y atractivo de los viejos métodos de enseñanza rancios, sombríos, monótonos y antiigualitarios.
¿En qué consisten los círculos de estudio, tan frecuentes en ciertos sectores de la A.C.? Una vez más, hagamos una enumeración:
I — El auditorio debe limitarse normalmente a no más de una docena de personas, una de las cuales, con el nombre de dirigente o monitor, orienta el trabajo. En la medida de lo posible, el dirigente o monitor debe tener la misma edad y el mismo nivel intelectual que las demás personas;
II — En su forma de actuar, hablar y guiar el trabajo colectivo, el dirigente debe excluir cuidadosamente cualquier manifestación que lo coloque en la posición de maestro o de persona que ejerce una función que, directa o indirectamente, implique superioridad o preeminencia. Precisamente como jefe de una célula comunista, debe ser el “camarada” más accesible, más cercano y menos pretencioso entre los demás presentes. El líder debe ser incluso tan discreto que se sospeche lo menos posible que es él quien dirige hábil y disimuladamente el curso de las ideas;
III — En el círculo pueden tratarse indistintamente cuestiones doctrinales, incluso las más elevadas, y cuestiones prácticas, incluso las más complejas y detalladas. Cualquier tema puede ser debatido, desde aquellos cuya solución hace vacilar a los teólogos más serios, hasta aquellos cuya complejidad hace vacilar a los moralistas más firmes;
IV — Mientras que toda lección bien preparada incluye normalmente una definición clara de los términos del problema a estudiar, una enumeración de los principios aplicables al tema, una exposición de las diversas opiniones que se han formulado al respecto, su crítica, la exposición de la opinión del profesor y su justificación, en el círculo de estudios, en cambio, el animador debe ocultar cuidadosamente su opinión personal, y plantear los diversos aspectos de la cuestión mediante preguntas formuladas a los presentes, que las ventilarán sucesivamente. Para ello, el líder nunca debe entrar personalmente en el debate, discutiendo con los miembros del círculo, sino que debe hacer que discutan entre ellos;
V — Al cabo de cierto tiempo, si el dirigente es hábil, habrá sabido conducir indirectamente los espíritus a la posesión de la verdad, y ello de manera imperceptible, y cuanto más hábil sea el dirigente, más espontáneos parecerán los debates. No faltan quienes dan a los círculos de estudio un marcado sabor antiintelectualista porque consideran que las conclusiones surgen menos del razonamiento concatenado que de la espontaneidad vital resultante de la “comunidad” y de las diversas “presencias” surgidas de ella;
VI — El resultado del círculo habría sido idéntico al de una clase, porque habría dado a sus miembros el conocimiento de la verdad, pero de una manera más viva, más interesante y más convincente. En una palabra, un conocimiento vital, no un conocimiento lógico adquirido a través de viejos procesos;
VII — Cada sector de la A.C. debe tener un círculo de dirigentes, preferiblemente formado por personas de la dirección central de la A.C. Estas, a su vez, repiten los círculos en cada parroquia de la ciudad y de la diócesis.
Lo que ella tiene de bueno y de malo
Como, por lo general, en las doctrinas que hemos refutado, hay algunas verdades, algunas utopías y muchos errores:
I — Desgraciadamente, es cierto que muchas y muchas veces las clases de hoy en día son de una esterilidad aflictiva. El lenguaje del profesor contiene términos con los que el alumno no está en absoluto familiarizado. A los problemas discutidos les falta actualidad, y el profesor revela, al discutirlos, una incapacidad radical para comprender las cuestiones actuales. Las clases se imparten con una total despreocupación por utilizar los mil recursos que existen para hacerlas más fluidas y facilitar así la atención de los alumnos. Además de todo esto, el carácter superficial y lleno de inmediatez de gran parte de los alumnos, su aversión a cualquier esfuerzo intelectual, por pequeño que sea, y, por último, su escasísimo deseo de conocer la verdad, contribuyen a situarlos en un nivel muy inferior al que normalmente sería necesario para que pudieran seguir la exposición del profesor.
II — Estos inconvenientes, sin duda muy lamentables y a cuyo remedio debemos dedicar nuestros mejores esfuerzos, no invalidan en absoluto la gran verdad de que la conferencia, que implica una explicación del profesor ante un auditorio cuya función principal es escuchar y comprender, es y será siempre el método normal de enseñanza. No queremos discutir aquí problemas pedagógicos. Nos limitaremos a señalar que, incluso entre los más audaces defensores de la nueva escuela, muy pocos llevarían su audacia hasta el punto al que llegan ciertos exclusivistas, que creen que los círculos de estudio prescinden de cualquier lección y se bastan por sí solos para proporcionar toda la formación intelectual —o casi toda— en materia de religión. A estos exclusivistas se aplican de pleno derecho todas las censuras formuladas por el Santo Padre Pío XI contra la nueva escuela en la Encíclica “Divini Illius Magistri” ([2]);
III — Si pensáramos lo contrario, y si consideráramos que el método tradicional de enseñanza por un profesor entró en quiebra, nos veríamos inducidos a pensar que Nuestro Señor Jesucristo dotó a su Iglesia de recursos muy pobres cuando hizo de la predicación el método por excelencia de su enseñanza oficial.
La famosa mayéutica de Sócrates, un proceso sin duda ingenioso y fructífero que requería alumnos ya dotados de una gran competencia intelectual y, por otra parte, un auténtico Sócrates para aplicarla, no sirve como argumento. Si la mayéutica ha seguido siendo una excepción en la historia de la enseñanza, e incluso entre filósofos de la talla de un Aristóteles o un Santo Tomás no hubo nadie que la aplicara como método normal y más común de enseñanza, ello es prueba evidente de que solo una habilidad muy especial y muy rara puede emplear con éxito tal método;
IV — Aquí tocamos uno de los mayores errores cometidos por los partidarios de eliminar el aula como método de enseñanza. Toda enseñanza correcta no solo debe proporcionar al alumno la posesión de la verdad, sino también educarlo para el esfuerzo intelectual, acostumbrando su inteligencia al amplio panorama de las prolijas exposiciones doctrinales, a los vastos sistemas de ideas enlazadas entre sí y constituyendo imponentes y fecundas estructuras ideológicas. Sin embargo, mientras que una lección bien impartida aporta este fruto a un alumno diligente y capaz, el círculo de estudio, en cambio, suele representar el caos debido a su aspecto fragmentario. De hecho, quien imagine que un dirigente normal puede dirigir un debate utilizando los métodos descritos anteriormente renuncia al sentido común. La técnica aquí analizada presupone que el dirigente sabe insinuar las respuestas de tal manera que la verdad emerge, por así decirlo, espontáneamente de los debates. Los diplomáticos más consumados tendrían a veces dificultades para encauzar de este modo las divagaciones de un grupo de diez personas, perdidas en el laberinto de vastas cuestiones doctrinales, vinculadas entre sí y de las cuales cada una sugiere mil otras. No nos engañemos pensando que los dirigentes de los círculos de estudio, sobre todo si son tan numerosos como para bastar a las numerosas parroquias que tenemos, tienen esa capacidad.
Precisamente por ello, los círculos de estudio han dado lugar a innumerables malentendidos y errores.
V — A esto hay que añadir que el propio método de los círculos de estudio, así concebido, que acostumbra a los espíritus a debatir los más variados problemas sin el debido fundamento, deforma las inteligencias, dándolas el hábito de la soberbia. Y la soberbia engendra la temeridad, a consecuencia de la cual las personas se ven tentadas a realizar cosas por encima de sus propias fuerzas. Las inteligencias acostumbradas a pronunciarse sobre asuntos que reconocen, con mayor o menor claridad, superiores a ellas mismas, son inteligencias orgullosas y es obvio que los círculos de estudio pueden ser verdaderas escuelas de soberbia. “Altiora te ne quaesieris” [“No busques lo que es demasiado elevado para ti”], dice Santo Tomás a los que quieren adquirir el tesoro de la ciencia.
VI — A estos inconvenientes intrínsecos, añadamos otros, que no afectan a los círculos de estudio más que de forma meramente circunstancial y que solo son importantes mientras la falta de medidas enérgicas permita su existencia.
En la práctica, la tarea de dirigir círculos de estudio se ha confiado a menudo a personas aún adolescentes o con un bagaje cultural tal que carecen de aptitudes para el tema. Conocemos el caso concreto de una dirigente a la que de repente la preguntaron durante el círculo si los gatos tienen alma. La dirigente, para quien este problema era un misterio impenetrable, se sintió confusa, y el círculo terminó entre las risas de todas sus amigas, que estaban tan despistadas sobre la solución como la propia dirigente. Pero si pretenderemos, como lamentablemente se pretende, distribuir apresuradamente círculos de estudio a todas las parroquias de todas las diócesis de este inmenso país que es Brasil, ¿qué otro tipo de líder podemos esperar?
Por otra parte, ¿cómo podemos esperar que nuestro docto y celoso Clero pueda asistir a los innumerables círculos que grupos de diez personas formarían dentro de la parroquia, y cómo podemos esperar que se mantenga la ortodoxia sin la presencia del sacerdote en todos esos numerosos círculos?
De todo lo dicho se deduce que la idea de hacer de los círculos de estudio el proceso exclusivo o principal para la instrucción religiosa y orientación general de los miembros de la A.C. es inaceptable desde el punto de vista didáctico, y solo puede ser fruto de prejuicios y tendencias que no puede albergar un católico bien formado.
* * * * *
Notas:
[1] San Pío X: Carta “Notre Charge Apostolique” al episcopado francés sobre los errores de “Le Sillon” de 25 de agosto de 1910
https://www.clerus.org/bibliaclerusonline/pt/j2s.htm#c
[2] S. S. Pío XI: Carta Encíclica “Divini Illius Magistri”, sobre la Educación Cristiana de la Juventud, de 31 de diciembre de 1929.