La verdadera actitud.
En este ámbito, como en otros, “oportet haec facere et illa non omitere” (Mt XXIII, 23). Ante todo, debemos ser objetivos y veraces. No ocultemos el abismo que separa lo católico de lo que no lo es, un abismo inmenso y profundo que sería mortalmente peligroso no ver. Por otra parte, no rechacemos los restos de nuestras propias verdades que puedan sobrevivir en los errores del adversario. Pero mantengamos siempre en nuestro lenguaje la preocupación de no tomar nunca, con el pretexto de persuadir a los malos, actitudes que pongan en peligro la perseverancia de los buenos y su horror a la herejía. De hecho, el valor de algunos fragmentos de bien o de verdad que pueden conservarse entre los herejes es mucho menor de lo que pensamos. En este sentido, veamos, por ejemplo, lo que Santo Tomás nos enseña sobre la Fe.
— ¿Quiénes pueden hacer actos de fe? — Solamente los que poseen la correspondiente virtud sobrenatural (IV, V). — Luego, ¿no pueden hacerlos los infieles?
“— No señor; porque no creen en la Revelación, bien sea porque, ignorándola, no se entregan confiados en las manos de Dios ni se someten a lo que de ellos exige, o porque, habiéndola conocido, rehusaron prestarle asentimiento (X).
“— ¿Pueden hacerlos los impíos?
“— Tampoco, porque si bien tienen por ciertas las verdades reveladas fundadas en la absoluta veracidad divina, su fe no es efecto de acatamiento y sumisión a Dios, a quien detestan, aunque a pesar suyo se vean obligados a confesarlo (V, 2, ad 2).
“— ¿Es posible que haya hombres sin fe sobrenatural que crean en esta forma?
“— Si señor; y en ello imitan la fe de los demonios (V, 2).
“— ¿Pueden creer los herejes con fe sobrenatural?
“— No señor; porque, aunque admiten algunas verdades reveladas, no fundan el asentimiento en la autoridad divina, sino en el propio juicio (V, 3).
“— Luego los herejes, ¿están más alejados de la verdadera fe que los impíos, y que los mismos demonios?
“— Sí señor; porque no se apoyan en la autoridad de Dios.
“— ¿Pueden creer con fe sobrenatural los apóstatas?
“— No señor; porque rechazan lo que habían creído bajo la palabra divina (XII).
“— ¿Pueden creer los pecadores con fe sobrenatural?
“— Pueden, con tal que conserven la fe como virtud sobrenatural; y pueden tenerla, si bien en estado imperfecto, aun cuando, por efecto del pecado mortal, estén privados de la caridad (IV, 1-4).
“— ¿Luego no todos los pecados mortales destruyen la fe? — No señor (X, 1, 4)” ([1]).
De este libro, el Santo Padre Benedicto XV escribió en una carta al autor que supo “poner al alcance de sabios e ignorantes los tesoros de aquel excelente genio (Santo Tomás de Aquino), condensando en fórmulas claras, breves y concisas lo que escribió con mayor amplitud y abundancia”. Se trata, pues, de un resumen de gran autoridad, que nos exime de hacer una cita más extensa de Santo Tomás.
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Antes de pasar a otro aspecto de la cuestión, quisiéramos subrayar que el gran y sapientísimo San Ignacio prescribió una regla de conducta que es precisamente lo contrario de la famosa táctica exclusiva del terreno común. Decía que cuando en una época hay tendencia a exagerar alguna verdad, el apóstol diligente no debe hablar demasiado de esta verdad, sino sobre todo de la verdad contraria. ¿Exagerar sobre la gracia? Hablemos del libre albedrío. Y así sucesivamente. ¡Cuanto más inteligente, más eficaz y más seguro es este procedimiento!
Punto importante.
Esto no quiere decir, por supuesto, que haya que rechazar siempre la colaboración de ciertos adversarios contra otros más terribles. Aunque la historia nos muestra que este proceso es ineficaz en muchos casos, hay otros —por raros que sean— en los que es aconsejable. Así, el Santo Padre Pío XI preconizaba la cooperación de todos los hombres que creen en Dios contra el comunismo. Pero tal cooperación debe llevarse a cabo con buen sentido, sin entusiasmos exagerados y malsanos, y sobre todo sin confundir el campo de la verdad con el del error so pretexto de combatir errores más nefastos. En efecto, mientras los católicos se duerman por un tiempo y acepten fórmulas más o menos ambiguas de cooperación, esto conducirá a una explotación, que sus aliados no tardarán en inaugurar y que echará por tierra toda la obra común. Para demostrar que no nos equivocamos cuando planteamos tales hipótesis, utilicemos el más moderno de los ejemplos, es decir, una gran herejía contemporánea, ciertamente más importante para la Iglesia de lo que lo son hoy el protestantismo, el espiritismo, la Iglesia cismática, etc.
En Alemania, el nazismo sintió muy bien lo conveniente que le resultaba el pretexto de un frente unido contra el comunismo; y el término genérico “creencia en Dios”, terreno común entre nosotros y los nazis, vino a encubrir las más torpes mistificaciones, hasta tal punto que se hizo necesario advertir a los fieles contra la ambigüedad de ciertos documentos nazis. He aquí la traducción de uno de los folletos distribuidos a este respecto por el movimiento católico alemán:
“Ha llegado la hora de la decisión. A cada uno se planteará la cuestión: ¿Crees en Dios, o profesas la fe de Cristo y de su Iglesia? Creer en Dios no tiene, en esta nueva estadística de religiones, su antiguo significado de primer artículo de fe; hoy, creer en Dios solo significa: únicamente creo en Dios, del mismo modo que los turcos y los hotentotes creen en un dios y reniego de Cristo y de su Iglesia. Quien pretende creer en Dios de tal manera, ha renegado de Cristo y se ha separado de la Iglesia Católica. Ha llegado la hora de la decisión. Así pues, cuando se os pregunte, individualmente: ¿crees en Dios o qué otra cosa?, entonces es hora de hablar y de hacer profesión de fe sin rodeos, sin vacilaciones y sin componendas. Entonces el católico debe declarar francamente, hasta por escrito, si se lo exigiesen: YO SOY CATÓLICO. No solamente creo en dios, sino también en Cristo y en Su Iglesia” ([2]).
Y por esta razón, el Santo Padre Pío XI, en su Encíclica “Mit Brennender Sorge” ([3]) contra el nazismo, argumentó largamente para demostrar que quien no cree en Jesucristo, Nuestro Señor, no tiene verdadera creencia en Dios, y quien no cree en la Iglesia no cree en Jesucristo de manera precisa.
[1] “La Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino en forma de Catecismo para todos los fieles” – Segunda Parte, Sección Segunda, II – De la Naturaleza de la Fe; Por el R. P. Thomas Pègues O.P. – Traducción de Ed. Difusión, Bs. Aires, 1945 – Pág. 66 de la edición digital abajo indicada: https://archive.org/details/catecismo-de-la-suma-teologica/page/n65/mode/2up?view=theater
[2] El Cristianismo en El Tercer Reich, Testis Fidelis, 1º volumen, pág. 103-104 – Editorial “La Verdad”, Buenos Aires, marzo de 1941.
https://issuu.com/nestor87/docs/es_1941_cristianismo_tercer_reich_testis_fidelis_v
[3]https://www.vatican.va/content/pius-xi/es/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_14031937_mit-brennender-sorge.html