En defensa de la Acción Católica, IV Parte, Cap. II, * La caridad no puede ofuscar la verdad. El ejemplo de Dom Vital

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La caridad no puede ofuscar la verdad

Confirmando todo lo que acabamos de ver, mencionemos finalmente el consejo que Pío XI escribió en su magistral Encíclica sobre San Francisco de Sales:

“De hecho, con su ejemplo, [el santo Doctor] les enseña [a los periodistas católicos] claramente la conducta a seguir: en primer lugar, deben estudiar con la mayor diligencia, y poseer según sus fuerzas, la doctrina católica; no faltar a la verdad, ni, con el pretexto de evitar la ofensa de sus adversarios, mitigarla u ocultarla; (…) si se debe combatir a los adversarios, sepan refutar los errores y resistir la culpabilidad de los perversos” ([1]).

Desde los primeros tiempos de la Iglesia, este ha sido su lenguaje ([2]). Si un periódico católico dijera, hablando de los herejes, que son “como brutos animales, nacidos para ser presa del hombre, o para el lazo y la matanza”, la indignación sería inmensa en algunos de nuestros círculos. San Pedro, sin embargo, dijo lo mismo (2 Pe II, 12). Si un periódico católico escribiera de socialistas, liberales o nazis:

“Estos tales son fuentes, pero sin agua, y nieblas agitadas por torbellinos que se mueven a todas partes, para los cuales está reservado el abismo de las tinieblas.

“Porque profiriendo discursos pomposos llenos de vanidad, atraen con el cebo de apetitos carnales de lujuria a los que poco antes habían huido de la compañía de los que profesan el error; prometiéndoles libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción, pues quien de otro es vencido, por lo mismo queda esclavo del que le venció.

“Porque si después de haberse apartado de las asquerosidades del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, enredados otra vez en ellas, son vencidos, su postrera condición viene a ser peor que la primera.

“Por lo que mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia, que después de conocido, volver atrás y abandonar la Ley santa que se les había dado; cumpliéndose en ellos lo que suele significarse por aquel refrán verdadero: volvióse el perro a comer lo que vomitó: y, la marrana lavada a revolcarse en el cieno” ([3]).

Si un periódico católico, repetimos, escribiera tales cosas, ¿qué le ocurriría?

Encontramos expresiones idénticas en el lenguaje de los santos. Antes de su martirio, san Ignacio de Antioquía escribió varias cartas a diversas Iglesias. En ellas leemos las siguientes expresiones sobre los herejes: “perros rabiosos” (Efesios VII), “lobos voraces” (Filadelfios II, 2), “perros rabiosos que muerden a traición” (Efesios VII), fieras en forma de hombre” (Esmirniotas IV, 1), “hierba del diablo” (Efesios X, 3), “malos retoños que (…) no son plantación del Padre” (Tralianos, XI), “Ese [que corrompe en mala doctrina la fe de Dios], por ser impuro, irá al fuego inextinguible” (Efesios XVI, 2) ([4]).

Uno de los discípulos más queridos del Apóstol del Amor fue sin duda San Policarpo, por quien San Ireneo supo que cuando el Apóstol fue una vez a las termas, salió sin lavarse porque había visto allí a Cerinto, un hereje que negaba la Divinidad de Jesucristo, “por miedo, dijo, a que el edificio se derrumbara porque Cerinto, enemigo de la verdad, estaba en él”. Es de imaginar que ¡Cerinto no se sintió satisfecho! El mismo san Policarpo, encontrándose un día con Marción, hereje docetista, y preguntándole este si le conocía, le respondió: “Sí, claro, tú eres el primogénito de Satanás”. En esto siguieron el consejo de San Pablo: “Después de una o dos advertencias, evita al hereje, pues ya es perverso y se condena a sí mismo” (Tt, III, 9-10). El mismo san Policarpo, si por casualidad se encontraba con herejes, exclamaba tapándose los oídos: “Dios mío, ¿por qué me has tenido en la tierra para soportar tales cosas?”. E inmediatamente huía para evitar tal compañía.

En el siglo IV, San Atanasio nos cuenta que San Antonio el Ermitaño llamaba a los discursos de los herejes venenos peores que los de las serpientes. Santo Tomás de Aquino, el Doctor plácido y angélico, describió así a Guillermo del Santo Amor y a sus seguidores: “enemigos de Dios, ministros del diablo, miembros del Anticristo, enemigos de la salvación de la humanidad, calumniadores, réprobos, perversos, ignorantes, iguales al Faraón, peores que Joviniano y Vigilancia”, que eran herejes opuestos a la Virginidad de Nuestra Señora. San Buenaventura, el Doctor Seráfico, llamó a Gerardo, su contemporáneo, “protervo, calumniador, loco, envenenador, ignorante, estafador, malvado, necio, pérfido”. San Bernardo, el Doctor Melifluo, dijo de Arnaldo de Brescia que era “desordenado, vagabundo, impostor, vaso de ignominia, escorpión vomitado de Brescia, mirado con horror en Roma, con abominación en Alemania, despreciado por el Pontífice romano, alabado por el diablo, obrador de iniquidades, devorador del pueblo, boca llena de maldiciones, sembrador de discordias, hacedor de cismas, lobo feroz”. San Gregorio Magno dijo de Juan, obispo de Constantinopla, que tenía “un orgullo impío y nefasto, el orgullo de Lucifer, fecundo en palabras necias, vano y falto de inteligencia”. Del mismo modo hablaron los Santos Fulgencio, Próspero, el Siricio Papa, Juan Crisóstomo, Ambrosio, Gregorio Nacianceno, Basilio, Hilario, Alejandro de Alejandría, Cornelio y Cipriano, Atenágoras, Ireneo, Clemente, en fin, todos los Padres de la Iglesia, que se distinguieron por sus virtudes heroicas.

El principio en el que se inspira el proceder de tantos santos fue admirablemente condensado por el gentilísimo obispo de Ginebra, San Francisco de Sales, en las siguientes palabras: “Los enemigos declarados de Dios y de la Iglesia deben ser difamados tanto como sea posible, siempre que no se falte a la verdad, y es obra de caridad gritar: ¡he aquí el lobo! Cuando está entre el rebaño o dondequiera que se encuentre” (Filotea, Cap. XX, de la parte II). Por supuesto, no defendemos el uso exclusivo de este lenguaje. Pero no nos parece justo acusarlo de ser contrario a la caridad de Nuestro Señor Jesucristo.

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El ejemplo de Dom Vital.

En otro capítulo de este libro, hemos subrayado la similitud entre las concepciones de los miembros de ciertas cofradías de la época del obispo Dom Vital sobre la Autoridad Eclesiástica y las de ciertos doctrinadores de la A.C. Esta similitud entre las dos corrientes es también sorprendente en lo que respecta a la estrategia apostólica. El insigne Dom Vital sintió la necesidad de decir lo siguiente en uno de sus sermones al pueblo de Olinda:

“Existe hoy toda una especie de hombres que, negando el principio de autoridad… quieren enseñar a los Obispos que deben ser todo dulzura y conciliación, sin usar jamás de una paterna severidad. Ahora bien, si volvemos a las primeras páginas de la historia de la Iglesia, ¿qué vemos? San Pablo, cuyas epístolas respiran la más suave caridad del Señor, dijo a los cristianos culpables de Corinto: ‘Iré a vosotros con el látigo en la mano’. Y pronunció contra ellos la pena de excomunión” ([5]).

Y fue porque esa imprudente unilateralidad de los procesos apostólicos no arraigó en el espíritu del ilustre Obispo que Brasil superó una de las más graves crisis religiosas de su historia.

[1] Pío XI: Encíclica “Rerum omnium perturbationem”, de 26 de enero de 1923 – Traducción por el equipo de Wikisource del original latino publicado en Acta Apostolicae Sedis, vol. XV, pp.49-63 https://es.wikisource.org/wiki/Rerum_omnium_perturbationem

[2] A este respecto, léase la magnífica obra de Sardá y Salvani “El liberalismo es pecado”, de la que extraemos la mayoría de las citas siguientes.

[3] II San Pedro, II, 17 a 22

[4] Citas tomadas de: Biblioteca de Patrística – PADRES APOSTÓLICOS – Introducción, traducción y notas de Juan José Ayán – Editorial Ciudad Nueva – Madrid – España https://c7ubpizumcyy8udg.repositorydigitalbooks.org/kb5vjibddrko67wn.html

[5] P. Louis de Gonzague, O.M.C., “Monseigneur Vital”, Cap. XX, p. 328 de la edición abajo referida:

https://pdfs.bibliotheque-catholique.com/pdfs/biographies/P%C3%A8re%20Louis%20de%20Gonzague%20-%20Monseigneur%20Vital.pdf

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