Acabamos de ver el comportamiento de un Doctor, de un Santo, de uno de los más grandes Santos de la historia de la Iglesia, elogiado por un Pontífice. No puede haber mayor garantía de que este proceder no solo es lícito, sino que a menudo es exigido por los más altos y nobles principios e intereses de la Iglesia.
Resumamos nuestra manera de pensar, condensándola en unos pocos puntos que precisarán nuestro pensamiento, mostrando que ni la dulzura ni la energía deben tener un lugar exclusivo en el apostolado:
1) — Dada la inmensa variedad de las almas, la multiplicidad y complejidad de las situaciones en que pueden encontrarse, no es a todas ellas a las que deben dirigirse indistintamente las mismas palabras o el mismo lenguaje, aunque se encuentren en idéntica situación. León XIII dijo positivamente que un apóstol nunca puede usar un solo método de acción. Al contrario, dijo que hay muchos métodos de apostolado, y que un apóstol que no sabe usarlos todos es ineficaz:
“Es, por lo tanto, necesario” —dijo— “que quien ha de medirse con todos, conozca las armas y los procedimientos de todos y sepa ser a la vez arquero y hondero, tribuno y jefe de cohorte, general y soldado, infante y caballero, apto para luchar en el mar y para derribar murallas; porque, si no conoce todos los medios de combatir, el diablo sabe, introduciendo a sus raptores por un solo punto en el caso de que uno solo quedare sin defensa, arrebatar las ovejas» ([1]).
De hecho, San Pablo advirtió que debemos luchar “con las armas ofensivas y defensivas de la justicia” (2 Cor VI, 7).
¡Qué distinta es esta variedad de procesos fuertes y viriles de la monotonía de la “sonrisa apostólica” que se inculca como única, o casi única, arma del apostolado! Y cómo difiere este apostolado mutilado y edulcorado de lo que describe San Pablo:
“Porque, aunque vivimos en carne miserable, no militamos según la carne. Pues las armas con que combatimos no son carnales, sino que son poderosísimas en Dios para derrocar fortalezas, destruyendo nosotros con ellas los proyectos o raciocinios humanos, y toda altanería de espíritu que se engríe contra la ciencia o el conocimiento de Dios, y cautivando todo entendimiento a la obediencia de Cristo, y teniendo en la mano el poder para vengar toda desobediencia, para cuando hubiereis satisfecho a lo que la obediencia exige de vuestra parte” ([2]).
2) — Por esta razón, Dios suscita en la Santa Iglesia Santos dotados de temperamentos diversos y guiados por la gracia a través de caminos espirituales diferentes. Esta diversidad, expresión legítima de la fecundidad de la Iglesia, es providencial. Tratar de reducir las variedades de estas manifestaciones a una uniformidad esencial es obrar contra el Espíritu Santo y atentar contra la fecundidad de la A.C.
3) — La formación de la “técnica del apostolado” debe tener en cuenta esta variedad, no tratando de formar apóstoles de un solo género, sino enseñando a cada uno los verdaderos límites dentro de los cuales reina la caridad, de modo que la Fortaleza no los traspase, porque heriría a la Bondad, y la Bondad no los transgreda, porque se convertiría en una debilidad peligrosa y reprensible. Con esos límites, corresponde a cada uno proceder según la santa libertad de los Hijos de Dios, sin verse obligado a amoldar su personalidad a la de los demás. En este sentido, todos deben llevarse fraternalmente, cooperando para servir mejor a la Iglesia con la variedad de sus temperamentos, evitando cuidadosamente que esta variedad providencial se traduzca en fricciones de las que la Iglesia será, en última instancia, la gran perdedora ([3]).
[1] León XIII, Encl. “Providentissimus Deus”, 8-11-1893
[2] 2 Cor X, 3-6
[3] Como es sabido, a principios de este siglo, la Santa Sede trató de impedir por todos los medios que el movimiento “Sillon”, dirigido por el Sr. Marc Sagnier, descendiera al liberalismo más crudo. Uno de los defectos de este movimiento, incluso antes de extraviarse, consistía precisamente en su preocupación por utilizar únicamente los llamados métodos suaves de persuasión y por emprender una campaña violenta contra todos los católicos con un talante personal diferente. Escuchemos la paternal advertencia que el Santo Padre Pío X dirigió a una peregrinación del “Sillon”, cuyos miembros afectaban desánimo porque no podían imponer sus métodos a todos los católicos de Francia:
“No os desaniméis si todos los que profesan los mismos principios católicos no se unen siempre a vosotros en el uso de métodos que apuntan a un fin común a todos, y que todos desean alcanzar. Los soldados de un poderoso ejército no emplean siempre las mismas armas y las mismas tácticas, pero todos deben estar unidos en el mismo empeño, mantener un espíritu de cordial fraternidad y obedecer puntualmente a la autoridad que los dirige. Que la caridad de Cristo reine entre vosotros y los demás jóvenes católicos de Francia. Son vuestros hermanos; no están contra vosotros, sino con vosotros. Cuando vuestras fuerzas se encuentren en el mismo terreno, apoyaos mutuamente y no permitáis nunca que una santa rivalidad degenere en oposición inspirada por pasiones humanas o por bajas miras personales. Basta que todos tengáis la misma Fe, el mismo sentimiento, la misma voluntad, y saldréis victoriosos” (Alocución de 11 de septiembre de 1904, Atti di San Pio X, Volumen I, pág. 225).