De ahí surge toda una táctica que, una vez adoptada oficialmente en la A.C., sería la canonización de la prudencia carnal y el respeto humano. El primer principio de prudencia consistiría en evitar sistemáticamente todo aquello que, legítimamente o no, pudiera provocar la más mínima diversidad de opiniones. Situado en un ambiente acatólico, el miembro de la A.C. solo debería resaltar apenas, y sobre todo al principio, los puntos de contacto entre él y las demás personas presentes, silenciando cautelosamente las diferencias. En otras palabras, el comienzo de cualquier maniobra de apostolado consistiría en crear amplios espacios de “comprensión mutua” entre católicos y no católicos, situando a ambos en un terreno común, neutro y simpático, por vago y amplio que este sea.
Como los incrédulos no suelen profesar más que un número muy reducido de principios comunes con los nuestros, la caridad y la sabiduría dictarían que nuestras obras disimularan su sabor religioso, atrayéndolos así subrepticiamente a la práctica de la Religión. Pongamos un ejemplo. Sería preferible hablar simplemente de “verdad”, “virtud”, “bien” y “caridad” en los documentos de propaganda de la A.C., en un sentido absolutamente arreligioso. Si, en ciertas situaciones, es posible ir más lejos, deberíamos hablar de Dios, pero sin pronunciar el adorable nombre de Jesucristo. Si es posible, deberíamos hablar de Jesucristo, pero sin mencionar a la Santa Iglesia Católica. Si hablamos del Catolicismo, debemos hacerlo de forma que dé la impresión de que se trata de una religión acomodaticia, con imprecisos esquemas doctrinales que no suponen una profunda separación de bandos. Todo lo cual implica que el lenguaje agnóstico del Rotary, el deísta de la masonería y el pancristiano de la YMCA [Asociación Cristiana de Mozos] son máscaras que la A.C. debe utilizar según las circunstancias, considerándolas más eficaces para el apostolado que el lenguaje decididamente católico.
Como consecuencia rigurosa, rechazan formalmente ciertos elementos, pasan por alto en silencio, parecen olvidar e ignorar todos los pasajes de la Sagrada Escritura, todas las producciones de los Padres y de los Doctores, todos los documentos pontificios, todos los episodios de la hagiografía católica, que ponen de relieve la apología de la intrepidez, de la energía, del espíritu de combatividad. Se busca ver la religión con un solo ojo, y cuando el ojo que ve la justicia se cierra para dejar abierto solo el ojo que ve la misericordia, este último se perturba inmediatamente y lleva al hombre a la temeraria presunción de salvarse a sí mismo y a los demás sin mérito alguno.