En defensa de la Acción Católica, IV Parte, Cap. 1 – Cómo presentar la doctrina católica * Hay una gran diversidad de almas e implícitamente debe haber una gran variedad de actitudes en el apostolado

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CUARTA PARTE – Actitudes de la Acción Católica en la expansión de la doctrina de la Iglesia

CAPÍTULO I: Cómo presentar la doctrina católica

Hay una gran diversidad de almas…

La primera observación que se le ocurre a quien se dedica al estudio de las almas es la inmensa variedad que el Creador ha establecido entre ellas. El alma humana es una de las obras más bellas y eminentes de la creación, y puesto que Dios estableció una variedad tan grande en los seres de categoría inferior, no podía dejar de enriquecer con una variedad inmensamente mayor a las almas espirituales creadas a su imagen y semejanza. Esta diversidad de almas, que ha encontrado en la literatura de todos los pueblos los más penetrantes observadores, no se manifiesta en ninguna parte más objetiva y elocuentemente que en la Sagrada Escritura. Todas las pasiones capaces de agitar al hombre aparecen allí en la plenitud de su patética intensidad. Unos son movidos por el afecto, otros por el amor a las riquezas, otros por el odio, por la pasión del poder, por la sed de ciencia, por las emociones del arte, etc. A esta gran variedad natural corresponde una gran variedad de actitudes del alma hacia Dios. Mientras unos parecen más inclinados a adorar la Bondad de Dios, otros son más sensibles al deslumbramiento de su poder, a la profundidad de su ciencia, etc.

… e implícitamente debe haber una gran variedad de actitudes en el apostolado…

De todo esto se deduce que es absolutamente imposible esperar que las diversas personas encargadas de la labor del apostolado utilicen siempre los mismos términos en su lenguaje y los mismos métodos en sus acciones. Además de la imposibilidad natural, que existe en esperar efectos idénticos de causas diferentes, existe también un obstáculo sobrenatural. En efecto, la gracia, “que no destruye la naturaleza, sino que la eleva y santifica” ([1]), lejos de destruir la variedad de las almas, las acentúa en cierto sentido, de modo que, si desde un punto de vista no hay nada más semejante que dos santos, desde otro punto de vista no hay nada más diferente.

Esta diversidad de caracteres entre las personas que se dedican al apostolado, lejos de ser un perjuicio para la Iglesia, es un medio providencial para que ella pueda dirigirse a todas las almas con igual eficacia.

Mientras a unos les mueve sobre todo la mansedumbre, a otros les mueve sobre todo el temor; mientras a unos les conmueve la sencillez, a otros les mueve el brillo del genio unido a la santidad; mientras Dios llama a unos a la conversión a través del sufrimiento, a otros les atrae el camino de los honores y los consuelos. Si, obedeciendo a las modernas tendencias de estandarización y racionalización, queremos tener un solo tipo de apóstol, habremos fracasado estrepitosamente. Porque la riqueza de la obra creada por Dios no se dejará comprimir ni depauperar por las elaboraciones arbitrarias de nuestra imaginación, y por el panorama subjetivo que hubiéramos hecho de la realidad.

… y la “técnica de apostolado” que no tenga en cuenta esta verdad fundamental estará equivocada.

Sin embargo, a este error conducen ciertas concepciones muy estrechas de la técnica del apostolado que corren en algunos círculos de la A.C. Si se aceptan los métodos preconizados en tales círculos, se podría pensar que la inmensa variedad de almas que existen fuera de la Iglesia se reduce a un solo tipo de persona, idealmente bienintencionada y cándida, en la que no se levanta ningún obstáculo voluntario contra la Fe, y a la que una simple incomprensión de carácter meramente especulativo y sentimental aleja de la Iglesia.

Una vez establecida esta concepción arbitraria, toda la sabiduría pastoral se reduce a iluminar las inteligencias y a ganar simpatías, lo que evidentemente debe hacerse poco a poco, con extremo tacto, en dosis diluidas, para que estas almas, “subiendo lentamente de claridad en claridad, se reconcilien con el íntimo de sí mismas, y lleguen finalmente, casi sin darse cuenta, y como a través de una ingeniosa trampa, a la posesión de la verdad y de la transparencia interior”.

[1] S. Th., I, q.1, a.8, ad 2.

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