Aunque los problemas planteados sobre la A.C. y su relación con la Jerarquía son numerosos y complejos, las cuestiones relacionadas con la A.C. y la vida interior no lo son menos.
Liturgia y vida interior.
Si algunos desvaríos doctrinales sobre la cuestión del mandato podrían explicarse por la exégesis forzada e incluso muy forzada de ciertas declaraciones pontificias, por la lectura y la interpretación a veces audaces de ciertos autores europeos, no sabemos cómo explicar el origen de ciertas doctrinas sobre la Liturgia que, desgraciadamente, circulan de boca en boca en algunos ambientes de la A.C. Lo cierto es que los apóstoles de estas doctrinas reivindican como único fundamento de su posición un único texto pontificio, es decir, una declaración meramente verbal que el Santo Padre Pío X habría hecho a interlocutores dignos de todo respeto. Esta declaración no es la base lógica de ningún error. De hecho, es extremadamente erróneo utilizarla.
De hecho, el propio Pío X estigmatizó este proceso de argumentación. Dijo:
“En todo momento, en las discusiones sobre la A.C., se debe evitar afirmar el triunfo de la opinión personal, citando palabras del Soberano Pontífice que se supone han sido dichas u oídas en audiencias privadas. Esto debería evitarse a fortiori en los congresos públicos, porque, además de la falta de respeto que se muestra así al Soberano Pontífice, existe un grave peligro de malentendidos, en función de las opiniones personales de cada uno. El modo correcto de saber lo que quiere el Papa es atenerse a los actos y documentos emanados de la autoridad competente” ([1]).
Sea como fuere, se afirma, se mantiene y se difunde de boca en boca que la práctica de la vida litúrgica, cierta gracia de estado propia de la A.C., así como la acción apasionante de la grandeza de los ideales de la A.C., acallan la seducción natural hacia el mal y las tentaciones diabólicas en el seno de sus miembros.
Esto implica una ascesis totalmente nueva.
Sin negar que el fervor por la Liturgia de la Iglesia sea una de las manifestaciones más bellas de una piedad verdaderamente formada, y precisamente porque consideramos la Sagrada Liturgia, como la Iglesia misma, de la que es voz, “una dama sin mancha ni arruga”, no podemos admitir que un espíritu litúrgico bien formado pueda conducir a las desastrosas consecuencias que se mencionan a continuación.
En definitiva, se pretende que la participación en las funciones de la Sagrada Liturgia proporcione a los fieles la infusión de una gracia tan especial que, mientras se comporten de modo meramente pasivo, se santificarán, porque se acallarán en ellos los efectos del pecado original y de las tentaciones diabólicas.
De este modo, la Sagrada Liturgia ejercería sobre los fieles una acción mecánica o mágica, con una fecundidad totalmente automática, que haría superfluos todos los esfuerzos del hombre por colaborar con la gracia de Dios.
El “mandato” y la vida interior.
Se supone que la A.C., tal vez como corolario del mandato que se le atribuye, confiere idéntica gracia de Estado. Por último, se argumenta que la simple fascinación de los ideales de conquista de la A.C. basta para vacunar a todos los fieles contra la seducción del mundo, de la carne y del demonio.
Estas ideas han penetrado muy ampliamente en ciertos círculos de la A.C., y constituyen la teología errónea de la cual los principios de los mismos círculos en materia de estrategia apostólica no son más que la aplicación al dominio propio de la Ciencia Pastoral.
La ascesis tradicional.
Una vez aceptado este intrincado orden de ideas, cambia toda la concepción de la vida interior. Precisamente por esta razón, los círculos dominados por esta doctrina militan asidua y eficazmente contra todos los medios tradicionales de ascesis, que proceden del reconocimiento de los efectos que la Iglesia señala en el pecado original, e implícitamente enseñan al hombre a precaverse contra las desviaciones de su voluntad y de su sensibilidad, adquiriendo por correspondencia generosa a la gracia un verdadero dominio sobre ambas.
En este sentido, no faltaron censuras y duras críticas a los retiros espirituales predicados según el método de San Ignacio, que fueron calificados de odiosos y retrógrados. Así pues, los retiros debían sustituirse por días o semanas de estudio, lo cual es fácil de explicar, ya que el retiro tiene por objeto sobre todo adiestrar la voluntad en el dominio de las pasiones, y, siendo todo esto innecesario, la simple iluminación de los intelectos en los “días de estudio” y en las “casas de estudio” es perfectamente suficiente.
La meditación individual también es vista como mera iluminación. Estos errores repudian el examen de conciencia, el ejercicio de la voluntad, la aplicación de la sensibilidad, los llamados tesoros espirituales, a que todos señalan como métodos decrépitos, tortura espiritual, etc.
La obra de la Contrarreforma.
Es obvio que un gran número de estas desviaciones doctrinales ya intentaron infiltrarse en la Iglesia en siglos pasados, especialmente durante la Pseudo-Reforma.
El aplastamiento de estos intentos fue, por excelencia, obra del Santo Concilio Tridentino, de las bellas corrientes de espiritualidad nacidas en la Contrarreforma y de los grandes santos que produjeron.
Y precisamente porque tanto en aquel Concilio como en la vida de aquellos santos y en el esplendor de aquellas escuelas espirituales brilla con especial claridad la doctrina de la Santa Iglesia sobre estos errores, algunos miembros de la A.C. repudian todo lo que procede de aquella época gloriosa, con el pretexto de que las escuelas espirituales de entonces estaban impregnadas del individualismo protestante, cuyo contagio no pudieron evitar del todo.
También les disgustaban las Misiones Redentoristas, predicadas según el método de San Alfonso, así como muchas de sus obras, en particular ciertos capítulos de Moral y Mariología.
Ridiculizan a las Órdenes contemplativas por vivir, dicen, una vida contemplativa mal orientada.
Ridiculizan la obra mística de San Juan de la Cruz, a la que califican de “truco”.
Su gran pretexto es que estas espiritualidades no solo están plagadas de individualismo, sino también de “antropocentrismo”, ya que apartan la mirada de Dios para centrarse en las miserias humanas y en las luchas de la vida interior. En otras palabras, también lo llaman “virtutocentrismo”.
Afirman, como hemos dicho, que todo esto constituye una infiltración del individualismo protestante y del humanismo renacentista en la Iglesia.
La autoridad de la Santa Sede.
En su carta “Con particular complacencia” ([2]), el Santo Padre Pío XII refutó esta opinión, alabando dos frutos típicos del espíritu ignaciano, las Congregaciones Marianas y los Ejercicios.
En cuanto a estos últimos, dijo: “Nos complace también comprobar que los miembros de este pacífico ejército mariano (…) templan constantemente sus armas en los frecuentes retiros espirituales y en la fragua de los Ejercicios que practican cada año”.
La distinción es clara: no se trata solo de los retiros en general, sino de los Ejercicios en particular, que el Santo Padre Pío XII, como todos sus predecesores, alaba, bendice, recomienda e inculca. Aún volveremos sobre este asunto.
También en esta línea, los innovadores de la A.C. combaten activamente el Rosario y el Vía Crucis, devociones que, al requerir el esfuerzo de la voluntad, las consideran por ello anticuadas.
Origen de estos errores.
No es difícil ver que toda esta cadena de errores proviene en última instancia del espíritu de independencia y placer, que pretende liberar al hombre de las cargas y luchas que impone la obra de la santificación.
Una vez eliminada la lucha espiritual, la vida del cristiano se les aparece como una serie ininterrumpida de placeres y consuelos espirituales.
Por eso, quienes piensan así evitan, e incluso desaconsejan, meditar sobre los episodios dolorosos de la vida del Redentor, prefiriendo verlo siempre como un vencedor lleno de gloria.
Como ya hemos dicho, recomiendan expresamente ambientes impregnados de una alegría que, aunque tenga pretextos espirituales, está, sin embargo, llena de satisfacciones naturales.
En ciertos círculos, se enseña a los miembros de A.C. a llevar únicamente ropa alegre y de colores claros, a vestir a la moda adolescente, a mantener en todo momento una actitud risueña y a evitar los temas serios o tristes.
Como veremos a continuación, las viejas fórmulas de cortesía son severamente condenadas.
Las reglas de la modestia cristiana.
La camaradería total nivela los sexos, las edades y las condiciones sociales, en una igualdad presentada como la realización de la fraternidad cristiana. No es de extrañar que, considerando suprimidos los efectos del pecado original – “…. los sentidos y los pensamientos del corazón del hombre se inclinan al mal desde su juventud” (Gn VIII, 21), como advierte la Escritura— y de las tentaciones diabólicas, desprecien y se rían de muchas de las barreras que la tradición cristiana ha introducido entre los sexos en la sociedad.
Algunas de estas barreras no están destinadas tanto a proteger la inocencia como la reputación de la joven. Muy vivas en Brasil, constituyen una protección preciosa para la integridad de la vida doméstica. Además, están expresamente en consonancia con lo que nos dice San Pablo cuando nos exhorta a evitar el mal e incluso a “guardarnos de toda apariencia de mal” (1 Tes V, 21-22).
Estos elementos, bajo el engañoso pretexto de que violar estas costumbres no es intrínsecamente inmoral, no solo toleran, sino que aconsejan a los miembros de la A.C. que las dejen de lado.
Pongamos un ejemplo: nadie ignora que, en teoría, es posible que una chica salga sola por la noche con un grupo de chicos extraños a su familia, sin caer en pecado.
Pero en un país como el nuestro, en el que no se ha implantado este peligroso hábito, todo el mundo sabe lo mucho que puede ganar la sociedad si rechaza una práctica tan imprudente.
Sin embargo, estos elementos no solo permiten, sino que aconsejan a la A.C. que lo haga.
Nadie ignora los muchos peligros que conllevan los bailes. Tales bailes, sin embargo, no se toleran, sino que se recomiendan, no se recomiendan, sino que incluso se imponen: los retiros espirituales durante el carnaval se consideran una deserción, ya que el miembro de la A.C. debe hacer apostolado durante las fiestas paganas del carnaval.
Hubo quienes pretendieron que, yendo a lugares sospechosos y escandalosos, harían apostolado, llevando allí “el Cristo”.
Vacunados contra el pecado por los maravillosos efectos de la Liturgia y el mandato de la A.C., ciertos miembros de la A.C. quisieran instalarse como salamandras en el fuego sin quemarse.
Aborrecen todo lo que recordando la delicadeza femenina subraya la diversidad de los sexos.
Por ejemplo, se oponen al uso del velo en las iglesias. No censuran el uso de pantalones masculinos para las mujeres, ni los cigarrillos.
Aunque la Santa Iglesia haya establecido una prudente distinción entre las ramas masculina y femenina de la A.C., hay espíritus en cuyas concepciones esta distinción es casi negada en la práctica, por la interpenetración, por decirlo así completa, que desean para sus respectivas actividades, horas de ocio, etc. Todo lo que signifique combate directo y de visera levantada contra las modas indecentes, las malas lecturas, las malas compañías, los malos espectáculos, pasa a menudo bajo el más profundo silencio.
No es de extrañar, pues, que la educación de la pureza se haga a menudo de forma imprudente, impregnada de sentimentalismo morboso e ideas paganizantes, llena de peligrosas concesiones a las costumbres modernas.
Parecería que tantas libertades lamentables serían “privilegios” inherentes a la A.C. Los antiguos métodos de mortificación y fuga de las ocasiones eran, ciertamente, muy adecuados para las antiguas asociaciones, donde se podía ser realmente severo y exigente. La A.C., sin embargo, representaría la liberación de todo eso.
Estas precauciones eran muletas sobre las que descansaba la insuficiencia estructural, jurídica, orgánica y vital de las antiguas asociaciones. La A.C. podía y debía prescindir de todo esto ([3]).
Sin embargo, a pesar de todo, hay que subrayar que los autores de tales errores son muy a menudo personas de conducta personal y modestia en el vestir modelares, que, lejos de servir a la causa de los buenos principios, facilitan en realidad la difusión del mal al dar a tales doctrinas un carácter desinteresado y puramente especulativo.
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[1] Pío X, Carta a los Obispos de Italia, 28 de julio de 1904, in Atti di SS Pio X, Volume IV, p. 343. [Nuestra traducción]
http://www.liberius.net/livres/Actes_de_S._S._Pie_X_(tome_4)_000000911.pdf
[2] Pío XII: Carta al cardenal D. Sebastião Leme sobre las congregaciones marianas – 17 de junio de 2019
https://salvemaria.com.br/carta-de-pio-xii-ao-cardeal-leme
[3] “El necio jugará con el pecado”, dice la Escritura (Prov. XIV, 9). En cambio, el “sabio teme y se aparta del mal” (Prov. XIV, 16). “El hombre hábil vio el mal y lo evitó; el imprudente pasó de largo y recibió daño” (Prov. XXII, 3). ¿Qué daño? — “No mires al vino que empieza pareciendo rubio… pero al final muerde como una serpiente” (Prov. XXIII, 31) y “Tus ojos mirarán a las mujeres ajenas, y tu corazón hablará palabras desregladas. Y serás como un hombre dormido en medio del mar y como un piloto adormilado que ha perdido el timón” (Prov. XXIII, 33, 34) ¿Qué mejor imagen del endurecimiento de la conciencia? Y la Escritura continúa: “Dirás: ‘Me golpearon y no me dolió, me arrastraron y no lo sentí’” (Prov. XXIII, 35). Es la obstinada sordera a la voz de la conciencia, que resulta de no huir de las ocasiones de pecado y de no seguir el consejo: “Apartate de lo inicuo, y el mal se alejará de ti” (Eclo VII, 1).
La lucha interior, activa y diligente contra las pasiones, es siempre la condición de la santificación e incluso de la salvación. El Espíritu Santo dice: “No te dejes llevar por tus pasiones y refrena tus apetitos. Si complaces a tu alma en lo que desea, te convertirá en el gozo de tus enemigos” (Eclo XVIII, 30-31).