En defensa de la Acción Católica, II Parte, Capítulo 2 – Semejanza con el “modernismo”

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Sistema doctrinal completo

Era necesario que hiciéramos una exposición conjunta de todos estos principios erróneos, para que quedara claro que no se trataba de errores dispersos, sino de todo un sistema doctrinal basado en errores fundamentales, y muy lógico al profesar todas las consecuencias derivadas de ellos.

Difícil de percibir para los observadores…

A la vista del capítulo anterior, la actitud de nuestros lectores variará según las experiencias que hayan tenido ante sus ojos y, sobre todo, según la perspicacia con que hayan podido analizar los hechos. Algunos, sin duda, rechazarán por irreal el cuadro de una situación dolorosa de la que fueron lo bastante felices como para no ver ni siquiera el prenuncio. Otros, por el contrario, se sentirán verdaderamente aliviados al comprobar que el clamor de las conciencias vigilantes se alza ya con fuerza contra un orden de cosas que amenaza con agravarse cada vez más. Les aconsejamos que analicen detenidamente el significado profundo de todos los gestos, actitudes e innovaciones que observen en determinados ambientes. Si lo hacen, verán siempre que esas singularidades se explican por algún sustrato doctrinal más o menos oscuro, perfectamente vinculado a un conjunto de principios básicos y fundamentales que son los móviles más profundos de toda esta actividad.

… por motivo de los métodos de difusión que adopta

Sin embargo, esta penosa situación no es nueva. El modernismo, condenado por Pío X en la Encíclica “Pascendi Dominici Gregis” del 8 de septiembre de 1907, contiene doctrinas y métodos casi idénticos a los que ahora estamos describiendo, y podríamos, de hecho, describir todo el movimiento con la Encíclica en la mano. Así, dice el Santo Padre:

Y como una táctica de los modernistas (así se les llama vulgarmente, y con mucha razón), táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidas acá y allá, lo cual contribuye a que se les juzgue fluctuantes e indecisos en sus ideas, cuando en realidad estas son perfectamente fijas y consistentes; ante todo, importa presentar en este lugar esas mismas doctrinas en un conjunto, y hacer ver el enlace lógico que las une entre sí, reservándonos indicar después las causas de los errores y prescribir los remedios más adecuados para cortar el mal”([1]).

Esta es la tarea que nos hemos propuesto realizar con el neomodernismo, dedicándole toda la segunda parte de esta obra.

Se debe intentar liberar al hombre de la dureza de la lucha interior

Esta disposición genera necesariamente revuelta, y de ahí la temeridad con que atacan todo lo que el magisterio de la Iglesia consagra como santo y venerable. Fruto típico de nuestro tiempo, este error resucita en cierto modo la doctrina de Miguel de Molinos poniendo a su servicio los métodos de combate y propaganda del modernismo.

Este defecto del hombre contemporáneo fue claramente señalado por Pío XI cuando dijo del espíritu de nuestra época:

El deseo desenfrenado de los placeres, enervando las fuerzas del alma y corrompiendo las buenas costumbres, destruye poco a poco la conciencia del deber. En efecto, hoy son demasiados los que, atraídos por los placeres del mundo, no aborrecen nada con más fuerza, no evitan nada con mayor cuidado que los sufrimientos que se presentan, o las aflicciones voluntarias del alma o del cuerpo, y se comportan habitualmente, según la palabra del Apóstol, como enemigos de la Cruz de Cristo. Nadie puede obtener la bienaventuranza eterna si no renuncia a sí mismo, si no carga con su cruz y sigue a Jesucristo” ([2]).

Dando una formación litúrgica errónea

La idea de que la Sagrada Liturgia es fuente de santificación automática, que exime al hombre de toda mortificación, del esfuerzo de la vida interior, de la lucha contra el demonio y las pasiones, es vana y contraria a las enseñanzas de la Iglesia. En efecto, por muy eficaz que sea la oración oficial de la Santa Iglesia y por muy sobreabundantes que sean los méritos infinitos de la Santa Misa,

“…es necesario que los hombres completen lo que falta a la Pasión de Jesucristo, cada uno en su propia carne, (…) porque, aunque el Señor Jesús sufrió por nosotros, no estamos exentos de llorar y expiar nuestras faltas, ni estamos autorizados a expiarlas con negligencia” ([3]).

A este respecto, sería interesante leer la mención de la obra del P. [Maurice] De La Taille, en la Tercera Parte – Capítulo III: Asociaciones auxiliares – El “Apostolado de Conquista” – ítem “a) — ante todo, cuidemos de la santificación y perseverancia de los buenos“.

Es obvio que al poner en circulación tales ideas, con las que se atreven a “reformar”, servidos de sus muy eficaces métodos de propaganda, el concepto de la piedad cristiana y una de sus características más sobresalientes, que es el amor al sufrimiento, estos elementos de la A.C. están causando un daño mucho mayor, aun sin saberlo, un daño mucho mayor a la Iglesia que los enemigos declarados; y precisamente por eso se les aplica lo que Pío X dijo de los modernistas:

Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares (…) los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos, con venenosos errores (…) se presentan, con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia” ([4]).

En efecto, ¿qué puede ser más propio de un reformador que, pretendiendo extirpar de la Iglesia los gérmenes de liberalismo que se hubieran colado en ella, destruir los métodos establecidos, las instituciones que han recibido las bendiciones de la Iglesia, las prácticas de piedad aprobadas por los actos más augustos de la Autoridad, y sobre tantas ruinas sentar las bases de una nueva vida espiritual fundada en una concepción enteramente diferente y “reformada” de la relación entre la gracia y el libre albedrío humano? En el fondo, como hemos dicho, todo el objetivo de estos empeños consiste en una relajación de la vida interior.

León XIII decía que:

“…el cristiano debe adaptarse a una gran paciencia, no solo de voluntad, sino también de espíritu. Quisiéramos que recordaran esto quienes imaginan y prefieren abiertamente, en la profesión del cristianismo, una regla de pensamiento y de acción cuyas leyes serían mucho más dóciles, mucho más indulgentes con la naturaleza humana, imponiéndole poco o ningún sufrimiento. No comprenden suficientemente el espíritu de la fe y de las instituciones cristianas; no ven que por todas partes la cruz se nos presenta como el modelo de vida y el estandarte de los que quieren seguir a Jesucristo, no solo de nombre, sino también con hechos reales” ([5]).

Añadiendo a este pensamiento, el mismo Pontífice dijo también:

La perfección de la virtud cristiana es la disposición generosa del alma que busca las cosas arduas y difíciles” ([6]).

Y Pío XI escribía:

A este respecto, no ignoramos que algunos educadores de la juventud, atemorizados por la actual depravación de las costumbres, por la que tantos jóvenes se precipitan en la ruina extrema, con increíble detrimento de las almas, para alejar de la sociedad civil tan graves y funestos daños, se han empeñado en idear nuevos sistemas educativos. Pero queremos que comprendan bien que de nada servirán a la comunidad si descuidan aquellos métodos y disciplinas que, sacadas de las fuentes de la sabiduría cristiana y probadas por la larga experiencia de los siglos, el mismo Luis [Gonzaga] experimentó la perfecta eficacia en sí mismo: la fe viva, la fuga de las seducciones, el gobierno y la moderación de los apetitos, una devoción laboriosa a Dios y a la Santísima Virgen, y finalmente una vida lo más frecuentemente posible confortada y vigorizada por el banquete celestial” ([7]).

La lucha interior, activa y diligente contra las pasiones, es siempre “una condición para la santificación e incluso para la salvación”. El Espíritu Santo dice: “No te dejes arrastrar de tus pasiones, y refrena tus apetitos. Si satisfaces los antojos de tu alma, ella te hará la risa y fábula de tus enemigos”. — (Eclo XVIII, 30-31).

No podemos, por lo tanto, permitir que esta condescendencia se apodere de la A.C. Sabemos que nuestras afirmaciones causarán espanto. De hecho, muchos de estos elementos, como los modernistas, impresionan por su estilo de vida, en el que incluso sus virtudes privadas sirven para difundir sus errores.

“Juntan a esto, y es lo más a propósito para engañar, una vida llena de actividad, constancia y ardor singulares hacia todo género de estudios, aspirando a granjearse la estimación pública por sus costumbres, con frecuencia intachables” ([8]) (S. Pío X, “Pascendi Dominici Gregis”).

Sin embargo, las ideas que propagan, los consejos que dan, no son buenos.

No quisiéramos terminar este capítulo sin una observación que nos parece importante. Otra curiosa manifestación del espíritu frívolo y sensual de nuestro tiempo, y de la manera como se amalgama, en muchas mentalidades, con los principios y convicciones religiosas, tendiendo a producir una piedad completamente contaminada de laxitud y de autoindulgencia, está en la preocupación de suscitar a cada momento nuevas o viejas devociones, a tal o cual santo, a tal o cual perfección de Dios, a tal o cual episodio de la vida del Redentor, atribuyendo siempre a esta devoción el efecto mágico y, por así decirlo, mecánico de resolver todos los problemas religiosos contemporáneos. En el siglo pasado, Mons. Joachim-Jean-Xavier d’Isoard, Prelado francés, publicó palabras de ardiente y profundo análisis sobre este tema, en las que demostraba que Dios se complace sobre todo en “un corazón contrito y humillado”, y que la penitencia del pecador es indispensable para conciliar las gracias de Dios.

Incluso Pío XI, en un fuerte discurso, se quejó de las imposiciones tiránicas de muchas personas que escribían al Papa sugiriéndole, pidiéndole y casi amenazándole para que aceptara salvar a la Iglesia con tal o cual nueva devoción. Fue este profundo sentimiento de horror a la mortificación lo que acabó generando la doctrina de la acción mecánica y mágica de la Liturgia.

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[1] https://www.vatican.va/content/pius-x/es/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_19070908_pascendi-dominici-gregis.html

[2] Pío XI, Carta “Magna Equidem”, 2 de agosto de 1924: Actes de S.S. Pie XI, Bonne Presse, Paris, tomo II, página 143-144. [Nuestra traducción]

https://archive.org/details/actesdesspiexien0013cath/page/n545/mode/2up

[3] Pío XI, Carta “Magna Equidem”, 2 de agosto de 1924: Actes de S.S. Pie XI, Bonne Presse, Paris, tomo II, página 146. [Nuestra traducción]

https://archive.org/details/actesdesspiexien0013cath/page/n549/mode/2up?view=theater

[4] Pío X – Encíclica “Pascendi Dominici Gregis”, del 8 de septiembre de 1907

https://www.vatican.va/content/pius-x/es/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_19070908_pascendi-dominici-gregis.html

[5]León XIII, Encíclica “Tametsi Futura Prospicientibus”, 1° de noviembre de 1900. https://www.vatican.va/content/leo-xiii/la/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_01111900_tametsi-futura-prospicientibus.html [la traducción es nuestra]

[6] León XIII, Encíclica “Auspicato Concessum”, 17 de septiembre de 1882. https://www.vatican.va/content/leo-xiii/it/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_17091882_auspicato-concessum.html [la traducción es nuestra]

[7] Pio XI, Carta apostólica “Singulare Illud”, 13 de junio de 1926: Actes de S.S. Pie XI, Maison de la Bonne Presse, Paris, tomo III, página 224 (Énfasis añadido – Traducción nuestra).

https://archive.org/details/actesdesspiexien0013cath/page/224/mode/2up?view=theater

[8] Pío X – Encíclica “Pascendi Dominici Gregis”, del 8 de septiembre de 1907

https://www.vatican.va/content/pius-x/es/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_19070908_pascendi-dominici-gregis.html

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