En defensa de la Acción Católica, CAPÍTULO ÚNICO, * La predicación de verdades severas

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Ciertos espíritus profundamente penetrados por el liberalismo han pretendido que los fieles, a imitación del dulcísimo Salvador, no incluyan en sus incitaciones al bien ninguna clase de amenaza de castigos futuros, ya que un lenguaje lleno de advertencias de esta naturaleza no es propio de heraldos de la Religión del amor.

Por supuesto, no hay que hacer de la aprensión a los castigos futuros el único motivo de la virtud. Hecha esta salvedad, no vemos de dónde han sacado esos liberales la idea de que es una falta de caridad hablar del infierno. Veamos cómo hablaban los apóstoles de las penas que merecemos después de la muerte, en el infierno o purgatorio:

“porque delante de Dios es justo que él aflija a su vez a aquellos que ahora os afligen; y a vosotros, que estáis al presente atribulados, os haga gozar juntamente con nosotros del descanso eterno, cuando el Señor Jesús descenderá del cielo y aparecerá con los ángeles que son los ministros de su poder; cuando vendrá con llamas de fuego a tomar venganza de los que no conocieron a Dios, y de los que no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán la pena de una eterna condenación confundidos por la presencia del Señor, y por el brillante resplandor de su poder; cuando viniere a ser glorificado en sus santos, y a ostentarse admirable en todos los que creyeron; pues que vosotros habéis creído nuestro testimonio acerca de aquel día” (2 Tes I, 6-10).

Y Nuestro Señor dijo del purgatorio:

Te aseguro, de cierto, que de allí no saldrás, hasta que pagues el último maravedí” (Mt V, 26).

En cuanto al infierno, escuchemos las palabras del dulcísimo Maestro:

“Entrad por la puerta angosta; porque la puerta ancha, y el camino espacioso son los que conducen a la perdición, y son muchos los que entran por él.

“¡Oh, qué angosta es la puerta, y cuan estrecha la senda que conduce a la vida eterna; y qué pocos son los que atinan con ella!” (Mt VII, 13-14).

Al oír esto, Jesús mostró grande admiración, y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que ni aun en medio de Israel he hallado fe tan grande. Así yo os declaro, que vendrán muchos gentiles del Oriente, y estarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mientras que los hijos del reino (los judíos) serán echados fuera a las tinieblas: allí será el llanto y el crujir de dientes” (Mt VIII, 10-12).

“Caso que no quieran recibiros, ni escuchar vuestras palabras, saliendo fuera de la tal casa o ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que Sodoma y Gomorra serán tratadas con menos rigor en el día del juicio, que no la tal ciudad” (Mt X, 14-15).

“Yo os digo, que hasta de cualquiera palabra ociosa, que hablaren los hombres, han de dar cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras habrás de ser justificado, y por tus palabras condenado” (Mt XII, 36-37).

“La reina del Mediodía hará de acusadora en el día del juicio contra esta raza de hombres, y la condenará; por cuanto vino de los extremos de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; y con todo, aquí tenéis quien es más que Salomón” (Mt XII, 42).

“No tenéis que admiraros de esto, pues vendrá tiempo en que lodos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios; y saldrán los que hicieron buenas obras, a resucitar para la vida eterna; pero los que las hicieron malas, resucitarán para ser condenados” (Jn V, 28-29).

Veamos otros textos del Nuevo Testamento:

“No retarda, pues, el Señor su promesa, como algunos juzgan, sino que espera con mucha paciencia por amar de vosotros el venir como juez, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos se conviertan a penitencia.

“Por lo demás, el día del Señor vendrá como ladrón; y entonces los cielos con espantoso estruendo pasarán de una parte a otra, los elementos con el ardor del fuego se disolverán, y la tierra, y las obras que hay en ella, serán abrasadas.

“Pues ya que todas estas cosas han de ser deshechas, ¿cuáles debéis ser vosotros en la santidad de vuestra vida, y piedad de costumbres, aguardando con ansia, y corriendo a esperar la venida del día del Señor, día en que los cielos encendidos se disolverán, y se derretirán los elementos con el ardor del fuego?

“Bien que esperamos, conforme a sus promesas, nuevos cielos y nueva tierra, donde habitará eternamente la justicia” (2 Pedro III, 9-13).

“Y de la boca de él salía una espada de dos filos, para herir con ella a las gentes. Y él las ha de gobernar con cetro de hierro; y él mismo pisa el lagar del vino del furor de la ira del Dios omnipotente” (Ap XIX, 15).

“El que venciere poseerá todas estas cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Mas en orden a los cobardes, e incrédulos, y execrables o desalmados, y homicidas, y deshonestos, y hechiceros, e idólatras, y a todos los embusteros, su suerte será en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda y eterna” (Ap XXI, 7-8).

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