En defensa de la Acción Católica, CAPÍTULO ÚNICO, * La idolatría de la popularidad

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La idolatría de la popularidad

Como dijimos en otro capítulo, la impopularidad fue el premio del Maestro, tras las actitudes varoniles e intransigentes de las que nos dio ejemplo. Esta impopularidad, que para muchos es la desgracia suprema, el espantajo que inspira todas las concesiones y repliegues estratégicos, la característica siniestra de todo apostolado fracasado a los ojos del mundo, fue tan grande contra Nuestro Señor que llegaron a acusarle de maldad:

“Los porqueros echaron a huir; y llegados a la ciudad, lo contaron todo, y en particular lo de los endemoniados. Al punto toda la ciudad salió en busca de Jesús; y al verle, le suplicaron que se retirase de su país” (Mt VIII, 33-34).

Nuestro Señor predijo como inevitable la existencia de enemigos a sus fieles de todos los siglos, en este punto:

“Entonces un hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir; y vosotros vendréis a ser odiados de todos por causa de mi nombre” (Mt X, 21-22).

Como puede verse, es el odio llevado hasta el punto de provocar luchas encarnizadas contra los seguidores de Jesús.

¡Y las acusaciones serán terribles contra los fieles! Pero, aun así, no deben renunciar a los procesos apostólicos corajosos:

No es el discípulo más que su maestro, ni el siervo más que su amo: baste al discípulo, el ser tratado como su maestro; y al criado, como su amo. Si al padre de familias le han llamado Beelzebúb, ¿cuánto más a sus domésticos? Pero por eso no les tengáis miedo. Porque nada está encubierto, que no se haya de descubrir; ni oculto, que no se haya de saber. Lo que os digo de noche, decidlo a la luz del día; y lo que os digo al oído, predicadlo desde los terrados”. (Mt X, 24-27).

Como ya hemos dicho, los fieles deben valorar mucho la estima de sus semejantes, pero despreciar su odio siempre que esté fundado en una aversión a la Verdad o a la Virtud. El apóstol debe desear la conversión del prójimo, pero no debe confundir la conversión sincera y profunda de un hombre o de un pueblo con los signos de una popularidad superficial. Nuestro Señor hizo sus milagros para convertir, no para ser popular:

“Esta raza mala y adúltera pide un prodigio; pero no se le dará el que pide, sino el prodigio de Jonás Profeta” (Mt XII, 39), dijo, indicando que los milagros inútiles para la conversión no se realizarían. Y, en efecto, aunque los milagros hubieran podido granjear al Salvador cierta popularidad, era una popularidad inútil porque no procedía del deseo de conocer la Verdad.

Sin embargo, ¡cuántos apóstoles hacen todo lo posible e imposible por ser populares, e incluso sacrifican sus principios a este deseo! Tal vez ignoren que se pierde así la bienaventuranza prometida por el Señor a quienes, por amor a la ortodoxia y a la virtud, fueron odiados por los enemigos de la Iglesia:

“Dichosos seréis cuando los hombres por mi causa os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren con mentira toda suerte de mal contra vosotros. Alegraos entonces, y regocijaos, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los cielos” (Mt V, 11-12).

Nunca sacrifiquemos, disminuyamos o arañemos la Verdad, por mucho resentimiento que suframos por ello. Nuestro Señor nos dio ejemplo predicando la verdad y el bien, exponiéndose incluso a ser encarcelado por ello, como vemos:

“¿Por ventura no os dio Moisés la Ley, y con todo eso ninguno de vosotros observa la Ley?

“¿Pues por qué intentáis matarme? Respondió la gente, y dijo: Estás endemoniado; ¿quién es el que trata de matarte?

“Jesús prosiguió diciéndoles: Yo hice una sola obra milagrosa en día de sábado, y todos lo habéis extrañado.

“Mientras que, habiéndoos dado Moisés la ley de la circuncisión, (no que traiga de él su origen, sino de los Patriarcas) no dejáis de circuncidar al hombre aun en día de sábado.

“Pues si un hombre es circuncidado en sábado, para no quebrantar la Ley de Moisés, ¿os habéis de indignar contra mí, porque he curado a un hombre en todo su cuerpo en día de sábado?

“No queráis juzgar por las apariencias, sino que juzgad por un juicio recto.

“Comenzaron entonces a decir algunos de Jerusalén: ¿No es este a quien buscan para darle la muerte?

“Y con todo vedle que habla públicamente, y no le dicen nada. ¿Si será que nuestros príncipes de los sacerdotes y los senadores han conocido de cierto ser este el Cristo?

“Pero de este sabemos de dónde es; mas cuando venga el Cristo, nadie sabrá su origen.

“Entre tanto, prosiguiendo Jesús en instruirlos, decía en alta voz en el Templo: Vosotros pensáis que me conocéis, y sabéis de dónde soy; pero yo no he venido de mí mismo, sino que quien me ha enviado, es veraz, al cual vosotros no conocéis.

“Yo sí que le conozco, porque de él tengo el ser, y él es el que me ha enviado.

“Al oír esto buscaban cómo prenderle; mas nadie puso en él las manos, porque aún no era llegada su hora” (Jn VII, 19-30).

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