El verdadero heroísmo no nace del impulso, sino de la convicción: el heroísmo católico

“Santo del Día” – 18 de febrero de 1971


 

A D V E R T E N C I A

El presente texto es una adaptación de la transcripción de una grabación de una conferencia dada por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira a los miembros y cooperadores de la TFP, manteniendo así el estilo verbal, y no ha sido revisado por el autor.

Si el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, seguramente pediría una mención explícita de su disposición filial a rectificar cualquier discrepancia en relación con el Magisterio de la Iglesia. Es lo que hacemos aquí, con sus propias palabras, como homenaje a tan bello y constante estado de ánimo:

“Católico romano apostólico, el autor de este texto se somete con ardor filial a la enseñanza tradicional de la Santa Iglesia. Sin embargo, si por error, en él apareciera algo que no se ajustara a esa enseñanza, lo rechaza categóricamente”.

Las palabras “Revolución” y “Contrarrevolución” se utilizan aquí en el sentido que les da el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en su libro “Revolución y Contrarrevolución“, cuya primera edición se publicó en el n.º 100 de “Catolicismo“ en abril de 1959.

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¿Cómo entienden el heroísmo los alemanes? ¿Y los franceses? ¿Y los japoneses? ¿Y los nazis? ¿Y el fascista? ¿Y el integralista? El verdadero heroísmo fue enseñado por Nuestro Señor Jesucristo: no es el del impulso, el del temperamento, sino el que se obtiene por convicción. Son las certezas de fe que se adquieren con el estudio, la oración, la meditación, la victoria interior contra uno mismo, contra las pasiones desordenadas; formando un espíritu intransigente contra la Revolución que ruge

 

Hoy es la fiesta de San Flaviano, obispo y confesor. Fue obispo de Constantinopla y gran opositor a la herejía monofisita. Fue martirizado por haber defendido la fe católica en el Concilio de Éfeso en 449.

Como Uds. ven, hoy tenemos más un ejemplo, la conmemoración de más un obispo, de más un mártir de la Iglesia católica que nos dio el ejemplo modélico del heroísmo llevado al máximo nivel. Es un hombre, un obispo que era un verdadero católico y que, por tanto, luchó contra la herejía monofisita, que es la herejía que hoy sostiene ese [Vaskam] de Armenia, ese patriarca de Armenia que fue recibido con tanta pompa por Pablo VI en el Vaticano.

San Flaviano se opuso a esta herejía monofisita y luchó contra ella en el Concilio de Éfeso, donde [sólo se permitió hablar a los partidarios de Eutiques —un viejo monje, superior de un monasterio cerca de Constantinopla, que atribuía a Jesucristo una sola naturaleza, el monofisismo—. Los delegados del papa León I llegaron de Roma, y se les impidió leer su mensaje en defensa de la doctrina y del patriarca Flaviano. Entonces fue destituido como patriarca, y finalmente agredido físicamente, antes de ser enviado al exilio en Lidia, lejos de Constantinopla, pero bajo control]. Después de esto murió a causa de la energía con la que luchó contra esta herejía.

Esta vida de santo nos enfrenta al problema del heroísmo católico. Hemos tocado este tema varias veces a lo largo de estos “Santos del Día”. Hoy debemos abordarlo más directamente.

Podemos decir que, en el imaginario popular, y en el sentir de la gente de hoy, hay distintos tipos de heroísmo que corresponden a distintas tradiciones de heroísmo. Tenemos el heroísmo alemán, el heroísmo que podría llamarse el heroísmo de la escuela francesa, en lo que se refiere al heroísmo del siglo pasado; luego tenemos lo que podría llamarse el heroísmo de tipo nazi fascista, el heroísmo de tipo comunista. Frente a estos diversos tipos de heroísmo —y dado que los nissei [N.R.: El término nissei se utiliza para referirse a la segunda generación de inmigrantes japoneses nacidos fuera de Japón] son tan numerosos en esta sala, nos complacerá hablar del heroísmo japonés—, ¿cuál es la crítica del heroísmo católico? ¿Y en qué consiste realmente el heroísmo católico?

Podemos decir que el heroísmo alemán del siglo pasado es, como todo lo que lleva la marca del siglo pasado, un heroísmo romántico. Es el heroísmo que se personificó en el ejército del Kaiser, si se quiere, y que se distingue por una elevada idea del Reich alemán, una elevada idea de la cultura alemana, de la civilización y de la misión del pueblo alemán de, por medio de la guerra, y por medio de una guerra conducida con esplendor, con brillantez caballeresca, llevar el nombre de Alemania y el dominio de Alemania hasta los últimos confines de Europa. En una época en que Europa era el centro del mundo, dominar Europa era verdaderamente dominar la Tierra.

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La característica de este heroísmo, creo, estaba simbolizada en tres puntas; las puntas del bigote del Kaiser y la punta del casco, del casco del soldado alemán. Digo esto sin sarcasmo, porque tengo que confesar que siento cierta simpatía por todas las formas de heroísmo, aunque repudio todos los errores que hay en ellas. Pero la cuestión es que esas puntas manifestaban realmente lo que el heroísmo alemán tenía de puntiagudo.blank
El heroísmo alemán de aquella época se expresaba a través de un conjunto de convicciones muy básicas, muy simples, que tenían la misma importancia. Es algo elemental y sencillo que el Reich alemán es la más alta producción que el más alto de los pueblos ha hecho en el terreno político, que es el más alto terreno de la cogitación humana, y que por tanto debe ser defendido como el mejor de los ejércitos, que es, por supuesto, el ejército alemán. Mejor como guerreros, mejor también como industria bélica. Las fábricas de Krupp, el Grosse Bertha y el Kleine Bertha, ¡que así se llamaban sus mayores cañones! Berthona y Berthita, porque Bertha era… la dueña de la fábrica. Todo esto me parece simpático. El nombre, la entonación un poco bárbara del nombre, creo que es hermoso…. Grosse Bertha, me parece algo extraordinario, tiene la belleza agreste de una roca a orillas del Rin, ¡algo prodigioso!

Bueno, esta Bertha era propietaria de las Industrias Krupp. ¡Así que el cañón grande se llamaba Grosse Bertha! No es muy agradable comparar a una dama con un cañón y ahí tengo mis reservas. Y el cañón más pequeño se llama Kleine Bertha. El nombre de esta mujer se le dio al cañón, y ahí es donde tengo mis reservas.

Pero estamos ya no en el ámbito del heroísmo, sino en el ámbito de la vida civil, y aquí me desmarco un poco de la cultura alemana. Bueno, en definitiva, este heroísmo alemán se basaba en una serie de convicciones que ellos consideraban obvias, sencillas, y en base a estas convicciones, una voluntad inflexible de triunfar y vencer, que se reflejaba en el porte erguido del soldado alemán y luego en la idea, que yo creo que es muy cierta y que se encuentra incluso en Santo Tomás de Aquino, de que la fortaleza se expresa de manera más excelente en la agresividad. Agresividad a favor del bien. Y el símbolo de la agresividad es la punta. Así que los bigotes del Kaiser, retorcidos y puntiagudos formaban dos puntas. Todo alemán que se preciara en aquella época llevaba un bigote “a lo Kaiser”, aunque fuera un funcionario pacífico o un científico que estudiaba las patas de las hormigas. Cuando iba a su peluquero, le encomendaba un “bigote a lo Kaiser”.

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Y en lo alto de su casco, también una punta. Y la diplomacia alemana también en punta, agresiva y avanzando. El paso de ganso, el paso de parada con los pies levantados hacia arriba en un gesto de dureza que aterra no sólo porque clava los pies en el suelo, sino también porque requiere una destreza que asusta al hombre cuando da este paso, y que indica la resolución de la victoria. Y las masas de soldados alemanes atacando a los americanos… Esta es la imagen romántica del heroísmo alemán.

En contraste, tenemos la imagen, también romántica, del heroísmo francés. El heroísmo francés no es una especie de copia que los franceses han hecho del heroísmo alemán, sino que el heroísmo francés es ya un heroísmo romántico, que estalló en condiciones pésimas por ocasión de la Revolución Francesa. Creo que nada expresa tan bien ese heroísmo como la Marsellesa. Es un conjunto de armonías, un conjunto de élans, un conjunto de entrains que determinan una marcha ardiente hacia adelante. De espíritus dominados por algunos errores brillantemente enunciados y todo el ímpetu de la embestida revolucionaria.

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No es sólo el fanatismo de esos errores brillantemente enunciados, sino también la idea de que atacan al mundo entero, y que están mal armados, están mal organizados en un ejército de vanupieds, de gente que lucha incluso descalza, pero que sacan de sí mismos —por su sensibilidad nerviosa— sacan de sí mismos la capacidad de luchar contra todos, de derribar todo el orden sacro contra el que se habían levantado impíamente.

Basta con escuchar los acordes de la Marsellesa para darse cuenta rápidamente de la fuerza de la música y de cómo, a pesar de todos los horrores del [¿Terror?], la Marsellesa tiene la capacidad de empezar a entusiasmar: [“Allons enfants de la Patrie…”] … ya se está marchando con el ímpetu y la voluntad de un coraje individual en el que cada individuo lucha y resiste solo y está dispuesto a morir en el campo de batalla [soportando] todos los horrores para realizar lo que ha resuelto. En otras palabras, es otra forma de heroísmo.

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Tropas italianas desfilando en Roma durante la 2ª Guerra

Si observamos el heroísmo nazi-fascista, encontraremos algo similar y algo diferente entre las dos formas de heroísmo que acabo de mencionar. El heroísmo de los nazi-fascistas se basa —como el heroísmo de los alemanes— en algunos datos muy simples. No en doctrinas abstractas, repito, tan pérfidas como las de la Revolución Francesa, sino en algunas verdades exageradas, elementales. La verdad de que Italia es la descendiente, la continuadora del Imperio Romano y que como tal le corresponde dominar toda la zona mediterránea como el Mare Nostrum para defender la gloria de la cultura que habitaría en Italia, como en su tabernáculo, y que fue la primera cultura de todos los siglos.

En cuanto al nazismo, es la idea del Kaiser alemán, democratizada. Ya no se trata de luchar por una dinastía, ya no se trata de luchar por una estructura política. Se trata de luchar por la idea del pueblo rey, el pueblo señorial que tiene más cualidades que todos los demás pueblos y al que los orgullos de los demás pueblos no quieren reconocer, y que hay que darles una buena paliza para que se dejen organizar finalmente por el pueblo alemán, que sabe hacer las cosas.

Así que, naturalmente, la idea de la dominación nazi de la tierra, ya no con el bigote puntiagudo del Kaiser, sino con el bigote cínico de Hitler. Me parece que es un bigote que le sale de las fosas nasales, un poco como… un hombre que ya no tiene nada de la grandeza de la Europa de antaño, pero que al mismo tiempo es un gran demagogo, un político muy embustero, y que a veces ruge y a veces lanza miradas oblicuas en las que brilla toda su falsedad. Este hombre es un electrizante, es un magnetizador. El Kaiser no electrizaba, era el representante de una tradición. Hitler no, él magnetiza. Y cuando ruge y golpea con los puños sobre la mesa, levanta, determina enormes corrientes eléctricas que impulsan a pueblos enteros a la batalla, a la guerra, a la agresión. Electrifica toda Alemania, Austria, los Sudetos, los [alemanes] del corredor polaco, así como a los alemanes del centro de Alemania. Lo electriza todo y lo lleva todo al combate mediante un fluido magnético, un apetito de heroísmo que es capaz de despertar y que deja a la gente completamente dominada.

Pues bien, en oposición a esto, tenemos el heroísmo comunista. ¿Cómo es el heroísmo comunista? En realidad, hay dos formas de heroísmo comunista: la primera es el heroísmo comunista del terrorista; y la otra es el heroísmo comunista del soldado comunista en la guerra. El heroísmo del soldado comunista de la guerra tiene algo de sombrío, de desesperado, de sádico, algo de totalmente fatalista.

Si se mira la fotografía del general ruso, así como la del soldado ruso, su mirada es inexpresiva, está mirando fijamente a algún punto del horizonte. No es una actitud militar, no es el resultado del entusiasmo, es el resultado de un peso misterioso dentro del alma que se parece más a una especie de incubación demoníaca, una incubación diabólica. Se podría decir que un demonio se ha metido ahí y que el hombre se ha entregado a ese demonio y que ha hecho uno de esos pactos irrecuperables con el demonio en el que comparte todo el odio del demonio, todo el espíritu calculador del demonio, toda la agresividad del demonio, incluso toda la fría desesperación de quien sabe que ya no tiene salvación que esperar. No cree en ningún idealismo, no quiere construir, sólo quiere derribar porque sabe muy bien que el orden que pretende construir es la negación de todo tipo de orden y él quiere eso. Y está impulsado por una fatalidad hacia la muerte, con la resolución de una fría desesperación, pero con la agresividad de un odio que está conectado a esta desesperación, va también a destruir.

Hay algo irracional en este heroísmo, algo fatalista. Podría decirse que los hombres hipnotizados caminan así hacia la muerte.

El terrorista corre un riesgo muy diferente. El terrorista es el individuo que toma drogas, que toma bolitas [N.R.: en Brasil, pastilla que actúa sobre el sistema nervioso central, utilizada como estimulante], que toma LSD, que toma no sé, todo tipo de excitantes, que vive una vida de orgía y tiene esa especie de tendencia a despreciar la vida que tienen los hombres que viven en orgías, y por eso, si es comunista, se convierte en terrorista, si no es comunista, se convierte en esa especie de playboy loco, que sale a hacer carreras en un coche, a ver cuál pasa antes el obstáculo, muere, se estrella. Es decir, es una especie de explosión de desorden que es el resultado de todo un desorden anterior o de toda una acumulación de desórdenes anteriores.

Pues bien, ante estos diversos heroísmos, ¿cuál es el verdadero?

(Aparte: Dr. Plínio, ¿Ud. podría hablar del heroísmo japonés?)

Ah, se me había olvidado. Bueno, el heroísmo japonés tiene algo de ciego, místico, fanático y al mismo tiempo implacable. Cuando se oye hablar de ello —el otro día leímos aquí la historia de aquel preceptor del actual Mikado, que, cuando el anterior emperador murió y el actual Mikado ascendió al trono, él [el preceptor] y su esposa decidieron matarse mutuamente y hacer haraquiri. Entonces, primero dio una última lección al nuevo emperador, para asegurarse de que todo lo que le había enseñado estaba en orden, y una vez comprobó que la cabeza del muchacho estaba en orden para ser emperador, se dio cuenta de que no había nada más que hacer. Así que, acordó con su mujer, que también decidió suicidarse, se fue a casa y con una frialdad absoluta, una falta total de sentimientos, una especie de adormecimiento del instinto de conservación que causa pavor, llevó a cabo el ha-rakiri, que me han dicho que no es sólo la apertura del abdomen, sino que es un gesto por el cual el individuo se lleva las manos a las entrañas, las arroja fuera y muere con ello.

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Se ve que hay algo en esto de ese estado de ánimo que expresan los ídolos japoneses, ídolos con los ojos desorbitados, con cara de ferocidad, con [rasgos] de desesperación previa, de alguien que quiere dejar la vida porque ya no cabe en sus entrañas y que, al sacrificar su vida, sacrifica algo que le pesa y que ya no quiere soportar. El propio kamikaze tiene algo de esto. No se siente en el heroísmo del kamikaze el temblor del miedo, se siente en él una especie de deformación por la que no tiene miedo y va a la muerte completamente indiferente. Este no es el verdadero heroísmo católico.

Pues bien, visto esto, ¿qué es el heroísmo católico?

El ejemplo supremo del heroísmo católico es Nuestro Señor Jesucristo. Él es el modelo de toda forma de virtud y santidad. No sólo es el modelo, sino que es la fuente, porque de Él emanan las gracias para que el individuo tenga santidad. El ejemplo más perfecto que dio de su propio heroísmo fue, en mi opinión, la agonía en el Huerto. Nietzsche despreciaba la agonía en el Huerto. Decía que Nuestro Señor Jesucristo no se había mostrado como hombre en la agonía del Huerto y que, además, Nuestro Señor Jesucristo, con su doctrina del perdón, con su bondad, no era realmente un hombre, era una entidad blanda y dulce. Esta es una afirmación blasfema y si hubiéramos ordenado a Nietzche que llevara la cruz, habría pedido agua doscientas veces, la habría abandonado, habría apostatado, habría hecho cien cosas, no habría tenido el valor de llevar la cruz.

El episodio de Nuestro Señor Jesucristo es el episodio heroico por excelencia, no sólo porque se trata de Él, sino por la naturaleza del lance: era un Dios-Hombre, pero considerado en su humanidad, era absolutamente perfecto, no sólo concebido sin pecado original, sino que era, como hombre, el más perfecto de los hombres que Dios creó. Tenía en grado sumo todas las cualidades de la criatura humana. Por otra parte, y debido a ello, tenía un instinto de conservación muy agudo y armoniosamente desarrollado, que derivaba precisamente del hecho de su perfección.

Siendo inmensamente perfecto, tenía todos los instintos perfectos y como el instinto de conservación es un elemento fundamental de todo ser humano, estaría deformado, estaría equivocado, si no tuviera este instinto. Por lo tanto, lo tenía en grado sumo. Por otra parte, tenía una comprensión perfecta de lo que vale el afecto, de lo que vale la fidelidad, de lo que vale la solidaridad de los amigos, y por lo tanto tenía una comprensión mucho más perfecta que cualquiera de nosotros de todos los tormentos morales que le esperaban. Y el instinto de conservación le llevaría a temer los tormentos físicos que iba a sufrir. Nunca ha habido, no hay y nunca habrá un hombre que haya sufrido los tormentos físicos que sufrió Nuestro Señor Jesucristo.

Por otra parte, nunca ha habido, no hay y no habrá un hombre que haya sufrido los tormentos morales que Nuestro Señor Jesucristo sufrió durante la Pasión, no sólo por los Apóstoles que le abandonaron, sino por todas las injurias que sufrió de cada una de aquellas almas a las que quiso salvar. Lo que sufrió en esta ocasión es insondable.

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Bien, cuando llegó su oración en el Huerto, cuando llegó su agonía, Él, por así decirlo, puso fin a su existencia terrena. Todo lo que tenía detrás había terminado, su trabajo estaba hecho, y esa noche tenía que hacer algo más: tenía que prepararse para su propio martirio. Preparar su sensibilidad física y espiritual, preparar su persona para llevar su cruz, para sufrir todo lo que sufriría. Se trataba de prever, medir, ajustar, resolver y hacer. Esto fue la agonía de nuestro Señor Jesucristo.

Agonía —Uds. saben— en griego significa lucha. Era la lucha que Nuestro Señor Jesucristo libraba, la lucha contra aquello que santísimamente pedía en su interior que no viniera sobre él, aquel cúmulo de dolor. Y precisamente por eso rezó esa oración pungente y conmovedora: empezó a sentir tristeza y angustia, dice el Evangelio. Y por miedo a lo que le iba a suceder, empezó a sudar y acabó sudando sangre. No puede haber mayor expresión de miedo. Pero dentro de ese miedo, no puede haber mayor resolución que la que hizo al Padre Eterno en el momento álgido de su sufrimiento moral: “Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero que se haga tu voluntad y no la mía”. Lo que equivale a decir: si es posible, prefiero no sufrir, pero si según tus designios superiores, debo absolutamente sufrir, no insisto en mi oración, acepto el sufrimiento que me sobreviene y afrontaré este sufrimiento, lo sufriré, sufriré hasta el último gemido, hasta la última gota de sangre, hasta la última lágrima. No me echaré atrás.

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Entonces vino un ángel y le dio fuerzas, y ya ven Uds. lo extraordinario que sucede en la Pasión: Nuestro Señor Jesucristo no se echa atrás en ningún momento. Incluso cuando los verdugos vinieron a detenerle y le dijeron: “¿Eres tú Jesús de Nazaret?”. Él respondió “Yo soy”, y lo dijo de una manera tan terrible que todos se cayeron de bruces. Allí demostró que, si quisiera, no sufriría esos tormentos porque despacharía a aquellos hombres. Iba a sufrir porque quería, tenía el poder de despedir a esa gente, pero a pesar de todo lo que clamaba en él contra el dolor, aceptó el dolor y quiso llevarlo hasta el final.

En este modelo de heroísmo, tenemos en el centro lo siguiente: una convicción —hablo en términos humanos; para hablar de Nuestro Señor Jesucristo debería hablar con propiedad, de su unión hipostática, debería hablar, por tanto, de las comunicaciones que Él recibía, que su naturaleza humana, su humanidad recibía de su divinidad durante este tiempo. Pero quiero simplificar la exposición del asunto, así que hablaré en términos humanos—. Nuestro Señor Jesucristo tenía una profunda convicción, en su humanidad, de todo lo que sabía su divinidad. Sabía que tenía que hacer la voluntad del Padre eterno, quería hacer la voluntad del Padre eterno. Como resultado de esta convicción inquebrantable, una voluntad inquebrantable. Como resultado de esta voluntad inquebrantable, un dominio invencible sobre las pasiones. Como resultado de este dominio, un martirio que llega hasta el final.

Aquí Uds. tienen el esquema del heroísmo de Nuestro Señor Jesucristo, tienen la explicación de lo que hay de más profundo en el heroísmo de Nuestro Señor Jesucristo. El heroísmo de Nuestro Señor Jesucristo es… lo ven Uds. repetido a lo largo de la historia de la Iglesia, hay momentos en los que Uds. ven que el soplo del Espíritu Santo recorre la Iglesia y se levantan legiones de héroes. Por ejemplo, durante las Cruzadas o la Reconquista, se ven a esos héroes que muchas veces salen con alegría a luchar por la liberación del Santo Sepulcro, o a desinfectar el territorio de la Península Ibérica de los moros, de los mahometanos que la habían invadido.

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Gustave Doré – Los Cruzados en los estrechos valles de los montes Tauro – Tercera Cruzada

Pero éste es sólo el momento en que la gracia comunica a los hombres una alegría sensible, el momento en que la virtud y el heroísmo son fáciles. No es lo mejor del heroísmo de los cruzados. Lo mejor del heroísmo de los cruzados se ve cuando se abren los libros de las Cruzadas y se estudian los sufrimientos por los que pasaron, los riesgos que corrieron en los momentos en que el soplo del Espíritu Santo ya no era sensible en ellos, cuando tuvieron que enfrentarse a calores espantosos, a marchas tremendas por el desierto, a la diezma de la peste, al hambre, a los ataques de enemigos que eran muy superiores y que a menudo los mataban en condiciones terribles, por lo que perseveraban en su decisión de morir por Nuestro Señor Jesucristo hasta el último momento.

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Gustave Doré – Batalla de Antioquía

Por supuesto, en esos momentos, la gracia dejaba a menudo de ser sensible. Está claro que en esas horas tenían la convicción de que las cosas sucederían como sucedieron con Nuestro Señor Jesucristo. Es decir, una convicción profunda, una determinación, un acto de voluntad muy firme tomado como resultado de esta convicción y del dominio de la voluntad sobre todos los sentidos que decían no y pedían no. Sin esto, no habría habido cruzada.

Las Cruzadas y la Reconquista no deben ser vistas como marchas gozosas de hombres que estaban continuamente entusiasmados, continuamente enamorados del acto que estaban realizando y que morían viendo el cielo abierto ante ellos y dispuestos a entrar en el cielo alegremente llevados por los ángeles. Ha habido cruzados que han muerto así, ha habido también mártires que han muerto así en el Coliseo, en el Circo Máximo, en la plena alegría de entregar la vida, pero son muertes excepcionales. La muerte común del héroe católico es la muerte en el miedo, la muerte en el asombro, el tedio, el horror, pero mantenida heroica por una profunda convicción.

En esto Uds. tienen exactamente el contraste entre el heroísmo de las diversas escuelas que he mencionado y el heroísmo católico. En esas escuelas, el miedo es siempre tomado por vergüenza; la convicción enteramente razonada, enteramente reflexionada, enteramente deliberada, es siempre tomada por algo secundario, y se considera que el verdadero héroe es un individuo preparado por una especie de calentamiento propagandístico, para hacer lo que el Partido quiere de él, o lo que la nación quiere de él.

Y entonces, ya sea a través de la Marsellesa o a través de la intoxicación de las falanges de paso de ganso, o a través de la hipnosis del nazismo, o a través del romanticismo contagioso de…[?] o por esta otra especie de hipnosis siniestra del comunismo, hacer con que los hombres, no guiados por una convicción razonada sino guiados por unas simples ideas que parecen obvias, que ni siquiera han sido analizadas, fanatizados, embriagados por un sistema de propaganda, ni siquiera sientan su instinto de conservación y se lancen ciega, locamente al peligro.

El resultado, también, es que, tras el momento de heroísmo, el sistema se derrumba. Este sistema está hecho para unos pocos grandes ataques y victorias; si el ataque no funciona y hay que empezar a resistir, el sistema se derrumba, el sistema no puede resistir. ¿Y eso por qué? Porque todo está construido para el impulso. Es un sistema basado en el impulso y lo que está basado en el impulso, fabricado para el impulso, no dura.

Uds. tienen pruebas de ello en la historia de todos estos regímenes. El régimen del Kaiser: es derrotado en la guerra, la Alemania Imperial se disuelve por completo, no hay invasión, se rinde al adversario para evitar la invasión y se derrumba por completo. Esos ejércitos se disuelven y todos aceptan capitular ante Francia para evitar que el territorio alemán sufra daños. Es decir, una hermosa embestida que acaba en un cálculo económico y una capitulación.

El ataque aliado a Alemania ahora, durante la Segunda Guerra Mundial, por los aliados y los rusos: esta vez Alemania fue invadida y violentamente bombardeada, hubo resistencia, resistencia, sin embargo, si se analiza bien, del pueblo, que tenía una tradición de patriotismo. Los líderes, todos ellos se debilitaron, se ablandaron, intentaron escapar, intentaron traicionar a Hitler. Cuando Hitler se suicidó o escapó de aquel búnker de Berlín, estaba solo, le acompañaban dos o tres personas más. Los historiadores de Alemania reconocen hoy que, en el momento del desembarco británico en Normandía, que fue el episodio que dio un vuelco a la guerra, todos los generales alemanes, los grandes, estaban escondidos en la retaguardia, lejos del campo de batalla. Uno porque era el cumpleaños de su madre, otro porque había ido a ver a su amante, otro porque había ido a ver el castillo que había mandado remodelar, etcétera. Cada uno se ocupaba de sus asuntos. El impulso había pasado…

Bueno, tomemos el heroísmo de los integralistas brasileños. Recuerdo que hubo una época en que había dos fuerzas en la juventud brasileña —para los que no son brasileños, aclaro que los integralistas eran los fascistas brasileños—, dos fuerzas que estaban en ascenso: una de esas fuerzas era el Movimiento Católico y la otra era el Movimiento Integralista. Y recuerdo que una vez un integralista vino a visitarnos y dijo: “¿Qué estáis haciendo aquí?”. — “Le dije que estábamos haciendo un círculo de estudios”. — Dijo: “¿Para qué es este círculo de estudios?”. — Le dije: “Para familiarizarnos con la doctrina católica y luchar”. – “No, no es con un círculo de estudios que se prepara a un héroe, se prepara a un héroe galvanizando, calentando el entusiasmo. Nosotros, los integralistas, cuando se habla de comunistas, temblamos como gatos y estamos dispuestos a saltar sobre el comunismo como un gato sobre un ratón.” — Le dije: “Esto no funcionará en absoluto, a menos que seáis perfectamente irracionales, porque cuando llegue la hora del miedo, esto no es nada”.

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Poco después, ambos Movimientos recibieron una paliza; Getúlio [N.C.: Getúlio Vargas, el entonces dictador de Brasil] cerró el Integralismo y el progresismo [católico] empezó a combatir nuestro Movimiento. El movimiento integralista se desmoronó por completo y varios de los gatos se hicieron comunistas. Gracias a Dios seguimos enfrentando —tantas veces en la vida— el daño moral y la calumnia sin nombre. Así floreció la TFP y así floreció todo lo que Uds. conocen.

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¿Y por qué? Porque el heroísmo católico, el heroísmo para el que debemos prepararnos, es el heroísmo que abarca un curso de paracaidismo, que abarca toda forma de ejercicio necesario, pero que tiene como fondo la fe. La base de este heroísmo es, pues, la convicción, las certezas de la fe. Estas certezas de fe se adquieren con el estudio, la oración y la meditación; se adquieren con la victoria interior sobre uno mismo, sobre las pasiones desordenadas; se adquieren siendo casto; se adquieren siendo puro; se adquieren siendo trabajador; se adquieren siendo coherente; se adquieren formando un espíritu intransigente contra la Revolución que ruge ahí fuera; se adquieren pisoteando el respeto humano; se adquieren viviendo exclusivamente para la causa católica sin preocuparse —salvo en la medida de lo necesario— de los propios intereses personales.

Así es como una persona forma verdaderamente su heroísmo, así es como un hombre se convierte entonces en héroe en el campo de batalla. Esta es la diferencia entre las escuelas neopaganas de heroísmo y la escuela católica de heroísmo de la que la TFP, con las limitaciones y miserias de lo humano, pretende ser discípula. Este es el heroísmo para el que deseamos prepararnos.

Nuestro tiempo reclama más que nunca heroísmo. Nuestro siglo, sobre todo en este final, será el siglo de los héroes porque sólo los héroes sobrevivirán. Nadie más sobrevivirá. En este momento, tenemos que darnos cuenta de que hemos nacido para ser héroes, pero no héroes de puro impulso o de puro temperamento, sino héroes de la fe, héroes que saben ser heroicos como fue heroico Nuestro Señor Jesucristo.

Alguien dirá: “Es una comparación pretenciosa”. Y yo respondo: “No es una comparación, salvo en el sentido de que Él es el modelo de todo católico, y que todo católico debe imitarle. Nuestro Señor Jesucristo mismo dijo: ‘Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’”. Por tanto, debemos decir: sed heroicos como Nuestro Señor Jesucristo fue heroico. Esta es la verdadera escuela del heroísmo.

No sé si alguien quiere preguntarme algo, si ha quedado suficientemente claro. Si no hay preguntas, podemos terminar.

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