El lujo y la doctrina católica. Objeciones de mentalidad socialista – Refutaciones según la enseñanza de la Iglesia (textos pontificios)

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Sección II

OPINIONES SOCIALIZANTES QUE PREPARAN EL AMBIENTE PARA LA “REFORMA AGRARIA SOCIALISTA” 

EXPOSICIÓN Y ANÁLISIS

 

Proposición 4

 

IMPUGNADA AFIRMADA
El Evangelio recomienda el desapego de los bienes de la tierra [50]. Así una sociedad verdaderamente cristiana debe condenar el uso de todo cuanto sea superfluo para la subsistencia. Joyas, encajes, sedas y terciopelos carísimos, habitaciones innecesariamente espaciosas y llenas de adornos, comida rebuscada, vinos preciosos, vida social ceremoniosa y complicada, todo esto es opuesto a la simplicidad evangélica. Jesucristo deseó para sus fieles un tenor de existencia simple e igualitario.

A este ideal conduce el régimen de la pequeña propiedad.

Por el contrario, las propiedades media y grande conducen forzosamente a los excesos arriba apuntados.

El Evangelio recomienda el desapego de los bienes de la tierra. Ese desapego no significa que el hombre deba evitar su uso, sino solamente que los debe usar con superioridad y fuerza de alma, así como con templanza cristiana, en lugar de dejarse esclavizar por ellos.

Cuando el hombre no procede así, y hace mal uso de bienes, el mal no está en los bienes sino en él. Así, por ejemplo, el mal del borracho, está en sí mismo y no en el vino precioso con que se embriaga Tanto es así que muchos son los que beben vinos de la mejor calidad y no abusan de ellos. Lo mismo se puede decir de los otros bienes. La música, por ejemplo, ha sufrido muchas deformaciones abominables en las épocas de decadencia. No es el caso, por eso, de renunciar a ella bajo el pretexto de que corrompe. Hay que hacer buena música, y de la mejor, y usarla para el bien.

En el Universo, todo fue admirablemente dispuesto por Dios, y no hay nada que no tenga su razón de ser. Sería inconcebible que el oro, las pedrerías, la materia prima de los tejidos preciosos, etc., fueran excepción a la regla. Existen, por designio de la voluntad divina, para un justo deleite de los sentidos, al mismo título que un hermoso panorama, el aire puro, las flores, etc. Y además de eso, son medios para adornar y elevar la existencia cotidiana de los hombres, afinarlos en la cultura, y hacerles conocer la grandeza, la sabiduría y el amor de Dios.

Fue con este espíritu con que la Iglesia utilizó siempre estos bienes para lo que tiene de más sagrado: el culto divino. Lo que no habría hecho de ningún modo si en esto se transgrediera la voluntad de su Fundador.

Y en todos los tiempos ella estimuló a los individuos, las familias, las instituciones y las naciones, para que, con la misma templanza, siguieran su ejemplo, adornando y dignificando así, para la grandeza espiritual y el bien material de los hombres, los ambientes de la vida doméstica o pública.

Es por esto que le ha sido dado muy justamente el título de benemérita de la cultura, del arte y de la civilización.

Una de las ventajas de una  armoniosa desigualdad de bienes, está precisamente en permitir, en las clases más altas, un florecimiento particularmente espléndido de las artes, de la cultura, de la cortesía, etcétera, que de ellos rebosa después sobre todo el cuerpo social.

 

COMENTARIO

1 — “Complejo” de “simplismo”

¿Cómo se explica que la proposición impugnada encuentre acogida entre tantas personas respetables por su buen proceder?

Siempre que, en determinada situación, se forma una clase social rica y corrompida, ella usa de la riqueza para satisfacer su depravación. Para el hombre depravado, en efecto, todo es instrumento y ocasión para el mal. El salvaje de ciertas tribus, por ejemplo, mata o roba porque es pobre. Entre los civilizados hay quien roba porque la riqueza le da impunidad.

Nace, pues, de las clases ricas y corrompidas un lujo excesivo y hasta extravagante, en que los productos más quintaesenciados de la naturaleza o de la industria humana son reunidos sin la menor consideración para con los verdaderos bienes del alma, y con el único fin de saciar una sed inagotable de deleites de los potentados del momento: nobles, burgueses de buena estirpe o “parvenus”, demagogos plebeyos que lograron la cumbre de la riqueza o del poder, etc. Este abuso se torna tanto más odioso cuanto coincide a veces con la existencia de una clase reducida a una injusta indigencia. De ahí el hecho de que, para muchos la palabra “lujo” viene siempre conjugada con la idea de depravación y excesiva concentración de fortunas.

Por motivos bien comprensibles, entre los cuales una justa indignación se une no raramente con la envidia y la rebeldía, tan fáciles de germinar en nuestro ambiente igualitario, se forma en sentido contrario una reacción de “complejo” de “simplismo”.

2. — “Simplismo” y espíritu protestante

Es curioso notar que la tesis impugnada es vieja y tiene resabios de protestantismo.

Reacciones así ya se dieron en otras épocas. Sectas protestantes hubo que, como réplica a la justa pompa de las ceremonias litúrgicas de la Iglesia Católica, y a la vida personal indebidamente regalada de ciertos Prelados, instituyeron un culto sin arte, sin esplendor, ni expresión del alma. Para dar otro ejemplo, las campañas de total abstención del alcohol, de inspiración protestante, proceden de la idea de que el mal está en el alcohol y no en la flaqueza del ebrio. Ahora bien, Jesucristo instituyó el vino como materia de la transubstanciación. La Escritura afirma que, tomado con moderación, el vino “alegra el corazón del justo[51]. Y hay bebidas alcohólicas que fueron inventadas o son elaboradas por Órdenes Religiosas. Lo mismo puede decirse de Otros bienes.

3. — La Iglesia, protectora de la civilización contra el “simplismo”

¿No habrá cierto optimismo ingenuo en la posición de la Iglesia?

Ella no ignora la flaqueza humana. Pero tampoco la exagera. Y sobre todo, confía en la gracia para tornar al hombre verdaderamente temperante.

Según ella enseña, las magnificencias de la naturaleza y arte, bien utilizadas por el hombre temperante, constituyen medios de elevarlo a Dios. Sin duda fueron utilizadas en este sentido por muchas personas que vivieron en medio de objetos del más exquisito lujo, y hoy están en la gloria de los altares: Papas, Reyes, Cardenales, Príncipes, nobles y otros grandes de la tierra.

Si el hombre debiera alejarse de todo cuanto para un alma equilibrada constituye ocasión remota, y no próxima, de pecado —no sólo los bienes placenteros del arte o de la industria, sino también los bellos panoramas, que remotamente pueden inducir a la disipación, y las regiones cuya hartura es capaz de llevar indirectamente a la pereza— sería la muerte de la cultura y de la civilización.

4. — Santidad no es “simplismo”

Pero, dirá alguno, ¿la Iglesia no recomienda la penitencia y el renunciamiento de los bienes de la tierra? ¿No fueron muchos los santos que, para santificarse, dejaron todas estas cosas?

Es cierto. La Iglesia tiene recomendado a los hombres la abstención, a título de penitencia, de los bienes de este mundo. La necesidad de penitencia no resulta de cualquier mal existente en esos bienes, sino del desajuste de la naturaleza humana como consecuencia del pecado original y de los pecados actuales. La abstención de los bienes terrenos sirve para dominar las pasiones desordenadas y mantener al hombre en las vías de la templanza. Además de este efecto medicinal, la penitencia tiene también la finalidad de expiar, ante la justicia de Dios, las faltas cometidas por quien la practica, o por el prójimo. Y, en este sentido, es también indispensable para la vida cristiana.

Muchos son los caminos que llevan al Cielo. Algunos son excepcionales e impresionan mucho: el abandono de todas las riquezas, por ejemplo; otros son para la mayoría, e impresionan menos: el buen uso de las riquezas es uno de ellos. Pero tanto los unos como los otros conducen a Dios y fueron trillados por los Santos.

Un ejemplo sacado de otro campo aclarará al asunto. San Pablo afirma la superioridad del celibato sobre el casamiento [52]. La Iglesia favorece y glorifica de todos los modos posibles la castidad perfecta. Para mantenerla, organiza Órdenes y congregaciones de ambos sexos. Ella la exige de sus ministros. En nuestros días, Pío XII escribió una Encíclica especial para declarar una vez más que el celibato es superior al estado matrimonial [53], y en ella alabó a los fieles que, deseosos de consagrarse a la Acción Católica, quisiesen mantenerse célibes para mejor servir a la Iglesia [54]. Dio ejemplo de esto, entre otros, Contardo Ferrini, profesor universitario del siglo pasado, beatificado por Pío XI.

Pero esa es una vía excepcional, para unos pocos. La inmensa mayoría hará la voluntad de Dios por medio del sacramento del Matrimonio, asumiendo los encargos santos y respetables de la vida familiar. De esta forma muchos han llegado a los altares.

Es obvio, en consecuencia, que entre celibato y casamiento no hay contradicción.

Así también, entre el abandono completo de las riquezas, en la vida del claustro, y el uso virtuoso de ellas en el mundo, no hay contradicción. Como tampoco hay contradicción entre la penitencia que todo católico debe practicar, y el progreso de la civilización, que trae consigo el uso de los bienes espirituales y materiales siempre más excelentes y abundantes.

5. — Lujo proporcionado en todas las clases

Una última observación: es sobre la palabra “lujo”. En nuestro idioma tiene dos matices, uno de los cuales, peyorativo, afín con el concepto de lujuria. Mas la palabra tiene también un sentido honesto, que queremos hacer resaltar.

El lujo recto consiste en la abundancia y en el primor, subordinados a las leyes de la moral y de la estética, de los bienes convenientes a la existencia. El lujo es, por tanto, más que la posesión de lo estrictamente suficiente. Un cuadro maestro, no es necesario, pero sí conveniente para una vida apacible.

¿En qué medida puede el hombre tener, además de lo necesario lo conveniente? En la medida que lo permita su situación patrimonial, y mientras la acumulación de bienes simplemente convenientes en sus manos no coexista con la miseria de otros. Porque en este caso, observando las exigencias del decoro, de la justicia y de la caridad, debe dar con largueza de lo que es suyo.

Y si alguno tiene lujo en la medida de lo que puede, sin faltar a los deberes para con el prójimo, su lujo no puede ser considerado como contrario a los derechos de la sociedad ni de terceros.

Los bienes que hacen la vida apacible y decorosa, y que son considerados de lujo, no deben ser privilegio de una clase social. En este sentido, también debe existir el lujo entre los propietarios medios y pequeños y hasta en el asalariado. Un lujo, entiéndase bien, proporcionado y auténtico. No el de las bagatelas efímeras y costosas con que una persona se permite pasar durante unos días por perteneciente a una clase superior a la propia. Sino el lujo por el cual el hombre manifiesta su propia dignidad y la de su clase, y muestra cuánto se ufana en pertenecer a ésta, por modesta que sea. Es éste uno de los más bellos aspectos del ideal de elevación de las clases trabajadoras rurales. Que esta elevación es posible, lo dice el lujo popular de los campesinos de ciertas regiones de Europa, provistos de muebles labrados, de tejidos de terciopelo, de joyas de oro, todo de delicioso y auténtico gusto campesino.

¿Cómo alcanzar este ideal, en las actuales condiciones económicas, marcadas por la producción en serie de artículos efímeros? Este es un problema que a los especialistas toca resolver. El principio de que debe haber un lujo popular auténtico, corresponde a una necesidad de la naturaleza humana, que conviene recordar aquí, y que de un modo u otro debe ser tomada en consideración.

6. — Lujo familiar

El lujo recto debe ser una situación propia a toda la familia, y no solamente al individuo. El supone, pues, algo de continuidad familiar a través de las generaciones, y resulta en parte de la transmisión de padre a hijo — según la medida posible en cada clase social — de objetos duraderos y decorosos. Este es uno de los elementos más eficientes para la formación de una tradición familiar, y es necesario no privar a la civilización de las  ventajas estupendas que de ahí provienen.

7. — Conclusión

La desigualdad de las propiedades rurales proporciona un medio para que los grandes y medianos propietarios dispongan de la holgura necesaria a fin de organizar, para el incremento de la civilización cristiana, dentro del camino de la virtud, de un tenor de vida especialmente decoroso y dignificante.

8. — Críticas inevitables a la doctrina de la Iglesia

La posición equilibrada de la doctrina católica, igualmente distante de un “simplismo” de sabor protestante, opuesto a la civilización, y de un amoralismo sensual en el uso de los bienes terrenos, ha suscitado en todos los tiempos la risa sarcástica e incomprensiva del anticlericalismo.

Los “simplistas” la acusan de pactar con la sensualidad del mundo, aprobando el lujo, el uso de vinos y manjares costosos.

Los mundanos la acusan de no tolerar las flaquezas de los hombres, y tornar así la vida imposible.

No hay medio de evitar esa doble censura de la impiedad A ese respecto dice Nuestro Señor que vino San Juan Bautista con ayunos y penitencias y dijeron: “tiene el demonio”. El Hijo del Hombre, porque come y bebe, es llamado glotón [55].

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Pero, dirá alguno, ¿la parábola de Lázaro y el rico opulento [56] no prueba precisamente que la opulencia lleva a la perdición?

Este texto evangélico es definitivo para probar cómo no todo hombre opulento se condena, sino sólo el que es malo. La Parábola nos muestra al mal rico en el infierno. Lázaro, el pobre bueno, va hacia el seno de Abraham. Ahora bien, ¿quién era Abraham? Según dice la Escritura era un hombre que vivió en la opulencia [57]. El pobre bueno reposando junto al buen rico: he ahí la imagen conmovedora de la paz social.

TEXTOS PONTIFICIOS

 El buen y mal uso de los objetos preciosos según la doctrina católica

No sería justo juzgarla (a saber: la profesión de orfebre) en sí misma inútil o nociva, y ver en ella una injuria a la pobreza, casi un desafío lanzado a los que no pueden tener parte en ello. Sin duda, en este campo más que en otros, es fácil el abuso. Frecuentemente, no obstante los límites que la conciencia recta fija para el uso de las riquezas, se ve a algunos hacer alarde de un lujo provocante, sin ningún significado razonable y destinado solamente a la satisfacción de la vanidad que ignora, y por lo mismo insulta, los sufrimientos y las necesidades de los pobres. Por otra parte sería injusto condenar la producción y el uso de los objetos preciosos, siempre que correspondan a un fin honesto y conforme a los preceptos de la ley moral. Todo cuanto contribuye al esplendor de la vida social, todo cuanto pone de relieve los aspectos de alegría y solemnidad, todo cuanto hace resplandecer en las cosas materiales la perennidad y la nobleza del espíritu, merece ser respetado y apreciado[58].

Trajes ostentativos: un mal. El brillo de los trajes: un bien

“Si por una parte debe condenarse la vana ostentación, de otro se encuentra enteramente normal que el hombre se preocupe de realzar, por brillo exterior de los trajes, las circunstancias extraordinarias de la vida y en demostrar por ese medio sus sentimientos de alegría, de altivez o aun de tristeza” [59].

También la existencia típicamente popular debe tener vida y esplendor

Aquí es donde el folklore toma su verdadera significación. En una sociedad que ignora las tradiciones más sanas y más fecundas, esfuérzase él por conservar una continuidad viviente, no impuesta del exterior, sino nacida del alma profunda de las generaciones que en él reconocen una como expresión de sus aspiraciones propias, de sus creencias, de sus deseos y de sus pesares, de los recuerdos gloriosos del pasado y de las esperanzas del porvenir. Los recursos íntimos de un pueblo se traducen muy naturalmente en el conjunto de sus costumbres, en narraciones, leyendas, juegos y desfiles, donde se manifiestan el esplendor de los vestidos y la originalidad de los grupos y de las figuras. Las almas que permanecen en contacto permanente con las duras exigencias de la vida, poseen con frecuencia instintivamente un sentido artístico que de una materia sencilla llega a sacar magníficos resultados. En estas fiestas populares en las que el folklore de buena ley tiene el lugar que le corresponde, cada uno goza del patrimonio común y aún se enriquece más si consiente en aportar a él su parte[60].

El lujo exagerado y corrompido, causa de luchas sociales

…lo que Nos vemos en general es que, en cuanto por un lado no se tiene ningún comedimiento en acumular riquezas, por otro lado, falta aquella resignación de otrora en soportar las incomodidades que acostumbran acompañar la pobreza y la miseria; y, mientras entre los proletarios y los ricos ya existen aquellos conflictos de que hablamos, para agudizar más aún la aversión de los indigentes se acrecienta ese lujo inmoderado de muchos, unido a una impudente licencia[61].

La Iglesia alaba la castidad perfecta hasta para los legos

La castidad perfecta es la materia de uno de los tres votos que constituyen el estado religioso (Cfr. C. I. C., can. 487) y es exigido a los clérigos de la Iglesia latina ordenados in Sacris (Cfr. C. I. C., can. 132, §1) y a los miembros de los Institutos seculares (Cfr. Const. Apost. Provida Mater, art. III, §2; A.A.S., vol. XXXIX, 1947, pág. 121); pero también es practicada por numerosos seglares, hombres y mujeres que, aun viviendo fuera del estado público de perfección, renuncian por completo, o de propósito, o por voto privado, al matrimonio y a los placeres de la carne a fin de poder servir más libremente a su prójimo y unirse a Dios más fácil e íntimamente.

A todos los amadísimos hijos e hijas que de algún modo han consagrado a Dios su cuerpo y su alma, volvemos Nuestro paternal corazón y les exhortamos vivamente a que se afiancen en su santo propósito y lo cumplan con diligencia[62].

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Notas:

[50] Cfr. Lc. 14, 33.

[51] Ecli. 31, 36.

[52] I Cor. 7, 25-35.

[53] Encíclica “Sacra Virginitas”.

[54] Cfr. Textos Pontificios de esta Proposición.

[55] Mat. 11, 18-19.

[56] Lc. 16, 19-33.

[57] Gen. 13, 2.

[58] Pío XII, Discurso de 9 de noviembre de 1953, al IV Congreso Nacional de la Confederación Italiana de Orfebres, Joyeros y Afines — “Discorsi e Radiomessaggi”, volumen XV, pág. 462.

[59] Pío XII, Discurso de 10 de septiembre de 1954 al VI Congreso Internacional de Maestros Sastres — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XVI, pág. 131.

[60] Pío XII, Discurso a la Reunión do los “Estados Generales del Floklore”, de 19 de julio de 1953 — “Discorsi e Radiomessaggi”, vol. XV, pág. 220.

[61] Benedicto XV, Carta Apostólica “Sacra Propediem”, de 6 de enero de 1921 — A.A.S., vol. XIII, págs. 38-39.

[62] Pío XII, Encíclica “Sacra Virginitas”, de 25 de marzo de 1954 — A.A.S., volumen XLVI, Nº 5, pág. 163.

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