El chantaje del «comunismo ateo» – ¿Cuál es la máxima ambición de una herejía velada?
Folha de S. Paulo, 14 de marzo de 1971
Por Plinio Corrêa de Oliveira
«La Historia es la maestra de la vida», decía Cicerón. Para comprender ciertos aspectos, de los más palpitantes, de la realidad moderna, nada es más útil que estudiar situaciones similares ocurridas en el pasado.
Como sabemos, a lo largo de los veinte siglos de existencia de la Religión Católica, han surgido sucesivas herejías. La más reciente de ellas es el progresismo, una reviviscencia mal disimulada del modernismo condenado por San Pío X a principios de este siglo.
El público en general tiene nociones vagas y a menudo inexactas sobre cómo las diversas corrientes heréticas se separan de la Iglesia. Pondré un ejemplo. La mayoría de la gente imagina que la ruptura de Lutero con la Iglesia se produjo en cuatro pasos: 1) desarrolló una doctrina contraria a la católica; 2) luego, al darse cuenta del contraste ideológico, se rebeló, rompió con la Iglesia y formó la secta evangélica; 3) como consecuencia, la Iglesia le amenazó con la excomunión si no abjuraba de sus errores; 4) Lutero perseveró en su posición doctrinal, la excomunión se efectivó y la separación se consumó. Así, Lutero habría abandonado la Iglesia porque quiso, cuando quiso y como quiso. Abandonó la Iglesia como el hijo pródigo abandonó la casa paterna, es decir, a cara descubierta, con franca advertencia previa a su padre.
La historia nos enseña, sin embargo, que tanto en el caso de Lutero como en el de varios otros grandes heresiarcas, el esquema del proceso de separación fue mucho menos sencillo. La razón de ello es que algunos heresiarcas —quizás la mayoría de ellos— no querían abandonar la Iglesia berreando y dando portazos. Sus objetivos eran demasiado diplomáticos y sutiles como para optar por una vía tan sencilla. Preferían permanecer dentro de la Iglesia y propagar la herejía de forma encubierta entre los fieles. Si el sistema funcionara, los heresiarcas podrían infiltrarse en todas las estructuras de la Iglesia, de arriba abajo.
Por esta razón, estos fundadores de herejías, aunque eran conscientes de la incompatibilidad de su pensamiento con el católico, intentaban formular sus sentencias heréticas en términos que fueran conciliables —en apariencia— con la teología ortodoxa. De hecho, si no tomasen tales precauciones, podrían ser fácilmente identificados y condenados como herejes. Todos los católicos se volverían contra ellos y su doctrina. El proceso de infiltración habría cesado «ipso facto», y los heresiarcas correrían el riesgo de arrastrar sólo a un puñado de apóstatas.
Dicho esto, no es difícil comprender los hitos en el proceso de ruptura con la Iglesia de los heresiarcas más sutiles: 1) el heresiarca concibe su doctrina heterodoxa y le da una formulación prima facie ortodoxa; 2) el heresiarca pone en circulación su error camuflado y, como resultado, aparecen adeptos desprevenidos, que se reúnen en grupitos de «arditi»; 3) se les enseña clandestinamente el error desnudo, pero se les recomienda que lo difundan encubiertamente; 4) a medida que la nueva secta se difunde de este modo, se alzan voces entre los auténticos católicos denunciando la nueva herejía; 5) sus adeptos se defienden, sosteniendo que son ortodoxos y que se les está calumniando; 6) la Iglesia examina la controversia, declara herética la nueva doctrina y excomulga a sus adeptos.
Así pues, existe un género de heresiarcas y herejes que no se arrojan fuera de la Iglesia, sino que pretenden permanecer dentro de ella para pescar en aguas turbias. Hay que extirparlos por la fuerza, mediante la aplicación de penas espirituales.
La peculiar naturaleza de estos sectarios explica por qué su proceso de separación de la Iglesia a veces ni siquiera termina con la excomunión. Una vez condenada, la herejía muere en la superficie. Pero al poco tiempo, renace de nuevo… dentro de la Iglesia. Por ejemplo, cuando la Iglesia condenó el arrianismo, la famosa herejía del siglo IV, la secta arriana se desmoronó. Pero poco después renació en las filas católicas, presentando formulaciones que camuflaban doctrinas menos radicales que las de Arrio, pero inspiradas en su pensamiento. Surgió así lo que se conoce como semiarrianismo.
Como consecuencia, la Iglesia tuvo que hacer un nuevo esfuerzo para detectar, caracterizar y condenar esta nueva artimaña herética, extirpando así el cáncer que había renacido en ella.
— ¿Cuál es la máxima ambición de una herejía velada? ¿Qué esperan sus dirigentes de esta táctica de infiltración? — No es simplemente el reclutamiento de muchos adeptos entre los fieles. Se trata de atraer a su lado a sacerdotes, obispos, cardenales e incluso, si lo consiguen, a un Papa. ¡Los sueños de dominación de los herejes pueden llegar a tales extremos!
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La formación del comunismo fue muy diferente. Su fundador no era católico. Sus adeptos fueron reclutados entre personas que nunca habían tenido fe, o que la habían perdido por completo. Y cada vez que la secta marxista hacía nuevos reclutas, estos rompían con la Iglesia abiertamente.
Pero parece claro que el comunismo actual está cambiando de táctica y trata de imitar, al menos en gran medida, las sutiles maniobras de las herejías veladas. En otras palabras, el marxismo adopta hoy aires de sacristán y trata de infiltrarse en la Iglesia para conquistarla. Reconociendo que fracasó en los 100 años en que luchó contra ella desde fuera hacia dentro, ahora trata de matarla desde dentro hacia fuera.
— ¿Cómo ocurre esto? — De mil maneras. No tengo espacio aquí para describir la inmensa maniobra en todos sus aspectos. Me contentaré con dar un rasgo característico.
Así llegamos al chantaje del «comunismo ateo». Esta expresión es legítima y se encuentra en documentos pontificios. Se basa en el hecho de que el comunismo es una extensa red de errores, el más grave y llamativo de los cuales es el ateísmo. Por tanto, es lógico referirse a él como «comunismo ateo».
Ahora, sin embargo, sectores católicos impregnados de influencias comunistas empiezan a interpretar con falacia el término. Si los papas condenan el comunismo ateo —se argumenta en estos círculos— es sólo porque es ateo. Por tanto, si hubiere una corriente comunista que no fuere atea, por supuesto que la Iglesia no tendría nada que objetar.
La argucia —porque es una argucia evidente— consiste en afirmar que los papas nunca han condenado otra cosa que el ateísmo en el comunismo. Basta leer los documentos de León XIII, por ejemplo, para ver que eso es totalmente falso. De hecho, la Iglesia condena también las concepciones políticas, sociales y económicas del comunismo, y un auténtico católico no puede aceptarlas, aunque se presenten sin ningún vínculo con el ateísmo.
Así, por ejemplo, afirmar la ortodoxia de un programa de reforma social de inspiración comunista que incluya el divorcio, el amor libre y la promiscuidad total en las relaciones sexuales es directamente contrario a la moral católica. Y eso, aunque los proponentes de esas reformas asistieran a los sacramentos.
Lo que digo sobre la promiscuidad de los sexos se aplica también a la comunidad de bienes, es decir, a un régimen económico que excluya la propiedad individual. Si alguien dice creer en Dios, pero quiere un régimen así, está en contra de la Iglesia.
— ¿Qué gana la propaganda comunista con esta ocultación doctrinal llevada a cabo mediante el abuso de la expresión «comunismo ateo»? — Consigue crear en innumerables católicos la ilusión de que, ateísmo aparte, pueden ser comunistas. Lo cual es una impostura perfecta.
Y como esta maniobra solapada no cese, tendremos un comunismo entrañado en los medios católicos, como antes tuvimos el arrianismo o el protestantismo nacientes.
Ante este panorama, los católicos auténticos se horrorizan. Y los comunistas se ríen. Porque ¿quién los extirpará de los círculos católicos si se confirma la noticia de que la Iglesia ya no excomulgará a nadie? — ¡Qué suprema ventaja será para el neocomunismo «católico» esta posible renuncia a la excomunión!
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Una información para los lectores, a modo de «post scriptum»: no he recibido ni una sola carta de protesta contra las afirmaciones de mi último artículo…