Cómo aumentar el amor al Papado en tiempos de crisis

Sede del Reino de María, charla con jóvenes, 25 de junio de 1989 (excerpta)


A D V E R T E N C I A

Este texto es una  transcripción de grabación magnetofónica de una charla del profesor Plinio Corrêa de Oliveira con jóvenes cooperadores de la TFP  y no pasó por ninguna revisión del autor.

Si el profesor Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación con el Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución”, “Contra-Revolución” y R-CR, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

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* El Papa: supremo, sacrosanto, que todo lo manda, que indica el tiempo justo para el pensamiento humano en el reloj infalible de su mente.

Fui educado en una familia en la que —conviene advertirlo de que hace ya mucho tiempo, ¿verdad? Se puede imaginar… Mis abuelos, mis padres, ¿qué edad tendrían hoy: ciento y muchos años? Así que se remonta a un tiempo muy antiguo—, había muchas discusiones entre dos tipos de personas: unos eran católicos y otros eran ateos. O sea, había discusiones… ¡batallas! Eran batallas que, en el fondo, tenían cierta cordialidad. Es decir, una vez terminada la discusión, se volvía a la buena paz. Por supuesto, nunca se lanzaban desafueros, eran batallas educadas. Pero eran batallas…

Se discutían problemas de fe, Iglesia, etc.; el principio de autoridad en materia política; o libertad, cada uno hace lo que quiere, etc.; en materia política, la República.

Y luego, en la Iglesia, la autoridad: el Papa, por encima de todos los demás, supremo, sacrosanto, mandándolo todo, indicando el momento adecuado para el pensamiento humano en el reloj infalible de su mente, que no puede errar, ¡porque Dios le protege contra el error!

Me parecía el culmen de lo magnífico y ordenado. Cuando me hice un poco mayor, a esta simpatía se unió una adhesión racional, porque un niño tiene una adhesión racional con la razón de un niño. Más tarde, reflexionando, me di cuenta de que a menudo me equivocaba. Y que, por lo tanto, no podía encontrar el camino correcto solo a través de mi cabeza. Y yo quería encontrar el camino correcto como fuera, porque no soy necio. ¡Quería hacerlo bien!

¿Y cómo podía arreglármelas en esta situación? O tenía un guía infalible, respaldado por Dios, que me guiara —y ese era el Papa—, o si no tenía ese guía infalible, era un ciego guiando a otro ciego, porque él sería un hombre como yo, y acabaría equivocándose, pensando tonterías como yo.

Así que había que tener una confianza total en el Papa, o caer en la incredulidad total de todo, en el escarnio de todo, que es más o menos como vive mucha gente.

Seguro que Uds. conocen gente por ahí, que camina así, igual que un ciego en campo raso; lo hace mucha gente que no sabe adónde va, ni por qué piensa, ni qué quiere, ni nada. Caminan como tontos.

* La comprensión de que la línea recta al Cielo estaba en el papado…

Y fue entonces cuando me di cuenta de que el eje de todo orden humano y la línea recta al cielo, estaban en el papado. Así que, ¡un entusiasmo sin límites por el papado! Y por el don que Dios hizo a los hombres, cuando Nuestro Señor Jesucristo instituyó el papado, cuando Nuestro Señor preguntó a Pedro:

15 Y cuando hubieron comido, dice Jesús a Simón Pedro: ¿Simón, hijo de Juan, me amas más que estos? Le responde: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Le dice: Apacienta mis corderos.

16 Le dice segunda vez: ¿Simón, hijo de Juan, me amas? Le responde: Señor, tú sabes que te amo. Le dice: Apacienta mis corderos.

17 Le dice tercera vez: ¿Simón, hijo de Juan, me amas? Pedro se entristeció, porque le había dicho la tercera vez: ¿Me amas? Y le dijo: Señor, tú sabes todas las cosas: tú sabes que te amo. Le dijo: Apacienta mis ovejas (Jn 21, 15-17).

O cuando el Señor le dijo con la mayor solemnidad:

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PERUGINO, Pietro – Jesucristro entregando las llaves a San Pedro – Capilla Sixtina – Vaticano

18 Y Yo te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno —(es decir, el poder de Satanás)— no prevalecerán contra ella (¡no la vencerán!).

19 Y a ti daré las llaves del reino de los cielos. Y todo lo que ligares sobre la tierra, ligado será en los cielos: y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos (Mt 16; 18-19).

Yo pensaba que eso era lo sumo, ¡y lo sigo pensando! Y cuando llegue el momento de mi muerte, quiero más que nunca en mi vida estar convencido de esto.

* No debemos reconocer en el papado ningún poder menor o mayor que el que Nuestro Señor Jesucristo le confirió.

Ahora, ya mayor, me he dado cuenta de lo siguiente. Que debemos reconocer en el Papa el poder que Nuestro Señor Jesucristo le ha conferido. Y no debemos reconocerle ningún poder mayor que el que Nuestro Señor Jesucristo le ha conferido. Y, sobre todo, no debemos reconocer en él un poder menor que el que Nuestro Señor Jesucristo le ha dado. Debemos ver el papado como lo hizo Jesucristo. No podemos modelar el papado según nuestra opinión. Tenemos que ver lo que hizo Nuestro Señor Jesucristo, que está bien hecho, porque Él era infalible en el pleno sentido de la palabra. Era el Hombre-Dios, incapaz de equivocarse, ¡perfecto en todo lo que hizo!

Y la Iglesia nos enseña que hay ocasiones, hay circunstancias, etc., en las que el Papa, en un documento no dogmático, no oficial de la Iglesia, puede caer en el error. Así que cuidado con lo que creemos y con lo que no creemos.

* La infalibilidad de la tradición nos muestra los errores que van apareciendo

Diréis: ¿Pero cómo Ud. va a corregir el documento de un Papa, Ud. que dice que es un hombre capaz de equivocarse? ¿Y cómo voy yo, yo, yo, yo, a creerlo cuando Ud. diga: “El Papa se equivoca en ese punto?”

El modo es muy sencillo. Los papas han estado haciendo documentos durante dos mil años. Y cuando los documentos de los papas, incluso los documentos no infalibles, siguen la misma orientación desde hace mil años, y un nuevo papa dice lo contrario de eso, la novedad está mal.

Así que nunca se trata de estar en desacuerdo con el Papa por mi propia cabeza, porque soy falible, sino de ver lo que han dicho los papas anteriores. Porque si un papa nuevo dice algo que es contrario a lo que los papas en una larga secuencia de dos mil años han dicho de otra manera, ese desafortunado se ha equivocado.

* Qué se debe hacer cuando no se está de acuerdo con el Papa

Pero, ¿qué hacer cuando no se está de acuerdo con el Papa?

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Cam maldecido por su padre Noe por burlarse de el – Julius Schnorr von Carolsfeld

Uds. conocen el famoso caso de Noé, después de que las aguas retrocedieron, bajaron del arca, etc., plantaron, etc., encontraron viñedos, etc. etc. Y Noé, en una ocasión —ya no recuerdo si comió demasiadas uvas, o si hizo un caldo, que era vino, y se lo bebió— bebió demasiado, la Biblia lo dice. Y se emborrachó. La Biblia no dice que lo hiciera de mala fe. La narración nos da la impresión de él que no sabía que el caldo tenía ese efecto.

Bebió y tuvo una actitud descompuesta. Algunos de sus hijos se rieron de su comportamiento. Y un hijo, Sem, buen hijo, un hijo que lo amaba, le cubrió con un paño, respetuosamente, para que nadie viera a Noé en ese estado. Porque no representaba la verdadera actitud de Noé. Noé mismo era un hombre sereno, digno, un hombre de Dios. No era un borracho.

Este fue bendecido por Noé, ¡por todas las generaciones! 

Cuando tengamos la desgracia de ver que un Papa no actúa de acuerdo con las enseñanzas de sus predecesores, no deberíamos estar mirando, mirando y mirando, y luego comentando. Deberíamos decir: «Desgraciadamente, ha sido así». Poner un paño encima, no mirar. ¡Pero manteniéndose fiel a lo que hicieron los predecesores!

Así que no soy yo, un hombre falible, corrigiendo a un Papa infalible. Hay puntos en los que un Papa, según la doctrina de la Iglesia, puede equivocarse, y no es en todo lo que dice que se ejerce la infalibilidad. Y solo decimos que no estamos de acuerdo con un Papa cuando discrepa de sus predecesores. Entonces, ¡es seguro! Estamos respaldados por la autoridad de Dios.

De ahí viene la admiración… ¡Iba a decir adoración! Me corregí a tiempo. Pero el entusiasmo es tan grande que se me fue la lengua. ¿Está claro, hijo mío?

* La grandeza del papado en Pío XI y Pío XII

(Pregunta: Señor: ¿Podría contarnos algún acontecimiento de su vida en el que haya visto la grandeza del papado de una manera más insigne?)

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El Papa Pío XI

He visto la grandeza del papado, sobre todo en acontecimientos históricos del pasado, en algunos episodios…, pero no podréis apreciarlos bien porque no conocisteis aquella época.

En la época de Pío XI, el nazismo y el comunismo estaban en el apogeo de su poder. Eran las dos grandes potencias de Europa. Y amenazaban con apoderarse de Europa, uno u otro. Entraron en guerra, y quien ganara la guerra se apoderaría de toda Europa.

Pío XI publicó dos encíclicas seguidas. Una encíclica condenando el nazismo [Mit brennender Sorge (“Con ardiente preocupación”), fechada de 14 de marzo de 1937] y días después, otra encíclica condenando el comunismo [Divini Redemptoris publicada en 19 de marzo de 1937, fiesta de San José], con una energía única. ¡Enfrentó a ambas potencias a pecho descubierto! ¡No dijeron una palabra! Se callaron. Y sin soldados, sin tropas, sin cañones, sin bombas de gas, sin nada de eso, ¡Pío XI les hizo frente! ¡Me parece estupendo! 

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“De la exuberancia de vida de un verdadero pueblo, la vida se esparce, abundante y rica, por el Estado y por todos sus órganos, infundiendo en ellos, con vigor incesantemente renovado, la conciencia de su propia responsabilidad, el verdadero sentido del bien común.” (Pío XII, Radiomensaje de Navidad de 1944).

Estoy recordando un acontecimiento relativamente reciente en la historia del papado, que vosotros no sabréis apreciar bien porque aún sois demasiado jóvenes. Ese acto fue de coraje y sabiduría. Pío XII publicó una encíclica —sobre la que, por cierto, estoy a punto de publicar un trabajo—, un discurso en el que hace una famosa distinción entre el pueblo y masa. Qué es el pueblo y qué es la masa. Es una de las cosas más inteligentes que he visto producir al pensamiento humano.

Un consejero del Papa —dicen que era el director espiritual del Papa— con el que yo tenía muy buenas relaciones, un austriaco, el padre Leiber, me dijo que cuando esta encíclica fue publicada, el presidente Roosevelt de EE. UU. envió sus agradecimientos al Papa —¡un protestante, eh!— por esta enseñanza, ¡que incluso orientó al gobierno de los EE. UU. sobre cómo gobernar los EE. UU.! Ya veis que no es poca cosa.

* San Gregorio VII y el episodio más hermoso de la historia del papado

El episodio más bello de la historia del papado, en mi opinión, no fue este. Fue durante la Edad Media, con el emperador Enrique IV, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Este hombre era un hereje, estaba a favor de los errores de los mahometanos, en secreto. ¡Era un monstruo! Y defendía que los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico —que comprendía más o menos Europa central y, por tanto, gran parte de Alemania— tenían derecho a gobernar sobre los papas. ¡Era una locura!

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El Papa San Gregorio VII

 ¡San Gregorio VII emitió una encíclica diciendo que ¡No! Al contrario, el Papa tiene derecho a mandar al Emperador en muchos asuntos. ¡Cuando se trata de religión, es el Papa quien ordena al Emperador! El Emperador está obligado a aceptarlo.

Enrique IV se rebeló, declaró que no lo aceptaba, etc. El Papa lo excomulgó: ¡pam! Hay que decir que el Emperador del Sacro Imperio era el más alto potentado de la tierra. ¡El Papa le echó esta excomunión en la cabeza! Él dijo: «Eso no me afecta, voy a seguir así».

Y acabó por verlo… Porque un emperador excomulgado pierde su imperio. Y todos los que le debían obediencia empezaron a no obedecerle. No se rebelaron, no lo echaron de su palacio, no lo agredieron, no lo atacaron. Simplemente, todo se vació a su alrededor. Al final, incluso los sirvientes del palacio imperial huyeron, porque no querían entrar en contacto con este verdadero leproso de alma, que estaba excomulgado.

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Enrique IV pidiendo perdon al Papa – Dibujado por Rouargue, grabado por C. Colin. 1838

 ¡Se dio cuenta de que había perdido el imperio con una sola excomunión! Así que, en pleno invierno, atravesó los Alpes en trineo —¡el invierno en los Alpes es rigurosísimo!— con un séquito y fue a reunirse con el Papa, que estaba en un castillo del norte de Italia llamado Canossa. Ese castillo todavía existe. Y en mis diversos viajes a Italia, tuve la intención de visitarlo, pero no hubo tiempo. Querría llevarme un trocito de piedra de ese castillo…

Cuando llegó a Canossa avisó al Papa que el Emperador del Sacro Imperio estaba allí. El Papa mandó decirle que no podía entrar. Así que se quedó, —no había albergue fuera del castillo, no había nada, estaba todo nevado—, se quedó tres días y tres noches arrodillado ante la puerta del castillo para pedir perdón (En la figura, Henrique IV pidiendo perdón al Papa – dibujado por Rouargue, grabado por C. Colin. 1838).

El Papa no quería perdonarle. Al fin y al cabo, el séquito del Papa pedía tanto, tanto, que por culpa del séquito, el Papa dejó entrar al Emperador. Así que pidió perdón, el Papa levantó la excomunión, y el valor del papado sobre el Sacro Imperio quedó plenamente demostrado. ¡Esta es una perfección del papado!

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