Comentarios sobre la oración compuesta por San Agustín al Divino Espíritu Santo

Domingo, 20 de mayo de 1990

A D V E R T E N C I A

Este texto es trascripción y adaptación de cinta grabada con las conferencias del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a los socios y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.

Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

 

Oración al Espíritu Santo

Oh Amor divino, oh vínculo sagrado que une al Padre y al Hijo, Espíritu todopoderoso, Consolador fiel de los afligidos, penetrad en los profundos abismos de mi corazón y haced brillar allí vuestra luz deslumbrante. Derramad vuestro dulce rocío sobre esta tierra desierta, para que cese su larga aridez. Enviad las celestiales descargas de vuestro amor al santuario de mi alma, para que al penetrar en él enciendan llamas ardientes que consuman todas mis debilidades, mis negligencias y mis languideces.

Venid, pues, dulce Consolador de las almas desoladas, refugio en el peligro y protector en la aflicción desamparada.

Venid, Vos que laváis las almas de sus manchas y curáis sus heridas.

Venid, fortaleza de los débiles, sostén de los caídos.

Venid, Doctor de los humildes y vencedor de los soberbios.

Venid, Padre de los huérfanos, esperanza de los pobres, tesoro de los que están en la indigencia.

Venid, estrella de los navegantes, puerto seguro de los náufragos.

Venid, fuerza de los vivos y salvación de los que van a morir.

Venid, Espíritu Santo, venid y tened piedad de mí. Haced que mi alma sea sencilla, dócil y fiel, y condescended con mi debilidad, con tanta bondad que mi pequeñez encuentre gracia ante Vuestra infinita grandeza, mi impotencia ante Vuestra fuerza, mis ofensas ante la multitud de Vuestras misericordias.

Por Nuestro Señor Jesucristo, mi Salvador. Así sea.

(Al final, el texto en francés con indicación de la fuente)

 

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Vidriera de la capilla Sainte-Foy de Montpellier (Francia)

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Me gustaría, antes de la lectura, decir lo siguiente: el vuelo que tiene esta oración, aunque uno no se detenga a analizar cada palabra. San Agustín empieza y ya vuela, no sé a qué altura.

[La oración se lee primero en francés,  la versión que se encontró].

La oración es hermosa y hay pasajes que hay que considerar.

Consolador fiel de los afligidos — Consolar no es sólo aportar una sensación de dulzura y alegría que pueda compensar la aflicción que se sufre. Sino que es el fortificador. “Consolador” propiamente es dar fuerza. Así que “consolador fiel” es el que da fuerza siempre. Tonificador y fortificador continuo del afligido: esto nos da mucha más precisión sobre lo que debemos pedir. No se trata sólo de que tengamos una sensación de ánimo, de alegría, de dulzura en medio de las espinas de una prueba muy profunda, sino de que tengamos la fuerza para resistir esta prueba. Y no se trata de bravuconadas, de espadachín, ¡se trata de una fuerza realmente fuerte! De eso se trata.

(Aparte: ahora entiendo lo que quería decir San Pablo cuando afirmaba que uno de los fines del profetismo es consolar).

Por cierto, ya ve Ud. que hay muchos profetas que tienen pasajes, por ejemplo, contra Nínive —del que se han ocupado los periódicos estos días— y otros. No son para consolar en el sentido ordinario de la palabra. ¡Son reprimendas fenomenales! Pero dan fuerza a quienes las escuchan.

“… penetrad en los profundos abismos de mi corazón y haced brillar allí vuestra luz deslumbrante  – También aquí es necesario considerar la palabra “corazón”. Abarca la afectividad y ocupa allí no un lugar de contrabando, sino un lugar digno, pero es mucho más: es el fondo del alma donde se despliega la Revolución tendencial [1]; es —por así decirlo— un cierto “subconsciente del alma”. Entonces [San Agustín] pide que ese poder del Divino Espíritu Santo penetre allí y dé a la persona lo que es propio del poder. Es un lugar misterioso del alma en el que hay oscuridad: es difícil comprender lo que allí sucede.

Otro elemento que destacar: no pide tanto una palabra como una luz. Se ve el alcance de la oración.

 

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Vista parcial de la vidriera detrás del Altar de la Cátedra en la Basílica de San Pedro en Roma

 

Derramad Vuestro dulce rocío sobre esta tierra desierta, para que cese su larga aridez — [San Agustín] supone que el fondo de esta alma está en la aridez. Es, pues, un alma atormentada por la prueba de la aridez. ¿Qué pide entonces? “…Vuestro dulce rocío sobre esta tierra desierta…”. Uds. ven que ahí se acerca más a la palabra “consolación” en el sentido ordinario del término, es decir, es un bálsamo, una suavidad, un rocío, algo por el estilo.

“… Vuestro dulce rocío sobre esta tierra desierta “ — No se refiere a una tierra seca, sino que es una tierra donde no hay nada, una tierra vacía. Y es a ese vacío del alma al que debe llegar el dulce rocío. Son esos vacíos interiores que uno tiene y que se traducen así: cada uno de nosotros —esto constituye incluso una obligación de cortesía—, en nuestro trato, da la impresión de bienestar, de satisfacción, etc. Pero hay una cierta región del alma en la que, a consecuencia del pecado original, uno siente autosatisfacción y al mismo tiempo una especie de insuficiencia. Uno no se basta a sí mismo, siente una soledad interior que constituye un tormento. Y querer poner fin a este tormento es uno de los resortes del instinto de sociabilidad.

Se tiene la idea de que la compañía de A, B o C puede poner fin a este sentimiento de carencia y no hay mayor error, porque nadie puede hacerlo excepto el Divino Espíritu Santo. Y todo lo que no sea eso es una ilusión y una estupidez sin nombre.

Enviad las celestiales descargas de vuestro amor al santuario de mi alma, para que al penetrar en él enciendan llamas ardientes que consuman todas mis debilidades, mis negligencias y mis languideces —Uds. ven que [el] toma esta “tierra desierta” y al mismo tiempo la llama “santuario”, porque hay una continuidad en la descripción del estado del alma de la persona.

Dice [San Agustín]: Enviad las celestiales descargas de vuestro amor al santuario de mi alma — Esta tierra desierta es al mismo tiempo un santuario. Pero un santuario que él figura abandonado, que él compara con una tierra desierta. Es un santuario que está en la oscuridad. Esto describe bien ciertos estados del alma, ciertas crisis espirituales, en las que el interior del alma es al mismo tiempo una tierra desierta y un santuario en la oscuridad.

No sé si les resulta tan clara como a mí la idea del santuario en la oscuridad que necesita ser penetrado por las flechas que vienen del Cielo, que sólo ellas pueden penetrar allí. Se ve que [el] no espera esta solución, ni esta disposición de los demás. Son las flechas, los dardos que vienen del Cielo los que pueden penetrar en esta tierra desierta y hacer allí algo que sólo Dios puede realizar.

Enviad las celestiales descargas de vuestro amor al santuario de mi alma — El amor sobrenatural a Dios es algo que viene de Dios, que Él mismo da. Y que cuando no [lo] da, no viene de dentro del alma. Es un don de Él. Y es a través de la oración que debemos obtener este don. Y debemos pedirlo a través de Nuestra Señora, la Mediadora universal de todas las gracias. Y cuando nuestra alma esté como una tierra desierta, o un santuario en tinieblas, éste es el momento exacto para pedir esto que viene del Cielo, y que se encienda porque sólo Dios puede iluminarla. Sólo Dios puede encenderla, sólo Dios puede reavivarla y es de Él de quien procede todo esto, a ruegos de Nuestra Señora. ¡Qué útil es para nosotros recordar esto en nuestra vida espiritual!

“… para que al penetrar en él enciendan llamas ardientes que consuman todas mis debilidades, mis negligencias y mis languideces — Así, en esta tierra desierta, en las sombras tenebrosas de este santuario que está a oscuras, hay “faiblesse, négligence et langueur” (debilidades, negligencias y languidez). La enumeración es muy sabrosa, porque no menciona las perfidias, las maldades, las intenciones atroces, las crueldades. Toma una cierta familia de defectos y los menciona. Estos defectos son: la debilidad; la negligencia, que es fruto de la debilidad: cuando el individuo no resiste a la debilidad, el fruto normal es la negligencia; la languidez…. Es casi causa y efecto. Las languideces provienen de las debilidades, éstas y las languideces producen la negligencia. Es, por tanto, el alma blanda.

Este es el estado del alma de un número incontable de fieles de nuestros días ante la situación de la Iglesia católica. Y si los buenos de la causa de la Contra-Revolución están tan aislados y abandonados, no lo estarían si simplemente estas almas no fueran ni negligentes, ni débiles, ni lánguidas.

Aquí San Agustín tiene en vista —por una razón que no sé cuál sea— una línea especial de almas. No se trata de los bandidos, no se trata de los que traman guerras, de los que quieren matanzas, no se trata de eso. Él tiene aquí especialmente en mente los “santuarios abandonados”, ese tipo de debilidad y blandura….

Venid, pues, dulce Consolador de las almas desoladas, refugio en el peligro y protector en la angustia — Consideren aquí la idea de una fuerte dulzura, o de una dulce fuerza. Es muy propio del gusto de las cosas celestiales hacernos sentir la bondad, la dulzura de Dios, al mismo tiempo que ipso facto comunicándonos una fuerza muy grande. Por ejemplo, cuando somos objeto de una gracia que nos habla de la dulzura del Sagrado Corazón de Jesús o del Corazón Inmaculado de María, y experimentamos tal dulzura. Sin darnos cuenta salimos más resistentes a las tentaciones, más fuertes ante el peligro, más perseverantes en la Fe. Es decir, ¡una dulzura que comunica fuerza! Así pues, no hay dicotomía entre la fortaleza, por un lado, y la dulzura, por otro. La dulzura comunica fuerza, la fuerza comunica dulzura. Es lo mismo.

“…dulce Consolador de las almas desoladas” — La desolación no es una tristeza cualquiera. Es una especie de cumbre, un pináculo de esa tristeza. En el lenguaje común, cuando decimos “estoy desolado”, no sólo queremos decir que estoy muy triste. Sino “estoy tristísimo, no hay en mí casi nada más que tristeza”. Naturalmente, esto no excluye la fórmula cortés: “Estoy desolado, estoy…”. No excluye eso. Pero entonces la palabra se vuelve anodina, como tantas cosas que la cortesía neopagana convierte en anodinas. Pero el sentido propio de desolación es éste. Podemos hablar de la desolación de Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos, porque era una desolación.

“…refugio en el peligro” — ¿Cuáles son los peligros? Los peligros que [San Agustín] tiene a la vista no son principalmente los del cuerpo, sino los que afectan al alma. La salvación del alma está continuamente en peligro por toda clase de circunstancias. El refugio en este peligro es el Divino Espíritu Santo, con sus gracias, su acción en las profundidades de nuestra alma, etc. Y con esto quisiera —si me fuera posible— comunicar a las almas una cierta seguridad. Cuando las personas sienten dentro de sí el enigmático de este santuario oscuro y de esta tierra árida, sienten que tienen problemas en su interior que no pueden superar, se desaniman un poco para continuar en el camino de la salvación. Si las personas tuvieren presente que el Divino Espíritu Santo es el Esposo de Nuestra Señora, y que Él no le niega nada, se animarán, porque el Espíritu Santo es el remedio para todas estas cosas. Pueden pedirle gracias y las obtendrán.

“…Protector en la aflicción desamparada” (détresse) — “Détresse” es una palabra muy hermosa. “Détresse” es una aflicción desamparada, una aflicción muy pesada. ¿Cuántas situaciones de la vida espiritual hay así? La persona está en “détresse”, pide al Espíritu Santo y contra el curso normal de sus pensamientos, la concatenación normal de sus ideas, la persona sale de la “détresse”. Es alguna impresión, alguna cosa, que toca el alma y la cambia. Es la acción del Divino Espíritu Santo…

Venid, Vos que laváis las almas de sus manchas y curáis sus heridas — La construcción de la frase, si se traduce bien del latín, es la siguiente: “Vos sois el que por excelencia lava las almas”. Es decir, “Vos que hacéis esto”, inclina al espíritu a admitir: “Vos que sois el único a hacer esto”. Es para donde se inclina el espíritu.

He aquí, de nuevo, un aliento lleno de dulzura. Porque a menudo las personas consideran el interior de sus almas y lo notan tan lleno de llagas purulentas, tan lleno de sordidez, que la persona se desanima. Pero claro que se desanima, ¡porque no tiene fuerzas! Se necesita una fuerza del cielo que le dé valor, que le dé los medios para esto, o que opere esto, a veces sin que tenga que hacer nada más que decir “sí”. Esa luz entra y sana el alma.

Pero ¿por qué, en nuestra vida espiritual, no tenemos toda la esperanza, todo el ardor que esta manera de ver la acción del Espíritu Santo comunica? ¿Es o no cierto que tal consideración daría a nuestras almas otro ímpetu para levantarse, para seguir adelante, que el que solemos tener?

Venid, fortaleza de los débiles, sostén de los caídos — Está tan claro que no tengo nada que decir.

Venid, Doctor de los humildes y vencedor de los soberbios — ¡Eso es muy hermoso! El doctor que ilumina, que enseña a los que son humildes, antes de todo ante Él. Y que, por lo tanto, no son orgullosos que imaginan que su cabeza contiene la solución a todos los problemas, sino que saben que es el Divino Espíritu Santo quien posee la solución a todos los problemas. Y que hay que rezar, hay que pedir, hay que implorar, pero implorar a menudo y con humildad. Yo no puedo resolverlo, yo Plinio, ¡porque no soy capaz de resolverlo! Pero si rezo, tampoco obtengo. Si lo pido por medio de la Virgen, Ella, que es la Madre de misericordia, ruega por mí y lo consigue. Entonces es fácil, es seguro y es rápido que lo obtendré. Esto me mantiene alegre y en pie en medio de las aflicciones que todo hombre tiene en este valle de lágrimas. Me temo que estoy diciendo perogrulladas…

La oración tiene ¡una concisión, una sustancia extraordinaria!

Venid, Padre de los huérfanos, esperanza de los pobres, tesoro de los que están en la indigencia — Aquí hay que considerar también el lado de la vida espiritual, que es siempre lo que el Santo tiene en vista en primer lugar: la santificación del que va a rezar, del que va a usar la fórmula [de la oración].

“…Padre de los huérfanos…” — ¡Cuántos huérfanos hay en materia de vida espiritual! (…) ¡Cuán huérfano es el hombre a lo largo de su periplo en esta tierra! Aunque llegue a los 81 años, ¡es huérfano! Por eso Él es Padre de los hombres que sienten la terrible orfandad de esta vida. Esta vida es una orfandad.

(Aparte — Aún más hoy en día…)

Es huérfano… ¡Peor! No es tan huérfano como el perseguido por su padre, que es la peor forma de orfandad, la más negra orfandad. Una cosa es decir: “Mi padre ha muerto”. Otra cosa es decir: “Mi padre me persigue injustamente”.

“…Padre de los huérfanos, esperanza de los pobres…” — Es aquel que no tiene nada que esperar, y que internamente es un pobre, es decir, no tiene títulos para pedir, casi no tiene derecho a pedir, vive de la misericordia. Es de él que el Divino Espíritu Santo es Padre lleno de bondad, de accesibilidad.

…Tesoro de los que están en la indigencia — No tenemos ningún mérito que alegar ante Dios. Estamos en la indigencia. Pero el Divino Espíritu Santo es nuestro tesoro. Le pedimos y Él nos lo da.

Vean cuánta sustancia contiene esta oración, y cuán magnífica es.

Venid, estrella de los navegantes, puerto seguro de los náufragos — Hay dos conceptos: uno es la estrella de los navegantes. Lo que recuerda la invocación a Nuestra Señora: Ave Maris Stella. Si Ella es la Estrella del Mar, es la Estrella de los que navegan, evidentemente. Pero entonces, ¿por qué se dice del Espíritu Santo lo mismo que de Ella? Porque lo que se dice de la Esposa se dice también del Esposo. Y Ella es la estrella de los navegantes porque es la Esposa mística de Aquel que es la estrella de los navegantes por excelencia, que es el Divino Espíritu Santo. O sea, para todos los que pasan por la vida, con sus riesgos, problemas, etc., la Estrella es el Espíritu Santo Divino.

[San Agustín] habla primero de los navegantes y después de los náufragos. El náufrago… uno puede imaginarse el barco que ha naufragado. El sujeto se aferra a un pecio, a un “épave”, y va donde tocan las aguas. De repente, las corrientes marinas lo llevan a un puerto. Ese puerto es el Divino Espíritu Santo. Es decir, las oleadas del alma, de las pasiones, llevan al hombre de un lado a otro y se entrega a los apetitos más desordenados, al orgullo más desordenado, a las cosas más sin remedio. Ya no hay puerto para él. ¡No hay más!… Es decir, no habría ninguno si no fuera por la oración de Nuestra Señora al Divino Espíritu Santo, que es el puerto seguro para los náufragos. Una vez allí, todo se arregla.

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La venida del Espíritu Santo sobre la Virgen y los Apóstoles reunidos en el Cenáculo

Venid, fuerza de los vivos y salvación de los moribundos — Mirad qué hermosa alternativa: ¡fuerza de los vivos y salvación de los moribundos! No hay casi nada que decir. El hombre está vivo, la vida es una lucha, necesita fuerzas. Pero al morir, necesita una gracia independiente de todas las gracias que recibió en vida: es la gracia de una buena muerte. Y uno tiene esta salvación si reza al Divino Espíritu Santo.

Siempre me ha parecido muy conmovedora aquella ceremonia que tenía lugar en las arenas antes de que comenzara el martirio. Había un juego de gladiadores, luego inmolaban a los mártires. Los gladiadores entraban en orden, se detenían ante la tribuna del emperador y decían: “¡Ave, César, te saludan los que van a morir! — “Ave César, morituri te salutant!” Una cosa punzante.

Ese César —generalmente un soldado tosco, grosero, medio borracho, sensual, vulgar, venal, que había ascendido comprando su puesto, repantigado en la seguridad de la tribuna imperial— ve a los que vienen marchando hacia él, fuertes, jóvenes, con espadas, tridentes, redes, lanzas, etc., para comenzar la lucha. Y sabe que van a luchar sólo para divertir a ese vago de ahí arriba. Triste situación en la vida, pero así es: son los “morituri” (los que van a morir).

Todo hombre, cuando está al borde de la muerte, puede decir no a un asqueroso César, sino al infinitamente perfecto Dios: “¡Salve, oh Dios, el que va a morir te saluda!”. ¡Es el último saludo antes de la muerte! Pues bien, para que este saludo sea perfecto, es necesaria la ayuda del Divino Espíritu Santo, siempre a ruegos de María, sin la cual no conseguimos nada.

Venid, Espíritu Santo, venid y tened piedad de mí. Haced que mi alma sea sencilla, dócil y fiel, y condescended con mi debilidad… — Es una frase muy hermosa, que, a decir verdad, pierde siendo comentada porque hay en ella una belleza que cualquier comentario le restaría. Hay que tomarla como una fuente de la que brota agua. Es inútil atrapar el agua; que brote así de la fuente. Así dice San Agustín…

Por último, para poner la camisa de fuerza del comentario de arriba abajo del texto, viene lo siguiente: “ Venid, Espíritu Santo, venid…“. — Se ve el énfasis: “¡Venid, venid! …y tened piedad de mí”. El necesitado de misericordia suplica con insistencia, suplica dos veces: “¡Venid, venid!”. Y ahora viene la enumeración de lo que quiere de la misericordia. El tener misericordia de él, para su caso particular, ¿qué significa? Luego viene: “Haced que mi alma sea sencilla, dócil y fiel”. Las tres palabras deben considerarse juntas, pues forman una especie de tríptico.

Sencilla es el alma que no tiene alharacas, vanidades, complicaciones. Lo contrario, por tanto, de quien no quiere verse de frente, de quien no quiere mirarse a la cara, de quien no es “pan, pan, queso, queso”. Nuestro Señor dijo: “Que vuestro lenguaje sea sí, sí, no, no”. “Que tu pensamiento interior sea sí, sí, no, no. Ten el valor de ver la verdad y el error, ¡pero también en lo que a ti respecta! No sólo en el mundo objetivo, externo a ti, sino también en lo que te concierne interiormente. ¡Ten ese valor!”. Esta es un alma simple.

El alma sencilla es dócil. ¿Por qué? Cuanto más se complica un alma en obedecer, más carece de sencillez. No sé si Uds. conocen algo que no sé si se usa hoy, pero antiguamente, cuando tenía tiempo para prestar atención a estas cosas, solía ver que los empleados a veces pasaban una especie de estropajo de acero por el suelo para limpiar el lugar, ni siquiera estoy seguro de para qué servía. Luego lo enceraban. Creo que era para quitar la suciedad impregnada en el suelo.

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¡Hay almas complicadas como esa lana de acero! Una cosa enredada en otra… Entonces se proponen algo: “Se puede, pero si se hace tal cosa, si se hace así, y si pasa de otra manera, y si se da una carambola así… entonces estoy de acuerdo”. Estas son las almas que carecen de docilidad. Complicadas en obedecer.

Las almas sencillas, en cambio, reciben una invitación del Espíritu Santo: “¡Por supuesto! ¡Van y lo hacen! Podríamos examinarnos un poco: ¿somos como lana de acero o tan rectos como la hoja de una espada? Es una pregunta que podríamos hacernos.

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Dóciles y fieles. La fidelidad es muy difícil para la lana de acero; es mucho más fácil para la espada. Alma-gladio y alma-paja de acero: ¿no podríamos hacer de esto una clasificación para las almas? Y si nos analizáramos a nosotros mismos… ¿Saben lo que pasaría? El alma-paja de acero empezaría a hervir: “No, es que es así, pero hay que tener en cuenta tal cosa, ¡tengo tal atenuante! ¡Es cierto que tengo tal agravante! Veo que piensas eso de mí y por eso eres mi enemigo, ¡ves tal agravante! – ¡Como si ver la verdad en alguien fuera ser el enemigo de alguien! – ¡y usted también tiene tal lado, tal, tal, tal! En todo caso, ¡tú también tienes tal cosa!”. Yo no estoy en juego. ¡Tú estás en juego, mi querido hombre! Hablemos… ¡Esa es la lana de acero! Cuánto hay, a veces, de lana de acero en nuestras almas.

Alguien podría, mientras hablo, responder: “¡Pero, Dr. Plinio, no hay salida, yo soy lana de acero! Hijo mío, no digas eso… Ponte de rodillas, reza a la Virgen con confianza para que haga venir sobre ti al Divino Espíritu Santo, y las cosas cambiarán.

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Mater mea, fiducia mea (Madre mía, confianza mía)

(Aparte: ¿Cuál la relación entre esta trilogía —sencilla, dócil y fiel— con la inocencia?)

El inocente es sencillo, dócil y fiel porque es espada y no lana de acero. No podemos decir, por ejemplo: “¡Qué hermosamente compleja es esta alma inocente!”.

[Risas]

¡Ah, ah, ah! ¡No es fácil decir eso! ¿No cree Ud. que sonaría raro?

[Completamente.]

(Aparte: ¿Eso definiría al inocente?)

No. No lo haría, porque una sola característica a menudo no basta para definir a una persona o una situación, pero es una de las características del inocente.

“… y condescended con mi debilidad…” — Desconozco la etimología de la palabra “condescendencia”. Pero estoy tentado de pensar, por el significado de la palabra más que por su composición, que es “bajar con”: “Tened la bondad de bajar en mí hasta el fondo, pero con bondad, con espíritu de perdón, con tendencia a curarme, a sanar mis heridas, y no a castigarme. Descended hasta las profundidades culpables de mi alma, descended hasta allí, pero descended como Padre, como médico, como sanador. ¡Tened piedad de mí y curad mis heridas!”. Es una oración que puede decirse, que debe decirse.

¿Y condescender a qué? A la debilidad. Una vez más es la preocupación por los lánguidos, etc. “Soy débil, debería tener energía y no la tengo. Veo a otros que tienen energía y me pregunto: ¿cómo voy a salir de ese agujero? No tengo energía…”. ¡Reza, hijo mío! ¡Reza con coraje, reza con valor! Ya no serás débil.

Condescended … con tanta bondad, que mi pequeñez encuentre gracia ante Vuestra infinita grandeza — Un mediocre, por ejemplo, al que sólo le gusta hablar de cosas pequeñas, que sólo se ocupa de asuntos sin importancia, que no tiene alma grande para nada… Ve, por ejemplo, una reunión en la que todos los presentes se ocupan de grandes temas, y piensa: “Me aburre. Me gusta tanto ocuparme de cosas pequeñas…. Tengo que pensar a qué hora voy a llevar mañana mis zapatos a arreglar. Y me gusta pensar en ello. Están estas águilas volando alto y yo soy tan ordinario, tan tonto…. Tengo hasta ganas de esconderme”. No hagas eso. Haz lo contrario. ¡Muéstrate! Pero muéstrate a Dios que, por cierto, lo ve todo… tanto si me muestro como si no. Él lo ve todo… También ve si estoy tratando de esconderme como Adán y Eva después del pecado. Entonces mejor que digas: “Mirad Señor, ¡soy tan cero, tan poca cosa, tan nada! Pero Vos podéis darme ese nivel para el que me creaste. ¡Venid y actuad!”.

“…que mi pequeñez encuentre gracia ante Vuestra infinita grandeza…. — ¿Qué significa “encontrar gracia”? Significa Dios considerando mi impotencia desde la altura de su omnipotencia. Y considerando exactamente mi impotencia, El ve en ella un motivo para sonreír y tratarme con bondad y elevarme, darme un poder que yo no tengo. Ese es el sentido de esta oración.

“… mi impotencia ante Vuestra fuerza, mis ofensas ante la multitud de Vuestras misericordias — Tal es la multitud de Vuestra misericordia que encuentro —para cualquier clase de culpa que yo tenga— Vuestra bondad viniendo hacia mí.

¡Ese sería el sentido de la oración! Y recomiendo a Uds. que la guarden. Y que la recen de vez en cuando, teniendo un movimiento de alma para ello, pues sería lo más conveniente.

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Prière au Saint-Esprit

O divin Amour, ô lien sacré qui unissez le Père et le Fils, Esprit tout puissant, fidèle Consolateur des affligés, pénétrez dans les abîmes profonds de mon cœur et faites-y briller votre éclatante lumière. Répandez votre douce rosée sur cette terre déserte, afin de faire cesser sa longue aridité. Envoyez les traits célestes de votre amour jusqu’au sanctuaire de mon âme, afin qu’en y pénétrant ils allument des flammes ardentes qui consument toutes mes faiblesses, mes négligences et mes langueurs.

Venez donc, venez doux Consolateur des âmes désolées, refuge dans les dangers et protecteur dans la détresse.

Venez, vous qui lavez les âmes de leurs souillures et qui guérissez leurs plaies.

Venez, force du faible, appui de celui qui tombe.

Venez, Docteur des humbles et vainqueur des orgueilleux.

Venez, Père des orphelins, espérance des pauvres, trésor de ceux qui sont dans l’indigence.

Venez, étoile des navigateurs, port assuré de ceux qui ont fait naufrage.

Venez, force des vivants et salut de ceux qui vont mourir.

Venez, ô Esprit-Saint, venez et ayez pitié de moi. Rendez mon âme simple, docile et fidèle, et condescendez à ma faiblesse, avec tant de bonté que ma petitesse trouve grâce devant votre grandeur infinie, mon impuissance devant votre force, mes offenses devant la multitude de vos miséricordes. Par Notre-Seigneur Jésus-Christ, mon Sauveur. Ainsi soit-il.

(Source: prière au Saint-Esprit tirée des oeuvres du grand Docteur de l’Eglise d’Occident)

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NOTAS

[1] Sobre el concepto de “Revolución tendencial” ver “Revolución y Contra-Revolución”, Primera Parte – La Revolución – Capítulo V – Las tres profundidades de la Revolución: en las tendencias, en las ideas, en los hechos.

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