El 14 de julio de 1789 comenzó el período conocido como Revolución Francesa. Desde su comienzo fue contraria a la Iglesia, no solo como institución, sino como simple manifestación de creencia personal o comunitaria. Contra esto estuvo dirigida la ley del 13 de febrero de 1790 que prohibía a las comunidades religiosas, más aún las de vida claustral, por considerarse contrarias a “la razón”. Las dedicadas a la caridad o la educación fueron toleradas, solo en un primer momento. El 4 de agosto de 1792, como las demás comunidades, claustrales o no, fueron conminadas a abandonar los hábitos y el monasterio. Antes firmaron el juramento de Libertad-lgualdad, por miedo a la deportación y pensando todo sería temporal. Los revolucionarios pretendieron “liberarlas” de aquella vida de superstición y sometimiento, contraria a la libertad y sumergida en algo tan inútil como la oración. Niguna de ellas quería aquella “libertad” impuesta; todas ya habían elegido libremente, mucho antes que aquellos hombres pensaran en libertades. Hasta el 14 de septiembre de 1792 pudieron llevar vida comunitaria en relativa calma, incluso celebraron los votos de la hermana conversa María de San Francisco Javier, los últimos celebrados antes del martirio. Igualmente celebraron elecciones, recayendo los cargos de priora en la Madre Teresa de San Agustín, que eligió como supriora a Ana María de San Luis y como maestra de novicias a María Enriqueta de la Providencia. La priora, al arreciarse la persecusión y martirio de los religiosos o seglares, tuvo la inspiración de hacer un voto de ofrecimiento como víctimas al Sagrado Corazón de Jesús, ofreciéndose para aplacar la cólera divina y para que la paz volviera a la Iglesia y a Francia. Reunió momentáneamente a las demás religiosas y externas, y todas aceptaron, menos las dos más ancianas, Sor Gabriela y Sor Carlota, aunque solo en un primer momento, pues luego hicieron el voto igualmente, que renovaban cada día.
El 20 de junio de 1794, en Compiègne se celebró un festival del “Ser Supremo”, en la iglesia de Santiago Apóstol, ya desacralizada en noviembre de 1793, y convertida en templo del culto de la Razón. Ese mismo junio, en medio de este ambiente antireligioso, luego de dos años de exclaustradas, la vida oculta que llevaban las carmelitas, con horarios regulares, su nula aparición en las calles (salvo para visitarse y alentarse), su silencio, alertaron a las autoridades jacobinas de que podían estar viviendo aún religiosamente. Las denunciaron al Comité de Salud Pública y fueron apresadas y acusadas de conspiración, reuniones ilícitas y correspondencia con refractarios (los que se negaban a firmar el juramento antes dicho). ¿La prueba para condenarlas?: Una estampa del Sagrado Corazón de Jesús, unas cartas de dirección espiritual y un retrato de Luis XVI. La devoción al Corazón de Jesús había sido una devoción impulsada por los reyes, desde las apariciones a Santa Margarita María de Alacoque. “Dios y el Rey” (el grito del alzamiento de la Vendée), la realeza de Cristo, el reinado de su Corazón, eran términos chirriantes a las democracias. El catolicismo era una cuestión de Estado, ser católico era ser regalista. Una popular imagen del Sagrado Corazón usada como estandarte resumía esta creencia y fue la hallada a las mártires. El 22 de junio fueron recluidas en el antiguo monasterio de las visitandinas, convertido en cárcel. Allí las monjas, viendo la situación, renegaron en grupo del juramento de fidelidad que antes habían firmado ante los jacobinos, con lo que sus almas quedaron en paz, conservando solo sus votos religiosos y su especial voto de sacrificio absoluto. El 12 de julio fueron subidas, atadas de manos, en dos carros abiertos con dirección a París, que ellas convirtieron en monasterio, pues rezaban el oficio y cantaban, en medio de la multitud que les abucheaba.
Al llegar, la hermana Carlota fue arrojada con violencia al suelo, puespor su avanzada edad le era imposible bajar con las manos atadas. Aún en el suelo, aquella que había temido un día, les dijo a los jacobinos: “No os guardo ningún rencor. Al contrario, os agradezco que no me hayáis matado porque habría perdido la dicha del martirio“. En la cárcel, juntas de nuevo, retomaron la vida monástica, recitando el oficio litúrgico como si nada.
El 16 de julio celebraron jubilosamente la solemnidad de la Virgen del Carmen y, como colofón al gozo, esa misma tarde, recibieron la notificación a comparecer al día siguiente en el Tribunal Revolucionario, sabiendo para qué. Esa noche compusieron unos versos que cantaron con la música de La Marsellesa. Al día siguiente, las acusaron formalmente de fanatismo, de formar conciliábulos contrarrevolucionarios, vivir bajo obediencia y mantener los votos monásticos. La Madre Teresa de San Agustín intercedió por las externas, pero fue desoída, con alegría es estas. Tres jueces se encargaron de juzgarlas. Fouquier-Tinville asumió la acusación pero no se designó defensor para las acusadas. Los cargos y pruebas que se adujeron contra ellas eran triviales o infundados, pero Fouquier- Tinville insistió sobre todo en el fanatismo de las religiosas. La hermana María Enriqueta se encaró con él y le preguntó qué entendía por ese término, el fiscal respondió: «Por ese término entiendo vuestras creencias infantiles y vuestro estúpido apego a las prácticas religiosas». La monja se volvió entonces hacia sus hermanas y les dijo: «Como veis, nos condenan por nuestra religión. Tendremos la felicidad de morir por Dios». Todas fueron condenadas a muerte, lo mismo que Moulot de la Ménardiére, por haberse «enemistado con el pueblo al conspirar contra la Constitución».
Fueron trasladadas a la Place du Trone. Allí les leyeron la sentencia y entonaron el Miserere, la Salve, el Te Deum, canto solemne de acción de gracias y, finalmente, el Veni Creator. La Superiora General de las Hermanas de la Caridad de Nevers, escribe en una carta: “He sabido por una persona que fue testigo de su martirio que la más joven de estas buenas carmelitas fue llamada primero y que fue a arrodillarse ante su venerable superiora, pidió su bendición y permiso para morir. Luego subió al andamio cantando el “Laudate Dominum omnes gentes”. A continuación, se puso por sí misma debajo de la cuchilla, sin permitir al verdugo que la tocase. Todas las demás hicieron lo mismo. La venerable Madre fue la última sacrificada“. Se refiere a la novicia Sor Constanza de Jesús, la primera en subir. Fueron guillotinadas una tras otra, la última, la Madre Teresa de San Agustín. Era el 17 de julio de 1794 y fueron las últimas víctimas del Terror, como si Dios aceptase su sacrificio por suficiente, pues el 27 de julio siguiente, Robespierre y el gobierno revolucionario eran derrocados.
Fueron enterradas en una fosa común, junto a otros condenados en lo que luego se llamaría cementerio de Picpus. Sobre dicha fosa una sencilla lápida recuerda que “Beati qui in Domino moriuntur“.
Se conservan testimonios y reliquias de nuestras mártires, de manos de las benedictinas de Cambrai, prisioneras con ellas en las Ursulinas. Estas benedictinas eran de origen inglés, por lo cual aunque exclaustradas y disueltas, al ser encarceladas no fueron asesinadas por no ser ciudadanas francesas. A ellas confiaron las carmelitas sus hábitos, crucifijos y rosarios, así como notas piadosas, composiciones poéticas, y unas sandalias que estas religiosas conservaron como verdaderas reliquias martiriales. Al terminar el período del Terror, 10 días después del martirio de las carmelitas, estas religiosas benedictinas se agruparon como pudieron, hasta que finalmente en 1795 pudieron regresar a Inglaterra, fundando el monasterio de Stanbrook, y llevando consigo las preciadas reliquias. En 1894, por el centenario del martirio, la abadesa devolvió gran parte de estos objetos a las carmelitas de Compiègne, donde pueden venerarse actualmente. Fueron grandes devotas de estas mártires, aun sin ser beatas en ese tiempo, las santas Julia Billiar, que era asidua del locutorio de Compiègne, y Magdalena Sofía Barat . No en vano el director espiritual de ambas fue el Venerable Padre Lamarche, que sirvió de capellán a las Beatas Teresa y compañeras mientras vivían exclaustradas, arriesgando su vida. Le fueron muy devotas también Santa Teresita , que parece inspirar en su testimonio su “Ofrenda al Amor Misericordioso” y la Beata Isabel de la Trinidad, que en 1906, año de la beatificación de las mártires, escribirá:
“Qué hermosa debió ser la ceremonia [de beatificación] de nuestras Beatas y cómo debiste dar gracias al Señor, que me ha traído a esta montaña del Carmelo, a esta Orden ilustrada con tantos santos y mártires! Oh, qué feliz sería si mi Maestro quisiese que también yo derrame mi sangre por El! Pero lo que sobre todo le pido es ese martirio de amor que ha consumido a mi santa Madre Teresa, a quien la Iglesia proclama “Víctima de caridad”; y ya que la Verdad ha dicho que la mayor prueba de amor era dar la vida por quien se ama (Jn. 15, 13), le doy la mía. Hace mucho tiempo que es suya para que haga lo que le agrade, y si no soy mártir de sangre, quiero serlo de amor“. (Carta a su madre. 19 de junio de 1906)
“Pidamos esa fuerza de amor que ardía en el corazón de nuestras beatas para que también nosotras seamos mártires de ese amor, como nuestra Madre Santa Teresa”. (Carta a Germana de Gemeaux. 10 de octubre de 1906)
Sus nombres que han querido estar inscritos en el martirologio de la Iglesia:
Hna. Teresa de San Agustín (Magdalena Claudina Lidoine) Priora de todas ellas, nacía en París el 22 de Septiembre de 1752.
Hna. San Luis (María Ana Francisca Brideau), nace en Belfort.
Hna. de Jesús Crucificado (María Ana Piedcourt), nace en Paris.
Hna. de la Resurrección (Ana María Magdalena Carlota Thouret), nace en Mouy (Oise).
Hna. Eufrasia de la Inmaculada Concepción (María Claudia Cipriana Brard),nace en Bourth Eure.
Hna. Enriqueta de Jesús (María Francisca Gabriela de Croissy) nace en París.
Hna. Teresa del Corazón de María (María Ana Hanisset), nace en Reims.
Hna. Teresa de San Ignacio (María Gabriela Trézel), nace en Compiègne.
Hna. Julia Luisa de Jesús (Rosa Chrétien), nace en Evreux (Eure).
Hna. María Enriqueta de la Providencia (Anita Pelras), nace en Cajarc.
Hna. Constanza (María Juana Meunier), nace en Saint-Denis.
Hna. María del Espíritu Santo (Angélica Roussel), nace en Fresnes.
Hna. Santa María (María Dufour), nace en Bann´s.
Hna. San Francisco Javier (Isabel Julieta Verolot), nace en Lignières.
Luisa Catalina Soiron, tornera, nace en Compiègne.
Teresa Sairon, tornera, nace en Compiègne.
La Iglesia declaró que el sacrificio de aquellas nobles mujeres no había sido en vano, puesto que “apenas habían transcurrido diez días de su suplicio cesaba la tormenta que durante dos años había cubierto el suelo de Francia de sangre de sus hijos” (Decreto de declaración de martirio, 24 de junio de 1905). El cardenal Richard, arzobispo de París, inició el proceso de su beatificación el 23 de febrero de 1896. El 16 de diciembre de 1902, el papa León XIII declaraba venerables a las dieciséis carmelitas. Se sucedieron los milagros, como una garantía de su santidad, y, el 13 de mayo de 1906, San Pío X declaró beatas a aquellas “que, después de su expulsión, continuaron viviendo como religiosas y honrando devotamente al Sagrado Corazón”.
Beatas Carmelitas de Compiègne: Comentario del Profesor Plinio Corrêa de Oliveira
Estas hermanas sabían que estaban siendo condenados a muerte por su fidelidad a la Iglesia Católica y al Rey, pero querían que el fiscal lo admitiera en voz alta, porque esto sería un testimonio público de su martirio y un estímulo para ellos en la cara de los peligros de la apostasía. Esta es la razón por que la Madre Enriqueta fue acusado de hacer esa pregunta.
Cuando llegó la respuesta, ella estaba feliz y lo transmitió a su madre y hermanas en la religión. Todas ellas compartieron la alegría y avanzaron a morir. La Madre Enriqueta, que era muy decidida, ofreció asistencia a cada una de ellas hasta el final. Sólo la Priora, Madre Teresa de San Agustín, murió después de ella, porque ella era la superior, y el capitán debe ser siempre el último en abandonar el barco que se hunde.
El episodio con el vaso de agua es precioso. Es cierto que hubo algunas carmelitas que estaban nerviosas frente al trauma de una muerte violenta. Pero beber un vaso de agua podría darles algo de alivio. Cuando la Madre Enriqueta vio que una hermana carmelita estaba dispuesto a aceptar la oferta, ella probablemente estaba pensando: Este pequeño sacrificio puede ser otra perla de la corona en el Cielo” Entonces, ella le aconsejó que no lo tomara, y le dio este magnífico razón: “Mi hermana, en el Cielo pronto vamos a tener agua en abundancia para beber”.
Ella se refería claramente a Nuestro Señor, que es la fuente de todas las aguas de vida, a la contemplación cara a cara de Dios que da la felicidad eterna. La hermana entiende que cuando iba a recibir su corona de martirio, tendría una estrella adicional porque ha hecho ese sacrificio.
Se puede comparar la Madre Henriette de Jesús con un personaje imaginario en una novela popular, El Diálogo de Carmelitas de George Bernanos. El personaje se llamaba Blanche de la Force y fue presentada como una hermana carmelita débil y tímida. Ella es un personaje imaginario, pero vale la pena considerar, porque ella representa a un tipo de carácter común.
En su novela, Bernanos la presentó como una hermana que tenía pánico cuando las otras hermanas fueron tomadas por los soldados revolucionarios y condenadas, y por esta razón había apostatado de la Orden. Ella ya no vivía en el interior de la comunidad carmelita, pero ella fue a ver a la ejecución de sus antiguas compañeras que sufrirían el martirio ese día. Las hermanas estaban cantando el Veni Creator en coro y, una por una, se subieron los escalones del cadalso para ser guillotinada. Al ver esto, fue conmovida por una gracia, salió de la multitud y, cantando, se unió al cortejo que la ejecutará junto con a ellas.
Las dos actitudes tanto religiosa – Madre Henriette y hermana Blanche – expresan bien los diferentes caminos de la Divina Providencia para las almas diferentes – las maravillas como Dios trabaja con los distintos escogidos. Para algunos Elige la gloria de arrepentimiento – esta es una de las glorias atribuidas a los apóstoles que huyeron durante su Pasión. Para otros le da la fuerza que ha dado a la Madre Enriqueta de Jesús, es decir, para ver la muerte desde la distancia y se enfrentan con valentía, caminando hacia ella con alegría. Esto fue lo que hizo con la Madre Henriette, quien ayudó a todos los demás que enfrentan a sus martirios. Se trata de dos caminos diferentes que Dios escoge para liderar y dirigir las almas.
Al ver estos dos caminos contrapuestos, se puede admirar la infinita belleza de Dios en la unidad y la diversidad de sus caminos. Por ello, los santos son diferentes entre sí y por qué hay diferentes escuelas de espiritualidad en la Iglesia Católica. Sirve para mostrar la belleza y la riqueza de la Santa Madre Iglesia, un reflejo de la belleza de la Jerusalén celestial.¿Cuál es la relación entre Nuestra Señora de Fátima y Nuestra Señora del Monte Carmelo, puesto que Ella se apareció con el hábito carmelita en una de las apariciones? Ustedes saben que en las apariciones de Fátima, nuestra Señora normalmente llevaba un vestido blanco con un borde dorado y un cinturón de oro en la cintura. Pero durante la aparición a los niños cuando ocurrió el milagro del sol, Ella se apareció con el hábito carmelita en la representación de los misterios gloriosos del rosario.