Padre Cornélio a Lápide (1567–1637), jesuíta e exegeta flamengo, é conhecido por seus comentários a quase toda a Bíblia, obra que influiu na pregação dos anos posteriores. Cursou seus estudos de humanidades de filosofia nas Universidade de Maastrich e Colônia; estudou quatro anos de teologia na Universidade de Louvain (Bélgica). Nesta mesma cidade foi admitido definitivamente na Companhia de Jesus em 15 de julho de 1592 e ordenado sacerdote em 24 de dezembro de 1595. Nesta universidade começou sua docência. Por seis meses ensinou filosofia, hebreu; e sagradas escrituras durante vinte anos.
Manfred Barthel, no seu livro The Jesuits—History & Legend of the Society of Jesus, afirma que Cornelius van der Steen queria tornar-se jesuíta, mas foi rejeitado por ser de estatura muito pequena. Então “a comissão informou a van der Steen que ela estava preparada a prescindir da exigência da altura, apenas com a condição de ele aprender a citar de cor a Bíblia inteira. Quase nem valeria a pena contar essa história se van der Steen não tivesse conseguido satisfazer essa exigência…” (pag. 50).
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O Padre Cornélio a Lápide foi um personagem ao qual o Prof. Plinio votava particular admiração. Em seus últimos anos de vida, ele costumava manifestar seu vivo desejo – em reuniões ou em conversas – de poder se recolher “para ler as obras do grande Pe. Cornélio” e assim morrer tendo conhecido os tesouros que esse filho de Santo Inácio de Loiola legou à posteridade.
Infelizmente tal desejo não se concretizou devido aos crescentes serviços que a Causa da Santa Igreja Católica lhe pedia. Sem embargo, Plinio Corrêa de Oliveira leu alguns dos escritos daquele insigne jesuíta. A título de exemplo, reproduzimos abaixo um dos documentos de sua lavra, que o intelectual brasileiro marcou de próprio punho, em torno da década de 1990 (cálculo hipotético e deduzido pelo estilo de sua caligrafia naquele período).
Após as reproduções do documento estudado pelo Prof. Plinio, colocamos a versão em espanhol desse mesmo trecho, atendendo a diversos pedidos dos que não tem familiaridade com o francês. Clicar na imagem desejada para visualizá-la em formato maior.
TESOROS DE CORNELIO A LAPIDE, EXTRACTO DE LOS COMENTARIOS DE ESTE CÉLEBRE AUTOR SOBRE LA SAGRADA ESCRITURA, Imprenta y Librería de Soler-Hermanos, Madrid-Barcelona, 1867, tomo IV, pags. 599-562:
La tibieza es una voluntad vacilante… es un sueño, dice el Salmista: Dormierunt somnum suum (LXXV. 6.).
El hombre tibio nada apetece, ni siquiera el Cielo: Pro nihilo habuerunt terram desiderabilem (Psal. CV. 24.).
El hombre tibio es semejante a los judíos en el desierto, a quienes el maná hacia disgustar el corazón: Nauseat cor nostrum super cibo isto levissimo (Num. XXI. 5). Nada tiene para él atractivos, ni la gracia, ni la virtud, ni la oración, ni la palabra de Dios, ni la confesión, ni la comunión, etc.: Omnem escam abomínata est anima eorum. Es como un hombre en la agonía: Et appropinquaverunt usque ad portas mortis (Psal. CVI 18).
El hombre tibio es como las estatuas de madera, de piedra o de yeso, que tienen ojos, y no ven; oídos, y no oyen; olfato, y nada perciben; boca y lengua, y no hablan; manos, y no las mueven; piés, y no andan, dice el Salmista (1).
La tibieza es un enemigo continuo que entorpece: Dormitavit anima mea prae taedio (Psal. CXVIII 28). El hombre tibio no se fija en la ley de Dios, se separa de ella, y cae en la inacción espiritual: Defecit spiritus meus (Psal. CXLII. 7).
El hombre tibio es una tierra vacía, estéril; puede también decirse: Terra inanis et vacua (Gen. 1. 2).
El hombre tibio parece que honra todavía a Dios, que le ruega; pero es con disgusto, con la punta de los labios: Su corazón está seco y apartado de Dios: Populus hic labiis me honorat, cor autem eorum longe est a me (Isai. XXIX. 13).
El hombre tibio es como aquel desgraciado del Apocalipsis que se creía rico y opulento, pensando no tener necesidad de nada; y era miserable, y digno de lástima, y pobre, y ciego, y desnudo: Quia dicis: Quod dives sum, el locupletatus, et nullius egeo; el nescis quia tu es miser, et miserabilis, et pauper, et coecus, et nudus. (III. 17).
El hombre tibio es como Sansón entre las manos de Dalila; su alma pierde toda su fuerza, y cae en un cansancio próximo de la muerte: Déficit anima eius, et ad mortem usque lassata est (Judic. XVI. 16).
Grados de la tibieza; a donde se conduce
Encontramos en la enfermedad de Lázaro los grados de la tibieza, y vemos a dónde le condujo. 1° Estaba lánguido, languens… 2° Se puse enfermo, infirmabatur… 3° Dormía, Lazarus dormit… 4° Muriò, Lazarus mortuus est… 5° Cayó en putrefacción, jam foetet (Joann. XI. passim.). O tibieza, ¿á dónde has conducido a Lázaro? ¿Ubi posuistis eum? (XI. 34).
Señor, venid y ved este tan horrible estado: Domine, veni, et vide (Joann. XI. 34).
El Evangelio nos dice que Jesús se estremeció y lloró (Id. XI. 33-35). Habia una piedra colocada sobre Lázaro… (Id. XI. 38.). Jesús dijo: Quitad la piedra: Tolite lapidem. (Id. XI. 39). Y Jesús gritó con voz fuerte: Sàl, Lázaro: Lazare, veni foras (Id. XI. 43.). Oh! digno de desearse es semejante prodigio para resucitar al hombre!
Es difícil, dice Eusebio, no caer en faltas graves, cuando no se temen las más ligeras (In Chronic). El que desprecia las faltas pequeñas, dice el Espíritu Santo, caerá poco a poco en las mayores: Qui spernit modica, paulatim decide (Eccli. XIX. 1.).
Preveis las grandes caidas, dice S. Agustin, y despreciáis las pequeñas. Habéis arrojado lejos de vosotros una piedra enorme; pero tened cuidado de que la arena no os envuelva y entierra: Magna praecavisti; de minimis quid agis? Projecisti molem; vide ne arena obruaris (In Eccles.).
Peligros y desgracia de la tibieza
Conozco vuestras obras, dice el Señor en el Apocalipsis; sé que no sois fríos ni calientes. ¡Ojalá fueseis frios o calientes! Pero, porque sois tibios, y ni frios ni calientes, os vomitaré de mi boca: Seio opera tua, quia neque frigidus es, neque calidus. ¡Utinam frigidus estes aut calidus! Sed quia tepidus es, nec frigidus, nec calidus, incipiam te evomere ex ore meo (III. 15-16)
He pasado, dice el Señor en los Proverbios, por el campo del perezoso y por la viña del insensato; y todo estaba lleno de espinas; las malezas cubrian el rastro, y la muralla de piedra había caído (XIV. 30-31-33-31).
El que descuida su viña, dice S. Bernardo, la destruye. No hay sarmiento dónde no hay cepa: Jesucristo es la copa. Como ha de producir la viña, si está seca? Cómo vivirá el hombre tibio, él en quien la divina savia ya no circula casi? Por lo mismo que lleva una vida inútil, su vida es una muerte: Sic, eo ipso quod inutiliter vivit, vicens mortuus est (Serm. in Cant.).
¡Desgraciado del hombre tibio! Será como el tamarindo del de sierto que ignora los días de abundancia; porque habitará en los lugares áridos del desierto, en una tierra cubierta de sal e inhabitable, añade Jeremías (XVII. 5-6).
Dadles, Señor, dice el profeta Oseas. Y ¿qué les daréis? Dadles entrañas estériles y pechos aridos: Da eis, Domine; ¿quid dabis eis? Da eis vulvam sine liberis, et ubera arentia (IX. 14.).
Ay! los tibios lienen la triste suerte del desgraciado Balthasar: se les pesa, pero se les encuentra demasiado ligeros: Appensus es in statera, et inventos es minus habens (Daniel, v. 27).
La fuerza y el talento desaparecen con la tibieza, dice S. Crisóstomo: Per teporem vires et ingenium defluunt(Homil. ad pop.).
El hombre tibio es juguete del maligno espíritu… Rufino cuenta que el abate Pimedio decía: Las moscas se apartan del agua hirviente, caen en el agua tibia, y engendran los gusanos; los demonios huyen de una alma abrasada por la caridad, pero se arrojan en una alma tibia, y engendran en ella podredumbre de las pasiones y de los vicios (In Vit. Patr., lib. VII, c. XXXIX).
Jesucristo, dice S. Agustín, ha venido, ha atado a Satanás. Pero dirán algunos: Si Satanás ha sido atado, ¿por qué hace todavía tantos estrago? Es verdad, hace mucho mal; pero es a los tibios y a los negligentes (Venis Christus, et alligavit diabolum. Sed dicet aligatus est, quare adhuc tantum praevalet? Verum est, multum praevalet; sed tepidis et negligentibus – Serm. CXCVII, de Temp.).
Cuán culpable es la tibieza, y cuán difícil es salir de tan triste estado
Es más común ver que grandes pecadores se convierten sinceramente y vuelven a Dios, que lo hacen hombres tibios. Los fríos de que habla la Escritura son los infieles que pecan por ignorancia; los tibios son peores que ellos, es decir, los cristianos cobardes (Epist. LVI ad Richardum).
Los corazones fríos se convierten bastantes veces; pero los tibios casi nunca. Así pues el peligro es mayor en la tibieza que en la frialdad.
Conozco a muchos, dice S. Crisóstomo, que han tenido todas las virtudes, y por su tibieza han venido a parar en el abismo de todos los excesos: Novimus multos, omnes virtutis numeros habuisse; tamen negligentia lapsos ad vitiorum baratrum devenisse (Homil. ad pop.).
Puede esperarse, dice S. Gregorio, que un corazón frió ame nn día á Dios; pero para el Puede esperarse, dice S. Gregorio, que un corazón frío ame un día a Dios; pero para el corazón tibio, que ha perdido su fervor, no hay ya esperanza(Pastor.).
Ordinariamente, un amor vivo, después de graves caídas, es más del agrado de Dios que la inocencia entorpecida en la seguridad, dice S. Gregorio: Fuit plerumque gratior Deo amore ardens post culpam vita, quam securitate torpens innocentia (Lib. IIIPastor., admon. XXXIX).
Causas de la tibieza
Las principales causas de la tibieza son: 1° La ceguedad espiritual…; 2° el alejamiento de Dios. El alma tibia imita a Pedro, que en el tiempo de la pasión seguia a Jesucristo de lejos; lo que fué causa de su caída: Sequebatur eum a longe… Negavit (Matlh. XXVI. 58-70); 3° el abandono de su primer fervor: Caritatem tuam primam reliquisti… (Apoc. 11. 3); 4°el olvido de la oración, del examen de conciencia, y de la elevación del corazón a Dios…; 5° la tibieza procede de la confianza en nosotros mismos, de la plenitud de nosotros mismos, del orgullo, de la presunción, del desprecio de Dios y de las cosas santas…; 6° del desprecio de las fallas ligeras y del hábito de caer en ellas sinn escrúpulo…; 7° del abuso de las gracias…; 8° hacer las cosas santas por hábito engendra la tibieza…
Es preciso salir de la tibieza
Os advierto, dice el Gran Apóstol a su discípulo Timoteo, que hagais revivir la gracia de Dios, que tenéis, por medio de la imposición de mis manos: Admoneo te ut ressuscites gratiam Dei, quae est in te, per impositionem manuum mearum (II. l. 6).
Dios no da su gracia alos perezosos y a los libios, sino a los que desean y tratan de adelantar; a los que se aplican al estudio y a la práctica de las virtudes y de la perfección: por esto el Esposo dice a la Esposa de los Cantares: Levantaos, apresuraos, amada mia, y venid: Surge, propera, amica mea, et veni (II, 10).
Y cuando el ángel vino a romper las cadenas que sujetaban a Pedro en la cárcel, le dijo: Levántate pronto: Surge velociter (Act. XII. 7).
Remedios para salir de la tibieza
1° Nada más eficaz para salir del triste estado de la tibieza, que un ferviente amor de Dios…
2° La aplicación en obras buenas…
3° La meditación frecuente de las postrimerías…
4° La huida de la pereza espiritual. Vosotros que dormís, levantaos, dice el Gran Apóstol, y salid de entre los muertos, y Cristo os iluminará: Surge, qui dormis, et exurge a mortuis; et illuminabit te Christus (Ephes. V. 14)
5° La palabra de Dios escuchada, meditada y practicada, aparta la tibieza…
6° Como todos los días ofendemos al Señor, hagamos una penitencia continua…
7° Tengamos un odio sincero al pecado…
8° Nuestros enemigos tratan constantemente de nuestra ruina: tratemos constantemente de defendernos…
9° Trabajemos por nuestra salvación con temor y estremecimiento…
10° No hemos de desanimarnos nunca ante las numerosas faltas que cometemos; sino que hemos de arrepentimos y renovar muchas veces el buen propósito…