Juan Gonzalo Larrain Campbell

 

 

Plinio Corrêa de Oliveira:

 

Previsiones y Denuncias

en defensa de la Iglesia y de la civilización cristiana

"CATOLICISMO" – Junio de 2005

 

“Supermercado de religiones”

 

Cierto ecumenismo, que defiende una igualdad entre todas las religiones, desorienta a muchos fieles católicos. Esto ha favorecido el crecimiento de las sectas protestantes, peligro denunciado por Plinio Corrêa de Oliveira.

 

 

En Defensa de la Acción Católica,

obra fundamental para conocer

las causas de la crisis

desencadenada en la Santa Iglesia

en la fase post conciliar

 

             En su libro Revolución y Contra-Revolución (1959), que mereció numerosos elogios de altas personalidades eclesiásticas y temporales, Plinio Corrêa de Oliveira describe y analiza el proceso revolucionario que hace seis siglos viene destruyendo la Cristiandad. Y enseña: “Dos nociones, concebidas como valores metafísicos, expresan bien el espíritu de la Revolución: igualdad absoluta, libertad completa”[1].

Después de mostrar que el orgullo es la pasión que mejor sirve al igualitarismo, el autor denuncia varios aspectos de ese igualitarismo radical y metafísico. Entre ellos describe el siguiente:

Igualdad entre las diversas religiones: todas las discriminaciones religiosas son antipáticas porque ofenden la fundamental igualdad entre los hombres. Por esto, las diversas religiones dbeen tener un tratamiento rigurosamente igual. Que una religión pretenda ser verdadera con exclusión de las otras es afirmar una superioridad, es contrario a la mansedumbre evangélica, e impolítico, pues le cierra el acceso a los corazones”[2].

 

El verdadero y el falso ecumenismo

Si existe algún término del cual se ha abusado en los medio católicos, éste es “ecumenismo”. Su difusión es hoy tan generalizada, que no nos detendremos en documentarla con pormenores.

Ecuménico es tradicionalmente sinónimo de universal. De ahí, por ejemplo, la designación de Concilios Ecuménicos para nombrar los concilios que, presididos por el Papa, se hacen con todos los obispos católicos del mundo. Se distinguen de los concilios diocesanos o regionales.

En este sentido, está en la misión de la Iglesia Católica trabajar ardientemente por un sano ecumenismo, y los católicos deben desear de todo corazón la conversión del mayor número de almas, de manera que haya “un solo rebaño y un solo Pastor”.

Sin embargo, esta conversión debe realizarse siempre con el auxilio de la gracia de Dios, siendo enseñada al neófito toda la doctrina de la Iglesia, aunque por partes, pero sin ninguna relativización.

Además, se debe hacer el juego de la verdad, señalando lealmente las discrepancias doctrinarias con relación a las otras religiones y enseñando los argumentos que refutan todos los errores y todas las herejías. Es la apologética católica.

Pero, el término “ecumenismo” pasó por transformaciones, y no es extraño, hoy en día, que haya acabado designando una especie de compromiso entre la verdad y el error, inaceptable para un católico.

Los adeptos de este “ecumenismo” ponen todo su empeño en reducir a la mínima expresión las verdades católicas, para no chocar —dicen— a los no católicos. Así, su principal esfuerzo parece ser el de adaptar las enseñanzas evangélicas a las máximas del mundo o, inclusive, a las teorías de sectas heréticas.

En su método de “apostolado”, tales elementos también hacen todo lo posible por subestimar lo que separa a la Iglesia de la herejía e hipervalorizar lo que, según ellos, las une.

En artículo publicado en Catolicismo (en junio de 2003), se trató del libro En Defensa de la Acción Católica, obra fundamental para conocer las causas de la crisis desencadenada en la Santa Iglesia en la fase post conciliar. Tal obra fue dada a luz en junio de 1943, cuando el autor era presidente de la Junta Arquidiocesana de la Acción Católica de São Paulo. Fue un “libro-bomba”, que despertó muchas almas del letargo en que se encontraban. Aunque traía un prefacio del entonces Nuncio Apostólico en Brasil, Monseñor Bento Aloisi Masella, y recibió cartas de aplauso de más de 20 obispos —al lado del silencio de muchos otros— sus tesis suscitaron furibunda irritación en numerosos prelados y sacerdotes. Seis años más tarde, el Substituto de la Secretaría de Estado Mons. Giovani B. Montini (después Papa Paulo VI), envió una carta al autor en la cual comunica el regocijo del Papa Pio XII con la publicación de En Defensa.

En el presente artículo veremos que los primeros síntomas del estado de espíritu ecuménico (en su mal sentido), brotaron en círculos de la Acción Católica y fueron denunciados con clarividencia por Plinio Corrêa de Oliveira.

 

Deserción generalizada: futuro de ese estado de espíritu

Ya en el tiempo del Legionário, él indicaba ese estado de espíritu, previendo la deserción general que se daría en las filas católicas, en el caso de que el sistema de ocultar la integridad de la Fe fuese aplicado como regla universal de procedimiento:

“¿Quién diría que todo esto comienza hoy a renacer? ¿Quién diría que, bajo pretexto de la infiltración, hay quien sostenga que el católico debe evitar enarbolar claramente el pendón de la Fe, que debe evitar todas las actitudes o todas las opiniones capaces de desagradar la corrupción del siglo, que él debe, para atraer las almas a Cristo, esconder cuidadosamente que pertenece a la Iglesia de Cristo, y que, en vez de proclamar las verdades de Cristo, para hacer que las almas se encanten con su perfume, debe ocultar su Fe, e insinuarla como una mercadería de contrabando? ¡Oh, San Pablo, que entraba con ufanía en el areópago a fin de predicar a Jesucristo, y Jesucristo crucificado! Evidentemente, hay situaciones excepcionales que imponen una regla de conducta inmensamente moderada. Pero, ¿quién no vería la deserción general que esa conducta produciría, en el caso que ella fuese predicada como regla universal de procedimiento?[3].

 

Los peligros del “apostolado de conquista”

Todo apostolado consiste en conquistar las almas para Nuestro Señor Jesucristo, de modo que aquellas que están fuera de la Iglesia entren en Ella, y las que están tibias se enfervoricen.

En medios de la Acción Católica, sin embargo, se comenzó a usar la expresión “apostolado de conquista”, que se diferenciaba del verdadero apostolado por un intemperante deseo de atraer las almas, cualquiera que fuese la disposición de éstas, sin tomar en consideración los peligros que esa actitud acarrearía para el apóstol, ni las oposiciones que él encontraría en el mundo. Lo que, además, no produciría auténticas conversiones.

Descuidaban, así, la propia vida espiritual, tendiendo a diluir la doctrina católica para presentarla con un aspecto más simpático a los ojos de los mundanos. Este modo de actuar terminó formando en sectores de la Acción Católica, consciente o inconscientemente, una predisposición favorable para con los mundanos, los herejes y los moralmente corruptos, predisposición ésa que se expandió posteriormente a los medios progresistas en general.

Al describir el espíritu y los métodos del “apostolado de conquista” que movían a miembros de la Acción Católica, Plinio Corrêa de Oliveira profetizó que la generalización de este ‘apostolado’ causaría grandes apostasías: “La preocupación o más bien la obsesión del apostolado de conquista genera otro error que mencionamos simplemente aquí, y respecto del cual en ulterior capítulo nos extenderemos más. Consiste en ocultar o subestimar invariablemente lo que hay de malo en las herejías, a fin de dar al hereje la idea de que es pequeña la distancia que lo separa de la Iglesia. Entretanto ¡con esto, se olvida que se oculta a los fieles la malicia de la herejía, y se bajan las barreras que los separan de la apostasía! Es lo que sucederá con el uso, en amplia escala o de manera exclusiva, de este método”[4].

Es precisamente lo que ha ocurrido.

 

“Canonización” del respeto humano

             En coherencia con el estado de espíritu denunciado más arriba, miembros de la Acción Católica preconizaban “el retroceso estratégico”, que consistía en ocultar las verdades católicas que chocarían a aquellos que deseaban conquistar. Pues éstos se encontrarían siempre de buena fe, en el error, bastando un poco de tacto y una dosis diluida de verdad para convertirlos.

Esta técnica, basada en principios falsos, también fue denunciada por Plinio Corrêa de Oliveira:

“Sin embargo, es a este error que arrastran ciertas concepciones demasiado estrechas de la técnica del apostolado, que se difunden en algunos círculos de la Acción Católica. Aceptándose los métodos preconizados en tales círculos, se diría que la inmensa variedad de las almas existentes fuera de la Iglesia se reduce a un sólo tipo de personas, idealmente bien intencionadas y cándidas, en cuyo interior ningún obstáculo voluntario se levanta contra la Fe, y que un simple equívoco de orden meramente especulativo y sentimental mantiene alejadas de la Iglesia.

“Establecida esta concepción arbitraria, toda la sabiduría pastoral se reduce a iluminar las inteligencias y a granjear simpatías, lo que debe ser hecho evidentemente de a poco, con extremo tacto, en dosis diluidas, para que esas almas, ‘subiendo lentamente de claridad en claridad, se reconcilien con lo íntimo de sí mismas, y lleguen por fin, casi sin notarlo, y como que a través de una ingeniosa trampa, a la posesión de la verdad y de la transparencia interior’.

“De ahí resulta toda una táctica que, una vez adoptada oficialmente en la Acción Católica, sería la ‘canonizaciónde la prudencia carnal y del respeto humano. El primer principio de la sabiduría consistiría en evitar sistemáticamente cualquier cosa que, legítimamente o no, pudiera causar la menor diversidad de opinión.

Puesto en un ambiente acatólico, el miembro de la Acción Católica debería resaltar sólo, y sobre todo en el comienzo, los puntos de contacto entre él y las demás personas presentes, callando cautelosamente las divergencias. En otros términos, el inicio de cualquier maniobra de apostolado consistiría en crear amplias zonas de ‘comprensión recíproca’, entre católicos y no católicos, situándose ambos en terreno común, neutro y simpático, por más vago y amplio que fuere este terreno”.

 

En la Acción Católica silencian toda la apologética

“Como consecuencia rigurosa, ciertos elementos de la AC rechazan de modo formal, dejan bajo silencio, parecen olvidar e ignorar todos los pasajes de la Sagrada Escritura, todas las enseñanzas de los Padres y Doctores, todos los documentos pontificios, todos los episodios de la hagiografía católica que resalten la apología de la intrepidez, de la energía, del espíritu de combatividad. Se procura ver la religión con un solo ojo, y cuando el ojo que ve la justicia se cierra para dejar sólo abierto el que ve la misericordia, éste inmediatamente se perturba y arrastra al hombre a la temeraria presunción de salvarse, a sí y a los otros, sin méritos”[5].

 

“Es inmenso el abismo que separa la Iglesia de la herejía”

            La “táctica del terreno común” practicada en círculos de la Acción Católica implica un grave error:

“¡Cuánto hijo pródigo renunciaría al abandono criminal del hogar, si un consejero prudente lo advirtiese de los riesgos sin número a que se expone, dejando los dominios paternos! Es inmenso el abismo que separa la Iglesia de la herejía, el estado de gracia del pecado mortal, y será siempre una obra de misericordia de las más eminentes mostrar a los católicos despreocupados la temible extensión de este abismo, a fin de que no se arrojen despreocupadamente en sus profundidades.

“Todo esto puesto, y ya que, según demostramos, los más altos intereses de la Iglesia y las más graves imposiciones de la caridad nos llevan a actuar de preferencia sobre los hermanos en la Fe, llegamos a la conclusión de que, hacer de la famosa táctica del ‘terreno común’ la nota dominante, y a bien decir exclusiva de la propaganda de la Acción Católica, implica un grave error.

“Imagínese el efecto concreto que sobre nuestra masa católica tendría una propaganda cuyo leitmotiv fuese, invariable y exclusivamente, que del protestantismo nos separa sólo una tenue barrera; que estamos todos ligados por la Fe común en Jesucristo; y que mucho mayores son los lazos que las barreras entre nosotros. Quien consiguiera hacer prevalecer esa táctica entre los católicos merecería, por cierto, una gran condecoración de honra, por parte de los protestantes”[6].

 

La Fe católica, la gran ausente

             Después de haber publicado En Defensa de la Acción Católica, Plinio Corrêa de Oliveira continuó insistiendo sobre los males del falso ecumenismo, en las páginas del Legionário, de Catolicismo y de la Folha de São Paulo.

Por ejemplo, en 1984 advertía que la meta de ese ecumenismo sería la exclusión de la única religión verdadera: “¿No disciernen ellos el peligro que a todos nos acecha, al fin de este camino, o sea, la formación, en escala mundial, de un siniestro ‘supermercado de religiones’, filosofías y sistemas de todas las categorías, en que la verdad y el error se presentarán fraccionados, mezclados y puestos en confusión? Ausente del mundo sólo estaría si hasta allá se pudiera llegar— la verdad total; es decir, la Fe católica apostólica romana, sin mácula ni mancha”[7].

 

Centinela de la Iglesia y de la Cristiandad

Para finalizar, citamos un trecho por él escrito en 1968, año de la rebelión estudiantil de la Sorbonne, en el cual, luego de analizar el panorama político internacional, afirma que la crisis progresista que entonces corroía a la Iglesia era la consecuencia de aquello que él mismo denunciara en 1943, con la publicación de En Defensa de la Acción Católica:

“Me parece indispensable completar este cuadro doloroso con lo que sucede en un mar incomparablemente más importante y más noble que el Índico, el Mediterráneo o cualquier otro. Es el océano inmenso, espiritual, sacratísimo, de la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana.

“En este terreno, el año 1968 fue el del estallido. Mil gérmenes de confusión y de deterioración —que de nuestra parte veníamos combatiendo desde los días borrascosos de 1943, en que publicamos En defensa de la Acción Católica— explotaron. La crisis salió de los bastidores para soplar en las sacristías y en los templos, y desde allí ganar las plazas públicas. Sin dolor ni piedad, ella va penetrando hasta en los menores rincones, y quien hoy repitiera las frases —otrora tan verdaderas y tan gloriosas— sobre la opinión católica como dique inquebrantable ante el comunismo, provocaría risotadas o compasión. Ése es el hecho más trágico del año trágico de 1968.

“¿Es éste el artículo de un pesimista? ¿Quién es el pesimista auténtico? ¿Es el centinela que clama alertando sobre el peligro, con la esperanza de que la gravedad de la hora galvanice energías aún capaces de vencer? ¿O es quien, desde dentro de la ciudadela, responde al grito de alarma: ‘No hay peligro... —por lo demás el enemigo no es así tan detestable...— y, principalmente, no hay nada que hacer; déjeme dormir hasta que él entre, pues todo está perdido…’?”[8]

*   *   *

A modo de conclusión, adelantamos al lector que, aunque los errores señalados en el libro En Defensa de la Acción Católica se hayan difundido ampliamente en los sectores progresistas de la Iglesia, causando perplejidades, confusiones y apostasías, han encontrado también reacciones, desconfianzas y tristeza en muchos sectores de la opinión católica, que así escaparon, al menos en parte, de su nefasta influencia. Lo que trajo como consecuencia una separación entre la cúpula progresista y buena parte del pueblo fiel, haciendo pedregoso y más lento el caminar del ímpetu igualitario en el proceso revolucionario.

 

Unicidad de la Iglesia

            “ ‘La Iglesia está constituida en la unidad por su misma naturaleza; es una, aunque las herejías traten de desgarrarla en muchas sectas. Decimos, pues, que la antigua y católica Iglesia es una, porque tiene la unidad; de la naturaleza, de sentimiento, de principio, de excelencia [...]. Además, la cima de la perfección de la Iglesia, como el fundamento de su construcción, consiste en la unidad; por eso sobrepuja a todo el mundo, pues nada hay igual ni semejante a ella’[9].

Por eso, cuando Jesucristo habla de este edificio místico, no menciona más que una Iglesia, que llama suya: ‘Yo edificaré mi Iglesia’[10].

Cualquiera otra que se quiera imaginar fuera de ella no puede ser la verdadera Iglesia de Jesucristo (nº 9).

Esto resulta más evidente aún, si se considera el designio del Divino autor de la Iglesia. ¿Qué ha buscado, qué ha querido Jesucristo Nuestro Señor en el establecimiento y conservación de la Iglesia? Una sola cosa: transmitir a la Iglesia la continuación de la misma misión, del mismo mandato que Él recibió de su Padre…” (nº 10).[11]

  

La única Religión revelada

es la de la Iglesia Católica

Así pues, es imposible que quienes se proclaman cristianos no crean que Cristo fundó  una Iglesia, y precisamente una sola. Mas, si se pregunta cuál es esa Iglesia conforme a la voluntad de su Fundador, en esto ya no concuerdan todos. Muchos de ellos, por ejemplo, niegan que la Iglesia de Cristo haya de ser visible, a lo menos en el sentido de que deba mostrarse como un solo cuerpo de fieles, concordes en una misma doctrina y bajo un solo magisterio y gobierno. Estos tales entienden que la Iglesia visible no es más que la alianza de varias comunidades cristianas, aunque las doctrinas de cada una de ellas sean distintas.

Pero es lo cierto que Cristo Nuestro Señor instituyó su Iglesia como sociedad perfecta, externa y visible por su propia naturaleza, a fin de que prosiguiese realizando, de allí en adelante, la obra de la salvación del género humano, bajo la guía de una sola cabeza (Mat. 16, 18; Luc. 22, 32; Juan 21, 15-17), con magisterio de viva voz (Marc. 16, 15) y por medio de la administración de los sacramentos (Juan 3,5;6, 48-59; 20, 22, Juan 18, 18), fuente de la gracia divina; por eso en sus parábolas afirmó que era semejante a un reino (Mat. 13, 24, 31, 33, 44, 47), a una casa (Ver Mat. 16, 18), a un aprisco (Juan 10, 16), y a una grey (Juan 21,  5-17).[12]


NOTAS

 

[1] Revolución y Contra Revolución, Parte I, Capítulo VII, 3.

[2] Idem, Cap. VII, 3, A, c.

[3] Legionário, Nº 467, 24-8-41, Sofismas novos, erros velhos.

[4] Em Defesa da Ação Católica, Plinio Corrêa de Oliveira, São Paulo, 1983, 2da

Edición, p. 196.

[5] Idem, pp. 203, 204 y 205.

[6] Idem, pp. 221, 222.

[7] Folha de S. Paulo, 10-1-84, Lutero pensa que é divino!

[8] Folha de S. Paulo, 25-12-68, Clarividência otimista e pessimismo dorminhoco.

[9] Stromata, VII, c. 17. San Clemente de Alejandría.

[10] Mt. 16, 18.

[11] Pio XI, Encíclica Mortalium Animos,(6-1-1928).

[12] Pio XI, Encíclica Mortalium Animos (6-1-1928).


 

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