Plinio Corrêa de Oliveira

 

“Lavado de cerebro” y “secta”:

dos palabras de significado indefinible que preparan la tiranía total y la persecución religiosa en el mundo entero

 

 

 

 

 

“Covadonga Informa”, Año VIII - Núm. 95, Julio 1985, pág. 4-7

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La Comisión de Estudios de la TFP norteamericana ha publicado un interesante documento titulado “Lavado de Cerebro”, un mito al servicio de la nueva “Inquisición terapéutica”. En él se citan abundantes textos de psiquiatras. psicólogos y sociólogos norteamericanos de fama mundial asegurando que “lavado de cerebro” es un slogan publicitario que ningún científico de categoría toma en serio.

Considerando que el asunto tiene una gran actualidad en España —últimamente la prensa ha publicado grandes reportajes sobre las sectas y el lavado de cerebro— ofrecemos hoy a los lectores los comentarios sobre el tema que el Prof. Plinio Correa de Oliveira hizo en la revista brasileña “Catolicismo” el pasado mes de Enero.

A las personas que deseen obtener ejemplares del estudio en referencia les rogamos nos envíen una nota. Mientras preparamos una edición española, podemos ofrecer a nuestros lectores la publicación hecha por nuestros hermanos de la TFP colombiana.

 

El “lavado de cerebro” no constituye ningún proceso psicológico misterioso. Más bien se trata de un método de tortura brutal, física, psicológica y moral que reduce al hombre a las condiciones del exprisionero que aparece en la foto. No es ni más ni menos que el obispo misionero italiano, Mons. Alfonso Ferroni OFM, poco después de ser liberado, tras un largo proceso de “lavado de cerebro” aplicado por los comunistas chinos.

 

Por todo el mundo se multiplican, especialmente en los Estados Unidos, organizaciones extravagantes, creadoras o incentivadoras de mitos y de maneras de ser exóticas, que desentonan del modo de vivir de la sociedad actual. Varias han originado crimines abyectos y espectaculares.

Sin embargo, muchas otras organizaciones no conducen necesariamente al crimen ni a prácticas ilegales de cualquier naturaleza. Sirven simplemente de caldo de cultivo para la eclosión de sistemas filosóficos o religiosos, padrones morales y culturales nuevos, muy censurables, por cierto, desde el punto de vista cristiano, pero normales desde el punto de vista del laicismo profesado por todos los países de Occidente.

Con el objeto de acabar con la criminalidad engendrada por las primeras, por una parte y, en segundo lugar, de preservar a la sociedad de la erosión de corpúsculos que, aunque no criminales, se destacan frenéticamente de ella queriendo construir otra cosa, se constituyó, más o menos por todas partes, el movimiento antisectas, especialmente pujante en Estados Unidos, por causa de la ya señalada proliferación de sectas criminales o exóticas allí existentes.

Si ese movimiento tuviese sólo la meta de reprimir la criminalidad, sería justificable y hasta loable, pues en cualquier lugar donde ésta aparezca es justo y necesario que encuentre la represión de las autoridades. Y la barrera de rechazo del consenso general apoyando a las autoridades les facilita el cumplimiento de su deber.

Bastante más delicado es pensar en una represión legal de las sectas en aquello en que ellas no son más que simplemente extravagantes y no tienden a engendrar la criminalidad, pues están dentro de los límites de la ley.

Se dirá que cierto tipo de extravagancia conduce por sí misma al crimen. Y, por tanto, es un deber pedir que la ley establezca prohibiciones preventivas contra ella.

Si el legislador enarbola ese principio —saludable bajo varios aspectos— de acuerdo con una política legislativa moderna, tendrá mucha dificultad de enfrentar la perfecta impunidad que ostentan, por el mundo entero, los factores de corrupción evidentemente responsables de crímenes y perturbaciones sociales de todo tipo.

Además ¿cómo reprimirá el Poder Público algo que no transgredió los límites permitidos por la ley? Se pensará tal vez promulgar una ley antiextravagancia. Pero ¿en qué se fundamentará el Estado, religiosa, cultural y filosóficamente neutro, para determinar el criterio divisor entre normalidad y extravagancia? Y, suponiendo que encontrase tal criterio ¿cómo distinguir, en el terreno accidentado y viscoso de la extravagancia, lo que debe o no debe ser castigado por la ley?

Dentro de la mentalidad laica y neutra de la sociedad actual, si alguien usa en un local público un sombrero de tres picos, —normal en el tiempo de Luis XV— o sale a la calle con zapatos de marajá ¿en qué ofende con eso las actuales concepciones del derecho? Y si dos, tres o cinco individuos se visten de un modo anormal y deciden cantar juntos en la calle canciones estúpidas, ¿en qué eso es reprobable, si las canciones no perturban al orden público ni ofenden a las buenas costumbres?

Pretendiendo que el Estado legisle en el terreno de tales extravagancias, el movimiento antisecta levanta múltiples y delicadas cuestiones legales. Muchas inextricables. Todas, noten, con implicaciones de orden moral y religioso a su vez tan o más delicadas y sin salidas. Pues si se admite que el Estado tiene el derecho de entrar en esas materias, se le atribuye tal amplitud de acción que —teniendo en cuenta las tendencias totalitarias modernas— se provoca inevitablemente la aparición de una especie de doctrina oficial respecto a los sombreros, zapatos o cosas por el estilo; sobre maneras de sentir y de pensar en tal o cual materia, que irá más allá y mucho más hondo, que las leyes suntuarias de la vieja Bizancio o de la China imperial.

Bajo el pretexto de profilaxis antiextravagancia, el Estado moderno se convierte en detentor del derecho de elaborar, definir y hacer prevalecer una opinión oficial sobre casi todos los aspectos de la vida humana, con derecho a reprimir a todos los que no vivan o no piensen de acuerdo con esa opinión oficial.

¿En qué se diferenciará entonces ese régimen en que viviremos, del totalitarismo ruso o chino?

Eventualmente, alguien objetará que en los Países occidentales esas atribuciones no configurarían una dictadura tiránica, pues estarían en manos de mandatarios del sufragio universal. Objeción ingenua, pues si se da al cuerpo electoral tal poder sobre cada particular, no por eso el régimen dejará de ser tiránico.

*    *    *

En la era de la “detente” —bien simbolizada en esta foto en la que Kissinger, Nixon, y Kosiguin, brindan en Moscú— cayeron en desuso las acusaciones de que los comunistas practicaban “lavado de cerebro”. Este sin embargo continuó en vigor...

La solución para la proliferación de la extravagancia tiene que buscarse fundamentalmente en otro campo.

Tales extravagancias son manifestaciones extremas del desorden casi general de una sociedad sin religión. En nombre de la verdadera Religión, no sólo se traza un código perfecto de moral, sino que es posible lanzar en el hombre las semillas de las cuatro virtudes cardinales —prudencia, justicia, fortaleza y templanza— que equilibran todo el actuar social y humano.

Esas son las cuatro virtudes que dan equilibrio al hombre. Si esas virtudes se desestabilizan, decaen o desaparecen en los que componen una sociedad, por lo menos en la fina punta de su procedimiento termina apareciendo alguna extravagancia, alguna aberración, o directamente el pecado.

Ahora bien, frutos dañinos como éstos no se evitan sino por la enmienda moral de la sociedad. Y no es posible moralizar una sociedad a no ser con base en la única Religión verdadera, apoyada por la gracia de Dios.

Esta es una esfera que escapa a la acción del Estado. Si éste quisiera corregir estos aspectos de la vida humana por sí solo y de modo laico, se transformaría en una especie de “Estado-Iglesia”, que en determinado momento creería tener el derecho de juzgar a la Iglesia. Juzgará entonces si los ornamentos usados por la Iglesia en sus funciones litúrgicas son o no extravagantes... a partir de ahí haría la censura, no sólo de los ornamentos sino también del culto. No sólo del culto sino también de la Fe.

Por ejemplo, en el concepto de extravagancia está contenido, frecuentemente, el de anticuado. El sombrero de tres picos, normal en el tiempo de Luis XV, hoy no se usa por ser obsoleto. Entonces, ¿quién puede decir si determinado ornamento litúrgico, usado por un sacerdote de nuestros días, adoptado desde hace casi dos mil años, es o no anticuado? ¿Si es o no extravagante?

Ahora bien, el movimiento antisecta, cuyo ánimo anticriminal originario es perfectamente comprensible, en vez de restringirse a la represión de las prácticas ilegales y criminales a que dan origen ciertas sectas, cabalga aceleradamente rumbo a la tutela del equilibrio social, y más aún, del propio equilibrio mental, del sentido común de todos los hombres y de todos los aspectos de la vida humana. Una vez más es el despotismo “orwelliano” que surge en el horizonte.

Curiosamente, el movimiento antisectas lanza sus ataques en todas las direcciones. Menos en dirección al socialismo y al comunismo. ¿Por qué tal movimiento no los ve como sectas filosóficas? ¿Por qué no califica como extravagante ninguna de las aberraciones del movimiento hippie, del rock (confesadamente satánico en varios de sus rituales)? Una vez más, ¿por qué?

No es posible dejar de concluir que, en el orden práctico de las cosas, ese movimiento conduce al totalitarismo global. Y de ese modo prepara el camino al comunismo. Además, su silencio favorece al comunismo.

Y, muy sintomáticamente, el movimiento antisectas se lanza con frecuencia contra los enemigos que el comunismo quiere derribar.

Así, parece difícil negar la hipótesis de que ese movimiento y el social comunismo son complementarios.

*    *    *

La controversia sobre las sectas en los Estados Unidos —donde por una peculiar acomodación de lenguaje también son llamadas “cults” (cultos)— produjo una inmensa literatura, porque opositores y defensores recurrieron a los científicos sociales, psicólogos, psiquiatras y otros especialistas en temas conexos.

El público español en general no está al corriente de esa nueva literatura. Por tanto, no dispone de los elementos más actuales para formarse una idea adecuada del tema, que va apareciendo también en nuestra prensa, con una carga emocional que amenaza aturdir los espíritus y desvirtuar los juicios.

Según la terminología teológico-canónica, el problema se coloca en términos distintos de los que están circulando en el lenguaje corriente norteamericano. En efecto, según éste, una secta se define como una organización que adopta una doctrina extraña y que en el modo de ser de sus secuaces discrepa de los hábitos de la sociedad actual. En el lenguaje teológico, la secta se configura, antes que nada, por la disonancia de su doctrina con la doctrina de la Iglesia, o por la desobediencia a las autoridades eclesiásticas legítimas. En una palabra, por la ruptura con la comunión en la Fe o en la obediencia de la Iglesia. De ese modo, por ejemplo, son sectas las “iglesias” protestantes, las iglesias greco-cismáticas, etc.

En el mundo relativista de hoy, lamentablemente, la Fe católica dejó de ser reconocida como punto común de referencia y los espíritus desnortados buscan otros criterios para definir sus posiciones en relación a las sectas. Así, el estado de unión o de ruptura con la Iglesia Católica dejó de ser el criterio de juicio y en muchos casos la norma pasó a ser, como fue dicho, la conformidad o la ruptura con los usos y costumbres vigentes en determinada sociedad o en determinado ambiente.

La persecución a las sectas, así pues, es hecha con base en un criterio frecuentemente desvirtuado. Porque, con la paganización general de las mentalidades y de las costumbres, no es raro que las sociedades y los ambientes tomados como padrón vayan discrepando cada vez más de lo que enseña y manda la Iglesia.

*    *    *

“Lavado de cerebro” no fue una expresión creada por los científicos, sino por un periodista norteamericano, Edward Hunter, corresponsal en Hong Kong.

En los Estados Unidos causó profundo impacto en la opinión pública el término “lavado de cerebro”, lanzado por el periodista norteamericano Edward Hunter Jr. En una serie de artículos escritos en 1950 para el “The Miami Daily News” y el “The Leader Magazine”, ese periodista describió los procesos de tortura a que fueron sometidos sus coterráneos, cuando cayeron en manos del enemigo en la guerra de Corea. Como ese proceso tenía en vista obtener confesiones falsas y cambiar las convicciones ideológicas de los prisioneros, y parecía haber producido algún resultado —aunque durante tiempo limitado— el referido periodista acuñó la metáfora del “lavado de cerebro”. Por su valor expresivo, alcanzó gran éxito no sólo en los Estados Unidos, sino también en todo el mundo. La metáfora se aplicaba definidamente a los métodos comunistas de comprimir la personalidad para obtener confesiones falsas y cambiar la ideología de la víctima.

El Dr. Thomas Szasa, profesor de psiquiatría de la Universidad del Estado de Nueva York. “Nadie puede lavar el cerebro de otro, del mismo modo que no se le puede hacer sangrar por medio de respuestas cortantes” ...

Es comprensible que, con la proliferación de las sectas, sectores muy sensibilizados de la opinión pública procurasen utilizar la expresión “lavado de cerebro”, para intentar explicar el cambio de conducta de los seguidores de una nueva y extraña doctrina. No entraban para nada en el análisis del fenómeno, los aspectos pretendidamente “lógicos” que pueden haber actuado en la “conversión” de la persona a la secta. El adherente había roto con su ambiente doméstico o profesional, o con la sociedad en general, y este rompimiento era índice suficiente de que había sufrido un proceso de “lavado de cerebro”. La tesis era de que nadie rompe con el ambiente en que vive a no ser por una violencia externa a la cual fue sometida. Una vez aceptada gratuitamente esa tesis, nadie dudaba de la validez científica de la conjetura.

A la noción de secta se agregaba así un elemento nuevo; secta es el grupo que practica “lavado de cerebro”. De ahí la definición inversa, cuyo error es evidente: “lavado de cerebro” es lo que practican las sectas para conseguir adeptos…

Renombrados científicos, profesores en universidades norteamericanas de gran prestigio se pusieron a estudiar el asunto y llegaron a la conclusión, muy sorprendente para la opinión pública en general, de que el concepto de “lavado de cerebro” es un slogan periodístico de gran impacto, aunque completamente vacío de contenido científico.

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Según los adeptos del mito del “lavado cerebral”, la vida aislada y recogida de religiosos y religiosas —como se aprecia en la foto, que focaliza una procesión conventual en el monasterio de las Huelgas Reales— regida por padrones de comportamiento rígidamente austeros, en el que los actos comunitarios se repiten regularmente a lo largo de los años, constituiría “lavado de cerebro”.

En las actuales circunstancias, las inquietantes extravagancias de tantas sectas deben ser combatidas de modo disuasorio y sus infelices seguidores reconducidos al único y verdadero aprisco de las almas: la Santa Iglesia Católica. Si todas las cosas fuesen restauradas en Cristo —según el sublime y entusiasmante lema del Pontificado de San Pío X, que es también el de “Catolicismo”: “Omnia instaurare in Christo”— las ovejas descarriadas encontrarán en el regazo de la familia o de la sociedad que hayan abandonado, el aire purificador que sus almas podrán respirar para desarrollar plenamente sus potencialidades.

Ese ideal por el cual luchamos conduce a la consideración de otra razón de peso que llevó a “Catolicismo” a traducir y publicar este trabajo, preparado por la Comisión de Estudios de la TFP norteamericana.

¿Por qué no se denuncia el proselitismo comunista —además del permisivismo moral, de la degradación de las costumbres, de los efectos corrosivos de la televisión, etc.— cuando se enumeran los factores determinantes de la desunión de la familia en nuestra época?

Los comunistas, los inocentes útiles del comunismo, los izquierdistas de todos los matices y especialmente los izquierdistas “católicos” se unen a coro para clasificar como “secta” a varios grupos de católicos fieles al Supremo Magisterio tradicional de la Iglesia.

Y para cargar su desprecio con una injuria suplementaria acusan a los católicos tradicionales de practicar el “lavado de cerebro” con sus prosélitos. Exactamente igual que el coro antisecta descrito en los Estados Unidos.

Este trabajo tiene, pues, como objetivo desarmar la ofensiva de los comunistas y sus cómplices “compañeros de viaje” e “inocentes útiles” (siembre muy útiles y frecuentemente poco inocentes).

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La reciente campaña publicitaria en Venezuela, cuyo desenlace, por ahora, es la proscripción de la Asociación Civil Resistencia, cohermana autónoma de las 14 TFP, indicó que era el momento adecuado de publicar el presente estudio. Ya lo hizo en Diciembre pasado la TFP colombiana en un opúsculo de 60 páginas.

Para el público venezolano que por ventura tome conocimiento de este estudio, sirva él de elemento de reflexión y ponderación para vencer el clima cargado de turbulencia emocional y de infestación preternatural que propició a las autoridades del simpático país hermano tomar una medida marcada con todos los síntomas de irregularidad jurídica y de injusticia, en un auténtico ambiente de persecución religiosa, (cfr. Persecución religiosa en Venezuela — Nube negra baja sobre el país hermano, en “Covadonga Informa”, no. especial - Diciembre 84).

Catolicismo” alimenta la certeza —que es la de todas las TFP— de que se hará justicia a la Asociación Civil Resistencia en un tiempo más o menos breve y que el decreto gubernamental del 13 de Noviembre último, suspendiendo sus actividades, pasará a la Historia. Esa certeza se fundamenta en la confianza que, como todos los venezolanos y todos los amigos de Venezuela, depositan en la poderosa intercesión de Nuestra Señora de Coromoto, Reina y Patrona del querido país hermano. 


LENGUAJE CARGADO DE PRECONCEPTOS EN LOS MEDIOS DE COMUNICACION SOCIAL

“Los reportajes de los medios de comunicación social sobre los grupos religiosos minoritarios están redactados en un argot cargado de preconceptos: “aquello que se quiere destruir, primero es rotulado de manera peyorativa: la religión es calificada de secta; el proselitismo, de “lavado de cerebro”; la persuasión, de propaganda; los misioneros, de agentes subversivos; los retiros, monasterios y conventos son transformados en prisiones; los ritos sagrados, en conducta extraña; la devoción y meditación, en trances psicopáticos” (Guttman, 1977, p. 210) (William C. Shepperd, Constitutional Law and Marginal Religions, in David G. Bromley & James T. Richardson (ed). The Brainwashing Deprogramming Controversy; Sociological Psychological, Legal and Historical Perspectives, The Edwin Mellen Press, New York-Toronto, 1983, p. 261).

LA NOCION SUBJETIVA DE “LAVADO DE CEREBRO”, UN ARMA DE REPRESION

“La esencial subjetividad de las nociones de lavado de cerebro y control mental permite su utilización como arma de represión. Porque siempre es posible sustentar que este o aquel monasterio o comunidad de tal manera entrelaza los ritos y las doctrinas, que aprisiona al neófito en rígidos padrones de pensamiento...

“El libre arbitrio difícilmente es un concepto tangible o empírico. En la ausencia de coacción física tangible, ¿cuáles serían los criterios para concluir que existe un cerebro lavado o una voluntad aprisionada? Es imposible refutar las acusaciones de control mental” (Thomas Robbins, Dick Anthony & James MacCarthy, Legitimating Repression, in Bromley & Richardson, op. cit, p. 323)

“La metáfora del lavado de cerebro es mejor entendida como arma social que ofrece un fundamento racional “libertario” para la supresión de movimientos sociales y sistemas de creencias impopulares. La noción de lavado de cerebro es un arma social ideal porque: 1) supone que las autoridades no están queriendo realmente suprimir la libertad de opinión, porque no estarían interesadas en el contenido de ninguna creencia, sino en el modo como ésta fue impuesta; 2) su posible aplicación nunca puede ser realmente refutada (...) y 3) supone que los devotos de la religión son receptores pasivos del condicionamiento social, y no personas que buscan un sentido y compromiso para sus vidas, en el ejercicio de sus libertades constitucionales.

“La utilidad del concepto de lavado de cerebro como arma social proviene en parte de la suposición de que la preocupación de quien la usa no está centrada en el contenido de una creencia u opinión, sino en el modo como esa creencia fue desarrollada (o sea, mediante lavado de cerebro)” (Thomas Robbins, Dick Anthony & James MacCarthy, Legitimating Repression, in Brombley & Richardson, op. cit, p. 322).


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