Parte III
Capítulo 5 Pleitear la militancia católica en el Partido Comunista y la “teología de la reconciliación": trágicos frutos “encarnacionistas” del proceso convergencial de los prelados cubanos
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Monseñor de Céspedes elogia a Fidel y solicita afiliación de católicos al Partido Comunista Aún a quien haya seguido de cerca, en estas páginas, la trayectoria colaboracionista con el comunismo del Director del Secretariado de la Conferencia Episcopal Cubana (CEC), Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, no podrá dejar de espantar su pedido para que los católicos militen en el propio Partido Comunista de Cuba. En declaraciones a “L’Humanité”, órgano del Partido Comunista Francés,1 el prelado en primer lugar teje las consabidas loas al dictador, de quien dice admirar “la energía, la tenacidad con que se consagra al ideal (!) revolucionario”, agregando: “Admiro también su actitud coherente desde siempre; pienso que él es un hombre extremadamente inteligente, un jefe de Estado de gran envergadura (...)” Después de este pleito de admiración, viene una salvedad sobre la cual no parece sacar las conclusiones: “Él es ateo, yo soy un hombre de fe”. Y por fin, la demanda inverosímil: alegando que los católicos aún son "discriminados”, reclama para ellos el “derecho de participar de la vida política del país y ejercer normalmente cualquier tipo de actividad, inclusive, afiliarse al Partido Comunista”. “Abyssus abyssum invocat”, dicen las Sagradas Escrituras (Ps. 41, 8). Así, de abismo en abismo, Monseñor de Céspedes, llega ahora al extremo de pleitear el “derecho” de las ovejas a entrar en la propia boca del lobo...
Monseñor de Céspedes aprovecha puerta entreabierta por el propio Fidel El pedido de Monseñor de Céspedes viene una vez más al encuentro de una posibilidad aventada por el propio dictador vitalicio en el libro-entrevista “Fidel y la Religión”, respondiendo a preguntas de Fray Betto. Son tres, por lo menos, los momentos en que Castro se refiere al tema: en los ítems “Los cristianos y el Partido Comunista", “La discriminación hacia los cristianos" y “¿Es la religión el opio del pueblo?". Reportándose a la teoría marxista, el dictador había afirmado que “no hay una sola frase de Marx” excluyendo a los cristianos de las filas comunistas. “Principalmente se plantea la cuestión de la aceptación del Programa del Partido como condición para ser militante”, agregó.2 Fray Betto, ya en julio de 1985, se había lamentado ante el dictador por la “discriminación” al “cristiano que quiera integrarse al proceso revolucionario”. Castro, en síntesis, había respondido al dominicano brasileño que reconocía la existencia de cierta “discriminación sutil”, de la cual dijo discordar; pero alegó que necesitaba preparar a las bases del Partido para admitir en sus filas a los cristianos revolucionarios, y sostuvo que tanto Fray Betto cuanto elementos de la “izquierda católica” latinoamericana podían, “con el ejemplo”, acelerar esa absorción.3
Monseñor de Céspedes insiste en ingreso de católicos al PCC, y se le suma Arzobispo de La Habana En febrero de 1986, en momentos en que se celebraba el ENEC, su portavoz, Monseñor de Céspedes, vuelve a la carga con el tema del ingreso de católicos al PCC, durante una de las numerosas conferencias de prensa por él efectuadas. Tal vez pensase que los “ejemplos” de fervor revolucionario pedidos por Castro a la “izquierda católica”, y por ésta concedidos en los últimos meses, desde el lanzamiento de “Fidel y la Religión”, ya eran suficientes para convencer a las bases del Partido Comunista... Monseñor de Céspedes “aspira a la apertura del partido único, el Partido Comunista, a la militancia de los creyentes", informó un despacho de la agencia DPA procedente de La Habana, publicado en el conceptuado semanario montevideano “Búsqueda”.4 El portavoz episcopal manifestó textualmente: “Sería deseable cierto pluralismo dentro del Partido”. Como para dar más peso a esa insistencia, el propio Arzobispo de La Habana, Monseñor Jaime Lucas Ortega y Alamino, se pronunció en el mismo sentido, afirmando que “sobre el particular” —ingreso de católicos en el PCC— “para que eso aconteciese el Partido tendría que dejar de exigir el ateísmo como condición para la militancia”.5 Es decir, no se pone ninguna restricción al programa sociopolítico del PCC; tan sólo al ateísmo que lo inspira. ¡Como si el efecto pudiese disociarse de su causa! Nótese además que lo que el Arzobispo de La Habana propone no es siquiera que el Partido deje de ser oficialmente ateo, o que cese la propaganda atea dentro del mismo. Apenas señala que el PC debería suprimir la exigencia de una profesión de ateísmo para los infelices católicos que en él quieran ingresar, o sean inducidos a hacerlo por los Pastores colaboracionistas. Es preciso considerar que tanto Marx, cuanto el resto de los teóricos comunistas en general, siempre sostuvieron que los programas de los Partidos Comunistas, incluyendo lo que dice respecto a formas de gobierno y transformación socioeconómica, se deducían lógicamente —“dialécticamente”, dirían ellos— de los presupuestos filosóficos ateos, materialistas y evolucionistas. Según la lógica implacable con que esos teóricos sacaban las conclusiones a partir de sus errores fundamentales, ello era explicable. Y continúa siéndolo. Por lo anterior, hacer una distinción entre los principios filosóficos básicos, los diversos puntos programáticos, y los principales aspectos tácticos del sistema de pensamiento marxista, es una operación enteramente arbitraria y absurda. En ella incurre quien, por ejemplo, ingrese a un Partido Comunista aceptando toda su doctrina socio-económica, pero haciendo la salvedad de que mantiene su condición de católico, o su derecho a serlo. Porque la aceptación de las consecuencias —la doctrina socioeconómica marxista— prepara al espíritu humano para la adhesión a la causa: la concepción materialista, evolucionista y atea del comunismo. Las anteriores consideraciones, tan evidentemente basadas en la lógica y el sentido común, parecen no haber estado presentes, en lo más mínimo, en el pensamiento y la actuación de los eclesiásticos cubanos que han reclamado el derecho de los católicos a militar en el Partido Comunista de ese país.
Monseñor Ortega renueva aspiración a que católicos militen en el Partido Comunista En octubre de 1988, Monseñor Jaime Lucas Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana, en declaraciones al diario “El País”,6 de Madrid, volverá nuevamente al tema, opinando que “no es que la Iglesia postule que haya un cierto número de católicos en el partido. Se trata de un principio de derecho; en un país de partido único, si hay en ese partido la exclusión de los creyentes por el hecho de ser creyentes, se les está vedando la gestión política principal”. El planteamiento del Arzobispo, traspuesto, por ejemplo, a la época del Imperio Romano, equivaldría a que los católicos de la época se hubiesen sentido autorizados a aceptar el paganismo, pues de lo contrario estarían apartados de la posibilidad de acceder a cargos de senadores y generales, o de cualquier otra función necesaria para la dirección de la "res pública” romana.
Una capitulación doctrinal con posibles consecuencias para América Latina y el mundo Algo que Monseñor Ortega parece ignorar es que la incompatibilidad entre la doctrina de la Iglesia y el comunismo no se restringe apenas a la oposición entre la Fe y el ateísmo. Incompatibilidad que no acabaría aún cuando éste fuese eliminado, o dejase de ser exigido para el ingreso al PC. Las propias metas sociopolíticas del comunismo —una sociedad completamente igualitaria, sin clases, sin familia y sin propiedad privada7— no pueden ser aceptadas por un católico, porque obedecen a una premisa filosófica radicalmente anticristiana y contraria al orden natural: el igualitarismo. Concebido como un valor absoluto, el igualitarismo se opone diametralmente al orden jerárquico de la creación, y constituye una manifestación suprema del odio metafísico a Dios, como lo demuestra el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira en su insuperable ensayo “Revolución y Contra- Revolución”.8 Un católico no puede, pues, ser miembro del Partido Comunista, sin con ello renunciar en la práctica a su Fe. Conviene además recordar aquí el famoso Decreto del Santo Oficio —hoy Congregación para la Doctrina de la Fé— de 1949, respecto de la participación de católicos en partidos comunistas. A la pregunta de si era lícito a los católicos dar su nombre a los partidos comunistas, la respuesta fue tajantemente negativa. Más adelante, el decreto agrega que los católicos que den su nombre a un partido comunista no pueden recibir los Sacramentos.9 Un nuevo decreto del Santo Oficio, del 4 de abril de 1959 —aprobado por S.S. Juan XXIII— prohibía que los católicos siquiera diesen sus votos a partidos o candidatos que en la práctica se uniesen a los comunistas y los favoreciesen con su acción. Por lo anterior, puede medirse la amplitud del viraje doctrinal que está emprendiendo la jerarquía de la Iglesia en Cuba, y la inmensa capitulación que ese giro comporta, con obvias repercusiones no sólo en Cuba, sino también, eventualmente, en toda América Latina.
Dirigente del PCC: la militancia cristiana en el PC no constituye una “herejía”... En 1986, pocos días después de la referida insistencia simultánea de Monseñor Ortega y Monseñor de Céspedes para que se abriesen a los católicos las puertas del Partido Comunista, el semanario italiano “Il Sabato” reproduce declaraciones del Jefe de la Oficina para los Asuntos Religiosos del régimen cubano, José Felipe Carneado: “Con los creyentes hay muchas posibilidades de convergencia a nivel de objetivos políticos y sociales. Que un creyente milite en el Partido Comunista no es una herejía del punto de vista marxista”. En la lógica interna de la estrategia del PCC hacia los católicos, la constatación resulta obvia, dado que esa “convergencia" significa la mayor victoria ideológica y estratégica del marxismo.
... además, hoy los Obispos son cubanos, jóvenes, y aceptan la Revolución En 1987, el mismo Dr. Carneado, en declaraciones recogidas por el enviado del “The New York Times” a La Habana,10 corroboraba su afirmación, e iba incluso más lejos. “El hecho de excluir a los creyentes de las filas del Partido no es una cuestión de principios”, afirmó el representante comunista; por el contrario, esa exclusión "constituyó una respuesta a una situación específica, fruto de la confrontación entre la Iglesia y el Estado, que fue más dura en los años 60”. Carneado continuó: “Estamos interesados en que los creyentes participen en la vida social y oficial del país en mayor número”, saludando el hecho de que ahora se constata “una visible disposición de la Iglesia a participar en nuestra realidad”. Pero aclaró que “muchos líderes del Partido deben todavía aceptar el cambio”. Después de ufanarse de que habla casi diariamente con el Arzobispo de La Habana, observó que “hoy ya no está ninguno de los Obispos que tenían cargos en 1959. La jerarquía se ha renovado totalmente. Todos los Obispos son cubanos, y jóvenes. Ellos aceptan la realidad de la Revolución como un hecho. Reconocen los logros y creen que se puede ser al mismo tiempo un cristiano y un revolucionario. Han hecho público su deseo de cooperar en la realización del proyecto socialista”. En octubre de 1988, y junio de 1989, Carneado volvió a manifestarse favorable al ingreso de los católicos en el PCC, declaraciones que fueron consignadas en la cronología de la Parte II.
En Cuba, la “teología de la liberación” se metamorfosea en... “teología de la reconciliación” En pocos lugares del “Documento final” la parcialidad queda tan de manifiesto como cuando aborda el tema “Liberación y misión global de la Iglesia. Teología de la Liberación”.11 En dicho capítulo se hace un retrospecto histórico de la “teología de la liberación”, en particular, su génesis y desarrollo en Latinoamérica. Se nota una tal simpatía por esta corriente, que sus redactores casi no incluyen las características salvedades... que acaban no siendo tales, a las que se ha hecho referencia en varias oportunidades. El “Documento final”, si bien cita la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fé sobre algunos aspectos de la “teología de la liberación”, de 1984, no hace mención a la distinción en ella incluida en la que se habla de diversas “teologías de la liberación”, unas aceptables y otras condenables; éstas últimas, por incorporar métodos de análisis marxistas. Y curiosamente, la única citación “liberacionista” incluida en el documento del ENEC, en contexto altamente elogioso,12 tiene por autores a los religiosos brasileños notoriamente procomunistas Fray Leonardo y Fray Clodovis Boff, el primero de ellos amonestado incluso por la Santa Sede. La citación corresponde a un artículo que ambos publicaran en el diario “Folha de S. Paulo”, interpretado como una réplica a la amonestación vaticana.13 Lo cual no deja de ser altamente sintomático. ¿Acaso ignoraban los prelados cubanos este incómodo detalle? ¿Habrá sido un desliz de Fray Betto, común asesor eclesio-gubernamental en Cuba, al sugerir la inclusión de ese párrafo? Siempre celoso de traer a colación altos respaldos para sus tesis —tantas de ellas gravemente discordantes de la doctrina tradicional de la Iglesia— el “Documento final” invoca un párrafo de la Encíclica “Evangelii Nuntiandi”, de Paulo VI, esta vez, para justificar la supuesta actualidad de la “Teología de la Liberación”. Así, se lee que “la Iglesia tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos (...), el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total (...)” (“Evangelii Nuntiandi”, 30).14 Si alguien supusiera que esta vez, al menos, los Obispos cubanos harían gala de objetividad en sus apreciaciones de la realidad socio-político-religiosa y aplicaran esa frase a la situación de Cuba, se engaña. En efecto, algunas líneas más abajo, el documento afirmará que si bien “la importancia de la Teología de la Liberación no es indiferente para la Iglesia que vive en Cuba”, “su contexto es diferente, debido a los profundos cambios sociales ocurridos en nuestro país (...)”. Y que, por eso, “se hace necesario señalar, al mismo tiempo, cómo la reflexión de la Teología de la Liberación, en nuestra realidad, reclama el complemento de la Teología de la Reconciliación (...)”...15 El texto sugiere que los “cambios sociales” producidos en Cuba correspondieron a una fase de “liberación”, y que ahora se entró en una nueva etapa, la de la “reconciliación”. A continuación se verán algunos trazos esenciales de esa “teología de la reconciliación”, según uno de sus exponentes principales.
“Teólogo de la reconciliación”: objetivos del comunismo, en sintonía con la fe El activo Director del Secretariado General de la CEC, Vicario General de la Arquidiócesis de La Habana y portavoz del ENEC, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, explicitó el sentido más profundo que la “Teología de la Reconciliación” tiene para él. En efecto, la revista italiana “Il Regno”16 comenta que en las conferencias de prensa efectuadas durante el ENEC, Monseñor de Céspedes se refirió al estudio “Por una teología y una pastoral de la reconciliación”, escrito en 1981 por el sacerdote René David, profesor del Seminario Mayor San Carlos de La Habana. Ya se ha hecho mención a este estudio, y a su autor, en la Parte II. Parece llegado el momento de transcribir aquí algunos conceptos incluidos en ese trabajo del formador de futuros sacerdotes cubanos, cuyo pensamiento el portavoz del ENEC creyó conveniente traer a colación. “La teología de la liberación, escribe el P. David, parte de una situación de injusticia, de desequilibrio socioeconómico deshumanizante, de violencia institucionalizada de parte del poder político o económico (...). La situación en Cuba es completamente diversa”. Al parecer, en Cuba no habría ni injusticia, ni pobreza, ni violencia institucionalizada... Continúa el “teólogo de la reconciliación”: “Es necesario superar el miedo que paraliza. El miedo del comunismo, que esteriliza toda preocupación por la reconciliación, ¿es acaso cristiano?” El sacerdote reconoce, pues, que hasta hoy muchos laicos católicos cubanos tienen “miedo” del comunismo, o sea, continúan adhiriendo de un modo u otro a las sabias y graves advertencias de la Sede Apostólica, que prohiben la colaboración con la secta roja. En otro pasaje, el P. David afirma: “Contraponer, en términos generales, cristianismo y comunismo, significa condenarse a no ver (también) los valores del comunismo, al lado de sus errores, cerrando así la puerta a la reconciliación. En realidad, la fe cristiana no está, y no debe estar, en contraposición con el comunismo sino con su «fe atea» y con sus repercusiones sobre los derechos del hombre, y el advenimiento de una sociedad sin discriminaciones". Esta distinción entre la raíz atea del comunismo y su régimen socio-económico, es inaceptable. Pues el fruto no puede disociarse del árbol (S. Mateo 7, 16), y el sistema comunista en sí es tan perverso cuanto la propia doctrina filosófica que lo engendró. El P. David pretende efectuar esa disociación imposible, para concluir que el sistema comunista sería “evangélico”: “De hecho, el objetivo del comunismo —la reconciliación del hombre con el hombre mediante la realización de una sociedad sin clases— está en sintonía con las exigencias espirituales de la fe...” Queda así expuesto sin velos, con toda crudeza, el pensamiento de este “teólogo de la reconciliación”, a quien el portavoz del ENEC se remite: la “reconciliación” sería un fruto propio del comunismo; y en Cuba ella se realizará plenamente cuando los católicos adhieran a la sociedad sin clases. La “teología de la reconciliación” muestra tener, así, un alcance insospechado, que la caracteriza como una verdadera “teología de la comunización”. Notas: 1) Noticia reproducida por “O Estado de S. Paulo”, 28-1-85. 2) “¿Es la religión el opio del pueblo?”, pp. 300-301. 3) “La discriminación a los cristianos”, pp. 224-225. 4) 20-2-86. 5) ídem, íbid. 6) 10-1-88. 7) La abolición de la familia y de la propiedad, por ejemplo, presupone la transgresión del 4o, el 6°, el 7°, el 9° y el 10° Mandamientos de la Ley de Dios. Por ello, independientemente del malabarismo doctrinal que se imagine para aceptar esa supresión, ella no deja de ser intrínsecamente opuesta a la doctrina católica. 8) En el Capítulo VII, “La esencia de la Revolución”, 3, ítem “Igualitarismo y odio a Dios”, comenta el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira: “Santo Tomás enseña (cfr. Contra Gentiles, II, 45; Suma Teológica, I, q. 47, a. 2) que la diversidad de las creaturas y su escalonamiento jerárquico, son un bien en sí, pues de esa forma mejor resplandecen en la Creación las perfecciones del Creador. Y dice que tanto entre los ángeles (cfr. Suma Teológica, I, q. 50, a. 4) cuanto entre los hombres, en el Paraíso Terrestre cuanto en esta tierra de exilio (cfr. op. cit., I, q. 96, a. 3 e 4), la Providencia instituyó la desigualdad. Por eso, un universo de creaturas iguales, sería un mundo en el cual se habría eliminado en la medida de lo posible la semejanza entre creaturas y Creador. Odiar, en principio, toda y cualquier desigualdad y, pues, colocarse metafísicamente contra los mejores elementos de semejanza entre el Creador y la creación, es odiar a Dios”. 9) A.A.S., vol. XLI, p. 334. 10) Joseph B. Treaster, “Man and God in Cuba: a Castro-Church Détente?” 15-5-87. 11) “Documento final”, N°s 277 a 287, pp. 87 a 89. 12) “El grito de la pobreza a partir de la fe”, 24-3-84. “ENEC”, “Documento final”, N° 281, p. 88. 13) Fernando Moreno Valencia, “Debate sobre la teología de la liberación: una respuesta clave”, “Estudios Públicos”, N° 17, Santiago de Chile, Verano 1985. 14) “Documento final”, N° 284, p. 89. 15) “ENEC”, “Documento final”, N° 287, p. 89. 16) Junio de 1986. |