Parte III
Capítulo 1 Del enfrentamiento a la coexistencia: contexto y antecedentes históricos de una convergencia episcopal en relación al castrismo
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La Revolución cubana tuvo un insospechado papel catalizador y dinamizador de las tendencias izquierdistas que a fines de la década del 50, y comienzos de la del 60, fermentaban subterráneamente no sólo en la sociedad civil, sino también en el seno de la Iglesia latinoamericana. El Padre francés Charles Antoine, intelectual "progresista” que viviera cinco años en Brasil, y hoy dirige en su país de origen una agencia de noticias sobre América Latina, lo expresa sin ambages en su libro "Ellos no serán más humillados”:1 "La vitalidad de la Iglesia latinoamericana no se debe a un proceso de generación espontánea. (...) La conmoción ocurrida en América Latina, de la cual la Iglesia ha sentido sus efectos, tiene un epicentro fácil de percibir. Es la Revolución cubana. Cuando en 1959 Fidel Castro derroca a Batista, nadie podía imaginar en ese momento que se trataba del mayor acontecimiento político del continente, cuyas consecuencias se harían sentir hasta hoy”. Es un hecho histórico que Castro —habiendo caído preso en 1953 junto con otros cómplices, luego del frustrado asalto al Cuartel Moncada— pudo salvar su vida debido a la intercesión del Arzobispo de Santiago de Cuba, Monseñor Pérez Serantes;2 el mismo que saludara el triunfo de la Revolución, en 1959, "con los mejores augurios”, en la Carta Pastoral "Vida Nueva”.3 A tres meses de haber subido Castro al poder, el periódico "Revolución”, de La Habana, comentaba satisfecho en nota editorial: "Cuba es un país sin conflictos religiosos. (...) Y por esta causa nuestra patria no ha sufrido nunca las trágicas convulsiones de las luchas confesionales, baldón de tantos pueblos y gangrena de tantas naciones”.4 Pero agregaba en un mal velado tono amenazador —preludio de las persecuciones sangrientas que se avecinaban— ante la necesidad de radicalizar el proceso revolucionario: "Sin embargo, el hecho cierto de la militancia en las filas revolucionarias de núcleos de católicos militantes, ha sido tomada aviesamente por los elementos más retrógrados (...). Este intento de crear un problema donde nunca lo hubo, es una maniobra divisionista que ataca la unidad revolucionaria del pueblo cubano bajo el pretexto de servir al catolicismo”.5 A mediados de 1960, el Episcopado cubano comienza a manifestarse “contra el giro marxista de la Revolución, a la que habían apoyado públicamente en sus primeras reformas socio-económicas”.6 No es superfluo señalar aquí la imprevisión de aquellos Obispos al dar su aval público a reformas que de hecho iniciaban el proceso de comunización de la isla. Mientras tanto, Castro no pierde su tiempo, y va ganando terreno, a medida que se torna cada vez más evidente su dependencia del comunismo internacional. Poco después, la persecución contra los católicos se desata. La coartada ya estaba preparada con anterioridad, tal como consta en el citado periódico “Revolución”. Y su modalidad, cuidadosamente trazada: era necesario evitar “las trágicas convulsiones” de las “luchas confesionales”7 que pudiesen despertar una reacción católica como hubo en Méjico y España, ante los desmanes comunistas. La persecución sería al mismo tiempo implacable, pero selectiva y cautelosa. En efecto, según narra el documentado libro “Testimonio de un sacerdote sobre la Pasión de Cristo en Cuba”,8 toda la política revolucionaria en relación a la Iglesia habría sido dirigida directamente por un especialista checoslovaco en lucha antirreligiosa, Wladimir Paulicek, desde el edificio de la Embajada de su país en La Habana.9 El citado libro agrega: “El comunismo —con la experiencia negativa de la persecución religiosa en España (...)— trata por todos los medios de que la persecución religiosa en Cuba no sea sangrienta. Con ese objeto evita a toda costa el martirio y el derramamiento de sangre de religiosos”.10 Pero si bien el régimen evitó hacer correr “sangre de religiosos", la saña contra los católicos anticomunistas hizo derramar abundante sangre de mártires laicos, hecho que el castrismo ha intentado silenciar por todos los medios. Como lo denunció el ex-preso político Armando Valladares en sus Memorias, todas las noches eran llevados al tristemente famoso «paredón» de las prisiones castristas numerosos católicos, que morían gritando “¡Viva Cristo Rey! ¡Abajo el comunismo!”11 “Aquellos gritos, comenta Valladares,12 devinieron un símbolo. Ya en 1963 los condenados a muerte bajaban al paredón amordazados. Los carceleros temían a esos gritos”. Parecía así que la brecha entre comunistas y católicos estaba definitivamente abierta, y que nada podría cerrarla. Sin embargo, puentes para un diálogo, una reconciliación y una “encarnación” católica en relación al régimen comenzaron a ser tendidos desde donde los fíeles católicos cubanos tenían el derecho de esperar la máxima firmeza contra la tiranía anticristiana —incluso, hasta el martirio— y protección para el rebaño indefenso: la Nunciatura Apostólica y el Episcopado cubano. Notas: 1) “Editions Ouvrières”, Paris, 1985, pp. 80 y sgs. 2) “ENEC”, p. 41. En “Fidel y la Religión", el tirano trata de opacar este hecho histórico, al parecer incómodo para él, diciendo que en su caso personal, y en el de su grupo, la intervención del Arzobispo no fue “el elemento determinante” (ítem “La prisión”, p. 167). Entre los testimonios que contradicen al dictador, está, por ejemplo, el del Dr. Raúl Gómez Treto, destacado dirigente comuno-católico cubano, y gran admirador de Castro, quien llegó a declarar que Monseñor Pérez Serantes “había mediado decisivamente” para que Castro no fuese ejecutado (Conferencia “La experiencia de los cristianos en el proceso revolucionario de Cuba”, en “Fe cristiana y revolución sandinista en Nicaragua”, Instituto Histórico Centroamericano, Managua, 1979, p. 199). 3) “ENEC”, p. 41. 4) “Revolución”, 3-3-59; en Yolanda Portuondo, “Guillermo Sardiñas, el sacerdote comandante”, Editorial Cultura Popular, La Habana, 1987, p. 146. 5) ídem, ibidem, p. 146. 6) “ENEC”, p. 41. 7) “Revolución”, 3-3-59. 8) Editado bajo la responsabilidad del Secretariado de Difusión del Arzobispado de Santiago de Chile, 1962. 9) op. cit., p. 55. 10) op. cit., p. 55. 11) “Contra toda esperanza”, Plaza & Janés, Madrid, 1985. 12) “Nuestro Tiempo”, N° 375, Pamplona, septiembre de 1985, pp. 94-95. |