“Legionário”, 17 de diciembre de 1939, N.º 379, pag. 4
Santo Tomás fue el único Apóstol que exigió pruebas categóricas para creer en la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. No podemos censurar la aparente impertinencia de este Apóstol, que exigía para creer meter la mano en la propia llaga del Crucificado: “Hasta que no vea y meta la mano en la llaga de su costado, no creeré”.
Santo Tomás, pobre pescador como casi todos sus compañeros que seguían a Jesús, fue siempre uno de los discípulos más animosos. Cuando vinieron a anunciarle que Lázaro había muerto, los discípulos trataron de impedir que Jesús se expusiera a la perfidia de los fariseos yendo en busca del cuerpo de su amigo. Pero Tomás hizo que todos fueran con él, diciendo: “Vayamos con él, para que muramos con él”. No fue, pues, por ligereza e insuficiencia de fe por lo que Tomás se mostró tan reacio a aceptar la resurrección. Era a él a quien Cristo había dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Sin duda recordaba estas palabras e insistía: “Hasta que no vea en sus manos la huella de los clavos, hasta que no meta mi mano en sus llagas, no creeré”. Quería evitar cualquier actitud frívola y cualquier hecho no comprobado.
Por eso decía San Gregorio Magno: “La incredulidad de Tomás y la orden que recibió de Jesús de tocar sus llagas no fue un accidente, sino un alto designio de Dios”. El discípulo que, dudando de la resurrección del Maestro, puso sus manos sobre las llagas del Maestro, curó así la herida de la incredulidad en nuestra alma. La incredulidad de Tomás nos benefició más que la fe del resto de los Apóstoles, porque al hacerse crédulo al tocar las llagas, consolidó nuestra fe, desterrando toda duda”.
Y San Agustín: “Tomás, hombre santo, justo y leal, exigió todo esto, no porque dudara, sino para excluir toda sospecha de superficialidad. A él le bastaba con haber visto a Aquel a quien conocía, pero para nosotros era necesario que tocara a Aquel a quien veía, para que nadie pudiera decir que sus ojos le engañaban cuando no era posible que sus manos le engañaran”.
En la división de los Apóstoles, a Tomás se le asignó la tierra de los Partos, un pueblo que ocupaba Persia y que nunca se sometió al poder de Roma. Es probable que Santo Tomás predicara el Evangelio en la India, donde San Francisco Javier encontró vestigios de la Iglesia fundada allí por el santo Apóstol ya en el siglo XVI.
La tradición dice que el santo Apóstol murió atravesado por una lanza y así es como el arte cristiano lo ha representado siempre.
Tomás es también la prueba viviente de que nadie puede erigirse en juez de Dios, eligiendo las verdades que desea creer, pues Tomás, al no creer en la resurrección, recibió de la misma boca del Redentor el nombre de incrédulo.