San Luis Gonzaga (21/6) y la educación de los niños

“Santo del Día”, 9 de febrero de 1966


A D V E R T E N C I A

Este texto es trascripción y adaptación de cinta grabada con las conferencias del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a los socios y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.

Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:

“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.

Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.

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Notas biográficas:

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Real Armería – Madrid – Armadura de Niños

San Luis Gonzaga (1568-1591) era el hijo mayor de Fernando, marqués de Castiglione. Unido a su temprana piedad se percibía el burbujeo belicoso de la sangre ancestral. Así que el marqués le regaló una pequeña armadura, un casco, una pequeña espada y un pequeño arcabuz de verdad. Y lo llevó al campamento de Casal-Major, donde debía pasar revista a las tropas que llevaba consigo para la guerra del rey español contra Túnez.

A Luis le gustaba estar con los tercios españoles —las tropas de infantería más famosas que existían entonces— imitando su paso marcial. Pero a menudo repetía su jerga y las palabras, a veces inconvenientes, de algunos de ellos. Su tutor le llamó la atención, diciéndole que aquel no era el lenguaje de labios limpios. Aunque el niño de cinco años no entendió lo que quería decir, lloró amargamente por aquella falta involuntaria, que siempre acusará como una de las más graves de su vida. ¡Y dijo que a partir de aquel episodio comenzó su “conversión”!

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Comentarios del Prof. Plinio:

Nuestro servicio de pesquisas, me envió un extracto de la vida de San Luis, tomado del Daurignac.

blank“En el momento de la partida, habiendo llegado para el cuerpo de armas del ejército comandado por Don Ferrante de Gonzaga, padre de San Luis, Luis fue enviado a Castiglione. Partiendo de (…?.), Don Francesco del Turco subió al carruaje del joven príncipe. Los gentileshombres de la comitiva le acompañaron a caballo. Cuando estuvieron cerca del campo raso, el gobernador dijo a su pupilo, en el tono solemne y respetuoso con que siempre le hablaba: Monseñor, desde hace varios días tengo una observación importante que hacer a vuestra señoría. Quise esperar a que se hubiera marchado de Casals, para no estar dispuesto a renovarla.

— ¿Qué he hecho, por casualidad? preguntó el niño, conmovido.

Respuesta: Esto es lo que hubo. Vuestra Señoría, durante toda su estancia en Casals vivió en el campo (ésta fue la voluntad del príncipe, su padre). Pero Vuestra Señoría trajo palabras y expresiones inconvenientes, que un príncipe de su sangre nunca debe permitirse, y que incluso debe ignorar, porque sería causa de vivo dolor para la princesa su madre, si sorprendiera esto en labios de su hijo.

— Pero, mi querido amigo (nótese que San Luis de Gonzaga tenía cuatro años), no sé lo que es. ¿Qué he dicho de malo? Y el niño se echó a llorar. El preceptor recordó entonces a su pupilo las palabras de las que el inocente niño no había entendido ni el significado ni la inconveniencia.

— Eso no me volverá a pasar, mi buen amigo, replicó San Luis, todo angustiado por su falta. Te prometo pensarlo siempre.

Fue fiel a su promesa. Esta falta, toda de ignorancia, San Luis de Gonzaga nunca la olvidó. La consideraba como la falta más lamentable que había cometido en su vida, y más tarde confesó que el recuerdo de esta falta le humillaba profundamente”.

Me parece que debo hacer un resumen de los hechos. San Luis de Gonzaga tenía sangre española, pero era hijo de un príncipe semisoberano de Italia, de la casa de Castiglione, emparentado con las más grandes casas soberanas de Europa, entre ellas la casa de Austria, la más importante de todas. Tenía cuatro años y poco antes de esa edad ya era colocado en ambientes militares.

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SAN LUIS DE GONZAGA – joven príncipe, a la edad de 17 años y medio. Del cuadro existente en el Colegio Romano de la Compañía de Jesus, pintado por un maestro desconocido de la escuela de Pablo Veronese (Cagliari).

Esto parece un exceso, pero al contrario, es algo espléndido. Es porque a los niños se les mete en el parvulario desde pequeños que acaban en una especie de infancia toda su vida. Cuando se quiere que un niño madure, no se le mete en un jardín de infancia, sino en el jardín de un hombre. Tengo la impresión de que estas molicies de jardín de infancia tienen cierta complicidad en los problemas de desestructuración de las generaciones actuales.

Madurar es lo proprio del niño. En lugar de situarlos en un escalón superior, donde intentan acelerar su búsqueda de un estado superior, la educación se hace para comprimirlos. El niño sigue siendo niño durante mucho tiempo, y cuando éste termina, se le educa junto con las niñas: coeducación. Se corre el riesgo de que salga un elemento híbrido, ni adulto ni infantil y de espíritu ni masculino ni afeminado.

Así que San Luis no fue enviado al jardín de infancia, sino al ejército. Ahora bien, ya se sabe que el lenguaje de los ambientes militares no siempre es el más puro y elevado posible. Y el chico aprendió muchas palabras propias de la jerga militar, que no formaban parte del lenguaje del hogar familiar y que tenían un significado obsceno, inmoral.

Aquí viene el preceptor, —ya ven Uds. cómo viaja el muchacho, como viajaba un príncipe en aquella ocasión; iba en carruaje con su preceptor, y tenía un séquito de gentileshombres, que le acompañaban a caballo—, y sólo después de haber salido de la ciudad donde había contraído este mal hábito, ya en medio del campo, le habló.

Véase la gravedad que el preceptor atribuía a la cosa. Los espíritus más superficiales encontrarían exagerada esta gravedad. Dijo que un príncipe de sangre jamás debería aprender tales palabras, y que un príncipe de tal rango ni siquiera debería conocer su significado. San Luis preguntó qué era, se apenó mucho, etc.

Se dirá que este preceptor fue imprudente: el niño, al no saber lo que era, no había hecho ningún daño. Al contrario, reveló una visión profunda de las cosas: la palabra es tal que, aunque la persona no sepa lo que significa, algún daño hace con ella. Por ejemplo: una persona que tiene la costumbre de proferir una exclamación blasfema. ¿Es inútil corregirla? En absoluto: la palabra tiene intrínsecamente un mal significado y los labios de un hijo de Nuestra Señora no deben ensuciarse pronunciando palabras obscenas.

Y ahora la humildad de San Luis: la humildad es verdad y la verdad le lleva a considerar su pecado tan grave que fue el más grave de su vida. Y ahí surge una inocencia, una santidad que es ofuscante.

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