Programa de la Declaración de
Morro Alto
Agotada la
cuarta edición brasileña de “Reforma Agraria, Cuestión de Conciencia”, la
polémica continuaba. El mismo equipo hizo entonces una nueva aportación
doctrinal, igualmente muy difundida con el nombre de Declaración de Morro
Alto. Reproducimos su Programa de Política Agraria.
Queremos consignar previamente que el presente análisis de
la situación agraria brasileña y la elaboración del programa que de él
deriva fueron hechos teniendo en cuenta particularmente el principio de
subsidiariedad, el papel del cooperativismo y la importancia de la
colaboración entre la iniciativa privada y el Poder Público.
Con ocasión de recrudecerse entre nosotros la campaña para
la realización de una reforma agraria, es preciso reafirmar que una mera
alteración de la estructura de la propiedad rural en el País dejaría
intactos los principales problemas con que se enfrenta la producción
agropecuaria nacional, tales como los de las semillas seleccionadas,
fertilizantes, insecticidas, máquinas, crédito de entre-cosecha y para
inversiones, precios compensadores, almacenamiento, comunicaciones
adecuadas para una fácil y rápida evacuación de las cosechas, etc.
Examinemos un poco tales dificultades.
La causa básica de la posición de inferioridad en que se
encuentra el productor rural frente al urbano reside en el carácter
aleatorio de su producción. En primer lugar, la cosecha comercializable
del agricultor depende de las condiciones climáticas. Además, la renta
monetaria de la actividad rural está en dependencia de los precios de
mercado de sus productos, que presentan un comportamiento oscilatorio,
bajando en las épocas de la cosecha y subiendo en las intermedias. Este
fenómeno puede suceder muchas veces por maniobras de los intermediarios.
Su causa fundamental, sin embargo, es otra. Radica en la estructura del
mercado de los productos agrícolas, la cual se puede observar en todo el
mundo.
En realidad, el mercado de los productos agrícolas es
competitivo (muchos ofertantes), para el productor rural, y oligopolístico
(pocos demandantes), para el comerciante intermediario. En otros términos,
la oferta de cada productor rural es relativamente pequeña para influir
por su volumen en la determinación de los precios del mercado. Por otra
parte, siendo la producción extraordinariamente dispersa, compete a la
fase intermediaria promover la formación de depósitos para el
abastecimiento regular de la población durante largos períodos.
En estas condiciones, si del lado de la oferta son muchos
los participantes en el mercado, del lado de la búsqueda el número es
mucho menor, lo cual hace que, en el cómputo general, quepa a los
intermediarios mayor influencia en la determinación del precio final,
especialmente si ellos pasan a adoptar un comportamiento uniforme,
mediante acuerdos tácitos o explícitos.
Hay que notar que, después de todo, los intermediarios, en
calidad de empresarios, no controlan el mercado de productos primarios a
su gusto. Sus operaciones están en gran parte condicionadas por presiones
que nacen del mercado monetario, del sistema crediticio y de las
innumerables alternativas de aplicación de recursos que existen en un
sistema económico en expansión.
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La
Declaración de Morro Alto tomó el nombre de la “fazenda” donde fue
redactada (foto). Situada en el Municipio de Amparo, Estado de São
Paulo, pertenecía entonces a dos directores de la Sociedad Brasileña
de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFP). |
Como resultado del fenómeno descrito, o sea, como
repercusión del carácter aleatorio de sus rentas, el agricultor tiene
difícil acceso al crédito bancario. A causa de este hecho, es muy pequeña
la parte de los depósitos de los bancos privados que se dedica al
financiamiento de las actividades rurales. Igualmente se comprende que
tales establecimientos no quieran arriesgar los recursos de sus
depositarios, ante los cuales son responsables, en actividades donde el
propio volumen físico puede ser afectado por condiciones climáticas
adversas y donde el nivel del precio que se ha de obtener es incierto, por
ausencia de una política eficaz de precios mínimos. Por esta razón, es
casi exclusivamente el Poder Público quien actúa en ese sector del
crédito.
Como consecuencia de varios factores, la producción rural,
aunque creciendo globalmente, presenta en los cultivos anuales,
individualmente considerados, alternativas de cosechas abundantes y
escasas. Si en un año determinado el precio fue satisfactorio como
consecuencia de lo reducido de una cosecha, normalmente en el año agrícola
subsiguiente la oferta del producto será abundante y su precio bajo. A esa
cosecha sucederán una o dos de dimensiones reducidas, las cuales
provocarán una elevación de los precios y serán seguidas de nuevas
cosechas de grandes proporciones, iniciándose un nuevo ciclo. De esta
forma, si en un año existe el problema de la absorción de cosechas
excepcionales de maíz, en el año siguiente de cacahuete, después de
algodón, etcétera, en otros hay el problema de la escasez de esos mismos
productos.
Si el Gobierno pretende, como todos desean, estimular la
productividad rural, a fin de que las cosechas sean permanentemente
abundantes y el abastecimiento sea regular, sin las perturbaciones que se
han hecho frecuentes en los últimos años, debe adoptar una política
agraria enérgica, concentrando sus recursos materiales y humanos en la
solución de algunos problemas de fundamental importancia. Para la
consecución de este objetivo, las autoridades pueden y deben contar con el
apoyo de los propios interesados.
Las líneas maestras de esa política son dibujadas a
continuación:
1.
Estructura del mercado de productos agrícolas
Siendo el mercado de productos agrícolas, del lado de la
oferta, competitivo, y del de la demanda por los intermediarios,
oligopolístico, no pudiendo los primeros influir, si no es
excepcionalmente, en la determinación de los precios, al contrario de los
segundos, que lo pueden, es ventajoso en ciertas condiciones que los
productores se organicen a fin de que, al menos en parte, sean evitados
los inconvenientes que se siguen de esa particular estructura del mercado.
En ese sentido, las cooperativas se han mostrado
especialmente eficientes. Estas, reuniendo la oferta de varios productores
agrícolas, y organizadas en moldes racionales, constituirían un elemento
de contrapeso a la fuerza de los intermediarios. Con su multiplicación
surgirían las condiciones para que la oferta de los productos agrícolas
discurriera por un proceso con moldes de competencia oligopolística, tal
como ocurre por parte de la demanda de los intermediarios.
Claro está que en ese sector la principal tarea incumbe a
los propios productores. De su iniciativa, de su espíritu de asociación,
dependerá el éxito de la empresa. Cuando sea necesario para apoyar la
acción del labrador, le cabe al Poder Público estimular sensiblemente ese
movimiento no sólo mediante las disposiciones legislativas adecuadas, mas
también por medio de la asistencia técnica y crediticia. Esa acción del
Poder Público, bien entendida, puede alcanzar toda la amplitud conveniente
sin conducir, de ningún modo, a la hipertrofia o al exclusivismo
cooperativista.
Varias serían las ventajas que se seguirían de la difusión
del régimen de cooperativas:
a) Garantizarían una mayor
estabilidad en los precios que se pagan al productor, reduciendo las
grandes variaciones existentes entre la época de la siembra y la de la
cosecha, y actuando favorablemente, por su propia índole, como estímulo
moralizador en la comercialización de los productos.
b) La renta del productor
rural se convertiría en menos aleatoria, permitiéndole hacer previsiones
y adoptar iniciativas en esa dirección.
c) El productor podría
acrecentar mucho su producción sin el temor de que, una vez obtenidos
los productos, fueran éstos vendidos a bajo precio.
d) El fortalecimiento de la
posición económica del productor le habilitaría para recurrir al sistema
bancario privado para la obtención de créditos.
e) Las cooperativas de
productores podrían facilitar grandemente la adopción de nuevas técnicas
por los labradores. La práctica ha demostrado una sensible mejoría en
este aspecto en los cultivos de los cooperados.
f) De todo esto resultaría
para el consumidor la ventaja de la existencia de producto en todas las
épocas del año a precio estable.
g) La multiplicación de
cooperativas ofrecería a los Poderes Públicos una organización ligada a
los productores en condiciones de realizar determinadas tareas, tales
como la distribución de simientes, fertilizantes, adquisición de
productos eventualmente almacenados, etc. Completando el sistema, se
debería, a nuestro parecer, fomentar el régimen federativo de
cooperativas, mediante la creación de unidades de nivel local, regional
y nacional.
2.
Política de precios mínimos
La
eficacia de una política de precios mínimos resulta de dos factores. De un
lado, en situación de inflación como la que se da en el Brasil, si no
hubiera un capítulo de reajuste en los precios establecidos en la época
anterior a la siembra, la desvalorización monetaria hará ineficaz el
establecimiento de precios mínimos. Por otro lado, si el Poder Público no
estuviera en condiciones de adquirir el producto de las cosechas o de sus
excedentes, en la eventualidad de que el precio del mercado fuera inferior
al de la garantía fijada por las autoridades competentes, esa garantía
dejará de existir. El Estado debe ejercer esa actividad con el único
objetivo de regular el mercado.
Es claro que hay peligro en tal política. Hay, por
ejemplo, la posibilidad de fijación de precios mínimos en niveles
arbitrariamente elevados a consecuencia de errores de apreciación. Existe
también la posibilidad de que se hagan ganancias de productividad que sean
totalmente absorbidas por los productores, cuando podrían beneficiar al
consumidor final. Es verdad que este problema surge a largo plazo, mas no
debe de ser menospreciado. Tampoco se puede pretender que el Gobierno pase
a adquirir toda la producción agrícola del País, para revenderla a los
consumidores o a los exportadores. Eso conduciría a un control total de la
economía que acabaría en el establecimiento de cupos individuales de
producción anquilosando la actividad rural. No es esto lo que se pretende,
evidentemente.
Debe el Gobierno, siempre que resulte necesario, estar
dispuesto a intervenir adquiriendo la cosecha. No obstante, la actividad
de las cooperativas, según los moldes aquí preconizados, y su
participación creciente en la constitución de los precios constituiría un
elemento de fortalecimiento del mercado, capaz de reducir las necesidades
de intervención directa del Gobierno a través de la adquisición de las
cosechas. Aun en esa eventualidad, podrían las cooperativas asumir la
función de agentes compradores, evitándose o reduciéndose el recurso a
firmas interventoras, muchas veces no identificadas con los verdaderos
intereses de la clase rural e incapaces, por tanto, de corresponder a las
legítimas aspiraciones de ésta.
3.
Industrialización rural
La situación económica del productor agropecuario puede
también ser mejorada mediante la industrialización o la semi-industrialización
de los productos rurales sobre el terreno. Si tales iniciativas quedaran a
cargo de las cooperativas de producción, ellas proporcionarían a los
labradores el acceso a las ganancias del estamento inmediatamente superior
del proceso evolutivo, contribuyendo a mejorarles la renta.
Interesa destacar que la industrialización o
enriquecimiento de los productos rurales en el campo, permitirá la
utilización de los residuos de tales productos, sea para la alimentación
animal, sea para la producción de abonos. Ambos casos son provechosos para
el productor rural. Podrá éste, así, dedicarse subsidiariamente a la
crianza de aves o ganado a más bajo coste, o mejorar los elementos
nutricios de su tierra mediante el empleo de abonos más baratos.
Como se trata de iniciativas que exigen no solamente la
inversión de capital, sino también de la técnica que acompaña a los
descubrimientos científicos, y también de organización comercial, será más
fácil y rápido introducir esa práctica mediante estímulos concedidos a las
cooperativas de productores, en especial créditos para ampliaciones.
4.
Almacenes, silos y sus complementos
La política aquí preconizada abarca también la necesaria
construcción de una amplia red nacional de almacenes y silos, capaz de
permitir la formación de depósitos reguladores que se orienten no
solamente al abastecimiento normal de las poblaciones urbanas, sino
también a asegurar al productor rural una remuneración condigna.
Es sabido que la falta de uniformidad de muchos géneros
cultivados entre nosotros constituye un obstáculo para el ensilado en gran
escala. Cabe aquí una recomendación a los Gobiernos Federal y de los
Estados en el sentido de que se esfuercen por mejorar y ampliar
sustancialmente la oferta de semillas y esquejes seleccionados a la
agricultura. La obtención de buenas estirpes de vegetales, unida a la
asistencia técnica, unida a investigaciones agronómicas, en las actuales
circunstancias, sólo puede quedar a cargo del Poder Público.
Además del esfuerzo para la uniformidad de ciertos
cereales, el sistema de silos y almacenes deberá ser complementado con la
adopción de normas crediticias adecuadas, que permitan una rápida
movilización, por los productores rurales y sus cooperativas, de los
valores correspondientes a las cosechas almacenadas o depositadas.
5.
Crédito
Este problema, varias veces mencionado en este documento,
exige una solución valiente por parte de las autoridades monetarias del
País. La agricultura se encuentra en una situación de inferioridad en la
competición con otras actividades para la obtención de crédito (plazo e
intereses); el tiempo de maduración de lo emprendido y el carácter
semicapitalista de la investigación, además de los factores ya
mencionados, relativos a los precios de los productos agrícolas y a la
remuneración de los productores explican esa situación de inferioridad.
Algunos de esos factores desfavorables a la explotación
rural tendrían su acción en buena parte anulada por la difusión del
sistema cooperativo y del seguro agrícola.
Si hay menos incertidumbre respecto de los precios que han
de ser recibidos por el agricultor, y si su renta es mayor, mejorará su
posición ante los bancos públicos o privados.
Si, además de eso, el Gobierno adoptara normas tendentes a
facilitar la concesión de crédito a los labradores, bien directamente, o
bien mediante concesiones especiales de redescuento para los títulos
representativos de los empréstitos hechos así, la producción rural tendrá
asegurado un gran desahogo, estimulándose sensiblemente su expansión. Tal
política sería conjugada con la de crédito para productos depositados en
almacenes y silos, y con financiamientos a plazos medio y largo para
iniciativas.
En tal programa deberían ser considerados con normas
especiales los pequeños productores, estudiándose principalmente los
medios de extender esos beneficios a los arrendatarios pequeños y medios,
y a los medieros, incluso cuando no se les pudiera integrar en
cooperativas. Los trabajadores rurales que producen en régimen de
aparcería, ejerciendo con ello una actividad en cierto modo intermediaria
entre la del asalariado y la del agricultor, encontrarían frecuentemente
en esta forma el acceso a la clase de los propietarios.
6.
Fertilizantes e insecticidas
En el momento en que se pone tanto énfasis en el aumento
de la productividad en la agricultura, el Gobierno debe afrontar y
resolver definitivamente el problema de la producción nacional en gran
escala de insecticidas y fertilizantes. La industria petroquímica exige
inversiones de tal magnitud, que en la actual fase de desenvolvimiento
económico del País, difícilmente podrá ser abordada esa cuestión sin el
concurso del Estado. Sólo una gran industria de fertilizantes podrá
abaratar su producción, lo cual redundará, para el labrador, en una
reducción de los costes de producción, que a su vez tenderá a beneficiar
indirectamente a los consumidores de las ciudades y a la exportación.
7.
Mecanización
Estamos
lejos de afirmar que la mecanización de la agricultura por sí sola,
constituya una panacea para el aumento de la productividad rural y la
expansión del volumen de la producción. La vemos como una alternativa para
la mano de obra, o sea, como sustituto para ésta donde escasee o donde los
salarios tiendan a elevarse en proporciones acentuadas. Considerando el
problema bajo su aspecto económico, se debe afirmar que los elevados
precios de la maquinaria, en especial de los tractores de producción
nacional, hacen su utilización sencillamente prohibitiva. Deben los
Poderes Públicos estimular la racionalización de esa industria de manera
que sus productos se vuelvan más asequibles a los labradores nacionales.
Para un mercado estrecho como el brasileño, no se puede pretender el
sostenimiento de varios productos de la misma serie. Deberíamos optar por
un menor número de modelos y tender a la uniformidad de su producción, de
manera que las ganancias resultantes de ella viniesen a beneficiar
directamente al productor rural mediante precios más bajos para esas
máquinas e indirectamente al consumidor, por el abaratamiento de la
producción agropecuaria.
8.
Seguro Agrícola
Además de las dificultades apuntadas, la agricultura se
resiente de falta de un bien estructurado, eficaz y generalizado sistema
de seguro agrícola, que garantice al agricultor contra la helada, las
lluvias o sequías excesivas. El coste de tal sistema, una vez implantado,
sería disuelto en la producción, y su peso sobre el peso unitario final
para el consumidor, no sería excesivo, supuesto que la adopción de la
política aquí preconizada llevase al aumento de la productividad por área
cultivada. El seguro estimularía a los bancos particulares a dedicar mayor
parte de recursos al crédito rural.
Una institución del alcance necesario para atender a esa
finalidad probablemente sólo podrá ser organizada satisfactoriamente, en
las actuales circunstancias, por el Poder Público, el cual induciría al
sistema bancario o privado del País, mediante estímulo, a asociar sus
capitales para la realización de tal empresa.
9.
Política de precios
Las actividades agropecuarias han sido víctimas de tasas
unilaterales, fijándose precios para sus productos sin que los relativos a
los artículos que les son necesarios, y cuyo coste entra en la composición
del precio final de aquellos productos, hayan sido, igualmente, tasados.
Para impedir desequilibrios y distorsiones en el sistema económico
nacional, sería menester que las tasas de precios, siempre que fuera
necesario recurrir a ellas, con carácter transitorio, no se restringiesen
solamente a los últimos estamentos, dejando libres los precios de los
productos que entran en su respectiva composición. Por ejemplo, si se pone
tasa a la leche, y el cumplimiento de la tasa se fiscaliza con rigor, lo
mismo se debe hacer con el precio de las raciones, remedios, etc., para
los animales productores.
La práctica revela que adoptada la tasación de los precios
en cualquier sector, la tendencia será de extender su incidencia, para
evitar distorsiones en el mercado. De aquí que se deba de hacer el mayor
esfuerzo posible para evitar tal medida, adoptándola las autoridades
solamente en situaciones de emergencia y a título provisional. El
abaratamiento del coste de la vida debe de ser buscado mediante una oferta
abundante y regular de géneros a la población, como se garantiza que el
sistema aquí propuesto podría hacer, y no criando artificialismos que
tienden a conferir una excesiva rigidez a la economía del mercado,
impidiendo que ella se adapte a las mudanzas de la realidad con la
necesaria rapidez.
10.
Programa de colonización y parcelación agrícola
La ocupación de las tierras nuevas del País, así como de
las pertenecientes al Poder Público en sus varias esferas administrativas,
debe de ser llevada a cabo mediante bien elaborados programas de
colonización que tengan en debida cuenta el papel pionero que siempre tuvo
entre nosotros en ese particular la iniciativa privada. En esa actividad
mucho podrán auxiliar las empresas particulares de colonización, pudiendo
las autoridades adoptar normas para el estímulo de la expansión de las
existentes y la creación de otras nuevas, capaces de merecer la confianza
del público y de captar sus ahorros para su aplicación en ese importante
campo de actividades. Las parcelaciones, la asistencia técnica y
sanitaria, la salida de la producción, etc., deberán constituir
importantes preocupaciones de un programa de colonización.
Al elaborar tales planes no deben las autoridades
nacionales optar por divisiones obligatorias, sino dar incentivos a la
explotación de aquellos productos que tengan condiciones para un rápido
progreso, y que correspondan a las necesidades del consumo y a las
posibilidades de exportación.
11.
Planos de las cosechas
Entre las varias dificultades sufridas por la agricultura,
que deberán indicar los rumbos de una política agraria de expansión y
estímulo, debe hacerse mención especial de la necesidad de que se adopten,
por las autoridades competentes, directrices firmes, capaces de infundir
confianza al labrador, y cuyas finalidades sean fácilmente captadas por
él, de modo que se evite el clima de incertidumbre y descontento en que
vive y se le dé la necesaria confianza para la expansión de sus
actividades.
En este particular, los más sacrificados han sido los
cultivadores de café, siempre preocupados con la elaboración de la
regulación de los embarques de la cosecha de su producto, y frecuentemente
sorprendidos con medidas drásticas y de carácter inmediato que apuntan,
principalmente, a la política cambiante del Gobierno y sus necesidades de
recursos financieros. Es imprescindible que el Gobierno federal, en la
elaboración de la regulación anual de los embarques, dirija más su
atención a las necesidades crecientes del labrador y a su situación de
extrema dependencia de las normas consustanciales en tales políticas
parciales, acordándose de las repercusiones nefastas de sus indecisiones y
atrasos.
12.
Los abusos de la iniciativa particular
Si el presente documento reconoce la gran importancia de
la actuación de los particulares para la solución de los problemas
apuntados en el sector rural de la economía brasileña, no se propone,
evidentemente, ignorar los abusos ni justificarlos. Sus abajo firmantes se
sienten totalmente libres de culpas y en condiciones de deplorar los
abusos de poder practicados por ciertos grupos particulares que presionan
a los productores o a los consumidores, tratando de enriquecerse con
lucros extraordinarios a costa de ellos. Quede, pues, bien establecido,
que el énfasis dado a la importancia de la iniciativa privada en una
política agraria sana no ignora los abusos que en su ámbito se han
practicado, exigiendo igualmente del Gobierno que para la propia
supervivencia de aquélla, tales abusos sean debidamente reprimidos.
13.
Política salarial
El problema salarial de los trabajadores rurales ha sido
constantemente señalado como si estuviera exigiendo una reforma agraria
que convirtiese a los asalariados mal remunerados en prósperos pequeños
propietarios. Se trata de una simplificación muy corriente en los debates
sobre la materia, que no resiste el más ligero examen.
Si los salarios de los trabajadores rurales son bajos, eso
se debe, principalmente, a la baja renta monetaria del sector agropecuario
de la economía brasileña, cuyas causas fueron sumariamente expuestas en el
análisis precedente. Interesa hacer notar que, en el actual estadio de
desenvolvimiento económico en que se encuentra el País, las actividades
rurales no pueden competir con las urbanas en materia salarial.
Igualmente, lo natural, dado el presente estadio, es que haya una
transferencia de población del campo a las ciudades, y que una de las
atracciones que éstas ejerzan sobre los habitantes de las zonas rurales,
sea la de una renta nominal más elevada, la cual, en general, no les
asegura mayor bienestar material. La disparidad entre los salarios urbanos
y rurales no puede, por tanto, en las actuales circunstancias, ser echada
en cara como anomalía necesitada de urgente corrección. Además, el
fenómeno no es propio del Brasil, sino que se observa en la mayoría de los
países.
Cumple señalar, además y sobre todo, que la mejoría de las
condiciones de vida del trabajador rural debe seguirse, en buena parte, de
su propio esfuerzo en el sentido de mejorar sus aptitudes y conocimientos
prácticos.
En ese sector —al que ya se refirió extensamente la parte
introductoria de este documento— hay mucho que hacer. Nos cumple insistir
en algunas de las medidas allá recordadas, comentar y sugerir otras. La
difusión de centros de entrenamiento y de escuelas técnico-agrícolas, que
el Poder Público está en condiciones de realizar, podrá contribuir mucho
para la mejor calificación de la mano de obra rural, y por la vía del
aumento de su productividad, para la mejoría del nivel salarial en el
campo.
La propia ampliación del mercado de trabajo para
agrónomos, zootecnistas y veterinarios puede concurrir a ese resultado.
La mejoría gradual de las técnicas agrícolas y pecuarias
constituye hoy más que nunca un grave deber de agricultores y ganaderos.
Para eso es recomendable que los Poderes Públicos orienten preferentemente
para la investigación a los agrónomos, veterinarios y zootécnicos que
tienen en sus cuadros de funcionarios, y que tanto los agricultores como
los ganaderos estimulen por medio de la adecuada remuneración a los
técnicos que ejercen su profesión por iniciativa propia.
Está claro que la tarea de “formar” al trabajador rural no
puede ser abordada solamente bajo el aspecto económico; ella implica
también aspectos morales y sociales, que abarcan la actuación de la
Iglesia y de los patronos. De cualquier forma no se debe olvidar el
principio salvador de la doctrina católica, según el cual, el
establecimiento de los niveles salariales está condicionado no sólo por
las necesidades del trabajador rural y de su familia, sino también por las
posibilidades concretas de atenderlos tanto en lo referente a la situación
general de la economía, como a la situación particular de la empresa de
que se trata. El salario no puede ser justo si destruye el bien común. (Cfr.
Pío XI, “Quadragresimo Anno”, y Juan XXIII, “Mater et Magistra”).
Finalmente, no puede silenciarse el hecho de que la
responsabilidad del propietario rural por sus empleados es mayor que la
del empresario urbano. Sobre aquél recaen íntegramente unas
responsabilidades de naturaleza social que en la ciudad son en gran parte
atendidas por organismos estatales o privados. La eventualidad de
problemas humanos y de asistencia social y sanitaria, atendidos por el
propietario rural, implica una carga para éste, los cuales deberían ser
cargados a cuenta de una prestación de servicio a los trabajadores, si se
pretenden comparar los salarios de la ciudad y los del campo. Un ejemplo
de esa actividad social se encuentra en el hecho de mantener
frecuentemente los agricultores, a su servicio, trabajadores viejos, que
normalmente no serían admitidos como funcionarios en las actividades
urbanas.
En ese campo de la actividad social del propietario
agrícola se debe decir una palabra referente al problema de la vivienda.
Las viviendas ofrecidas a los trabajadores son, muchas veces, precarias,
no disponiendo los agricultores de los capitales necesarios para
reconstruirlas según unos patrones más modernos de confort. Para remediar
esa situación, los agricultores necesitan que se concreten unos planes de
vivienda para el campo, finalidad para la cual podrían, eventualmente,
obtenerse auxilios internacionales. El éxito de esos planes tendría, entre
otras ventajas, la de contribuir a evitar que la seducción de los grandes
centros entre aquella gente atraiga los contingentes demográficos
necesarios al campo.
En la Hacienda de Nuestra Señora del Morro Alto —
Municipio de Amparo —, el 8 de septiembre de 1964, Festividad de la
Natividad de Nuestra Señora.
Antonio de Castro Mayer
Obispo de Campos
Geraldo de
Proença Sigaud, S.V.D.
Arzobispo de Diamantina
Plinio Corrêa de
Oliveira
Luiz
Mendonça de Freitas
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