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Plinio Corrêa de Oliveira Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana
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NOTAS ● Algunas partes de los documentos citados han sido destacadas en negrita por el autor. ● La abreviatura PNR seguida del número de año y página corresponde a la edición de las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana publicadas por la Tipografía Políglota Vaticana en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pió XII cuyo texto íntegro se transcribe en Documentos I. ● El presente trabajo ha sido obtenido por escanner a partir de la segunda edición, de octubre de 1993. Se agradece la indicación de errores de revisión. DOCUMENTOS VII
La Roma
antigua: un Estado nacido de sociedades patriarcales
La obra de Numa-Dionisio
Fustel de Coulanges,
[1]
La Ciudad Antigua,
acogida con entusiasmo en un principio, ha sido objeto de restricciones
a lo largo de los tiempos. No han faltado, por ejemplo, quienes le
apuntaran un carácter excesivamente “sistemático”. Esto no obstante, por
su erudición ejemplar, por su lucidez de pensamiento y claridad de
exposición, La Ciudad Antigua
conserva en nuestros días la categoría de verdadera obra maestra en su
género. 1. La palabra
pater se distingue de
genitor y aparece como
sinónimo de rex
“Gracias a la
religión doméstica, la familia era un pequeño cuerpo organizado, una
pequeña sociedad que tenía su jefe y su gobierno. No hay nada, en la
sociedad moderna que pueda darnos una idea de esta autoridad paterna. En
aquella antigua época, el padre no era sólo el hombre fuerte que
protege, y que tiene también el poder de hacerse obedecer: era el
sacerdote, el heredero de! hogar, el continuador de sus antepasados, el
tronco de sus descendientes, el depositario de los ritos misterio-sos
del culto y de las fórmulas secretas de la oración. Toda la religión
residía en él.
“El propio nombre
con que se le designa, pater, contiene en sí curiosas enseñanzas. La
palabra es la misma en griego, en latín y en sánscrito; de donde se
puede desde luego concluir que esta palabra data de un tiempo en que los
antepasados de los helenos, de los itálicos y de los indos vivían aún
juntos en el Asia central. ¿Que sentido tenía y qué idea representaba en
la mentalidad de aquellos hombres? Podemos saberlo por haberse
conservado su significado primitivo en las fórmulas del lenguaje
religioso y del vocabulario jurídico. (...)
“En el lenguaje
jurídico podía dársele el título de
pater
o paterfamilias a un hombre que no tuviera hijos, que no estuviera casado o que ni
siquiera estuviera en edad de contraer matrimonio. La idea de la
paternidad no se asociaba, pues, a esta palabra. La antigua lengua tenía
otra que designaba con propiedad al padre y que, tan añeja como pater, se encuentra como ésta en los idiomas de los griegos, de los romanos y de los indos
(gânitar,
gennhthr,
genitor). La palabra pater tenía otro
sentido. En lenguaje religioso se aplicaba a todos los dioses; en
lenguaje jurídico, a cualquier hombre que no dependía de otro y ejercía
autoridad sobre una familia y sobre un dominio, paterfamilias. Los poetas nos muestran que se empleaba con todos aquellos a quienes
se deseaba honrar. El esclavo y el cliente la usaban para con su señor.
Era sinónimo de las palabras Rex,
anax,
basileuz. No contenía en sí la idea de paternidad, sino la de poder, autoridad,
dignidad majestuosa. “Que dicho término haya sido aplicado al padre de familia hasta convertirse poco a poco en su nombre más corriente, es sin duda un hecho muy significativo y que parecerá importante a quien desee conocer las antiguas instituciones. La historia de esta palabra basta para darnos una idea del poder que el padre ha ejercido durante mucho tiempo en la familia y del sentimiento de veneración asociado a él como pontífice y soberano.” [2]2. La gens de
los romanos y la
genoz de
los griegos
“Para resolver
los difíciles problemas que nos presenta la historia con frecuencia,
conviene indagar de cada uno de los términos de la lengua todos los
conocimientos que pueda proporcionarnos. A veces una institución se
explica por la palabra que la designa. Ahora bien, la palabra
gens
es exactamente la misma que genus,
hasta tal punto que podía emplearse la una por la otra y decirse
indiferentemente gens Fabia o genus Fabium; ambas
corresponden al verbo gignere
y al sustantivo genitor,
exactamente del mismo modo que
genoz corresponde a
gennan y a
goneuz. Todas estas palabras contienen en sí la idea de filiación. (...)
Compárense con ellas las que solemos traducir por familia: la latina,
familia, la griega
oicoz.
Ni una ni otra contienen en sí el sentido de generación o parentesco. El
verdadero significado de familia es propiedad; designa el campo, la
casa, el dinero, los esclavos; y por eso las Doce Tablas, al referirse
al heredero, lo llaman
familiam nancitor, el que recibe la sucesión. Respecto a
oicoz, es claro que no trae al espíritu ninguna otra idea sino la de
propiedad o domicilio. He aquí, pues, las palabras que traducimos
habitualmente por familia. Ahora bien, ¿es admisible que términos cuyo
sentido intrínseco es el de domicilio o propiedad hayan podido emplearse
tantas veces para designar a una familia; y que otras palabras cuyo
sentido interno es el de filiación, nacimiento, paternidad, nunca hayan
designado sino una asociación artificial? Seguramente esto no estaría de
acuerdo con la nitidez y precisión de las lenguas antiguas. Es indudable
que los griegos y romanos asociaban a las palabras gens y
genoz la idea de un origen común. (...)
“Todo nos
presenta a la gens como unida por un vínculo de nacimiento. (...)
“La gens no era
una asociación de familias, sino la propia familia. Podía
indiferentemente comprender una sola línea o estar dividida en numerosas
ramas; pero nunca dejaba de ser una sola-familia.
“Por lo demás, es
fácil darse cuenta de como se dio la formación de la gens antigua y de
su naturaleza si nos remontamos a las antiguas creencias y a las
antiguas instituciones que hemos estudiado antes. Así, habrá que
reconocer que la gens se derivó naturalmente de la religión doméstica y
del derecho privado de las antiguas épocas. (...) Al observar lo que era
la autoridad en la familia antigua, hemos visto que los hijos no se
separaban del padre; al estudiar las reglas de la transmisión del
patrimonio, hemos comprobado que, gracias al principio de la comunidad
del dominio, los hermanos menores no se separaban del primogénito.
Hogar, tumba, patrimonio, todo era indivisible en sus orígenes. En
consecuencia, la familia también lo era. El tiempo no la desmembraba.
Esta familia indivisible, que se desarrollaba a través de los tiempos,
perpetuando de siglo en siglo su culto y su nombre, era verdaderamente
la gens antigua. La gens era la familia, pero la familia habiendo
conservado la unidad que su religión le imponía, y habiendo alcanzado
todo el desarrollo que el antiguo derecho privado le permitía alcanzar. “Admitida esta verdad, todo lo que los antiguos escritores nos dicen de la gens se aclara. La estrecha solidaridad que, según hemos destacado oportunamente, existe entre todos sus miembros nada tiene de sorprendente; son parientes por nacimiento.” [3]3. La
concepción de la familia en el mundo antiguo
“Se puede, pues,
entrever que durante un largo periodo, los hombres no conocieron otra
forma de sociedad sino la familia. (...)
“Cada familia
tiene su religión, sus dioses, su sacerdocio. (...) Cada familia tiene
también su propiedad, es decir, su parte de la tierra que está
inseparablemente unida a ella por su religión (...). En fin, cada
familia tiene su jefe, como una nación tendría su rey. Tiene sus leyes,
que sin duda no han sido escritas, pero que la creencia religiosa graba
en el corazón de cada hombre. Tiene su justicia interior, por encima de
la cual no hay otra a la que se pueda apelar. Todo aquello que el hombre
necesita perentoriamente para su vida material o moral, la familia lo
posee en sí. No necesita nada de fuera: es un Estado organizado, una
sociedad que se basta a sí misma. “Es claro que esta familia de las antiguas épocas no estaba reducida a las mismas proporciones que la familia moderna. En las grandes sociedades, la familia se desmiembra y decrece; pero, en la ausencia de cualquier otra sociedad, se extiende, se desarrolla, se ramifica sin dividirse. Varias ramas secundarias permanecen agrupadas alrededor de una rama primogénita, junto al hogar único y la tumba común.” [4]4. Familia,
curia o fratría, y tribu
“El estudio de
las antiguas reglas del derecho privado nos ha permitido entrever, más
allá de los tiempos que llamamos históricos, un período de siglos
durante los cuales la familia fue la única forma de sociedad. Esta
familia podía contener, pues, en su amplio marco muchos millares de
seres humanos. Pero en estes límites la asociación humana se sentía
demasiado restringida por sus necesidades materiales, pues era difícil
que esta familia se bastase ante todos los azares de la vida, y
demasiado restringida también para la satisfacción de las necesidades
morales de nuestra naturaleza (...).
“La idea
religiosa y la sociedad humana iban, pues, a crecer simultáneamente.
“La religión
doméstica prohibía que dos familias se mezclaran y confundieran. Pero
era posible que varias familias, sin sacrificar nada de su religión
particular, se uniesen al menos para la celebración de otro culto que
les fuese común. Esto es lo que ocurrió. Cierto número de familias
formaron un grupo, que la lengua griega llamó una fratría y la lengua
latina una curia. ¿Existía entre las familias del mismo grupo un vínculo
de nacimiento? Es imposible afirmarlo. Lo seguro es que esta nueva
asociación no se hizo sin una cierta ampliación de la idea religiosa. En
el mismo momento de unirse, estas familias concebían una divinidad
superior a sus divinidades domésticas, que era común a todas y velaba
sobre el grupo entero. Elevábanle un altar, encendían un fuego sagrado e
instituían un culto.
“No había curia,
fratría, que no tuviese su altar y su dios protector. Allí, el acto
religioso era de la misma naturaleza que en la familia. (...)
“Cada fratría o
curia tenía un jefe, curión o fratriarca, cuya principal función era la
de presidir los sacrificios. Tal vez hayan sido más amplias sus
atribuciones en su origen. La fratría tenía sus asambleas, sus
deliberaciones, y podía emitir decretos. En ella, así como en la
familia, había un dios, un culto, un sacerdocio, una justicia, un
gobierno. Era una pequeña sociedad modelada exactamente sobre la
familia.
“La asociación
continuó creciendo naturalmente y del mismo modo; muchas curias o
fratrías se agruparon y formaron una tribu.
“Este nuevo
círculo tuvo también su religión; en cada tribu hubo un altar y una
divinidad protectora. (...)
“La tribu, como
la fratría, celebraba sus asambleas y emitía decretos, a los cuales
todos sus miembros debían someterse. Tenía un tribunal y un derecho de
justicia sobre sus miembros. Tenía un jefe,
tribunus,
fulobasileuz.”
[5] 5. Se forma
la ciudad
“La tribu, al
igual que la familia y la fratría, estaba compuesta como un cuerpo
independiente, puesto que tenía un culto especial, del que estaba
excluido todo extranjero. Una vez formada, ya no podía admitirse en ella
a ninguna nueva familia. Dos tribus no podían ya fundirse en una; su
respectiva religión se oponía a ello. Pero así como varias fratrías se
habían unido en una tribu, varias tribus podían asociarse entre sí, con
la condición de que se respetase el culto de cada una de ellas. El día
en que se celebraba esta alianza, nacía la ciudad.
“Poco importa
buscar la causa que determinó a varias tribus vecinas a unirse. Ora la
unión fue espontánea, ora impuesta por la fuerza superior de una tribu o
por la voluntad poderosa de un hombre. Lo que es cierto es que el
vínculo de la nueva asociación continuaba siendo un culto. Las tribus
que se agrupaban para formar una ciudad no dejaban nunca de encender un
fuego sagrado y de adoptar una religión común.
“Así, en esta
raza, la sociedad humana no creció a la manera de un círculo que se
ensancha paulatinamente, progresando paso a paso. Por el contrario,
pequeños grupos, constituidos mucho tiempo antes, fueron incorporándose
unos a otros. Varias familias formaron la fratría; varias fratrías, la
tribu; varias tribus, la ciudad. Familia, fratría, tribu, ciudad, son,
antes que nada, sociedades exactamente semejantes entre sí, que nacieron
unas de otras por una serie de federaciones.
“Es necesario
destacar que a medida que esos diferentes grupos se asociaban entre sí
de ese modo, ninguno de ellos, sin embargo, perdía ni su individualidad
ni su independencia. Aunque varias familias se hubiesen unido en una
fratría, cada una de ellas continuaba estando constituida como en la
época de su aislamiento; nada había cambiado en ella, ni su culto, ni su
sacerdocio, ni su derecho de propiedad, ni su justicia interior. Algunas
curias se asociaron en seguida, pero conservando cada una de ellas su
culto, sus reuniones, sus fiestas, su jefe. De la tribu se pasó a la
ciudad; pero no por eso, fueron disueltas las tribus, y cada una
continuó formando un cuerpo, casi como si la ciudad no existiera. (...) “Así, pues, la ciudad no es un conjunto de individuos, es una confederación de varios grupos constituidos anteriormente a los que ella deja subsistir. Por los oradores áticos compruébase que cada ateniense formaba parte a la vez de cuatro sociedades distintas; era miembro de una familia, de una fratría, de una tribu y de una ciudad.” [6]6. Ciudad y
urbe
“Ciudad y urbe no
eran palabras sinónimas entre los antiguos. La ciudad era la asociación
religiosa y política de las familias y de las tribus: la urbe era el
lugar de reunión, el domicilio y, sobre todo, el santuario de esta
asociación. (...)
“Una vez que las
familias, las fratrías y las tribus habían convenido unirse y tener un
mismo culto, se fundaba inmediatamente la urbe, destinada a ser el
santuario de este culto común. De este modo, la fundación de una urbe
era siempre un acto religioso.
“Tomemos como
primer ejemplo a la misma Roma (...)
“Llegado el día
de la fundación, [Rómulo] ofrece, antes que nada, un sacrificio. Sus
compañeros se disponen alrededor suyo, encienden un fuego con zarzas y
cada uno salta sobre las ligeras llamas. La explicación de este rito
está en que era necesario que el pueblo se encontrara puro antes del
acto; los antiguos creían que el saltar sobre la llama sagrada les
purificaba de toda mancha física y moral. “Cuando esta ceremonia preliminar ha preparado al pueblo para el gran acto de la fundación, Rómulo cava un pequeño hoyo de forma circular y echa en él un puñado de tierra que ha traído de Alba. A continuación, cada uno de sus compañeros, se acerca por turno y arroja, como él, un poco de tierra, que ha traído del país de donde procede. Este rito digno de nota nos manifiesta en estos hombres una mentalidad que conviene destacar. Antes de llegar al Palatino habitaban en Alba o en alguna otra de las ciudades vecinas. Allí estaba su hogar; era allí donde sus padres habían vivido y estaban enterrados. Ahora bien, la religión prohibía abandonar la tierra donde el hogar había sido establecido y donde los antepasados divinos reposaban. Era, pues, necesario, que cada uno de estos hombres, para librarse de toda impiedad, se sirviera de un artificio y llevase con él, bajo el símbolo de un puñado de tierra, el suelo sagrado en que se hallaban enterrados sus antepasados y al que sus Manes estaban vinculados. Un hombre sólo podía trasladar [su residencia] si llevaba consigo su suelo y sus antepasados. Era preciso ejecutar este rito para que pudiera decir, mostrando el nuevo lugar que había abrazado como suyo: ‘Esta es también la tierra de mis padres, terra patrum, patria; aquí está mi patria, porque aquí están los manes de mi familia’.” [7]7.
Dificultades para la formación del Estado
“Dos cosas pueden
deducirse fácilmente: en primer lugar, que esta religión, propia de cada
urbe, debe haber constituido la ciudad de una manera fortísima y casi
inquebrantable; es en efecto, maravilloso que, esa organización social
haya durado tanto tiempo a pesar de sus defectos y numerosas amenazas de
ruina; en segundo lugar, que durante muchos siglos, esa religión debe
haber tenido como efecto hacer imposible que se estableciera otra forma
de sociedad diferente de la ciudad.
“Cada ciudad, por
las propias exigencias de su religión, debería ser absolutamente
independiente. Era necesario que cada una tuviera su código particular,
ya que cada una tenía su religión y la ley emanaba de ella. Cada una
debía tener su justicia soberana, y no podía haber justicia superior a
la de la ciudad. Cada una tenía sus fiestas religiosas y su calendario;
los meses y los años no podían ser los mismos en dos ciudades, pues la
secuencia de actos religiosos era diferente. Cada una tenía su propia
moneda, habitualmente acuñada con su emblema religioso. Cada una tenía
sus pesos y sus medidas. No se admitía que hubiera nada común entre dos
ciudades. (...)
“Grecia jamás
logró formar un solo Estado: ni las urbes latinas, ni las etruscas, ni
las tribus samnitas pudieron formar nunca un solo cuerpo. La incurable
división de los griegos ha sido atribuida a la naturaleza del país. Se
ha dicho que las cadenas montañosas que allí se cruzan establecen entre
los hombres líneas naturales de demarcación; pero ninguna montaña había
entre Tebas y Platea, ni entre Argos y Esparta, ni entre Síbaris y
Crotona; tampoco las había entre las ciudades del Lacio ni entre las
doce ciudades de Etruria. Sin ninguna duda, la naturaleza física ejerce
alguna influencia sobre la historia de los pueblos; pero las creencias
del hombre tienen sobre ella una mucho más poderosa. Entre dos ciudades
vecinas se interponía un obstáculo más infranqueable que una montaña: la
serie de ritos sagrados, la diferencia de los cultos, la barrera que
cada ciudad levantaba entre el extranjero y sus dioses. (...)
“Por esta razón
los antiguos no pudieron establecer, y ni siquiera concebir, ninguna
otra organización social que no fuera la ciudad. Durante mucho tiempo ni
los griegos, ni los itálicos, ni tampoco los romanos pensaron que
pudieran unirse varias urbes y vivir en igualdad de condiciones bajo un
mismo gobierno. Bien podía existir entre dos ciudades una alianza, una
asociación momentánea con el propósito de obtener algún beneficio o
rechazar un peligro, pero jamás existía una unión completa, pues la
religión hacía de cada ciudad un cuerpo que no podía asociarse a ningún
otro. El aislamiento era la ley de la ciudad.
“Con las
creencias y usos religiosos que hemos visto, ¿cómo podían mezclarse
diversas urbes para formar un solo Estado? La asociación humana sólo se
comprendía y sólo parecía regular cuando estaba fundada en la religión.
El símbolo de esta asociación debía ser un banquete sagrado celebrado en
común. En rigor, varios miles de ciudadanos podían perfectamente
reunirse en torno de un mismo pritaneo, recitar la misma oración y
compartir los alimentos sagrados. ¡Pero intentad, con tales usos, hacer
de toda Grecia un solo Estado! (...)
“Mezclar dos
ciudades en un solo Estado, unir la población vencida a la victoriosa y
asociarlas bajo un mismo gobierno, es lo que nunca se ve entre los
antiguos, con una sola excepción [Roma] de cual la hablaremos más
adelante. (...)
“Esta
independencia absoluta de la ciudad antigua sólo pudo cesar cuando las
creencias sobre las que estaba fundada desaparecieran completamente.
Después de que las ideas se transformaran y de que pasaran sobre estas
sociedades antiguas varias revoluciones, se pudo llegar a concebir y
establecer un Estado más grande regido por reglas diferentes. Pero para
eso fue necesario que los hombres descubrieran otros principios y otro
vínculo social, distintos de los de las antiguas épocas.”
[8] NOTAS
[1]
Historiador francés nacido en 1830 y fallecido en 1889, profesor de
Historia Medieval en la Sorbona y
Director de la Escuela Normal Superior.
Escribió otras obras además de La Ciudad
Antigua, entre las cuales se destaca la
Historia de las Instituciones de la
Francia Antigua, donde analiza la
formación del régimen feudal en dicho
país. [2] La Cité Antique, Librairie Hachette, Paris, pp. 96-98 [3] Ídem, pp. 118, 119, 120-122. [4] Ídem, pp. 126-127. [5] Ídem, pp. 131, 132-133, 134-135. [6] Ídem, pp. 143-144, 145. [7] Ídem, pp. 151, 153-154. [8] Ídem, pp. 237-239, 240, 241.
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