Plinio Corrêa de Oliveira

Nobleza

y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana

 

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Editorial Femando III, el Santo

Lagasca, 127 - 1º dcha.

28006 — Madrid

Tel. y Fax: 562 67 45

Primera edición, julio de 1993.

Segunda edición, octubre de 1993

© Todos los derechos reservados.


NOTAS

Algunas partes de los documentos citados han sido destacadas en negrita por el autor.

La abreviatura PNR seguida del número de año y página corresponde a la edición de las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana publicadas por la Tipografía Políglota Vaticana en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pió XII cuyo texto íntegro se transcribe en Documentos I.

El presente trabajo ha sido obtenido por escanner a partir de la segunda edición, octubre de 1993. Se agradece la indicación de errores de revisión. 


APÉNDICE II

La trilogía revolucionaria: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”:

Hablan diversos Papas

 

Por coincidencia, este libro comenzó a ser escrito en el año del bicentenario de la Revolución Francesa. Sin embargo, obstáculos de todo tipo han ido imponiendo a su autor grandes y numerosas interrupciones, de modo que sólo tres años después ha podido ser concluido.

Dicha coincidencia puede ser, no obstante, calificada como feliz. Gran número de los temas tratados ocuparon un lugar preponderante en las reflexiones de los revolucionarios de entonces y orientaron sus metas; reflexiones y metas éstas que se reflejaron claramente en las violencias por ellos realizadas, en las injusticias que practicaron y en las tumultuosas reformas que llevaron a cabo.

La conmemoración del bicentenario de la Revolución Francesa recordó a todo el mundo contemporáneo tan grandes convulsiones de modo considerablemente avivado. De dicho recuerdo perduran aún hoy ecos que comunican a la temática del presente libro una actualidad mayor que la que tenía antes del bicentenario.

No se debe extrañar que, por tanto, la mencionada Revolución haya acudido más de una vez durante la lectura de esta obra al espíritu de lectores acostumbrados a considerar temas históricos y, con ella, les habrá venido a la memoria la famosa trilogía revolucionaria: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

Para satisfacer los eventuales deseos de dichos lectores, serán publicados a continuación textos pontificios que tratan sobre ella, además del ya citado anteriormente. [1]

1. Omnímoda libertad e igualdad absoluta: dos conceptos insensatos e incluso monstruosos

En la decretal dirigida el 10 de marzo de 1791 al Cardenal de la Rochefoucauld y al Arzobispo de Aix-en-Provence sobre los principios de la Constitución Civil del Clero, Pío VI así se expresa:

“Se decreta pues en esta asamblea [en la Asamblea Nacional Francesa], que se establezca como derecho que goce el hombre constituido en sociedad de libertad absoluta; que, por supuesto, no deba ser perturbado en lo que se refiere a la Religión; y que sea libre de opinar, hablar, escribir y hasta publicar lo que quiera sobre los asuntos de su propia Religión. Se ha proclamado que estas monstruosidades derivan y emanan de la igualdad de los hombres entre sí y de la libertad de la naturaleza. Pero, ¿se puede concebir algo más insensato que establecer entre todos una tal igualdad y libertad, hasta el punto de no tomar para nada en cuenta la razón, con la cual la naturaleza dotó especialmente al género humano, y mediante la cual se distingue de los demás animales?

“Cuando Dios creó al hombre y lo colocó en el Paraíso de delicias, ¿por ventura no le notificó al mismo tiempo que estaría sujeto a pena de muerte si comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal? ¿Acaso no restringió al instante su libertad con este primer precepto? Cuando, a continuación, el hombre se convirtió en reo por su desobediencia, ¿por ventura no le impuso un mayor número de preceptos por medio de Moisés? Y aunque lo dejó en manos de su propio albedrío para que pudiese merecer bien o mal, le añadió, sin embargo, mandamientos y preceptos, a fin de que, si los quisiese observar, éstos lo salvasen (Eccli. XV, 15-16).

“¿Dónde queda, pues, aquella libertad de pensar y de obrar que los Decretos de la Asamblea atribuyen al hombre constituido en sociedad como un derecho inmutable de su propia naturaleza? (...)

“Puesto que el hombre tiene ya desde el comienzo la necesidad de sujetarse a sus mayores para ser por ellos gobernado e instruido, y para poder ordenar su vida según la norma de la razón, de la humanidad y de la Religión, es entonces cierto que es nula y vana desde el nacimiento de cada uno esa tan celebrada libertad e igualdad entre los hombres. Es necesario que le estéis sujetos (Rom. XIII, 5). Por consiguiente, para que los hombres pudieran reunirse en sociedad civil fue preciso constituir una forma de gobierno en virtud de la cual los derechos y la libertad fuesen circunscritos por las leyes y por el poder supremo de los que gobiernan. Por eso enseña San Agustín con estas palabras: Es, pues, un pacto general de la sociedad humana obedecer a sus Reyes (Confesiones, libro III, cap. VIII, t. I, oper. edit. Maurin, p. 94). He aquí por qué el origen de este poder debe ser buscado menos en un contrato social que en el propio Dios, autor de lo que es recto y justo.” [2]

2. La libertad e igualdad difundidas por la Revolución Francesa: dos conceptos falaces diseminados por perfidísimos filósofos

Pío VI condenó en reiteradas ocasiones la falsa concepción de libertad e igualdad. En el Consistorio Secreto del 17 de junio de 1793, confirmando las palabras de la encíclica Inescrutabile Divinae Sapientiae, del 25 de diciembre de 1775, declaró lo que sigue:

Esto intentan, además, los perfidísimos filósofos: disuelven todos aquellos vínculos que unen a los hombres entre sí y a sus superiores, y les mantienen en el cumplimiento de sus obligaciones; y van clamando y proclamando hasta la náusea que el hombre nace libre y no está sujeto al imperio de nadie; y que, por lo tanto, la sociedad no pasa de ser un conjunto de hombres ineptos, cuya estupidez se postra ante los sacerdotes —por los cuales son engañados— y ante los reyes —por los cuales son oprimidos—; de tal suerte que la concordia entre el sacerdocio y el imperio no es otra cosa sino una monstruosa conspiración contra la innata libertad del hombre. A esta falsa y mentirosa palabra Libertad, aquellos jactanciosos patronos del género humano le agregaron otra igualmente falaz: Igualdad. Es decir, como si por el hecho de estar cada uno sujeto a disposiciones de ánimo cambiantes y moverse de modo diverso e incierto, según el impulso de su deseo, no debiese haber entre los hombres reunidos en sociedad civil alguien que, por la autoridad y por la fuerza, prevalezca, obligue, gobierne y llame al cumplimiento del deber a quienes se conducen de manera desordenada, a fin de que la propia sociedad, por el tan temerario y contradictorio ímpetu de incontables pasiones, no caiga en la anarquía y se disuelva completamente, a semejanza de lo que sucede con la armonía, que se compone de la concordancia de muchos sonidos y que, si no consiste en una adecuada combinación de cuerdas y de voces, se desvanece en ruidos desordenados y completamente disonantes.” [3]

3. El abuso de la libertad y de la igualdad lleva al socialismo y al comunismo

En su encíclica Nostis et Nobiscum, de 8 de diciembre de 1849, Pío IX denuncia:

“En cuanto a esta depravada doctrina y sistemas [de los enemigos actuales de Dios y de la sociedad humana, que quieren alejar a los pueblos de Italia de la obediencia al Papa y a la Santa Sede], ya todos saben que su principal objetivo es introducir entre el pueblo, abusando de las palabras libertad e igualdad, las funestas invenciones del socialismo y del comunismo.” [4]

4. La igualdad cristiana “no elimina todas las diferencias entre los hombres, sino que de acuerdo con la variedad de modos de vida, profesiones e inclinaciones, alcanza aquel acuerdo admirable y, por así decir, armonioso, que conviene por naturaleza a la utilidad y a la dignidad de la vida civil”

De la encíclica de León XIII, Humanum Genus, del 20 de abril de 1884 contra la Masonería, extraemos el siguiente trecho:

“En consecuencia, habiendo encontrado no sin razón ocasión oportuna para ello, renovamos lo que ya hemos manifestado en otras ocasiones: que es conveniente propagar y proteger con gran celo la Orden Tercera de San Francisco. (...) Así pues, sea renovada con diarios progresos esta santa asociación, de la cual podemos esperar muchos frutos, y especialmente el insigne fruto de que sean elevados los espíritus hacia la libertad, fraternidad e igualdad de derechos, no como absurdamente las imaginan los masones, sino tal como las dispuso Jesucristo para el género humano y las siguió San Francisco. Nos referimos aquí a la libertad de los hijos de Dios, por la cual no servimos ni a Satanás, ni a las pasiones, perversísimos señores; a la fraternidad cuyo origen reside en Dios Creador y Padre común de todos; a la igualdad que, erigida sobre los fundamentos de la justicia y de la caridad, no elimina todas las diferencias entre los hombres, sino que de acuerdo con la variedad de modos de vida, profesiones e inclinaciones, alcanza aquel acuerdo admirable y, por así decir, armonioso, que conviene por naturaleza a la utilidad y a la dignidad de la vida civil.” [5]

5. Una filosofía de la cual la Iglesia está lejos de tener que gloriarse

En su carta apostólica Notre Charge Apostolique, del 25 de agosto de 1910, en la cual condena el movimiento francés de izquierda católica Le Sillón, de Marc Sangnier, así analiza San Pío X la célebre trilogía:

“Le Sillón tiene la noble preocupación por la dignidad humana; pero entiende esta dignidad a la manera de algunos filósofos de los que la Iglesia está lejos de gloriarse. El primer elemento de esta dignidad es la libertad, entendida en el sentido de que, salvo en materia de religión, cada hombre es autónomo. De este principio fundamental saca las conclusiones siguientes.

“Hoy en día el pueblo está bajo la tutela de una autoridad distinta de él; debe liberarse de ella: emancipación política. Está bajo la dependencia de patrones que, reteniendo sus instrumentos de trabajo, lo explotan, oprimen y rebajan; debe sacudirse su yugo: emancipación económica. Está dominado, finalmente, por una casta llamada dirigente, a la cual su desarrollo intelectual asegura una preponderancia indebida en la dirección de los asuntos; debe eludir su dominación: emancipación intelectual.

“Desde este triple punto de vista, la nivelación de las condiciones establecerá entre los hombres la igualdad, y esta igualdad es la verdadera justicia humana. Una organización política y social fundada sobre esta doble base, la libertad y la igualdad (a las cuales enseguida se unirá la fraternidad): he aquí lo que [los partidarios de le Sillón] llaman Democracia. (...)

“En primer lugar, en política, le Sillón no suprime la autoridad; la juzga, por el contrario, necesaria; pero quiere repartirla, o, mejor dicho, multiplicarla de tal modo que cada ciudadano se convierta en una especie de rey. (...)

“Guardadas las debidas proporciones, lo mismo ocurrirá en el orden económico. Sustraída de las manos de una clase particular, la condición de patrono quedará tan multiplicada, que cada obrero vendrá a ser una especie de patrono. (...)

“He aquí ahora el elemento capital, el elemento moral. (...) Arrancado de la estrechez de sus intereses privados y elevado a los intereses de su profesión, y más arriba, a los de la nación entera, y más arriba aún, a los de la Humanidad (porque el horizonte de le Sillón no se detiene en las fronteras de la patria, sino que se extiende a todos los hombres hasta los confines del mundo), el corazón humano, dilatado por el amor al bien común, abrazaría a todos los camaradas de la misma profesión, a todos los compatriotas, a todos los hombres. Y he aquí la grandeza y la nobleza humana ideal realizada por la célebre trilogía: libertad, igualdad, fraternidad. (...)

“Esta es, en resumen, la teoría —el sueño, se podría decir— de le Sillón.” [6]

San Pío X se inserta, por tanto, en la estela de sus predecesores, quienes, desde Pío VI, condenaron los errores sugeridos por el lema de la Revolución Francesa.

6. Los principios revolucionarios de 1789 contenían la suma de las enseñanzas de los falsos profetas

Benedicto XV, al promulgar el decreto sobre la heroicidad de las virtudes del Beato Marcelino Champagnat, [7] el 11 de julio de 1920, pronunció la alocución de la cual extraemos los trechos siguientes.

“Basta, en efecto, evocar en nuestra mente los principios del siglo XIX para distinguir que muchos falsos profetas habían aparecido en Francia, y desde allí se proponían extender por doquier la maléfica influencia de sus perversas doctrinas. Eran profetas que tomaban la actitud de reivindicadores de los derechos del pueblo, que preconizaban una era de libertad, de fraternidad, de igualdad. ¡Quién no los hubiera considerado vestidos con piel de oveja, ‘in vestimentis óvium’!

“Pero la libertad preconizada por aquellos profetas no abría la puerta al bien, sino al mal; la fraternidad predicada por ellos no saludaba a Dios como a Padre único de todos los hermanos, y la igualdad anunciada por los mismos no se apoyaba en la identidad de origen, ni en la común redención, ni en el mismo último fin de todos los hombres. Eran —¡ay!— profetas que predicaban una igualdad destructora de la diferencia de clases por Dios querida en la sociedad; eran profetas que llamaban hermanos a todos los hombres para quitar la idea de sujeción de unos a otros; eran profetas que proclamaban la libertad de hacer el mal, de llamar luz a las tinieblas, de confundir la mentira con la verdad, de preferir aquélla a ésta, de sacrificar al error y al vicio los derechos y las razones de la justicia y de la verdad.

“No es difícil entender que esos profetas vestidos con piel de oveja, habrían de mostrarse intrínsecamente—esto es en la realidad—, como lobos rapaces: ‘qui véniunt ad vos in vestimentis óvium, intrínsecus autem sunt lupi rapacis.’

“Y no es de sorprender si contra tales falsos profetas debía resonar una palabra terrible: ‘¡guardaos de ellos!’, ‘¡atténdite a falsis prophetis!’.

“Marcelino Champagnat oyó esa palabra; entendió asimismo que no había sido pronunciada sólo para él, y pensó en hacerse eco de ella junto a los hijos del pueblo, a quienes veía más expuestos a caer víctimas de los principios del 1789 por causa de su propia inexperiencia y de la ignorancia de sus padres en materia de Religión. (...)

‘“Atténdite a falsis prophetis’: he aquí las palabras que repetía en la práctica quien ansiaba detener la oleada de errores y vicios que, por obra y gracia de la Revolución Francesa, amenazaba inundar la tierra. ‘Atténdite a falsis prophetis’: he aquí las palabras que explican la misión abrazada por Marcelino Champagnat; palabras que no ha de relegar al olvido quien desee estudiar su vida.

“No deja de tener interés la comprobación del hecho de que Marcelino Champagnat, nacido en 1789, fue destinado a combatir, en su aplicación práctica, precisamente los principios que tomaron el nombre del año de su nacimiento y obtuvieron luego triste y dolorosa celebridad.

“Para justificar su obra le hubiera bastado continuar la lectura del Evangelio de hoy, porque una simple ojeada a las llagas que los principios del 89 habían abierto en el seno de las sociedades civil y religiosa habría dejado patente cómo aquellos principios contenían la suma de la enseñanza de los falsos profetas: ‘a frúctibus eorum cognoscetis eos’. (...)

“Al incremento de las casas de Hermanos Maristas y a la excelente orientación de los jóvenes a ellas acogidos coadyuvó sin duda la Virgen Santísima, por medio de una imagen que apareció, y luego desapareció, y finalmente fue de nuevo hallada. Verdaderamente maravilloso fue aquel primer incremento, que solamente se explica por el incremento sucesivo, tan extraordinario también, que, antes del décimo lustro de su fundación, cinco mil religiosos del nuevo Instituto procuraban saludable instrucción a cien mil niños esparcidos por todas las regiones del orbe.

“Si con profética luz hubiese adivinado el Venerable Champagnat un efecto tan admirable, habría lamentado tal vez el excesivo número de niños que quedaban aún sumidos en las sombras de la muerte y en las tinieblas de la ignorancia, y habría deplorado no haber podido impedir mejor el nefasto desarrollo de la perniciosa semilla esparcida por la Revolución francesa, si bien un sentimiento de honda gratitud a Dios por los bienes que producía su Congregación le habría obligado a decir que, así como de los pésimos frutos de las enseñanzas de algunos profetas contemporáneos suyos se deducía su falsedad, así los buenos frutos obtenidos mediante su obra podían demostrar la bondad de ésta: ‘ígitur ex frúctibus eorum cognoscetis eos’.” [8]

7. Conceptos cristianos que habían asumido las características de una lucha anticristiana, laica e irreligiosa

En la visita realizada el 1 de septiembre de 1963 a la ciudad italiana de Frasead, Pablo VI tejió las siguientes consideraciones sobre la Revolución Francesa y su lema libertad, igualdad, fraternidad, al referirse a la actuación que en esa ciudad desarrolló San Vicente Pallotti:

“Estábamos en el periodo posterior a la Revolución Francesa, con todos los desastres e ideas desordenadas, caóticas y al mismo tiempo apasionadas y esperanzadas, que aquella revolución había puesto en los hombres del siglo precedente. Había gran necesidad de poner orden y, digamos así, de hacerlo estático, sólido, como debe ser. Al mismo tiempo, se notaba el fermento de algo nuevo: había ideas vivas, coincidencias entre los grandes principios de la revolución, que no hizo otra cosa sino apropiarse de algunos conceptos cristianos: fraternidad, libertad, igualdad, progreso, deseo de levantar a las clases humildes. Todo eso era, por tanto, cristiano, pero había asumido las características de una lucha anticristiana, laica, irreligiosa, que tendía a desnaturalizar aquel trazo de patrimonio evangélico dirigido a valorizar la vida humana en un sentido más alto y más noble.” [9]

8. Son, en el fondo, ideas cristianas; pero quienes las formularon por primera vez no se referían a la alianza del hombre con Dios

En la homilía de la Misa celebrada el 1 de junio de 1980 en el aeropuerto Le Bourget de París, Juan Pablo II afirmó:

“¡Qué no han hecho los hijos e hijas de vuestra nación para conocer al hombre, para expresar al hombre por la formulación de sus derechos inalienables! Es conocido el lugar que las ideas de libertad, de igualdad, y de fraternidad ocupan en vuestra cultura y en vuestra historia. En el fondo son éstas ideas cristianas. Lo digo siendo bien consciente de que quienes así formularon por primera vez este ideal, no se referían a la alianza del hombre con la sabiduría eterna, sino querían actuar por el hombre.” [10]

9. Un movimiento histórico que se encontraba arrastrado por un impetuoso tropel de violencia y odio religioso

Durante la audiencia concedida a los peregrinos de Angers, con ocasión de la beatificación de Guillermo Repin y sus compañeros, el 20 de febrero de 1984, afirmó Juan Pablo II:

“Sé que la Revolución Francesa —sobre todo durante el periodo del ‘Terror’— hizo entre vosotros, en el oeste, muchas otras víctimas, a millares guillotinadas, fusiladas, ahogadas, muertas en las prisiones de Angers. Sólo Dios conoce sus méritos, su sacrificio, su Fe. La diócesis y la Santa Sede no han podido examinar sino un número restringido de casos, en los cuales el testimonio de su martirio era mejor conocido y más transparente respecto a motivaciones religiosas (...).

“Su prisión [la del bienaventurado Repin y sus noventa y ocho compañeros], su condenación, se sitúan ciertamente en un contexto político de contestación de un régimen que, en esa época, rechazaba tantos valores religiosos. Aunque este movimiento histórico haya sido inspirado por sentimientos generosos —libertad, igualdad, fraternidad—y por el deseo de necesarias reformas, se encontraba arrastrado en un torbellino de represalias, de violencias, de odio religioso. Esto es un hecho. No hemos de juzgar aquí esta evolución política. Dejamos a los historiadores la tarea de calificar sus excesos.” [11]

*   *   *

Puede ser que haya notado el lector aquí y allá, a lo largo de los textos citados, una aparente contradicción entre las diversas declaraciones de los Papas que abordan el tema de la trilogía “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Esta impresión comienza a diluirse a medida que se tiene en cuenta que, consideradas rectamente en sí mismas —y por tanto a la luz de los principios católicos— cada una de esas palabras designa conceptos dignos de admiración. Fue lo que algunos Papas se empeñaron en realzar.

Sin embargo, la generalidad de los pensadores y escritores que prepararon la Revolución Francesa, bien como los hombres de acción que urdieron la tremenda conmoción político-social que hizo estremecer a Francia a partir de 1789, y los panfletarios y demagogos que la llevaron a la calle, impeliéndola a practicar tantas injusticias y tan terribles crímenes, no entendían así esas palabras, pues se lanzaron todos a una a demoler la Religión, al odio contra toda autoridad legítima y a la negación furiosa de todas las desigualdades, aun cuando fueran justas y necesarias.

Alabar en sí misma la trilogía “Libertad, Igualdad, Fraternidad” no quiere decir que se aprueben los radicales y absurdos errores que los revolucionarios, considerados en bloque, sobreentendían en esas palabras, errores éstos que dejaron patentes todos sus matices en el último y extremo lance de la Revolución Francesa, que fue la insurrección comunista de Babeuf, [12] la cual dejaba ver hasta qué punto estaba entrañado en la Revolución de 1789 el germen del comunismo —síntesis de errores religiosos, filosóficos, políticos, sociales y económicos— al cual debemos las incalificables desgracias morales y materiales en que se debaten hoy los pueblos de Este Europeo.

Uno de los ardides utilizados con más éxito por la Revolución Francesa consistió precisamente en lanzar en la confusión a muchos espíritus simples y desprevenidos, utilizando palabras honestas e incluso dignas de alabanza para rotular un monstruoso cúmulo de errores doctrinales y de criminales acontecimientos. Muchos de esos espíritus eran así llevados a admitir que las doctrinas de la Revolución Francesa eran buenas en su raíz, aunque hayan sido muy reprobables en su mayoría los hechos revolucionarios. Otros de ellos entendían, sin embargo, que las doctrinas que generaron semejantes acontecimientos no podían ser menos reprobables que los mismos, deduciendo de ahí que la trilogía inculcada como síntesis de esas doctrinas perversas era digna de la misma repulsa.

La dañina confusión en que unos y otros se encontraban tuvo —y está teniendo— una vida larga, pues sólo va deshaciéndose poco a poco, y aún subsiste en nuestros días.

Por dirigirse a un público del cual amplios sectores continuaban así desorientados, algunos Papas se empeñaron en rectificar ciertos juicios unilaterales e ilimitadamente severos respecto a la tan astutamente manejada trilogía; y otros, en cambio, se empeñaron en impedir que la inocuidad intrínseca de sus términos engañase al público acerca de la perversidad esencial de aquella gran convulsión de finales del siglo XVIII, que atravesó el siglo XIX y casi todo el XX usando los rótulos de socialismo o comunismo, y que, en su contenido más genuino, está muriendo actualmente en el Este europeo o, más bien, va allí metamorfoseando se en busca de nuevos vocablos, nuevas fórmulas, nuevos ardides, para alcanzar sus finalidades radicalmente ateas, quizá más bien panteístas y, en cualquier caso, absoluta e universalmente igualitarias.


NOTAS

[2] Pii VI Pont. Max. Acta, Typis S. Congreg. de Propaganda Fide, Roma, 1871, vol. I, pp. 70-71.

[3] Pii VI Pont. Max. Acta, vol. II, pp. 26-27.

[4] Pii IX, Pontificis Maximi Acta, Pars Prima, Typographia Bonarum Artium, Roma, 1854-1874, p. 210.

[5] ASS XVI [1906] 430-431.

[6] ASS II [1910] 613-615.

[7] El Bienaventurado Marcelino José Benito Champagnat, fundador de la Sociedad de los Hermanos Maristas, nació el 20 de mayo de 1789, falleció el 6 de junio de 1840, y fue beatificado por Pío XII el 29 de mayo de 1955 [N.R.: Canonizado en 18 de abril de 1999 por el Papa Juan Pablo II].

[8] “L’Osservatore Romano”, 12-13/7/1920, 2ª ed.

[9] Insegnamenti, vol. I, p. 569.

[10] Insegnamenti, vol. III, 1 p. 1589.

[11] Insegnamenti, vol. VII, 1, pp. 447-448.

[12] Babeuf, François Nöel (1760-1797) — Revolucionario francés. Lideró el movimiento de la “Conjuración de los Iguales” que actuó durante el invierno de 1795 a 1796, constituyendo “la primera tentativa de hacer entrar el comunismo en la realidad”. Publicó el “Manifiesto de los Iguales”, que predicaba la comunidad de bienes y de trabajos y que fue “la primera forma de la ideología revolucionaria de la nueva sociedad nacida de la propia Revolución. Por el babuvismo, el comunismo, hasta entonces fantasía utópica, estaba erigido en sistema ideológico; por la Conjuración de los Iguales entraba en la Historia Política” (Albert Soboul, La Revolution Française, Gallimard, Paris, 1962, vol. II, pp. 216 y 219).

Con respecto al papel desempeñado por Babeuf en la continuidad del movimiento revolucionario, afirma Marx en la obra blasfemamente titulada por él La Sagrada Familia: “El movimiento revolucionario que comenzó en 1789 en el Círculo Social, que tuvo a Leclerc y Roux por representantes principales a lo largo de su evolución y acabó por sucumbir temporalmente con la conspiración de Babeuf, había hecho brotar la ideología comunista que Buonarroti, amigo de Babeuf, reintrodujo en Francia tras la revolución de 1830. Esta ideología, desarrollada en todas sus consecuencias, constituye el principio del mundo moderno” (apud François Furet, Dictionnaire Critique de la Revolution Française, Flammarion, Paris, 1988, p. 199). El movimiento de Babeuf fue combatido por el Directorio. Éste fue preso y ejecutado en 1797.