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Plinio Corrêa de Oliveira Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana
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NOTAS ● Algunas partes de los documentos citados han sido destacadas en negrita por el autor. ● La abreviatura PNR seguida del número de año y página corresponde a la edición de las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana publicadas por la Tipografía Políglota Vaticana en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pió XII cuyo texto íntegro se transcribe en Documentos I. ● El presente trabajo ha sido obtenido por escanner a partir de la segunda edición, octubre de 1993. Se agradece la indicación de errores de revisión.
APÉNDICE I
En el Brasil
colonial, en el Brasil imperial y en la República brasileña: génesis,
desarrollo y ocaso de la “Nobleza de la Tierra”
El papel de
la incorporación de elementos análogos a la Nobleza originaria
Las élites
análogas a la Nobleza constituyen un tema de interés tanto para Europa
como para el Nuevo Mundo; tal vez aún más para este último, pues la
Nobleza —pese a haber tenido en algunas partes del continente americano
la condición de clase social con contornos y contenido jurídico
definidos, como en Europa— no ha ejercido como tal, en la andadura
histórica de ninguna de las tres Américas, un papel ni de lejos tan
preponderante como el que tuvo la clase noble en la historia del viejo
mundo. Fueron las élites aristocráticas, formadas orgánicamente en el
propio suelo americano —incluyendo en su seno a los nobles que vinieron
a parar a Iberoamérica y a América del Norte— las que desempeñaron
durante mucho tiempo una función propulsora en la sociedad temporal.
Por el número de
sus miembros, por su papel en la vida económica y social, así como por
sus relaciones casi ininterrumpidamente pacíficas con las clases más
modestas, el papel de las élites tradicionales ha sido preponderante.
Para quienes
estudien el tema “aristocracia”, la consideración de las “élites
análogas” les servirá de punto de partida para útiles reflexiones sobre
lo que podrían ser en la sociedad contemporánea nuevas modalidades de
Nobleza. Éstas podrían surgir en el caso de que algún gobierno
monárquico —y en estos días se habla tanto de la restauración de varios
de ellos— se dedicase a la tarea de constituir en torno a la Nobleza
histórica nuevas variantes de Nobleza que, por su cuño tradicional, no
estuvieran expuestas al riesgo de ser meros pedestales de arribistas. Se
constituirían así como modalidades originales de Nobleza, las cuales
vivirían armónicamente yuxtapuestas a la Nobleza primera o, con el curso
del tiempo, se fundirían con ella.
Conviene, por
tanto, presentar a título ilustrativo algunas informaciones, aunque
sumarias, respecto a la formación de esas élites en Brasil. El lector
tomará así conocimiento de cómo se constituyó de modo natural y orgánico
una primera élite en Pernambuco, en Bahía y en alguna medida en otras
partes del Nordeste brasileño a lo largo del ciclo socio-económico de la
caña de azúcar.
La Corona
portuguesa, movida por el deseo de estimular la plantación de caña de
azúcar, y de consolidar así la colonización y población del territorio
además de obtener ganancias económicas, concedió a los plantadores que
tuvieran en sus tierras los ingenios apropiados para la producción del
azúcar algunas de las prerrogativas de la antigua Nobleza. Estos
plantadores —los “señores de
Ingenio”— constituyeron una clase aristocrática, una nobleza de
hecho.
La élite rural
contaba también entre sus miembros con cierto número de familias
oriundas de la aristocracia portuguesa trasladadas a la pujante colonia
americana. Con la ampliación del área territorial cultivada fueron
surgiendo nuevos propietarios rurales de azúcar no pertenecientes a la
élite inicial. De modo también orgánico, estas diferentes vetas que
componían la clase de los propietarios rurales se fueron fundiendo en
una única élite que fue floreciendo gradualmente en prosperidad, así
como en alto nivel de vida y distinción de comportamiento.
Un proceso
análogo se dio espontáneamente en el desarrollo de las élites urbanas.
En efecto, fue creciendo en el territorio brasileño el número de
poblaciones, muchas de las cuales caminaban decididamente hacia la
formación de ciudades. En estos centros urbanos se constituyó una élite
original, formada sobre todo por quienes ejercían altos cargos públicos,
civiles o militares, que entonces conferían nobleza. A éstos se les fue
juntando cierto número de nobles o hidalgos portugueses afincados en la
Colonia.
Al mismo tiempo
fueron apareciendo, por las propias necesidades de la vida urbana,
personas que, dedicándose a actividades diversas, —médicos,
comerciantes, etc.— tenían un
status civil y un nivel económico claramente distinto de los
trabajadores manuales. Formaban la categoría de los llamados “hombres
nuevos”. En el pequeño ámbito de las poblaciones o ciudades de entonces,
dichas personas tenían un trato naturalmente frecuente con los elementos
de la élite.
La yuxtaposición
de los “hombres nuevos” con elementos de la élite urbana original dio
lugar naturalmente a una gradual fusión que constituyó una aristocracia
urbana y a su modo, en fin, también una Nobleza. Estos aristócratas
urbanos juntamente con los miembros de la aristocracia rural formaron la
clase dirigente de la vida municipal, con acceso a las principales
funciones de gobierno del Municipio. A este conjunto se le denominaba
corrientemente, entonces como “hombres buenos”.
En los
posteriores ciclos socio-económicos del oro y de las piedras preciosas
y, por fin, el del café, procesos semejantes se desarrollaron, no por un
mero mimetismo sino por una comprensible analogía de circunstancias.
A la sociedad y a
la nación que iban entonces germinando en Brasil les convenía mucho la
propulsión de las élites, y dichas élites solo habrían de recibir
beneficios del crecimiento cuantitativo y cualitativo que suponía la
asimilación gradual al núcleo originario, de elementos a uno u otro
título análogos a ella; de ahí que la formación de esos elementos
semejantes y su asimilación sea de evidente interés para el bien común.
En la América
hispánica, como podrán constatar quienes estudien el asunto, este
proceso de formación de la nobleza y de las “élites análogas” se dio de
un modo diferente. Así se podrá contemplar la pluralidad de problemas
que la formación y ampliación de las élites levantó en tierras
iberoamericanas, bien como la originalidad de las soluciones que allí se
dieron a ellos. * * *
Conviene destacar
que el objetivo de los presentes apuntes sobre la “Nobleza de la tierra”
tanto en el Brasil colonial como en el Brasil Reino Unido y en el Brasil
Imperio, consiste en poner en evidencia el carácter profundamente
natural y orgánico de la formación de la clase nobiliaria, sobre todo en
el periodo inicial de nuestra historia, así como en dejar claro de qué
modo se formaban entonces las élites paralelas a la nobleza y el natural
acceso que, a partir de ellas, se podía tener a la clase nobiliaria. Así pues, no se ha pretendido trazar aquí un cuadro completo de la nobleza brasileña —o mejor, luso-brasileña— en el estadio de desarrollo estructural en que ésta se encontraba el 7 de septiembre de 1822, fecha de la Independencia, ni de todas las modificaciones que la legislación imperial subsiguiente —fuertemente influida por el espíritu de la Revolución Francesa— habría de introducir en dicha clase. [1]A - La
formación de las élites en el Brasil Colonial
1. Los
primeros pobladores
a) Las clases
modestas
Fueron los elementos de las clases más modestas de la Metrópoli los que poblaron la América Lusa. Como señala Oliveira Vianna, se trataba de “elementos de la plebe, labradores del Miño, de Trás-os-Montes, de las Beiras, de Extremadura —hombres sobrios y honrados, aunque de pocos haberes, ‘hombres de calidades’, como se lee en algunas cartas de sesmarías [2]— que piden tierras y, oscura y silenciosamente, se van estableciendo con sus ganados grandes y pequeños en los campos y bosques del hinterland.” [3]Entre esas clases más modestas no solo figuraban elementos de la plebe rural. Así lo afirma Alfredo Ellis Jr.: “Portugal, al colonizar la tierra brasileña, mandó para aquí gente de la burguesía, con formación urbana o semi-urbana comercial, no perfiladas por el ruralismo.” [4]Había también entre estos primeros pobladores algunos degredados (reos de pena de destierro), aunque no constituían la mayoría. Oliveira Lima asevera: “El que la colonización brasileña haya sido llevada a cabo por desterrados es una leyenda ya desmentida. Por otra parte ser desterrado no equivalía entonces a ser un criminal en el sentido que le damos actualmente; se castigaba con la deportación delitos no infamantes, e incluso simples ofensas cometidas por gente buena. Los dos mejores poetas portugueses, Camões y Bocage, sufrieron pena de destierro en la India.” [5]Algunos tránsfugas que habían cometido acciones ilegales en sus lugares de origen se servían de América como abrigo contra la Justicia, pues D. Juan III determinó “que no serían perseguidos por sus crímenes quienes aquí vinieran a refugiarse.” [6]
A esos elementos
se añadieron a lo largo de los siglos los indios catequizados —por los
que la Iglesia siempre batalló irreductiblemente para que no fuesen
reducidos a esclavos—, quienes entraban en el nuevo contexto social casi
siempre como trabajadores manuales. A los indios hay que añadir los
esclavos importados de África. Su número fue mayor en Brasil, pero
existieron también, aunque en proporciones muy variables, en una u otra
colonia o virreinato dependiente de la Corona Española. b) Los
aristócratas y los hombres de letras
Sin duda,
vinieron también a parar aquí a lo largo de los tiempos, procedentes de
la Metrópoli, personas de nivel más alto por su instrucción o
nacimiento. Esto los capacitaba para ejercer cargos públicos, civiles o
eclesiásticos de cierta categoría, difundiendo así en el tosco ambiente
de la naciente colonia elementos de cultura.
Entre ellas se
destacan los Gobernadores-generales, los Gobernadores de las diversas
partes de Brasil y los Virreyes, sin omitir a aquellos de entre los
donatarios de las capitanías iniciales —todos nobles— que llegaron a
residir durante cierto tiempo en sus respectivas tierras, como Duarte
Coelho, de Pernambuco, y Martim Afonso de Sousa, de San Vicente. Carlos Javier Paes Barreto, refiriéndose a los primeros colonizadores de la Capitanía de Pernambuco afirma que “no fueron escogidos únicamente entre la masa ignorante los pobladores nordestinos (...) Muchos de los que arribaron en la Nueva Lusitania eran descendientes de magistrados y estadistas de valor.” [7]
El historiador Alfredo Ellis Jr. completa este cuadro: “Sería natural que Portugal hubiese mandado para aquí gente de todas las procedencias sociales. Aunque es verdad que predominó la burguesía en la población de Brasil, deben haber venido necesariamente en los primeros tiempos gente de la vieja aristocracia, hombres blasonados que encontraban sus estirpes fácilmente representadas en los salones de Cintra.” [8]A propósito de los elementos de la Nobleza lusitana que aquí arribaron Oliveira Lima precisa que “no fueron los grandes nobles, los poderosos representantes de las casas de alta alcurnia (...) los que pasaron a ultramar, sino los representantes de la petite noblesse, (...) hidalgos, ya se sabe, o hijos de algo, que constituían la casta guerrera.” [9]Y añade Oliveira Vianna que “fue precisamente esa pequeña nobleza la que más elementos nobles suministró a la nobleza brasileña e hispano-americana. Era gente con pocos medios e incluso empobrecida, que aquí emigraba para hacer las Américas, con la esperanza de poner remedio a la opresiva situación en que vivía la península.” [10]c) La
exigencia de la Fe
Según ciertos
comentaristas de la Historia de Brasil, la colonización portuguesa se
hizo muy principalmente con objetivos económicos, mientras que el ideal
evangelizador ocupaba en ella un lugar muy secundario o, quizá, hasta un
lugar de mero aparato en atención a las viejas tradiciones religiosas
que aún conservaban restos de influencia en la Metrópoli lusa.
Esto no es
cierto; el empeño misionero tenía gran importancia tanto en la mente de
los Reyes como en la de todo el pueblo portugués. En efecto, decía el Rey D. Juan III en el reglamento dado a Tomé de Souza el 17 de diciembre de 1548: “La principal razón que me ha movido a mandar poblar las tierras dichas del Brasil fue que sus gentes se conviertan a nuestra Fe católica.” [11]
Así pues, fuesen
plebeyos, burgueses o nobles, oriundos de Portugal o de otras naciones,
a todos los primeros pobladores, se les exigía una adhesión a la Fe
católica en su integridad.
“Brasil se formó
con sus colonizadores despreocupados de la unidad o pureza de raza.
Durante casi todo el siglo XVI, la colonia estuvo abierta de par en par
a los extranjeros. A sus autoridades sólo les importaba que fuesen de Fe
o religión católica. Handelmann notó que para ser admitido como colono
en el Brasil del siglo XVI, la principal exigencia era profesar la
religión cristiana: ‘Solamente cristianos —y en Portugal eso quería
decir católicos— podían adquirir sesmarías’. (...)
“A lo largo de
ciertas épocas coloniales se observó la práctica de que fuera un fraile
a bordo de cada uno de los navíos que llegaban a los puertos brasileños,
a fin de examinar la conciencia, la Fe y la religión del recién llegado.
Lo que entonces detenía a los inmigrantes era la heterodoxia; la mancha
de herejía en el alma y no la mongólica en el cuerpo. En lo que se ponía
empeño era en la salud religiosa. (...) El fraile iba a bordo para
indagar la ortodoxia del individuo como hoy se indaga acerca de su salud
y de su raza. (...)
“‘El portugués
olvida la raza y considera un igual a quien profesa su misma religión.’ “Esa solidaridad se mantuvo espléndidamente entre nosotros a lo largo de toda nuestra formación colonial, reuniéndonos contra los calvinistas franceses, contra los reformados holandeses, contra los protestantes ingleses. Por eso es tan difícil, en realidad, separar al brasileño del católico: fue justamente el catolicismo lo que consolidó nuestra unidad.” [12]2. Génesis y
perfeccionamiento de las élites iniciales en el territorio poblado
El conjunto de
esos factores fue formando lentamente y con orgánica espontaneidad una
selección de elementos diversificados entre sí, una élite o, si se
prefiere, los rudimentos de una élite, aún tosca y ruda en la mayor
parte de sus miembros, como toscas y rudas eran las condiciones
iniciales de existencia en este Continente de naturaleza exuberante y
agreste.
Los componentes
de esa élite inicial mantenían entre sí relaciones sociales con cierta
igualdad de trato y nivel de vida. No se habría concebido otra cosa dado
su pequeño número y la presión psicológica ejercida por las adversas
condiciones de existencia impuestas por una naturaleza poco trabajada
por el hombre.
Con el transcurso
del tiempo y la sucesión de generaciones, fueron formándose estratos en
esa categoría y estableciéndose diferencias. a)
Ennoblecimiento por hazañas de carácter militar
Formaban parte de la capa más alta los individuos que se habían señalado por sus hazañas militares, tanto en las luchas contra los indios como en las guerras de expulsión de los herejes extranjeros —especialmente holandeses y franceses [13] — que aquí vinieron a parar con intenciones al mismo tiempo mercantiles y religiosas.
Ésta era, en
general, la característica de la Nobleza del viejo continente. La clase
militar por excelencia era, en efecto, la de los señores feudales,
quienes vertían, más que sus coterráneos, la sangre en pro del bien
común espiritual y temporal. Este holocausto colocaba a los nobles en
una situación análoga a la de los mártires, y el heroísmo del que casi
siempre daban muestra era prueba de la integridad de alma con que
aceptaban su holocausto. En consecuencia, merecían excepcionales
privilegios y honores.
La elevación del
combatiente plebeyo a la Nobleza, o la ascensión del combatiente noble a
un grado superior de Nobleza constituían, pues, la más justa y adecuada
recompensa al valor militar. Como es natural, este modo de ver a la clase militar se reflejó en la formación de la sociedad colonial brasileña. Afirma Oliveira Vianna que muchos justificaban las peticiones que hacían para sí de sesmarías “exhibiendo las cicatrices de la lucha, las mutilaciones del soldado, el cuerpo herido por la espada del normando, del bretón o del flamenco, o atravesado por la flecha del indio. Con ello accedían a la posesión de la tierra, que era la principal nobleza (...) Era la bravura militar lo que dignificaba entonces al individuo y aseguraba sus títulos a la Nobleza y a la Aristocracia.” [14]b)
Ennoblecimiento por actos de valentía en el
desbrozamiento
del territorio
Además de quienes se destacaban por su valentía militar, otros sobresalían por su bravura en diversos terrenos, pues “la selección se hace en la sociedad colonial, como en la Edad Media (...) por la bravura, por el valor, por la ‘virtud’, en el sentido romano de la expresión.” [15]Así pues, pertenecían también a esta capa más alta de la sociedad quienes se destacaban en la ardua tarea de desbrozar la inmensidad inculta de nuestro territorio, “aquellos titanes de los tiempos coloniales —raza notable, cuyos hijos de fiero aspecto, ropa de cuero y brazo fuerte, empuñando el trabuco conquistador, invadieron los sertões [16] inhóspitos del sur y del norte del país que, en frase de Taunay ‘hicieron retroceder los meridianos alejandrino y tordesillano hasta casi la falda de los Andes, a través de una aspérrima selva, poblada de peligros y misterios’.” [17]c)
Ennoblecimiento por el señorío sobre la tierra y los hombres
A medida que
Brasil se poblaba, se desarrollaban también las actividades pacíficas;
es decir, la agricultura y la ganadería iban ganando terreno en las
inmensas tierras concedidas por los reyes de Portugal a título de
sesmarías.
Pero también
estas actividades estaban rodeadas de heroísmo:
“Durante el periodo colonial, la conquista de tierras presenta un
carácter esencialmente guerrero. Cada latifundio desbrozado, cada
sesmaría ‘poblada’, cada corral erguido, cada ingenio ‘fabricado’, tiene
como preámbulo necesario una ardua empresa militar De norte a sur, las
fundaciones agrícolas y pastoriles se hacen espada en mano (...) “El proceso que generalmente se sigue es el ‘poblamiento’ preliminar, es decir, el desbrozamiento de la tierra, la expulsión de los indios, la eliminación de las fieras, la preparación de los campos, la formación de los rebaños. Después, alegando estos servicios, el ‘poblador’ requiere la concesión de sesmaría.” [18]Aparecen de este modo los grandes propietarios, dotados de patrimonios pujantes y rentables que montan para sí y para los suyos, en el campo o en la ciudad, residencias cuy a suntuosidad llegó a ser frecuentemente deslumbrante, y que, como más adelante veremos, a veces tomaban un carácter de fortificación análogo al de los castillos medievales. Eran patriarcas al frente de una descendencia numerosa, que ejercían los derechos de señores sobre una impresionante cantidad de subordinados, esclavos o libres. A menudo estaban investidos con algunos poderes inherentes al Estado.Al trazar el perfil de su tío y suegro, el Barón de Goiana, pondera en ese sentido Juan Alfredo Correa de Oliveira: [19] “Pertenecía a las generaciones llenas de afecto que de estas memorias hacían un culto, las generaciones fuertes que amaban la tierra, en la cual veían relucir el oro de su libertad e independencia, y de donde sacaban una cosecha germinada de riquezas y virtudes. Vivir por sí, del propio esfuerzo y de la Gracia de Dios; acumular mediante el ahorro, que es sabio, y mediante la sobriedad, que es saludable; ejercer una profesión que no tiene por objetivo los honorarios, ni tiene que recurrir a anuncios ni a falacias; sentirse firmemente apoyado en una propiedad indestructible, que permanece cuando las demás se desvalorizan y pasan; tener una fuente inagotable de subsistencia, como es el suelo bien labrado; colocar en él energías, perseverancia y paciencia, les parecía —y es— la posición más segura y digna. Para esas generaciones la tierra heredada era un fideicomiso de familia y blasón que se apreciaba más que la vida, tanto como la honra.” [20]
El perfil moral y
la situación jurídica del gran señor de tierras se asemejaban a los del
señor feudal, y así la organización socio-económica del Brasil colonial
ha sido comparada varias veces por los historiadores con la del
feudalismo. Sería incomprensible que dicha categoría no se incorporase ipso facto a la élite social dominante, pues como señala Oliveira Vianna al describir “lo que ocurrió por todo el país en los siglos coloniales: ‘Poseer tierras heredadas —dice un escritor nordestino (...)— era señal de Nobleza y el dominio debía continuar indivisible en las manos de la descendencia.’” [21]d)
Ennoblecimiento por el ejercicio del mando en cargos civiles y militares
Con el curso de
los tiempos, otras categorías de personas habrían de ingresar en esta
selección por una puerta diferente.
El ejercicio del
mando ha sido siempre tenido como algo intrínsecamente honorífico,
incluso en la esfera privada, pues son más dignas de honor las funciones
de quien dirige que las de quien obedece o sirve.
Cuando el mando
se ejerce en la esfera pública en nombre del Estado, por designación de
una autoridad superior, su titular encarna, por así decir, al poder
público. En estas condiciones, le deben ser prestados proporcionados
honores, pues es, en cierto sentido, una proyección de quien ostenta el
poder supremo. Dicha preeminencia dura mientras el titular esté
investido de su función.
Una vez despojado
de la misma y reducido a la condición de mero particular, queda en él
una situación de capitis diminutio.
Pasa a ser algo aislado e incompleto, como un molusco que hubiera sido
arrancado de su concha por las vicisitudes de la existencia en el mar.
Se diría que el resto de su vida se convierte para él en un melancólico
esperar la muerte.
Sin embargo en
Europa —de donde hemos recibido, junto con la Fe y la civilización, los
modos de sentir y actuar— eran frecuentes las funciones públicas
vitalicias, siempre que, por su naturaleza, su ejercicio exigiese la
entera absorción de los pensamientos y actividades del titular, de tal
modo que éste se hacía uno solo con su función. Se entendía que, así
dedicado a ella, estaba en condiciones de consagrarle lo mejor de su
personalidad, pues el ejercicio de dicha función no se divorciaba tanto
de sus intereses personales como en los sistemas de gobierno y
administración generalmente seguidos hoy. Lo vitalicio del cargo creaba
condiciones propicias para la probidad y dedicación del titular.
Si se aplican
estas consideraciones a las gradualmente más importantes y más complejas
funciones de relieve existentes en el pequeño aparato estatal del Brasil
colonial, en continuo crecimiento, se comprende que su ejercicio
incorporase natural-mente a la élite a sus respectivos titulares. Al relacionar las diversas cualidades y títulos que debían tener los habitantes de nuestras ciudades y villas para gozar del concepto de noble, Nelson Omegna menciona: “Podían contarse entre las mejores categorías los funcionarios de la Corona y los militares” [22]Incluso cuando las funciones de relieve eran transitorias, algo del destaque a ell as inherente quedaba adherido al respectivo titular, por lo que podía continuar perteneciendo a la élite social tras perderla, así como su esposa e hijos: “Quien ha sido Rey, siempre será Majestad.”e) La esencia
familiar de las élites
En los apartados anteriores se han descrito los diversos modos mediante los cuales los individuos destacaban y accedían por su valor personal a la condición de miembros de aquella élite social que después se constituiría como la “Nobleza de la tierra”; pero, por ser la aristocracia una institución de esencia fundamentalmente familiar, el ascenso social alcanzado por un individuo se extendía ipso facto a su esposa. “Erunt duo in carne una” [23] (Mt. 19, 6), dice del matrimonio el Evangelio; y, como es natural también los hijos pasaban a pertenecer a esta élite.El núcleo inicial de la futura “Nobleza de la tierra” era, pues, más que un núcleo de individuos, un núcleo de familias. “La familia —destaca Gilberto Freyre—, y no el individuo, ni tampoco el Estado, ni ninguna compañía de comercio, es desde el siglo XVI el gran factor colonizador en Brasil (...), constituyéndose la aristocracia colonial más poderosa de América.” [24]3. La
“Nobleza de la tierra”
a) Elementos
constitutivos y proceso de formación
Poco a poco, los primeros pobladores, rodeados del prestigio de fundadores del Nuevo Mundo, los valientes y a veces heroicos desbrozadores del sertão, los esforzados defensores de la tierra contra el extranjero y el hereje, los primeros explotadores de la riqueza agrícola y ganadera que asentaron los fundamentos de una economía más estable, influyentes por la riqueza de sus respectivos patrimonios, los funcionarios encargados de la alta y media administración, respetados por la propia naturaleza de sus poderes, fueron teniendo descendientes que se entrelazaban indiscriminadamente por el matrimonio. Estos iban habitando en residencias más grandes, frecuentemente adornadas con objetos procedentes de la Metrópoli o de los núcleos portugueses de la India y extremo Oriente, en ciudades que se iban constituyendo, por su parte, como núcleos urbanos cada vez más populosos, embellecidos con iglesias de gran valor artístico, en especial en Bahía, Pernambuco y Minas Gerais.
Las artes y la
cultura de la colonia se enriquecían cuando los brasileños que iban a
estudiar a Coimbra y otras universidades europeas, volvían a Brasil y
hacían posible que funcionaran aquí establecimientos de enseñanza
superior, lo que implicaba en una verdadera emancipación cultural.
De tal modo
asumió esa élite las características de una aristocracia en formación, o
ya formada, que pasó a ser llamada corrientemente “Nobleza de la
tierra.” Brandonio, el célebre autor del Diálogo de las grandezas de Brasil, destaca este proceso de elaboración de las élites al responder a la objeción de que no podría aquí haber una verdadera Nobleza por no haber sido nobles la mayoría de los primeros colonizadores: “En eso no hay duda. Pero debéis saber que esos pobladores que vinieron primeramente a poblar el Brasil, en corto espacio, llegaron a ser ricos por la generosidad de la tierra, y con la riqueza fueron despojándose de la naturaleza ruin que las necesidades y pobrezas que padecían en el Reino les hacía usar. Y los hijos de tales hombres, entronizados ya con la riqueza y gobierno de la tierra, se desvistieron, como una serpiente, de su antigua piel, usando en todo honradísimos términos, a lo que se añadió que más tarde vinieron a este Estado muchos hombres nobilísimos e hidalgos, los cuales se casaron aquí y se aliaron en parentesco con los de la tierra, de forma que se ha hecho entre todos una mezcla de sangre asaz noble.” [25]Son también concluyentes respecto a la formación de esa élite en Brasil las palabras de Palacín: “Así, mediante la adopción de formas de vida, ideales comunes, y por el ejercicio de los mismos privilegios, ya se había formado aquí en el siglo XVI, de la fusión de elementos tan dispares, una auténtica nobleza colonial.” [26]Según el mismo autor, esa Nobleza estaba “integrada por los altos funcionarios y sus familiares, por los señores de ingenio y grandes propietarios rurales, por los comerciantes más fuertes—los ‘comerciantes de sobrado’, como destaca el profesor França—, por los primeros pobladores. Este grupo, suficientemente abierto aún por las condiciones de un asentamiento reciente, pero que tiende a cerrarse cada vez más con el tiempo, constituye los ‘hombres buenos’ registrados en los libros de la cámara.” [27]Este proceso orgánico de diferenciación de clases en la colonia fue señalado por Fernando de Azevedo al tratar de la organización de la sociedad, la cual estaba “íntimamente diferenciada en clases o, mejor dicho, en estratos, cuya posición no siempre estaba definida por la ley, sino regulada por la ley y las costumbres. En la capa superior se mantenía —con sus privilegios, como la jurisdicción privada, y con sus inmunidades como, en principio, la exención de tributos— la aristocracia rural, flotando sobre la burguesía (mercaderes y artesanos) y sobre labradores y esclavos, dentro de ese tipo de organización feudal que no fue trasplantado de la Metrópoli, sino que surgió en la colonia como una institución espontánea, determinada por las condiciones especiales de la colonización de las tierras descubiertas”. [28]b)
Características que la distinguían de la Nobleza europea
Así se constituyó
la “Nobleza de la tierra”, la cual fue, en el periodo colonial
brasileño, la cumbre de la estructura social.
La nueva colonia
estaba penetrada por la justa convicción —entonces también corriente en
Europa— de que son las élites las que han de propulsar el país y elegir
sus rumbos de progreso. Urgía, pues, que esas élites se constituyesen
aquí de modo auténtico y vigoroso, para que fuese también vigorosa la
propulsión y sabia la elección de rumbos. La propia prisa en formar esa élite llevó a un grupo inicial de pobladores a asimilar a otros que, gozando por diversos títulos de un merecido relieve, podían muy bien incorporarse a aquel núcleo primitivo sin desdorarlo ni rebajarlo. Así la “Nobleza de la tierra” en estado germinal fue tomando las dimensiones necesarias, incorporando en sí a individuos y familias que se podían equiparar con ella por títulos semejantes.
Esta vía
orgánicamente escogida en función de las necesidades del lugar no fue la
seguida en varios países de Europa, en los cuales las élites paralelas
se formaron diferenciadas de la Nobleza y así continuaron durante un
largo tiempo. Posteriormente, varias de ellas llegaron a constituir
noblezas auténticas, pero paralelas a la Nobleza por excelencia, que
continuaba siendo la militar.
Podría verse la
ascensión de las élites no nobles en Europa como compuesta por tres
etapas:
1) Elementos del
vulgo, afines entre sí por algún tipo de relieve, constituyen un grupo
que se va convirtiendo gradualmente en una clase; 2) en esa clase se van acumulando tradiciones al servir con abnegación y éxito al bien común espiritual y temporal en cierta rama de actividad; crece indefinidamente en relieve y respetabilidad;
3) paralela ya a
la Nobleza, se constituye por la fuerza de la costumbre o de la ley en
una Nobleza diminute rationis,
como lo fue durante mucho tiempo en Francia la
noblesse de robe, o nobleza
togada.
Relaciones
sociales, estilos de vida y matrimonios van estrechando cada vez más los
vínculos entre las dos noblezas; sobreviene entonces la Revolución de
1789, y es difícil saber cuál habría sido el resultado de esta evolución
si una y otra Nobleza no hubieran sido destruidas por la hecatombe; lo
más probable habría sido, tal vez, que se hubieran fundido.
Todo este
itinerario histórico dictado por las circunstancias específicas del
desarrollo social y político europeo divergió, pues, sensiblemente del
rumbo tomado por el proceso de desarrollo de la “Nobleza de la tierra”
en Brasil. * * *
¿En qué medida
era esta “Nobleza de la tierra” una Nobleza auténtica, reconocida como
tal por los poderes públicos, cuya más alta instancia fue durante todo
el periodo colonial Lisboa, capital del Reino? ¿Cómo se reflejó en esta
orden de cosas la transferencia de la Corte portuguesa a Brasil, en
1808, donde permaneció hasta 1821, cuando volvió a Portugal? ¿Qué
repercusiones tuvieron la Independencia y el Imperio sobre la “Nobleza
de la tierra”? ¿Y la República? Éstas son otras tantas cuestiones
sugeridas por dicha visión de conjunto. Trataremos a continuación de
algunas de ellas. B — Los
ciclos socio-económicos de Brasil y la trayectoria histórica de la
“Nobleza de la tierra”
La historia
socio-económica de Brasil se divide en diversos ciclos. Aunque el
criterio seguido para esta división no es unánime entre los autores,
algunos la consideran constituida por cuatro grandes ciclos: el del palo
brasil, el de la caña de azúcar, el del oro y piedras preciosas y, por
fin, el del café. Cada uno de ellos corresponde al producto que pasó a
ser en determinada época el eje de la economía nacional.
Esto no quiere
decir que una vez comenzado un ciclo desapareciese o dejase de
explotarse el producto que caracterizaba el anterior, sino únicamente
que éste dejaba de ser la principal fuente de riqueza para el País. Por
otro lado, esa división no excluye la existencia de otras riquezas que
marcaron también la economía de Brasil, como el ganado, el cacao, el
tabaco, el caucho, etc. Éstas últimas se insertan como elementos de
importancia, y a veces de capital importancia, en la historia de alguno
de esos grandes ciclos.
Sin embargo, lo
que más profundamente los caracteriza no son los sistemas y técnicas de
producción y explotación de la tierra, ni las características de medio
ambiente en que se desarrollan, sino sus reflejos sociales. “Son conjuntos lo suficientemente extensos —afirma Fernando de Azevedo— como para merecer el nombre de ‘civilizaciones agrarias’, como la del azúcar y la del café, cada una de ellas en relación con las condiciones naturales y la historia humana de su tiempo. Cada uno de esos sistemas o regímenes agrícolas (...) además de penetrar en lo más íntimo de las instituciones, tienden a forjar un estilo especial de vida y una mentalidad propia. (...) Para comprender, en su conjunto, la estructura de un sistema agrario, no bastará” hacer un análisis que no contenga “un sondeo, tan profundo como sea posible, de los principios o normas por los que se rige la comunidad rural, de los tipos de relaciones sociales y del armazón jurídico que se creó para ellos y en el que se consolidaron la tradición, las leyes y las costumbres.” [29]4. El ciclo
del palo brasil y las capitanías
Tres años después del Descubrimiento de Brasil comenzó la explotación por medio de feitorias [30] del palo brasil, madera de un árbol que se encontraba en el litoral de nuestro territorio, particularmente buscada en los mercados europeos por la tinta roja que era posible extraer de ella. Las feitorias estaban encargadas de cortar los árboles y apilar los troncos en lugares desde donde pudiesen ser fácilmente embarcados.
Dicha
explotación, hecha sobre todo por salvajes que trabajaban con hachas y
otras herramientas suministradas por quienes los contrataban, no generó
ningún tipo especial de colonización. En aquel entonces, D. Juan III, preocupado con la defensa de Brasil, decidió promover su colonización, instaurando el régimen de las Capitanías hereditarias, para las que eligió “personas decididas a vivir en Brasil, y suficientemente ricas como para colonizarlo.” [31]Expidió el Rey la primera Carta de Donación el 10 de marzo de 1534 a favor de Duarte Coelho. Al principio fueron doce las Capitanías. Las concedía el Rey de Portugal procurando que fueran los donatarios “la mejor gente. Antiguos navegantes, hombres de guerra, personajes de la Corte.” [32]Ese régimen era una “especie de feudalismo” [33]. Asegura Néstor Duarte: “Las capitanías son, por tendencia y desdoblamiento de sus finalidades, una organización feudal. Se caracteriza la institución feudal en relación al Poder Real por dos requisitos: a) la transmisión de la propiedad plena y hereditaria y b) la fusión de la soberanía y la propiedad. (...)“Allí están en las cartas forales que completan aquellas donaciones puesto que son ‘un contrato enfitéutico perpetuo, en virtud del cual se constituyen en perpetuos tributarios de la Corona y de los donatarios capitanes mayores, los hacendados que recibiesen tierras de sesmaría’. Es la jerarquía feudal: el rey en la cumbre, los señores territoriales en los escalones inferiores y, por debajo de ellos, el sesmero y el colono.” [34]En el régimen de las Capitanías, [35] el donatario, que gozaba del título de Capitán y Gobernador, era lugarteniente del rey. En la carta de donación, el monarca le concedía una cierta extensión de tierra de la Capitanía en propiedad plena, inmediata y personal, y de la restante tenía únicamente el usufructo. Recibía los provechos del feudo que le había sido concedido por su soberano.
Dichos provechos
—que consistían en los títulos y beneficios vinculados a la posesión de
la Capitanía— eran inalienables y transmisibles por herencia al primer
hijo varón, sin partición con los demás herederos. En el orden de
sucesión seguían, dentro del mismo grado de parentesco, los
descendientes varones de menor edad; a su vez los hijos legítimos
precedían a los bastardos.
Dentro de las
leyes del Reino y de los límites de su fuero, ejercía el donatario los
derechos de soberanía. Le cabía toda la jurisdicción civil y criminal,
nombraba Oidor y todos los funcionarios del Foro y presidía por sí mismo
o mediante su Oidor la elección de los jueces y oficiales de las
Cámaras.
Tenía también el
Capitán derecho a crear villas donde lo juzgase conveniente y repartía
tierras de sesmaría a
cualquier persona, de cualquier condición —excepto a su esposa y a su
sucesor en su Capitanía— con tal que fuesen cristianos. Tenía la
propiedad de todas las marinas de sal, molinos de agua y de cualesquiera
otros ingenios que se levantasen en las tierras de su Capitanía.
Le correspondían
además la vigésima parte de los rendimientos del palo brasil y del
pescado, el rediezmo de todas las recaudaciones del erario, los derechos
de portazgo en los ríos y una pensión anual de 500 reis con cargo a los
notarios de las villas y poblados de la Capitanía.
El comercio era
libre, tanto con el Reino como con el extranjero. Este último estaba
sujeto a diezmo real.
Los derechos y
deberes de los colonos estaban declarados en los fueros. La justicia,
así como las condiciones civiles y políticas les venían aseguradas por
las leyes y costumbres de la Metrópoli. Les estaba garantizado el
derecho a pedir y recibir
sesmarías, la exención de todo y cualquier impuesto que no estuviese
declarado en los fueros, entera libertad de comercio y privilegios sobre
los comerciantes extranjeros.
Se obligaban, con
toda su gente —hijos, agregados y esclavos— a seguir al Capitán en caso
de guerra.
La Corona se
reservaba para sí el monopolio del palo brasil, especias y drogas, y la
quinta parte de todas las piedras y metales preciosos (deducido el
diezmo para el donatario) y el diezmo de las capturas de pescado.
El Rey tomaba a
su cargo los gastos del culto. Se iniciaba así de modo sistemático la ocupación y colonización del suelo brasileño. Como afirma Pedro Calmon del primer donatario, Duarte Coelho, éste “vino a residir en sus dominios. Repitió la acción sabia de Martim Afonso en San Vicente. Fundación de una aldea, plantación de caña, instalación del ingenio, entendimiento con los indios sensatos, duro castigo a los que le hostilizaran.” [36]5. El ciclo
de la caña de azúcar
La
“plantación de caña” y la
“instalación del ingenio” de
que habla el historiador constituyeron la agricultura naciente que hacía
que la gente se arraigara a la tierra. Fue, por lo tanto, ya dentro del cuadro feudal de las Capitanías cuando tuvo inicio el ciclo de la caña de azúcar. “La plantación de caña traída de Madeira se convirtió en San Vicente, en Espíritu Santo, en Bahía, en Pernambuco, en Ilhéus, en Itamaracá, en la principal actividad, recomendada en las Cartas de Donación de las Capitanías de Brasil y por ellas prevista. (...) Los primeros señores fueron los propios donatarios.” [37]Al principio eran, por regla general, las personas ricas, quienes plantaban caña, pues “la carestía de los negros importados hacía menos accesible el ingenio a los recién llegados, a los que no habían conseguido soportar aún el clima durante largo tiempo; de ahí su escaso número, en manos de una Nobleza territorial entrelazada mediante matrimonios, formándose, sin prisa, en el medio pobre, donde las actividades debían resignarse a un ritmo tranquilo.” [38]a) La
aparición del Señor de Ingenio
Se refiere Pedro Calmon a la “Nobleza territorial”. En efecto, la exención de impuestos a la entrada de azúcar en el Reino hizo progresar la plantación de caña y multiplicarse los ingenios, proveyendo poco a poco una sólida riqueza, consolidando la colonización, y también configurando la organización social del Brasil de entonces, al formar una aristocracia rural. “El prestigio de su organización familiar, económica y religiosa —casa-grande, ingenio y capilla— y el poderío que conquistaron en sus latifundios, hacen de los grandes propietarios de las tierras fértiles del litoral una aristocracia agraria: son o se convierten en Señores de Ingenio los ‘bien nacidos’, los hidalgos de su tiempo.” [39]
Otro autor señala
que la consecuencia social más importante del ciclo brasileño de la caña
de azúcar “fue, sin ninguna duda,
la aparición del ‘señor de ingenio’ y el clan que enseguida se formó en
torno a él (...) “Partiendo de la posesión de la tierra, en un rápido esquema de esa influencia señorial, llegamos enseguida a la constitución del cultivo de los cañaverales por el sistema de aparcería o por la plantación realizada directamente por los emprendedores. Tenemos en este caso, en primer lugar las sesmarías, a continuación la contribución solidaria de los vecinos pobres, los ‘mutirões’ [40] y los ‘adjutórios’ [41] de la verdadera colonización; unos y otros se basaban, sin embargo, en la institución servil. Después, para fundar ingenio, se complican los factores: es el abastecimiento de maderas para leña y embalajes; es la navegación para el transporte fluvial y marítimo en el interior de las bahías; son las vinculaciones con los traficantes, los intermediarios y no raras veces con financiadores internacionales. Establecido el centro de producción y población, con su jefatura natural y la consecutiva agrupación de elementos humanos, vienen las consecuencias de La mezcla racial, de la omnipotencia señorial, de la opulencia o, por lo menos, de abundancia, que es una característica general del régimen. (…)“Esto es, en sus líneas generales, lo que significó para la formación de Brasil el ciclo del azúcar, que como primera actividad agrícola e industrial se convirtió enseguida en la dominante de los dos primeros siglos de vida nacional y caracterizó durante el Imperio toda una gran región del país”. [42]b) Los
ambientes y costumbres de los Señores de Ingenio
Al principio, esta clase noble llevaba una existencia austera y no libre de riesgos que el Señor de Ingenio tenía que enfrentar valientemente. En esto se parecía al Señor de los inicios del feudalismo europeo.Es concluyente en ese sentido la siguiente descripción de lo que era su casa, una mezcla de residencia y fortaleza, como también lo fue el castillo feudal: “La Casa-Grande —así se llamaba corrientemente a la casa del Señor de Ingenio— tenía aún el aspecto de un reducto militar.” En el inventario de Mem de Sá es descrita de este modo: “‘Casa fortaleza nueva de piedra y cal, con tejado reciente y entarimada a medias, rodeada toda ella de madera secando al sol para hacer balcones’. [43] Había más: ‘un baluarte cubierto y cercado con empalizadas.’ [44]“‘En las haciendas se estaba como en un campo de guerra’, escribe Teodoro Sampaio refiriéndose al primer siglo de colonización. ‘Los hombres ricos solían proteger sus viviendas y mansiones con dobles y poderosas estacas a la manera de los salvajes, guarnecidas por los fámulos, paniaguados e indios esclavos, y hasta servían para los vecinos cuando eran de súbito acosados por los bárbaros.’” [45]El progreso económico de la fase posterior proporcionó a los Señores de Ingenio residencias con mejor apariencia y más confortables. “Casas grandes con la capilla al pie, destacándose sobre el tejado y la senzala[46], que dan testimonio de la solidez de las fortunas allí engendradas (…) Las generaciones sucesivas supieron mantenerlas en el resguardo de la tranquilidad agrícola, a la sombra de las instituciones que garantizaban la permanencia del Ingenio y su continuidad viva, en un aislamiento defensivo en el que se fue elaborando, discreta y dignamente, el sentimiento de clase, nacionalidad y autonomía de los señores.” [47]A la autoridad patriarcal y a los poderes y bienes de los Señores de Ingenio correspondían “tamaña grandeza y ostentación que no sólo no pasaron desapercibidas a los cronistas de la época, sino que causaron la más profunda impresión a los viajeros extranjeros. Todo en sus casas de piedra y cal, o de adobe y ladrillo, vastas y sólidas, denunciaba —junto con la riqueza— el recato y la hospitalidad de las antiguas familias de vida patriarcal, cuyo espíritu religioso se recuerda en las cruces ornamentales, en los oratorios y en las capillas.”[48]
Era tal el esplendor de esas residencias señoriales que cuando Labatut [49] atravesó los campos del Recóncavo para asediar la ciudad de Salvador, al verlas a lo lejos exclamó con admiración: “Parecen unos principados”.[50]A esta opulencia correspondía una proporcionada hospitalidad y abundancia. Impresionado con ella afirma el P. Fernán Cardín: “De una cosa me maravillé en esta jornada, y fue la gran facilidad que tienen en agasajar a los huéspedes, porque a cualquier hora del día o de la noche en que llegábamos, en brevísimo espacio nos daban de comer a cinco de la compañía (afuera los mozos) (...) De todo tienen la casa tan llena que en la abundancia parecen unos condes.” [51]
El refinamiento
en las residencias caminaba parejo al modo en que se vestían damas y
caballeros, y al brillo de sus diversiones. “De la Nobleza de Pernambuco de comienzos del II siglo, dice el autor del Valoroso Lucideno [52] que por miserable es tenido entre ella quien no tiene un servicio de plata; y que las damas son tan ricas en los vestidos y aderezos con que se adornan, que parece que hayan ‘llovido en sus cabezas y gargantas las perlas, rubís, esmeraldas y diamantes’.” [53]Un poco más adelante añade el mismo historiador: “Esos aristócratas de Pernambuco guardaban aún las tradiciones hípicas del tiempo de D. Duarte, el rey caballero (...) Es de verse su amor por las corridas de toros, por las carreras y juegos a caballo. Excelentes jinetes, llenos de donaire y arrojo, se extreman todos ellos en la elegancia y gentileza de la montura, en la riqueza de los jaeces, enteramente cubiertos de plata, en la destreza con que torean, en el garbo con que practican los juegos de la anilla, de las alcancías, de las cañas”, [54] tradiciones y entretenimientos éstos muy al gusto de la nobleza de Portugal.Es también significativo el testimonio de Juan Alfredo Corrêa de Oliveira: “Los señores de ingenio formaban una clase grave, unida, bienhechora y hospitalaria; tenían buen trato, montaban caballos robustos bien enjaezados, se acompañaban con pajes con uniformes galoneados; el pueblo los estimaba y saludaba reverentemente; en la ciudad iban con casaca a las fiestas de la Iglesia, a las juntas del concejo, a la audiencia y a las elecciones.” [55]c) La
actuación militar de los Señores de Ingenio
La vida de los
nobles hidalgos de la Edad Media y del Antiguo Régimen estaba lejos de
limitarse a la fruición del lujo casero y al brillo de las distracciones
sociales. La guerra impuesta por las circunstancias ocupaba en ella un
lugar destacado. Lo mismo les ocurría a los “hombres buenos” y a los nobles del Brasil de antaño. En efecto, constituyeron los Señores de Ingenio la gran fuerza que, por un lado, se opuso a las invasiones de los holandeses, franceses e ingleses, enemigos de la Fe y del Rey y, por otro, repelió los ataques de los salvajes refractarios a la acción evangelizadora de los misioneros. Esta aristocracia rural reforzaba así su carácter noble por el heroísmo militar, aspecto más esencial de la clase nobiliaria y, al mismo tiempo, arquetipo para las demás variedades de Nobleza.
“Para la organización del Ingenio, fábrica y fortaleza al mismo tiempo, (...) contribuyó notablemente la defensa de la tierra a lo largo del litoral. Fábrica y fortaleza con población numerosa constituida por esclavos y obreros rurales, es la casa-grande de los ingenios la que más tenaz resistencia opuso a la invasión holandesa, íntimamente vinculada a la historia del ciclo agrícola azucarero, con el que se asentó el primer marco de nuestra civilización. En las inmediaciones del litoral, las tierras del “massapé” [56] mantenían los ingenios, en cuyas casas-grandes, amuralladas y construidas a manera de fortaleza para resistir los embates de las tribus indígenas, se forjaron, en la organización y en la disciplina, las armas para la defensa de la colonia contra las incursiones de navíos corsarios y las invasiones holandesas.” [57]
Por su parte,
Gilberto Freyre destaca el carácter fundamentalmente religioso de estas
acciones militares. “Se repitió en América, entre los portugueses esparcidos por un vasto territorio, el mismo proceso de unificación que en la península: cristianos contra infieles. Nuestras guerras contra los indios nunca fueron guerras de blancos contra pieles-rojas, sino de cristianos contra salvajes. Nuestra hostilidad contra los ingleses, franceses, holandeses tuvo siempre el mismo carácter de profilaxis religiosa: católicos contra herejes (...) Es al pecado, a la herejía, a la infidelidad, a lo que no se deja entrar en la Colonia, y no al extranjero. Es al infiel al que se trata como enemigo, no al indígena, y no al individuo de raza diversa o de color diferente.” [58]6. El ciclo
del oro y de las piedras preciosas
Una vez colonizado el litoral comienza la conquista del sertão. Comienza entonces el ciclo del oro y de las piedras preciosas, el cual va a estar marcado a fondo por la actuación de los bandeirantes [59]. Con ellos se esboza un nuevo rasgo de nuestra aristocracia rural.a) Entradas y
Banderas
Para comprender
la importancia y la gran oportunidad de las banderas es necesario tomar
en consideración que toda la colonización portuguesa de nuestro
territorio tenía carácter litoral, es decir, se concentraba más o menos
a lo largo de nuestra ribera marítima. Faltaba desbrozar, conocer y
aprovechar el inmenso hinterland
que se extendía más allá de esa ribera. Con esa finalidad se movilizaron tanto la iniciativa estatal, es decir, la Corona, como la privada. A las expediciones desbrozadoras que eran de iniciativa de la Corona, representada aquí por las autoridades locales, se les llamaba generalmente entradas y a las de iniciativa particular, banderas. Como si quisieran ya demostrar esos comienzos la mayor eficacia de la iniciativa privada, el “banderismo” contó entre nosotros con un radio de acción y una riqueza de resultados mucho mayores.
Las primeras expediciones que tuvieron el carácter de banderas fueron, según Rocha Pombo, las “capitaneadas por Martín de Sá, por Dias Adorno y por Nicolás Barreto”. Según el mismo historiador, “la función de esas primeras expediciones es abrir hacia el amplio seno del continente los grandes caminos que van a ser trillados, y que tienen que quedar para siempre como válvulas que han de llevar a las profundidades del sertão el renaciente vigor de los núcleos de la zona marítima”. [60]Otro autor destaca el aspecto conquistador y desbrozador de las banderas: “Por su propio carácter aventurero, su objetivo era más expandir que fijar, más conquistar que establecer, más explorar que producir. Fueron el brazo conquistador que dilató las fronteras, y no la azada cotidiana, infatigable, que levantó de sol a sol nuestra estructura social. Ésta vendría del norte, con la irradiación de los núcleos culturales de Bahía y Pernambuco.” [61]
No hay duda de
que la búsqueda del lucro era uno de los elementos propulsores de las
banderas. Sin embargo, se engañaría gravemente quien supusiera que era
ésta su única meta. “La causa del bandeirismo es esencialmente moral, un poco presa a los impulsos de la ambición individual de tesoros por descubrir, un tanto sujeta al inmenso sueño paulista de conquistar para su rey (...) un inmenso imperio que tuviese por divisa los más claros límites naturales: el Atlántico, el Plata, el Paraná, el Paraguay, los Andes y el Amazonas.” [62]
Tampoco se puede
afirmar que fuera totalmente ajena a los deseos de la mayoría de los
bandeirantes la expansión de
la Fe, pues fue resultado forzoso del desbrozamiento y del
establecimiento de poblaciones bautizadas en los territorios sobre los
cuales pasaba a ejercerse efectivamente la autoridad de los monarcas
portugueses. Éstos siempre hicieron de dicha expansión uno de los
objetivos principales de la epopeya de las navegaciones, y consideraban
con los mismos ojos las entradas y
banderas. “La capilla rústica, construida de madera y barro y con tejado de paja fue el primer edificio público que surgió en la confusión de los descobertos [63]. Se erguía en cualquier punto, a veces en lo alto de los oteros, flanqueada por una cruz de madera tosca, dominando el paisaje severo, o bien en el fondo de los desfiladeros (...)“Si las esperanzas se confirmaban, es decir, si en los alrededores de dicho curso de agua el oro se mostraba abundante, entonces la primitiva aldea aumentaba en población, las cabañas se multiplicaban, surgían remedos de calles y la capillita era ampliada, consolidada, a menudo reconstruida. Muchas de estas primeras ermitas, algunas probablemente aún de los últimos años del siglo XVII existen más o menos desfiguradas en los alrededores de las ciudades y villas mineras de hoy, recordando con su presencia los ensayos de vida espiritual en aquella tierra brasileña.” [64]Además, para considerar la elevación de espíritu inherente a los paulistas del Brasil colonial basta ponderar “cuántos y cuántos habitantes de Piratininga, de los de sus mejores linajes, abandonaron sus hogares y sus haberes para ir a ayudar a los nordestinos, tanto en la lucha contra los holandeses, como contra los cariris y los guerens, como contra los negros de Palmares. (...) Y a São Paulo debemos ese primer hilván de nacionalidad, puesto que nunca regateó su protección a ningún punto de la colonia que la necesitara.” [65]b) El
“bandeirismo” y la “Nobleza de la tierra”
Conviene ahora
destacar el papel de las banderas en la formación de nuestra nobleza
territorial. En aquella época en que, según expresión de Jaime Cortesão, “Sao Paulo tenía por arrabales el Atlántico y los Andes, y el Plata y Amazonas por avenidas” [66], fueron especialmente los “hombres buenos” quienes se lanzaron a esas empresas, y los que aún no lo eran pasaron a serlo en razón de su valentía, pues “la bravura era el criterio para el prestigio social en aquella época”. [67]
Por eso afirma
también Oliveira Vianna: “Era
entonces la nobleza paulista, antes que nada, una nobleza guerrera (...)
Los títulos de nobilitación estaban en las hazañas del sertanista (...) “Conviene que se comprenda bien este aspecto del bandeirismo y de la sociedad paulista de los siglos I y II. Lo que allí ocurrió es perfectamente idéntico a lo sucedido en la primera fase del periodo medieval (...) Sabemos que en los primeros siglos de la Edad Media la bravura, es decir, los méritos guerreros, daban a los hombres su valor social. (...) De ahí provenía el ingreso en la clase de la aristocracia.” [68]7. La
“Nobleza de la tierra” frente al Rey y a la Nobleza de la Metrópoli
Puede ahora añadirse otro punto: ¿cuál fue la actitud de los Reyes de Portugal, de la Corte y de la Nobleza lusitanas frente a los “hombre buenos” y a la “Nobleza de la tierra” que se iba constituyendo en la colonia? ¿Fue de franca acogida y tend iente a una entera asimilación, aún cuando no se tratara de distinguir heroicas hazañas?a) Señor de
Ingenio: un título con contenido nobiliario
Pedro Calmon nos informa, citando al autor de los Diálogos das grandezas do Brasil, que “‘los más ricos tienen ingenios con título de señores de los mismos, nombre que les concede Su Majestad en sus cartas y provisiones, y los demás tienen partidas de cañas (...)’. Señor de Ingenio —prosigue Calmon— equivalía, por tanto, a ‘señoreage’ con contenido nobiliario de tenor feudal: importaba magnificencia. Aquellos eran los hidalgos de Brasil. Fernán Cardim, por cierto, lo reconoce: ‘se trataban como unos condes (...)’.” [69]
Fernando de
Azevedo es categórico: “El Señor
de Ingenio era un título de nobleza entre hidalgos del Reino.”[70] También lo dice Luis Palacín: “El título de Señor de Ingenio introducía por sí mismo en los cuadros de la Nobleza y del poder. (...) Antonil [71] comparaba el Ingenio con el señorío europeo: ‘Ser Señor de Ingenio es un título al que muchos aspiran (...) bien se puede estimar en Brasil el ser Señor de Ingenio, tanto como proporcionalmente se estiman los títulos entre los hidalgos del Reino.’” [72]El P. Serafín Leite, destacado historiador de la Compañía de Jesús en Brasil, citando una carta de 1614 del jesuita Henrique Gomes, de Bahía, asevera: “Señores de Ingenio, ‘título que en otras ocasiones alegan para ennoblecerse —como en efecto lo son, por la mayor parte— los nobles de Brasil’.” Comenta además el P. Serafim Leite: “El hecho aristocratizante del cultivo del azúcar y del ingenio es señalado por todos los modernos que se ocupan de la vida social de Brasil. La observación del jesuita de 1614 es una buena declaración, por lo exp lícito de sus términos y por la época en que se hace.” [73]Esto es lo que lleva a Carlos Javier Paes Barreto a afirmar de los Señores de Ingenio: “La hidalguía estaba incorporada al suelo. (...) Aunque los labradores no tenían, como en Roma, sus nombres inscritos en las placas marmóreas de los anfiteatros, poseían todas las prerrogativas de la Nobleza.” [74]Lo afirmado por estos ilustres autores parece necesitar una cierta matización. Es decir, el lector no debe deducir de ahí que el Señor de Ingenio estaba dotado, desde el punto de vista nobiliario, de una situación tan precisa e inequívoca, ni con la atribución de funciones públicas tan definidas como las de la Nobleza de Portugal propiamente dicha.b) Los
“hombres honrados”
Señala Luis
Palacín que en los documentos de los primeros tiempos del Brasil Colonia
se encuentran sin duda “las
expresiones consagradas de nobleza para cualificar personajes:
‘hidalgo’, ‘caballero’, ‘noble’; pero estos son títulos que se
encuentran raramente. Lo más normal es englobar con un título más
genérico a todos aquellos a quienes la riqueza, el poder y el prestigio
social tendían a igualar en una única clase: ‘los principales de la
tierra’, ‘hombre poderoso’, ‘hombres con mucho peso’ son algunas de las
expresiones usadas. Sin embargo, la fórmula empleada continuamente y que
marca la intención nobiliaria de poder y de dinero en la sociedad
colonial es la de ‘hombre honrado’. “No es fácil perfilar de manera precisa este ideal de vida honrada. Ella tiene sus raices, ciertamente, en las aspiraciones caballerescas de la nobleza medieval.” [75]Para englobar no sólo a las diversas categorías sociales que constituían la “Nobleza de la tierra”, sino también a otras con relevancia social en la vida de la colonia, existía la designación de “hombres buenos”. En ese sentido aclara Alfredo Ellis Jr.: “En cada villa existía el cuerpo de ‘hombres buenos’, que eran los principales de la tierra por su nacimiento, por el montante de sus bienes, por el nombre que se habían granjeado en luchas varias contra los salvajes, contra los enemigos externos, contra las asperezas del medio físico, etc.” [76]“Los nombres de estos ‘hombres buenos’ estaban —según Oliveira Vianna— inscritos en los libros de Nobleza de las Cámaras (...) El hecho de estar admitido a las votaciones —de estar inscrito en el libro de las Cámaras como ‘hombre bueno’— era señal que indicaba Nobleza, que constaba en las ‘cartas de linaje’ que se solían expedir a requerimiento de los interesados.” [77]c)
Privilegios de la “Nobleza de la tierra” — El gobierno de los Municipios
Como se ha visto, las élites que constituían la “Nobleza de la tierra” dieron pruebas suficientes de valentía, tanto en la defensa del Brasil litoral contra las expediciones de países extranjeros como Francia y Holanda, como durante el desbrozamiento del hinterland y las luchas necesarias para comenzar a poblarlo. Por esos destacados servicios el monarca concedió a dichas élites señalados privilegios, premios y honores. Entre dichos privilegios destacamos el de gobernar las cámaras.Esa actitud benévola de la Corona con la sociedad y el Estado de Brasil que gradualmente iban estructurándose no se manifestó solamente a propósito del heroísmo militar. Rocha Pombo narra cómo la aristocracia pernambucana, que salió rodeada de gran fama de las luchas de la insurrección contra los protestantes holandeses, reclama para sí determinados privilegios y cómo “la Metrópoli es la más solícita en dar esa sanción a esa actitud del pueblo pernambucano, haciéndole todas las concesiones, atendiendo todas sus reclamaciones, entregando la administración y el gobierno de la tierra a los propios héroes que la libertaron.” [78] Alfredo Ellis Jr. lo confirma: “Los poderes municipales eran ejercidos por los legítimos conquistadores y defensores de la tierra contra sus enemigos externos e internos.” [79]
De hecho, siempre
se inclinó la Metrópoli a favorecer una proporcionada autonomía de las
poblaciones coloniales. Así pues, se ve que el nombramiento de los
miembros de las cámaras de nuestros municipios se hacía por elección;
pero dicha elección no se puede confundir con lo que hoy se designa con
la misma palabra. “El gobierno de nuestras cámaras en el periodo colonial no era democrático en el sentido moderno de la expresión. El pueblo que elegía y era elegido en esa época, el pueblo que gozaba del derecho de elegibilidad activa y pasiva, constituía una clase seleccionada, una Nobleza, la Nobleza de los ‘hombres buenos’. Era una verdadera aristocracia, en la que figuraban exclusivamente los nobles de linaje que aquí llegaron, o que aquí inmigraron y se establecieron, y sus descendientes, los ricos Señores de Ingenio; la alta burocracia civil y militar de la Colonia y sus descendientes. A esta Nobleza se sumaban los elementos venidos de otra clase: la de los ‘hombres nuevos’, burgueses enriquecidos por el comercio que, por su conducta, estilo de vida y fortuna, y por los servicios prestados a la comunidad local o a la ciudad habían penetrado en los círculos sociales de esta Nobleza de linaje o de cargo.” [80]
Alfredo Ellis Jr. confirma este privilegio de “ser los poderes municipales ejercidos por los ‘hombres buenos’, es decir por los de la Nobleza de la tierra;” [81] y el poco sospechoso testimonio del comunista brasileño Cayo Prado Jr. destaca también el privilegio que constituía para la aristocracia rural el gobierno de las Cámaras: “En las elecciones para los cargos de la administración municipal votan únicamente los ‘hombres buenos’, la Nobleza, como se llamaba a los propietarios. Dicho privilegio es por ellos celosamente defendido.” [82]
Manoel Rodrigues
Ferreira afirma a su vez que los
‘‘nombres [de los elegidos] eran llevados al conocimiento del Oidor
General, que los examinaba y expedía un documento llamado ‘carta de
confirmación de usanzas’, o simplemente ‘carta de confirmación’,
ratificando la elección hecha, y así los elegidos podían tomar posesión.
(...) “Las ‘cartas de confirmación de usanzas’ (...) se justificaban porque como ya se ha visto, solamente los ‘hombres buenos’ de la villa (o ciudad), que constituían su nobleza local, podían ser elegidos” [83]8. Un
“feudalismo brasileño”
Los hechos hasta
aquí narrados describen la fundación y expansión de los poderes y de las
élites locales en los pueblos y ciudades del Brasil colonial, en los
cual estaban presentes, como ya se ha dicho, rasgos de feudalismo.
Dado que hoy en
día se encuentra difundida de modo general la idea de que América es un
continente totalmente democrático, en cuyo suelo las monarquías y
aristocracias constituyen plantas incapaces de germinar (esta idea fue,
por ejemplo, uno de los leitmotiv
de la propaganda republicana que derribó el trono de los Braganza en
Brasil), no es superfluo transcribir aquí, antes de narrar el ocaso del
“feudalismo colonial” brasileño, algunos textos de historiadores que
testimonian el carácter feudal, similar al europeo, de aquello [que]
podría llamarse —por analogía, claro está— “feudalismo brasileño.” Afirma Gilberto Freyre: “El pueblo que, según Herculano, mal conoció el feudalismo, retrocedió en el siglo XVI a la era feudal, reviviendo sus métodos aristocráticos en la colonización de América. Era una especie de compensación o rectificación de su propia historia.” [84]“Llamó Silvio Romero al primer siglo de nuestra Colonia, nuestro siglo feudal, nuestra Edad Media. Martins Júnior le rectifica con más acierto y prudencia crítica al afirmar que esa Edad Media o, mejor dicho, ese feudalismo, se extiende por los siglos segundo y tercero.” [85]Charles Morazé [86] añade: “Estos poderosos propietarios de tierras se organizan en una autoridad enteramente feudal. Se apoyan en un tipo de familia patriarcal, cuya tradición aún está viva en el Brasil moderno.” [87]Destacando el papel de la familia como base de la organización feudal, Néstor Duarte afirma que “la organización familiar es un trasplante con índole propia de la organización portuguesa, que aquí renace en circunstancias altamente propicias a su primitivo prestigio y fuerza en el origen de las sociedades humanas, verdadera revivificación de los tiempos heroicos o, si se quiere, de los tiempos feudales.” [88]
Esos rasgos de
semejanza entre los feudalismos de ambos lados del Atlántico han de
recordarse, aunque sin olvidar ni dejar de lado aquello que la
organización del Brasil colonial presentaba de original en esa materia.
Uno de los aspectos más sensibles de dicha originalidad es la gran
importancia de los municipios, con sus libertades específicas, dentro de
esa contextura feudal. En efecto, como ya hemos visto, su organización
era eminentemente aristocrática. Destaca Charles Morazé que “la autoridad municipal, cuando ya reinaba en Francia la centralización de Luis XIV, mantenía en el conjunto de Brasil un sistema estrictamente feudal”; y añade que la vida política municipal aparece en Brasil “con una originalidad muy fuerte que la distingue absolutamente de la vida política municipal de los países de Europa en el mismo periodo.” [89]Afirma también Néstor Duarte: “En ese municipio feudalizado, componen sus cámaras, o el senado de sus cámaras, los Señores de Ingenio, los nobles de la tierra que reivindican el verdadero privilegio de ser los únicos elegidos.” [90]Por su parte, Oliveira Vianna afirma taxativamente: “El servicio público de la concejalía, principalmente en el periodo colonial, (...) sólo por nobles o gente calificada podía ser ejercido.” La importancia de la “gente calificada” podía “medirse por la descendencia noble o de sangre (linaje) o de cargo, o bien de fortuna, como era el caso de los comerciantes (con la condición de que viviesen ‘a la ley de la Nobleza’, como se decía entonces, esto es, a manera de los antiguos hidalgos peninsulares).” [91]9.
Centralización del poder y reducción de los privilegios de la “Nobleza
de la Tierra”
a) La
ofensiva de los legistas y la pérdida de autonomía de los municipios
Ahora bien, toda
esa estructura formada en Brasil en buena parte de modo consuetudinario,
pero vista con agrado por la Corona portuguesa, pasó a sufrir hacia el
final del siglo XVII una fuerte ofensiva venida de fuera de la Colonia
que le pondría en un gradual ocaso: “Se repite en América la evolución administrativa y política de la Metrópoli. A la fase marcial de los Capitanes Generales, de los Capitanes Mayores arbitrarios le sucede, civil y letrada, la del "Juiz de Fora" [el juez nombrado por la Corona Portuguesa para actuar en los locales que no tenian juez proprio] y del Corregidor. Es el "Bacharel" (Bachiller) que viene (o vuelve) de Coimbra con la preeminencia que tenía en el reino, transponiendo su jurisdicción los límites del foro para abarcar el orden del gobierno municipal. (...) Disuelve los privilegios residuales de la Nobleza, es decir, de los potentados locales, como otrora en Portugal, los corregidores de Don Juan II habían dominado las resistencias de los grandes titulares con el ejercicio inflexible de su magistratura.”
"Ese
'Juiz de Fora'
es, en fin, el legista. (...) No
es únicamente (nótese bien) un agente de aquel Derecho dogmático: es
principalmente un funcionario de la unificación del Estado.
“La tendencia
centralizadora y paternalista de la Monarquía comienza por la
intervención en las cámaras.”[92] b) El reflujo
de la “Nobleza de la tierra”: de las ciudades a sus haciendas
No es difícil
imaginar que a lo largo de su proceso de desarrollo —que daba lugar a la
construcción de iglesias,
a menudo de
delicado valor artístico, de
imponentes edificaciones al servicio del poder público como los Palacios
Municipales, y de residencias de lujo— fuesen haciéndose los principales
centros urbanos cada vez más atrayentes para las familias de los
“hombres buenos” y de la “Nobleza de la tierra”, pues la convergencia de
éstas hacia dichos centros, los pasatiempos familiares y las pompas
religiosas, frecuentemente revestidas de esplendor, favorecían las
relaciones sociales entre personas de la misma categoría, y dichas
relaciones, a su vez, creaban ambiente para noviazgos y matrimonios.
Sin embargo, la
influencia de los legistas había puesto frecuentemente al margen de la
vida política de los municipios a la “Nobleza de la tierra” y “hombres
buenos” que anteriormente hacían funcionar dichos gobiernos, dotados con
una amplia gama de autonomía. Tendieron éstos entonces a refluir de las
ciudades hacia sus haciendas, en las cuales quedaba un campo
ilimitadamente extenso para intensificar las actividades agrícolas y
ganaderas.
Esta existencia
tranquila y digna no estaba desprovista de considerables méritos para el
bien común. Explica Oliveira Vianna:
“Alejada de los cargos superiores del gobierno colonial, la Nobleza
territorial se vuelve modestamente a la penumbra rural, y pastorea el
ganado, fabrica azúcar, busca oro y de esta suerte va poblando y
cultivando cada vez más el interior con sus extensas talas y la
multiplicación de sus cabañas.”
[93]
Las élites
rurales aumentaban así sus respectivos patrimonios, y quedaban
capacitadas para alardear un lujo aún mayor, no tanto en la aislada y
poco pretenciosa vida cotidiana de las Casas-grandes, como en las
ocasiones en que todos los componentes de la clase alta se encontraban
en la ciudad. Así, por lo menos durante un cierto tiempo, lo que perdió la clase aristocrática en poder político, lo recuperó en prestigio social.
c) Decae la influencia aristocrática
Pero es necesario
no alimentar ilusiones en ese sentido. Lejos del litoral —donde
llegaban, traídas por el comercio, las más recientes mercancías
inspiradas en las modas que se iban sucediendo en Europa, bien como
mobiliario y objetos de uso personal más
aggiornati— la vida y los
modos de ser de la “Nobleza de la tierra” se iban estancando. Durante
ese estancamiento, como era inevitable, dicha clase se hacía más
sensible a la asimilación de costumbres y modos de ser locales; en una
palabra, rasgos de aldeanismo se mezclaban con la fisonomía
aristocrática de esas élites del interior.
Es también
Oliveira Vianna quien apunta el dilema de nuestras élites de la “Nobleza
de la tierra”: “U optan por el campo, donde están sus intereses
principales, o por la ciudad, centro tan solo de recreo y disipación.
Con el correr del tiempo, acaban eligiendo el campo, como es natural, y
poco a poco se recogen en la obscuridad y silencio de la vida rural.
“De ese
retroceso, de esa retirada, de esa especie de trashumancia de la Nobleza
colonial hacia el interior, nos da un expresivo testimonio el Conde de
Cunha, nuestro primer Virrey. En una carta que dirige en 1767 al Monarca
dice: (...)
“‘Estas personas,
que eran las que tenían con que lucir y figurar en la ciudad y las que
la ennoblecían, están presentemente dispersas por los más remotos
distritos, y a gran distancia las unas de las otras, sin tratar con
nadie, y muchas de ellas se casan mal, y algunas dejando sólo hijos
naturales y pardos, que son sus herederos.’”
[94]
Y añade el mismo
autor: “Nuestra Nobleza
territorial se presenta durante el siglo IV perfectamente rural casi en
su totalidad, por los hábitos, por las costumbres y, principalmente, por
el espíritu y por el carácter. De las tradiciones de la antigua Nobleza
peninsular nada les queda sino el culto caballeresco de la familia y del
honor.”
[95] 10. La mudanza de la Corte portuguesa para Brasil
Este periodo de
bucólica tranquilidad cesó por un inesperado efecto de las grandes
guerras y revoluciones que sacudían a Europa desde hacía ya veinte años:
la llegada a nuestra tierra de D. Juan, Príncipe Regente de Portugal,
que usaba acumulativamente el título de Príncipe de Brasil, pues era
heredero del Trono lusitano y ejercía todos los poderes de Monarca, ante
el estado de demencia en que cayó su madre, la Reina D-María I.
Oliveira Vianna
describe este acontecimiento: “Ese
gran accidente histórico marca, en efecto, una época decisiva, de
considerable transformación en la vida social y política de nuestra
nobleza territorial.
“Realmente, de
Minas, de São Paulo, del interior del estado de Río, nuestro lucido
patriciado rural inicia, desde esa época, su movimiento de descenso
hacia el centro carioca, donde se halla la cabeza del nuevo Imperio. Sus
mejores elementos, la flor de su aristocracia, comienzan a frecuentar
ese Versalles tropical que se localiza en San Cristóbal.”
[96]
En Río de Janeiro
encuentran “por un lado, una
burguesía recién nacida formada por mercaderes enriquecidos con la
intensificación del comercio derivada de la ley de apertura de los
puertos; por otro, una multitud aristocrática de hidalgos lusitanos que
vino junto con el Rey.”
[97]
No es de extrañar
que en este encuentro entre elementos heterogéneos se produjeran fuertes
conflictos. En ese sentido observa también Oliveira Vianna:
“Junto al Rey, en las intimidades
de la Corte, se enfrentan, inconfundibles y hostiles, esas tres clases:
los Nobles de la tierra, opulentos en ingenios y haciendas, con su
histórico desdén por los peones y mercaderes; los mercaderes,
conscientes de su fuerza y riqueza,
ofendidos por ese desdén
ofensivo; los lusitanos emigrados, con la prosapia de sus linajes
hidalgos y el tono impertinente de personas civilizadas que pasean en
tierra de bárbaros.”
[98]
Para terminar la
historia de la “Nobleza de la tierra” en el periodo colonial se puede
afirmar con Oliveira Vianna: “Como
se ve, en la vida pública, en la vida privada, en la vida
administrativa, estas organizaciones parentales —poderosamente apoyadas
sobre la masa de sus clanes feudales— atraviesan los tres siglos
coloniales ostentando su prestigio y poder.”
[99] 11. Los
Títulos de Nobleza del Imperio
¿Qué reflejo tuvo
sobre la “Nobleza de la tierra” la creación de los Títulos de Nobleza
del Imperio?
Poca; casi se
diría que ninguna.
La Constitución
imperial brasileña de 1824 no reconocía privilegios de nacimiento:
“Quedan abolidos todos los
privilegios que no sean juzgados como esencial y enteramente vinculados
a los cargos por utilidad pública.”[100]
Esta disposición
de nuestra primera Constitución Imperial traía por consecuencia que no
fuera reconocida la herencia
de los Títulos de Nobleza otorgados
por el Emperador. Reflejaba dicha disposición la influencia del
individualismo y del liberalismo que sopló a lo largo de todo el siglo
XIX tanto en Europa como en América, y que aún se muestra presente en
muchas de las actuales instituciones, leyes y costumbres.
Se tenía la idea
de que el Título de Nobleza sólo sería compatible con el progreso de
aquellos tiempos si premiara méritos individuales. Los de los
antepasados no debían de ningún modo beneficiar a sus respectivos
descendientes. De ahí provenía la no herencia
de los títulos. Al ser un mero premio, el Título de Nobleza no podía conferir jurisdicción específica sobre ninguna parte del territorio nacional y menos aún sobre las tierras de las cuales el agraciado fuese propietario. La escrupulosa disociación entre propiedad privada y poder político era considerada condición esencial para que un régimen actualizado con los principios de la Revolución Francesa no se confundiese con el feudalismo, contra el cual aún hacían campaña las facciones liberales.
Es concluyente en
ese sentido el testimonio de Oliveira Lima:
“El propio Imperio brasileño fue democrático no solo en el rótulo. Tanto
es así que al organizar su Nobleza, no la hizo hereditaria, condición de
perpetuidad. La Constitución monárquica de 1824 no reconoce privilegios
de nacimiento; la aristocracia que entonces se formó era galardonada por
sus méritos y servicios personales, y parte de la misma era también
representativa de la riqueza, que es uno de los puntales del Estado y
campo en el que caben las actividades individuales.”
[101]
Entre la Nobleza
titulada del Imperio se encuentran casos en los que padre e hijo
recibían el mismo Título; o a veces el Título tenía una denominación
diferente, aunque se refiriera al mismo toponímico o apellido. Eso no
significaba, sin embargo, que éste fuera hereditario sino que había sido
conferido con carácter personal a padre e hijo como recompensa a los
méritos individuales de cada uno.
En ese caso se
encuentran, por ejemplo, el Vizconde de Rio Branco, Primer Ministro del
Imperio en 1871 y su hijo, el célebre Barón de Rio Branco, diplomático
de consumado valor que se destacó especialmente por la elaboración de
los necesarios tratados para establecer con precisión las fronteras
entre Brasil y sus numerosos vecinos.
El Barón de Rio
Branco actuó como Ministro de Asuntos Exteriores del régimen republicano
durante la primera década de este siglo, pero antes aún de que cayera la
Monarquía el Emperador le concedió el título de Barón “do Rio Branco”,
sin duda por complacer a su padre.
Por otro lado,
cuando el Título estaba relacionado con un determinado lugar (Viz-conde
de Ouro Preto, Marqués de Paranaguá), los descendientes de un cierto
número de titulados del Imperio adoptaron, en lugar de su apellido, el
nombre del lugar con el que el Título estaba relacionado (de Ouro Preto,
de Paranaguá) sin usar el Título propiamente dicho. Este procedimiento,
que tal vez no fuera estrictamente legal, tampoco suponía la
hereditariedad del Título.
Es evidente que
un Título concedido únicamente al agraciado, con exclusión de su
descendencia, no podía dar origen a una clase social en el sentido
estricto de la palabra, pues esta última sólo tiene condiciones normales
de existencia cuando está constituida por familias y no por meros
individuos.
Así pues, como se
ha dicho anteriormente, era casi nula la repercusión de estos títulos
sobre la “Nobleza de la tierra”. Cuando se confería a un “Noble de la
tierra” un Título de Nobleza del Imperio, tan vacío de contenido
histórico, no tenía éste mucho mayor alcance que el de una mera
condecoración. Podía realzar al agraciado dentro de su clase, pero este
efecto era mucho menos fuerte que los derivados de la concesión del
Título de Señor de la tierra por los Reyes de Portugal. Esto ocurrió en
mayor medida con los Emperadores D. Pedro I y D. Pedro II que no se
limitaron a conferir Títulos de Nobleza a los señores de la tierra, sino
a brasileños de cualquier nivel social, siempre que los considerasen
merecedores de dicha distinción por los servicios prestados al país. 12. La
Monarquía parlamentaria y la “Nobleza de la tierra”
a) Los clanes
electorales
La declaración de
la Independencia en 1822 trajo consigo la implantación de la monarquía
parlamentaria y, por tanto, del régimen electoral representativo. De
este modo el cuadro político de Brasil se transformaba profundamente.
Se diría que en
un marco político tan profundamente transformado, y no siendo los
Títulos del Imperio concedidos sino ocasionalmente y con carácter
individual a los miembros de la “Nobleza de la tierra”, ésta se
desvanecería como una reminiscencia histórica sin vínculo con el
presente.
No ocurrió así.
Ante dichas
transformaciones, la “Nobleza de la tierra” no se dejó arrastrar por la
inercia; por el contrario, trató de perpetuar su poder político en las
nuevas circunstancias creadas por la implantación de una democracia
coronada en Brasil.
En el sistema
democrático, el electorado es el depositario de toda o casi toda la
soberanía; manda, por tanto, quien tenga más influencia sobre él. Ahora
bien, excepto, en los centros urbanos realmente importantes en alguna
medida, la influencia sobre el electorado pertenecía a los Señores de la
tierra. Así pues, la gran mayoría de los votos dependía de la “Nobleza
de la tierra”, que ejercía su poder a través de los partidos políticos,
pues el partido vive de su fuerza electoral y ésta estaba en manos de
los Nobles de la tierra.
Pintoresca e
inesperada resulta la organización que constituyeron para conservar el
prestigio de
antaño. Es también Oliveira Vianna quien nos informa de
ello: “Estos señores rurales
—hasta aquel momento dispersos y autónomos en su condición de pequeños
señores del lugar— se mostraban ahora juntos y organizados (...) Están ahora
solidarizados en dos grupos macizos, cada uno de ellos con un jefe
ostensivo, con gobierno y autoridad en todo el municipio y a cuyo mando
todos obedecen. (...) Están todos ellos unidos ahora bajo una leyenda
(...) Son Conservadores o Liberales.”
[102]
No sorprende que, sobre todo en las primeras décadas del régimen imperial,
se hayan operado transformaciones dignas de mención en los cuadros
políticos del país. Así las describe Oliveira Vianna:
“Llamamos clanes
electorales a esas nuevas y pequeñas estructuras locales aquí nacidas en
el siglo IV, porque son tan clanes como los feudales y los parentales,
(...) tienen la misma estructura, la misma composición y la misma
finalidad que éstos; solo que con una base geográfica más amplia, porque
comprenden a todo el municipio, y no sólo el área restringida de cada
feudo (ingenio o hacienda). Después de 1832
[103]
estas pequeñas agrupaciones locales pasaron a afiliarse, a su vez, a las
asociaciones más amplias que son los Partidos Políticos, con base
provincial, primero, y con base nacional, más tarde: el Partido
Conservador y el Partido Liberal, con sede en el centro del Imperio y
con los Presidentes de Provincia como jefes provinciales.”
[104] b) Guardia
Nacional y “Nobleza de la tierra”
Por la ley de 18
de agosto de 1831 se extinguen las antiguas instituciones militares de
la Colonia, los Cuerpos de Milicias, las Guardias Municipales y las
Ordenanzas, y se crea la Guardia Nacional.
A partir del
momento en que el poder central tomó a su cargo el nombramiento de las
autoridades locales, hasta entonces electivas, fue grande el deseo de la
clase aristocrática de los jefes de clanes electorales de
obtener las
simpatías de los Presidentes de Provincia.
“Eran los Gobernadores los que
indicaban al centro los nombres de los beneficiarios, no sólo para los
puestos, entonces extremamente importantes, de la Guardia Nacional, sino
también para los de la nobiliaria del Imperio.”
[105]
Conviene por
tanto conocer cuáles eran las relaciones de la Guardia Nacional con la
“Nobleza de la tierra”: “En lo que
se refiere a la constitución de los clanes electorales (...) nunca
estará de más destacar el papel ejercido por la institución de la
Guardia Nacional. El cuadro de oficiales de esta guardia constituía el
lugar de concentración de toda la Nobleza rural. (...)
“En el Imperio,
los puestos de oficiales de la Guardia Nacional eran dignidades locales
tan altas como lo eran en la colonia las de ‘Juez de Fuera’ o ‘Capitán
Mayor Regente’ y constituían una Nobleza local de la más alta
calificación.
“El título de
‘coronel’ o ‘teniente coronel’, que la República desvalorizó
vulgarizándolo, era la más alta distinción conferida a un hacendado del
municipio. El modesto título de ‘alférez’ sólo se daba a hombres de peso
y autoridad local. (...)
“Era ésta
justamente la función política de la Guardia Nacional: permitir al señor
más rico o más poderoso (por la protección que le dispensaba el
Gobernador, concediéndole el reclutamiento, la policía civil o militar,
la cámara municipal con sus almotacenes)
[106] imponerse a los demás clanes feudales y señoriales.”
[107]
Afirma, por su
parte, Rui Vieira da Cunha:
“Se alcanzaba, en efecto, la Guardia Nacional, de tamaña magnitud para
comprender de la osamenta social del Imperio. Hacia ella se deslizaba el
poder y la influencia, aristocratizándola, al contrario de lo que
ocurría con la democratización de los títulos nobiliarios y mercedes
honoríficas.
“La
interpretación sistemática de los arts. 69 y 70 de la Ley de 18 de
agosto de 1831 que creaban las Guardias Nacionales (...) llevaba a la
siguiente conclusión: ‘Los oficiales de las Guardias Nacionales son
iguales en nobleza a los de las tropas regulares’.”
[108] 13. El ciclo
del café
A mediados del
siglo XVIII tuvo inicio el ciclo del café, dando oportunidad a la
aparición de un nuevo aspecto de nuestra “Nobleza de la Tierra”, la
llamada “aristocracia del café”, nacida entonces, cuyo prestigio e
influencia marcaron sobre todo la vida del Imperio y, cuando éste cayó,
algunas décadas de la de la República.
En ese sentido
declara Roger Bastide:
“Después de las
civilizaciones del azúcar y del oro, la tercera gran civilización que se
desarrolló en Brasil fue la del café. (...)
“El café se
desplaza, desde los
lujos del Imperio hasta la muerte de Getúlio
Vargas. El café crea una aristocracia
[109] y destruye (o por lo menos transforma) su propia creación.”
“El café se
confunde con la historia del siglo XIX y con el inicio del siglo XX.
(...)
Transcribiendo
una opinión de Gilberto Freyre, Bastide prosigue:
“Es justamente el café lo que hace florecer en la provincia de São
Paulo, casi dos siglos después, una sociedad patriarcal idéntica a la de
Bahía y Pernambuco. Los barones del café, afirma [Gilberto Freyre],
continuaban y reproducían la aristocracia del azúcar.”
[110] a) La
proclamación de la República y la aristocracia rural
Proclamada la
República en 1889, no desapareció por eso la influencia política de las
familias provenientes de la antigua “Nobleza de la tierra.” Por otra
parte, su prestigio social continuaba siendo preponderante. Además, su
modo de ser y costumbres se destilaban y asimilaban con rapidez e
intensidad las maneras y el esplendor de la vida social de los mejores
ambientes europeos.
Es significativo
en ese sentido el testimonio dado por Georges Clemenceau, político
mundialmente conocido y Presidente del Consejo de Ministros francés
durante la I Guerra Mundial, con ocasión de su viaje a Brasil en 1911:
“En cuanto a la
‘élite social’, (...) siempre nos vemos obligados a volver a ese punto
de partida de una oligarquía feudal, centro de toda la cultura y
refinamiento. (...) Es en su
finca (fazenda), en el centro de su
dominio, donde hay que ir a buscar al plantador (fazendeiro).
Perfectamente feudal,
persuadido del pensamiento europeo, abierto a todos
los altos sentimientos de generosidad social que caracterizaron en
determinado momento a nuestra aristocracia del siglo dieciocho, (...) es
infinitamente superior a la generalidad de sus similares europeos
nacidos de la tradición o surgidos de los acasos de la democracia.
(...)
En París,
pasaréis junto a este dominador sin daros cuenta, de tal manera difiere
por la modestia de su palabra y la simplicidad de su figura del tipo
presentado por la sátira. (...) “La ciudad de São Paulo es tan curiosamente francesa en algunos de sus aspectos, que a lo largo de toda una semana no me acuerdo de haber tenido la sensación de encontrarme en el extranjero. (...) La sociedad paulista (...) presenta el doble fenómeno de orientarse decididamente hacia el espíritu francés y desarrollar paralelamente todos los rasgos de la individualidad brasileña que determinan su carácter. Tened por seguro que el paulista es paulista hasta lo más hondo de su alma, paulista tanto en Brasil como en Francia o en cualquier otro lugar. Quedando esto claro, decidme, sin embargo, si ha habido alguna vez, bajo el hombre de negocios, al mismo tiempo prudente y audaz, que ha sabido valorizar el café, un francés de maneras más corteses, de conversación más amable y con una más aristocrática delicadeza de espíritu.” [111]
Mientras tanto, ya sea durante el Imperio, ya sea durante las primeras décadas de la República, las transformaciones generales de la vida de Occidente fueron influenciando i rresistiblemente a la sociedad brasileña en perjuicio de las viejas élites rurales.
Las crecientes
facilidades de comunicación con Europa y los Estados Unidos difundieron
aquí el pensamiento cada vez más radicalmente igualitario —y por tanto
contrario a las aristocracias y élites sociales de cualquier tipo— que
soplaba tanto en el viejo mundo como en la joven y vigorosa federación
norteamericana.
De este modo, los
elementos más cultos de la sociedad brasileña, propensos en su mayoría a
seguir los impulsos provenientes de los grandes centros mundiales, iban
mirando con creciente antipatía la oposición entre la democracia de
ficción aquí vigente y la democracia cada vez más efectiva que regía a
las naciones de mayor prestigio. El poder político de la clase agrícola
les parecía una impostura, un falseamiento del régimen existente. “Las ideas liberales se difundieron con la instrucción. (...) Con el café pasan a medrar en los pasillos de la Facultad de Derecho de São Paulo, entre los hijos de los hacendados, haciendo triunfar sucesivamente el abolicionismo, la República, la rebelión contra el monopolio político de los ricos ‘coroneles’.” [112]Por todo el país se iban creando órganos de prensa, propensos en su mayoría a la instauración de lo que llamaban la autenticidad democrática. A la vez que el Partido Republicano, defensor discreto, pero poderoso, del status quo, iba creciendo el Partido Democrático, portavoz de la transformación política.b) La crisis
del café
A finales de los
años veinte de nuestro siglo, una formidable crisis hizo estremecer el
cultivo del café, plantado sobre todo en los estados de Minas Gerais,
Rio de Janeiro y Sao Paulo. La causa de ello fue la inhábil política de
la República ante la producción de nuestro café, mayor que el consumo
del mercado mundial. Esta crisis imprevista sorprendió a gran número de
cultivadores en fase de endeudamientos, necesarios para aumentar sus ya
excesivas producciones, o para la construcción o mejora de sus moradas
en las capitales. En efecto, gracias a las redes ferroviaria s y de carreteras, los hacendados del café tendían cada vez más a localizar sus residencias urbanas, no ya en las pequeñas ciudades próximas a sus respectivas haciendas, sino en las grandes, ahora con fácil acceso. En ellas podían llevar una vida social brillante, y al mismo tiempo proporcionar a sus hijas e hijos una alta educación secundaria en los colegios de religiosos y religiosas, procedentes sobre todo de Europa. Podían, además, los padres, seguir de cerca la vida de sus hijos entregados a estudios superiores en las diversas facultades que se iban fundando.Endeudados impruden temente, empobrecidos por falta de previsión, la clase de los grandes hacendados del café sufrió así un golpe que disminuyó muy considerablemente su prestigio social, y más aún el político.Mientras esto ocurría en el sur del país, los Señores de Ingenio de Pernambuco y otros Estados del Nordeste brasileño ya hacía mucho tiempo que habían entrado en decadencia “en virtud del desarrollo de la industria que, con los ingenios centrales, eliminó las pequeñas fábricas, reunió a los labradores, sus dependientes, en torno a las feitorías (ver nota 30), clausuró el ciclo aristocrático de los ingenios, sustituyó al señor por la compañía (algunas organizadas en Inglaterra, con nombres ingleses) e instaló el monopolio de zona, en lugar de la iniciativa resistente de los viejos propietarios.” [113]El rendimiento de los ingenios bajó tanto que solo proporcionaba a un gran número de señores lo necesario para su subsistencia.c) La
Revolución de 1930 y el fin de las élites rurales tradicionales en
Brasil
Pero el curso de los acontecimientos preparaba para el país nuevas circunstancias, cuyas consecuencias implicaban la virtual extinción de la aristocracia rural. “Esta aristocracia rural lideró la sociedad brasileña durante siglos y finalmente perdió el control de la nación en 1930.” [114]
En realidad, la
Revolución de 1930 privó del poder al presidente Washington Luiz
—símbolo expresivo, por su figura, del orden de cosas que se hundía— y
colocó a Getúlio Vargas al frente del país. Esa revolución dio origen a casi quince años continuos de una dictadura que, por un lado, se proclamaba anticomunista, pero por otro apoyaba las transformaciones sociales aquí reclamadas por la izquierda. El “getulismo” inauguró una época populista.Con ello, la clase de los señores de tierras quedó reducida a restos dispersos: “rari nantes in gurgite vasto”; [115] es decir, a raros destrozos que fluctuaban en un Brasil cada vez más poblado, cada vez más urbanizado e industrializado, en el cual los hijos de emigrantes de las más diversas procedencias iban consiguiendo una situación destacada y adquiriendo las haciendas que las energías exhaustas y las finanzas escuálidas de los antiguos propietarios del campo no podían ya mantener.Estos últimos constituían cada vez menos una clase definida y, salvo algunos pocos de sus miembros, se perdían en un anonimato o cuasi anonimato, dentro del tumulto de un Brasil cada vez más rico y cada vez más diferente de lo que fue.NOTAS
[1]
1) Sobre
la nobleza brasileña véase, por ejemplo:
Antonio José Victoriano BORGES DA
FONSECA,
Nobiliarchia Pernambucana, Biblioteca Nacional, Rio de Janeiro,
1935; CARVALHO FRANCO,
Nobiliário Colonial, São Paulo, 2ª
ed.; Fernando de AZEVEDO,
Canaviais e Engenhos na vida Política do Brasil, Edições
Melhoramentos, 2ª ed.; Gilberto FREYRE,
Interpretação do Brasil, José
Olympio Editora, Rio de Janeiro, 1947;
Teniente Coronel Henrique WIEDERSPAHN,
“A
evolução da Nobreza Cavalheiresca e
Militar Luso-Brasileira desde o
Descobrimento até a República”, in
“Boletim do Colégio de Armas e Consulta
Heráldica do Brasil”, nº 1, 1955; J.
CAPISTRANO DE ABREU,
Capítulos da Historia Colonial (1500-1800), Sociedade Capistrano de
Abreu, 4ª ed.; 1954; Luis PALACIN,
Sociedade Colonial— 1549 a 1599,
Universidade Federal de Goiás, Goiânia,
1981; Manoel RODRIGUES FERREIRA,
As
Repúblicas Municipais no Brasil
(1532-1820), Prefeitura do Município
de São Paulo, São Paulo, 1980; Nelson
OMEGNA,
A
Cidade Colonial, José Olympio
Editora, Rio de Janeiro, 1961; Nelson
WERNECK SODRÉ,
Formação da Sociedade Brasileira,
José Olympio Editora, Rio de Janeiro,
1944; Nestor DUARTE,
A Ordem Privada e a Organização Política Nacional, Companhia Editora
Nacional, São Paulo, 1939; OLIVEIRA
VIANNA,
Instituições Políticas Brasileiras, José Olympio Editora, Rio de
Janeiro, 1955; Rui VIEIRA DA CUNHA,
Estudo da Nobreza Brasileira,
Arquivo Nacional, Rio de Janeiro, 1966;
Rui VIEIRA DA CUNHA,
Figuras e Fatos da Nobreza Brasileira,
Arquivo Nacional, Rio de Janeiro, 1975.
[2]
Sesmaria:
tierra sin cultivar o abandonada que los
reyes de Portugal concedían a los
cultivadores o
sesmeiros. [3] F. J. OLIVEIRA VIANNA, Populações Meridionais do Brasil, Companhia Editora Nacional, São Paulo, 3ª ed., vol. I, p. 15. [4] Amador Bueno e seu tempo, Coleção História da Civilização Brasileira (7), USP, Boletim nº LXXXVI, São Paulo, 1948, p. 61. [5] O movimento da Independência — 1821-1822, Companhia Melhoramentos de São Paulo, São Paulo, 1922, pp. 28-29. [6] Pedro CALMON; Historia do Brasil, Livraria José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 1959, vol. 1, p. 170. [7] Os primitivos colonizadores nordestinos e seus descendentes, Editora Melso, Rio de Janeiro, 1960, p. 20.
[8]
Op. cit., p. 62.
[9]
Op. cit., p. 27. [10] Instituições políticas brasileiras, José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 2ª ed., 1955, vol. I, p. 174. [11] Biblioteca Nacional de Lisboa, Arquivo da Marinha, liv. 1 de ofícios, de 1597 a 1602.
[12]
Gilberto
FREYRE;
Casa-Grande & Senzala, Editora José Olympio, São Paulo, 5ª ed.,
1946, vol.
I, pp. 121-123.
[13]
En los siglos XVI y XVII la influencia
de los herejes en las tierras que hoy
constituyen Holanda y parte de Bélgica
era muy acentuada. Conviene destacarlo
para comprender cabalmente las
invasiones holandesas en Brasil, porque
el catolicismo ha crecido tanto en
Holanda en las últimas décadas, que el
espíritu público ya no considera a dicho
país un gran baluarte del
protestantismo. [14] Op. cit., pp. 256-257. [15] F. J. OLIVEIRA VIANNA, Populações Meridionais do Brasil, vol. I, p. 102. [16] Sertão: Lugar no cultivado, alejado de las poblaciones o terrenos cultivados. [17] L. AMARAL GURGEL, Ensaios Quinhentistas, Editora J. Fagundes, São Paulo, 1936, p. 174. [18] F. J. OLIVEIRA VIANNA, O povo brasileiro e sua evolução, Ministério da Agricultura, Indústria e Comércio — Diretoria Geral de Estatística, Tipografia da Estatística, Rio de Janeiro, 1922, p. 19.
[19]
El Consejero Juan Alfredo Corrêa de Oliveira,
nacido el 12 de diciembre de 1835,
conocía de cerca la situación que con
esas palabras describe. Su familia era
de las más notables de entre las de los
Señores de Ingenio de Goiana, y
estaba vinculada por parentesco y
matrimonio a casi todas las demás
familias señoriales de Pernambuco.
Dotado de una excepcional inteligencia,
se licenció en Derecho en el Curso
Jurídico de Olinda y comenzó a una
brillante carrera política, en la cual
alcanzó los más altos cargos del régimen
imperial, esto es, los de Senador,
Consejero de Estado y Presidente del
Consejo de Ministros. Fue de los más
activos próceres del movimiento
abolicionista y como Presidente del
Consejo de Ministros firmó junto a la
Princesa Isabel, entonces Regente del
Imperio, la llamada Ley Áurea del 13 de
mayo de 1888, que abolió la esclavitud
en Brasil. [20] O Barão de Goiana e sua época genealógica en Minha Meninice & Outros ensaios, Editora Massangana, Recite, 1988, p. 56. [21] Instituições políticas brasileiras, 2ª ed., vol. I, pp. 256-257. [22] A cidade colonial, Livraria José Olympio Editora, Rio de Janeiro, p. 124.
[23]
No son ya dos, sino una sola carne. [24] Op.cit., p. 107. [25] Diálogo das grandezas do Brasil, Rio de Janeiro, 1943, p. 155 apud Luis PALACÍN, Vieira e a visão trágica do Barroco. Hucitec/Pró-Memória e Instituto Nacional do Livro, p. 105. [26] Luis PALACÍN, Sociedade Colonial — 1549 a 1599, Editora da Universidade Federal de Goiás, Goiânia, 1981, p. 186. [27] Idem, p. 181.
[28]
Canaviais
e engenhos na vida política do Brasil —
Obras completas,
Edições Melhoramentos, São Paulo, 2ª
ed., vol.
XI, p. 86.
[29]
Ídem, p. 65.
[30]
Feitorías:
Institución comercial creada por la
corona en la época colonial, destinada a
la explotación y comercialización del
palo Brasil y otras mercancías. [31] Pedro CALMON, op. cit, vol. 1, p. 170. [32] Ibídem. [33] Ibídem. [34] Op. cit., pp. 42 y 44. [35] Cfr. ROCHA POMBO, História do Brasil, W. M. Jackson Inc. Editores, Rio de Janeiro, 1942, vol. I, pp. 131-133. [36] Op.cit., vol. I, p. 172. [37] Pedro CALMON, op. cit., vol. 2, pp. 355-356. [38] Ídem, p. 358.
[39]
Fernando
de AZEVEDO, op. cit., vol.
XI, p. 107.
[40]
Mutirão
(o
muxirão): Auxilio que prestan los
pequeños agricultores a otro,
reuniéndose durante un día para la
plantación, cosecha o tapiamento de su
propiedad. [41] Adjutório: Lo mismo que mutirão. [42] Hélio Vianna, Formação brasileira, Livraria José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 1935, PP. 36, 38-39. [43] “Casa fortaleza nova de pedra e cal, telhada de novo e meia assoalhada e toda cercada de madeira para se fazer varandas qual está por assoalhar” [44] Pedro CALMON, op. cit., vol. 2, p. 360. [45] Gilberto FREYRE, op. cit., vol. I, p. 24. [46] Senzala: El conjunto de las viviendas destinadas a los esclavos. [47] Pedro CALMON, op. cit., vol. 3, p. 916.
[48]
Fernando de AZEVEDO, op. cit., vol.
XI, p. 80.
[49]
Oficial francés contratado por el Gobierno del
primer Imperio para colocarse al mando
de las fuerzas brasileñas en su lucha
armada para consolidar la Independencia. [50] Fernando de AZEVEDO, op. cit., vol. XI, p. 48. [51] Tratados da terra e gente do Brasil, Livraria Itatiaia Editora, Belo Horizonte, pp. 157-158.
[52]
Obra publicada en Lisboa en 1648 que narra la
épica insurrección pernambucana contra
el hereje holandés. Fue escrita en plena
lucha por Fray Manuel Calado, también
llamado Fray Manuel de Salvador, uno de
los héroes de la misma. [53] F. J. OLIVEIRA VIANNA, Populações meridionais do Brasil, vol. I, p. 7. [54] Ídem, p. 9. [55] Op. cit., p. 71.
[56]
Massapé:
Suelos fértiles del nordeste brasileño,
muy utilizados para el cultivo de
grandes cañaverales. [57] Fernando de AZEVEDO, A cultura brasileira—Introdução ao estudo da cultura no Brasil, Editora Melhoramentos, Sao Paulo, 3ª ed., p. 154.
[58]
Op. cit., vol. I, pp.
350-351.
[59]
Bandeirantes:
Literalmente, abanderados. Se designa
así a quienes capitaneaban las banderas,
o expediciones de exploración del
interior brasileño, de las que se
hablará más adelante. [60] Op.cit.,vol. II, p. 293. [61] Almir de ANDRADE, Formação da sociologia brasileira, vol. I, Os primeiros estudos sociais no Brasil, Livraria José Olympio Editora, Rio de Janeiro, 1941, p. 100. [62] F. RODRIGUES CONTREIRAS, Traços da economia social e política do Brasil colonial, Ariel Editora, 1935, p. 181.
[63]
Descoberto:
lugar donde se ha descubierto oro y se
ha establecido mina. [64] Alfonso Arinos de Melo Franco, A sociedade bandeirante das minas en Curso de bandeirologia, Departamento Estadual de Informações, 1941, p. 90. [65] F. Rodrigues Contreiras, op. cit., p. 100. [66] Raposo Tavares e a formação territorial do Brasil, Imprensa Nacional, Rio de Janeiro, 1958, p. 135. [67] F. J. Oliveira Vianna, Instituições políticas brasileiras, 2ª ed., vol. I, p. 170. [68] Ídem, pp. 170-171. [69] Op.cit., vol. 2, p. 358. [70] Canaviais e Engenhos na vida política do Brasil, p. 88.
[71]
Seudónimo del jesuita Juan Antonio Andreoni, que estuvo en Brasil en
1711 y escribió
Cultura e Opulencia do
Brasil por suas drogas e minas. [72] Op.cit., pp. 181-182. [73] Historia da Companhia de Jesus no Brasil, Instituto Nacional do Livro, Rio de Janeiro, 1945, t. V, p. 452.
[74]
Op.cit., p. 127.
[75]
Op.cit., p. 184. [76] Resumo da História de São Paulo, Tipografia Brasil, São Paulo, 1942, p. 109.
[77]
Op.cit., vol. I, p.
162.
[78]
Op.cit., vol. III,
pp. 179-180. [79] Amador Bueno e seu tempo, p. 66. [80] F. J. Oliveira Vianna, op. cit, vol. I, p. 162. [81] Resumo da Historia de São Paulo, p. 107. [82] Evolução política do Brasil e outros estudos. Editora Brasiliense, São Paulo, 7ª ed., 1971, p. 29. [83] As Repúblicas Municipais no Brasil, Prefeitura do Município de São Paulo, 1980, pp. 45 y 46.
[84]
Op. Cit., vol. I, p.
347.
[85]
Néstor
Duarte, op. cit., p. 82.
[86]
Ex profesor de Política en la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras
de la Universidad de São Paulo, profesor
en el Instituto de Estudios Políticos de
la Universidad de París.
[87]
Les trois ages du Brésil—Essai de
Politique,
Librarie Armand Colin, Paris, 1954 p.
65.
[88]
Op. cit., p. 126.
[89]
Op. cit., pp. 65-66.
[90]
Op. cit., p. 143.
[91]
Op. cit., vol. I, p.
165. [92] Pedro Calmon, op. cit., vol. 3, pp. 892-893. [93] Populações meridionais do Brasil, vol. I. p. 35. [94] Ídem, p. 18. [95] Ídem, p. 23. [96] Ídem, pp. 34-35. [97] Ídem, p. 35. [98] Íbídem. [99] Instituições políticas brasileiras, 1ª ed., p. 1949, vol. I, p. 270. [100] Constituição política do Império do Brasil, art. 179, nº XVI.
[101]
Op.cit., pp. 29-30.
[102]
Op. cit. vol.
I, p. 279.
[103]
El mismo autor aclara que estas nuevas agrupaciones
electorales con base municipal
reclutadas por la aristocracia rural
comenzaron a constituirse de modo
definido y visible con la ley de 1828
que reorganizó los municipios y,
principalmente, con la promulgación del
Código do Processo
en 1832. [104] Ídem,p. 280. [105] F. J. Oliveira Vianna, ídem, p. 283.
[106]
Funcionario encargado de contrastar las pesas y medidas, vigilar los
mercados y fijar los precios de las
mercancías. [107] Ídem, pp. 284-285. [108] Estudo da Nobreza Brasileira (Cadetes), Arquivo Nacional, Rio de Janeiro, 1966, p.42.
[109]
Como se puede deducir por el contexto, este término se emplea aquí
latu sensu, no para designar una
clase social creada y reconocida por la
ley, sino simplemente nacida de los
hechos, y con contornos menos definidos. [110] Brasil terra de contrastes, Difusão Européia do livro, São Paulo, 4ª ed., 1971, pp. 127-130. [111] Georges Clemenceau, Notes de Voyage dans l’Amerique du Sud — XIII en “L’Illustration”, 22/4/1911, pp. 310 y 313. [112] Roger Bastide, op. cit, p. 139. [113] Pedro Calmon, op. cit., vol. 7, p. 2300.
[114]
Robert J.
Havirghurst y J. Roberto
Moreira, Society and education in
Brazil, University of Pittsburgh Press,
1969, p. 42. [115] Virgilio, Eneida, I, 118. |