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Antecedentes doctrinales
Parte I
Capítulo 3 - 1er. parte
Los héroes de nuestra Historia en la picota
La difusión del ecumenismo, ya sea en sus formas doctrinales, ya sea como mentalidad o hábito social, está creando en un número cada vez mayor de españoles un complejo de inferioridad con relación a nuestra propia Historia. Primero el protestantismo, después la ilustración, y más tarde el laicismo liberal, dentro y fuera de España, pretendieron denigrar los episodios históricos en los cuales se manifestó claramente la catolicidad militante del pueblo español. Fue así como surgió la Leyenda Negra*.
* Julián Marías, en su España inteligible resalta la singularidad y el carácter sistemático de la Leyenda Negra que comenzó a difundirse contra España cuando ésta se convirtió en el principal baluarte de la Iglesia y de la Cristiandad: “La ignorancia —dice— el mero error no bastan para explicar la movilización de esa nueva etapa de la leyenda negra. ¿Cuáles fueron los motivos de que una fracción decisiva de Europa emprendiera una insidiosa y tenaz acción frente a una España excepcionalmente decorosa, razonablemente próspera y nada amenazadora? (...) España era en el siglo XVIII ‘una enorme inercia cruzada por corrientes críticas'. Esa enorme inercia, que se desperezaba armoniosamente y se incorporaba a nuevas formas, era el gran obstáculo. ¿A qué? —se preguntará—. A ese proceso revolucionario iniciado en Francia y extendido por casi toda Europa. (...) La realidad de España, a pesar del desdén con que se la mira, es inmensa; todavía sigue siendo la Monarquía más extensa del mundo. (...) No hace nada en medio de la crisis revolucionaria que se difunde por Europa; solamente estar. Los promotores de la transformación radical, de la eliminación del cristianismo, se encuentran con una sociedad que sigue siendo, casi íntegramente, cristiana. (...) Mientras España permanezca intacta (...) la revolución no podrá triunfar definitivamente en Europa” (Julián MARÍAS, España inteligible, pp.301-303).
Para precisar en qué consiste la Leyenda Negra el historiador recurre a Julián Juderías, autor de un libro específico sobre el tema escrito en 1914: “Por leyenda negra entendemos el ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra Patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles (...) la negación, o por lo menos, la ignorancia sistemática de cuanto nos es favorable y honroso (...) las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España, fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad” (ib., p. 200). Sobre la organización y los métodos utilizados para difundir la Leyenda Negra véanse las páginas 202-209 y 296-301 de la referida obra. De la influencia de la Leyenda Negra en España dice Julián Marías: “La Leyenda Negra introduce una vacilación en la mente de los españoles que tuvieron la responsabilidad de orientar e interpretar la configuración de España y su argumento en la historia. Hasta entonces se habían sentido identificados con él, lo habían formulado con espontaneidad y sencillez, y ese proyecto había funcionado como una creencia básica para el conjunto del pueblo español” (ib., p. 210). * * * El talento literario de Ramiro de Maeztu expresa, en una elocuente oración a Nuestro Señor Jesucristo, esta misma realidad: “Durante los siglos de grandeza no dejamos de proclamar un día que nuestra fortaleza estaba en Ti, que eres Tú nuestro refugio y nuestro libertador, y las calumnias de nuestros enemigos se estrellaron contra nuestros pechos, henchidos por la Fe. “Dejaron de servirte nuestros gobernantes, y todo lo perdimos.” Y el poeta describe lo que le parece un merecido castigo divino: “Nos pusiste por oprobio de nuestros enemigos, por escarnio y burla de los que nos rodean; mostraste a tu pueblo cosas duras, dístenos a beber el vino de la compunción y al fin nos creímos las calumnias de nuestros enemigos, envidiosos de nuestra grandeza, con lo que el alma se nos envenenó” (Salmos de España apud “Iglesia Mundo”, N° 305-306, octubre 1985, pp. 2-3).
Sin embargo, aquello que no consiguieron de modo eficaz los enemigos de la España católica en el pasado, lo está logrando hoy ampliamente el ambiente creado por el ecumenismo. En efecto, cuando una gran parte de las clases dirigentes, y de los que accionan las palancas decisivas de la información, se mueven con mayor o menor ímpetu en el rumbo trazado por el ecumenismo, no es de extrañar que tiendan a volverse incomprensibles las grandes figuras que marcaron nuestra Historia. Un pueblo sin principios y con una tendencia cada vez mayor hacia lo trivial, quedará a merced del único criterio de certezas —¡cuán relativo!— que el ecumenismo le deja: la consonancia casi instintiva con lo que cree ser la orientación irresistible de la mayoría. Es el consenso transformado en ídolo ante el cual todo se sacrifica. Este es el criterio supremo e inapelable con el que están siendo sometidos a proceso los héroes de nuestra Historia. Arrancados del contexto en que vivieron los van llevando denigrados, deformados, inexplicables ante el jurado de los hombres de buena voluntad. Vamos a considerar el problema como fenómeno de opinión pública. No estamos escribiendo un manual de Historia. No es el momento, pues, de deslindar críticamente la autenticidad de ciertos acontecimientos o pormenores en la vida de los héroes procesados por el ecumenismo. Se trata, en realidad, de verlos tal como quedaron grabados en lo que se ha dado en llamar memoria colectiva del pueblo. Es decir, esas personalidades excepcionales encarnaron doctrinas, ideales, modos de ser y estilos de vida que la tradición fue guardando como ejemplos característicos de la hispanidad; puntos de referencia y de unión entre los españoles de todas las épocas y de todas las Españas*.
* A esos héroes se refiere con su clásica maestría Menéndez y Pelayo en su Historia de los Heterodoxos Españoles: “Nada parecía ni resultaba imposible: la fe de aquellos hombres, que parecían guarnecidos de triple lámina de bronce, era la fe, que mueve de su lugar las montañas. Por eso en los arcanos de Dios les estaba guardado el hacer sonar la palabra de Cristo en las más bárbaras gentilidades; el hundir en el Golfo de Corinto las soberbias naves del tirano de Grecia, y salvar, por ministerio del joven de Austria, la Europa occidental del segundo y postrer amago del islamismo; el romper las huestes luteranas en las marismas bátavas con la espada en la boca y el agua a la cinta y el entregar a la Iglesia Romana cien pueblos por cada uno que le arrebataba la herejía. “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; esa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectones o de los reyes de taifas” (p. 1194).
Disociarse de los prototipos históricos que hicieron brillar la nota hispánica de afirmación católica militante, es el objetivo del ecumenismo ideológico de sectores dirigentes, que arrastran por ese camino a las masas sin ideología. El ecumenismo no podrá consolidarse, ni el español abandonará la casa paterna como el hijo pródigo, mientras conserve los recuerdos entrañables de sus grandezas, esplendores y afabilidades. Ninguna gloria de nuestro pasado será perdonada.
I — El Apóstol Santiago en el banquillo de los acusados
¿Cómo podrá, por ejemplo, conservarse incólume en una España ecuménica la devoción a Santiago Apóstol? Trae demasiadas reminiscencias de la vocación providencial de España, bendecida desde sus albores por la propia Madre de Dios en el Pilar. Santiago Patrón de España, Santiago Matamoros, es el mismo símbolo de la catolicidad militante de un pueblo que, después de luchar ocho largos siglos para reconquistar su territorio a los infieles, tuvo espíritu de Fe y encontró en su alma recursos suficientes para lanzarse a los mares y dar un continente nuevo a la Iglesia y a la Cristiandad. Símbolo válido para todas las épocas de nuestra Historia. No se trata de una mera cristalización mítica y efímera de los instintos guerreros de una época. Es una devoción modelada por la gracia en el interior de las almas a lo largo de los siglos, reconocida por el sensus fidei del pueblo católico y estimulada con las más altas aprobaciones eclesiásticas. Son numerosos, además, los documentos de comprobada autenticidad que relatan los milagros y apariciones del Apóstol de España interviniendo en momentos decisivos tanto en las luchas de la Reconquista como en la epopeya de América. Una de las apariciones más célebres —perpetuada en el lugar por una capilla y por un antiquísimo bajorrelieve en piedra de la catedral compostelana— fue la de la batalla de Clavijo, en la que Santiago dio la victoria a los ejércitos de Ramiro I sobre los de Abderrhamán, emir de Córdoba*.
* Quien desee conocer un resumen de los argumentos aducidos por historiadores respecto de este episodio, en favor de cuya autenticidad se pronunció el mismo Papa Benedicto XIV, tras detenido examen del asunto, puede leer la voz Clavijo de la Enciclopedia Universal Ilustrada, Espasa-Calpe.
Veamos ahora algunos ejemplos que ilustran como esta devoción, que está en el centro de la historia del catolicismo español, es sistemáticamente demolida. Un conocido sacerdote, el P. José María Javierre, sugiere bajar al apóstol del caballo, quitarle las vestimentas de guerrero, su espada y su estandarte, para ponerlo al día con “la voz de los tiempos”: “Convertir al señor Santiago en un ciudadano normal que anda por las calles con su traje bien cortado. Un Santiago dispuesto a trabajar en la oficina y a votar cuando sea necesario.”[1] En un tristemente célebre libro de comics sobre el Evangelio, de sabor blasfemo —para decir poco— otro sacerdote fue bastante más lejos satirizando la referida devoción, junto con la de otros apóstoles.[2] El Gobierno socialista, sintiendo el terreno suficientemente abonado, suprimió la obligatoriedad de la celebración de la fiesta multisecular del Apóstol. La mayoría de las comunidades autónomas ya la han eliminado de su calendario oficial*. El fin del proceso ha sido caricaturizado por un periódico madrileño: el Patrón de España, en trajes de peregrino, abandona la Península...[3]**.
* Un real decreto del Ministerio de Trabajo, publicado por el BOE el 29 de julio de 1983, incluyó la festividad del Patrón de España entre las fiestas optativas del calendario laboral, dando así a las comunidades autónomas la oportunidad de sustituirla por alguna fiesta cívica local. Pocos meses después, en Valencia, el
Pleno del Consejo sustituía la fiesta de Santiago por la del 9 de octubre, conmemoración de la reconquista de la ciudad por el Rey Jaime I de Aragón. También el Gobierno regional de Castilla-La Mancha la cambió, en este caso por el 31 de mayo, aniversario de la constitución de las primeras Cortes castellano-manchegas. Cataluña y Murcia dejaron de conmemorar la festividad del Apóstol a partir de 1984, Andalucía la sustituía por el 28 de febrero, día de Andalucía; Aragón por el 23 de abril, día de Aragón; Asturias por el 8 de septiembre, día de Asturias; Castilla-León por el 23 de Abril, día de Castilla-León; Extremadura por el 8 de septiembre, día de Extremadura; Madrid por el 2 de mayo, día de la comunidad de Madrid (Datos facilitados por el Ministerio de Administración Territorial. Ver también “ ABC”, 23-10-83 y “El Alcázar”, 30-7-1983, 30-10-1983 y 25-7-1984). Tampoco se celebra ya en las Vascongadas (cfr. “Siempre p'alante”, 21-7-1984, p. 7).
** No es de extrañar, pues, que TVE, en un programa del 28 de julio de 1986, de la serie La España herética se haya referido despectivamente al “mito del Apóstol Santiago” en medio de informaciones inexactas y errores sobre la historia de la Iglesia. El mismo programa enaltecía al hereje Prisciliano, presentado como héroe popular y precursor del nacionalismo gallego (cfr. “ABC”, 8-8-1986).
II — Se montan los autos del proceso contra las gestas de la Reconquista y los Reyes Católicos
A medida que los españoles vayan aceptando la nueva posición ecumenista y el pacifismo a ultranza, las grandes personalidades que se destacaron por su definición y arrojo en la lucha contra los que amenazaban a la Iglesia y a la Cristiandad, van siendo consideradas más o menos explícitamente —aun cuando se les deje algún lugar de honra en los libros de historia— como una colección de imprudentes, alocados y visionarios fanáticos. Los fiscales de la inquisición ecuménica irán lanzando contra esas figuras acusaciones cada vez más osadas y denigrantes. Puestos en duda, como fábulas, los milagros de la primera batalla de la Reconquista, no faltó un Francisco Umbral que se refiera a la venerable imagen de la Virgen de Covadonga como “el fetiche portátil de Don Pelayo”, ni un diario como “El País” para difundir la infame blasfemia por toda España[4]. El Rey San Fernando, que dio un impulso decisivo a la guerra de Reconquista que estaba estancada, será visto como un intolerante inoportuno que impidió lo que podía haber sido un entendimiento estable entre la civilización cristiana y el islam en tierras de España*. ¿Cómo podrán perdonarle, por ejemplo, el haber transformado las mezquitas en iglesias y catedrales católicas? (ver recuadro arriba ) ¿O el haber obligado a los moros cautivos a llevar de nuevo hasta Santiago de Compostela las campanas que otrora Almanzor había llevado hasta Córdoba a hombros de cristianos?
* Conviene recordar la opresión sufrida por tos católicos españoles bajo el poder de los mahometanos. Así fue descrita por San Eulogio de Córdoba: “¿Y dirán que vivimos tranquilos, cuando se nos destruyen las basílicas, se llena de oprobio a los sacerdotes y se nos obliga a pagar mensualmente un tributo intolerable? Es preferible una muerte rápida a esta vida trabajosa y miserable. Nadie de entre nosotros, puede andar seguro entre ellos (...) en cuanto ven en
nosotros las señales del orden clerical, prorrumpen, como locos, en gritos desaforados (...) ¿Para qué recordar las abominables canciones que profieren al ver el signo venerable de la cruz, y las maldiciones y las inmundicias que vomitan de su boca cuando oyen el sonido de nuestras campanas? En todas partes tenemos que sufrir su insolencia y su odio a nuestra santa religión.” (Fr. Justo PÉREZ DE URBEL O.S.B., San Eulogio de Córdoba, pp. 155-156). El historiador jesuita Ricardo García Villoslada escribe: “Es verdad que la ley mahometana prohibía hacer creyentes por la fuerza, mas esta tolerancia legal estaba restringida por leyes de opresión moral y social. A los cristianos se les agobiaba con tributos y gabelas, mientras los apóstatas obtenían la liberación de los impuestos opresores, el acceso a los cargos públicos y la igualdad de derechos con los dominadores. Nada extraña que las apostasías se multiplicaran. Era el de los cristianos un estado de inferioridad civil y de esclavitud intolerable como dice San Eulogio en su Memorialle Sanctorum” (Historia de la Iglesia Católica, t. II, 3ª ed., corregida y aumentada, Madrid, 1963, p. 167). Este historiador muestra cómo un poder anticristiano opresor puede, usando la astucia, encontrar aliados inesperados: “Convencido Abderrahmán de que con la espada no lograría amortiguar el entusiasmo religioso de los cristianos, porque cuantas más víctimas caían mayor era el número de los que corrían a denigrar públicamente a Mahoma y a confesar a Cristo, quiso valerse de los obispos para establecer la paz, pero una paz en que la religión cristiana languideciese en silencio y servidumbre. No se distinguían por el fervor aquellos obispos que, reunidos en concilio bajo la presidencia de Recafredo, metropolitano de Sevilla (852) y hechura de Abderrahmán, declararon que la Iglesia no reconocería como mártires a los que espontáneamente y en forma provocativa se presentasen al martirio. (...) El primero en protestar contra el cobarde oportunismo y transigencia de Recafredo y demás obispos fue San Eulogio, lo que le valió ser encerrado en una prisión” (ib., pp. 168-169).
En cuanto a Isabel de Castilla y Fernando de Aragón la intolerancia de los tolerantes los conduce al banquillo de los acusados como los responsables de haber llevado a cabo la obra intransigente y antiecuménica de la Reconquista. Durante muchas generaciones los Reyes Católicos fueron vistos como símbolo de nuestra integridad territorial, moral y religiosa que hizo posible el Siglo de Oro, época en que no se ponía el sol en los dominios del rey de España*. Todas estas realidades se van esfumando en la cabeza del español ecumenizado y un nuevo concepto sobre esta etapa decisiva de nuestra Historia se va insinuando gradualmente.
* Entre las muchas referencias que podríamos consignar sobre cómo han visto los Papas la obra de estos monarcas transcribimos ésta de Pío XII: “Aquellos Reyes Católicos que se propusieron, como motivo fundamental de sus empresas, la propagación de la Fe y la dilatación del reino de Cristo en la tierra” (PIO XII, Discurso al embajador de la República de Santo Domingo, apud TERRADAS SOLER, Una Epopeya Misionera, p. 154).
¿No hubiera sido mejor que los Reyes Católicos no expulsaran a los moros de Granada? Se habría aprovechado así —soñará el ecumenista— una oportunidad histórica para llegar a un acuerdo que disminuyese el ímpetu mahometano cuyo poderío, colosal en el Norte de África, representaba una terrible amenaza para Europa. Algo semejante proponen hoy en día los dirigentes religiosos y políticos sensatos que, en nombre de la caída de las barreras ideológicas y de la paz, quieren que Europa ceda ante el poderío ruso. Fernando e Isabel habrían actuado con el pragmatismo de un Roosevelt o de un Kennedy si hubiesen llegado a un acuerdo con Boabdil. Podrían incluso haber permitido que un cierto número de musulmanes volviesen a cruzar el estrecho para establecer un equilibrio de fuerzas. De este modo, el peligro islámico se hubiera disipado, pues los musulmanes, agradados con este hábil y generoso sacrificio de la integridad hispánica, ya no seguirían amenazando a la cristiandad. Los Reyes Católicos habrían dado así un ejemplo al mundo estableciendo la amistad donde antes había prevalecido el odio. Devaneos ecuménicos como éstos van minando de tal modo la identificación de los españoles con su propia Historia, que las autoridades socialistas se dan el lujo de no comparecer a los actos conmemorativos del aniversario de la toma de Granada y el Partido Andalucista puede declarar con desparpajo que “la toma de Granada no fue una reconquista, sino una conquista por medio de las armas, que supuso el pasar de una de las culturas y civilizaciones más ricas e importantes de Occidente, donde se vivía con una exquisita tolerancia y respeto, a una de decadencia absoluta, donde la persecución, el odio y la mediocridad fueron sus rasgos más característicos” [5].
III — Se pretende que el pueblo español reniegue de su epopeya misionera y civilizadora en el Nuevo Mundo
Hasta la obra evangelizadora y civilizadora de España en el Nuevo Mundo se pone en tela de juicio. Se usa para ello el manido recurso de la Leyenda Negra, pese a que ésta no resiste la más elemental crítica histórica*. Pero de tal manera algunos espíritus se dejan fascinar por el afán de autodemoler nuestra grandeza en aras del consenso ecuménico, que las realizaciones más admirables son ignoradas con la mayor desfachatez.
* Recomendamos sobre este asunto la excelente y documentada obra del P. Juan Terradas Soler CPCR, Una epopeya misionera — La conquista y colonización de América vistas desde Roma. Para deshacer las calumnias y tergiversaciones que se han hecho contra la obra civilizadora de España, el P. Terradas basa fundamentalmente su obra en el magisterio de los Papas y en abundante documentación.
Callan así el espectáculo grandioso de la evangelización del continente americano: en menos de un siglo era casi totalmente católico y se habían sentado las bases de una nueva cristiandad de ultramar. Una legión de misioneros, héroes y santos la ilustraron con sus hazañas, su doctrina y su ejemplo*. Mientras millares de iglesias y escuelas, numerosas universidades e incontables hospitales y asilos se levantaban con escasísimos recursos, la organización político-administrativa, jurídica y socioeconómica alcanzaba rápidamente un grado de progreso que asombra todavía hoy a los historiadores imparciales**.
* Españoles y criollos, los santos brillaron de un extremo a otro de la nueva cristiandad iberoamericana. Baste recordar entre los misioneros a San Francisco Solano, a San Pedro Claver, a San Luis Beltrán, al Beato José de Anchieta, bien como a los mártires Beatos Alonso Rodríguez, Juan del Castillo, Juan de Mayorga, Esteban de Zudaires, a los cuarenta jesuitas mártires de Brasil y a tantos otros. Entre los obispos, brilla la figura de Santo Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima e inquisidor. Entre los contemplativos, la del Beato Gregorio López, el llamado solitario de Méjico. Y entre los simples seglares, el campesino y padre de familia Beato Sebastián de Aparicio, también en Méjico. Entre los nacidos en Hispanoamérica: Santa Rosa de Lima y Santa Mariana de Jesús Paredes, la azucena de Quito. San Martín de Porres, peruano hijo de español y de negra cristiana y San Felipe de Jesús, mejicano de raza mestiza. Además de mártires como el Beato Roque González de Paraguay, Bartolomé Gutiérrez y Bartolomé Laurel (cfr. TERRADAS SOLER, Una Epopeya Misionera, pp. 241-245).
** “A mediados del siglo XVII había en la América española —según testifican Solórzano Pereyra y Gil González Dávila— seis arzobispados o provincias eclesiásticas y 32 obispados con más de 70.000 iglesias, 840 conventos de varones, 346 prebendas, 2 abadías, 5 capellanías reales, 3 inquisiciones e infinitos colegios, estudios y hospitales” (Bernardino LLORCA, S.I. y otros. Historia de la Iglesia Católica, t. IV, p. 172). Por su parte. Pío XII, en alocución al V Congreso de la Confederación Interamericana de Educación Católica afirmó: “Es gloria imperecedera de Hispanoamérica que en el siglo XVIII florecieron en 19 de sus ciudades otros tantos o más centros universitarios, inspirados y dirigidos por la Iglesia” (Radiomensaje, 12-1-1954 apud TERRADAS SOLER, op. cit., p. 250). Esta obra gigantesca del genio católico español supo fundir razas diferentes y aprovechar orgánicamente sus mejores cualidades en una nueva civilización. Todo ello porque se dio la primacía al impulso aglutinador e inigualable de la Fe, al mismo tiempo que no se descuidó —pese a la Leyenda Negra— la protección del elemento más débil con sabias leyes de amparo al indio, iniciativa en la que se destacaron Isabel la Católica y Felipe II*.
* En la referida alocución al Congreso de Educación Católica, Pío XII tiene sobre ello una significativa afirmación: “Basta recordar el intento, en gran parte logrado, de aquellos grandes misioneros, secundados por el espíritu universal y católico de la legislación de sus monarcas, de fundir en un solo pueblo, mediante la catequesis, la escuela y los colegios de Letras Humanas, el elemento indígena con las clases cultas venidas de Europa o nacidas ya en tierra americana” (Radiomensaje, 12-1-1954). Ramiro de Maeztu pudo referirse así a la legislación indiana en su Defensa de la Hispanidad: “Ninguna legislación colonial extranjera es comparable a nuestras leyes de Indias. Por ellas se prohibió la esclavitud, se proclamó la libertad de los indios, se les prohibió hacerse la guerra, se les brindó la amistad de los españoles, se les reglamentó el régimen de encomienda para castigar los abusos de los encomenderos, se estatuyó la instrucción y adoctrinamiento de los indios como principal fin e intento de los reyes de España, se prescribió que las conversiones se hiciesen voluntariamente y se transformó la conquista de América en difusión del espíritu cristiano” (apud ib., pp. 159-160). El escritor norteamericano Ch. F. Lummis, sobre el mismo asunto señala: “El asombroso cuidado maternal de España por las almas y los cuerpos de los salvajes que por tanto tiempo disputaron su entrada en el Nuevo Mundo, empezó temprano y nunca disminuyó. Ninguna otra nación trazó y llevó a cabo un 'régimen de las Indias' tan noble como el que ha mantenido España en sus posesiones occidentales por espacio de cuatro siglos” (apud ib.).
Ahora bien, precisamente cuando se va a celebrar el V Centenario del Descubrimiento de América, se pretende hacer tabla rasa de esta obra sin igual, de la cual dan testimonio un conjunto de pueblos que forman la mayor familia de naciones católicas del mundo y que constituyen la fuerza emergente de nuestros días, llamada a tener un papel decisivo en el siglo XXI. Ya en octubre de 1984, TVE dedicó un programa al Descubrimiento en el que, además de exaltar la colonización inglesa en Norteamérica con menoscabo de la obra española, un profesor de historia de Barcelona resumió su exposición difamatoria afirmando que “lo que hizo España allí fue matar hombres, borrar culturas, imponer por la fuerza idioma y religión” [6].
Tal es la presión del consenso ecumenista para avergonzar a los españoles frente a su propia identidad histórica, que el Estado puede usar ese poderoso instrumento informativo que es la televisión, para denigrar a España en términos que antes sólo estaban en boca de los enemigos de nuestra patria, sin que el hecho despierte una ola de indignación. También el dictador comunista de Cuba, Fidel Castro, tuvo la insolencia de insultar públicamente la gloriosa fecha del 12 de octubre de 1492, durante la clausura de una reunión sindical iberoamericana. Para Fidel Castro, el 12 de octubre es “una fecha infausta y nefasta”, en que “se inició una de las páginas más bochornosas de la Historia Universal”. “Hicieron de todo los conquistadores —continuó— violaron y esclavizaron a nuestros pueblos”. Sólo sobraron algunos indígenas, según Castro, porque los españoles “no pudieron exterminarlos en su totalidad”, concluyendo que no podía “tragar la apologetización del 12 de octubre” [7]*. * También el boletín americanista de la Universidad de Barcelona se apresuró a sumarse a la campaña de difamación de la epopeya del Descubrimiento: “Desde estas páginas hacemos un llamamiento a cuantos quieran colaborar en la denuncia de las falacias que se sigan inventando y las mascaradas que se están preparando en torno al V Centenario de lo que en realidad fue una auténtica invasión” (apud Ricardo de la Cierva, Sandinismo en la Universidad de Barcelona in “Ya”, 28-8-1984).
La bofetada dada por el dictador a la honra de España quedó sin respuesta adecuada por parte del Gobierno. En el ambiente de apatía inducida que caracteriza la vida española de hoy, la Universidad Complutense de Madrid convocó, con el apoyo de la comisión del V Centenario, a un grupo de “líderes indígenas” de América*.
* Sobre la visión católica, justa y equilibrada de la cuestión indígena y de los intentos comuno-progresistas de explotarla ver Plinio CORRÊA DE OLIVEIRA, Tribalismo indígena, ideal comuno-missionário para o Brasil no século XXI. Ver también el editorial Pretexto indigenista, “ABC”, 13-10-1986.
Las páginas de la prensa se llenaron con declaraciones de los “líderes”, que van desde el pedido de que se derogue la Bula del Papa Alejandro VI, que reconoció la legitimidad del dominio español y portugués en América, hasta acusaciones a la tarea civilizadora española calificándola como “genocidio y etnocidio” [8]. Dicha Universidad se transformó así en caja de resonancia de las utopías comuno-tribalistas que ciertos grupos eclesiásticos de izquierda y la propaganda comunista difunden en las tres Américas, para utilizar a las minorías indígenas como factor de desestabilización política en dicho continente.
Podemos temer, por consiguiente, que a medida que se acerque la celebración, el tribunal ecuménico vaya multiplicando sus acusaciones contra nuestra epopeya misionera y civilizadora*.
* Horacio Saenz Guerrero denuncia en “La Vanguardia” la existencia de una verdadera orquestación antihispanista promovida por españoles a propósito del V Centenario del Descubrimiento. Se trata de presentar la colonización del Nuevo Mundo como “conducta genocida de los españoles en América” (18-1-1987).
NOTAS
[1] Cfr. P. José María Javierre S.J., ¿Santiago Matamoros? In “Ya”, 24-7-86. [2] Cfr. CORTES, Un Señor como Dios manda, p. 9. [3] “El Alcázar”, 30-7-1983. [4] "El País", 2-6-1986. [5] “El Alcázar”, 3-1-1985. [6] "ABC", 12-10-1984 [7] "ABC", 22-7-1985 [8] “ABC”, 13-10-1986; "Diario 16", 9-10-1986; "Panorama", 12-10-1986; "Ya", 12-10-1986. |