“Santo del Día” – 9 de diciembre de 1966
A D V E R T E N C I A
Este texto es adaptación de extracto de transcripción de cinta grabada con la conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a socios y cooperadores de la TFP . Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.
Si el profesor Plinio Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros, sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación con el Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.
Traslación de la Santa Casa. Francesco Foschi, siglo XVIII – Museo Antico Tesoro della Santa Casa, Loreto (Italia)
Mañana tendremos la fiesta de la Translación de la Santa Casa de Loreto, la casa de Nuestra Señora en Nazaret, donde nació la Virgen, el Verbo se hizo carne y Jesús pasó su adolescencia de regreso de Egipto. Fue llevada por los ángeles a Loreto, en Italia, y su reliquia se venera en nuestra capilla. En otras palabras, tenemos un fragmento de la Santa Casa de Loreto en nuestra capilla.
Así que, como comentario a la fiesta de mañana, tenemos un pasaje del Pe. Rohrbacher (Vida de los Santos) sobre el traslado de la casa de Nazaret.
«En 1291, la casa de Nazaret fue colocada en Rauniza, a orillas del Adriático».
En otras palabras, fue trasladada por los ángeles desde Asia Menor, donde había estado, para salvarla de la dominación de los mahometanos, y depositada en Rauniza, en el mar Adriático.
«La población local, llena de asombro, no podía explicarse el prodigio. Entonces el obispo Alejandro, que había estado gravemente enfermo, volvió en sí y les contó la visión que había tenido. Había invocado a la Virgen y ésta se le había aparecido rodeada de ángeles. «Aquí estoy, hijo, tú me has llamado. He venido a darte ayuda eficaz y explicaciones sobre el misterio que deseas que te sea revelado. Has de saber que la santa morada recién traída a tu territorio es la misma casa donde yo nací y recibí la mayor parte de mi educación. Es allí donde recibí la noticia traída por el arcángel Gabriel, donde concebí al Divino Niño por obra del Espíritu Santo. Fue allí donde el Verbo se hizo carne.
«Después de mi muerte, los Apóstoles consagraron esta ilustre casa por sus altos misterios, disputándose el honor de celebrar allí el augusto sacrificio. El altar es el mismo que erigió el apóstol Pedro; el crucifijo que allí se encuentra fue colocado en su día por los apóstoles. La estatuita de cedro es mi imagen hecha por el evangelista Lucas que, llevado de su afecto y apego por mí, expresó mis rasgos tan perfectamente como un mortal puede hacerlo a través del arte.
«Esta querida casa, muy amada por el cielo, rodeada durante tantos siglos de los honores de Galilea, pero hoy desprovista de homenaje en medio del desvanecimiento de la fe, ha pasado de Nazaret a estas partes. El autor de estos grandes acontecimientos es Dios, para quien nada es imposible. Además, para que tú mismo puedas ser testigo y explicador de todo lo que te he dicho, cúrate. Tú, que has estado enfermo durante mucho tiempo, apareciendo de repente con plena salud, llevarás a todos la creencia en este prodigio.»
Estamos aquí en presencia de una verdadera maravilla, en presencia de un milagro obrado por Dios para atestiguar el cumplimiento de otro milagro. La gente podría haber visto sensiblemente como la Santa Casa de Nazaret era llevada en los aires por los ángeles. Podrían haber oído los cantos angélicos, podrían haber presenciado una de las escenas más bellas de la historia y podrían haberlo creído.
Pero resulta que Dios no hace estos milagros tan evidentes. Dios hace milagros que tengan la certeza de los milagros, pero que no tengan la nota de la evidencia. La diferencia entre evidencia y certeza es que la evidencia es una forma de certeza que incluso un hombre de mala fe no puede rechazar. Mientras que la certeza, la simple certeza, es aquella certeza que un hombre de buena fe no rechaza, pero que un hombre de mala fe puede rechazar. Por ejemplo, en un milagro: si veo que un ciego que estaba en la gruta de Lourdes se ha curado de repente, es un milagro que me da la certeza de que ha sido la Virgen quien lo ha obrado. Pero no me da la evidencia, como sería, por ejemplo, si el hombre no tuviera ojos y de repente le aparecieran ojos en las cuencas de los ojos. Entonces el milagro sería tan grande que ni siquiera la mala fe podría negarlo.
Sin embargo, la Divina Providencia no realiza estos milagros tan obvios. La Divina Providencia suele hacer milagros de certeza. Y sería un milagro de evidencia ver a la Santa Casa de Nazaret volando por los aires, aterrizando de repente en una ciudad del mar Adriático. Pero la Providencia, como no quería que este hecho se viera, sino que la gente creyera en él, dispuso las cosas de tal manera que hubiera pruebas de que este hecho había sido realizado por Dios. La primera prueba estaba en lo maravilloso del hecho. Una casa que, tras examinar los materiales, era notoriamente construida en Oriente, aparece de repente en un pueblo donde no existía.
Como se sabe, en un pueblo todos conocen todas las casas. No es posible que en un pueblo aparezca de la noche a la mañana una casa nueva sin haberla visto construir, etc., etc. El hecho en sí es milagroso. Pero si añadimos el hecho de que el obispo se curó, más la confirmación de que la casa desapareció en Oriente, donde estaba, más el hecho de que por razones várias esta casa se trasladó después a Loreto, donde está hoy, entonces el milagro se hace totalmente evidente.
Ahora, lo interesante es cómo la Providencia dispuso las cosas para que en una sola casa ocurrieran tantas cosas maravillosas. Hemos visto que en esa misma casa nació la Virgen. En esa misma casa la Virgen recibió la Anunciación y concibió el Verbo. Antes de eso, pasó casi toda su vida en esta casa. En esa casa vivió con el Niño Jesús y San José. En otras palabras, esta casa tiene una continuidad tradicional, lo que significa que los acontecimientos sagrados se han acumulado allí uno sobre otro; y con cada nuevo acontecimiento sagrado, tiene un nuevo título para convertirse en sagrada.
¿Por qué es así? A menudo vemos, leyendo revelaciones fidedignas de otras almas privilegiadas con dones sobrenaturales, que la Providencia hace esto con objetos y lugares. Los objetos que han servido para algo sirven para otra cosa, para algo más, para algo más tradicional y sagrado. Los lugares donde ha sucedido algo son los lugares donde ha sucedido algo más, algo más, etc. ¿Por qué? Porque la Providencia sabe, la Providencia es la autora del orden natural de las cosas y con el conocimiento infinito de Dios, Dios sabe naturalmente que entre un lugar y un acontecimiento que se pasa tiene en ese lugar, se establece una cohesión misteriosa, se establece una unidad misteriosa, a través de la cual algo admirable y benéfico del acontecimiento, pasa al lugar.
¡Cómo nos gustaría a cualquiera de nosotros, por ejemplo, poder poner la frente, apoyar la cabeza en una piedra del camino donde Nuestro Señor había apoyado su frente infinitamente sagrada! ¿Por qué? Porque después de aquel acontecimiento y hasta el día de hoy —cuántas cosas han cambiado, cuántas cosas han sucedido—, una vez que Él puso allí su frente, esta [piedra] se volvió sagrada, tomó una cierta comunicación con su frente y algo sagrado quedó allí.
Cuántos de nosotros estaríamos verdaderamente encantados —es uno de los anhelos de mi vida y espero, no puedo asegurarlo, que se me dé la oportunidad de hacerlo antes de morir—, cuántos de nosotros no querríamos pasar toda una noche de adoración en el Huerto de los Olivos, con el Evangelio y con alguna revelación digna de crédito en la mano, cada uno de los hechos, cada uno de los episodios que allí tuvieron lugar, besando el suelo, pidiendo perdón por los apóstoles que no quisieron velar aquella noche, haciendo después nuestra vigilia como reparación, haciendo, presentando una reparación por tantas personas que deberían velar por los intereses de la Virgen y de la civilización cristiana y que no se preocupan de nada de esto, que sólo piensan en su propia vida y que duermen en esta hora de agonía para la civilización cristiana.
Ahora bien, ¿por qué en el Huerto de los Olivos? ¿No podría hacerse aquí? Diré más: vean hasta qué punto llega el misterio de este asunto. En definitiva, Nuestro Señor está realmente presente en cualquier sagrario de cualquier iglesia. Y si hago esta meditación con Él realmente presente, estoy —en teoría— mucho mejor que si la hiciera en el Huerto de los Olivos, donde Él no está realmente presente. Y, sin embargo, yo, que puedo hacer esta meditación aquí tan fácilmente, sueño con la idea de poder hacer esta meditación allí donde Él no está realmente presente.
Por esta misteriosa continuidad de las personas, de los hechos, de las cosas; por una tradición que permanece, que cuando el hecho cesa, cuando la persona muere, lo que queda es una especie de continuación del resto, en esto se basa exactamente el culto a las reliquias indirectas. Una reliquia directa es algo que se toma del cuerpo de un santo; una reliquia indirecta es algo que el santo ha tocado y que continúa con él.
Y la Santa Casa de Loreto es una augustísima continuación de todas estas cosas maravillosas que aquí se mencionan. Incluso esa cosa misteriosa de que habla San Luis María Grignion de Montfort, con una elevación sin nombre, y que es ese período de treinta años en que el Verbo Encarnado quiso ser enteramente, completamente y sin reservas obediente a Nuestra Señora, en una vida oculta a todos los hombres, pero de la que dice esta cosa asombrosa: que Jesucristo dio más gloria al Padre Eterno permaneciendo treinta años en la casa de Nuestra Señora bajo su autoridad, ¡que redimiendo a todo el género humano! (*)
Volvamos, pues, nuestra mente a la Casa de Loreto y pidamos a la Virgen que nos conceda en su fiesta la gracia de una mayor cercanía y devoción a esta admirable realidad que es el Hijo de Dios, el Señor Omnipotente de todas las cosas, obedeciendo a San José y a la Virgen durante treinta años en la Casa de Loreto. Fijemos nuestra atención en este hecho, para que comprendamos más viva, más interna y más profundamente toda la sujeción que debemos a Nuestra Señora.
NOTAS
(*) San Luis María Grignion de Montfort — TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN: Primera Parte: María en la historia de la Salvación; Capítulo I; 2. En los Misterios de la Redención; § 18 [“Jesucristo dio mayor gloria a Dios, su Padre, por su sumisión a María durante treinta años, que la que le hubiera dado convirtiendo al mundo entero por los milagros más portentosos”].
Para una visión más aprofundada de la história de la Santa Casa recomendamos el libro [para aceder a su texto haga click sobre la imagen]:
El milagro de la Santa Casa de Loreto, por Federico Catani