“Cristiandad”, Barcelona, noviembre de 1958 [1]
por Plinio Corrêa de Oliveira
Vista de París desde el Pont Neuf (antes de la Revolución), Raguenet, c. 1752 – The Getty Museum, Los Ángeles (EE. UU.)
La presente colaboración del “prestigioso líder del catolicismo hispanoamericano” —como fue presentado su autor— se publicó originalmente en la revista “Cristiandad” de Barcelona, en noviembre de 1958. Como es característico en muchos de sus escritos, sus reflexiones guardan para nosotros la más flagrante actualidad.
* * *
Para quien ve la historia con ojos de fe y sabe discernir a lo largo de ella las intervenciones de la Providencia en favor de la Santa Iglesia, le parece impresionante la coincidencia y la armonía entre las misiones de dos grandes santos: san Luis María Grignion de Montfort y santa Margarita María Alacoque.
Cuando se formaba el cáncer revolucionario
Ambos vivieron en Francia, en un momento de capital importancia para la historia del mundo. En lo más hondo de la sociedad francesa, los gérmenes oriundos de los grandes movimientos ideológicos del siglo XVI continuaban desarrollándose vigorosamente. Las tendencias hacia el racionalismo, el laicismo y el liberalismo, aún discretas, se difundían en los sectores claves de la sociedad, como una corriente de agua impetuosa y subterránea. El lento pero inexorable ocaso de la aristocracia y de las corporaciones de artesanos y mercaderes, coincidiendo con la ascensión siempre más acentuada de la burguesía, preparaba a lo lejos la organización social que había de nacer en 1789.
En pocas palabras, con gran anticipación, pero desde luego con una fuerza que en breve se volvería humanamente casi irresistible, la revolución se estaba formando como un cáncer, en las entrañas de un organismo que todavía permanecía sano.
Procesos históricos como este deben ser contenidos de preferencia en su origen; pues, si se permite su desarrollo, se vuelven cada vez más difíciles de reprimir.
La Providencia interviene para evitar la Revolución Francesa
sí, cabe resaltar, que precisamente en el momento en que una acción preventiva parecía más oportuna y más eficaz, la Providencia suscitó en Francia a dos santos con una evidente y especial misión en ese sentido. Misión que, primordial y directamente, se dirigía a la nación primogénita de la Iglesia, pero indirectamente beneficiaría al mundo entero; pues, si por un lado, la extinción in ovo de los gérmenes revolucionarios en Francia podría haber evitado para todo el orbe las calamidades de la revolución, por otro lado, un triunfo insigne de la religión, ocurrido en el país líder de Europa en el siglo XVIII, podría haber tenido en la historia religiosa y cultural de la humanidad incalculables repercusiones.
El reinado de Luis XIV se extendió de 1643 a 1715. Santa Margarita María vivió de 1617 a 1690, y san Luis María Grignion de Montfort nació en 1673 y murió en 1716. Como se ve, tanto la acción de la santa visitandina a la cual el Corazón de Jesús comunicó sus mensajes de amor, como la prédica del apóstol angélico que enseñó la “Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, fueron coetáneos del Rey Sol.
Sentido antirrevolucionario del mensaje de Paray-le-Monial
Los lectores ciertamente conocen los pedidos hechos por Nuestro Señor a Luis XIV, por intermedio de santa Margarita María. Saben que el Sagrado Corazón predijo grandes males para Francia, aunque prometió evitarlos si sus pedidos eran oídos. Finalmente saben también, que no habiendo Luis XIV atendido el mensaje —engañado quizás por informaciones y manejos aún hoy apenas conocidos—, Luis XVI, en la prisión del Temple, prometió hacerlo. Pero ya era demasiado tarde y la revolución siguió su curso, para desgracia de todos nosotros.
De estos hechos, lo que nos importa retener, es que a partir de Paray-le-Monial, en el centro geográfico de Francia, la Providencia quiso encender en el reino cristianísimo un brasero de piedad y un foco ardiente de regeneración moral, para evitar las calamidades que después sobrevinieron.
Al mismo tiempo, la Providencia suscitaba en el oeste de Francia otro movimiento en el mismo sentido.
Precursor y patriarca de la Contra-Revolución
Al igual que santa Margarita María, san Luis María parece no haber tenido ningún pensamiento político particular. Vislumbró para su patria y para toda la Iglesia grandes catástrofes. Pero su mirada no se detuvo sino en las esferas más profundas en que tales catástrofes se venían preparando. Sus escritos aluden a una crisis religiosa y moral de gran envergadura, de la cual, como de una caja de Pandora, saldrían toda especie de males. Para evitar esos males, predicaba en sus inflamados sermones, oídos con profunda avidez por los campesinos del piadoso oeste francés, la doctrina espiritual que condensó en varias obras, de las cuales las principales fueron el “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, la “Carta Circular a los Amigos de Cruz” y “El Amor de la Sabiduría Eterna”.
Analizados con detenimiento, estos tres monumentales libros —lamentablemente poco conocidos— son la refutación de todas las doctrinas falsas de las que nacería el monstruo de la revolución. Refutación por cierto sui generis: las obras de san Luis María no pretendían persuadir primordialmente a los espíritus escépticos, sensuales, naturalistas, de que estaban en el error; su principal preocupación estaba en prevenir contra tales errores a los católicos fervorosos o tibios. Así, toda su dialéctica consistía en inculcar el amor a la Sabiduría, para prevenir a sus lectores contra el laicismo o la tibieza; en inculcar el amor a la Cruz, para prevenir contra la sensualidad y el amor delirante por los placeres a los católicos de una época esencialmente licenciosa y mundana; y, en inculcar la devoción a la Santísima Virgen por medio de la “santa esclavitud”, para prevenir a los lectores constantemente expuestos a las insidias de ese verdadero calvinismo larvado, que fue el jansenismo.
En todos sus libros la dialéctica es la misma. Demuestra con argumentos tomados de la Escritura, de la Tradición, de la historia de la Iglesia y de la hagiografía, que un católico no puede pactar con el espíritu del siglo, y que toda posición de medio término, entre ese espíritu y la vida de piedad, no es sino una peligrosa ilusión de los sentidos o del demonio.
Nuestra Señora en el apostolado montfortiano
En el conjunto de este sistema, es necesario resaltar que la devoción a la Santísima Virgen, considerada especialmente como Reina del Universo, Madre de Dios y de los hombres y Medianera de todas las gracias, tiene un papel absolutamente central. Es por esta devoción que el fiel puede alcanzar de Dios la sabiduría y el amor a la Cruz, pues María Santísima es el medio por el cual Jesucristo vino a nosotros, y por el cual podemos ir a Él. Cuanto más unidos a María, tanto más estaremos unidos a Jesús, pues es en las almas marianas —intensa, ardiente y filialmente marianas— que el Espíritu Santo forma a Jesús. Sin Ella, los mayores esfuerzos para la santificación redundan en desastres. Con Ella, lo que parece inaccesible a nuestra flaqueza se vuelve accesible, las vías se franquean, las puertas se abren y nuestras fuerzas, embebidas en el canal de las gracias, se centuplican. Lo importante, pues, es ser verdadero devoto de María.
Pero esta devoción tiene falsificaciones. El santo muestra cuáles son ellas y nos previene contra los minimalistas, sobre todo los que se contentan con una devoción vana, hecha de meras fórmulas y actos de piedad externos. La perfecta devoción, enseñada por él, consiste en que seamos esclavos de María, entregándole todos nuestros bienes espirituales y temporales, y haciendo todo por ella, con ella y en ella.
Frutos de la evangelización montfortiana
San Luis María fue un gran perseguido. Prelados, príncipes de la Iglesia y el propio gobierno, lo combatieron; apenas el Papa y algunos cuantos obispos franceses le dieron su apoyo. En la Bretaña, en el Poitou, en Aunis, su apostolado se ejerció libremente y perduró a través de las generaciones, que se conservaron profundamente fieles. Cuando, durante la revolución, la civilización cristiana necesitó en tierras francesas de héroes para defenderla, estos surgieron más o menos en toda la extensión del reino cristianísimo. Pero en cierta región el pueblo entero tomó las armas, en una reacción maciza, compacta, impetuosa e indomable. Los chouans, cuya memoria ningún católico puede evocar sin la más profunda y religiosa emoción, eran los nietos de aquellos mismos campesinos que san Luis María había formado en la devoción a la Virgen. Donde san Luis María predicó y fue oído, no hubo revolución impía y sacrílega; al contrario, hubo cruzada y contra-revolución.
Dieu le Roi (Cristo Rey), se lee en el emblema de los chouans
Actualidad de santa Margarita María y de san Luis de Montfort
Poco importa saber hasta qué punto los movimientos de Paray-le-Monial y de la Vendée en el siglo XVII se conocieron. La importancia de uno y de otro no quedó circunscrita a aquella época. Hijos de la Iglesia, en este trágico siglo, podemos y debemos ver a ambos movimientos en una sola perspectiva, y así unidos, hacer de ellos nuestro tesoro espiritual.
El nexo esencial que los une está hoy en día puesto en tal luz, en la conciencia de cualquier fiel, que ni siquiera es necesario insistir sobre él.
La devoción al Corazón de Jesús es la manifestación más rica, más extrema, más delicada, del amor que el Redentor tiene por nosotros. La vía para llegar al Corazón de Jesús es la Medianera de todas las gracias. Así se va al Corazón de Jesús por el Corazón de María. Esta última devoción, que san Antonio María Claret puso en tanto realce, san Luis Grignion de Montfort, al parecer, no la conoció. Sin embargo, es el punto de unión entre el mensaje de Paray y la prédica del apóstol mariano de la Vendée. Punto de unión que, dígase de paso, tuvo tanto realce en las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima.
Pero al lado de esos grandes lazos fundamentales hay otros. Los comprenderemos bien, en un golpe de vista, si consideramos lo que podrían ser hoy Francia, la civilización cristiana, el mundo, si los movimientos de Paray y de la Vendée hubiesen sido victoriosos en los siglos XVII y XVIII. En lugar de la Revolución, con sus execrables secuelas que nos arrastran hasta la vorágine actual, tendríamos el reino de la justicia y de la paz. Opus justitiae pax, se lee en el blasón de Pío XII. Sí, la paz de Cristo en el Reino de Cristo, de la cual nos distanciamos cada vez más.
Y así queda puesta en evidencia la altísima oportunidad del mensaje de Paray y de la obra de san Luis María. Ellos nos enseñan que el fondo de los problemas que generaron la crisis actual es religioso y moral. Y nos indican los medios sobrenaturales por medio de los cuales la Revolución universal de nuestros días, hija insolente y depravada de la Revolución Francesa, puede ser vencida. Únicamente del buen uso de esos medios es que pueden nacer, en el campo cultural, social o político, las reacciones que preparan, en la tierra, la Realeza de Cristo a través de la Realeza de María.
[1] Articulo originalmente publicada en portugués en la revista “Cristiandad” de Barcelona. Traducción y adaptación por “El Perú necesita de Fátima – Tesoros de la Fe“