Plinio Corrêa de Oliveira

Nobleza

y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana

 

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Editorial Femando III, el Santo

Lagasca, 127 - 1º dcha.

28006 — Madrid

Tel. y Fax: 562 67 45

Primera edición, julio de 1993.

Segunda edición, octubre de 1993

© Todos los derechos reservados.


NOTAS

Algunas partes de los documentos citados han sido destacadas en negrita por el autor.

La abreviatura PNR seguida del número de año y página corresponde a la edición de las alocuciones de Pío XII al Patriciado y a la Nobleza romana publicadas por la Tipografía Políglota Vaticana en Discorsi e Radiomessaggi di Sua Santitá Pió XII cuyo texto íntegro se transcribe en Documentos I.

El presente trabajo ha sido obtenido por escanner a partir de la segunda edición, de octubre de 1993. Se agradece la indicación de errores de revisión. 


DOCUMENTOS XI

Lo que piensan Papas, Santos, Doctores y Teólogos sobre la licitud de la guerra

 

A los “fundamentalistas” del pacifismo contemporáneo, absolutamente intolerantes contra toda y cualquier especie de guerra, tal vez les resulte extraño la manifestación del espíritu medieval en cuanto luchador y guerrero, así como el carácter militante de la Iglesia, pues para sus oídos las expresiones “guerra santa” y “guerra lícita” suenan radicalmente contradictorias.

No estará de más poner a la disposición de dichos pacifistas diversos textos de Pontífices Romanos y de pensadores católicos dignas de todo crédito, en los cuales podrán ver que la mencionada contradicción no existe.

1. El fin legítimo de la guerra es la paz en la justicia

Según afirma en su artículo “Paix et Guerre”, el Dictionnaire Apologétique de la Foi Catholique, la doctrina de San Agustín respecto a la paz y la guerra puede ser condensada en cuatro puntos:

“En primer lugar, hay guerras que son justas. Son las que están destinadas a reprimir una acción culpable del adversario. (...)

“Sin embargo, la guerra debe ser considerada como una solución extrema, a la que no se recurre sin haber antes reconocido la evidente imposibilidad de salvaguardar de otro modo la causa del derecho legítimo. En efecto, incluso siendo justa, la guerra determina tantos y tan grandes males —mala tam magna, tam horrenda, tam saeva— que no es posible resignarse a ella sino constreñido por un imperioso deber.

“En cuanto al fin legítimo de la guerra, no es precisamente la victoria, con las satisfacciones que trae, sino la paz en la justicia, el restablecimiento duradero de un orden público en el cual cada cosa ha sido repuesta en su preciso lugar. (...)

“Por fin, las infelicidades de la guerra constituyen en esta vida uno de los castigos del pecado. Aun cuando la derrota humilla a aquellos que tenían a su favor el legítimo derecho, es necesario ver esta dolorosa prueba como querida por Dios para castigar y purificar al pueblo de las faltas de las cuales él mismo debe reconocerse culpable.” [1]

2. Papas y Concilios confirman la doctrina de Santo Tomás sobre la guerra

Santo Tomás de Aquino, según la misma fuente, “enuncia las tres condiciones que hacen legítimo en conciencia el recurso a la fuerza de las armas:

“1ª Que la guerra no sea emprendida por particulares o por alguna autoridad secundaria (...) sino siempre por la autoridad que ejerce en el Estado el poder supremo;

“2ª Que la guerra esté motivada por una causa justa; es decir, que se combata al adversario en razón de una falta proporcionada que haya realmente cometido; (...)

“3ª Que la guerra sea conducida con recta intención; es decir, haciendo un leal esfuerzo por buscar el bien y evitar el mal en toda la medida de lo posible (...).

“Esta misma doctrina de Santo Tomás es confirmada, indirecta pero brillantemente, en las bulas pontificias, en los decretos conciliares de la Edad Media a propósito de la paz de Dios, de la tregua de Dios, así como de la reglamentación pacífica y arbitral de los conflictos entre reinos; documentos éstos que, por su concordancia, traducen el auténtico pensamiento de la Iglesia y el espíritu general de su doctrina sobre las cuestiones morales concernientes al derecho de paz y de guerra. (...)

“La práctica de los Papas y de los Concilios corrobora y da crédito a lo enseñado por los Doctores [sobre esta materia], cuyos tres principios fundamentales Santo Tomás pone de relieve.” [2]

3. Morir o matar por Cristo nada tiene de crimen, y muchas veces hace merecer la gloria

Sobre la licitud de la guerra contra los paganos, S. Bernardo, el Doctor Melifluo, tiene estas palpitantes palabras:

“Los caballeros de Cristo combaten con tranquilidad los combates de su Señor, sin temer de ningún modo pecar por matar a sus enemigos ni por poner en peligro su propia vida, ya que la muerte nada tiene de crimen cuando es sufrida o causada por amor a Cristo y muchas veces hace merecer la gloria, pues con la primera, se alcanza gloría para Cristo y con la segunda al propio Cristo, Quien ciertamente recibe de buen grado la muerte del enemigo como punición y, con mayor alegría aún, se da El mismo al soldado como consuelo.

“El caballero de Cristo mata con tranquilidad, y muere con una tranquilidad aún mayor; cuando muere, trabaja para sí; cuando mata, trabaja por Cristo. No sin razón lleva la espada: él es realmente ministro de Dios para castigo de los malos y exaltación de los buenos. Cuando con razón mata a un malhechor, no es un homicida sino, por así decir, un malicida, y debe verse en él tanto al vengador de Cristo contra quienes actúan mal como al defensor de los cristianos; pero cuando él mismo es matado, no se considera que haya muerto sino alcanzado la gloria eterna.

“Así pues, cuando causa la muerte beneficia a Cristo; cuando la sufre se beneficia a sí mismo. En la muerte del pagano el cristiano se gloría de que Cristo sea glorificado; en la del cristiano, la liberalidad del Rey se pone de manifiesto cuando ensalza al soldado que debe ser recompensado. Se alegrará el justo al contemplar el castigo, y el hombre dirá: Ciertamente hay premio para el justo, ciertamente hay un Dios que juzga sobre la Tierra (Sl. LVII, 12). No debería matarse a los paganos si se pudiera impedir de algún otro modo sus ya desmedidos vejámenes, para que no opriman a los fieles; pero, en realidad, es preferible, sin duda, matarlos a que se mantenga el flagelo de los pecadores sobre la suerte de los justos, y a fin de que los justos no extiendan sus manos a la iniquidad”. [3]

4. La protección de la Fe es causa suficiente para la licitud de la guerra

Del Seráfico Doctor, S. Buenaventura, ofrecemos el siguiente juicio:

“Para que la guerra sea lícita es necesario (...) que quien declare la guerra tenga potestad para ello; que quien conduzca la guerra sea un laico (...); que quien sufra la guerra sea de una insolencia tal que deba ser contenido mediante la guerra. Por otra parte la causa es suficiente cuando es en defensa de la patria, o de la paz, o de la Fe”. [4]

5. La Sagrada Escritura alaba las guerras contra los enemigos de la Fe

Francisco Suárez S.J., teólogo de reconocida autoridad en el pensamiento católico tradicional, así se expresa en su conocida obra De Bello, en la cual compendió la doctrina de la Iglesia sobre el referido tema:

“La guerra en sí ni es intrínsecamente mala, ni está prohibida a los cristianos. Es una verdad de fe contenida expresamente en la Sagrada Escritura, pues en el Antiguo Testamento se cantan las guerras que emprendieron varones muy santos: ‘Bendito Abraham [del Dios Altísimo, dueño de cielos y tierras] y bendito el Dios Altísimo, que ha puesto a los enemigos en tus manos’ (Gen. XIV, 19-20). Pasajes parecidos se leen sobre Moisés, Josué, Sansón, Gedeón, David, los Macabeos y otros, a los cuales muchas veces mandaba Dios hacer la guerra contra los enemigos de los hebreos; y San Pablo dice que los santos por la fe conquistaron imperios. Esto mismo confirman otros testimonios de los Santos Padres citados por Graciano; también San Ambrosio, en varios capítulos de su libro sobre los deberes.” [5]

6. La Iglesia tiene el derecho y el poder de convocar y dirigir una Cruzada

Ya en nuestros días, un voluminoso y muy bien documentado estudio sobre el derecho que tiene la Iglesia a promover la guerra contra los infieles y herejes fue publicado en 1956 por Mons. Rosalío Castillo Lara, [6] más tarde creado Cardenal. Esta obra suministra datos del mayor interés para mostrar cómo la Iglesia ejercía de facto ese poder fundándose en principios de orden jurídico y doctrinal. Seleccionamos aquí algunos párrafos del estudio del referido Cardenal, que ilustran bien esta actitud combativa de los Papas medievales:

“Todos los autores empero están de acuerdo en concederle a la Iglesia un derecho a la vis armata virtual, sin la cual sería inútil cualquier coacción material. Consiste en el poder de exigir autoritariamente del Estado la prestación de su fuerza armada para fines puramente eclesiásticos, o sea, lo que comúnmente se entiende por invocar el auxilio del brazo secular.” [7]

Respecto a las Cruzadas contra los infieles y la convocatoria para las mismas hecha por los Papas, se puede leer lo siguiente:

“Las Bulas de Cruzadas y cánones conciliares presentan siempre como principalísimo fin la reconquista de la Tierra Santa, o, según el momento histórico, la conservación del reino cristiano de Jerusalén, producto de la primera Cruzada. A esto se añade la liberación de los cristianos cautivos y, por consiguiente, el combatir y confundir la audacia de los paganos que insultaban el nombre y el honor cristianos. En la concepción medieval, todas estas finalidades eran completamente religiosas. Las motivaciones, por ejemplo, para inducir a los fieles a tomar parte en las expediciones eran todas de ese carácter; giran alrededor de un concepto central: la santidad de los lugares consagrados por el nacimiento, vida y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, que no pueden ser ahora profanados por la presencia de los infieles. La Cristiandad tiene un derecho adquirido e imprescriptible sobre esas tierras. (...)

“Este concepto religioso impregna completamente todas las expediciones de cruzadas, y predomina, al menos virtualmente, sobre los otros móviles políticos o temporales que se mezclaban. (...)

“Celestino III hace ver como combatir por Tierra Santa es servir a Cristo, a lo cual están obligados sus seguidores: Ecce qui nunc cum Cristo non fuerit, juxta evangelicae auctoritatis doctrinam ipse erit adversus. [8]

“En Inocencio III las bulas que traían de este tema son muy numerosas y la finalidad no se aparta de la línea tradicional: la cruzada tiende ad expugnandam paganorum barbariem et haereditatem Domini servandam ad vindicandam injuriam crucifixi, ad defensionem Terrae nativitatis Domini. [9]

“Pero Inocencio III prefiere un terreno más concreto y da una nueva fórmula a las tradicionales motivaciones, colocando la obligación de los cristianos de participar en la cruzada en un plano casi jurídico: el deber de vasallaje que liga a los cristianos con su Rey, Jesucristo.

“En una epístola al Rey de Francia lo explica: Así como sería un crimen de lesa majestad para un vasallo no ayudar a su señor arrojado de su tierra y quizás cautivo, similiter Iesus Christus Rex regum et Dominus dominantium... de ingratitudinis vitio et veluti infidelitatis crimine te damnaret, si ei ejecto de terra quam pretio sui sanguinis comparavit et a Sarracenis in salutiferae crucis ligno quasi captivo detento negligeres subvenire. [10] (...)

“Honorio III gusta de hacer resaltar la injuria y el deshonor que caen sobre Cristo y los cristianos de la posesión de la Tierra Santa por los impíos y blasfemos sarracenos; ello es un motivo suficiente para tomar las armas. (...)

“El deber de vasallaje es tan estrecho y la injuria de Cristo debe mover los cristianos en tal forma que el que se mostrare remiso bien podría temer por su eterna salvación (...).

“Inocencio IV considera la liberación de Tierra Santa como obra estrictamente eclesiástica, a la cual están principalmente obligados los prelados, ya que traerá gran incremento para la Fe católica (...).

“Gregorio X confesaba que no respiraba sino para la liberación de la Tierra Santa, que consideraba como principal objetivo de su pontificado. (...)

“En conclusión: para el pensamiento oficial de la Iglesia las cruzadas eran una obra santa, de carácter estrictamente religioso (...). Como consecuencia, caían dentro del ámbito de la Iglesia, que tomaba las más de las veces, la iniciativa y siempre las controlaba, las dirigía con su autoridad.” [11]

Las Órdenes Militares constituyeron el brazo armado de la Iglesia. Sobre ellas se extiende de este modo el erudito purpurado en su valiosa obra:

“Las Ordenes Militares son una fiel expresión de lo que se podría considerar como la vis armata eclesiástica. En efecto, sus miembros eran una mezcla de soldados y de monjes. Como religiosos, profesaban los tres votos tradicionales bajo una Regla aprobada por la Santa Sede. Como soldados, formaban un ejército permanente dispuesto a entrar en batalla donde quiera que amenazasen los enemigos de la religión cristiana. El fin eclesiástico, que exclusivamente se proponían, y la dependencia de la Santa Sede en que los colocaba el voto de obediencia, hacían de ellos los soldados de la Iglesia.

“Institucionalmente eran religiosos laicos consagrados a la guerra en defensa de la fe. Este hecho de haber inserido dentro del cuadro de las instituciones puramente eclesiásticas un cuerpo de soldados, revela en la Iglesia la íntima conciencia de poseer un supremo poder coactivo material, del cual participaban, como delegados, estos monjes guerreros.

“No hay otro modo de explicar la aprobación de estas órdenes. La Iglesia las hacía, con la aprobación, estrictamente suyas y santificaba el fin al cual, por profesión, debían tender estos caballeros, que no era otro que la guerra.” [12]

Sobre la licitud de la guerra añade también el Cardenal:

“Al lanzar los Pontífices el llamamiento a la Cruzada, al animar los soldados y tomar la alta dirección nunca se plantearon el problema de la incongruencia de la guerra con el espíritu de la Iglesia, ni se preguntaron si tenían derecho a organizar ejércitos y lanzarlos contra los infieles. (...) Los Papas, por consiguiente, no solo no lo consideraban ilícito, sino que tenían conciencia de ejercitar con él un poder propio: el supremo poder coactivo material, ni soñaban remotamente invadir con ello la esfera de lo temporal, que sabían reservada sólo al Estado.” [13]


NOTAS

[1] Yves de la Brire, Paix et Guerre, in Dictionnaire Apologétique de la Foi Catholique, Gabriel Beauchesne Éditeur, París, 1926, t. III, col. 1260.

[2] Ídem, cols. 1261-1262.

[3] De laude novae militiae, Migne P. L., t. 182, col. 924.

[4] Opera Omnia, Ludovicus Vives, Parisiis, 1867, t. X, p. 291.

[5] De Bello, sectio prima, 2, apud Luciano Pereña Vicente, Teoría de la Guerra en Francisco Suárez, C.S.I.C, Madrid, 1954, vol. II, pp. 73 y 75.

[6] Coacción Eclesiástica y Sacro Romano Imperio (Estudio jurídico-histórico sobre la potestad coactiva material suprema de la Iglesia en los documentos conciliares y pontificios del periodo de formación del Derecho Canónico clásico como un presupuesto de las relaciones entre Sacerdotium e Imperium), Augustae Taurinorum, 1956, Torino, 303 pp.

[7] Op. cit., p. 69.

[8] Quien ahora no se declare por Jesucristo será, según lo proclama con autoridad la doctrina del Evangelio, su enemigo.

[9] A destruir la barbarie de los paganos, guardar la herencia del Señor y vengar la injuria hecha al Crucificado con la defensa de la tierra en que Nuestro Señor nació.

[10] De modo semejante Jesucristo, Rey de los reyes y Señor de los señores... te condenaría por pecado de ingratitud y como reo del crimen de infidelidad si, estando Él expulsado de la tierra que compró con el precio de Su Sangre y retenido como un esclavo por los sarracenos en el salvífico madero de la Cruz, negligenciases tú venir en su ayuda.

[11] Op. cit., pp. 85-89.

[12] Op. cit., pp. 109-110.

[13] Op. cit., pp. 115.